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Martes, 16 de abril de 2024

Diferencia entre revisiones de «Excomunión»

De Enciclopedia Católica

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(Clases de excomunión)
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La excomunión es un acto de [[jurisdicción eclesiástica]], cuya normativa es como sigue:  De ahí el principio general: quienquiera que tenga jurisdicción en el foro externo, propiamente dicho, puede excomulgar, pero sólo a sus propios súbditos.  Por lo tanto, las excomuniones, ya sean ''a jure'' (por la [[ley]]) o ''ab homine'' (bajo forma de [[sentencia]] o precepto), pueden venir sólo del [[Papa]] o de un [[concilios generales | concilio general]] para toda [[la Iglesia]]; del [[concilio provincial]] para una [[provincia eclesiástica]]; del [[obispo]] para su [[diócesis]]; del [[prelado]] ''nullius'' para los territorios cuasi diocesanos; y de los prelados regulares para las órdenes religiosas.  Además, puede excomulgar cualquiera que, en virtud de su cargo, aun cuando sea delegado, tiene jurisdicción contenciosa en el foro externo; por ejemplo, los [[legado]]s papales, los [[vicario]]s capitulares y los [[vicario general | vicarios generales]].  Pero un [[parroquia | párroco]] no puede infligir esta pena, ni siquiera declarar que se ha incurrido en ella, es decir, él no puede hacerlo en forma oficial y judicial.  Los sujetos de estas diversas autoridades son los que se hallan bajo su jurisdicción sobre todo debido a domicilio o cuasi-domicilio en su territorio; luego debido a la infracción cometida mientras esté en ese territorio; y por último debido a [[derecho]] personal, como en el caso de regulares.
  
 
==¿Quién puede ser excomulgado?==
 
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Nociones generales y resumen histórico

Excomunión ( latín ex, fuera de, y communio o communicatio, comunión ---exclusión de la comunión), la censura principal y más severa, es una pena medicinal y espiritual que priva al cristiano culpable de toda participación en las bendiciones comunes de la sociedad eclesiástica. Siendo una pena, supone la culpabilidad; y siendo la pena más grave que la Iglesia puede infligir, naturalmente supone una ofensa muy grave. Es también una pena medicinal en lugar de vengativa, pues está destinada no tanto a castigar al culpable, sino a corregirlo y a traerlo de nuevo a la senda de la rectitud. Necesariamente, por lo tanto, contempla el futuro, ya sea para evitar la repetición de determinados actos culpables que tienen graves consecuencias externas, o, más especialmente, para inducir al delincuente a satisfacer las obligaciones contraídas por su ofensa. Su objeto y su efecto es la pérdida de la comunión, es decir, los beneficios espirituales compartidos por todos los miembros de la sociedad cristiana; por lo tanto puede afectar sólo a los que por el bautismo han sido admitidos en la sociedad. Indudablemente, pueden existir y existen otras medidas penales que implican la pérdida de determinados derechos fijos; entre ellas están otras censuras, por ejemplo, la suspensión para los clérigos, el interdicto para los clérigos y laicos, la irregularidad ex delicto, etc.

Sin embargo, la excomunión se distingue claramente de estas sanciones en que es la privación de todos los derechos derivados de la condición social del cristiano como tal. La persona excomulgada, es cierto, no deja de ser cristiano, puesto que su bautismo no se puede borrar; sin embargo, puede considerarse como un exiliado de la sociedad cristiana y como no existente, por un tiempo al menos, en la vista de la autoridad eclesiástica. Pero tal exilio puede tener final (y la Iglesia lo desea), tan pronto como el ofensor haya dado satisfacción adecuada. Mientras tanto, su situación ante la Iglesia es la de un extraño. No podrá participar en el culto público, ni recibir el Cuerpo de Cristo o cualquiera de los Sacramentos. Por otra parte, si es un clérigo, le está prohibido administrar un rito sagrado, o ejercer un acto de autoridad espiritual.

Derecho de la Iglesia a excomulgar

El derecho a excomulgar es una consecuencia inmediata y necesaria del hecho de que la Iglesia es una sociedad. Cada sociedad tiene el derecho a excluir y privar de sus derechos y ventajas sociales a sus miembros indignos o gravemente culpables, ya sea temporal o permanentemente. Este derecho le es necesario a cada sociedad a fin de que esté bien administrada y sobreviva. La prueba fundamental, por lo tanto, del derecho de la Iglesia a excomulgar está basado en su estatus de una sociedad espiritual, cuyos miembros, gobernados por la autoridad legítima, buscan uno y el mismo fin a través de los medios adecuados. Los miembros que, por su desobediencia obstinada, rechacen los medios para alcanzar este objetivo común merecen ser removidos de tal sociedad. Este argumento racional es confirmado por los textos del Nuevo Testamento, el ejemplo de los Apóstoles, y la práctica de la Iglesia desde los primeros siglos hasta el presente. Entre los judíos, la exclusión de la sinagoga era una excomunión real (Esdras 10,8). Esta era la exclusión temida por los padres del ciego de nacimiento ( Juan 9,21 ss; cf. 12,42; 16,2), también lo mismo que Cristo predijo a sus discípulos ( Lc. 6,22). Es también la exclusión que la Iglesia cristiana debe ejercer a su debido tiempo: "Y si no quiere oír a la Iglesia sea para ti como el gentil y el publicano" ( Mt. 18,17). En el célebre texto: "Todo lo que ates en la tierra, será atado en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, será desatado en los cielos" (Mt. 18,18; cf. 16,19), no sólo se refiere a la remisión de los pecados, sino también a toda jurisdicción espiritual, incluso sanciones de carácter judicial y penal. Ésta, por otra parte, fue la jurisdicción conferida a San Pedro con las palabras: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" (Jn. 21,15.16.17). San Pablo excomulgaba regularmente a los corintios incestuosos (1 Cor. 5,5) y a los blasfemos incorregibles, a los que entregaba a Satanás (1 Tim. 1,20). Fieles a la enseñanza y ejemplos apostólicos, desde las épocas más tempranas la Iglesia solía excomulgar a los herejes y personas contumaces; desde el siglo IV numerosos cánones conciliares numerosos pronunciaban la excomunión contra los culpables de ciertas ofensas; no puede haber duda sobre los hechos (Seitz, Die Heilsnotwendigkeit der Kirche, Friburgo, 1903).

Excomunión no sólo externa

En los primeros siglos del cristianismo no siempre era fácil distinguir entre la excomunión y la exclusión penitencial; para diferenciarlas satisfactoriamente debemos esperar a la decadencia de la institución de la penitencia pública y la separación bien definida entre las cosas pertenecientes al forum internum, o tribunal de conciencia y el forum externum o tribunal eclesiástico público. Sin embargo, la admisión de un pecador a la realización de la penitencia pública fue consecuencia de una verdadera excomunión anterior. Por otro lado, la exclusión formal de recepción de la Eucaristía y los demás sacramentos era sólo una excomunión mitigada e idéntica con la excomunión menor (véase más adelante). De todos modos, en los primeros siglos la excomunión no se consideraba una medida externa simple; llegaba al alma y a la conciencia. No era meramente la ruptura del vínculo externo que ata al individuo a su lugar en la Iglesia, sino que rompe también el vínculo interno, y la sentencia pronunciada en la tierra es ratificada en el cielo. Es la espada espiritual, la mayor pena que la Iglesia puede infligir (ver los textos patrísticos citados en el Decreto de Graciano, cc. XXXI, XXXII, XXXIII, s. XI, q. III). De ahí que el Papa León X en su Bula "Exsurge Domine" (16 de mayo de 1520), condenó justamente la vigésimo tercera proposición de Lutero, según la cual "las excomuniones son castigos meramente externos, que no privan a un hombre de la oración espiritual común de la Iglesia". Pío VI condenó también (Auctorem Fidei, 28 de agosto de 1794) la proposición cuadragésimo sexto del Pseudo-Sínodo de Pistoia, que sostenía que el efecto de la excomunión es sólo exterior, debido a que por su propia naturaleza sólo excluye de la comunión exterior con la Iglesia, como si, dijo el Papa, la excomunión no fuera una pena espiritual vinculante en el cielo y que afecta a las almas. La antedicha proposición fue, por lo tanto, condenada como falsa, perniciosa, ya reprobada en la vigésimo tercera proposición de Lutero, y, por decir lo menos, errónea. Sin duda, la Iglesia no puede (ni quiere) poner ningún obstáculo a las relaciones internas del alma con Dios; incluso ella implora a Dios que conceda la gracia del arrepentimiento a los excomulgados. Sin embargo, los ritos de la Iglesia son siempre el canal providencial y regular a través del cual se transmite la gracia divina a los cristianos; la exclusión de estos ritos, sobre todo de los Sacramentos, implica por lo tanto regularmente la privación de esta gracia, a cuyas fuentes la persona excomulgada deja de tener acceso.

Historia de la excomunión

Si bien la excomunión ocupa el primer lugar entre las censuras eclesiásticas, existía mucho antes de que surgiera cualquier clasificación de ese tipo. Desde los primeros días de la sociedad cristiana fue la principal (si no la única) pena eclesiástica para los laicos; para los clérigos culpables el primer castigo era la deposición de su cargo, es decir, la reducción a las filas de los laicos. Posteriormente, cuando la disciplina eclesiástica permitió más fácilmente a los clérigos reanudar su ministerio, la antigua deposición se convirtió en suspensión; a partir de entonces, incluso los clérigos estaban sujetos a la excomunión, en la que perdían a la vez sus derechos como cristianos y como clérigos. A partir de entonces tanto los laicos como los clérigos eran amenazados o castigados con la excomunión para las ofensas que cada día se volvían más definidas y numerosas, en particular por rechazar la obediencia a los preceptos eclesiásticos especiales o a las leyes generales de la Iglesia. Una vez que el forum externum, o tribunal eclesiástico público, era separado claramente del forum sacramentale, o tribunal de la penitencia sacramental, digamos desde el siglo IX en adelante, la excomunión se volvió gradualmente un medio cada vez más poderoso del gobierno espiritual, una especie de medida coercitiva para garantizar el fiel cumplimiento de las leyes de la Iglesia y de los preceptos de sus prelados. La excomunión era amenazada o infligida con el fin de garantizar la observancia de ayunos y fiestas, el pago del diezmo, la obediencia a los superiores, la denuncia de los culpables; también para obligar a los fieles a dar a conocer a la autoridad eclesiástica los impedimentos matrimoniales y otra información.

Abuso

Esta ampliación del uso de la excomunión dio lugar a abusos. La imposición de tan grave pena para ofensas de tipo menos grave y muy frecuentemente imposibles de comprobar ante la autoridad eclesiástica pública, engendró finalmente en un desprecio hacia la excomunión. En consecuencia, el Concilio de Trento se vio obligado a recomendar a todos los obispos y prelados más moderación en el uso de las censuras (Ses. XXV, c. III, De ref.). El pasaje es demasiado importante para ser omitido aquí:

"Aunque la espada de la excomunión es el nervio mismo de la disciplina eclesiástica, y muy saludable para mantener a la gente en la observancia de su deber, sin embargo, debe utilizarse con sobriedad y gran circunspección; ya que la experiencia enseña que si es manejada con ligereza o por causas leves, es más despreciada que temida, y obra más mal que bien. Por lo cual, tales excomuniones que suelen ser dictadas con el fin de provocar una revelación, o debido a cosas perdidas o robadas, no debe ser emitida por otro que no sea el obispo; y no después, excepto debido a alguna circunstancia poco común que mueva al obispo a ello, que él haya sopesado la cuestión madura y diligentem".

A continuación siguen medidas igualmente explícitas para el uso de las censuras en asuntos judiciales. Esta recomendación del Concilio de Trento ha sido debidamente tenida en cuenta, y el uso de la censura como medio de coerción se ha vuelto cada vez más raro, tanto más cuanto que casi nunca es posible que la Iglesia obtenga del poder civil la ejecución de dichas sanciones .

Número excesivo de excomuniones

En el transcurso del tiempo, también, el número de excomuniones canónicas se multiplicó excesivamente, lo cual, unido a su desuso frecuente, hacía difícil saber si muchas de ellos estaban siempre en vigor. La dificultad fue mayor a medida que un gran número de estas excomuniones fueron reservadas, por cuya razón los teólogos con mucha ingenuidad interpretaron favorablemente dicha reserva y permitieron que la mayoría de los fieles para obtuviera la absolución, sin presentarse a Roma, o incluso sin escribir allí. En los últimos tiempos ha disminuido grandemente el número de excomuniones en vigor, y se ha inaugurado un nuevo método de absolver de ellas; sin duda hallará un lugar en la nueva codificación del derecho canónico que está siendo preparada (1907). Así, sin cambio de naturaleza, la excomunión in foro externo se ha convertido en una sanción excepcional, reservada para delitos muy graves nocivos para la sociedad cristiana; in foro interno se ha reducido y mitigado, al menos respecto a las condiciones para la absolución de la misma. Sin embargo, como se puede ver fácilmente de una lectura atenta de las excomuniones actualmente en vigor, sigue siendo cierto que a lo que la Iglesia apunta no es tanto al crimen como a la satisfacción a obtenerse del culpable como consecuencia de su delito.

Rechazo de la comunión eclesiástica

Por último, la excomunión real no debe confundirse con una medida bastante frecuente anteriormente, e incluso a veces conocida como la excomunión, pero que fue más bien un rechazo de la comunión episcopal. Fue la negativa de un obispo a comunicarse in sacris con otro obispo y su iglesia, en consideración a un acto considerado reprobable y digno de castigo. Fue, sin duda, con esta retirada de la comunión que el Papa Víctor I amenazó (o realmente castigó) a los obispos de Asia en la controversia pascual ( Eusebio, Hist. Eccl., V, XXIV); y fue sin duda la medida a la recurrió San Martín de Tours cuando se negó a comunicarse con los obispos españoles que provocaron que el emperador Maximino condenara a muerte al hereje Prisciliano con algunos de sus partidarios (Sulpicio Severo, Dial., III, 15). Por otra parte, en los primeros tiempos del cristianismo los concilios imponían una privación de la comunión similar como pena a los obispos culpables de ciertas faltas de menor importancia; el ejemplo más frecuente es el de los obispos que, sin justa causa, descuidaron asistir al concilio provincial (así los Concilios de África | concilios de Cartago]], 401, can. XI; Agde, 506, can. XXXV; Tarragona, 516, can. VI; II Mâcon, 585, can. XX, etc). Evidentemente, estos obispos no fueron excomulgados propiamente hablando, sino que siguieron gobernando sus diócesis y realizaban servicios eclesiásticos públicos; simplemente se vieron privados, como dicen los antedichos textos, del consuelo de la comunión con sus hermanos obispos.

Clases de excomunión

(1) Mayor y menor

Hasta fines del siglo XIX la excomunión era de dos clases: mayor y menor:

(a) Los canonistas y Gregorio IX (cap. LIX, De sent. exc., lib. V, tit. XXXIX) definen uniformemente la excomunión menor como la prohibición de recibir los Sacramentos, lo que los teólogos llaman el uso pasivo de los sacramentos. Con el fin de recibir la Eucaristía y los demás sacramentos, los que habían incurrido en esta pena tenían que ser absueltos de la misma; como no era reservada, esto podía ser hecho por cualquier confesor. Indirectamente, sin embargo, suponía otras consecuencias. El derecho canónico (cap. X, De cler. Excomm. Ministrante, lib. V, tit. XXVII) enseñaba que el sacerdote que celebra la Misa mientras está bajo la prohibición de la excomunión menor peca gravemente; también peca igualmente al administrar los Sacramentos; y finalmente, que mientras él puede votar por otros, él mismo es inelegible para un cargo canónico. Esto se comprende fácilmente si recordamos que se presumía que el clérigo así excomulgado estaba en estado de pecado grave, y que tal estado es un obstáculo para la celebración lícita de la Misa y la administración de los Sacramentos. La excomunión menor era realmente idéntica con el estado del penitente de tiempos antiguos que, antes de su reconciliación, era admitido a la penitencia pública. Se incurría en la excomunión menor al sostener relaciones sexuales ilícitas con el excomulgado, y al principio no se hacía excepción con cualquier clase de personas excomulgadas.

Sin embargo, debido a los múltiples inconvenientes que surgían de este estado de cosas, especialmente después que las excomuniones se habían vuelto tan numerosas, el Papa Martín V, mediante la Constitución "Ad scandala evitanda" (1418), limitó la antedicha relación sexual ilícita a la realizada con los que fueron formalmente nombrados como personas que debían ser eludidas y que eran conocidas por lo tanto como vitandi ( latín, vitare, eludir), también con aquellos que eran notoriamente culpables de golpear a un clérigo. Pero a medida que esta doble categoría se redujo grandemente en los tiempos modernos, se prestó poca atención a la excomunión menor, y, finalmente, dejó de existir después de la publicación de la Constitución " Apostolicae Sedis". Esta declaró que quedaban abolidas todas las excomuniones latae sententiae que no mencionó, y como guardaba silencio sobre la excomunión menor (por su propia naturaleza una excomunión latae sententiae de un tipo especial), los canonistas concluyeron que la excomunión menor ya no existía. Esta conclusión fue ratificada formalmente por el Santo Oficio (06 de enero de 1884, ad 4).

(b) La excomunión mayor, que sigue siendo hoy el único tipo en vigor, es por lo tanto el tipo del que tratamos más adelante, y al que se aplica plenamente nuestra definición. Anatema es una especie de excomunión agravada, de la que, sin embargo, no difiere en esencia, sino simplemente en la cuestión de las solemnidades especiales y la demostración exterior.

(2) A jure y ab homine

Excomunión es a jure (por ley) o ab homine (por un acto judicial del hombre, es decir, por un juez). La primera es proporcionada por la propia ley, que declara que todo aquel que haya sido culpable de un delito definido incurrirá en la pena de excomunión. La segunda es causada por un prelado eclesiástico, ya sea cuando emite una orden grave bajo pena de excomunión o cuando impone esta pena por sentencia judicial y después de un juicio penal.

(3) Latæ y Ferendæ Sententiæ

La excomunión, sobre todo a jure, es latæ o ferendæ sententiæ. Se incurre en la primera tan pronto se comete el delito y por razón del delito en sí mismo (eo ipso) sin intervención de ningún juez eclesiástico; se reconoce en los términos utilizados por el legislador, por ejemplo: "el culpable será excomulgado enseguida, por el hecho mismo [statim, ipso facto]". El segundo es de hecho prevista en la ley como una pena, pero se inflige al culpable sólo por una sentencia judicial; es decir, el delincuente es más bien amenazado que visitado con la pena, e incurre en ella sólo cuando el juez le ha citado a comparecer ante su tribunal, le declara culpable y lo castigó con arreglo a los términos de la ley. Se reconoce cuando la ley contiene estas o parecidas palabras: "bajo pena de excomunión", "el culpable será excomulgado".

(4) Pública y oculta

La excomunión ferendæ sententiæ sólo puede ser pública, puesto que debe ser objeto de una sentencia declaratoria pronunciada por un juez; pero la excomunión latae sententiae puede ser pública u oculta. Es pública a través de la publicidad de la ley cuando es impuesta y publicada por la autoridad eclesiástica y también a través de la notoriedad de los hechos cuando el delito cometido es conocido por la mayoría en la localidad, como en el caso de aquellos que han hecho violencia a los clérigos públicamente, o de los compradores de propiedad eclesiástica. Por el contrario, la excomunión es oculta cuando el delito implicado no es conocido por nadie o casi nadie. La primera es válida en el fuero externo y por consiguiente en el fuero de la conciencia; la segunda es válida sólo en el fuero de la conciencia. La diferencia práctica es muy importante. El que ha incurrido en excomunión oculta debe tratarse a sí mismo como excomulgado y debe ser absuelto a la mayor brevedad posible, mediante la sumisión a cualesquiera condiciones que se le impongan, pero esto sólo en el tribunal de la conciencia; no está obligado a denunciarse ante un juez ni a abstenerse de actos externos relacionados con el ejercicio de la jurisdicción, y podrá solicitar la absolución sin darse a conocer ya sea en la confesión o a la Penitenciaría Sagrada. Según la enseñanza de Benedicto XIV (De synodo, X, I, 5), "en el fuero externo siempre es necesaria una sentencia declarativa de la infracción, ya que este tribunal no presume que alguien esté excomulgado a menos que haya sido convicto por un crimen que implique tal sanción". Por otro lado, la excomunión pública se elimina sólo por una absolución pública; cuando es cuestión de simple publicidad del hecho (vea arriba), la absolución, si bien no es judicial, sin embargo es pública, en la medida en que se da a una persona conocida y aparece como un acto del foro externo.

(5) Vitandi y tolerati

La excomunión pública en foro externo tiene dos grados de acuerdo a si ha sido publicada formalmente o no, o, en otras palabras, según las personas excomulgadas vayan a ser rechazadas (vitandi) o toleradas (tolerati). Una excomunión publicada formalmente o nominativa se produce cuando la sentencia ha sido puesta en conocimiento del público mediante una notificación del juez, indicando el nombre de la persona así castigada. No se requiere ningún método especial para esta publicación; de acuerdo con el Concilio de Constanza (1414-18), basta con que "el juez haya publicado o dado a conocer la sentencia en una forma especial y expresa". Las personas así excomulgadas han de ser eludidas (vitandi), es decir, los fieles no deben interactuar con ellos ya sea en lo que respecta a las cosas sagradas o (hasta cierto punto) en materias profanas, como veremos más adelante.

Todas las demás personas excomulgadas, aunque sean conocidas, son tolerati, es decir, la ley ya no obliga a los fieles a abstenerse de interactuar con ellos, incluso en materia religiosa. Esta distinción data de la antedicha Constitución "Ad evitanda scandala", publicada por el Papa Martín V en el Concilio de Constanza en 1418; hasta entonces uno tenía que evitar la comunión con todos los excomulgados, una vez se conociesen como tal. Martín V dijo como sigue:

"Para evitar el escándalo y numerosos peligros y para aliviar las conciencias timoratas, por este medio le concedemos misericordiosamente a todos los fieles que en adelante nadie debe abstenerse de comunicarse con otro en la recepción o administración de los Sacramentos, o en otros asuntos divinos o profanos, bajo pretexto de cualquier sentencia o censura eclesiástica, ya sea promulgado en forma general por la ley o por un juez, ni evitar a alguien quienquiera que sea, ni observar un interdicto eclesiástico, excepto cuando esta sentencia o censura haya sido publicada o dada a conocer por el juez en forma especial y expresa, en contra de alguna persona, colegio, universidad, iglesia, comunidad o lugar determinado y específico."

Pero mientras que las personas notoriamente excomulgadas ya no son vitandi, el Papa hace una excepción de aquellos que han "incurrido en la pena de excomunión debido a la violencia sacrílega contra un clérigo, y tan notoriamente que el hecho no puede de ninguna manera ser disimulado o excusado". Declara, además, que no ha hecho esta concesión a favor de los excomulgados, cuya condición no ha cambiado, sino únicamente para el beneficio de los fieles. Por lo tanto, en virtud de la ley eclesiástica, estos últimos ya no necesitan privarse de la interacción con aquellos excomulgados que son "tolerados". En cuanto a los vitandi, ahora reducidos a las dos antedichas categorías, deben ser evitados por los fieles como antes. Es de señalar ahora que se ha suprimido la excomunión menor incurrida anteriormente por estas relaciones prohibidas; también, el de la excomunión mayor infligida a ciertos actos definidos de comunión con los vitandi. La Constitución "Apostolicae Sedis Moderationi" (II, 16, 17) conserva sólo dos: la infligida a cualquiera de los fieles por la participación en un crimen que ha merecido la excomunión nominativa por el Papa, y la que se pronuncia contra clérigos sólo por la comunión espontánea y consciente in sacris con personas a las que el Papa ha excomulgado por su nombre. Además, aquellos a quienes el obispo ha excomulgado por su nombre son tan vitandi como lo son los excomulgados de igual forma por el Papa.

(6) Reservada y no reservada

Finalmente la excomunión es reservada o no reservada. Esta división afecta la absolución de la censura. En el foro interno cualquier confesor puede absolver de una excomunión no reservada; pero aquellas que son reservadas sólo pueden ser remitidas, excepto por indulto o delegación, por aquellos a quienes la ley les reserva la absolución. Hay una distinción entre excomuniones reservados al Papa (que se divide en dos clases, según la cual les sean reservadas simple o especialmente) y aquellas reservados a los obispos o a los ordinarios. En cuanto a las excomuniones ab homine, la ley le reserva su absolución al juez que las infligió. En cierto sentido las excomuniones también pueden ser reservadas en vista de las personas que incurrieron en ellas; así la absolución de las excomuniones in foro externo efectuadas por los obispos están reservadas al Papa; de nuevo, la costumbre le reserva al Papa la excomunión de los soberanos.

¿Quién puede excomulgar?

La excomunión es un acto de jurisdicción eclesiástica, cuya normativa es como sigue: De ahí el principio general: quienquiera que tenga jurisdicción en el foro externo, propiamente dicho, puede excomulgar, pero sólo a sus propios súbditos. Por lo tanto, las excomuniones, ya sean a jure (por la ley) o ab homine (bajo forma de sentencia o precepto), pueden venir sólo del Papa o de un concilio general para toda la Iglesia; del concilio provincial para una provincia eclesiástica; del obispo para su diócesis; del prelado nullius para los territorios cuasi diocesanos; y de los prelados regulares para las órdenes religiosas. Además, puede excomulgar cualquiera que, en virtud de su cargo, aun cuando sea delegado, tiene jurisdicción contenciosa en el foro externo; por ejemplo, los legados papales, los vicarios capitulares y los vicarios generales. Pero un párroco no puede infligir esta pena, ni siquiera declarar que se ha incurrido en ella, es decir, él no puede hacerlo en forma oficial y judicial. Los sujetos de estas diversas autoridades son los que se hallan bajo su jurisdicción sobre todo debido a domicilio o cuasi-domicilio en su territorio; luego debido a la infracción cometida mientras esté en ese territorio; y por último debido a derecho personal, como en el caso de regulares.

¿Quién puede ser excomulgado?

Efectos de la excomunión

Absolución de la excomunión

Excomunión Latæ Sententiæ ahora en vigencia

Bibliografía: Los canonistas usualmente hablan de la excomunión en sus comentarios sobre el Corpus Juris Canonici, en el título De sententia excommunicationis (lib. V, tit. XXXIX). Los moralistas tratan sobre ella a propósito del tratado sobre censuras (De Censuris). Una de las mejores obras es la de D'ANNIBALE Summula Theologiæ moralis (5ta. ed., Roma, 1908). Para detalles consulte los numerosos comentarios sobre la Constitución Apostolicæ Sedis. Obras especiales por escritores antiguos: AVILA, De censuris (Lión, 1608); SUÁREZ, De censuris (Coimbra, 1603). ALTIERI, De censuris ecclesiasticis (Roma, 1618). — Cf. KOBER, Der Kirchenbann (Tübingen, 1857): IDEM en Kirchenlex., s.v. Bann; HOLLWECK, Die kirchlichen Strafgesetze (Magucia, 1899); HILARIO DE SEXTEN, De censuris (Maguncia, 1898); MÜNCHEN, Das kanonische Gerichtsverfahren und Strafrecht (Colonia, 1874); TAUNTON, The Law of the Church (Londres, 1906), s.v. Excommunication; SMITH, Elements of Ecclesiastical Law (Nueva York, 1884); SANTI-LEITNER, Pr lect. Jur. Canonici (Nueva York, 1905), V, 210-15; LEGA, De Judiciis Eccl. (Roma, 1900).

Fuente: Boudinhon, Auguste. "Excommunication." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/05678a.htm>.

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