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Jueves, 28 de marzo de 2024

Diferencia entre revisiones de «Edith Stein: Muerte y resurrección del Estado»

De Enciclopedia Católica

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(Misión del Estado)
 
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[[Archivo:STEIN.jpg|300px|thumb|left|]][[Archivo:4acdf9a16c56f9ddb3f5a77143fa9d51.jpg|300px|thumb|left|Hindemburg llama a la Cancillería a Adolfo Hitler]][[Archivo:St. Edith Stein (icon).jpg|300px|thumb|left|]][[Archivo:Bundesarchiv Bild 183-H1216-0500-002, Adolf Hitler.jpg|300px|thumb|left|El tirano Adolfo Hitler]][[Archivo:Edith2-ed.jpg|300px|thumb|left|]][[Archivo:Puerta-de-brandemburgo-tras-segunda-guerra-mundial.jpg|300px|thumb|left|]][[Archivo:Bundesarchiv B 145 Bild-F078072-0004, Konrad Adenauer.jpg|300px|thumb|left|Konrad Adenauer, Padre de la Alemania moderna]][[Archivo:Helmut Kohl und William S. Cohen (headshot).jpg|300px|thumb|left|Canciller Helmut Kohl, reunificador de Alemania.DoD photo by Helene C. Stikkel - Derivado de File:Helmut Kohl und William S. Cohen.jpg http://www.defenselink.mil; exact source]][[Archivo:Brandenburg-Gate.jpg|300px|thumb|left|Portada de Brandengurgo, símbolo de la restauración germana. Fuente [http://www.anayatouring.com/blog/2012/12/20/en-berlin-siempre-hay-alternativas/] anaya touring ]]
 
[[Archivo:STEIN.jpg|300px|thumb|left|]][[Archivo:4acdf9a16c56f9ddb3f5a77143fa9d51.jpg|300px|thumb|left|Hindemburg llama a la Cancillería a Adolfo Hitler]][[Archivo:St. Edith Stein (icon).jpg|300px|thumb|left|]][[Archivo:Bundesarchiv Bild 183-H1216-0500-002, Adolf Hitler.jpg|300px|thumb|left|El tirano Adolfo Hitler]][[Archivo:Edith2-ed.jpg|300px|thumb|left|]][[Archivo:Puerta-de-brandemburgo-tras-segunda-guerra-mundial.jpg|300px|thumb|left|]][[Archivo:Bundesarchiv B 145 Bild-F078072-0004, Konrad Adenauer.jpg|300px|thumb|left|Konrad Adenauer, Padre de la Alemania moderna]][[Archivo:Helmut Kohl und William S. Cohen (headshot).jpg|300px|thumb|left|Canciller Helmut Kohl, reunificador de Alemania.DoD photo by Helene C. Stikkel - Derivado de File:Helmut Kohl und William S. Cohen.jpg http://www.defenselink.mil; exact source]][[Archivo:Brandenburg-Gate.jpg|300px|thumb|left|Portada de Brandengurgo, símbolo de la restauración germana. Fuente [http://www.anayatouring.com/blog/2012/12/20/en-berlin-siempre-hay-alternativas/] anaya touring ]]
= Resumen =
 
  
El autor estudia aquí el pensamiento de la Bienaventurada Edith Stein sobre el Estado: su naturaleza, su misión, su génesis, sus valores y su muerte y resurrección posibles. tal como se ha constatado en el caso de Alemania y de Israel.
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http://www.philosophie-droit.asso.fr/APDpourweb/159.pdf
  
En 1925, Edith Stein publicaba - en el Anuario de la Escuela Fenomenológica Alemana - una Investigación sobre el Estado, <<Eine Untersuchung über den Staa>>. Philibert Sécretan la tradujo al francés en 1989.
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Edith Stein et l’État
 
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Père Bertrand de MARGERIE, S. J.
De esta obra austera, difícil de leer por momentos, trataremos de presentar algunas articulaciones principales: ¿Cuál es la esencia del Estado?. ¿Cuál es su misión? ¿Cómo nace un Estado? ¿Cuáles son sus relaciones con los valores religiosos? ¿De qué manera puede morir? Junto a la exposición del pensamiento de Edith Stein, nos preguntaremos cómo conviene apreciarlo a la luz de doctores católicos como [[Santo Tomás de Aquino]] y J. Maritain.
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Membre de l’Académie pontificale romaine de saint Thomas d’Aquin
 
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RÉSUMÉ. — L’auteur étudie ici la pensée de la Bienheureuse Edith Stein sur l’État, la
= Naturaleza del Estado =
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nature, sa mission, sa genèse, ses valeurs et sa mort et sa résurrection possible comme
 
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on l’a constaté dans le cas de l’Allemagne et d’Israël.
Edith Stein profundizó este tema bajo la influencia, entre otros, de Max Scheler, de quien había sido alumna, y de Adolph Reinach, fenomenólogo de la realidad del Estado bajo la óptica del Derecho Civil.
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En 1925, Edith Stein publiait dans l’Annuaire de l’École phénoménologique allemande une Recherche sur l’État, Eine Untersuchung über den Staat. Philibert Secrétan
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l’a traduite en français en 1989.
Santa Edith Stein hace distinción entreel Estado y la masa; y entre de la comunidad y  la sociedad. El Estado no es la masa, asociación elemental, que dura tanto como dura el contacto efectivo entre los individuos que la componen, y que se disuelve una vez que ese contacto cesa. (p. 37-38). No existe ninguna función espiritual en la masa.
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De cet ouvrage austère, par moments difficile à lire, nous essayerons de présenter ici
 
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quelques articulations principales : quelle est l’essence de l’État, quelle est sa mission,
Los Estados se construyen sobre la base de una vida de comunidad (p.38-40). En la comunidad nos encontramos en presencia de un ente específicamente fundado en espíritu y caracterizado por una vida en común, pero, con el cual, ningún individuo coincide totalmente (como es el caso de los individuos que viven en masa) con lo vivido colectivamente: cada cual siente que pertenece a una comunidad que, por su lado, es sujeto de una vida propia.El Estado no es una sociedad, variante racional de la comunidad, donde los individuos son unos para otros objetos más que sujetos (39-40).
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comment naît un État, quels sont ses rapports avec les valeurs religieuses, de quelle manière peut-il mourir ? Tout en exposant la pensée d’Edith Stein, nous nous demanderons
 
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comment il convient de l’apprécier à la lumière de docteurs catholiques comme Thomas
Lo más específico de la comunidad estatal es la autosuficiencia, llamada por [[Aristóteles]] autarquía: “conjunto de personas asociadas en una comunidad de vida para formar un todo que se basta a sí mismo”. La autarquía tiene su correspondiente más preciso en la noción moderna de Soberanía, aunque las dos nociones no se corresponden enteramente (p. 42).
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d’Aquin et J. Maritain.
 
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I. — NATURE DE L’ÉTAT
La esencia del Estado es el poder, si se entiende por poder la capacidad de conservar la autonomía del Estado. La existencia del Estado tiene por condición un poder estatal originado en sí mismo y reconocido; es decir en capacidad de imponer este reconocimiento.
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Edith Stein approfondit ce thème sous l’influence, entre autres, de Max Scheler, dont
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elle avait été l’élève, et de Adolph Reinach, phénoménologue de la réalité de l’État par le
He ahí la soberanía (p.13, 16-17). Santa Edith Stein no admite, por tanto, la tesis contractualista según la cual el Estado es una creación arbitraria, que tiene por fundamento un contrato entre individuos (p.39).  
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biais du droit civil.
 
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Distinguons avec Edith l’État de la masse, de la communauté et de la société. L’État
Sin embargo, los individuos que componen el Estado constituyen una comunidad mantenida más por la amistad que -dice Aristóteles- por la justicia: esta amistad (philia) significa conciencia comunitaria.Pero este nexo existencial no es, sin embargo, exigido por la estructura estatal: un conjunto de personas y cierto tipo de relación entre ellas.
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n’est pas la masse, association élémentaire, qui n’existe qu’aussi longtemps que les individus qui la composent sont effectivement en contact et qui se dissout dès que ce
 
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contact cesse (p. 37-38). Aucune fonction spirituelle dans la masse.
Para situar mejor el pensamiento de Santa Edith Stein en lo que concierne a estas grandes categorías (pueblo, comunidad, sociedad, Estado), y para percibir mejor su diferencia, recordemos algunas definiciones posteriores y parcialmente convergentes de Maritain en <<El Hombre y el Estado>> (<<L’homme et L’Etat>>).
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Les États se construisent sur la base de la vie d’une communauté (p. 38-40) ; dans
 
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la communauté, nous nous trouvons en présence d’un être spécifiquement fondé en
“El Cuerpo político o Sociedad política requerida por la naturaleza, y realizada por la razón es la más perfecta de las sociedades temporales, una realidad enteramente humana que tiende hacia un bien enteramente humano, el bien común. El Estado es solamente esta parte del cuerpo político cuyo objeto especial es mantener la ley, promover la prosperidad común y el orden público, y administrar los asuntos públicos. El estado es parte o instrumento del cuerpo político, investido del poder supremo solamente en virtud y proporción de las exigencias del bien común” (p. 9-13).
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esprit et caractérisé par une vie en commun mais dont aucun individu ne coïncide
 
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totalement (comme c’est le cas des individus vivant en masse) avec le vécu collectif :
 
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chacun se sent appartenir à une communauté qui, de son côté, est sujet d’une vie propre.
El pensamiento de ambos autores parecen distinguirse por matices importantes: Santa Edith Stein parece no insistir sobre el bien común ni sobre la sociedad política; pero un estudio más profundo de su pensamiento podría mostrar que, bajo otros vocablos, ella trata estos mismos puntos. Así, cuando escribe (p. 163) que el Estado “debe ayudar a la comunidad a ser moral”, ¿no está subrayando el bien común como la razón de ser del Estado? Nos encontramos ya en proceso de considerar las finalidades del Estado.
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L’État n’est pas une société, variante rationnelle de la communauté, où les individus
 
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sont plutôt les uns pour les autres des objets, plutôt que des sujets (p. 39-40).
= Misión del Estado =
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130 DROIT ET RELIGION
 
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Le plus spécifique de la communauté étatique est l’autosuffisance, appelée par
Para Santa Edith Stein, el “Derecho necesita un sujeto legislador para entrar en vigor como Derecho; la tarea específica del Estado es la de legislar; la misión propia del Estado consiste en la realización del derecho” (p.147); es decir, de la justicia. Depende del Estado que lo que en sí es justo sea reconocido como derecho en vigor”.
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Aristote autarcie : « ensemble de personnes associées dans une communauté de vie pour
 
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former un tout qui se suffit à lui-même ». L’autarcie a son correspondant le plus précis
Sin embargo, no se excluye que “el derecho positivo establecido por un Estado se aleje del Derecho puro y sea injusto. Un Estado puede sentirse constreñido a denunciar las obligaciones contraídas frente a sus ciudadanos o frente a otros Estados y así el “valor de personalidad” de un Estado concreto dado entra en conflicto con el valor de la [[Justicia]].  
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dans la notion moderne de souveraineté, quoique les deux notions ne se correspondent
 
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pas entièrement (p. 42).
"Un atentado al Derecho puede ser requerido en interés de valores superiores” (p.151). ¿En qué consisten estos valores superiores? La autora parece no indicarlos, tal vez por falta de una visión más clara de las exigencias del bien común universal frente a los Estados particulares.
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L’essence de l’État est le pouvoir, si l’on entend par pouvoir la capacité de maintenir
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l’autonomie de l’État. L’existence de l’État a pour condition un pouvoir étatique s’originant lui-même et reconnu, c’est-à-dire en mesure d’imposer cette reconnaissance. Voilà
Entre los valores que la comunidad organizada en Estado puede ser portadora, están los valores morales de la persona: La tarea de hacer de la comunidad una comunidad moral puede imponer al Estado una obligación  de oponerse a la moral dominante por sus disposiciones legales y de darles como contenido normas morales (p. 163).
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la souveraineté (p. 13, 16-17). Edith Stein n’admet donc pas la thèse contractualiste, selon laquelle l’État est une création arbitraire, ayant pour fondement un contrat entre individus (p. 39).
 
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Cependant les individus qui composent l’État constituent une communauté maintenue par l’amitié plus encore que – dit Aristote – par la justice : cette amitié (philia) signifie conscience communautaire.
En una primera aproximación, los aspectos  aquí señalados del pensamiento de Santa Edith Stein, sobre la misión del Estado, no aparecen suficientemente claros y coherentes. Sin embargo, es importante reconocer que la filósofa recientemente convertida (1922) reúne la tradición filosófica del catolicismo, al predicar el deber que tiene el Estado de realizar lo que el Aquinate llamaba la justicia en general, que incluye la justicia legal. Esta expresión toma en Santa Edith Stein un sentido parcialmente nuevo: el Estado debe asegurar la justicia precisamente promulgando leyes.
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Mais ce lien existentiel n’est cependant pas exigé par la structure étatique de l’État :
 
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un ensemble de personnes et un certain type de relation entre elles.
En efecto, si está permitido desarrollar el pensamiento de Edith Stein en el contexto de la tradición perenne de la filosofía cristiana, y si se recuerda que la ley es un ordenamiento de la razón promulgada para el bien común, se percibirá que la comunidad estatal manifiesta, inseparablemente, su racionalidad y su justicia legislando.  
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Pour mieux situer la pensée d’Edith Stein concernant ces grandes catégories (peuple,
 
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communauté, société, État) et pour mieux percevoir sa différence, rappelons ici quelques
La realización de la justicia en el ejercicio del poder legislativo, presupone la existencia de un bien que sobrepasa el bien de los individuos: El bien común. Si los puntos de vista de Santa Edith Stein analizados hasta aquí son siempre sugestivos, su pensamiento sobre el origen del estado a partir de la comunidad cultural, se muestra más original.
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définitions postérieures et partiellement convergentes de Maritain dans L’homme et
 
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l’État.
= El nacimiento de los Estados en el contexto de las culturas =
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« Le Corps politique ou Société politique requise par la nature et
 
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réalisée par la raison est la plus parfaite des sociétés temporelles, une
Edith Stein se interroga largamente sobre las relaciones entre cultura, pueblo y Estado. Para ella:
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réalité entièrement humaine qui tend vers un bien entièrement humain, le
 
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bien commun ;
“La comunidad de un pueblo sólo puede ser considerada como tal si anima con su espíritu una cultura en donde exprese su carácter específico. Una cultura es un mundo de bienes espirituales. Cada cultura remite a un centro espiritual que es el origen y este centro es una comunidad creadora cuya personalidad repercute a través de todas sus producciones. Sólo un pueblo tiene por esencia la vocación de ser creador de cultura.
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« L’État est seulement cette partie du corps politique dont l’objet
Esta autonomía cultural, continúa nuestra fenomenóloga, por la cual se especifica el pueblo es un extraño reflejo de la soberanía específica del Estado y en alguna manera el fundamento material de esta autonomía formal. Esto aporta alguna claridad sobre la relación pueblo-Estado, el pueblo llama a una organización que le asegure vivir según sus propias leyes” (p.51-52).
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spécial est de maintenir la loi, de promouvoir la prospérité commune et
 
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l’ordre public et d’administrer les affaires publiques ; l’État est partie ou
Para Edith Stein, el Estado necesita un pueblo por fundamento y por justificación interna de su existencia (p.52).
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instrument du corps politique, investi du pouvoir suprême seulement en
Si es cierto que “todos los pueblos no exigen necesariamente constituir un Estado” (p. 52), Edith nos invita a reflexionar sobre el estadio intermedio: la nación. Para ella:
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vertu et proportion des exigences du bien commun » (p. 9-13).
 
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D’importantes nuances paraissent distinguer la pensée des deux auteurs : Edith Stein
“La diferencia entre pueblo y nación reside en esto: la conciencia colectiva depositada en un pueblo accede en la nación a una conciencia refleja; y paralelamente, la nación forma una imagen de su especificidad y la custodia, en tanto que el pueblo simplemente posee esta particularidad, la expresa en su vida y por su trabajo sin estar muy al tanto sobre lo que es y hace, sin ponerlo particularmente en evidencia. Un espíritu nacional auténtico no es entonces posible más que sobre el fondo de una tradición popular; no habita en un pueblo más que una vez que éste ha alcanzado una cierta madurez, tal como un individuo no aprende a conocerse más que en el curso de su vida, sin que pueda decir que antes de esta toma de conciencia no haya tenido ninguna identidad personal” (p.53).
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ne semble pas insister sur le bien commun ni sur la société politique ; mais une étude
 
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plus profonde de sa pensée pourrait montrer que, sous d’autres vocables, elle traite de ces
No obstante, para Edith Stein, el desarrollo popular no siempre termina en una nación (p. 53) cuando el Estado siempre tiene necesidad de una comunidad popular. ¿Por qué? La respuesta de Edith Stein nos es alcanzada al final de su libro: “el fin del Estado y su importancia para la historia no se resumen en el despertar individual a la libertad”, sino más bien en “la creación de la cultura, contenido de la historia”, en “el progreso en el uso de la libertad para la realización de los valores” (p. 168). Porque “el sentido de la historia, es la realización de los valores” (p.170).
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mêmes points. Ainsi, quand elle écrit (p. 163), que l’État doit « aider la communauté à
 
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être morale », le bien commun n’est-il pas souligné comme raison d’être de l’État ?
Edith Stein nos hace participar en su “descubrimiento de la relación entre Estado y cultura” cuando afirma con vigor: “Cuando un nuevo Estado aparece, es o bien el signo que un dominio cultural cerrado en sí se ha dado una forma exterior, lo que remite a un desarrollo cultural que condujo a este resultado,... o bien esto marca el fraccionamiento de un dominio cultural hasta la unidad o a la soldadura de dominios culturales diferentes” (p. 169-170).
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Nous voilà déjà en train de considérer les finalités de l’État.
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II. — MISSION DE L’ÉTAT
Los lectores de Maritain, de quien nada prueba que haya conocido el escrito de nuestra filósofa judía conversa, podrán observar una cierta convergencia entre sus pensamientos (cf. L’Homme et l’Etat, p. 4-6; 3 y ss sobre pueblo, nación y Estado) con una indicación, en la obra de Maritain, de la trascendencia del pueblo sobre el Estado -”el pueblo no es para el Estado”, sino “el Estado es para el pueblo”- que no se ve tan claramente afirmada en Edith Stein. Contrariamente, el rol de la cultura y de su desarrollo como condición de posibilidad de los Estados aparece menos subrayado por el filósofo francés; está, sin embargo presente en su análisis de la Nación “que supone el nacimiento a la vida de la razón y a las actividades de la civilización, a la herencia cultural” y converge nuevamente con Edith Stein cuando afirma: “una Nación es una comunidad de hombres que toman conciencia de ellos mismos tal como la historia los ha hecho, que están atados al tesoro de su pasado” .
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Pour Edith Stein, le « droit nécessite un sujet législateur pour entrer en vigueur
 
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comme droit ; la tâche spécifique de l’État est de légiférer ; la mission propre de l’État
Como la noción de Estado es largamente una noción moderna, hecho que Maritain subraya cuando nos recuerda  que “el término Estado no apareció sino en el curso de la historia moderna”, hace falta, si se quiere relevar el pensamiento del Aquinate sobre el Estado, considerar lo que dice sobre la ciudad, porque -dice Maritain- la “noción de Estado está implícitamente contenida en el antiguo concepto de ciudad, polis, civitas, que significaba esencialmente cuerpo político” .
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[consiste] dans la réalisation du droit » (p. 147), c’est-à-dire de la justice. « C’est de
 
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l’État que dépend que ce qui en soi est juste soit reconnu comme droit en vigueur ».
Ahora bien, Santo Tomás, sin entrar en el problema particular del rol de la cultura en el génesis de la ciudad de una manera explícita, planteó principios cuya explicación nos llevó a reconocer este rol cuando se preguntó sobre el origen de la ciudad. De una parte, para él, la “ciudad es la obra por excelencia elaborada la razón humana; est civitas principalissimum eorum quae humana ratione constitui possunt”  porque “la razón debe imponer su regulación a los hombres mismos y ella ordena numerosos hombres con miras a una sola ciudad: ratio humana multos homines ordinat in unam quamdam civitatem” . Pero santo Tomás es consciente de el hecho de que “el fundador de la Ciudad no puede producir hombres nuevos y debe utilizar lo que ya existe en la naturaleza” ; el Estado es entonces la multitud de hombres organizados en un orden . Como lo precisa su comentador Louis Lachance , la necesidad del estado está implicada en el querer natural de la voluntad que quiere el bien humano completo y, por el hecho mismo, el bien común. De otro lado, el Aquinate nos dice también, comentando siempre a Aristóteles  que “el género humano vive de saber y de razón”, es decir, siguiendo la traducción de Juan Pablo II , de cultura: “la significación esencial de la cultura consiste, según estas palabras de santo Tomás de Aquino (genus humanus arte et ratione vivit) en el hecho que de que ella es una característica de la vida humana como tal. Ahora bien, si se recuerda que para el Aquinate el lenguaje es el signo por excelencia de la racionalidad humana, se percibe de inmediato hasta qué punto –para él- la razón suprema de de la racionalidad humana, a saber la ciudad, el Estado, se enraizaba ya en la cultura y el lenguaje, He ahí, pues, en substancia, cómo santo Tomás entreveía bajo otras categorías lo que Edith Stein debía afirmar más claramente. En otras palabras, podríamos decir que, para una filosofía tomista, la cultura representa la materia que, informada por una voluntad común del bien común, se vuelve Estado dejando brotar la soberanía que lo caracteriza.
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EDITH STEIN ET L’ÉTAT 131
 
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Cependant, il n’est pas exclu que « le droit positif établi par un État s’écarte du droit
= La Soberanía del Estado =
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pur et soit injuste. Un État peut se sentir contraint de dénoncer les obligations contractées envers ses citoyens ou d’autres États et ainsi la "valeur de personnalité" d’un État
 
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concret donné entre en conflit avec la valeur de justice. Une atteinte au droit peut être requise dans l’intérêt de valeurs supérieures » (p. 151).
Hemos visto líneas arriba que Edith Stein creía poder remitir la noción de soberanía del Estado a la autarquía de la ciudad tal como la concebía Aristóteles. Stein nos dice “no poder aceptar la teoría según la cual la soberanía sería un atributo del poder estatal que puede o no tener” (p. 47). El Estado, piensa ella, es la única comunidad que puede tener por característica esencial la soberanía” (p. 47). Se explica: la Iglesia no deja de existir cuando su autoridad es arrebatada por el Estado. Mientras que el “Estado es el último sujeto de todas sus acciones, así como del conjunto del derecho en vigor: el estado tiene el poder de contradecir al interior de su dominio de autoridad, y de otra parte él mismo no está sometido a ninguna otra potencia” (p. 43). Cuando para muchos de nuestros contemporáneos la existencia misma del Estado constituye un límite y un atentado a la libertad de los ciudadanos, para Edith Stein “la soberanía como auto-constitución de una res publica y la libertad del individuo están inseparablemente ligadas... la libertad de los individuos no es suprimida por la voluntad del cuerpo estatal sino es, por el contrario, la condición de su puesta en obra: ella no limita, por tanto, la soberanía” (p 82).
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Que sont ces valeurs supérieures ? L’auteur ne paraît pas l’indiquer, peut-être faute
 
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d’une vision plus claire des exigences du bien commun universel face aux États particuliers.
De ahí “la fragilidad de la situación del Estado” a los ojos de Edith Stein: su naturaleza jurídica, que hace un Estado, no basta para garantizar su existencia. La garantía más fuerte está asegurada por el fundamento extrínseco de la asociación de las persona puesta en forma por el Estado, cuando esta asociación ha existido anteriormente como comunidad y cuando el derecho modela las tendencias de la vida comunitaria. Hay ahí, dice Edith Stein, una condición de la salud y de la vida del Estado (p.82). En otros términos, el Estado soberano es mortal, aunque soberano. Edith Stein profundiza esta fragilidad, esta mortalidad del Estado soberano: las personas que desobedecen al Estado, socavan su existencia, que depende de la obediencia; es decir, podríamos explicitar así el pensamiento de nuestra autora sobre la libertad de los ciudadanos; pero por otra parte los jefes de Estado adoptan un comportamiento nocivo para el Estado alienando las fuerzas espirituales y, si la exigencia del Estado es incompatible con la consciencia, el Estado pierde las bases de su existencia (p. 174-175).
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Parmi les valeurs dont la communauté organisée en État peut être porteuse, il y a les
Eso es como decir que, para Edith Stein, la soberanía del Estado, real en su orden, está lejos de ser absoluta. El Estado soberano del que ella nos habla no es el mismo que analiza Maritain en L’homme et l’Etat o mejor dicho ambos autores coinciden en reconocer los límites de la soberanía . Para Maritain, hace falta rechazar el concepto de soberanía que no es otro que el de absolutismo”  ¡El de Edith Stein es muy diferente!
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valeurs morales de la personne : la tâche de faire de la communauté une communauté
 
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morale peut imposer à l’État une obligation de contrer la morale dominante par ses dispositions légales et de leur donner comme contenu des normes morales (p. 163).
= Estado soberano y valores religiosos=
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En une première approximation, les aspects signalés ici de la pensée d’Edith Stein
 
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sur la mission de l’État ne paraissent pas suffisamment clairs et cohérents. Il est néanmoins important de reconnaître que la philosophe récemment convertie (1922) rejoint la
El Estado, la Persona y Dios
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tradition philosophique du catholicisme en prônant le devoir de l’État de réaliser ce que
 
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l’Aquinate appelait la justice en général, qui inclut la justice légale. Cette expression
El Estado, tal como lo comprende Edith Stein, se encuentra en dependencia de la persona en el ejercicio mismo de su soberanía. Philibert Secrétan analiza bien los alcances del pensamiento de Stein cuando dice que para ella el Estado es una estructura de libertad que merece ser humanizada por personas investidas de su autoridad . Edith Stein dice expresamente: “El Estado, puesto que permanece en la esfera de la libertad, está en sí inacabado y debe recibir de fuera las orientaciones de su actividad. Sus motivaciones se hacen por personas que representan al Estado. Lo que hacen en razón de motivos colectivos concebidos por ellas y no por el Estado debe ser tenidos como actos del Estado, si esto es conforme al sentido del Estado (p. 107 y ss.). Como dice uno de los raros comentadores de nuestro tratado, Paulus Lenz-Médoc, para Edith Stein “la existencia del Estado es puesta entre las manos del hombre y depende, en el fondo, mucho más de su fuerza que no de la del Estado”. Secrétan anota más decisivamente todavía: “para Edith Stein, el Estado se mide en su capacidad de analogía a la persona, categoría fundamental de la realidad” .
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prend chez Edith Stein un sens partiellement nouveau : l’État doit assurer la justice précisément en promulguant des lois.
 
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En effet, s’il est permis de développer la pensée d’Edith Stein dans le contexte de la
De ahí la ligazón entre libertad personal y libertad del Estado: si según Edith Stein, “la vida del Estado se resume en la legislación y en los actos planteados sobre una base jurídica” (p.97) es porque la actividad del Estado es aquella de legisladores personales y libres que ejercen su libertad en la promulgación de las leyes. Edith Stein resume como sigue “la estructura óntica del Estado”: “El Estado es una formación social a cual se agregan personas libres de tal suerte que éstas (todas al límite) dominan sobre las otras en nombre del conjunto” (p.106). Se ve cómo, para Stein, la soberanía y la libertad del Estado es inseparable de la libertad de las personas. ¡Qué lejos nos encontramos de las teorías absolutistas de la soberanía!
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tradition pérenne de la philosophie chrétienne et si l’on se rappelle que la loi est une ordonnance de la raison promulguée pour le bien commun, on percevra que la communauté étatique manifeste inséparablement sa rationalité et sa justice en légiférant. La réalisation de la justice dans l’exercice du pouvoir légistatif présuppose l’existence d’un
 
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bien qui dépasse celui des individus, le bien commun.
Ahora bien, estas personas libres, por las cuales se ejerce la libertad del Estado, son “ante todo”, a los ojos de Stein, seres “sumisos al Soberano supremo” como todo hombre, y esto “primeramente y ante todo”, al punto que ninguna “relación de dominación terrestre puede cambiar nada” (p.171); la palabra del Señor “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” significa, según la futura mártir de Auschwitz, que “El Estado y la obediencia frente a él son queridos por Dios o al menos permitidos por Dios” (p.172).
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Si les points de vue d’Edith Stein analysés jusqu’ici sont toujours suggestifs, sa
 
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pensée sur la genèse de l’État à partir de la communauté culturelle paraît plus originale.
Ciertamente, lo hemos visto, el Estado en sí inacabado depende de las personas a través de las cuales puede llegar a ser reino de Satán o reino de Dios: “un ser exterior al Estado, dice explícitamente Edith Stein (p. 108), puede utilizarlo para sus fines, que bien puede ser Dios o Satán”. Ella se explica: “la idea de Estado no excluye que la divina providencia asigne a un Estado una misión particular en la historia de la humanidad. Pero no hace falta imaginar que esta misión del Estado haya sido inscrita por Dios en la idea del Estado. Solamente es posible que Dios encuentre que el Estado puede servir en la realización de sus designios”.
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III. — LA NAISSANCE DES ÉTATS
 
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DANS LE CONTEXTE DES CULTURES
Comprendamos bien el sentido de este texto: todo Estado tiene, a los ojos de Edith Stein, una misión de origen últimamente divina y es aquella de asegurar la justicia, de promulgar leyes; pero ciertos Estados han podido, en el curso de la historia, recibir misiones particulares, uniéndolos cada vez más a la misión de la Iglesia. Sin embargo, lo que Edith Stein llama “la estructura óntica del Estado” es laica, a los ojos de nuestra filósofa.
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Edith Stein s’interroge longuement sur les relations entre culture, peuple et État.
 
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Pour elle :
Para nuestra conversa, “el Estado no es portador de valores propios. Porque los valores religiosos pertenecen a una esfera personal de la que carece el Estado. Puesto que no está anclado en el alma de las personas que dependen de él, el Estado no tiene alma... sin embargo hay una devoción al Estado que es una manifestación del alma.Secrétan puede afirmar, entonces, interpretando a Stein: “El Estado no es, según su naturaleza, portador de valores religiosos puesto que no es una persona. Pero los creyentes puestos al servicio del Estado pueden hacerlo actuar conforme a las exigencias y en el interés superior de la religión, de la misma manera en que deben motivar al Estado a promover todos los valores de la comunidad” . En este sentido, se podría agregar que, a pesar de Secrétan, para Edith Stein la noción de Estado cristiano, judío o musulmán presenta un sentido.
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« La communauté d’un peuple ne peut être considérée comme telle
 
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que si elle anime de son esprit une culture où s’exprime son caractère
Además, se podría observar que en un universo contingente de personas no necesarias hay, para Edith Stein, una super-contingencia del Estado con relación a las personas humanas de quienes depende y que al mismo tiempo gobierna. Ella no proclama al mismo tiempo una auto.posición del Estado en función, dice Secrétan, de los valores de libertad; para perseverar en su ser, el Estado debe de alguna manera obligar a un pueblo  a la independencia; el pueblo, continúa Secrétan, aporta disposiciones culturales al estatuto del Estado, pero su independencia nace con el Estado y sin el Estado soberano no puede ni formar ni expresar una voluntad libre: el Estado es el heredero inmediato de su capacidad de ser un yo” . El Estado soy yo, dice la naturaleza del Estado como yo de la Nación .
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spécifique. Une culture est un monde de biens spirituels. Chaque culture
 
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renvoie à un centre spirituel qui en est l’origine et ce centre est une
Encontramos aquí al Estado analogía de la Persona. Recordémoslo: para Edith Stein, el estado impersonal, sin alma, es creación de las personas y de sus almas inmortales, y así, a través de ellas, creación de Dios. Se podría decir: el Estado es el “yo colectivo” creado por los “yo individuales”, en una serie de actos de libertad para salvar sus libertades.
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communauté créatrice dont la personnalité se répercute à travers toutes ses
 
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productions. Seul un peuple a par essence vocation d’être créateur de
= La despersonalización de las personas, al amenazar al Estado amenaza también la muerte física de los ciudadanos =
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culture.
 
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Cette autonomie culturelle, continue notre phénoménologue, par quoi
Si los “yo individuales” tienen el poder de crear el Estado, yo colectivo, pueden también destruirlo. Edith Stein lo reconoce explícitamente: “si el poder estatal deja de ser reconocido y si las órdenes dejan de ser ejecutadas, el Estado está amenazado de disolución interna.... si se vuelve imposible reprimir estas negaciones continuas de la autoridad del estado, nuestra concepción del estado nos obliga a considerar a éste último como disuelto”, dice ella (p.125).
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se spécifie le peuple est un étrange reflet de la souveraineté spécifique de
 
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l’État et en quelque sorte le fondement matériel de cette autonomie
De manera parecida, los ciudadanos responsables de la administración del Estado pueden destruirlo si renuncian a ponerlo al servicio de la justicia, y de la promulgación de leyes justas. En suma, para Edith Stein, la desobediencia y la injusticia de los ciudadanos, sobre todo de los ciudadanos influyentes, matan al Estado; los ciudadanos engendran continuamente el Estado al reconocerlo en y por la búsqueda de la justicia.
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formelle. Cela apporte quelque clarté sur le rapport peuple-État, le peuple
Así se ve cómo el Estado, aunque sin alma, “está de alguna manera tocado por exigencias estatales. No es que su naturaleza y su sentido de Estado exijan por obligación que emprenda o deja alguna cosa. Es también apenas ser moral como persona en el sentido pleno del término. Pero las personas a su servicio pueden contribuir a que el Estado mismo instaure lo que es justo y que no conserve lo que es injusto. Esto no es posible más que si los móviles morales de las personas de su esfera de dominación sean tan urgentes que se nieguen a reconocer un Estado que se desinteresa. Se vuelve necesario para su autoconservación que el Estado se mantenga en conformidad con la ley moral” (p.132).
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132 DROIT ET RELIGION
 
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appelle une organisation qui lui assure de vivre selon ses propres lois »
En este sentido, se puede decir que nuestra filósofa conversa murió víctima de la injusticia de una parte del pueblo alemán que arrastró al Estado a la injusticia antisemita y anticristiana, al punto de destruir al Estado alemán mismo. En otros términos, al momento de exponer en 1925 las causas de muerte posibles de un Estado, Edith Stein no podía sospechar que describía anticipadamente el suicidio de su propio Estado en el mismo acto por el cual quería matarla a ella. el Estado nacionalsocialista, en desacuerdo con la ley moral, en cierto sentido, murió víctima de su odio antisemita y anticristiano.
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(p. 51-52).
 
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Pour Edith Stein, L’État a besoin d’un peuple pour fondement et pour justification
Si otros provocaron la muerte de tal Estado por sus desobediencias, como nuestra filósofa lo sabe y lo dice (p. 125), Sor Benedicta de la Cruz murió víctima de un Estado al cual no había desobedecido. Lo que ella no podía prever en 1925, lo adivinaba  mucho antes de Auschwitz, y está permitido pensarlo,  ofreciendo su vida por todas las intenciones de la Iglesia , Sor Benedicta de la Cruz ejerció bajo la luz y la fuerza de Cristo resucitado una maravillosa eficacia temporal y mereció inclusive, de manera decisiva, la   restauración de dos Estados y dos pueblos, Israel y Alemania, de los cuales ella nació y en favor de los cuales murió de amor. Los dos pueblos, de los que ella era un nexo, en efecto prepararon, en sus mejores elementos, las resurrección de los dos Estados, el doble milagro temporal del renacimiento alemán y del renacimiento israelita. Sin las cenizas de Edith Stein en Auschwitz, ¿habríamos podido ver a Adenauer señalar y proclamar en Jerusalén los lamentos de Alemania renacida al Estado nuevamente nacido de Israel?
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interne de son existence (p. 52).
 
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S’il est vrai que « les peuples n’exigent pas nécessairement tous de constituer un
Si la despersonalización de los ciudadanos alemanes destruyó el Estado alemán y terminó por despersonalizar (en el sentido tomista, separando su alma y su cuerpo) a Benedicta de la Cruz, su sacrificio voluntario contribuyó de manera decisiva a repersonalizar a los Alemanes y a los judíos.¿La creación de Europa podría de otra manera a contribuir a la muerte de ciertos Estados?
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État » (p. 52), Edith nous invite à réfléchir sur le stade intermédiaire : la nation. Pour
 
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elle :
Edith Stein nos brinda en su ensayo sobre el Estado elementos y respuestas a esta pregunta. En efecto, si, para ella, “a la colectividad popular, en tanto que personalidad creadora de cultura, corresponde un valor que el Estado no crea, sino contribuye solamente a realizar”, si para ella y a continuación, “cada personalidad de Estado tiene alguna cosa propia, de la misma manera que cada persona individual es inimitable” (p. 150), entonces es claro que los Estados que renuncian a sus respectivas culturas para fundar un Estado federal en medio de un verdadero suicidio cultural y lingüístico, en beneficio de una entidad abstracta, habría parecido a nuestra mártir realizar un sacrificio vano e insensato y que se habría elevado contra el proyecto de tal Europa  y de tal Estado que vuelve la espalda a todas sus raíces.  
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« La différence entre peuple et nation réside en ceci : la conscience
 
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collective déposée dans un peuple accède dans la nation à une conscience
Varios de los pasajes de la reflexión de Edith Stein sobre el Estado nos obligan a reconocer que ella no habría sido favorable a una Europa que eliminara las diferencias culturales (pp. 134-135 por ej. y 140). Por el contrario, la filósofa Edith Stein admitiría plenamente una limitación pro-europea de las soberanías nacionales. Ella escribe, en efecto: “Si el Estado aceptara que en su dominio de actividad tenga curso un derecho que no haya instituido él mismo; si debiera reconocer a asociaciones de derecho público o aún a los individuos, el derecho de legislar, habría una autolimitación pero no supresión de la soberanía. No hay pérdida de la soberanía más que donde el poder estatal, el órgano de la autoformación, está disminuido por una voluntad distinta del Estado (...) Si un Estado ha encargado voluntariamente a otra Autoridad el uso de una parte de sus derechos y prerrogativas y del ejercicio de su poder sobre su propio dominio, sigue siendo un Estado soberano” (p.44-45).
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réfléchie ; et parallèlement, la nation forme une image de sa spécificité et
 
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la soigne, tandis que le peuple simplement possède cette particularité,
Entonces, está permitido pensar que nada, en la doctrina de Edith Stein, se opone a la constitución por los estados de Europa de un Estado federal europeo si estos Estados aceptan libremente limitar sus propias soberanías respectivas con miras a realizar, por medio de un Estado federal, una mayor justicia respecto del resto del mundo. La soberanía de este Estado federal estaría enraizada en las soberanías de los Estados miembros. No propongo, sin embargo esta hipótesis, en lo que concierne al pensamiento de Edith Stein, más que a beneficio de inventario y de verificación, especialmente al interior de la Primera parte, II, sec. 9, de su tratado sobre el Estado (pp.98-103)
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l’exprime dans sa vie et par son travail sans être au clair sur ce qu’il est et
 
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de ce fait sans le mettre particulièrement en évidence. Un esprit national
Si la hipótesis es verificada, se podría decir que Edith Stein abre pistas conducentes al Estado mundial, tan caro a Reinhold Niebuhr y a J. Maritain , a este Estado mundial que según algunos pensadores es el único capaz de autarquía y de asegurar el bien común universal, razón por la cual fue preconizado por el papa Juan XXIII en la cuarta parte de la Encíclica Pacem in Terris, en 1963.
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authentique n’est donc possible que sur fond d’une tradition populaire ; il
 
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n’habite un peuple que lorsque celui-ci a atteint une certaine maturité,
= Conclusiones =
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comme un individu n’apprend à se connaître qu’au cours de sa vie, sans
 
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que l’on puisse dire qu’avant cette prise de conscience il n’ait eu aucune
Horizontes posibles de una comparación entre las filosofías políticas de Edith Stein y de Santo Tomás de Aquino:
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identité personnelle » (p. 53).
 
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Toutefois, pour Edith Stein, le développement populaire n’aboutit pas toujours à
Faltaría plantear y examinar dos cuestiones, entre otras, si se desea llegar a una mejor inteligencia de las similitudes y diferencias entre los pensamientos del Aquinate y los de Edith Stein sobre el Estado:
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une nation (p. 53) alors que l’État a toujours besoin d’une communauté populaire.
 
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Pourquoi ? La réponse d’Edith Stein nous semble fournie à la fin de son livre : « le
1) ¿En qué medida y hasta qué punto la promoción de la justicia, por la promulgación de leyes - tal es la misión del Estado según Edith Stein- corresponde al bien común cuya búsqueda es su razón de ser, según el Aquinate?
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but de L’État et son importance pour l’histoire ne se résument pas dans l’éveil
 
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individuel à la liberté », mais plutôt dans « la création de la culture, contenu de
2) ¿Se puede admitir que, para Santo Tomás, cada uno de los miembros de un pueblo que quiere el bien común de este pueblo participa así en la fundación de la ciudad, del Estado, inclusive si uno solo es formalmente su fundador, su institutor, como el Doctor Común parece decir en su De Regimine Principium I, 15?
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l’histoire », dans « le progrès dans l’usage de la liberté pour la réalisation des valeurs »
 
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(p. 168). Car « le sens de l’histoire, c’est la réalisation des valeurs » (p. 170).
Una respuesta precisa a estas preguntas desbordaría el objeto del estudio aquí presentado. Si queda claro que el escrito de Stein sobre el Estado pertenece “a la época fenomenológica de Edith Stein” -como lo subraya el profesor R. Guilead en su libro sobre el itinerario de Edith Stein - y que la conversa de 1922 no buscó las luces que habría podido aportarle el Aquinate, no es menos evidente que una comparación más profunda que la nuestra podría enriquecer nuestro conocimiento de sus dos pensamientos sobre el Estado.
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Edith Stein nous fait participer à sa « découverte du rapport entre État et culture »
 
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quand elle affirme avec vigueur : « Lorsqu’un nouvel État apparaît, c’est ou bien le
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signe qu’un domaine culturel fermé sur soi s’est donné une forme extérieure, ce qui renvoie au développement culturel qui a poussé à ce résultat,… ou bien cela marque le déchirement d’un domaine culturel jusqu’à l’unitaire ou la soudure de domaines culturels
 
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différents » (p. 169-170).
[[Bertrand de Margerie S.J.]]
+
Les lecteurs de Maritain, dont rien ne prouve qu’il ait connu l’écrit de notre philosophe juive convertie, pourront observer une certaine convergence entre leurs pensées
 
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(cf. L’Homme et l’État, p. 4-6 ; 3 et s. sur peuple, nation et État) ; avec toutefois chez
Miembro de la Academia pontificia romana de santo Tomás de Aquino
+
Maritain une indication de la transcendance du peuple par rapport à l’État – « le peuple
 
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n’est pas pour l’État », mais « l’État est pour le peuple » – qu’on ne voit pas aussi
Traducido del francés por [[José Gálvez Krüger]] para la Encilcopedia Católica)
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clairement affirmée chez Edith Stein. Par contre, le rôle de la culture et de son développement comme condition de possibilité des États paraît moins souligné par le philosophe français : il est cependant présent dans son analyse de la Nation « supposant la
 
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naissance à la vie de la raison et aux activités de la civilisation, à l’héritage culturel » et
 
+
il converge encore avec Edith Stein quand il affirme : « une Nation est une commu-
 
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EDITH STEIN ET L’ÉTAT 133
Archives de Philosophie du Droit
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nauté d’hommes qui prennent conscience d’eux-mêmes tels que l’histoire les a faits, qui
Tome 38 / Droit et Religion (publié avec le concurs du C.N.R.S)
+
sont attachés au trésor de leur passé » 1.
Sirey 1993
+
Comme la notion d’État est largement une notion moderne, ce que Maritain
 +
souligne en nous rappelant 2 que « le mot même d’État n’est apparu qu’au cours de
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l’histoire moderne », il faut, si l’on veut dégager la pensée de l’Aquinate sur l’État,
 +
considérer ce qu’il dit sur la cité, car – dit encore Maritain la « notion d’État était
 +
implicitement contenue dans l’ancien concept de cité, polis, civitas, qui signifiait
 +
essentiellement corps politique » 3.
 +
Or saint Thomas, sans entrer dans le problème particulier du rôle de la culture dans
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la genèse de la cité d’une façon explicite, a posé des principes dont l’explicitation
 +
aboutit à nous faire reconnaître ce rôle quand il s’est interrogé sur l’origine de la cité.
 +
D’une part, pour lui, la « cité est l’œuvre par excellence élaborée par la raison
 +
humaine : est civitas principalissimum eorum quae humana ratione constitui possunt » 4 car « la raison doit imposer sa régulation aux hommes eux-mêmes et elle ordonne de
 +
nombreux hommes en vue d’une seule cité : ratio humana multos homines ordinat in
 +
unam quamdam civitatem » 5. Mais saint Thomas est conscient du fait que « le
 +
fondateur de la Cité ne peut produire des hommes nouveaux et doit utiliser ce qui existe
 +
déjà dans la nature » 6 ; l’État est donc la multitude des hommes organisés dans un
 +
ordre 7. Comme le précise son commentateur Louis Lachance 8, la nécessité de l’État
 +
est impliquée dans le vouloir naturel de la volonté voulant le bien humain complet et,
 +
par le fait même, le bien commun. D’autre part, l’Aquinate nous dit encore toujours en
 +
commentant Aristote 9 que « le genre humain vit de savoir et de raison », c’est-à-dire,
 +
suivant la traduction de Jean Paul II 10, de culture : « la signification essentielle de la
 +
culture consiste, selon ces paroles de saint Thomas d’Aquin (genus humanum arte et
 +
ratione vivit) dans le fait qu’elle est une caractéristique de la vie humaine comme telle.
 +
Or, si l’on se rappelle que pour l’Aquinate le langage est le signe par excellence de la
 +
rationalité humaine, on saisit tout de suite à quel point pour lui, déjà, la réalisation
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suprême de la raison humaine, à savoir la cité, l’État, s’enracinait dans la culture et le
 +
langage. Voilà donc, en substance, comment saint Thomas entrevoyait sous d’autres
 +
catégories ce qu’Edith Stein devait affirmer plus clairement 11.
 +
En d’autres termes, nous pourrions dire que, pour une philosophie thomiste, la culture représente la matière qui, informée par une volonté commune du bien commun, devient État en laissant jaillir la souveraineté qui caractérise celui-ci.
 +
1 L’Homme et l’État, p. 5.
 +
2 L’Homme et l’État, p. 13.
 +
3 L’Homme et l’État, p. 14.
 +
4 Commentaires sur la Politique d’Aristote, I, I.
 +
5 Ibid. 6 De Reg. Pr., I, 15.
 +
7 ST., I, 31, 1, 2.
 +
8 L’humanisme politique de saint Thomas, Paris, 1939, p. 579.
 +
9 Post Anal., n. 1.
 +
10 Discours à l’Unesco, 1980.
 +
11 B. de Margerie, Divus Thomas, Piacenza, 87, 1984, p. 25-35.
 +
134 DROIT ET RELIGION
 +
IV. — LA SOUVERAINETÉ DE L’ÉTAT
 +
Nous avons vu ci-dessus qu’Edith Stein croyait pouvoir rattacher la notion de souveraineté de l’État à l’autarcie de la cité telle que la concevait Aristote. Stein nous dit « ne
 +
pouvoir accepter la théorie selon laquelle la souveraineté serait un attribut du pouvoir
 +
étatique qui peut lui revenir ou non » (p. 47). L’État, pense-t-elle, est « la seule communauté qui puisse avoir pour caractéristique essentielle la souveraineté » (p. 47). Elle
 +
s’explique : l’Église ne cesse pas d’exister quand sa liberté lui est enlevée par l’État.
 +
Tandis que « l’État est l’ultime sujet de toutes ses actions ainsi que de l’ensemble du
 +
droit en vigueur : l’État a la puissance de contraindre à l’intérieur de son domaine d’autorité et d’autre part il n’est lui-même soumis à aucune autre puissance » (p. 43).
 +
Alors que pour nombre de nos contemporains, l’existence même de l’État constitue
 +
une limite et une atteinte à la liberté des citoyens, pour Edith Stein « la souveraineté
 +
comme auto-constitution d’une res publica et la liberté de l’individu sont inséparablement liées… la liberté des individus n’est pas supprimée par la volonté du corps étatique
 +
mais est au contraire la condition de sa mise en œuvre : elle ne limite donc pas la souveraineté » (p. 82).
 +
D’où « la fragilité de la situation de l’État » aux yeux d’Edith Stein : sa nature
 +
juridique, qui en fait un État, ne parvient pas à garantir son existence. La garantie la
 +
plus forte est assurée par le fondement extrinsèque de l’association des personnes mise
 +
en forme par l’État, quand cette association a existé antérieurement comme communauté
 +
et lorsque le droit épouse les tendances de la vie communautaire. Il y a là, dit Edith
 +
Stein, une condition de la santé et de la vie de l’État (p. 82). En d’autres termes, l’État
 +
souverain est mortel, quoique souverain.
 +
Edith Stein approfondit cette fragilité, cette mortalité de l’État souverain : les personnes qui désobéissent au commandement de l’État en ébranlent l’existence, qui dépend
 +
de l’obéissance, c’est-à-dire, pourrions-nous ainsi expliciter la pensée de notre auteur, de
 +
la liberté des citoyens ; mais d’autre part les chefs d’État adoptent un comportement
 +
nuisible à l’État en s’aliénant les forces spirituelles et, si l’exigence de l’État est incompatible avec la conscience, l’État perd les bases de son existence (p. 174-175).
 +
Autant dire que, pour Edith Stein, la souveraineté de l’État, réelle dans son ordre, est
 +
loin d’être absolue. L’État souverain dont elle nous parle n’est pas le même que celui
 +
qu’analyse Maritain dans L’homme et l’État ou plutôt les deux auteurs se rejoignent en
 +
reconnaissant les limites de la souveraineté 12. Pour Maritain, il faut « rejeter le
 +
concept de souveraineté qui ne fait qu’un avec le concept d’absolutisme » 13. Celui
 +
d’Edith Stein est bien différent !
 +
V. — ÉTAT SOUVERAIN ET VALEURS RELIGIEUSES :
 +
L’ÉTAT, LA PERSONNE ET DIEU
 +
L’État, tel que le comprend Edith Stein, est en dépendance de la personne dans l’exercice même de sa souveraineté. Philibert Secrétan dégage bien la portée de la pensée de
 +
Stein quand il dit que pour elle l’État est une structure de liberté qui mérite d’être huma12 L’homme et l’État, chap. II.
 +
13 L’homme et l’État, p. 43.
 +
EDITH STEIN ET L’ÉTAT 135
 +
nisée par des personnes investies de son autorité 14. Edith Stein dit expressément :
 +
« L’État, puisqu’il demeure dans la sphère de la liberté, est en soi inachevé et doit recevoir d’ailleurs les orientations de son activité. Ses motivations se font par les personnes
 +
qui représentent l’État. Ce qu’elles font en raison des motifs conçus par elles et non par
 +
l’État doit compter pour des actes de l’État, si cela est conforme au sens de l’État (p.
 +
107 et s.).
 +
Comme le dit un des rares commentateurs de notre traité, Paulus Lenz-Médoc, pour
 +
Edith Stein « l’existence de l’État est mise entre les mains de l’homme et dépend au
 +
fond beaucoup plus de sa force que lui ne dépend de l’État ». Secrétan note beaucoup
 +
plus décisivement encore : « pour Edith Stein, l’État se mesure à sa capacité d’analogie
 +
à la personne, catégorie fondamentale de la réalité » 15.
 +
D’où la liaison entre liberté personnelle et liberté de l’État : si, selon Edith Stein,
 +
« la vie de l’État se résume dans la législation et dans des actes posés sur une base juridique » (p. 97), c’est parce que l’activité de l’État est celle de législateurs personnels et
 +
libres qui exercent leur liberté dans la promulgation des lois. Edith Stein résume comme
 +
suit « la structure ontique de l’État » : « l’État est une formation sociale à laquelle
 +
s’agrègent des personnes libres de telle sorte que celles-ci (à la limite toutes) dominent
 +
sur les autres au nom de l’ensemble » (p. 106). On voit comment, pour Stein, la souveraineté et la liberté de l’État est inséparable de la liberté des personnes. Que nous voilà
 +
loin des théories absolutistes de la souveraineté !
 +
Or, ces personnes libres, par lesquelles s’exerce la liberté de l’État, sont « avant
 +
tout », aux yeux de Stein, des êtres « soumis au Souverain suprême » comme tout
 +
homme, et cela « d’abord et avant tout », au point qu’aucun « rapport de domination
 +
terrestre n’y peut rien changer » (p. 171), la parole du Seigneur « Rendez à César ce qui
 +
est à César et à Dieu ce qui est à Dieu » signifie, selon la future martyre d’Auschwitz,
 +
que « l’État et l’obéissance envers lui sont voulus par Dieu ou au moins permis par
 +
Dieu » (p 172).
 +
Certes, nous l’avons vu, l’État en soi inachevé dépend des personnes à travers lesquelles il peut devenir royaume de Satan ou royaume de Dieu : « un être extérieur à
 +
l’État, dit explicitement Edith Stein (p. 108), peut l’utiliser à ses fins et ce peut être
 +
aussi bien Dieu que Satan ». Elle s’explique : « l’idée de l’État n’exclut pas que la
 +
divine providence assigne à l’État une mission particulière dans l’histoire de l’humanité.
 +
Mais il ne faut pas imaginer que cette mission de l’État ait été inscrite par Dieu dans
 +
l’idée de l’État. Il est seulement possible que Dieu trouve que l’État peut servir à réaliser
 +
ses desseins ».
 +
Comprenons bien le sens de ce texte : tout État a, aux yeux de Edith Stein, une
 +
mission d’origine ultimement divine et c’est la mission d’assurer la justice, de promulguer des lois ; mais certains États ont pu, au cours de l’histoire, recevoir des missions
 +
particulières, les liant de plus près à la mission de l’Église. Cependant, ce qu’Edith
 +
Stein appelle « la structure ontique de l’État » est laïque, aux yeux de notre philosophe.
 +
Pour notre convertie, « l’État n’est pas porteur de valeurs religieuses propres. Car
 +
les valeurs religieuses appartiennent à une sphère personnelle qui fait défaut à l’État.
 +
Parce qu’il n’est pas ancré dans l’âme des personnes qui relèvent de lui, l’État n’a pas
 +
d’âme… cependant il y a un dévouement à l’État qui est une affaire d âme » (p 176).
 +
14 Introduction, p. 17.
 +
15 Introduction, p. 25.
 +
136 DROIT ET RELIGION
 +
Secrétan peut donc affirmer en interprétant Stein : « L’État n’est pas, selon sa nature, porteur de valeurs religieuses puisqu’il n’est pas une personne. Mais les croyants
 +
placés au service de l’État peuvent le faire agir conformément aux exigences et dans l’intérêt supérieur de la religion, de même qu’ils sont en devoir de motiver l’État à promouvoir toutes les valeurs de la communauté » 16. En ce sens, on pourrait ajouter, malgré
 +
Secrétan, que pour Edith Stein la notion d’État chrétien, juif ou musulman présente un
 +
sens.
 +
On pourrait encore observer que, dans un univers lui-même contingent de personnes
 +
humaines non nécessaires, il y a, pour Edith Stein, une super-contingence de l’État par
 +
rapport aux personnes humaines dont il dépend en même temps qu’il les gouverne. Elle
 +
proclame en même temps une auto-position de l’État en fonction, dit Secrétan, des valeurs de liberté ; pour persévérer dans son être, l’État doit en quelque sorte obliger un
 +
peuple à l’indépendance ; le peuple, continue Secrétan, apporte des dispositions culturelles au statut d’État, mais son indépendance naît avec l’État et sans l’État souverain i
 +
EDITH STEIN ET L’ÉTAT 137
 +
sonne au sens plénier du mot. Mais les personnes à son service peuvent contribuer à ce
 +
que l’État instaure lui-même ce qui est juste et ne retienne pas ce qui est injuste. Cela
 +
n’est possible que si les mobiles moraux des personnes de sa sphère de domination sont
 +
si pressants qu’elles refuseraient de reconnaître un État qui s’en désintéresserait. Il devient alors nécessaire à son auto-conservation que l’État reste en accord avec la loi morale » (p. 132).
 +
En ce sens, on peut dire que notre philosophe convertie est morte victime de l’injustice d’une partie du peuple allemand entraînant l’État dans l’injustice antisémite et antichrétienne, au point de détruire l’État allemand lui-même.
 +
En d’autres termes, au moment d’exposer en 1925 les causes de mort possibles d’un
 +
État, Edith Stein ne pouvait soupçonner qu’elle décrivait à l’avance le suicide de son
 +
propre État dans l’acte même par lequel il voudrait la tuer, elle. L’État national-socialiste, en désaccord avec la loi morale, est, en un sens, mort victime de sa haine antisémite et antichrétienne.
 +
Si d’autres ont provoqué la mort de tel État par leurs désobéissances, comme notre
 +
philosophe le sait et le dit (p. 125), Sœur Bénédicte de la Croix est morte victime d’un
 +
État auquel elle n’avait pas désobéi. Ce qu’elle ne pouvait prévoir en 1925, elle le devina bien avant Auschwitz et il est permis de penser qu’en offrant sa vie en sacrifice à
 +
toutes les intentions de l’Église 19, Sœur Bénédicte de la Croix a exercé, sous la lumière
 +
et la force du Christ ressuscité une merveilleuse efficacité temporelle et a même mérité,
 +
de manière décisive, la restauration des deux États et des deux peuples, Israël et
 +
l’Allemagne dont elle était née et en faveur desquels elle est morte d’amour. Les deux
 +
peuples dont elle était un lien ont en effet préparé, en leurs meilleurs éléments, la résurrection des deux États, le double miracle temporel de la renaissance allemande et de la
 +
renaissance israélienne. Sans les cendres d’Edith Stein à Auschwitz, aurions-nous pu
 +
voir Adenauer marquer et proclamer à Jérusalem les regrets de l’Allemagne renée à l’État
 +
nouveau-né d’Israël ?
 +
Si la dépersonnalisation de citoyens allemands a détruit l’État allemand et abouti à
 +
dépersonnaliser (au sens thomiste en séparant son âme de son corps) Bénédicte de la
 +
Croix, son sacrifice volontaire a contribué de manière décisive à repersonnaliser des
 +
Allemands et des juifs.
 +
La création de l’Europe pourrait-elle d’une autre manière contribuer à la mort de certains États ?
 +
Edith Stein nous fournit dans son essai sur l’État des éléments de réponses à cette
 +
question. En effet, si, pour elle, « à la collectivité populaire, en tant que personnalité
 +
créatrice de culture, revient une valeur propre, une valeur que l’État ne crée pas, mais
 +
contribue seulement à réaliser », si, pour elle et par suite, « chaque personnalité d’État
 +
a quelque chose en propre, de même que chaque personne individuelle est inimitable »
 +
(p. 150), alors il est clair que des États renonçant à leurs cultures respectives pour se
 +
fondre en un État fédéral au moyen d’un véritable suicide culturel et linguistique, au bénéfice dune entité abstraite, aurait paru à notre martyre accomplir un sacrifice à la fois
 +
vain et insensé et qu’elle se serait élevée contre le projet d’une telle Europe et d’un tel
 +
État fédéral tournant le dos à toutes ses racines.
 +
19 Cf. J.-F. Thomas, Simone Weil et Edith Stein, Malheur et Souffrance, Namur, 1992, p .
 +
167.
 +
138 DROIT ET RELIGION
 +
Plusieurs passages de la réflexion d’Edith Stein sur l’État nous obligent à
 +
reconnaître qu’elle n’aurait pas été favorable à une Europe éliminatrice des différences
 +
culturelles (pp. 134-135 par ex. et 140).
 +
Par contre, le philosophe Edith Stein admettrait pleinement une limitation pro-européenne des souverainetés nationales. Elle écrit en effet : « Si l’État acceptait que dans
 +
son domaine d’activité ait cours un droit qu’il n’aurait pas institué lui-même, s’il devait
 +
reconnaître à des associations de droit public, voire à des individus, le droit de légiférer,
 +
il y aurait auto-limitation mais non pas suppression de la souveraineté. Il n’y a perte de
 +
la souveraineté que là où le pouvoir étatique, l’organe de l’autoformation est diminué par
 +
une volonté autre que celle de l’État. () Si un État a volontairement chargé une autre
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Autorité de l’usage d’une partie de ses droits et prérogatives et de l’exercice de son pouvoir sur son propre domaine, il demeure un État souverain » (p. 44-45).
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Il est donc permis de penser que rien, dans la doctrine d’Edith Stein, ne s’oppose à la
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constitution par les États de l’Europe d’un État fédéral européen si ces États acceptent
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librement de limiter leurs propres souverainetés respectives en vue de réaliser, au moyen
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d’un État fédéral, une plus grande justice à l’égard du reste du monde. La souveraineté de
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cet État fédéral serait enracinée dans les souverainetés des États membres. Je ne propose
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toutefois cette hypothèse, en ce qui concerne la pensée d’Edith Stein, que sous bénéfice
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d’inventaire et de vérification, notamment à l’intérieur de la Première partie, II, sect. 9,
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de son traité sur l’État (pp. 98-103).
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Si l’hypothèse paraît vérifiée, on pourra dire qu’Edith Stein ouvre des pistes conduisant à l’État mondial, cher à Rceinold Niebuhr et à J. Maritain 20, à cet État mondial
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qui paraît aujourd’hui à plusieurs penseurs seul capable d’autarcie et d’assurer le bien
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commun universel, raison pour laquelle il a été préconisé par le pape Jean XXIII dans la
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quatrième partie de l’Encyclique Pacem in Terris, en 1963.
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VII. — CONCLUSIONS
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Horizons possibles d’une comparaison entre les philosophies politiques d’Edith
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Stein et de Thomas d’Aquin :
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Il resterait à poser et à examiner deux questions, entre autres, si l’on voulait atteindre
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à une meilleure intelligence des similitudes et différences entre les pensées de l’Aquinate
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et celles d’Edith Stein sur l’État :
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1) Dans quelle mesure et jusqu’à quel point la promotion de la justice, par la promulgation de lois, – telle est la mission de l’État suivant Edith Stein –, correspond-elle
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au bien commun dont la recherche est sa raison d’être suivant l’Aquinate ?
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2) Peut-on admettre que, pour saint Thomas, chacun des membres d’un peuple voulant le bien commun de ce peuple participe ainsi à la fondation de la cité, de l’État,
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même si un seul est formellement son fondateur, son instituteur, comme le Docteur
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commun paraît le dire dans son De Regimine Principum I, 15 ?
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20 L’homme et l’État, chap. VII.
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EDITH STEIN ET L’ÉTAT 139
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Une réponse précise à ces deux questions déborderait l’objet de l’étude ici présentée.
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S’il est clair que l’écrit d’Edith Stein sur l’État appartient « à l’époque phénoménologique d’Edith Stein » – comme le souligne le professeur R. Guilead dans son livre sur
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l’itinéraire d’Edith Stein 21 et que la convertie de 1922 n’y a pas cherché les lumières
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qu’aurait pu lui apporter l’Aquinate, il est non moins évident qu’une comparaison plus
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approfondie que la nôtre pourrait enrichir notre connaissance de leurs deux pensées sur
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l’État

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Hindemburg llama a la Cancillería a Adolfo Hitler
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El tirano Adolfo Hitler
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Konrad Adenauer, Padre de la Alemania moderna
Canciller Helmut Kohl, reunificador de Alemania.DoD photo by Helene C. Stikkel - Derivado de File:Helmut Kohl und William S. Cohen.jpg http://www.defenselink.mil; exact source
Portada de Brandengurgo, símbolo de la restauración germana. Fuente [1] anaya touring

http://www.philosophie-droit.asso.fr/APDpourweb/159.pdf

Edith Stein et l’État Père Bertrand de MARGERIE, S. J. Membre de l’Académie pontificale romaine de saint Thomas d’Aquin RÉSUMÉ. — L’auteur étudie ici la pensée de la Bienheureuse Edith Stein sur l’État, la nature, sa mission, sa genèse, ses valeurs et sa mort et sa résurrection possible comme on l’a constaté dans le cas de l’Allemagne et d’Israël. En 1925, Edith Stein publiait dans l’Annuaire de l’École phénoménologique allemande une Recherche sur l’État, Eine Untersuchung über den Staat. Philibert Secrétan l’a traduite en français en 1989. De cet ouvrage austère, par moments difficile à lire, nous essayerons de présenter ici quelques articulations principales : quelle est l’essence de l’État, quelle est sa mission, comment naît un État, quels sont ses rapports avec les valeurs religieuses, de quelle manière peut-il mourir ? Tout en exposant la pensée d’Edith Stein, nous nous demanderons comment il convient de l’apprécier à la lumière de docteurs catholiques comme Thomas d’Aquin et J. Maritain. I. — NATURE DE L’ÉTAT Edith Stein approfondit ce thème sous l’influence, entre autres, de Max Scheler, dont elle avait été l’élève, et de Adolph Reinach, phénoménologue de la réalité de l’État par le biais du droit civil. Distinguons avec Edith l’État de la masse, de la communauté et de la société. L’État n’est pas la masse, association élémentaire, qui n’existe qu’aussi longtemps que les individus qui la composent sont effectivement en contact et qui se dissout dès que ce contact cesse (p. 37-38). Aucune fonction spirituelle dans la masse. Les États se construisent sur la base de la vie d’une communauté (p. 38-40) ; dans la communauté, nous nous trouvons en présence d’un être spécifiquement fondé en esprit et caractérisé par une vie en commun mais dont aucun individu ne coïncide totalement (comme c’est le cas des individus vivant en masse) avec le vécu collectif : chacun se sent appartenir à une communauté qui, de son côté, est sujet d’une vie propre. L’État n’est pas une société, variante rationnelle de la communauté, où les individus sont plutôt les uns pour les autres des objets, plutôt que des sujets (p. 39-40). 130 DROIT ET RELIGION Le plus spécifique de la communauté étatique est l’autosuffisance, appelée par Aristote autarcie : « ensemble de personnes associées dans une communauté de vie pour former un tout qui se suffit à lui-même ». L’autarcie a son correspondant le plus précis dans la notion moderne de souveraineté, quoique les deux notions ne se correspondent pas entièrement (p. 42). L’essence de l’État est le pouvoir, si l’on entend par pouvoir la capacité de maintenir l’autonomie de l’État. L’existence de l’État a pour condition un pouvoir étatique s’originant lui-même et reconnu, c’est-à-dire en mesure d’imposer cette reconnaissance. Voilà la souveraineté (p. 13, 16-17). Edith Stein n’admet donc pas la thèse contractualiste, selon laquelle l’État est une création arbitraire, ayant pour fondement un contrat entre individus (p. 39). Cependant les individus qui composent l’État constituent une communauté maintenue par l’amitié plus encore que – dit Aristote – par la justice : cette amitié (philia) signifie conscience communautaire. Mais ce lien existentiel n’est cependant pas exigé par la structure étatique de l’État : un ensemble de personnes et un certain type de relation entre elles. Pour mieux situer la pensée d’Edith Stein concernant ces grandes catégories (peuple, communauté, société, État) et pour mieux percevoir sa différence, rappelons ici quelques définitions postérieures et partiellement convergentes de Maritain dans L’homme et l’État. « Le Corps politique ou Société politique requise par la nature et réalisée par la raison est la plus parfaite des sociétés temporelles, une réalité entièrement humaine qui tend vers un bien entièrement humain, le bien commun ; « L’État est seulement cette partie du corps politique dont l’objet spécial est de maintenir la loi, de promouvoir la prospérité commune et l’ordre public et d’administrer les affaires publiques ; l’État est partie ou instrument du corps politique, investi du pouvoir suprême seulement en vertu et proportion des exigences du bien commun » (p. 9-13). D’importantes nuances paraissent distinguer la pensée des deux auteurs : Edith Stein ne semble pas insister sur le bien commun ni sur la société politique ; mais une étude plus profonde de sa pensée pourrait montrer que, sous d’autres vocables, elle traite de ces mêmes points. Ainsi, quand elle écrit (p. 163), que l’État doit « aider la communauté à être morale », le bien commun n’est-il pas souligné comme raison d’être de l’État ? Nous voilà déjà en train de considérer les finalités de l’État. II. — MISSION DE L’ÉTAT Pour Edith Stein, le « droit nécessite un sujet législateur pour entrer en vigueur comme droit ; la tâche spécifique de l’État est de légiférer ; la mission propre de l’État [consiste] dans la réalisation du droit » (p. 147), c’est-à-dire de la justice. « C’est de l’État que dépend que ce qui en soi est juste soit reconnu comme droit en vigueur ». EDITH STEIN ET L’ÉTAT 131 Cependant, il n’est pas exclu que « le droit positif établi par un État s’écarte du droit pur et soit injuste. Un État peut se sentir contraint de dénoncer les obligations contractées envers ses citoyens ou d’autres États et ainsi la "valeur de personnalité" d’un État concret donné entre en conflit avec la valeur de justice. Une atteinte au droit peut être requise dans l’intérêt de valeurs supérieures » (p. 151). Que sont ces valeurs supérieures ? L’auteur ne paraît pas l’indiquer, peut-être faute d’une vision plus claire des exigences du bien commun universel face aux États particuliers. Parmi les valeurs dont la communauté organisée en État peut être porteuse, il y a les valeurs morales de la personne : la tâche de faire de la communauté une communauté morale peut imposer à l’État une obligation de contrer la morale dominante par ses dispositions légales et de leur donner comme contenu des normes morales (p. 163). En une première approximation, les aspects signalés ici de la pensée d’Edith Stein sur la mission de l’État ne paraissent pas suffisamment clairs et cohérents. Il est néanmoins important de reconnaître que la philosophe récemment convertie (1922) rejoint la tradition philosophique du catholicisme en prônant le devoir de l’État de réaliser ce que l’Aquinate appelait la justice en général, qui inclut la justice légale. Cette expression prend chez Edith Stein un sens partiellement nouveau : l’État doit assurer la justice précisément en promulguant des lois. En effet, s’il est permis de développer la pensée d’Edith Stein dans le contexte de la tradition pérenne de la philosophie chrétienne et si l’on se rappelle que la loi est une ordonnance de la raison promulguée pour le bien commun, on percevra que la communauté étatique manifeste inséparablement sa rationalité et sa justice en légiférant. La réalisation de la justice dans l’exercice du pouvoir légistatif présuppose l’existence d’un bien qui dépasse celui des individus, le bien commun. Si les points de vue d’Edith Stein analysés jusqu’ici sont toujours suggestifs, sa pensée sur la genèse de l’État à partir de la communauté culturelle paraît plus originale. III. — LA NAISSANCE DES ÉTATS DANS LE CONTEXTE DES CULTURES Edith Stein s’interroge longuement sur les relations entre culture, peuple et État. Pour elle : « La communauté d’un peuple ne peut être considérée comme telle que si elle anime de son esprit une culture où s’exprime son caractère spécifique. Une culture est un monde de biens spirituels. Chaque culture renvoie à un centre spirituel qui en est l’origine et ce centre est une communauté créatrice dont la personnalité se répercute à travers toutes ses productions. Seul un peuple a par essence vocation d’être créateur de culture. Cette autonomie culturelle, continue notre phénoménologue, par quoi se spécifie le peuple est un étrange reflet de la souveraineté spécifique de l’État et en quelque sorte le fondement matériel de cette autonomie formelle. Cela apporte quelque clarté sur le rapport peuple-État, le peuple 132 DROIT ET RELIGION appelle une organisation qui lui assure de vivre selon ses propres lois » (p. 51-52). Pour Edith Stein, L’État a besoin d’un peuple pour fondement et pour justification interne de son existence (p. 52). S’il est vrai que « les peuples n’exigent pas nécessairement tous de constituer un État » (p. 52), Edith nous invite à réfléchir sur le stade intermédiaire : la nation. Pour elle : « La différence entre peuple et nation réside en ceci : la conscience collective déposée dans un peuple accède dans la nation à une conscience réfléchie ; et parallèlement, la nation forme une image de sa spécificité et la soigne, tandis que le peuple simplement possède cette particularité, l’exprime dans sa vie et par son travail sans être au clair sur ce qu’il est et de ce fait sans le mettre particulièrement en évidence. Un esprit national authentique n’est donc possible que sur fond d’une tradition populaire ; il n’habite un peuple que lorsque celui-ci a atteint une certaine maturité, comme un individu n’apprend à se connaître qu’au cours de sa vie, sans que l’on puisse dire qu’avant cette prise de conscience il n’ait eu aucune identité personnelle » (p. 53). Toutefois, pour Edith Stein, le développement populaire n’aboutit pas toujours à une nation (p. 53) alors que l’État a toujours besoin d’une communauté populaire. Pourquoi ? La réponse d’Edith Stein nous semble fournie à la fin de son livre : « le but de L’État et son importance pour l’histoire ne se résument pas dans l’éveil individuel à la liberté », mais plutôt dans « la création de la culture, contenu de l’histoire », dans « le progrès dans l’usage de la liberté pour la réalisation des valeurs » (p. 168). Car « le sens de l’histoire, c’est la réalisation des valeurs » (p. 170). Edith Stein nous fait participer à sa « découverte du rapport entre État et culture » quand elle affirme avec vigueur : « Lorsqu’un nouvel État apparaît, c’est ou bien le signe qu’un domaine culturel fermé sur soi s’est donné une forme extérieure, ce qui renvoie au développement culturel qui a poussé à ce résultat,… ou bien cela marque le déchirement d’un domaine culturel jusqu’à l’unitaire ou la soudure de domaines culturels différents » (p. 169-170). Les lecteurs de Maritain, dont rien ne prouve qu’il ait connu l’écrit de notre philosophe juive convertie, pourront observer une certaine convergence entre leurs pensées (cf. L’Homme et l’État, p. 4-6 ; 3 et s. sur peuple, nation et État) ; avec toutefois chez Maritain une indication de la transcendance du peuple par rapport à l’État – « le peuple n’est pas pour l’État », mais « l’État est pour le peuple » – qu’on ne voit pas aussi clairement affirmée chez Edith Stein. Par contre, le rôle de la culture et de son développement comme condition de possibilité des États paraît moins souligné par le philosophe français : il est cependant présent dans son analyse de la Nation « supposant la naissance à la vie de la raison et aux activités de la civilisation, à l’héritage culturel » et il converge encore avec Edith Stein quand il affirme : « une Nation est une commu- EDITH STEIN ET L’ÉTAT 133 nauté d’hommes qui prennent conscience d’eux-mêmes tels que l’histoire les a faits, qui sont attachés au trésor de leur passé » 1. Comme la notion d’État est largement une notion moderne, ce que Maritain souligne en nous rappelant 2 que « le mot même d’État n’est apparu qu’au cours de l’histoire moderne », il faut, si l’on veut dégager la pensée de l’Aquinate sur l’État, considérer ce qu’il dit sur la cité, car – dit encore Maritain – la « notion d’État était implicitement contenue dans l’ancien concept de cité, polis, civitas, qui signifiait essentiellement corps politique » 3. Or saint Thomas, sans entrer dans le problème particulier du rôle de la culture dans la genèse de la cité d’une façon explicite, a posé des principes dont l’explicitation aboutit à nous faire reconnaître ce rôle quand il s’est interrogé sur l’origine de la cité. D’une part, pour lui, la « cité est l’œuvre par excellence élaborée par la raison humaine : est civitas principalissimum eorum quae humana ratione constitui possunt » 4 car « la raison doit imposer sa régulation aux hommes eux-mêmes et elle ordonne de nombreux hommes en vue d’une seule cité : ratio humana multos homines ordinat in unam quamdam civitatem » 5. Mais saint Thomas est conscient du fait que « le fondateur de la Cité ne peut produire des hommes nouveaux et doit utiliser ce qui existe déjà dans la nature » 6 ; l’État est donc la multitude des hommes organisés dans un ordre 7. Comme le précise son commentateur Louis Lachance 8, la nécessité de l’État est impliquée dans le vouloir naturel de la volonté voulant le bien humain complet et, par le fait même, le bien commun. D’autre part, l’Aquinate nous dit encore toujours en commentant Aristote 9 que « le genre humain vit de savoir et de raison », c’est-à-dire, suivant la traduction de Jean Paul II 10, de culture : « la signification essentielle de la culture consiste, selon ces paroles de saint Thomas d’Aquin (genus humanum arte et ratione vivit) dans le fait qu’elle est une caractéristique de la vie humaine comme telle. Or, si l’on se rappelle que pour l’Aquinate le langage est le signe par excellence de la rationalité humaine, on saisit tout de suite à quel point pour lui, déjà, la réalisation suprême de la raison humaine, à savoir la cité, l’État, s’enracinait dans la culture et le langage. Voilà donc, en substance, comment saint Thomas entrevoyait sous d’autres catégories ce qu’Edith Stein devait affirmer plus clairement 11. En d’autres termes, nous pourrions dire que, pour une philosophie thomiste, la culture représente la matière qui, informée par une volonté commune du bien commun, devient État en laissant jaillir la souveraineté qui caractérise celui-ci. 1 L’Homme et l’État, p. 5. 2 L’Homme et l’État, p. 13. 3 L’Homme et l’État, p. 14. 4 Commentaires sur la Politique d’Aristote, I, I. 5 Ibid. 6 De Reg. Pr., I, 15. 7 ST., I, 31, 1, 2. 8 L’humanisme politique de saint Thomas, Paris, 1939, p. 579. 9 Post Anal., n. 1. 10 Discours à l’Unesco, 1980. 11 B. de Margerie, Divus Thomas, Piacenza, 87, 1984, p. 25-35. 134 DROIT ET RELIGION IV. — LA SOUVERAINETÉ DE L’ÉTAT Nous avons vu ci-dessus qu’Edith Stein croyait pouvoir rattacher la notion de souveraineté de l’État à l’autarcie de la cité telle que la concevait Aristote. Stein nous dit « ne pouvoir accepter la théorie selon laquelle la souveraineté serait un attribut du pouvoir étatique qui peut lui revenir ou non » (p. 47). L’État, pense-t-elle, est « la seule communauté qui puisse avoir pour caractéristique essentielle la souveraineté » (p. 47). Elle s’explique : l’Église ne cesse pas d’exister quand sa liberté lui est enlevée par l’État. Tandis que « l’État est l’ultime sujet de toutes ses actions ainsi que de l’ensemble du droit en vigueur : l’État a la puissance de contraindre à l’intérieur de son domaine d’autorité et d’autre part il n’est lui-même soumis à aucune autre puissance » (p. 43). Alors que pour nombre de nos contemporains, l’existence même de l’État constitue une limite et une atteinte à la liberté des citoyens, pour Edith Stein « la souveraineté comme auto-constitution d’une res publica et la liberté de l’individu sont inséparablement liées… la liberté des individus n’est pas supprimée par la volonté du corps étatique mais est au contraire la condition de sa mise en œuvre : elle ne limite donc pas la souveraineté » (p. 82). D’où « la fragilité de la situation de l’État » aux yeux d’Edith Stein : sa nature juridique, qui en fait un État, ne parvient pas à garantir son existence. La garantie la plus forte est assurée par le fondement extrinsèque de l’association des personnes mise en forme par l’État, quand cette association a existé antérieurement comme communauté et lorsque le droit épouse les tendances de la vie communautaire. Il y a là, dit Edith Stein, une condition de la santé et de la vie de l’État (p. 82). En d’autres termes, l’État souverain est mortel, quoique souverain. Edith Stein approfondit cette fragilité, cette mortalité de l’État souverain : les personnes qui désobéissent au commandement de l’État en ébranlent l’existence, qui dépend de l’obéissance, c’est-à-dire, pourrions-nous ainsi expliciter la pensée de notre auteur, de la liberté des citoyens ; mais d’autre part les chefs d’État adoptent un comportement nuisible à l’État en s’aliénant les forces spirituelles et, si l’exigence de l’État est incompatible avec la conscience, l’État perd les bases de son existence (p. 174-175). Autant dire que, pour Edith Stein, la souveraineté de l’État, réelle dans son ordre, est loin d’être absolue. L’État souverain dont elle nous parle n’est pas le même que celui qu’analyse Maritain dans L’homme et l’État ou plutôt les deux auteurs se rejoignent en reconnaissant les limites de la souveraineté 12. Pour Maritain, il faut « rejeter le concept de souveraineté qui ne fait qu’un avec le concept d’absolutisme » 13. Celui d’Edith Stein est bien différent ! V. — ÉTAT SOUVERAIN ET VALEURS RELIGIEUSES : L’ÉTAT, LA PERSONNE ET DIEU L’État, tel que le comprend Edith Stein, est en dépendance de la personne dans l’exercice même de sa souveraineté. Philibert Secrétan dégage bien la portée de la pensée de Stein quand il dit que pour elle l’État est une structure de liberté qui mérite d’être huma12 L’homme et l’État, chap. II. 13 L’homme et l’État, p. 43. EDITH STEIN ET L’ÉTAT 135 nisée par des personnes investies de son autorité 14. Edith Stein dit expressément : « L’État, puisqu’il demeure dans la sphère de la liberté, est en soi inachevé et doit recevoir d’ailleurs les orientations de son activité. Ses motivations se font par les personnes qui représentent l’État. Ce qu’elles font en raison des motifs conçus par elles et non par l’État doit compter pour des actes de l’État, si cela est conforme au sens de l’État (p. 107 et s.). Comme le dit un des rares commentateurs de notre traité, Paulus Lenz-Médoc, pour Edith Stein « l’existence de l’État est mise entre les mains de l’homme et dépend au fond beaucoup plus de sa force que lui ne dépend de l’État ». Secrétan note beaucoup plus décisivement encore : « pour Edith Stein, l’État se mesure à sa capacité d’analogie à la personne, catégorie fondamentale de la réalité » 15. D’où la liaison entre liberté personnelle et liberté de l’État : si, selon Edith Stein, « la vie de l’État se résume dans la législation et dans des actes posés sur une base juridique » (p. 97), c’est parce que l’activité de l’État est celle de législateurs personnels et libres qui exercent leur liberté dans la promulgation des lois. Edith Stein résume comme suit « la structure ontique de l’État » : « l’État est une formation sociale à laquelle s’agrègent des personnes libres de telle sorte que celles-ci (à la limite toutes) dominent sur les autres au nom de l’ensemble » (p. 106). On voit comment, pour Stein, la souveraineté et la liberté de l’État est inséparable de la liberté des personnes. Que nous voilà loin des théories absolutistes de la souveraineté ! Or, ces personnes libres, par lesquelles s’exerce la liberté de l’État, sont « avant tout », aux yeux de Stein, des êtres « soumis au Souverain suprême » comme tout homme, et cela « d’abord et avant tout », au point qu’aucun « rapport de domination terrestre n’y peut rien changer » (p. 171), la parole du Seigneur « Rendez à César ce qui est à César et à Dieu ce qui est à Dieu » signifie, selon la future martyre d’Auschwitz, que « l’État et l’obéissance envers lui sont voulus par Dieu ou au moins permis par Dieu » (p 172). Certes, nous l’avons vu, l’État en soi inachevé dépend des personnes à travers lesquelles il peut devenir royaume de Satan ou royaume de Dieu : « un être extérieur à l’État, dit explicitement Edith Stein (p. 108), peut l’utiliser à ses fins et ce peut être aussi bien Dieu que Satan ». Elle s’explique : « l’idée de l’État n’exclut pas que la divine providence assigne à l’État une mission particulière dans l’histoire de l’humanité. Mais il ne faut pas imaginer que cette mission de l’État ait été inscrite par Dieu dans l’idée de l’État. Il est seulement possible que Dieu trouve que l’État peut servir à réaliser ses desseins ». Comprenons bien le sens de ce texte : tout État a, aux yeux de Edith Stein, une mission d’origine ultimement divine et c’est la mission d’assurer la justice, de promulguer des lois ; mais certains États ont pu, au cours de l’histoire, recevoir des missions particulières, les liant de plus près à la mission de l’Église. Cependant, ce qu’Edith Stein appelle « la structure ontique de l’État » est laïque, aux yeux de notre philosophe. Pour notre convertie, « l’État n’est pas porteur de valeurs religieuses propres. Car les valeurs religieuses appartiennent à une sphère personnelle qui fait défaut à l’État. Parce qu’il n’est pas ancré dans l’âme des personnes qui relèvent de lui, l’État n’a pas d’âme… cependant il y a un dévouement à l’État qui est une affaire d âme » (p 176). 14 Introduction, p. 17. 15 Introduction, p. 25. 136 DROIT ET RELIGION Secrétan peut donc affirmer en interprétant Stein : « L’État n’est pas, selon sa nature, porteur de valeurs religieuses puisqu’il n’est pas une personne. Mais les croyants placés au service de l’État peuvent le faire agir conformément aux exigences et dans l’intérêt supérieur de la religion, de même qu’ils sont en devoir de motiver l’État à promouvoir toutes les valeurs de la communauté » 16. En ce sens, on pourrait ajouter, malgré Secrétan, que pour Edith Stein la notion d’État chrétien, juif ou musulman présente un sens. On pourrait encore observer que, dans un univers lui-même contingent de personnes humaines non nécessaires, il y a, pour Edith Stein, une super-contingence de l’État par rapport aux personnes humaines dont il dépend en même temps qu’il les gouverne. Elle proclame en même temps une auto-position de l’État en fonction, dit Secrétan, des valeurs de liberté ; pour persévérer dans son être, l’État doit en quelque sorte obliger un peuple à l’indépendance ; le peuple, continue Secrétan, apporte des dispositions culturelles au statut d’État, mais son indépendance naît avec l’État et sans l’État souverain i EDITH STEIN ET L’ÉTAT 137 sonne au sens plénier du mot. Mais les personnes à son service peuvent contribuer à ce que l’État instaure lui-même ce qui est juste et ne retienne pas ce qui est injuste. Cela n’est possible que si les mobiles moraux des personnes de sa sphère de domination sont si pressants qu’elles refuseraient de reconnaître un État qui s’en désintéresserait. Il devient alors nécessaire à son auto-conservation que l’État reste en accord avec la loi morale » (p. 132). En ce sens, on peut dire que notre philosophe convertie est morte victime de l’injustice d’une partie du peuple allemand entraînant l’État dans l’injustice antisémite et antichrétienne, au point de détruire l’État allemand lui-même. En d’autres termes, au moment d’exposer en 1925 les causes de mort possibles d’un État, Edith Stein ne pouvait soupçonner qu’elle décrivait à l’avance le suicide de son propre État dans l’acte même par lequel il voudrait la tuer, elle. L’État national-socialiste, en désaccord avec la loi morale, est, en un sens, mort victime de sa haine antisémite et antichrétienne. Si d’autres ont provoqué la mort de tel État par leurs désobéissances, comme notre philosophe le sait et le dit (p. 125), Sœur Bénédicte de la Croix est morte victime d’un État auquel elle n’avait pas désobéi. Ce qu’elle ne pouvait prévoir en 1925, elle le devina bien avant Auschwitz et il est permis de penser qu’en offrant sa vie en sacrifice à toutes les intentions de l’Église 19, Sœur Bénédicte de la Croix a exercé, sous la lumière et la force du Christ ressuscité une merveilleuse efficacité temporelle et a même mérité, de manière décisive, la restauration des deux États et des deux peuples, Israël et l’Allemagne dont elle était née et en faveur desquels elle est morte d’amour. Les deux peuples dont elle était un lien ont en effet préparé, en leurs meilleurs éléments, la résurrection des deux États, le double miracle temporel de la renaissance allemande et de la renaissance israélienne. Sans les cendres d’Edith Stein à Auschwitz, aurions-nous pu voir Adenauer marquer et proclamer à Jérusalem les regrets de l’Allemagne renée à l’État nouveau-né d’Israël ? Si la dépersonnalisation de citoyens allemands a détruit l’État allemand et abouti à dépersonnaliser (au sens thomiste en séparant son âme de son corps) Bénédicte de la Croix, son sacrifice volontaire a contribué de manière décisive à repersonnaliser des Allemands et des juifs. La création de l’Europe pourrait-elle d’une autre manière contribuer à la mort de certains États ? Edith Stein nous fournit dans son essai sur l’État des éléments de réponses à cette question. En effet, si, pour elle, « à la collectivité populaire, en tant que personnalité créatrice de culture, revient une valeur propre, une valeur que l’État ne crée pas, mais contribue seulement à réaliser », si, pour elle et par suite, « chaque personnalité d’État a quelque chose en propre, de même que chaque personne individuelle est inimitable » (p. 150), alors il est clair que des États renonçant à leurs cultures respectives pour se fondre en un État fédéral au moyen d’un véritable suicide culturel et linguistique, au bénéfice dune entité abstraite, aurait paru à notre martyre accomplir un sacrifice à la fois vain et insensé et qu’elle se serait élevée contre le projet d’une telle Europe et d’un tel État fédéral tournant le dos à toutes ses racines. 19 Cf. J.-F. Thomas, Simone Weil et Edith Stein, Malheur et Souffrance, Namur, 1992, p . 167. 138 DROIT ET RELIGION Plusieurs passages de la réflexion d’Edith Stein sur l’État nous obligent à reconnaître qu’elle n’aurait pas été favorable à une Europe éliminatrice des différences culturelles (pp. 134-135 par ex. et 140). Par contre, le philosophe Edith Stein admettrait pleinement une limitation pro-européenne des souverainetés nationales. Elle écrit en effet : « Si l’État acceptait que dans son domaine d’activité ait cours un droit qu’il n’aurait pas institué lui-même, s’il devait reconnaître à des associations de droit public, voire à des individus, le droit de légiférer, il y aurait auto-limitation mais non pas suppression de la souveraineté. Il n’y a perte de la souveraineté que là où le pouvoir étatique, l’organe de l’autoformation est diminué par une volonté autre que celle de l’État. (…) Si un État a volontairement chargé une autre Autorité de l’usage d’une partie de ses droits et prérogatives et de l’exercice de son pouvoir sur son propre domaine, il demeure un État souverain » (p. 44-45). Il est donc permis de penser que rien, dans la doctrine d’Edith Stein, ne s’oppose à la constitution par les États de l’Europe d’un État fédéral européen si ces États acceptent librement de limiter leurs propres souverainetés respectives en vue de réaliser, au moyen d’un État fédéral, une plus grande justice à l’égard du reste du monde. La souveraineté de cet État fédéral serait enracinée dans les souverainetés des États membres. Je ne propose toutefois cette hypothèse, en ce qui concerne la pensée d’Edith Stein, que sous bénéfice d’inventaire et de vérification, notamment à l’intérieur de la Première partie, II, sect. 9, de son traité sur l’État (pp. 98-103). Si l’hypothèse paraît vérifiée, on pourra dire qu’Edith Stein ouvre des pistes conduisant à l’État mondial, cher à Rceinold Niebuhr et à J. Maritain 20, à cet État mondial qui paraît aujourd’hui à plusieurs penseurs seul capable d’autarcie et d’assurer le bien commun universel, raison pour laquelle il a été préconisé par le pape Jean XXIII dans la quatrième partie de l’Encyclique Pacem in Terris, en 1963. VII. — CONCLUSIONS Horizons possibles d’une comparaison entre les philosophies politiques d’Edith Stein et de Thomas d’Aquin : Il resterait à poser et à examiner deux questions, entre autres, si l’on voulait atteindre à une meilleure intelligence des similitudes et différences entre les pensées de l’Aquinate et celles d’Edith Stein sur l’État : 1) Dans quelle mesure et jusqu’à quel point la promotion de la justice, par la promulgation de lois, – telle est la mission de l’État suivant Edith Stein –, correspond-elle au bien commun dont la recherche est sa raison d’être suivant l’Aquinate ? 2) Peut-on admettre que, pour saint Thomas, chacun des membres d’un peuple voulant le bien commun de ce peuple participe ainsi à la fondation de la cité, de l’État, même si un seul est formellement son fondateur, son instituteur, comme le Docteur commun paraît le dire dans son De Regimine Principum I, 15 ? 20 L’homme et l’État, chap. VII. EDITH STEIN ET L’ÉTAT 139 Une réponse précise à ces deux questions déborderait l’objet de l’étude ici présentée. S’il est clair que l’écrit d’Edith Stein sur l’État appartient « à l’époque phénoménologique d’Edith Stein » – comme le souligne le professeur R. Guilead dans son livre sur l’itinéraire d’Edith Stein 21 et que la convertie de 1922 n’y a pas cherché les lumières qu’aurait pu lui apporter l’Aquinate, il est non moins évident qu’une comparaison plus approfondie que la nôtre pourrait enrichir notre connaissance de leurs deux pensées sur l’État