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Jueves, 18 de abril de 2024

Eclesiastés

De Enciclopedia Católica

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( Set. èkklesiastés, en San Jerónimo también concionator, predicador).

Estudio general

Eclesiastés es el nombre dado al libro de la Sagrada Escritura que usualmente sigue al de los Proverbios; el hebreo Qoheleth probablemente tiene el mismo significado. La palabra predicador, sin embargo, no intenta sugerir una congregación ni un discurso público, sino sólo el anuncio solemne de verdades sublimes [Heb., HQHYL, pasivo nqlh, Lat. congregare, 1 Rey. 8,1.2; bqhl, in publico, palam, Prov. 5,14; 26,26; qhlt para ser tomado o como un participio femenino, y sería entonces un nombre abstracto simple, præconium, o en un sentido poético, tuba clangens, o puede tomarse como el nombre de una persona, como los nombres propios de formación similar, Esd. 2,55.57; correspondiente a su uso, la palabra se usa siempre como masculino, excepto 7,27]. Salomón, como el heraldo de la sabiduría, proclama las más serias verdades. Su enseñanza puede ser dividida como sigue:

Introducción

Todo lo humano es vanidad (1,1-11); pues el hombre, durante su vida en la tierra, es más transitorio que todas las cosas en la naturaleza (1,1-7), cuyo curso admira, pero no comprende (1,8-11).

Parte I

La vanidad en la vida privada del hombre (1,12 - 3,15): vana es la sabiduría humana (1,12-18); vano son los placeres y la pompa (2,1-23). Entonces, exagerando retóricamente, llega a la conclusión: "¿No es mejor disfrutar de las bendiciones de la vida que Dios ha dado, que malgastar tu fuerza inútilmente?" (2,24-26). Como epílogo a esta parte, se añade la prueba de que todas las cosas están predestinadas inmutablemente y no están sujetas a la voluntad del hombre (3,1-15). En esta primera parte, se coloca en primer plano la referencia al autor mismo, la auto acusación por el lujo excesivo descrito en 1 Rey. 10. Posteriormente, el autor suele prologar sus meditaciones con un "yo vi", y explica lo que ha aprendido, bien por observación personal o por otros medios, y sobre lo que ha meditado. Así que él vio:

Parte II

Pura vanidad también en la vida civil (3,16 - 6,6). Vana y triste es la vida a causa de la maldad que reina en las salas de justicia (3,16-22), así como en el trato de los hombres (4,1-3). Las expresiones fuertes en 3,18 ss. Y 4,2 ss. deben ser explicadas por la vena trágica del escritor, y esto le da crédito al escritor, quien, hablando como Salomón, lamenta amargamente lo que ha sucedido muy a menudo en su reino También, ya sea por su culpa o sin su conocimiento. El gobierno despótico de los reyes fue descrito previamente por Samuel, y a Salomón no se le puede eximir de toda culpa (ver más abajo). Pero incluso el mejor príncipe, a su pesar, aprende por experiencia que los males innumerables no se pueden prevenir en un gran imperio. Cohélet no habla de los males que él mismo ha sufrido, sino de los que sufrieron los demás. Otra de las vanidades de la vida consiste en el hecho de que la loca competencia lleva a muchos a caer en la ociosidad (4,4-6); una tercera causa que más de un hombre debido a la avaricia huya de la sociedad, o incluso pierda un trono porque su imprudencia le prohíbe buscar la ayuda de otros hombres (4,7-16).

Cohélet se vuelve entonces una vez más a las tres clases de hombres nombrados: a los que gimen bajo el peso de la injusticia, a fin de exhortarlos a no pecar contra Dios por la murmuración contra su Providencia, porque esto equivaldría a deshonrar a Dios en su Templo, o a romper un voto sagrado, o a negar la Providencia (4,17 - 5,8). De la misma manera da algunos consejos saludables para el avaro (5,9-19) y describe la miseria del supuesto rey tonto (6,1-6). Una larga amplificación oratoria cierra la segunda parte (6,7 - 7,30). La predestinación inmutable de todas las cosas por Dios debe enseñar al hombre la satisfacción y la modestia (6,7 - 7,1, Vulg.). Lo mejor es una vida seria, libre de toda frivolidad (7,2-7, Vulg.). En lugar de los arrebatos de enojo (7,8-15) recomienda un justo medio (7,16-23). Por último, Cohélet indaga en la más profunda y última razón de la "vanidad" y la encuentra en el pecado de la mujer; también piensa evidentemente en el pecado de la primera mujer, a través del cual, en contra de la voluntad de Dios (30), la miseria entró al mundo (7,24-30). En esta parte, también, Cohélet regresa a su advertencia a disfrutar en paz y humildad las bendiciones otorgadas por Dios, en vez de entregarse uno a la ira a causa de los males sufridos, o a la avaricia, o a otros vicios (3,22; 5 ,17 ss; 7,15).

Parte III

La parte III comienza con la pregunta: "¿Quién es como el hombre sabio?" (En la Vulgata estas palabras han sido mal colocadas en el cap. 7.) Cohélet aquí da siete u ocho normas importantes para la vida como la quintaesencia de la verdadera sabiduría. Presentar a Dios ("el rey") se compromete (8,1-8). Si observas que no hay justicia en la tierra, reprímete a ti mismo, “come y bebe" (8,9-15). No trates de resolver todos los enigmas de la vida por la sabiduría humana, sino que es mejor disfrutar modestamente las bendiciones de la vida y trabajar de acuerdo a la propia fuerza, pero siempre dentro de los estrechos límites fijados por Dios (8,16 - 9,12). (En la Vulgata se debe descartar ad aliud). En este "sitio" de tu ciudad (por Dios) busca la ayuda de la verdadera sabiduría (9,13 – 10,3). Es siempre muy importante no perder el temple debido a los males que te hagan (10,4-15). Luego sigue la repetición del consejo de no entregarse a la vagancia; la pereza destruye los países y las naciones, por lo tanto trabaja diligentemente, pero déjale el éxito a Dios sin murmurar (10,16 - 11,6). Aún en medio de los placeres de la vida no olvides al Señor, sino que piensa en la muerte y en el juicio (11,7 – 12,8). En el epílogo Cohélet nuevamente hace hincapié en su autoridad como el maestro de la sabiduría, y declara que la médula de sus enseñanzas es: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal”.

En el análisis anterior, como es de esperar, el escritor de este artículo se ha guiado en algunos detalles por su concepción del difícil texto ante él, que ha expuesto más completamente en su comentario sobre el mismo. Muchos críticos no admiten en absoluto una relación estrecha de las ideas. Zapletal considera el libro como una colección de aforismos separados que forman un todo sólo exteriormente: Bickell pensó que la disposición de las partes había sido totalmente destruida en una fecha anterior; Siegfried supone que el libro ha sido completado y ampliado en los estratos; Lutero asumió que tenía varios autores. La mayoría de los comentaristas no esperan poder mostrar una conexión regular de todos los “dichos" y un arreglo ordenado de todo el libro. En el análisis anterior, se ha intentado hacer eso, y hemos señalado qué medios pueden llevar al éxito. Varias partes deben tomarse en el sentido de parábolas, por ejemplo, lo que se dice en 9,14 ss., del asedio de una ciudad por un rey, y en 8,2 y 10,20 "rey" significa Dios. Me parece que 4,17, no debe ser tomado literalmente, y lo mismo es cierto de 10,8 ss. Pocos vacilarían en tomar 9,1 ss. en sentido figurado. El cap. 12 debe convencer a todos que las alegorías bien delineadas están realmente en el estilo de Cohélet. El cap. 3 sería muy insípido si la proposición "Hay un tiempo para todo" no llevara un significado más profundo del que las palabras revelan a primera vista. La mejor garantía de la unidad y secuencia de pensamientos en el libro es el tema, "Vanitas vanitatum", que lo abre enfáticamente y se repite una y otra vez, y (12,8) con la que termina. Por otra parte, la repetición constante de vidi o de expresiones similares, que conectan los argumentos de la misma verdad; por último, la similitud de giros verbales y retóricos y de la vena trágica del escritor, con su lenguaje hiperbólico, de principio a fin.

A fin de conciliar las declaraciones aparentemente contradictorias en el mismo libro o lo que parecen contradicciones de verdades manifiestas de orden religioso o moral, los comentaristas antiguos supusieron que Cohélet expresa diversas opiniones en forma de un diálogo. Muchos comentaristas modernos, por el contrario, han tratado de eliminar esas discrepancias al omitir partes del texto, para así obtener una colección armoniosa de máximas, o incluso afirmaban que el autor no tenía ideas claras, y, por ejemplo, no estaba convencido de la espiritualidad e inmortalidad del alma. Pero, aparte del hecho de que no podemos admitir puntos de vista variados o erróneos sobre la vida y la fe en un escritor inspirado, consideramos las alteraciones frecuentes en el texto o en la propuesta forma de diálogo como improvisaciones pobres. Basta, en mi opinión, explicar ciertos giros hiperbólicos y algo paradójicos como resultado del estilo claro y la vena trágica del escritor. Si nuestra explicación es correcta, se cae al suelo el reproche principal contra Cohélet---a saber, aquel contra su ortodoxia. Pues si 3,17; 11,9; 12,7.14 apuntan a otra vida tan claramente como se puede desear, no podemos tomar 3,18-21 como una negación de la inmortalidad. Además, es evidente que en todo el libro el autor lamenta sólo la vanidad de la vida mortal o terrenal, pero a esto se puede aplicar realmente (si se considera el lenguaje hiperbólico del humor trágico) cualquier cosa que diga allí Cohélet. No podemos censurar su comparación de la vida mortal y muerte del hombre con la vida y muerte de la bestia (en los v. 19 y 21 rwh debe tomarse siempre como "aliento de vida"). Una vez más, 4,2 ss. es sólo una expresión hiperbólica; de la misma manera en Job (3,3) maldice en su dolor el día de su nacimiento. Es cierto que algunos alegan que la doctrina de la inmortalidad era del todo desconocida para la antigüedad temprana, pero incluso el Salvador ( Lucas 20,37) adujo el testimonio de Moisés para la resurrección de los muertos y sus adversarios no lo contradijeron; 9,5 ss. y 10 deben tomarse en un sentido similar. Ahora bien, al condenar todas las cosas terrenales a la destrucción, pero al atribuirle otra vida al alma, Cohélet admite la espiritualidad del alma; esto se deduce especialmente de 12,7, donde se devuelve el cuerpo a la tierra, pero el alma a Dios.

A veces Cohélet también parece dado al fatalismo, pues en su manera peculiar pone gran énfasis en la inmutabilidad de las leyes de la naturaleza y del universo. Sin embargo, considera que esta inmutabilidad es dependiente de la voluntad de Dios (3,14; 6,2; 7,14 ss). Tampoco niega la libertad del hombre dentro de los límites establecidos por Dios; de lo contrario sus amonestaciones a temer a Dios, a trabajar, etc. no tendrían sentido, y el hombre no habría traído el mal al mundo por su propia culpa (7,29, Heb.). Justo así de poco impugna la libertad de los decretos de Dios, pues habla de Dios como la fuente de toda sabiduría (2,26; 5,5). Sus puntos de vista sobre la vida no conducen a Cohélet a la indiferencia estoica o al odio ciego; por el contrario, muestra la más profunda solidaridad con la miseria de los sufrientes y desaprueba seriamente la oposición contra Dios. En la satisfacción con la propia suerte, en el disfrute tranquilo de las bendiciones dadas por Dios, él discierne la proporción áurea, por la que el hombre evita los caprichos de la pasión. Ni por este medio tampoco recomienda un tipo de epicureísmo, pues la frase siempre recurrente, "Comer y beber, porque es lo mejor en esta vida", evidentemente, sólo es una fórmula típica en la que recuerda al hombre todo tipo de excesos. Recomienda no el ocio, sino el disfrute moderado, acompañado por el trabajo incesante.

Muchos insisten en culpar a Cohélet de pesimismo. Parece que considera vanos y vacíos todos los esfuerzos del hombre, su vida, sin sentido e inútil, y su destino, deplorable. Es cierto que en el libro prevalece un estado de ánimo sombrío, que el autor eligió como tema la descripción de las caras tristes y serias de la vida: pero, ¿es pesimismo el reconocer los males de la vida y el sentirse impresionado por ellos? ¿No es más bien la marca de una mente grande y profunda el lamentar amargamente la imperfección de lo que es terrenal, y, por otro lado, la peculiaridad de los frívolos ignorar la verdad? De hecho, son deslumbrantes los colores con que Cohélet pinta estos males, pero, fluyen naturalmente del estilo poético-retórico de su libro y de su agitación interior, que también da lugar al lenguaje hiperbólico en el Libro de Job y en algunos Salmos. Sin embargo, Cohélet, a diferencia de los pesimistas, no arremete contra Dios y el orden del universo, sino el hombre solamente. El capítulo 7, en el que indaga sobre la causa última del mal, cierra con las palabras: "Mira lo que hallé fue sólo esto: Dios hizo sencillo al hombre, pero él se complicó con muchas razones.”

Su filosofía nos muestra también la forma en que el hombre puede encontrar una felicidad modesta. Mientras condena severamente los placeres y el lujo excepcional (cap. 2), aconseja el disfrute de los placeres que Dios prepara para cada hombre (8,15; 9,7 ss.; 11,9). No paraliza, sino que incita la actividad (9,10; 10,18 s2; 11,1 ss). Le apoya en sus aflicciones (5,7 ss.; 8,5; 10,4), sino que lo consuela en la muerte (3,17; 12,7); descubre a cada paso cuan necesario es el temor de Dios. Pero la mayor dificultad para Cohélet parece ser su incapacidad para encontrar una respuesta directa, fácil, a los enigmas de la vida; de ahí que deplore tan a menudo la insuficiencia de su sabiduría; por el contrario, además de la comúnmente llamada sabiduría, es decir, la sabiduría resultante de las investigaciones humanas, él conoce otra clase de sabiduría que calma, y la cual recomienda una y otra vez (7,12.20; Heb. 8,1; 9,17; 12,9-14). Es verdad, sentimos cómo el autor lucha con las dificultades que acosan sus investigaciones sobre los enigmas de la vida, pero él las supera y nos ofrece un consuelo eficaz, incluso en las pruebas extraordinarias.

Extraordinario también debe haber sido el motivo que le llevó a componer el libro. Se presenta a sí mismo desde el principio y repetidamente como Salomón, y esto forzosamente nos recuerda a Salomón poco antes de la caída del imperio; pero sabemos por las Escrituras que ésta había sido preparada por varias rebeliones y había sido anunciada por la palabra infalible del profeta (vea más adelante). Debemos imaginarnos a Salomón en esos tiempos críticos, cómo buscaba fortalecerse a sí mismo y a sus súbditos en esta dura prueba por la verdadera sabiduría que es un alivio en todo momento; la sumisión a la voluntad inmutable de Dios, el verdadero temor del Señor, sin duda, debe parecerle ahora la esencia de la sabiduría humana.

Como en el Quinto Concilio General, no se estableció el carácter inspirado de Eclesiastés, sino que se reafirmó solemnemente contra Teodoro de Mopsuestia, los fieles siempre han encontrado edificación y consuelo en este libro. Ya en el siglo III, San Gregorio Taumaturgo, en su traducción literal, luego, San Gregorio de Nisa, en ocho homilías, más tarde Hugo de San Víctor, en diecinueve homilías, establecieron que la sabiduría de Cohélet es verdaderamente celestial y divina. Cada edad pueden aprender de su enseñanza que la verdadera felicidad del hombre no debe buscarse en la tierra, ni en la sabiduría humana, ni en el lujo, ni en esplendor real; que a todos nos esperan muchas aflicciones, en consecuencia, ya sea por la maldad de otros, o por sus propias pasiones; que Dios le ha encerrado dentro de límites estrechos, para que no se vuelva arrogante, sino que Él no le niega una pequeña medida de la felicidad si éste no "busca las cosas que están por encima de él" (7,1, Vulg. ), si disfruta de lo que Dios le ha concedido, en el temor del Señor y en el trabajo saludable. La esperanza de una vida futura mejor se vuelve más fuerte mientras menos esta vida pueda satisfacer al hombre, especialmente al hombre de gran esfuerzo. Ahora bien, Cohélet no destina esta doctrina para un individuo o para un pueblo, sino para la humanidad, y él no la prueba a partir de la revelación sobrenatural, sino a partir de la pura razón. Este es su punto de vista cosmopolita, el que Kuenen reconoció correctamente; por desgracia, este comentarista quiso concluir de ello que el libro se originó en la época helenística. Nowack lo refutó, pero la aplicación universal de las meditaciones contenidas en él es inconfundible para todo hombre que se guía por la razón.

El autor del Libro

Bibliografía: En la Iglesia Latina, BUENAVENTURA, NICOL, LIRANO, DENIS EL CARTUJO, y sobre todo PINEDA (s. XVII), MALDONADO, CORNELIO A LÁPIDE Y BOSSUET escribieron importantes comentarios, después del tiempo de San Jerónimo, de quien dependen muchos. Comentarios católicos modernos: SCHÄFER (Friburgo im Br., 1870); MOTAIS (París, 1876); RAMBOUILLET (París, 1877); GIETMANN (París, 1890); ZAPLETAL (Friburgo, Suiza, 1905). Comentarios protestantes: ZÖCKLER, tr. TAYLOR (Edimburgo, 1872); BULLOCK, en Speaker's Comment. (Londres, 1883); Cambridge Bible (1881); WRIGHT, (Londres, 1883); LEIMDÖRFER, (Hamburg, 1892); SIEGFRIED (Göttingen, 1898); WILDEBOER (Friburgo im Br., 1898).

Gietmann, Gerhard. "Ecclesiastes." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/05244b.htm>.

Está siendo traducido por L H M.