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Viernes, 19 de abril de 2024

Ebionitas

De Enciclopedia Católica

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Es el nombre con que se designaba a una o más sectas cristianas primitivas que estaban plagadas de errores judaicos.

El término «ebionitas» (ebionaioi) es la transliteración de un vocablo arameo que significa «los pobres». Ireneo (Adv. Haer., I, xxvi, 2) fue el primero en mencionarlo, pero no explica su significado. Orígenes (C. Celsum, II, i; De Princ., IV, i, 22) y Eusebio (Hist. Eccl., III, xxvii) asocia el nombre de estas sectas con la pobreza de su entendimiento, con la pobreza de la Ley a que se aferraban, o con el concepto pobre que tenían sobre Cristo. Sin embargo, es obvio que este no es el origen histórico del nombre. Otros escritores —tales como Tertuliano (De Praescr., xxxiii; De Carne Chr., xiv, 18), Hipólito (cfr. Pseudo-Tert., Adv. Haer., III, reflejo del perdido Sintagma de Hipólito) y Epifanio (Haeres., xxx)— derivan el nombre de la secta de un tal Ebión, su supuesto fundador. Epifanio menciona incluso su lugar de nacimiento —una aldea llamada Cochabe, en el distrito de Basán—, y declara que viajó por Asia, y que llegó a visitar Roma. Entre los eruditos modernos, Hilgenfeld ha mantenido la historicidad de este Ebión basándose mayormente en algunos pasajes que fueron atribuidos a Ebión tanto por San Jerónimo (Comm. in Gal., iii, 14) como por el autor de una compilación de textos patrísticos contra los monotelitas. Pero es poco probable que estos pasajes sean auténticos; y Ebión —un desconocido en la historia— quizás sea sólo una invención para explicar el nombre «ebionitas». Puede que el nombre fuera adoptado por los que gustosamente decían tener la bienaventuranza de ser pobres en espíritu o los que decían seguir el ejemplo de los primeros cristianos en Jerusalén que pusieron sus bienes a los pies de los apóstoles. Tal vez, sin embargo, los demás les pusieron el nombre primero, y se debe relacionar con la notoria pobreza de los cristianos en Palestina (cf. Gál. 2:10). Los eruditos modernos han mantenido verosímilmente que, al principio, el término no designaba a ninguna secta herética, sino a los judíos ortodoxos cristianos de Palestina que siguieron guardando la Ley Mosaica. Éstos, al dejar de estar en contacto con la mayor parte del mundo cristiano, se habrían alejado gradualmente del estándar de ortodoxia, convirtiéndose en herejes formales. Se puede ver una etapa de esta evolución en el capítulo xlvii del Diálogo con Trifón (compuesto por San Justino hacia el 140 d.C.), el cual habla de dos sectas de cristianos judíos que se distanciaron de la Iglesia: los que guardaban la Ley Mosaica sin exigir que los demás la guardaran, y los que la tenían por obligación universal. Al segundo grupo todos lo consideraban herético, pero San Justino tenía comunión con el primer grupo a pesar de que no eran tolerados por todos los cristianos. Con todo, San Justino no empleaba el término «ebionitas»; y cuando el término aparece por primera vez (circa 175 d.C.), designa una secta claramente herética.

Según Ireneo, las doctrinas de esta secta eran semejantes a las de Cerinto y Carpócrates. Los ebionitas negaban la divinidad y nacimiento virginal de Cristo, se aferraban a la observancia de la Ley Judaica, tenían por apóstata a San Pablo, y sólo empleaban un Evangelio según San Mateo (Adv. Haer., I, xxvi, 2; III, xxi, 2; IV, xxxiii, 4; V, i, 3). Hipólito (Philos., VIII, xxii, X, xviii) y Tertuliano (De carne Chr., xiv, 18) describen sus doctrinas de manera similar, pero la observancia de la Ley no parece ser un rasgo tan prominente como en el relato de Ireneo. Orígenes fue el primero (C. Cels., V, lxi) en señalar una distinción entre dos clases de ebionitas, distinción también señalada por Eusebio (Hist. Eccl., III, xxvii). Aunque todos los ebionitas rechazaban la preexistencia y divinidad de Cristo, algunos rechazaban Su nacimiento virginal y otros lo aceptaban. Los que aceptaban Su nacimiento virginal parecen haber tenido una opinión más sublime acerca de Cristo y, además de guardar el sábado, parecen haber guardado el domingo para conmemorar Su resurrección. Estos ebionitas de índole moderado eran probablemente menos numerosos y de menor importancia que sus hermanos más estrictos, puesto que se atribuía a ambos bandos el rechazo al nacimiento virginal (Orígenes, Hom. in Luc., xvii). San Epifanio llamaba «ebionitas» al bando de tendencia hereje, y «nazarenos» al de tendencia católica. Sin embargo, no sabemos de dónde San Epifanio obtuvo esta información ni cuán confiable es. Por lo tanto, es arriesgado mantener, como se hace a veces, que la distinción entre los nazarenos y los ebionitas se remonta a los primeros días del cristianismo.

Además de estos ebionitas judaicos, hubo una versión gnóstica posterior de la misma herejía. Los ebionitas gnósticos se diferenciaban grandemente de las escuelas principales del gnosticismo en que rechazaban por completo cualquier distinción entre Jehová el Demiurgo y el Buen Dios Supremo. Los que tienen tal distinción por esencial para el gnosticismo se opondrían a siquiera catalogar de gnósticos a los ebionitas. Pero por otra parte, se puede deducir por la literatura pseudoclementina que el carácter general de sus enseñanzas es inconfundiblemente gnóstico. Estas se pueden resumir así: La materia es eterna, y es una emanación de la Deidad. Es más, constituye —por así decirlo— el cuerpo de Dios. Por ende, la creación es tan sólo la transformación de la materia preexistente. De esta manera, Dios «crea» al universo por medio de Su sabiduría, la cual se describe como «una mano demiúrgica» (cheir demiourgousa) que produce al mundo. Pero este Logos (o Sofía) no constituye una persona distinta, como en el caso de la teología cristiana. La Sofía produce al mundo mediante una sucesiva evolución de «sizigias» (N. del T.: parejas de eones) en las que el [eón] femenino siempre precede al masculino, pero es definitivamente vencido por este último. Además, este universo se divide en dos reinos, a saber, el del bien y el del mal. El Hijo de Dios impera sobre el reino del bien, y a Él le es dado el mundo venidero, mas el Príncipe del Mal es el príncipe de este mundo (cf. Jn. 14:30; Ef. 1:21; 6:12). Este Hijo de Dios es el Cristo, un ser intermedio entre Dios y la creación. No es una criatura, pero tampoco es igual al Padre y ni siquiera se debe comparar con Él (autogenneto ou sygkrinetai — Hom., xvi, 16). Adán fue el portador de la primera revelación; Moisés, de la segunda; y Cristo, de la tercera, que es la perfecta. La unión del Cristo con Jesús está envuelta en oscuridad. El ser humano se salva por el conocimiento (gnosis), por creer en Dios el Maestro, y por el bautismo para remisión de pecados. De este modo recibe el conocimiento y las fuerzas para cumplir con todos los preceptos de la Ley. Cristo vendrá otra vez para vencer al Anticristo, como la luz disipa las tinieblas. En este sistema se funden el panteísmo, el dualismo persa, el judaísmo y el cristianismo; y se parece en algunos aspectos a la literatura mandeísta. La obra Recognitiones, según aparece en la traducción (¿revisión?) que Rufino nos ha dejado, se acerca más a la doctrina católica que las Homilías.

Entre los escritos de los ebionitas, se deben mencionar los siguientes:

· Su evangelio: San Ireneo sólo declara que usaban el Evangelio de San Mateo. Eusebio modifica esta declaración al hablar sobre un tal Evangelio según los Hebreos, del cual Hegesipo (Eusebio, Hist. Eccl., IV, xxii, 8), Orígenes (Jerónimo, De vir., ill., ii) y Clemente de Alejandría (Strom., II, ix, 45) tenían conocimiento. Era probablemente el levemente modificado San Mateo en el arameo original, escrito en caracteres hebreos. Sin embargo, San Epifanio lo atribuye a los nazarenos, mientras que los ebionitas verdaderos sólo poseían una copia incompleta, falsificada y truncada del mismo (Adv. Haer., xxix, 9). Es posible que sea idéntico al Evangelio de los Doce. · Sus libros apócrifos: Los viajes de Pedro (periodoi Petrou) y los Hechos [Apócrifos] de los Apóstoles, entre los cuales se encuentran Las Ascensiones de Santiago (anabathmoi Iakobou). En gran parte, los primeros libros nombrados están contenidos en las Homilías Clementinas bajo el título Compendio de los Sermones de los Viajes de Pedro (escrito por Clemente), y también en las Recognitiones (igualmente atribuidas a Clemente). Constituyen una antigua novela didáctica cristiana cuyo fin era propagar las ideas ebionitas, es decir, sus doctrinas gnósticas, la supremacía de Santiago, su conexión con Roma, y su antagonismo contra Simón el Mago. (Véase CLEMENTINAS.) · Las obras de Símaco, es decir, su traducción del Antiguo Testamento (véase VERSIONES DE LA BIBLIA; SÍMACO EL EBIONITA) y su Hypomnemata contra el evangelio canónico de San Mateo. Esta segunda obra, la cual se ha perdido por completo (Eusebio, Hist. Eccl., VI, xvii; Jerónimo, De vir. ill., liv), es probablemente idéntica a la obra De distinctione praeceptorum, mencionada por Ebed Jesu (Assemani, Bibl. Or., III, 1). · El libro de Elkesai, o de «El Poder Oculto», el cual pretende haber sido escrito hacia el 100 d.C., y traído a Roma hacia el 217 d.C. por Alcibíades de Apamea. A los que aceptaban sus doctrinas y su nuevo bautismo se les llamaban «elkesaítas» (Hipp., Philos., IX, xiv-xvii; Epif., Haer., xix, 1; liii, 1).

Se conoce muy poco sobre la historia de esta secta. En Oriente sólo ejercieron una leve influencia, mientras que en Occidente —donde se les llamaban «simaquianos»— no ejercieron ninguna influencia. Al parecer, aún existían pequeñas comunidades ebionitas durante la época de San Epifanio en algunas aldeas de Siria y Palestina, pero habían caído en el olvido. Más hacia el este, en Babilonia y Persia, quizá se pueda encontrar su influencia entre los mandeos. Uhlhorn y otros eruditos opinan que se les puede vincular con el origen del islamismo.

J.P. ARENDZEN Transcrito por Sean Hyland Traducido del inglés por Eric Ayala, Puerto Rico