Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Jueves, 25 de abril de 2024

Culto cristiano

De Enciclopedia Católica

Revisión de 23:14 7 oct 2010 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Noción y características)

Saltar a: navegación, buscar

Noción y características

La palabra culto (sajón, weorthscipe, "honor"; de worth, que significa “valor”, "dignidad", "precio"; y la terminación, ship; latín, cultus). En su sentido más general es un homenaje que se rinde a una persona o cosa. En este sentido podemos hablar de culto al héroe, culto al emperador, a los demonios, a los ángeles, incluso a las reliquias, y en especial a la Cruz. Este artículo se ocupará del culto cristiano de acuerdo con la siguiente definición: homenaje que se rinde a Dios, a Jesucristo, a sus santos, a los seres o incluso a los objetos que tienen una relación especial con Dios.

Hay varios grados de este culto:

  • Latría: si se dirige directamente a Dios, es superior, absoluto, el culto supremo, o culto de adoración, o, de acuerdo con el término teológico consagrado, un culto de latria (latría). Este culto soberano se debe solamente a Dios; si se dirigiese a una criatura se convertiría en idolatría.
  • Dulía: Cuando el culto se dirige a Dios sólo indirectamente, es decir, cuando su objeto es la veneración de los mártires, de los ángeles o los santos, es un culto subordinado dependiente del primero y relativo, en la medida en que se honra a las criaturas de Dios por sus relaciones particulares con Él. Los teólogos lo designan como culto de dulía, un término que denota servidumbre, y que, cuando se usa para denotar nuestro culto a los siervos distinguidos de Dios, implica que su servicio a Él es su título a nuestra veneración (cf. Chollet, loc. cit., col. 2407, y Bouquillon, Tractatus de virtute religionis, I, Brujas, 1880, 22 ss).
  • Hiperdulía: Como la Santísima Virgen tiene un rango supereminente y absolutamente independiente entre los santos, el culto que se le rinde se llama hyperdulia (para el significado e historia de estos términos vea Suicer, Thesaurus ecclesiasticus, 1728).

De acuerdo a estos principios, se entenderá fácilmente que un culto determinado se puede ofrecer incluso a objetos inanimados, tales como las reliquias de un mártir, la Cruz de Cristo, la corona de espinas, o incluso la estatua o imagen de un santo. Aquí no hay ninguna confusión o peligro de idolatría, pues este culto es subordinado o dependiente. La reliquia del santo es venerada por el vínculo que la une con la persona que es adorada o venerada, mientras que se considera que la estatua o imagen tiene una relación convencional con una persona que tiene derecho a nuestro homenaje, como un símbolo que nos recuerda a esa persona (vea Vacant, Diet de théol. Cath., s.v. Adoration, y a los autores citados en la bibliografía, también dulía, latría, adoración, idolatría, veneración de imágenes, Devoción a la Virgen María).

Hay que distinguir entre el culto interior y el culto exterior. El primero no se manifiesta por actos externos, sino que consiste en la adoración interior; pero cuando este sentimiento interior se expresa con palabras o acciones, postración, genuflexión, la Señal de la Cruz, o cualquier otro gesto, se convierte en culto exterior. Además, el culto es privado o público: el primero, que puede ser un acto de culto externo, se realiza sin ser visto o visto por unos pocos; y el segundo es el culto oficial que rinden los hombres reunidos para un fin religioso y que forman una sociedad religiosa correctamente llamada. Este no es el lugar para mostrar que el culto cristiano es un culto a la vez interior y exterior, público y privado. Debe ser interior, de lo contrario sería mera comedia, un culto puramente farisaico como el que Cristo condenó cuando le dijo a sus discípulos que debían adorar en espíritu y en verdad.

Pero no debe ser culto puramente interior, como afirma Sabatier (Sabatier, "Esquisse d'une philosophie de la religión", 1908, 5), con ciertos protestantes y la mayoría de los deístas, pues el hombre no es un espíritu puro, sino compuesto de cuerpo y alma, y debe adorar a Dios, no sólo en su alma, sino también en su cuerpo. Esta es la justificación de todas las manifestaciones externas de culto: genuflexión, prosternación, arrodillarse, estar de pie, la Señal de la Cruz, la elevación o imposición de manos. Por otra parte, bajo el mismo principio se puede entender fácilmente que, para rendir homenaje a Dios, el hombre puede recurrir a criaturas animadas o inanimadas (sacrificio de animales, incienso, luces, flores, etc.). Tampoco es difícil probar que, puesto que el hombre es un ser social, su culto debe ser público y en común con los demás. El culto en privado o incluso el culto individual en público, no es suficiente. La sociedad como tal también debe dar a Dios el honor que se le debe. Además, es natural que hombres que creen en el mismo Dios y abrigan hacia Él los mismos sentimientos de adoración, gratitud culto y amor deben reunirse para alabarle y darle gracias.

Pero incluso si este principio de un derecho natural no existió para probar la necesidad y la legitimidad de un culto social, el hecho de que Cristo fundó una Iglesia, es decir, una sociedad de hombres que profesan la misma fe, que obedecen las mismas leyes unidos entre sí por vínculos estrechísimos, implica la existencia del mismo culto. Esta sociedad religiosa fundada por Cristo debe tener uno y el mismo culto, "un solo Señor, una sola fe, un bautismo. Un solo Dios y Padre de todos" (Ef. 4,5-6). Este bautismo representa la plenitud del culto, que debe ser uno, dirigido al mismo Dios por el mismo Cristo. De ahí que el culto cristiano es el culto de la Iglesia, la expresión de la misma fe, y ejercido bajo la supervisión de la autoridad eclesiástica. Así entendido, el culto depende de la virtud de religión y es la manifestación de esa virtud. Por último, los teólogos suelen relacionar también el culto con la virtud de la justicia; pues el culto no es un acto discrecional de la criatura; Dios tiene derecho al culto de las criaturas inteligentes como una cuestión de justicia.

En el cristianismo el culto ofrecido a Dios tiene un carácter especial que se diferencia profundamente del culto judío, pues es el culto de la Trinidad, Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El culto de los judíos se dirige a Dios, uno, omnipotente, magnífico, soberano, el rey de reyes, Señor de señores, Dios de los dioses, pero sin distinción de personas. La oración se dirige a Él como el Dios vivo, el Señor Dios de Israel, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, o simplemente al Señor nuestro Dios. La fórmula “al Dios de Abraham, Isaac y Jacob” sigue en uso entre los cristianos, pero ordinariamente los cristianos conciben a Dios en virtud de otros títulos y con otra forma.

En el culto que Cristo le rindió a Dios nos lo muestra como el Padre. Él lo adora como a su Padre: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y la tierra.” (Mt. 10,25; cf. Lc. 10,21.); "Abbá, Padre, todo es posible para ti: aparta de mí esta copa" (Mc. 14,36); “Padre, santifícame… Padre, glorifícame... sólo Padre "(Jn. 17). Parece que ya reclama para sí un culto de adoración igual al que Él le rinde al Padre: "Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt. 18,29-20). Los Apóstoles, e incluso aquellos que no eran sus discípulos le oraron a Él durante su vida: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas" (Mt. 14,28); "Señor, sálvanos, que perecemos "(Mt. 8,25); "Señor, si quieres, puedes limpiarme" (Mt. 8,2; Cf. Mc. 1,40; Lc. 5,12); "Ten piedad de mí, oh Señor... Pero ella vino a postrarse ante Él y le dijo: ¡Señor, socórreme!" (Mt. 15,22.25), etc.

Él ordenó que se confiriera el bautismo en su Nombre, así como en el nombre del Padre, "bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt. 28,19). Los exorcismos, imposición de manos, la unción de los enfermos se realizaran en su Nombre: "en mi nombre expulsarán demonios ... impondrán las manos sobre los enfermos" (Mc. 16,17-18). En San Juan se enfatiza esta idea: "…que todos honren al Hijo como honran al Padre" (5,23); "Todo lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Hasta ahora no habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo… Aquel día pediréis en mi nombre.” (16,23-26). Tan pronto ascendió a la gloria está al lado del Padre y a consecuencia de su igualdad con Él, es el objeto del culto de los primeros cristianos; “y todo cuanto hagáis”, ---San Pablo había estado hablando de la oración--- “de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre.” (Col. 3,17), lo cual es como el final de nuestras propias oraciones.

Parece probable que la oración para la elección de Matías fue dirigida directamente a Él: "Tú, Señor, que conoces los corazones de todos los hombres" (Hch. 1,24). Su nombre se vuelve consagrado para la oración en las fórmulas, "Por el nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Hch. 4,10); "por el nombre de tu santo siervo Jesús" (Hch. 4,30). San Esteban ruega a Dios: "Señor Jesús, recibe mi espíritu" (Hch. 7,58). Las fórmulas de exorcismo son también en su nombre: "En nombre de Jesucristo te mando (Satanás) que salgas de ella (la mujer)" (Hch. 16,18). De hecho, incluso los exorcistas judíos trataron de hacer uso de este nombre en sus exorcismos: "Algunos de los exorcistas judíos... intentaron también invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, y decían: Os conjuro por Jesús, a quien predica Pablo" (Hch. 19,13). En San Pablo expresiones como: "A vosotros gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo... [Cristo] quién es sobre todo bendito por los siglos", y otras similares son demasiado numerosas para citarlas. También abundan en el Apocalipsis, por lo general en forma de una doxología, por ejemplo, "Al que está sentado en el trono, y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos… Amén” (Apoc. 5,13-14). Los Padres Apostólicos y los escritores de los primeros siglos asimismo nos proveen con una abundante cosecha de fórmulas similares. (Vea Cabrol, Monuments liturgica, I, París, 1900-02, donde se recopilan los textos en orden cronológico, especialmente los núms. 612, 627, 649, 653, 656, etc., y también Cabrol. Dict. d'archéologie chrét. et de liturgie, I, col. 614, 654.)

En virtud del mismo principio y de la igualdad de las Personas Divinas en la Trinidad, el Espíritu Santo también se convirtió en objeto de culto cristiano. Como se ha visto, se les dio la fórmula del bautismo “en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En la doxología el Espíritu Santo también tiene un lugar con el Padre y el Hijo. En la Misa se invoca al Espíritu Santo en la epíclesis, y se le invita a preparar el sacrificio. Los montanistas, que en el siglo II predicaban y esperaban que la venida del Espíritu Santo tomara el lugar del Hijo, y anunciara un evangelio más perfecto, lo hizo objeto de un culto exclusivo, que la Iglesia tuvo que reprimir. Pero, no obstante, reivindicó la adoración al Espíritu Santo, y en el año 380, en el Cuarto Concilio de Roma, el Papa Dámaso pronunció los [[anatema]s que condenan a todo aquel que niegue que el Espíritu Santo debe ser adorado por toda criatura, al igual que el Padre y el Hijo (Denzinger, "Enchiridion", n. 80). Estos anatemas fueron renovados por Celestino I y Vigilio; y el Segundo Concilio General del año 381 en su símbolo, que tomó su lugar en la liturgia, formuló su fe en el Espíritu Santo: "Quién junto con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado". Estas expresiones indican la unidad de la adoración del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es decir, que una u otra de las Personas de la Trinidad pueden ser adoradas por separado, pero no excluyendo a las otras dos.

Comienzos del culto cristiano

Influencias judía y pagana

Bibliografía

CHOLLET, Culte en general in Dict. de theol. cath., III, 2404-27; BOUQUILLION, Tractatus de virtute religionis, I (Brujas, 1880); CARROL, origines liturgiques (París, 1906), 47 ss., 197; IDEM, les origines du culte catholique in Revue pratique d'apologletique (15 nov. 1906), 209-23; (1 dic.), 278-87; IDEM, L'idolatrie dans l'Église in Rev. prat. d a pol. (1 oct. 1907), 36-46. Sobre MIDDLETON, Una carta desde Roma que muestra una conformidad exacta entre el papado y el paganismo en sus diferentes ediciones, y crítica de la obra vea CABROL en ALES, Dict. apologetique, s.v. Cult chretien y I, 833, 848, donde se citan muchas otras obras protestantes sobre el tema; MARANGONI, Delle cose gentilesche e profane transportate ad uso e ad ornamento delle chiese (Roma, 1744); HATCH, Influences of Greek Ideas and usages upon the Christian Church (Londres, 1890); BASS MULLINGER en Dict. Christ, Ant., s.v. Paganism; KELLNER, Heortology, tr. (Londres y San Luis, 1908); DUCHESNE, Christian Worship, Its Origin and Evolution (Londres, 1904). Hay una refutación de algunos prejuicios protestantes respecto al origen del culto cristiano (Londres, 1897), The Liturgy and the Ritual of the Ante-Nicene Church (Londres, 1897), 248 ss. (2da ed., Londres, 1912); VACANDARD en etudes de critique et d'histoire religieuse, 3d series, Les origines du culte des saints (París, 1912); DELEHAYE, Legendes hagiographiques (Bruselas, 1905), esp. el capítulo Reminiscences et survivance patennes; DUFOURCQ, Le passe chretien, IV: Histoire de l'Église du III au X I siecle (París, 1910); BRIDGETT, The Ritual of the N.T., un ensayo sobre los Principios del Origen del ritual católico en referencia al N. T. (Londres, 1873); OSTERLY Y BOX, The Religion and Worship of the Synagogue (Londres, 1907), especialmente XIII, XVI a XX; LECLERCQ, De rei liturgicae in synagogis Ecclesiaque analogia in Mon. Ecclesiae Liturgica (París, 1900-02), L, XI ss.

Fuente: Cabrol, Fernand. "Christian Worship." The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912. 7 Oct. 2010 <http://www.newadvent.org/cathen/15710a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina. rc