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Jueves, 25 de abril de 2024

Creación

De Enciclopedia Católica

Revisión de 13:19 9 abr 2012 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Argumentos para la Creación)

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Definición

(Latín, creatio).

Como otras palabras con la misma terminación, el término creación significa tanto una acción como el objeto o efecto de ella. Así, en el último sentido, hablamos de los “reinos de la creación”, “toda la creación”, y así sucesivamente. En el primer sentido la palabra algunas veces es sinónimo de actividad productiva en general (por ejemplo, crear felicidad, angustia, etc.), pero más especialmente para un orden mayor de tal eficiencia (por ejemplo, la creación artística). En el uso técnicamente teológico y filosófico expresa el acto mediante el cual Dios trae a la existencia toda la substancia de una cosa a partir de un estado de no existencia ---productio totius substantiâ ex nihilo sui et subjecti. En toda clase de producción el efecto específico no tuvo existencia previa como tal, y por lo tanto puede decirse que ha sido educido ex nihilo sui ---a partir de un estado de no existencia--- en lo que a su carácter específico concierne (por ejemplo, una estatua a partir del mármol crudo); pero lo que es peculiar a la creación es la ausencia total de cualquier materia anterior ---ex nihilo subjecti. Es, por lo tanto, también la producción totius substantiæ ---de toda la sustancia. La preposición ex, "a partir de", en la definición anterior, por supuesto, no implica que nihil, “nada", se concibe como el material a partir del cual se hace una cosa ---materia ex quâ--- error que ha dado lugar a la objeción pueril contra la posibilidad de la creación que transmite la frase, ex nihilo nihil fit ---nada sale de la nada". El ex significa (a) la negación de material preyacente, a partir del cual se podría concebir de otro modo que procede el producto y (b) el orden de sucesión, es decir, la existencia después de la no existencia. De ello se deduce, por tanto, que:

  • 1. La creación no es un cambio o transformación, puesto que el último proceso incluye un sujeto pre-existente subyacente real que pasa de un estado real a otro estado real, cuyo sujeto la creación excluye de manera positiva;
  • 2. No es una procesión dentro de la deidad, como la emisión interna de las personas divinas, puesto que su término es extrínseco a Dios;
  • 3. No es una emanación de la sustancia divina, ya que esta última es totalmente indivisible;
  • 4. Es un acto que, mientras permanece dentro de su causa (Dios), tiene su término o efecto distinto al mismo; formalmente inmanente, es virtualmente transitivo;
  • 5. Al no incluir movimiento, como no lo hace, y por lo tanto no sucesividad, se trata de una operación instantánea;
  • 6. su término inmediato es la sustancia del efecto, al ser los "accidentes" "co-creados";
  • 7. Puesto que la palabra creación en su sentido pasivo expresa el término o el objeto del acto creativo, o, más estrictamente, el objeto de su dependencia entitativa en el Creador, se deduce que, dado que esta dependencia es fundamental, y por lo tanto inamisible, el acto creativo, una vez colocado, es coextensivo con la existencia de la criatura.

Sin embargo, al ser continuo, se le llama conservación, un acto, por lo tanto, que no es otra cosa que la afluencia incesante de la causa creadora sobre la existencia de la criatura. En la medida en que el influjo se hace sentir de inmediato en la actividad de la criatura, se llama concurrencia. Creación, conservación y la concurrencia son, por lo tanto, realmente idénticas y sólo se distinguen por noción. Hay otras características, la más importante de las cuales se verá en lo que sigue.

Historia de la idea

1

La idea de la creación así esbozada es intrínsecamente coherente. Habida cuenta de una causa primera personal que posee un poder y sabiduría infinitos, la productividad creativa podría ser a priori necesariamente una de sus perfecciones, es decir, la independencia absoluta de las limitaciones externas impuestas por un sujeto material sobre el cual ejercer su eficiencia. Además, la fecundidad que las criaturas orgánicas poseen, y que, en el supuesto presente, se derivaría de la causa primera, hay que encontrarla típica y eminentemente en su origen. Pero la productividad creativa es sólo el ejemplo trascendente de la fecundidad biológica; por lo tanto, a priori, debemos buscarla en la causa primera. Cómo se produce la criatura, cómo surge algo de la nada, es por supuesto absolutamente inimaginable por nosotros, y muy difícil de concebir. Pero esto apenas es menos cierto de cualquier otro modo de producción. El nexo íntimo entre la causa y el efecto es difícil de entender en todos los casos. Sin embargo, sólo unos pocos teóricos niegan el hecho de tal conexión, e incluso lo admiten continuamente en la práctica. En consecuencia, la imprecisión de la noción de creación no es razón válida para dudar de su coherencia interna. Por otra parte, aunque la idea de la creación no se basa, por supuesto, en la experiencia inmediata, es el producto del esfuerzo de la mente, ayudado por el principio de razón suficiente, para interpretar la experiencia. La Creación, como aparece en la actualidad, es la única solución coherente que se haya dado al problema del origen del mundo.

2

Por otra parte, aunque la idea de la creación es consecuente y naturalmente asequible para la mente que interpreta el mundo a la luz del principio de causalidad, sin embargo, esa no es su verdadera fuente. La concepción tiene un origen claramente teológico. Los primeros escritores cristianos, al haber aprendido por la revelación que el mundo se produjo de la nada, y al ver la necesidad de tener un término para designar tal acto, eligieron la palabra creare, que hasta entonces se había utilizado para expresar cualquier forma de producción, por ejemplo, creare consulem (Cicerón). El uso teológico después pasó a un lenguaje moderno. Probablemente la idea de la creación nunca entró a la mente humana aparte de la revelación. Aunque algunos de los filósofos paganos llegaron a una concepción relativamente alta de Dios como el gobernante supremo del mundo, no parece que nunca hubiesen llegado a la inferencia lógica próxima de que Él fuese la causa absoluta de toda la existencia finita. La verdad de la creación, aunque no es un misterio ---no sobrenatural en su propia naturaleza (quoad essentiam)--- es sobrenatural en el modo de su manifestación (quoud modum). Implícitamente natural, es revelada explícitamente.

La concepción clara de su origen creado, según se describe en el Génesis, que el hombre primitivo debe haber recibido de su Creador poco a poco fue oscurecida y finalmente perdida para la mayoría de sus descendientes cuando la corrupción moral hubo oscurecido su entendimiento; y sustituyeron al Creador por las agencias fantásticas evocadas por el politeísmo, el dualismo y el panteísmo. El cielo abovedado fue concebido como algo divino, y los cuerpos celestes y los fenómenos naturales como sus hijos. En Oriente esto dio lugar gradualmente a la identificación de Dios con la naturaleza. Todo lo que existe no es sino la manifestación del Uno ---es decir, Brahma. En Occidente, las fuerzas del universo fueron deificadas por separado, y algunos egipcios y, probablemente, los sabios y sacerdotes griegos y romanos sostuvieron débilmente una concepción más o menos esotérica del Ser Supremo como el padre de los dioses y del hombre.

Sin embargo, el Creador no se quedó sin testigos en la raza humana. Los descendientes de Sem y Abraham, de Isaac y Jacob, preservaron clara y pura la idea de la creación; y desde el primer versículo del Génesis hasta el último libro del Antiguo Testamento la doctrina transcurre claramente esbozada y absolutamente impoluta por cualquier elemento extraño. “En el principio Dios creó los cielos y la tierra.” En esta, la primera oración de la Biblia, vemos la fuente principal de la corriente que fue llevada al nuevo orden por la declaración de la madre de los Macabeos: “Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra, y al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios.” (2 Mac. 7,28). No hay más que comparar el relato mosaico de la obra creativa con el recientemente descubierto en las tabletas de arcilla desenterradas de las ruinas de Babilonia para discernir la inmensa diferencia entre la tradición revelada no adulterada y la historia pueril de la cosmogonía corrompida por los mitos politeístas. Entre los relatos hebreo y caldeo sólo hay similitud suficiente para justificar la suposición de que ambas son versiones de algún registro o tradición antecedente; pero nadie puede evitar la convicción de que el relato bíblico representa la verdad pura, aunque incompleta, mientras que la historia babilónica es a la vez legendaria y fragmentaria (Smith, "Relato Caldeo sobre el Génesis", Nueva York, 1875). A través del Nuevo Testamento, en donde se ve que la actividad creadora de Dios se fusiona con la redentora, la misma idea es continua, ahora reafirmada a los paganos griegos en forma explícita, ahora recordada al creyente hebreo por expresiones que la presuponen demasiado obvia y totalmente aceptada como para necesitar una reiteración explícita.

3

Los libros extra-canónicos de los judíos, en particular el Libro de Henoc y el Libro IV de Esdras, repiten y amplían la enseñanza del Antiguo Testamento sobre la creación; los Padres y Doctores de la Iglesia primitiva en Oriente y Occidente en todas partes proclaman la mismo doctrina, y la confirman con argumentos filosóficos en sus controversias con el paganismo, el gnosticismo y el maniqueísmo; mientras que los primeros símbolos romanos, el de Nicea y el de Constantinopla repiten, en frase prácticamente invariable, la creencia cristiana universal "en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles.”

4

La doctrina de la creación fue establecida en mayor detalle después de que se hubo desvanecido la polémica con el paganismo y las herejías orientales, y con el despertar de una nueva vida intelectual a través de la introducción de Aristóteles en las escuelas occidentales. El renacimiento del maniqueísmo por los cátaros y los albigenses requirió una expresión más explícita de los contenidos de la creencia de la Iglesia con respecto a la creación. Esta fue formulada por el Cuarto Concilio de Letrán en 1215 [[[Heinrich Joseph Dominicus Denzinger|Denzinger]], "Enchiridion", 428 (355)]. El Concilio enseña la unicidad del principio creativo ---unus solus Deus; el hecho de la creación a partir de la nada (la naturaleza de la creación es aquí designada por primera vez, sin duda por la influencia de las escuelas, por la fórmula, condidit ex nihilo); su objeto (lo visible y lo invisible, el mundo espiritual y material, y el hombre); su carácter temporal (ab initio temporis); el origen del mal a partir del hecho del libre albedrío.

5

El conflicto con el falso dualismo y el emanacionismo introducidos en las escuelas de los filósofos árabes, especialmente Avicena (1036), Averroes (1198), puso de manifiesto la doctrina filosófica más elaborada de la creación que se encuentra en las obras de los más grandes escolásticos, tales como el Beato Alberto, Santo Tomás y San Buenaventura. Aquí se usa la teoría aristotélica de las causas como un instrumento decisivo en la síntesis que es sugerida por el muy conocido dístico:

Efficiens causa Deus est, formalis idea,
Finalis bonitas, materialis hyle.

(Alberto Magno, Summa, I, Tr. XIII; Q. LIV, Vol. XXXI, p. 551 of Bosquet ed., Paris, 1895).

Sobre estas líneas los escolásticos construyeron su sistema, que abarca la relación del mundo con Dios como su causa eficiente, la continuidad de la creación en la conservación de Dios mismo y su coincidencia con todas las fases de la actividad de la criatura; la concepción de la idea divina como la causa arquetípica de la creación, la doctrina de que Dios se mueve a crear (hablando por analogía con la voluntad finita) por su propia bondad, a la que le da expresión en la creación a fin de que la criatura [[[razón | racional]], reconociéndola puede llegar a amarla, por un correspondiente ajuste mental y moral en la vida presente, pueda alcanzar su realización completa en la vida futura; es decir, que el amor y la bondad divinos son la fuente y causa final de la creación tanto activa como pasiva. Por lo tanto, mediante una analogía constantemente sostenida de las tres causas ---eficiente, final y formal (arquetipo)--- la aplicación da lugar a la filosofía escolástica de la creación. Al no haber causa (hyle) material existente previo a la creación, la aplicación de la cuarta causa aparece en la teoría escolástica en materia prima y potencia, el componente radical y no diferenciado de la naturaleza.

6

La idea de la creación desarrollada por los escolásticos pasó sin cambios sustanciales a través de la corriente del pensamiento moderno que conservó los elementos esenciales de la visión del mundo teísta- cristiana ---las de Descartes, Malebranche, Leibniz--- y, por supuesto, a lo largo de la corriente continua de la enseñanza tradicional de la Iglesia Católica. En la corriente opuesta desaparece con Espinosa, y da paso al panteísmo realista; con Fichte, Schelling y Hegel, su lugar es ocupado por alguna fase de un panteísmo idealista variado; mientras que en nuestros propios días se han propuesto como sustitutos el agnosticismo (Spencer), el monismo materialista (Hackel) y el monismo espiritualista (neo-hegelianismo y la Nueva Teología).

Entre los teólogos católicos recientes hay una tendencia prácticamente uniforme a interpretar que los datos bíblicos y tradicionales postulan el acto creador para explicar el origen de los espíritus no encarnados (los ángeles), de la materia primordial del universo y del alma humana. El desarrollo del universo, la introducción de animales y plantas, la formación de los primeros cuerpos humanos pueden explicarse por la actividad formativa o administrativa de Dios, una actividad que a veces se llama segunda creación (secunda creatio), y que no requiere el acto creativo como tal. Los filósofos católicos desarrollan los argumentos puramente racionales para estas mismas posiciones, excepto para el origen del mundo angélico, que por supuesto está más allá de la esfera de la filosofía. En el resto de este artículo ofreceremos un resumen de las antedichas posiciones teológicas y filosóficas y sus bases.


Argumentos para la Creación

1

Para la doctrina de la Iglesia sobre el origen del mundo espiritual el lector debe ver el artículo ÁNGELES.

2

La afirmación implícita de la Biblia, en lugar de específicamente explícita, es que la materia de la que está compuesto el universo fue creada de la nada. La enseñanza bíblica sobre Dios y la relación del universo con Él afirma claramente la creación. Sólo Dios es declarado como no derivado, existe por sí mismo (Éx. 3,14), y en comparación con Él todas las demás cosas son como nada (Sab. 11,22; Is. 40,17). Se dice que Dios es el principio y fin de todas las cosas (Is. 48,12; Apoc. 1,8); todas las demás cosas son de Él y por Él y en Él (Rom. 11,35; 1 Cor. 8,6; Col. 1,16). Dios es el soberano absoluto e independiente (Sal. 50(49),12 e Is. 44,24; Heb. I,10). Es demasiado obvio como para hacer más comentarios, pues estos textos afirman igualmente que Dios es el Creador de todas las cosas finitas.

La declaración bíblica más explícita respecto al origen creado del universo se encuentra en el primer versículo del Génesis: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra". Los objetos designados aquí, evidentemente, comprenden el universo material; si el acto originador debe entenderse como especialmente creativo, depende del significado del verbo hebreo bara. Sobre este punto pueden aducirse las siguientes interpretaciones por autoridades irrefutables. Gesenio dice: “El uso de este verbo [bara] en Kai, la conjugación aquí empleada, es completamente diferente de su significado primario (cortar, forma, moda); significa más bien la producción nueva de una cosa que la formación o elaboración de materia prexistente. La conexión de toda la sección muestra con suficiente claridad que el primer versículo del Génesis enseña que la creación original del mundo en su estado grosero y caótico fue a partir de la nada, mientras que la parte restante del capítulo enseña la elaboración y distribución de la materia así creada” (Thesaurus, p. 357 b).

Dillmann (Gén. 1) señala: "Los hebreos usan sólo la conjugación Piel (intensivo) al hablar de ´formar´ o 'dar forma' humana, mientras que por el contrario sólo utilizan Kal al hablar de la creación de Dios. "Delitzsch dice: (Gén., p. 91) "La palabra bara en su etimología no excluye una materia anterior. Como muestra el uso de Kal, conlleva la idea fundamental de cortar o desbastar. Pero, como en otros idiomas, las palabras que definen la creación de Dios tienen la misma idea etimológica en su raíz, por lo que bara ha adquirido el significado idiomático de una creación divina, que, ya sea en el reino de la naturaleza, o de la historia, o del espíritu, llama a la existencia aquello que antes no tenía existencia. Bara nunca aparece como la palabra para la creación humana, y difiere en esto de los sinónimos asah, yatzar, yalad, que se utilizan tanto para el hombre como para Dios; nunca se utiliza con un acusativo de lo material, e incluso de esto se deduce que define el acto creativo divino como uno sin ningún tipo de limitaciones, y su resultado, en cuanto a su materia apropiada, como completamente nueva; y, en cuanto a su causa primera, completamente la creación de poder divino.” "Una vez más Kalisch observa (Génesis, p. 1): "Y Dios trajo a existencia el universo a partir de la nada; no de materia sin forma coetánea con Él "(Geikie, Hours with the Bible, I, 16).

3

La enseñanza de los Padres en cuanto al origen creado del mundo es demasiado explícita y muy bien conocida como para citarla aquí. Las pocas expresiones ambiguas que aparecen en las obras de Orígenes y Tertuliano son más que contrarrestadas por otras declaraciones de estos mismos autores, mientras que sus divergencias a lo más excepcionales son nada en comparación con la enseñanza unánime y continua de los otros Padres y Doctores de la Iglesia.

4

Al aproximarnos al problema del origen desde el lado puramente racional, nos encontramos con el campo preocupado casi desde el principio por la historia de la filosofía por dos soluciones diametralmente opuestas: una que afirma que el mundo-materia es auto-existente, no derivado de ninguna fuente ajena, y por lo tanto, eterno; por lo tanto, el mundo ha alcanzado su compleja condición actual por un proceso evolutivo gradual desde un estado original, simple, no diferenciado (monismo materialista); y el otro que afirma que el mundo se deriva de una causa externa, ya sea por emanación o evolución del ser divino (panteísmo) o por creación (creacionismo). El creacionismo, aunque es una solución esencialmente filosófica, nunca se encuentra divorciado de la revelación.

El monismo materialista incluye un número variable de filosofías, pero todas están de acuerdo en sostener que el mundo-materia es eterno, no producido, y absolutamente indestructible. Se diferencian en que algunos le atribuyen la formación del universo al azar (los antiguos atomistas), otros a una especie de vida cósmica omnipresente, o mundo-alma (Anaxágoras, Platón, pampsiquitas, Fechner, Lotze, Paulsen), otros a las fuerzas esencialmente inherentes en la materia (Feuerbach, Buchner, Hackel). Contra el monismo materialista los filósofos católicos (los creacionistas) argumentan así: El mundo-materia no es auto-existente; pues lo que existe por sí mismo es esencialmente necesario, inmutable, absoluto, infinito. Pero el mundo-materia no es necesario, su esencia como tal no aporta ningún motivo por el que deba existir en lugar de no existir, ni por qué es definitivamente determinado en cuanto al número, extensión y espacio. No es inmutable, ya que sufre un cambio incesante, no es absoluto, ya que depende de las fuerzas naturales cuya condición establece; no es infinito en cuanto a extensión, ya que, al ser extendido, es numerable, y por lo tanto, finito; ni es infinito en potencia activa, ya que es inerte y limitado esencialmente por la estimulación externa. El conjunto de las fuerzas naturales también debe ser finito, de lo contrario no podría haber ningún cambio, ninguna ley de inercia, ni constancia ni equivalencia de energía. El mundo-substancia no es eterno; pues esa substancia debe ser concebida ya sea como poseedora del movimiento eterno o no. Si fuese eternamente activa, habría pasado a través de un número infinito de cambios, lo cual es contradictorio en sí mismo.

Por otra parte, el supuesto proceso evolutivo, no habría empezado tan tarde como la geología nos enseña que lo hizo, y hace tiempo habría llegado a su fin, es decir, a un equilibrio de fuerzas estático de acuerdo con la ley de la entropía. Si la materia primordial no estaba dotada de una actividad eterna, la evolución no podría haber comenzado ---no desde dentro, pues la ley de inercia lo prohíbe; ni desde fuera, ya que la hipótesis materialista no admite ninguna causa externa. Por otra parte, ya que el azar no es causa, sino la negación del mismo, se debe asignar alguna razón para la diferenciación de la materia original en los diversos elementos y compuestos químicos. Esta razón se puede suponer, ya sea intrínseca o extrínseca, a la materia prima. Si es intrínseca, no explica por qué se diferencian sólo estos elementos (o compuestos) en especie y número; si extrínseca, la suposición contradice el fundamento mismo del materialismo que niega la agencia transmaterial.

Una línea de argumento similar puede utilizarse para demostrar la imposibilidad de explicar, sobre la hipótesis materialista, el orden que prevalece en todas partes del universo. Al argumento contrario de que, dada una serie infinita de arreglos atómicos, debe resultar necesariamente el orden actual, se puede responder:

  • (a) el origen de los átomos y el movimiento sigue siendo inexplicable;
  • (b) una serie infinita de combinaciones requeriría tiempo infinito, mientras que la geología indica un tiempo limitado para la formación de la tierra;
  • (c) algún tipo de orden puede resultar de un concurso al azar de átomos, pero sin ningún orden constante y universal;
  • (d) el orden actual presupone alguna disposición de los elementos para este orden en lugar de otro.

Ahora, la pregunta sigue siendo: ¿De dónde viene, precisamente, esta disposición, y por qué no coinciden los átomos de una manera desfavorable a una evolución continua, ya que el número de arreglos posibles de un número infinito de átomos debe ser infinito?

La hipótesis de un mundo-alma exhibe otro grupo de inconsistencias. Si el universo fuese "informado" por un principio de vida, no habría esa diferencia esencial entre los cuerpos animados e inanimados, que la ciencia y la filosofía establecen; los cuerpos inanimados manifestarían signos de vida, tales como actividad espontánea e inmanente, órganos , etc. El principio materialista, "No hay materia sin fuerza, no hay fuerza sin materia" (Büchner), aunque, con algunas reservas obvias, es cierto en cuanto a su primera parte pero no es cierto en cuanto a su segunda. La fuerza es el principio próximo de acción, y puede ser o no ser, pero no está necesariamente unido a la materia. El principio de acción en el hombre no es intrínsecamente dependiente de la materia. ---Para el desarrollo de estos y otros argumentos serios contra el monismo materialista, vea "Institutiones Philosophiae Naturalis", por Willems o Pesch.

El monismo panteísta difiere del materialista en la afirmación de un ser, en cierto sentido unitario, que se despliega a sí mismo en el universo material y en la conciencia humana. Que tal ser es llamado "Dios" es un uso impropio del lenguaje. Por otra parte, Dios es indivisible, espiritual, eterno, necesario, inmutable, omnipresente, absoluto y no puede, por tanto, "evolucionar" en un universo de materia que posee sólo los atributos contrarios (Vea NATURALEZA Y ATRIBUTOS DE DIOS). Por una razón similar los cuerpos no pueden ser modos, ya sea reales (Espinoza) o lógicos (Hegel), de la substancia divina. Entonces, ya que el mundo material no es auto-existente, sino producido, y no a partir de alguna materia antecedente (pues tal suposición sólo aplazaría y no resolvería el problema); por otra parte, ya que el mundo-substancia no ha emanado de la naturaleza divina, se deduce que debe haber sido producidas por alguna causa externa, no a partir de alguna materia pre-existente, es decir, debe haber sido creado. Se prueba que esa causa externa es Dios, la Deidad auto-existente, necesaria, absoluta, infinita y, por consiguiente, personal, a partir de la finalidad y orden manifiesto en el cosmos que se ha desarrollado a partir de la materia original, y cuyo orden exige una causa eficiente y directiva de inteligencia suprema si no infinita; y por el hecho adicional de que el acto creativo sólo puede proceder de un agente verdaderamente infinito y, por lo tanto, personal como se verá hacia el final de este artículo.

A la pregunta: ¿En qué condición fue creado el mundo-materia, ya sea homogéneo o diferenciado en varias substancias específicas? Ni la revelación ni la ciencia dan respuesta. Hasta hace poco la opinión casi universal de los filósofos católicos favorecía una diferenciación esencial inicial de los elementos. Sin embargo, dado que la tendencia e inferencia de la experimentación fisicoquímica ahora apunta con cierta probabilidad a una homogeneidad radical de la materia, y puesto que la filosofía está obligada a reducir el mundo a sus principios menores y más simples, parece justificada la opinión de que la materia original fue creada en realmente no diferenciada, pero con la potencia inherente hacia una diversificación elemental y, posteriormente, compuesta a través de la acción, reacción y agrupación de las partículas finales.

Cuando ---probablemente a través de algunos procesos tales como los sugeridos por la conocida hipótesis nebular (Kant, Laplace) y por las inducciones de la geología--- el universo material estaba dispuesto para las formas más simples de vida, entonces Dios dijo: “Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra. Y así fue.” (Gén. 1,11) ---la obra del tercer día de la creación. Y en uno siguiente “Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente, los que serpean, de los que bullen las aguas por sus especies, y todas las aves aladas por sus especies; y vio Dios que estaba bien.” (1,21) --- la obra del quinto día de la creación. Y de nuevo “dijo Dios: ‘Produzca la tierra animales vivientes de cada especie, bestias, sierpes y alimañas terrestres de cada especie.’ Y así fue. Hizo Dios las alimañas terrestres de cada especie, y las bestias de cada especie, y toda sierpe del suelo de cada especie: y vio Dios que estaba bien” (1,24-25) ---parte de la obra del sexto día. En estas simples palabras el autor inspirado del Génesis describe el advenimiento de la vida, vegetal y animal, sobre nuestra tierra.

No entra en el ámbito del presente artículo la discusión de los diversos significados que se han asignado a "los días de la creación". Baste decir que a los exegetas católicos se les permite la más amplia libertad de interpretación compatible con la substancia obvia y sentido de la narración sagrada, es decir, que Dios es "el creador del cielo y la tierra". En consecuencia, nos encontramos con algunos teólogos que siguen a San Agustín (De Genesi ad litt., I) en que los seis días significan sólo una sucesión lógica (no real), es decir, en el orden en que las obras creadas se manifestaron a los ángeles. Otros interpretan los días como períodos cósmicos indefinidos. Otros, aunque son en la actualidad un número que desaparece, todavía sigue la interpretación literal. Se ha invertido una inmensa cantidad de tiempo, investigación paciente e ingenio en la tarea de armonizar la narración de Moisés con las sucesivas etapas de la evolución terrestre, según descifrada por los geólogos a partir de los registros de las rocas; pero el más alto tributo al éxito de estos esfuerzos es que más o menos corroboran gráficamente lo que debe ser ya a priori cierto y evidente, al menos para el creyente, que no hay ni debe haber desacuerdo entre la verdad de la revelación y la verdad de la ciencia. Pero lo que se pueda pensar sobre el esfuerzo por reivindicar en detalle el paralelismo que supuestamente existe entre la sucesión geológica de formas de vida y el orden descrito en la Biblia, lo cierto es que existe un cierto paralelismo en general; que el testimonio de los estratos corrobora la historia del Libro, según la cual los más humildes formas de vida de las plantas, "la hierba verde", apareció en primer lugar, entonces la más alta, "el árbol que da semilla", seguida a su vez por los tipos de animales más simples, la criatura alada de agua y las aves de corral, y, finalmente, los más altos organismos, "las bestias de la tierra y el ganado".

Creación y evolución

Causa final de la Creación

Creación: una prerrogativa sólo de Dios

El mundo fue creado en el tiempo, no a partir de la eternidad

Posición especulativa y práctica sobre la doctrina de la Creación

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Fuente: Siegfried, Francis. "Creation." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/04470a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina. rc