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Jueves, 28 de marzo de 2024

Colegio Apostólico

De Enciclopedia Católica

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El término Colegio Apostólico designa a los Doce Apóstoles como el grupo de hombres en quienes Cristo delegó la propagación del Reino de Dios por todo el mundo y el darle la estabilidad de una sociedad bien ordenada: es decir, para ser los fundadores, el fundamento y los pilares de la Iglesia visible en la tierra. El nombre “apóstol” connota su misión, pues un apóstol es un misionero, enviado por la autoridad competente, para extender el Evangelio a nuevas tierras: una tradición, que comienza con el envío de los Doce, ha consagrado este significado del término a la exclusión de todos los otros que se puedan derivar de su etimología. Cuando hablamos de los apóstoles como un “colegio”, implicamos que trabajaban juntos bajo un jefe y con un propósito. Referimos al lector al artículo APÓSTOLES para el tratamiento positivo y bíblico del asunto, y ahora trataremos con sus aspectos dogmáticos.

Es evidente, a priori, que la revelación debe ser transmitida y comunicada por medio de enviados y maestros acreditados por Dios. La consideración de la naturaleza de la revelación y su objeto demuestra que ninguna otra teoría es posible en la práctica. De hecho, Cristo fundó un apostolado, docente, regente y ministrante, cuyo estatuto aparece en Mateo 28,18-20. “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.” Id, pues, [en virtud de, y dotados con, mi poder soberano: “Como el Padre me envió, así yo también os envío” (Juan 20.21)], y haced discípulos [matheteusate ---haced discípulos, enseñen como el que tiene poder ---Marcos 1,22] a todas las gentes; bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles [didaskontes] a guardar todo lo que yo os he mandado (eneteilamen]. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” Este colegio de gobernantes, maestros y ministros de los sacramentos fue puesto bajo la autoridad de San Pedro, la roca sobre la cual se establecieron los cimientos de la Iglesia.

Los muchos textos que se refieren a este tema (Vea APÓSTOLES) se pueden resumir de la siguiente manera: Después de haber cumplido su propia misión, Jesucristo, en virtud de su poder y autoridad, envió al mundo a un grupo de maestros y predicadores presididos por un jefe. Ellos eran sus representantes, y tenían como misión publicarle al mundo toda verdad revelada hasta el final de los tiempos. Su misión no era exclusivamente personal; habría de extenderse a sus sucesores. La humanidad debía recibirlos como a Cristo mismo. Para que la palabra de ellos fuese la de Él, y pudiese ser reconocida como tal, Él les prometió su presencia y la ayuda del Espíritu Santo para garantizar la infalibilidad de su doctrina; prometió signos externos y sobrenaturales como garantía de su autenticidad; le dio a su doctrina una sanción efectiva mediante el ofrecimiento de una recompensa eterna a los que se adhiriesen fielmente a ella, y mediante la amenaza del castigo eterno para los que la rechacen. Esta concepción del apostolado queda establecida en los escritos de San Pablo y efectuada en la práctica de todos los apóstoles (Rom. 10,8-19; Ef. 4,7-14). Transcurre a través de toda la tradición católica, y es el alma misma de la Iglesia en la actualidad.

El Colegio de Apóstoles sobrevive en el episcopado, que gradualmente tomó su lugar y llenó sus funciones. Sin embargo, entre los atributos de los apóstoles originales y los de la jerarquía sucesora hay algunas diferencias surgidas de la circunstancia de que los apóstoles fueron personalmente escogidos y entrenados por Cristo para sentar las bases de la Iglesia. Esta circunstancia crea para ellos una eminencia excepcional e intransmisible sobre sus sucesores.

(1) Aunque ambos, obispos y Apóstoles, son designados por la autoridad divina, sin embargo, los apóstoles recibieron su misión inmediatamente de Cristo, mientras que los obispos reciben la suya sólo de forma mediata, es decir, a través del medio de la autoridad humana. La potestad de orden y jurisdicción es la misma en los Apóstoles y en sus sucesores, pero, mientras que los Apóstoles la recibieron del Divino Fundador mismo, los obispos la reciben a través del canal de otros obispos. La comisión inmediata implica, en el misionero, el poder de producir de primera mano las credenciales para probar que él es el enviado de Dios al hacer las obras que sólo Dios puede hacer. De ahí el carisma, o don, de [[milagro]s concedido a los Apóstoles, pero retenido para la generalidad de sus sucesores, cuya misión está suficientemente acreditada a través de su conexión con el apostolado original.

(2) Otra prerrogativa de los apóstoles es la universalidad de su misión. Ellos fueron enviaos a establecer la Iglesia dondequiera que hubiese hombres necesitados de la salvación. Su campo de acción no tenía límites sino aquellos de su propia conveniencia y elección, por lo menos si se les considera en conjunto; no se excluyen las instrucciones de parte de los apóstoles principales, pues de ellos puede haber dependido el buen orden y éxito de su trabajo.

(3) Una tercera prerrogativa apostólica es la plenitud del poder. Como sembradores de la Iglesia los Apóstoles requirieron y poseyeron el poder de hablar con plena autoridad en su propio nombre, sin apelar a las autoridades superiores; también el poder para fundar y organizar iglesias locales, el e nombrar y consagrar obispos e investirlos con jurisdicción. El límite de sus poderes en este sentido fue: no para deshacer el trabajo ya realizado por sus colegas. Tal poder, si es necesario, pudo haber sido ejercido sólo por la cabeza de la Iglesia.

(4) Un cuarto privilegio de los Apóstoles es su infalibilidad personal en la predicación del Evangelio. Sus sucesores en la jerarquía le deben la infalibilidad que poseen a la ayuda divina que vela, con cuidado indefectible, al magisterium, u oficio docente como un todo, y sobre su cabeza; los Apóstoles recibieron, cada uno personalmente, el Espíritu Santo, que les reveló toda la verdad que tenían que predicar. Este don de Pentecostés era necesario con el fin de establecer cada iglesia particular sobre la base sólida de la verdad inquebrantable.

Las prerrogativas de los Apóstoles como fundadores de la Iglesia fueron, por supuesto, personales; no habrían de transmitirse a sus sucesores, ya que éstas no eran necesarias para ellos. Lo que se transmitió fue la función ordinaria de enseñar, gobernar y ministrar, es decir, los poderes de orden y jurisdicción. El apostolado era una forma extraordinaria y temporal del episcopado; fue reemplazado por una jerarquía ordinaria y permanente tan pronto como se hubo realizado su labor constitucional. Sin embargo, hay un apóstol que tiene un sucesor de iguales poderes en el Romano Pontífice. Por encima de las prerrogativas de sus colegas, San Pedro tuvo la distinción única de ser el principio de la unidad y la cohesión de la Iglesia. Dado que la Iglesia tiene que perseverar hasta el final de los tiempos, así también el oficio unificador y conservador de San Pedro. Sin este principio, sin cabeza, el cuerpo de la Esposa de Cristo no sería mejor que un conglomerado heterogéneo de miembros, indigna del Esposo Divino. De hecho la relación de la Iglesia con Cristo y los Apóstoles se aflojaría y se debilitaría hasta el punto de ruptura. La historia de las Iglesias separadas de Roma ofrece abundante prueba de esta afirmación. En los [[Papas |pontífices romanos], entonces, el apostolado sigue viviendo y actuando. De ahí que desde tiempos primitivos el oficio del Papa ha sido honrado con el título de Apostolado, como continuador de las funciones del Apostolado; en el mismo orden de ideas, la sede romana ha sido llamada la Sede Apostólica, y en la Edad Media se acostumbraba dirigirse al Papa reinante como Apostolatus vester y Apostolicus. En la Letanía de los Santos oramos.; "Que te dignes conservar a nuestro prelado apostólico [domnum nostrumapostolicum] y a todas las órdenes de la Iglesia en la santa religión.”

La diferencia entre el apostolado de San Pedro y el de sus sucesores radica en dos puntos solamente:

(1) San Pedro fue escogido y nombrado directamente por Nuestro Señor; el Papa recibe el mismo nombramiento divino a través del canal de los hombres; los electores designan a la persona a quien Dios le concede el oficio.

(2) La infalibilidad papal también difiere de la de San Pedro. El Papa es sólo infalible cuando, en el pleno ejercicio de su autoridad, ex cátedra, define una doctrina respecto a la fe y a la moral a ser establecida en toda la Iglesia. Su infalibilidad descansa en la asistencia divina, en la presencia permanente de Cristo en la Iglesia. La infalibilidad de San Pedro y los Apóstoles se basó en que estuvieron llenos y penetrados por la luz de la inhabitación del Espíritu Santo de verdad. El carisma de hacer milagros, concedido a los apóstoles, no se continúa en los Papas. Si era necesario convencer a los primeros creyentes que la mano de Dios establecía los fundamentos de la Iglesia, deja de serlo cuando la fuerza, la belleza y la inmensidad de la estructura proclama al mundo que nadie sino el Padre que está en el cielo podría haberla erigido para el bien de sus hijos.


Bibliografía: SCHEEBEN, Manual of Catholic Theology, tr. WILHELM AND SCANNEL (Londres, 1906), 1, 8, 9, 11.

Fuente: Wilhelm, Joseph. "Apostolic College." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. 23 Aug. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/04112a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.