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Viernes, 29 de marzo de 2024

Diferencia entre revisiones de «Bernardo de Cluny»

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Bernardo de Cluny (o de Morlaix), monje Benedictino de la primera mitad del siglo doce, poeta, escritor satírico, y escritor de himnos, autor de los famosos versos “Sobre el Desprecio del Mundo”. Su parentela, tierra natal, y educación están ocultas en la obscuridad. El escritor del siglo diez y seis John Pits (Scriptores Angliae, Saec. XII) dice que era Inglés de nacimiento. Frecuentemente es llamado Morlanensis, título cuyo significado la mayoría de los escritores han interpretado como que era natural de Morlaix en Bretaña, aunque algunos lo atribuyen a Murlas cerca de Puy en Béarn. Un escritor en la “Revista de Estudios Teológicos” (1907), VIII, 354-359 sostiene que pertenecía a la familia de los Señores de Montpellier en Languedoc, y nació en Murles, una posesión de esa distinguida familia; también que primero fue monje de St. Sauveur d’Aniane, de donde entró a Cluny bajo el Abad Pons (1109-22). Es seguro que era monje en Cluny en la época de Pedro el Venerable (1122-56), porque su famoso poema está dedicado a ese abad. Puede haber sido escrito alrededor de 1140. Dejó algunos sermones y se dice que es el autor de algunas reglas monásticas conocidas como los “Consuetudines Cluniacences”, también de un diálogo (Colloquim) sobre la Trinidad. El “De Contemptu Mundi” contiene alrededor de 3.000 versos, y para la mayoría es una sátira muy encarnizada contra los desórdenes morales de la época monástica del poeta. El no perdona a nadie; sacerdotes, monjas, obispos, monjes, y aún Roma misma son inmisericordemente azotados por sus fallas. Por esta razón primero fue publicado por Matthias Flaccus como una de sus testes veritatis, o evidencias de la profunda corrupción afianzada de la Iglesia medieval (Varia poemata de corrupto ecclesiae statu, Basilea, 1557), y fue reimpreso a menudo por Protestantes en el curso de los siglos diez y siete y diez y ocho. Este Juvenal Cristiano no prosigue en una forma ordenada contra los vicios y locuras de su época. Bien se ha dicho que parece arremolinarse alrededor de dos puntos principales: el carácter transitorio de todos los placeres materiales y la permanencia de las alegrías espirituales. Bernardo de Cluny es efectivamente un escritor lírico, pasa de un tema a otro por la fuerza intensa de la meditación ascética y por el majestuoso poder de su propia poesía, en la cual perdura aún una cierta violenta embriaguez de poética ira. Sus cuadros altamente moldeados de cielo e infierno eran probablemente conocidos para Dante; el frío achicharrante, el fuego glacial, el gusano devorador, las inundaciones ardientes, y nuevamente el idilio glorioso de la Edad Dorada y el esplendor de Reino Celestial son expresados en una dicción que se eleva a veces a la altura del genio de Dante. La enormidad del pecado, el encanto de la virtud, la tortura de una conciencia maléfica, la dulzura de una vida temerosa de Dios alternan con cielo e infierno como los temas de su ditirambo majestuoso. No se queda en generalidades; retorna una y otra vez a la perversidad de la mujer (uno de los más intensos enjuiciamientos del sexo), los males del vino, el dinero, el saber, el perjurio, la adivinación, etc.; este maestro de una Latinidad elegante, enérgica y abundante no puede encontrar palabras suficientemente fuertes para comunicar su cólera profética en la apostasía moral de su generación, de la cual en casi nadie encuentra firmeza espiritual. Obispos juveniles y simoníacos, agentes opresivos de las corporaciones eclesiásticas, los funcionarios de la Curia, legados papales, y el mismo papa son tratados con no menos severidad que en Dante o en las esculturas de catedrales medievales. Solamente aquellos que no conocen la total franqueza de algunos moralistas medievales podrían escandalizarse de sus versos. Puede añadirse que en tiempos medievales “entre más piadoso el cronista más negro su carácter”. La primera mitad del siglo doce vio la aparición de varios factores nuevos de secularismo desconocidos para una época religiosa anterior y más simple: el incremento del comercio y la industria resultante de las Cruzadas, la independencia creciente de las ciudades medievales, la secularización de la vida Benedictina, el desarrollo de pompa y lujuria en un mundo feudal maleducado hasta el momento, la reacción por el terrible conflicto del Estado y la Iglesia en la última mitad del siglo once. El canto del Cluniacense es un gran grito de sufrimiento exprimido de un alma profundamente religiosa y hasta mística en el primer amanecer de la consciencia de un nuevo orden de ideales y aspiraciones humanas. La corriente turbia e irregular de su denuncia se para ocasionalmente en una forma dramática por vislumbres de un orden Divino de cosas, bien sea en el pasado remoto o en el futuro cercano. El predicador-poeta es también un profeta; el Anticristo, dice, nace en España; Elías ha ido de nuevo a vivir en el Oriente. Los últimos días están cerca, y corresponde al verdadero Cristiano despertarse y estar listo para la disolución de un orden intolerable ahora crecido, en el que la religión misma está de ahora en adelante representada por palabrería religiosa simulada e hipocresía.  
 
Bernardo de Cluny (o de Morlaix), monje Benedictino de la primera mitad del siglo doce, poeta, escritor satírico, y escritor de himnos, autor de los famosos versos “Sobre el Desprecio del Mundo”. Su parentela, tierra natal, y educación están ocultas en la obscuridad. El escritor del siglo diez y seis John Pits (Scriptores Angliae, Saec. XII) dice que era Inglés de nacimiento. Frecuentemente es llamado Morlanensis, título cuyo significado la mayoría de los escritores han interpretado como que era natural de Morlaix en Bretaña, aunque algunos lo atribuyen a Murlas cerca de Puy en Béarn. Un escritor en la “Revista de Estudios Teológicos” (1907), VIII, 354-359 sostiene que pertenecía a la familia de los Señores de Montpellier en Languedoc, y nació en Murles, una posesión de esa distinguida familia; también que primero fue monje de St. Sauveur d’Aniane, de donde entró a Cluny bajo el Abad Pons (1109-22). Es seguro que era monje en Cluny en la época de Pedro el Venerable (1122-56), porque su famoso poema está dedicado a ese abad. Puede haber sido escrito alrededor de 1140. Dejó algunos sermones y se dice que es el autor de algunas reglas monásticas conocidas como los “Consuetudines Cluniacences”, también de un diálogo (Colloquim) sobre la Trinidad. El “De Contemptu Mundi” contiene alrededor de 3.000 versos, y para la mayoría es una sátira muy encarnizada contra los desórdenes morales de la época monástica del poeta. El no perdona a nadie; sacerdotes, monjas, obispos, monjes, y aún Roma misma son inmisericordemente azotados por sus fallas. Por esta razón primero fue publicado por Matthias Flaccus como una de sus testes veritatis, o evidencias de la profunda corrupción afianzada de la Iglesia medieval (Varia poemata de corrupto ecclesiae statu, Basilea, 1557), y fue reimpreso a menudo por Protestantes en el curso de los siglos diez y siete y diez y ocho. Este Juvenal Cristiano no prosigue en una forma ordenada contra los vicios y locuras de su época. Bien se ha dicho que parece arremolinarse alrededor de dos puntos principales: el carácter transitorio de todos los placeres materiales y la permanencia de las alegrías espirituales. Bernardo de Cluny es efectivamente un escritor lírico, pasa de un tema a otro por la fuerza intensa de la meditación ascética y por el majestuoso poder de su propia poesía, en la cual perdura aún una cierta violenta embriaguez de poética ira. Sus cuadros altamente moldeados de cielo e infierno eran probablemente conocidos para Dante; el frío achicharrante, el fuego glacial, el gusano devorador, las inundaciones ardientes, y nuevamente el idilio glorioso de la Edad Dorada y el esplendor de Reino Celestial son expresados en una dicción que se eleva a veces a la altura del genio de Dante. La enormidad del pecado, el encanto de la virtud, la tortura de una conciencia maléfica, la dulzura de una vida temerosa de Dios alternan con cielo e infierno como los temas de su ditirambo majestuoso. No se queda en generalidades; retorna una y otra vez a la perversidad de la mujer (uno de los más intensos enjuiciamientos del sexo), los males del vino, el dinero, el saber, el perjurio, la adivinación, etc.; este maestro de una Latinidad elegante, enérgica y abundante no puede encontrar palabras suficientemente fuertes para comunicar su cólera profética en la apostasía moral de su generación, de la cual en casi nadie encuentra firmeza espiritual. Obispos juveniles y simoníacos, agentes opresivos de las corporaciones eclesiásticas, los funcionarios de la Curia, legados papales, y el mismo papa son tratados con no menos severidad que en Dante o en las esculturas de catedrales medievales. Solamente aquellos que no conocen la total franqueza de algunos moralistas medievales podrían escandalizarse de sus versos. Puede añadirse que en tiempos medievales “entre más piadoso el cronista más negro su carácter”. La primera mitad del siglo doce vio la aparición de varios factores nuevos de secularismo desconocidos para una época religiosa anterior y más simple: el incremento del comercio y la industria resultante de las Cruzadas, la independencia creciente de las ciudades medievales, la secularización de la vida Benedictina, el desarrollo de pompa y lujuria en un mundo feudal maleducado hasta el momento, la reacción por el terrible conflicto del Estado y la Iglesia en la última mitad del siglo once. El canto del Cluniacense es un gran grito de sufrimiento exprimido de un alma profundamente religiosa y hasta mística en el primer amanecer de la consciencia de un nuevo orden de ideales y aspiraciones humanas. La corriente turbia e irregular de su denuncia se para ocasionalmente en una forma dramática por vislumbres de un orden Divino de cosas, bien sea en el pasado remoto o en el futuro cercano. El predicador-poeta es también un profeta; el Anticristo, dice, nace en España; Elías ha ido de nuevo a vivir en el Oriente. Los últimos días están cerca, y corresponde al verdadero Cristiano despertarse y estar listo para la disolución de un orden intolerable ahora crecido, en el que la religión misma está de ahora en adelante representada por palabrería religiosa simulada e hipocresía.  
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La métrica de este poema no es menos única que su dicción; es un hexámetro dactílico en tres secciones, desprovisto de cesura, con una rima leonina femenina entre las dos primeras secciones; los versos son técnicamente conocidos como leonini cristati trilices dactylici, y son tan difíciles de construir en grandes cantidades que el escritor reclama la inspiración Divina (el impulso e influjo del Espíritu de Sabiduría y Entendimiento) como el principal medio en la ejecución de un esfuerzo tan grande de esta clase. Es, en efecto, una poesía solemne y majestuosa, rica y sonora, lo que no quiere decir, sin embargo, que se lea de un tirón, a riesgo de hastiar el apetito. Bernardo de Cluny es un escritor erudito, y su poema deja una excelente impresión de la cultura Latina de los monasterios Benedictinos de Francia e Inglaterra en la primera mitad del siglo doce. El interés moderno de los círculos de habla inglesa en este semi-oscuro poeta se centra en los encantadores himnos de excepcional piedad, cordialidad, y delicadeza de sentimiento, dispersos a través de su sátira escabrosa; uno de ellos, “Jerusalén Dorado”, ha llegado a ser particularmente famoso.
 
La métrica de este poema no es menos única que su dicción; es un hexámetro dactílico en tres secciones, desprovisto de cesura, con una rima leonina femenina entre las dos primeras secciones; los versos son técnicamente conocidos como leonini cristati trilices dactylici, y son tan difíciles de construir en grandes cantidades que el escritor reclama la inspiración Divina (el impulso e influjo del Espíritu de Sabiduría y Entendimiento) como el principal medio en la ejecución de un esfuerzo tan grande de esta clase. Es, en efecto, una poesía solemne y majestuosa, rica y sonora, lo que no quiere decir, sin embargo, que se lea de un tirón, a riesgo de hastiar el apetito. Bernardo de Cluny es un escritor erudito, y su poema deja una excelente impresión de la cultura Latina de los monasterios Benedictinos de Francia e Inglaterra en la primera mitad del siglo doce. El interés moderno de los círculos de habla inglesa en este semi-oscuro poeta se centra en los encantadores himnos de excepcional piedad, cordialidad, y delicadeza de sentimiento, dispersos a través de su sátira escabrosa; uno de ellos, “Jerusalén Dorado”, ha llegado a ser particularmente famoso.
  

Última revisión de 17:02 18 ene 2007

Bernardo de Cluny (o de Morlaix), monje Benedictino de la primera mitad del siglo doce, poeta, escritor satírico, y escritor de himnos, autor de los famosos versos “Sobre el Desprecio del Mundo”. Su parentela, tierra natal, y educación están ocultas en la obscuridad. El escritor del siglo diez y seis John Pits (Scriptores Angliae, Saec. XII) dice que era Inglés de nacimiento. Frecuentemente es llamado Morlanensis, título cuyo significado la mayoría de los escritores han interpretado como que era natural de Morlaix en Bretaña, aunque algunos lo atribuyen a Murlas cerca de Puy en Béarn. Un escritor en la “Revista de Estudios Teológicos” (1907), VIII, 354-359 sostiene que pertenecía a la familia de los Señores de Montpellier en Languedoc, y nació en Murles, una posesión de esa distinguida familia; también que primero fue monje de St. Sauveur d’Aniane, de donde entró a Cluny bajo el Abad Pons (1109-22). Es seguro que era monje en Cluny en la época de Pedro el Venerable (1122-56), porque su famoso poema está dedicado a ese abad. Puede haber sido escrito alrededor de 1140. Dejó algunos sermones y se dice que es el autor de algunas reglas monásticas conocidas como los “Consuetudines Cluniacences”, también de un diálogo (Colloquim) sobre la Trinidad. El “De Contemptu Mundi” contiene alrededor de 3.000 versos, y para la mayoría es una sátira muy encarnizada contra los desórdenes morales de la época monástica del poeta. El no perdona a nadie; sacerdotes, monjas, obispos, monjes, y aún Roma misma son inmisericordemente azotados por sus fallas. Por esta razón primero fue publicado por Matthias Flaccus como una de sus testes veritatis, o evidencias de la profunda corrupción afianzada de la Iglesia medieval (Varia poemata de corrupto ecclesiae statu, Basilea, 1557), y fue reimpreso a menudo por Protestantes en el curso de los siglos diez y siete y diez y ocho. Este Juvenal Cristiano no prosigue en una forma ordenada contra los vicios y locuras de su época. Bien se ha dicho que parece arremolinarse alrededor de dos puntos principales: el carácter transitorio de todos los placeres materiales y la permanencia de las alegrías espirituales. Bernardo de Cluny es efectivamente un escritor lírico, pasa de un tema a otro por la fuerza intensa de la meditación ascética y por el majestuoso poder de su propia poesía, en la cual perdura aún una cierta violenta embriaguez de poética ira. Sus cuadros altamente moldeados de cielo e infierno eran probablemente conocidos para Dante; el frío achicharrante, el fuego glacial, el gusano devorador, las inundaciones ardientes, y nuevamente el idilio glorioso de la Edad Dorada y el esplendor de Reino Celestial son expresados en una dicción que se eleva a veces a la altura del genio de Dante. La enormidad del pecado, el encanto de la virtud, la tortura de una conciencia maléfica, la dulzura de una vida temerosa de Dios alternan con cielo e infierno como los temas de su ditirambo majestuoso. No se queda en generalidades; retorna una y otra vez a la perversidad de la mujer (uno de los más intensos enjuiciamientos del sexo), los males del vino, el dinero, el saber, el perjurio, la adivinación, etc.; este maestro de una Latinidad elegante, enérgica y abundante no puede encontrar palabras suficientemente fuertes para comunicar su cólera profética en la apostasía moral de su generación, de la cual en casi nadie encuentra firmeza espiritual. Obispos juveniles y simoníacos, agentes opresivos de las corporaciones eclesiásticas, los funcionarios de la Curia, legados papales, y el mismo papa son tratados con no menos severidad que en Dante o en las esculturas de catedrales medievales. Solamente aquellos que no conocen la total franqueza de algunos moralistas medievales podrían escandalizarse de sus versos. Puede añadirse que en tiempos medievales “entre más piadoso el cronista más negro su carácter”. La primera mitad del siglo doce vio la aparición de varios factores nuevos de secularismo desconocidos para una época religiosa anterior y más simple: el incremento del comercio y la industria resultante de las Cruzadas, la independencia creciente de las ciudades medievales, la secularización de la vida Benedictina, el desarrollo de pompa y lujuria en un mundo feudal maleducado hasta el momento, la reacción por el terrible conflicto del Estado y la Iglesia en la última mitad del siglo once. El canto del Cluniacense es un gran grito de sufrimiento exprimido de un alma profundamente religiosa y hasta mística en el primer amanecer de la consciencia de un nuevo orden de ideales y aspiraciones humanas. La corriente turbia e irregular de su denuncia se para ocasionalmente en una forma dramática por vislumbres de un orden Divino de cosas, bien sea en el pasado remoto o en el futuro cercano. El predicador-poeta es también un profeta; el Anticristo, dice, nace en España; Elías ha ido de nuevo a vivir en el Oriente. Los últimos días están cerca, y corresponde al verdadero Cristiano despertarse y estar listo para la disolución de un orden intolerable ahora crecido, en el que la religión misma está de ahora en adelante representada por palabrería religiosa simulada e hipocresía.

La métrica de este poema no es menos única que su dicción; es un hexámetro dactílico en tres secciones, desprovisto de cesura, con una rima leonina femenina entre las dos primeras secciones; los versos son técnicamente conocidos como leonini cristati trilices dactylici, y son tan difíciles de construir en grandes cantidades que el escritor reclama la inspiración Divina (el impulso e influjo del Espíritu de Sabiduría y Entendimiento) como el principal medio en la ejecución de un esfuerzo tan grande de esta clase. Es, en efecto, una poesía solemne y majestuosa, rica y sonora, lo que no quiere decir, sin embargo, que se lea de un tirón, a riesgo de hastiar el apetito. Bernardo de Cluny es un escritor erudito, y su poema deja una excelente impresión de la cultura Latina de los monasterios Benedictinos de Francia e Inglaterra en la primera mitad del siglo doce. El interés moderno de los círculos de habla inglesa en este semi-oscuro poeta se centra en los encantadores himnos de excepcional piedad, cordialidad, y delicadeza de sentimiento, dispersos a través de su sátira escabrosa; uno de ellos, “Jerusalén Dorado”, ha llegado a ser particularmente famoso.

Escrito por THOMAS J. SHAHAN

Trascrito por Janet Grayson

Traducido por Daniel Reyes V.