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Jueves, 28 de marzo de 2024

Arquitectura Eclesiástica

De Enciclopedia Católica

Revisión de 21:19 25 dic 2016 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Origen de la Arquitectura Eclesiástica)

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Definición

La mejor definición de arquitectura que se ha dado jamás es asimismo la más corta. Es "el arte de construir" (Viollet-le-Duc, Dict., I, 116). Se debe notar que es el arte, y no simplemente el acto de construir. Y cuando decimos “el arte de la construcción” se debe considerar que el término implica el darle a los edificios cualquier belleza que sea consistente con su propósito principal y con los recursos que puedan estar disponibles. Como dijo un escritor reciente: "Difícilmente puede sostenerse que hay un arte de hacer las cosas bien, y otro de hacerlas mal. La buena arquitectura es el arte de construir bella y expresivamente, y la mala arquitectura es lo contrario. Pero arquitectura es el arte de la construcción en general" (Bond, Gothic Architecture in England, 1). Dado que, sin embargo, la palabra construcción es apta para sugerir, sobre todo, "realmente colocar juntos… materiales mediante mano de obra y maquinaria", puede ser deseable enmendar o restringir la definición dada arriba diciendo que la arquitectura es el arte de planificar, diseñar y dibujar edificios, y de dirigir su ejecución (Bond, op. cit., 2). Y en este arte, como en todos los demás, incluido el de la vida misma, el principio fundamental debe ser siempre el de subordinar los medios a los fines y los fines secundarios a los primarios. Cuando este principio es o ha sido abandonado o se ha perdido de vista, el resultado puede ciertamente ser, o haber sido, un edificio que agrada al ojo, pero puede ser también uno que ofenda ese sentido de la aptitud de las cosas, que es el criterio de la más alta clase de belleza.

Ahora bien, una iglesia es, principalmente, un edificio destinado al propósito del culto público; y en toda arquitectura eclesiástica perfecta este propósito debe ser absolutamente primordial. Construir una iglesia para la admiración del "hombre de la calle", que la ve desde afuera, o del turista que le hace una visita pasajera, o del artista, o de cualquier otra persona excepto la de los fieles que la usan para la oración, la participación en la Misa y la recepción de los sacramentos, es cometer una incongruencia en la más noble de todas las artes materiales. Incluso las necesidades de la liturgia son, en cierto sentido, subsidiarias a las necesidades de los fieles. Sacramenta propter homines es un antiguo y sensato refrán. Pero, por otra parte, entre las necesidades de los fieles hay que tener en cuenta, en circunstancias normales, la adecuada realización de la liturgia.

Es, por supuesto, perfectamente cierto decir que una iglesia no es sólo un edificio en el que adoramos a Dios, sino también en sí misma la expresión de un acto de homenaje con adoración. Esto, sin embargo, deja de ser, al menos en el más alto grado, a menos que, como se ha dicho, las cualidades estéticas del edificio hayan estado enteramente subordinadas a su propósito primario. Solo necesita un poco de reflexión para ver que estas observaciones preliminares tienen una influencia muy práctica en la construcción de iglesias modernas. Siempre existe el peligro de que seamos dominados por términos técnicos y opiniones convencionales sobre los méritos de tal o cual estilo de arquitectura, derivados de tiempos y circunstancias que han pasado; de que seamos guiados por el sentimiento o la moda, o la mera falta de originalidad, de copiar de los edificios de una era pasada, sin detenernos a considerar si las necesidades de nuestros días son o no las de los días en que esos edificios fueron construidos. Y el principal uso del estudio de la historia de la arquitectura eclesiástica no es que dirija la atención a una serie de edificios más o menos hermosos en sí mismos, sino que no puede dejar de recordarnos que todo el verdadero desarrollo arquitectónico fue inspirado, principalmente, por el deseo de encontrar una solución a algún problema de utilidad práctica.

En términos generales, se puede decir que toda la arquitectura eclesiástica ha evolucionado a partir de dos células germinales distintas, la cámara oblonga y la cámara circular. Desde la cámara oblonga sencilla hasta la catedral gótica perfecta, los pasos se pueden indicar claramente y pueden ser ilustrados abundantemente por el curso real del desarrollo arquitectónico en Europa Occidental (Brown, "From Schola to Cathedral", passim), mientras que los enlaces que conectan la cámara circular simple con una gigantesca iglesia en forma de cúpula cruciforme, como la de San Pedro en Roma o la de San Pablo en Londres, son todavía más evidentes, aunque el curso real de desarrollo en el caso de las iglesias con cúpula ha sido mucho menos continuo y regular.

Origen de la Arquitectura Eclesiástica

Por todos lados se admite que los primeros lugares reservados para el culto cristiano eran habitaciones en las viviendas privadas; y, aunque es al menos dudoso que todos los textos del Nuevo Testamento que se han alegado en apoyo de la declaración llevan la interpretación que se ha puesto sobre ellos, la declaración misma apenas necesita pruebas (Messmer en "Zeitschr. Christl. Arch. ", 1859, 212 ss., corregido por Lange, "Haus u. Halle", 273 ss.). Se supone, además, que tales habitaciones tendrían en su mayor parte una forma oblonga simple, con una puerta en uno de los lados más estrechos. Sin embargo, desde el primer momento debe haber habido alguna división entre la porción de la habitación ocupada por el clero oficiante (el thysiastesion, santuario o presbiterio) y el espacio asignado a los fieles; y podemos estar seguros que esta división desde muy temprano estuvo marcada por al menos una barrera a la altura del pecho, análoga a la que aún sobrevive en los antiguos cancelli de San Clemente, Roma, y también por una cortina que velaba el altar de la vista durante ciertas porciones de la liturgia. Y aquí encontramos la sugerencia de un primer paso en el desarrollo de una arquitectura claramente eclesiástica.

Cuando se erigieron las primeras iglesias o capillas como estructuras independientes, una economía obvia sugeriría que, especialmente en el caso de los edificios más pequeños, el presbiterio no necesitaba ser tan amplio ni tan alto como lo que ya se podía llamar la nave; y una consideración igualmente obvia para la estabilidad sugeriría que la división debía ser marcada por un arco, que sostuviese el hastial en el otro extremo de la nave (Scott, English Church Architecture, 3). Además, tanto las necesidades estructurales como las litúrgicas serían servidas igualmente si los pilares que sostenían el arco divisorio se proyectaban hacia el interior, algo más allá de las paredes laterales del presbiterio; pues mientras más estrecho el espacio más fácil sería construir el arco, y suspender una cortina de pilar a pilar. Así, entonces, se alcanzaría ese tipo rudimentario de iglesia o capilla de cuyos ejemplos arcaicos todavía sobreviven en Inglaterra e Irlanda. El Sr. Scott señala que en muchas de nuestras iglesias inglesas más antiguas hay claros indicios de que la abertura de la nave al presbiterio era originalmente mucho más estrecha de lo que es en la actualidad. Señala además que en la persistente adhesión al tipo de presbiterio cuadrado que se manifiesta a lo largo de la historia de la arquitectura eclesiástica inglesa, se puede encontrar que sobreviven indicios de la introducción muy temprana del cristianismo en estas islas (Scott, op cit., 4).

La mejoría más temprana en la forma ruda de la cámara oblonga con su anexo rectangular, y que bien podría haber llegado a ser habitual, incluso mientras la liturgia se limitaba a una habitación individual en una casa privada, era lanzar un ábside semicircular al final de la cámara opuesta a la puerta, o seleccionar para los propósitos de culto una habitación así construida. Y esta sería casi seguramente la forma adoptada, al menos en Roma, tan pronto como las comunidades cristianas comenzaran a poseer edificios separados en los que celebrar sus reuniones religiosas. Estos edificios serían, a los ojos del público y quizás de la ley, scholae o salas de gremio; y para tales edificios la forma más comúnmente adoptada parece haber sido la de un oblongo terminado por un ábside (Brown, op. cit., 51 ss., Ver Lange, op cit., 291 ss.). En el ábside, por supuesto, se colocaba la sede del obispo; alrededor de las paredes a cualquier lado estaba la subsellia del clero auxiliar, mientras que el altar estaba debajo del arco formado por la apertura del ábside, o ligeramente por delante de él. Al otro lado del altar habría un espacio reservado para los clérigos de rango inferior, y para la schola cantorum, tan pronto llegó a existir un cuerpo organizado de cantantes, bajo cualquier nombre. Fuera de la frontera de este espacio, como quiera que haya sido marcado, tendría su lugar el cuerpo general de los fieles, y en el extremo inferior de esta cámara, o en algún tipo de ante-sala o nártex, o posiblemente incluso en un patio exterior, se colocaban los catecúmenos y —cuando la disciplina eclesiástica estuvo suficientemente desarrollada— los penitentes.

Merece una atención especial esta forma particular de la iglesia doméstica, removida por un solo grado, arquitectónicamente hablando, de una sencillez bastante primitiva; pues parece que hay buenas bases para la afirmación de que se había vuelto al menos común, incluso dentro de los tiempos apostólicos. De hecho, como muchos autores sobre el tema han señalado de manera independiente, la característica principal del arreglo parecería ser indicada en el propio Nuevo Testamento. Las visiones registradas en el Apocalipsis son, por supuesto, revelaciones divinas; pero, como la visión de Ezequiel fue moldeada según el ritual judío, también se puede razonablemente pensar que las de San Juan reflejan el ritual del cristianismo primitivo (Scott, op. cit., 211 ss.; Weizsäcker in " Jahrb, deutsche Theol., XXI, 480 ss., Lange, op. cit., 298 ss.). Allí, entonces, en medio, vemos el trono, donde hay un entronizado, de quien el obispo cristiano es el representante; y con él están veinticuatro presbíteros, que son "sacerdotes" (hiereis), distribuidos en un semicírculo (kuklothen), doce a cada lado (Apoc. 4,2.4). Dentro del espacio delimitado por estos asientos hay un pavimento de vidrio "como el cristal" (posiblemente de mosaico), y en el centro el altar (Apoc. 4,6; 6,9; 8,3; 9,13; 16,7). En este lado están los ciento cuarenta y cuatro mil «marcados» o «sellados» que «cantan un nuevo cántico», y que, por cierto, dan testimonio del origen muy temprano de la schola cantorum, al menos en alguna forma rudimentaria (Apoc. 7,4; 14,1-3). Más lejos del altar está la "gran multitud que nadie puede contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas", el homólogo celestial del coetus fidelium (Apoc. 7,9).

De hecho, no hay ninguna alusión a las columnas laterales ni a las naves laterales, pero es al menos posible que en la mención del patio exterior que se "ha entregado a los gentiles" podamos encontrar las primeras huellas del atrio o parvis, que en épocas posteriores formó parte de los recintos de una basílica totalmente equipada (Apoc. 11,2, Scott, op cit., 31). Además, en estas mismas visiones apocalípticas parecen estar claramente implícitos ciertos detalles del arreglo interno, que tal vez se podría haber pensado que eran de desarrollo relativamente tardío. Todos saben que en las basílicas del siglo IV y posteriores el altar era coronado por un baldaquino; y no es menos cierto que el baldaquino no era simplemente un dosel, sino un medio de apoyo para las cortinas que durante ciertas porciones de la liturgia eran deslizadas alrededor del altar. Vestigios de estas antiguas cortinas todavía sobreviven en las que flanquean nuestros modernos altares, en nuestros velos del sagrario y en el nombre mismo de tabernacle, o "tienda", y también curiosamente en "esas imitaciones de los doseles de seda, fundidos en bronce... que vemos en los pabellones de S. Maria Maggiore y San Pedro "(Scott, op. Cit., 29). En adición a estos doseles, sin embargo, vemos cortinas que, al acercarse, ocultan de la vista todo el presbiterio. En Oriente, por supuesto, estas han sido sustituidas por el iconostasio, una mampara previamente enrejada pero ahora generalmente sólida; Mientras que en Occidente están representadas, no sin algún cambio de posición, por nuestras mamparas del presbiterio, y se puede pensar que han encontrado otra supervivencia modificada en el velo cuaresmal de la Edad Media.

Ahora bien, cualquiera que sea el caso con respecto al baldaquino con sus velos, hay indicios claros en el Apocalipsis de que las cortinas transversales estaban en uso desde los tiempos apostólicos. Pues el vidente menciona tres veces una "voz" que oyó y que procedía "de los cuatro cuernos del altar de oro" (Apoc. 9,13), o "del templo del tabernáculo del testimonio" (Apoc. 15,5), o "del trono" (Apoc. 16,17). A partir de la primera de estas expresiones es evidente que el altar, en el momento en que se oyó la voz, debió estar oculto a la vista, y a partir de la última parece que el trono estaba igualmente dentro del espacio encerrado dentro del velo. En cuanto a otras indicaciones rituales en el Apocalipsis, basta con mencionar aquí las "almas de los mártires" bajo el altar, el incienso, la apertura del libro sellado y la vestidura cuidadosamente distinguida, de las diversas clases de personas mencionadas en las visiones (Apoc. 6,9, 8,3, etc.).

Las Basílicas

Tipos Románicos

Bóvedas Románicas

La Iglesia Circular y sus Derivados

Sistemas y Estilos de Arquitectura en Relación con las Necesidades Modernas

Fuente: Lucas, Herbert. "Ecclesiastical Architecture." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5, pp. 257-263. New York: Robert Appleton Company, 1909. 17 Dec. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/05257a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina