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Jueves, 28 de marzo de 2024

Antístenes, auténtico socrático

De Enciclopedia Católica

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ANTÍSTENES, AUTÉNTICO SOCRÁTICO

EL LEGADO SOCRÁTICO


                    A la muerte de Sócrates en el 399 a. de C., la preponderancia política y terrenal de Atenas se iba perdiendo para siempre y el historiador Tucídides  se encargó de hacerles tomar conciencia a sus orgullosos conciudadanos de este trágico final; “conciencia de que toda armazón de poder terrenal –remarca Werner Jaeger–, por sólida que sea, es siempre precaria, y de que sólo las flores frágiles del espíritu son perdurables e imperecederas” . 
                  Efectivamente, los años siguientes serán para Atenas y Grecia de mucha inestabi-lidad  militar y geopolítica. Se sucederán en la primacía sobre el mundo griego, primero, Espar-ta con Lisandro y Lisias; luego, Tebas, liderada por Epaminondas; sin lograr restablecer la uni-dad de los griegos que hiciera posible años atrás vencer a los persas. Atenas, por esos años, tendría en el retórico Isócrates, a su más connotado ciudadano. 

Solo después de muchos sinsabores y fracasos, Filipo de Macedonia se encargará de estabilizar las relaciones entre las distintas ciudades-estado griegas; y Alejandro, entre el 336-323 a. de C., transformará el mundo conocido creando una nueva cultura, la llamada «helenística». “Transformación que no fue –advierte Gustav Droysen–, ni mucho menos, el resultado de una serie de coincidencias fortuitas, sino, en la medida que poseemos datos para opinar acerca de ello, obra de la voluntad y producto de un plan consciente y consecuentemente desarrollado” .

                  En medio de esos acontecimientos y cambios, propios del incesante fluir de la vi-da, el espíritu heleno, exaltado en su máxima expresión en el período del gobierno de Pericles, tuvo en los sofistas de la primera generación, como Protágoras de Abdera, Pródico de Ceos y Gorgias de Leontinos, sus más conspicuos maestros. Ellos, con su saber teórico-práctico, inspi-raron el llamado «humanismo ateniense» que se desarrollaría en múltiples manifestaciones co-mo la Historia, Medicina, Antropología, entre otras disciplinas científicas, que se constituirían en las flores frágiles del espíritu heleno imperecederas. 

Sócrates, adversario del humanismo sofista, no habría llegado a ser lo que fue sin el ambiente social, político y filosófico creado por estos exaltados sabios, maestros de la mesura, prudencia y virtud política. Es por ello que el difunto Sócrates resucita, y no lo hace solo en las escuelas, sino también en las obras de sus discípulos, quienes hicieron del venerado maestro el personaje principal de sus escritos, que aparecía dialogando en el mercado y en el gimnasio con jóvenes y viejos, tal como acostumbraba a hacer en vida.

               Sus discípulos se dispersaron con el transcurrir de los años en diversas direcciones, tendencias, posturas filosóficas o modos de vida; de todas ellas, solo me referiré a las más an-tagónicas, representadas por Platón y Antístenes. 
             Platón hará de Sócrates la encarnación de la suprema GD,JZ/ virtud y la :,("8@RØP\"/ magnanimidad o magnificencia, el nuevo arquetipo del ser humano capaz de crear una sociedad perfecta y eterna, del que se proclamará su profeta y mensajero poético ; filosofar que se impondrá en la historia de la filosofía hasta nuestros días como una guía de salvación trascendental. “El movimiento iniciado por Sócrates era una bendición inmensa para el porvenir de la especie humana –advierte Theodor Gomperz–; aunque era un bien de valor muy dudoso para los atenienses de su época. Frente al derecho de la colectividad a sostenerse y oponerse a tendencias disolventes, se erguía el derecho de una gran personalidad a trazar nuevas sendas y a seguir por ellas audazmente pese a toda la resistencia de la tradición y a las amenazadoras conminaciones del Estado” .
            Antístenes, por su parte, será quien demarque el tránsito a la radicalización de la  bús-queda del «camino propio» iniciado por el egregio maestro, renunciando a todos los vínculos cívicos para encontrar la autosuficiencia del sabio. Una vía que con Diógenes –fundador de la escuela cínica– se mostrará contraria a la política y por ende alejada de la tradición griega; mo-tivo por el cual no gozarán de mucha aceptación y reconocimiento entre sus contemporáneos, aunque sí supieron escucharlos.
           El alejamiento e indiferencia de los asuntos políticos, en el transcurrir de los años, lle-vará a estos filósofos a ser excluidos de las discusiones filosóficas comprometidas con los asuntos de la B`84H. Aristóteles, por ejemplo, embelesado por las premisas metafísicas de su noble maestro –al escribir la primera historia de la filosofía–, solo menciona a Antístenes para refutarlo en asuntos lógicos y no lo toma en cuenta en asuntos ético-políticos.

Posteriormente, entre los romanos y judeo-cristianos no tendrán mayor cabida. Por último, serán completamente desterrados de los estudios filosóficos en los albores del mundo contem-poráneo por obra de Georg Wilhelm Friedrich Hegel –el segundo gran historiador de la filoso-fía e inspirador de múltiples manuales sobre el tema–, quien sentenció como poseso de la ver-dad absoluta: “Poco es lo que hay que decir acerca de los cínicos, ya que no imprimieron gran desarrollo a la filosofía ni supieron crear tampoco un sistema de las ciencias –prosigue en sus Lecciones sobre la historia de la filosofía–;… la escuela cínica no reviste importancia científica alguna; constituye solamente un momento histórico que tiene que darse necesariamente en la conciencia de lo general, a saber: el momento que consiste en que la conciencia, en su indivi-dualidad, se sepa libre de toda dependencia con respecto a las cosas y al disfrute…No hay para qué tenerlos en cuenta en una historia de la filosofía, y merecen en el pleno sentido de la palabra el nombre de “perros” que en tiempos se dio a esta escuela filosófica, pues el perro, esta bestia desvergonzada, caracteriza plenamente su modo de ser” .

                 No obstante, sobre los cínicos hay mucho que decir no solo por lo que representan en la historia de la filosofía sino por la vigencia de sus críticas y reflexiones en torno a  la cul-tura humana. Los estudios de Gustav Droysen sobre Alejandro Magno (1833) y su monumen-tal obra Historia del helenismo (1877) cambiaron la visión de la historia del pensamiento y la cultura griega después de la muerte de Aristóteles y Demóstenes. Fue este joven historiador quien introdujo los términos «helenismo» o «helenística»  para referirnos a un período de sig-nificación cultural propia y unitaria. Período muy crucial en la historia de Grecia y el Oriente, signado por el sincretismo cultural y el primer experimento de globalización, llevado a cabo por iniciativa de Alejandro, cuando ambas culturas estaban agotadas social y espiritualmente. Muerte y vida, una vez más se encuentran asociadas y, en este ambiente de disolución y cons-trucción, de angustia existencial, pues, el mundo se había puesto al revés, vivirán y desarrolla-ran su particular filosofar los representantes más destacados del cinismo; entre los que destaca Antístenes, de quien se discute si fue precursor o fundador de la llamada escuela cínica. Vea-mos. 
                                        
2.1.   U<J4F2X<0H/ Antístenes, maestro de retórica.	
               Antístenes era natural de Atenas, nacido en el 450 a. de C. Su padre, ciudadano  ateniense lo había llamado igual que él; y su madre nacida en Tracia, probablemente de condi-ción esclava. Fueron estas las razones sociales que hicieron de Antístenes un <`2@H /ilegítimo ; es decir, un mestizo o bastardo étnico sin los derechos de ciudadanía de su B`84H /ciudad-estado, que solo gozaban los hijos de ambos padres atenienses, considerados como hijos legítimos/ „2"ge»H.
             Esta condición cívica restringió su vida social, las prácticas gimnásticas juveniles y posteriormente su magisterio al ámbito del gimnasio del 5L<`F"D(,H/ Cynosarges , dedi-cado a los hijos ilegítimos o bastardos. Al lado de dicho gimnasio se hallaba un templo consa-grado a Heracles, patrono protector de estos bastardos étnicos . A su vez, el haber sido un griego a medias o carecer de ciudadanía –particularmente ateniense–, le facilitó la ruptura con las normas vigentes de tipo religioso como de carácter social . Difícilmente un griego de pura cepa o ciudadano, satisfecho de su condición y reconocimiento social, se habría atrevido a proferir una $8"FN0:\" /blasfemia como la siguiente: “Cubriría de flechazos a Afrodita si la cogiera –recuerda y comenta Clemente de Alejandría en sus Stromateis o Tapices II, XX 107, 2-3–, porque ha corrompido a muchas de nuestras hermosas y buenas mujeres…El amor es un vicio de la naturaleza, por el que los desgraciados que son vencidos llaman dios a una enfermedad” . 
          La familia de Antístenes debió haber sido de condición acomodada, aunque segura-mente no distinguida, condición que le permitió en su juventud, cuando contaba entre 22 ó 23 años de edad, recibir las costosas enseñanzas del sofista y retórico Gorgias. Formación que explica su elegante estilo y dominio de la oratoria y las figuras retóricas; además de sus cono-cimientos sobre lógica en los que no logró destacar y que fueron los que ocuparon sus primeros años de juventud. 

Sus escritos: El Erístico, Sobre el uso de los nombres, La Verdad y Exhortaciones estaban de-dicados a los asuntos lógicos. Se le atribuye haber sido el primero en formular el enunciado lógico de la proposición, oración, nombre o definición, como “Proposición es lo que expresa lo que era o es algo”, que Aristóteles precisará, diciendo: “Proposición es la expresión del ser que sea o es”. Defendió las siguientes tesis:

1era. La imposibilidad de la definición, conocida como el nominalismo antísténico; pues, para él, el conocimiento solo puede llegar a nombrar lo individual, mas no definir lo que es una cosa; admitía, por el contrario, la posibilidad de enseñar cómo es una cosa . Según esta, “solo se podía enunciar o predicar un nombre de cada ente u objeto –resume José Martín García– que sea precisamente el suyo propio e indefinible salvo por comparación con otro ser cualitativamente próximo, mientras que si se agregaba otros resultaba un enunciado compuesto, tan solo definible en la delimitación de las porciones que lo cons-tituían, pero que no reflejaba la unidad de aquellos” .

2da. La negación de la contradicción, que se deriva de la anterior. “Se puede expresar –añade José Martín García– así: …al formular un enunciado, solo cabe expresar una única de-nominación de las cosas o seres, dos interlocutores que hablen de una misma cosa dirán lo mismo de un modo inevitablemente tautológico y, si disintieran, estarían hablando de cosas distintas. Así pues, no sería posible de esa manera la existencia de la contradic-ción” .


          Estas tesis fueron criticadas por Platón directa y personalmente a Antístenes, pues am-bos ya compartían el círculo socrático donde habrían discutido acaloradamente sobre estos tópicos. Sin embargo, Platón en ese afán de refutar toda argumentación erística, escribió sus diálogos Eutidemo y Crátilo, donde jamás menciona a Antístenes, mas todos reconocían sus argumentos que eran motivo de burla por los presentes, entre los que destacaban Sócrates, Ctesipo, Dionisidoro, Hermógenes y Crátilo . El aludido y zarandeado Antístenes respondería con un escrito titulado EVJT</ Satón o Sobre la Contradicción, que marcaría la enemistad para siempre de estos dos seguidores del enigmático maestro Sócrates. Años después, Aristó-teles, el sistemático expositor y eximio conocedor de los asuntos referidos a la lógica, se en-cargará de vapulear  a Antístenes y así dejarlo de lado en los asuntos filosóficos .
             Antístenes, cuando conoce a Sócrates, cuenta con 24 ó 27 años de edad , y ya era un profesor de retórica, emulando al célebre sofista que había moldeado su pensar y personalidad. Pero el temperamento del sencillo y conversador filósofo, que se la pasaba dialogando con sus jóvenes discípulos lo hechizaron completamente. Le atrajo especialmente el aspecto ascético de la vida de Sócrates, su independencia de los dioses mundanos y su actitud valiente y parti-cular en los asuntos políticos . 
             Desde su primer encuentro hasta la fecha de la muerte de Sócrates, ocurrida en el 399 a. de C., es decir, por más de veinte años , se hizo no solo un asiduo escucha de las enseñan-zas de Sócrates, sino que exhortó a sus propios discípulos a hacerse condiscípulos suyos en torno al enigmático y contradictorio filósofo. Aunque para escuchar y gozar de la compañía del maestro, poco importaba que tuviese que caminar cada día, unos ocho kilómetros, desde su casa en el Pireo hasta el centro de Atenas.
             Pronto Sócrates le demostraría su afecto y confianza, a juzgar por algunas referencias que podemos comentar. La primera, se sitúa en el año 426 a. de C., después de la batalla de Tanagra en la que Antístenes había participado, alguien comentó que su madre era tracia y Sócrates no dejó pasar la oportunidad para elogiar a su joven seguidor, contestando: “¿Creías tú que un hombre tan noble había nacido de dos atenienses?” .
    La segunda, vivida años después, en el 422 a. de C., con ocasión del convite brindado por  Calias para celebrar la victoria de su amigo Autólico en el pancracio de las Panateneas –según relata Jenofonte en su Banquete–, Sócrates sostuvo un extenso y enriquecedor diálogo con Antístenes y otros amigos. En este, Sócrates manifestó su dicha por compartir su vida con di-chos jóvenes, particularmente con el mesurado y atento Antístenes; y, su joven discípulo agra-deció públicamente al maestro por haber enriquecido su alma, la mayor riqueza que se puede obtener en esta efímera vida. Además, confesó poseer, gracias a su enigmático y juguetón educador, la más exquisita de las posesiones que se puede lograr en la vida, el ocio, que le permitía “ver los espectáculos más dignos de contemplación, oír lo que merece escucharse y, lo que más estimo –añade el agradecido educando–, pasar libre de ocupaciones mis jornadas con Sócrates. Tampoco él admira más a los que cuentan más dinero, sino que pasa el tiempo convi-viendo con los que más le gustan”  .
 Sin lugar a dudas, Antístenes fue el discípulo que más se avino con el carácter y la filosofía moral de Sócrates, probablemente por sus propios dotes naturales. “Una férrea fuerza de vo-luntad –caracterizaba a Antístenes nos comenta Theodor Gomperz–, un espíritu excitable, su-mamente sensible a las impresiones, sobre todo a las dolorosas, un entendimiento listo, robus-to, más ágil para las visiones concretas que para las fórmulas lógicas, igualmente hostil a las distinciones sutiles que a las aventuras especulativas, y además una fantasía vigorosa, creado-ra, constituían algunos dotes naturales de su ser” .
                Sócrates, como bien sabemos, instruía en asuntos éticos recurriendo a la Dialéctica, formulando conceptos sobre el bien, la virtud y demás temas afines, descuidando los hechos o acciones; pues, él no operaba con hechos sino con ideas, que frecuentemente lo llevaban a un comportamiento en su diario vivir, inconsecuente o contradictorio. La delectación «perversa y enfermiza» por la lógica y la dialéctica era uno de sus particularidades y atractivos con las que se embriagaba y divertía a los demás . 
 Sin embargo, para quien quisiera seguir el particular camino del maestro y acometer en gran escala la renovación de la vida individual y social –cuestión que exigía el momento histórico en el que la artificialidad y a menudo la corrupción de la sociedad alcanzaban niveles escanda-losos y nauseabundos–, era imposible que se mantuviera en las meras tentativas de definición y el juego dialéctico sin evitar los enredos y contradicciones prácticas. 
          Y así lo entenderían Antístenes y Platón, este último empezaría a desbrozar su «propio camino» después de la muerte de Sócrates a quien haría el personaje central de su creación literiaria, los diálogos. Antístenes, en cambio, destacó en presencia del maestro, no solo como discípulo sino más bien como un continuador coherente y consecuente del novedoso camino inaugurado por Sócrates, reelaborando y corrigiendo seriamente las contradicciones e inconse-cuencias del maestro, evitando recurrir a las llamadas de la voz misteriosa del daimÒnion o al uso de las máscaras de Sileno o Diónisos, que con frecuencia invocaba o usaba el venerado Sócrates para salir de los apuros prácticos en los que se debatía. 



2.2.   Antístenes y la permanencia en el «camino propio»	.


                 Antístenes, después de entrar en el círculo socrático, continúo sus quehaceres de sofista-profesor recatado, que cobraba por lo que enseñaba, aunque modestas sumas de dinero y a un público pequeño y procedente de las clases bajas o de ilegítimos como él. Sólo exigía para seguir sus clases, “un librillo nuevo –de acuerdo al relato de Diógenes Laercio–, un estile-te nuevo y una tablilla nueva, e inteligencia” . 
               En cuanto al número de oyentes, no era motivo de preocupación, pues, sabía bien que las preocupaciones filosóficas siempre fueron y serán para muy pocos; de ahí que, “al pregun-társele por qué tenía pocos discípulos –refiere el cronista de los filósofos antiguos–, contestó: «Porque los expulso con un bastón de plata» . 
    Pedagogía que ejercía, realizando una exégesis de la obra homérica, comentando numerosos episodios de la Ilíada y de la Odisea; y replanteándose temas de las tradiciones mitológicas como en el Heracles, e histórico-biográficos que es lo que trató en su Ciro el Grande, para encontrar en ellos modelos de conducta a seguir en las circunstancias de su presente. 
   Su origen social, muy diferente al de Platón y de los restantes compañeros de Sócrates, quizás le obligó a conquistar el prestigio y la fama por medio de una actividad educativa socialmente reconocida, aunque en su caso, sencillamente remunerada . Reconocimiento que logró, a juz-gar por la cantidad de escritos, muchos de ellos muy bien realizados, que dejó y que lamenta-blemente se han perdido ; y, las polémicas que sostuvo con Lisias, Isócrates y Platón, ilustres miembros de la aristocracia ateniense, e incluso, en el caso de Isócrates y Platón, directores de escuelas de filosofía o de virtud. 
                   Ahora bien, al entregarse de lleno al cultivo de la filosofía, entendida como modo de vida, dándole mayor importancia a los asuntos éticos-políticos o la BD©>iH; se mostraría co-mo un socrático, demasiado responsable y respetuoso, que centra su interés sobre la virtud y la felicidad, que se puede alcanzar, siempre y cuando uno sea bien instruido. 
              La filosofía, brinda esta sabiduría, que no requiere ni muy numerosas palabras ni cono-cimientos; las palabras deben ser refrendadas por las acciones y los hechos de manera conse-cuente, coherente y religiosamente. Nada más. Por esta razón, “al ser preguntado por el motivo de que zahiriera cáusticamente a sus discípulos, dijo: «También los médicos tratan así a los enfermos»…y, preguntado por el más necesario de los conocimientos, dijo: «El que impida el desaprender »” .
                  El cultivo de la filosofía así entendida era lo más valioso en la vida y toda la sabidu-ría giraría en torno a conocerse a sí mismo. De ahí que, “al preguntársele qué había sacado de la filosofía –informa Diógenes Laercio–, dijo: «El ser capaz de hablar conmigo mismo»” , si-guiendo el consejo socrático y a través de él remontábase al tradicional “'nîqi FeautÒn/ Co-nócete a ti mismo” délfico –que en los asuntos humanos era una norma imperiosa de modera-ción, de control, de límite, de racionalidad y de necesidad–, distanciándose de la interpreta-ción socrática que hacía de ella una sentencia enigmática y misteriosa que le permitía explicar su  contradictoria “sabiduría” de no saber nada, bajo el famoso lema «sólo sé que nada sé», que con el correr de los años y los siglos, devendría en el lema filosófico por excelencia. 
                     Antístenes, siguiendo a Sócrates y «escuchándose a sí mismo» se apartaba de la tiránica *Ò>"/ opinión de las mayorías y tomando su «propio camino», una paradoja/ par£dozan  incomprensible y sorprendente para los demás miembros de la tradicional comu-nidad política, razonada y voluntariamente, se excluía de la competencia por el buen nombre o el honor/ tim» en los términos convenidos por la mayoría de la comunidad, apostando viril-mente por la impopularidad/ ¢*@>\" que lo aproximaba históricamente a Heráclito . 
                
                Sin embargo, de ambos filósofos tomaría distancia y, si cabe decir, los superaría en lo teórico y práctico. En lo teórico-especulativo, él sí sabe que en el «diálogo consigo mismo» escucha la “voz” de su conciencia, de ese “yo” filosófico que se ha apartado y desentendido de las costumbres tradicionales de la pÒlij, por lo que no se muestra perplejo y ambiguo como Heráclito, que al referirse al lÒgoj/ lógos no sabe si es o no es de origen divino-misterioso, o como Sócrates que afirma escuchar la “voz” del daimÒnion/ divino-misterioso. Y, en el aspec-to práctico, su extrañamiento con respecto a los demás no lo llevarían a convertirse en un amargado misántropo/ mis£nqrwpoj, como fue el caso del aristócrata Heráclito, o un perso-naje contradictorio como el amado maestro Sócrates. 

            Este diálogo consigo mismo o autoconocimiento implica conocer y reconocer tanto nuestra naturaleza animal como la racional. Para conocer la primera, investigó y escribió Sobre la naturaleza de los animales, en donde podemos conjeturar  –por las sentencias y las diversas imitaciones de sus posteriores admiradores–, que le sirvió para obtener de la vida de los anima-les ejemplos para la organización  de la vida humana. Los animales, para vivir y vivir bien, no necesitan de demasiados bienes materiales; es más, se sirven de lo que la naturaleza les ofrece. 

Y la historia de los pueblos primitivos, que Homero en su momento presentó como el de las «personas más justas» , serían comentados y reinterpretados por Antístenes en sus escritos dedicados a la obra homérica, para obtener de ellos, igualmente modelos de vida. La vida aus-tera y sencilla, apartada de la búsqueda de los placeres, como era la que pretendía su contem-poráneo y condiscípulo Aristipo, era el camino a la virtud y la felicidad. “Continuamente afir-maba –anota Diógenes Laercio–: «Prefiero someterme a la locura antes que al placer»” .

           Antístenes, en sus escritos dedicados a Heracles, habría destacado las cualidades del héroe olímpico, pero siguiendo las nuevas interpretaciones que lo presentaban como el héroe trágico por excelencia: esforzado, peregrino ascético y solitario filántropo . Así, Heracles, a diferencia de Prometeo, resultaba ser un auténtico benefactor de los hombres que enseñaba a vencer los deseos con la maza de la filosofía –el producto más elevado y útil de la razón o in-telecto–, llevando una vida austera y alejada de todo refinamiento material y espiritual.

Heracles, el bastardo, rudo y tenaz atleta olímpico –reinterpretado y estudiado con fines filo-sóficos–, se convertiría en el guía de los partidarios de una moral al margen de una B`84H /ciudad-estado, una moral individualista y universal, propia de los bastardos ajenos y desen-tendidos de los derechos ciudadanos. Para Antístenes, Prometeo habría robado el fuego por su vanidoso afán de lucha y gloria com-pitiendo en astucia e inteligencia con el mismo Zeus; y no como lo habían presentado los poe-tas trágicos y el filósofo Protágoras, por beneficiar a los humanos. “No fue por envidia y odio a los hombres por lo que Zeus castigó tan duramente al titán –advierte Theodor Gomperz, si-guiendo unos textos de Dión de Prusa, contemporáneo de Trajano–, sino porque con el fuego trajo a los hombres los albores de la cultura y con ella el comienzo de la sensualidad y corrup-ción” .

        Al cuestionar este mito, creado por Hesíodo y desarrollado por los poetas trágicos junto a Prótagoras, Antístenes se convierte en un serio y peligroso enemigo de la cultura y sus refi-namientos materiales y espirituales; pese a que él todavía se muestre contradictoriamente res-petuoso y prudente frente a sus creaciones, particularmente las intelectuales o espirituales. 
           La GD,JZ/ virtud conquistada por el hombre virtuoso y sabio no es nada fácil lograr; pues, es natural que el común de los mortales humanos se deje llevar por el afán de bienestar, honores, fama, y de los ideales que han sido sancionados y celebrados por la comunidad. También él en su momento fue duramente criticado por Sócrates, quien al ver lo roto de su  manto le dijo: “A través de tu manto veo tu afán de fama/ N48@*@>\"<” .
El hombre virtuoso vive sencillamente –afirmaba el heroico discípulo de Sócrates–, sirviéndo-se de alimentos básicos, despreciando la riqueza y la fama y la nobleza de familia. Fue el pri-mero en doblarse la túnica y usaba sólo esta prenda de vestir. Adoptó también el bastón y la alforja. El bastón, para ayudarse a caminar y ahuyentar a los perros que suelen estar en las ca-lles por donde él no sólo transitaba, sino también solía pasar el tiempo con sus alumnos; y, la alforja para guardar sus pocos y necesarios bienes para vivir. 

Vivir espiritualmente apartado de una sociedad dominada por la violencia, corrupción e hipo-cresía, entre otros tantos males –enseñaba el leal y consecuente socrático–, es lo más sensato y conveniente. Y burlándose de los atenienses, les aconsejaba “nombrar por decreto –cuenta Diógenes Laercio– caballos a los asnos. Como lo consideraran absurdo, dijo: «Sin embargo, también los generales surgen de entre vosotros sin ningún conocimiento, sino sólo por ser vo-tados a mano alzada». A uno que le dijo: «Muchos te elogian», respondió: «¿Pues qué he he-cho mal?»…A uno que elogiaba el lujo replicó: «¡Ojalá vivieran en el lujo los hijos de mis enemigos!»” .

            El sabio, de acuerdo a Antístenes, es aßJVD60H/ autosuficiente, pues, se basta a sí mismo; se mantiene imperturbable e indiferente a las pasiones, impasible/ ¢pa2ZH, es decir, ha conquistado la tranquilidad o imperturbabilidad/ ¢J"D">\" del alma o la paz interior y con ello la libertad/ ¦8,L2,D\a, el bien más preciado entre los griegos; pero esta vez es de carác-ter individual. 

Esa libertad le permite vivir como quiere, siguiendo su «propio camino», ese que le dicta su conciencia y con mucho esfuerzo/ pÒnoj a través de un prolongado y disciplinado ejercicio/ ¥F6F4H, se mantiene al margen de la común opinión de los demás, impopular y sin gozar de fama/ ¢*@>\". Distanciado de las leyes establecidas por la B`84H /ciudad-estado –sin ser afectado por juicios convencionales, sociales y morales, ni preocuparse por cambios de fortu-na– vive alejado de la *Ò>"/ opinión de las mayorías, y opta por la paradoja/ par£dozan, proclamándose 6@F:@B@8\J0H/ ciudadano del mundo o de la naturaleza.

             Ahora bien, debemos decir que Antístenes habría sido el primero en considerar que la virtud consistía en un estado de impasibilidad/ ¢pa2,\a que permite la completa la tranquili-dad o imperturbabilidad/ ¢J"D">\" . Esta impasibilidad sería el resultado de la indiferencia hacia los deseos/BV20H, mas no la eliminación de los mismos. Antístenes, al postular esta tesis, estaría corrigiendo y superando al maestro Sócrates, quien defendía la naturaleza racional del hombre y a causa de ello decía que con el ejercicio dialéctico se llegaba a la definición de la virtud. Sin embargo, el asunto era vivir lo que se decía, y es sabido que Sócrates abusó de la dialéctica, y lo que es más grave, se mostró incoherente y contradictorio en los hechos a la hora de renunciar a los deseos y placeres de la vida, recurriendo a las máscaras de Sileno o Dióni-sos .
            Considerar que la verdadera naturaleza/ NbF4H del hombre es su racionalidad, tam-bién sería sustentado por Platón y en menor medida por su discípulo Aristóteles, siguiendo todos ellos a Sócrates. Sin embargo, la diferencia la establecerían Antístenes, Diógenes y pos-teriormente los estoicos, dándole una interpretación particularmente extremada y rigurosa con un sesgo ascético/GF60J46`H –del que no sería ajeno Platón, por lo menos– , pero dentro de las estructuras de la tradicional Welltanschauung griega, monista o panteísta, siendo los cínicos más relativistas y trágicos –y por ende más cercanos a la tradición griega– que los estoicos; y, ambos muy distantes al dualismo pitagórico-platónico, absolutista, antitrágico y extraño a la tradición griega .  

Por otra parte, en épocas de crisis social y angustia espiritual, la conducta de los seres humanos se tornan extremas, se desbocan hacia los extremos, ya sea para la virtud o el vicio; y “es bien sabido que –anota Edward Gibbon– mientras la razón se inclina por una tibia mediocridad, nuestras pasiones nos impulsan con rápida violencia por el espacio que media entre opuestos extremos” . Y lo paradójico es que a excepción de Aristóteles, cínicos y estoicos, por mencio-nar a los filósofos más afines de este período de crisis, afirman que sus proyectos de modo de vida inspirados en la filosofía se edifican manteniéndose rigurosamente indiferentes a las pa-siones, siguiendo exclusiva y radicalmente a su atemperada y reflexiva razón.

            Estas propuestas filosóficas, a nuestro juicio, estarían expresando una progresiva exal-tación de la razón que no terminará por autodeificarse y volverse loca –como le sucedería en el mundo moderno y contemporáneo–  puesto que aún mantiene vivo el vínculo con lo divino-misterioso o naturaleza, y la relación fe-razón o razón-fe mantenía la armonía que tuvo desde el inicio de la filosofía, de exclusividad griega.  
          A su vez, no dejemos de considerar que el quehacer filosófico de Sócrates, enmarcado en la tradicional experiencia religiosa griega , era el privilegio y la consecuencia de una exis-tencia especial, de des-mesura, la heroica. “Esa existencia que busca el motivo de la decisión moral –nos recuerda Karl Kerényi– no en la voluntad, sino en el saber. Saber significa lógica-mente: actuar según él. Tal poder tiene lo sabido” , cuestión que hace de la experiencia filosó-fica una experiencia semejante a la religiosa. La diferencia la establecerían los filósofos, a lo largo de la historia, cuando afirmen qué es lo que ven o escuchan y de qué manera deben vivir acorde con lo sabido, contemplado o escuchado. 
         En los inicios de la filosofía, el quehacer del filósofo era la investigación sobre la natura-leza de carácter teórico-contemplativa, es decir, elaboraba una teoría/2,TD\" persuadido de haber alcanzado la verdad/¢8Z2,4", que no era otra cosa que lo divino/2,Ã@H, contempla-do . Esta actividad nació y se desarrolló como un juego lingüístico en un ambiente sano salu-dable y viril, la B`84H/ciudad-estado, en el amanecer de la cultura griega . 
       Sin embargo, con el correr de los años y al enfermarse la B`84H/ciudad-estado, la filosofía empezó a adquirir fines teórico-prácticos, político-religiosos y por ende de salvación, que es la preocupación esencial de la religión. Jenófanes es el primero que da cuenta del peligroso alejamiento de las austeras, sensatas y ancestrales costumbres de la época de los siete sabios. Parménides, Heráclito, Demócrito y Pitágoras se enfrentarán al problema y buscarán soluciones, dejando la filosofía de ser un “juego lingüístico” teórico-contemplativo para convertirse, además, en un asunto de carácter práctico o político. Dos vertientes se abrirán en adelante; una, de carácter tradicional-trágica, en la que se ubican Parménides, Heráclito y Demócrito; y la otra, que sintetizará las tradiciones griegas con las órficas, y que tiene en Pitágoras a su primer gran exponente y que culminará en la obra y proyecto filosófico de Platón, de carácter anti-trágico. Todos ellos tendrán como punto de partida de sus especulaciones al saber tradicional, mítico-religioso, pues, para ellos, se daba por sentado que la fuente de inspiración del profeta, el poeta y el filósofo o científico era la misma. De ahí que se muestren respetuosos con lo 2,Ã@H /divino o misterioso y, a su vez, ambiguos en el uso de su lenguaje o palabra/ 8`(@H; coincidiendo en manifestar que no saben si son conducidos o poseídos por lo divino en su camino o búsqueda de la verdad/ G8Z2,4"  o si esta, al ser “misteriosa”, se les estaría revelando en una experiencia filosófica pero no menos religiosa. 
             Sócrates, después de la revolución cultural que iniciaran los sofistas, aparecerá como el personaje dotado de múltiples máscaras, enigmático y poliédrico, pero, siempre respetuoso de  las austeras y religiosas costumbres tradicionales; y, esa particularidad, lo hará inspirador de las propuestas de salvación más radicales. La platónica, de carácter anti-trágico; y, la trágica-individualista de los filósofos helenísticos. Entre éstos, el filósofo ya no es, “como Sócrates, un buscador incansable de la verdad –observa Carlos García Gual–, dispuesto siempre a nuevos diálogos, sino más bien un predicador de una verdad ya hallada y probada, en la que cree como en una doctrina de salvación. Por eso el tipo ideal ya no es el investigador, sino el sophós, libre y autárquico y feliz. En principio, es más un sage que un savant y con su vida da testimonio ejemplar de su doctrina” .
             Empero, volvamos al ideal de impasibilidad/ ¢pa2,\a postulado por Antístenes; éste lo habría escuchado Zenón de labios de Crates, un discípulo disciplinado de Antístenes, y ha-ciéndolo suyo lo desarrollaría teórica y prácticamente de manera radical; pues, para los estoi-cos, la naturaleza humana solo es racional, lo irracional es contra natura. Desde esta perspecti-va, los deseos/BV20H quedan definidos como impulsos fuera de control, afecciones del alma como consecuencia de juicios irracionales, de ahí que se les llamara con el mismo término que aplican a las enfermedades/BV2@H que llevan al hombre a perderse, a dejar de ser dueño de sí mismo, un esclavo ya no social-legal sino espiritual o intelectual, enajenado o alienado.   
               Los estudios de A. Long y J. Rist, dedicados al estoicismo permiten aclarar en qué devino el sabio perfilado por Antístenes en los estoicos. “…El sabio estoico está libre de toda pasión. La ira, la ansiedad, la codicia, el miedo, la exaltación, éstas y semejantes pasiones ex-tremas están todas ellas ausentes de su disposición. No considera al placer como algo bueno, ni el dolor como algo malo. Muchos de los placeres o dolores de una persona son cosas que ésta puede guardar para sí, mas es difícil concebir que alguien sujeto a ira, miedo o júbilo, nunca revele su estado mental a un observador de fuera. El sabio estoico no es insensible a las sensa-ciones dolorosas o placenteras, mas éstas no «conmueven su alma con exceso». Queda impasi-ble ante ellas. Mas no es enteramente impasible, contrariamente a la concepción popular de un estoico” . Por su parte, J. Rist agrega, “…una de las cosas que el término ¢pa2,\a que denota el objetivo de la sabiduría estoica, no significa insensibilidad. El hombre sabio siente tanto el placer como el dolor…El hombre sabio siente dolores y placeres; lo que no siente son aquellos placeres y dolores que son (consecuencia de) juicios erróneos. Sólo en relación a ellos es ¢pa2ZH” .
                 Después de estas sucintas precisiones no es conveniente seguir las interpretaciones que presentan a los estoicos y al que habría sembrado la idea, el olvidado y vapuleado Antís-tenes, como los filósofos que hacen del sabio un ser insensible e inconmovible, es decir, un frío y calculador individualista, monstruosa y despreciablemente inhumano. 

Explicaciones que, como se anotó anteriormente, tienen en Aristóteles su primera y discutible –por no decir antojadiza– versión y en las que le han seguido con añadidos y prejuicios judeo-cristianos, que se mantienen vivos en muchos estudiosos europeos contemporáneos. Equívoco del que no escapa nuestro amigo sanmarquino Álvaro Revolledo, quien, en su excelente traba-jo dedicado al estoicismo tardío, concluye sobre este delicado y sutil asunto afirmando que, “…no es, pues, la ¢pa2,\a estoica un estado de impasibilidad. En todo caso, esta tesis de la ¢pa2,\a como impasibilidad total o insensibilidad sería más bien de origen cínico, como pa-rece sugerirlo Rist. Esta afirmación iría respaldada, además de otros contextos, por la posible referencia a Antístenes que hace Aristóteles cuando habla de los que definen a la virtud como ¢pa2,\a ...” .

               A su vez, este esclarecimiento nos permite entender mejor por qué no nos resulta fácil comprender el ideal de vida de Antístenes y sus radicales continuadores, los estoicos; ambos, inspirados en las enseñanzas socráticas, pero buscando vivirla de manera coherente, consecuente y religiosamente; distanciados de la utopía social  y la búsqueda de la gloriosa esperanza de la inmortalidad predicada por Platón. 

Tenemos muchas dificultades para tomarnos en serio sus enseñanzas y para ver en ellos algo más que una pretensión exorbitante e inverificable del sabio hipotético; y “eso es porque esta-mos condicionados –advierte Jean-Jöel Duhot– por nuestras propias estructuras intelectua-les…¿Cómo pueden constituir la clave para la felicidad el dominio completo de las pasiones y la indiferencia hacia lo que estimula en general nuestros deseos: riqueza, poder, pla-cer?...¿Cómo ver ahí, en esas condiciones, algo más que un concepto operatorio o una finali-dad puramente abstracta? Nosotros no podemos comprender eso porque el sabio no forma parte de nuestra cultura. Co-nocemos al mártir y al santo, pero no al sabio. El santo es siempre más o menos mártir: el su-frimiento es necesario, a imagen de la Pasión. Él permite zafarse del mundo, y buscarlo consti-tuye una forma más o menos heroica de renuncia. Posee un valor redentor: se va a su encuen-tro para adquirir méritos que valdrán en el otro mundo. Esta concepción puede implicar el ries-go de ser convertida en un efecto perverso: valorizar de rechazo aquello a lo que se renuncia, como el pecado valoriza lo prohibido. Cuanto más importantes sean los placeres que uno se niega y el dolor que uno se inflige, más méritos gana uno. El placer y el dolor salen de ello acrecentados…El ideal de la ataraxia, es decir, de la indiferencia hacia todo aquello que pueda provocar deseo o temor, nos resulta tanto más ajeno cuanto que nuestra propia tradición reli-giosa, ampliamente devocional y centrada en la Pasión, apela abundantemente a la emoción. Pero los antiguos, por su parte, lo encontraron a menudo atractivo…” .

                 Por otro lado, es cierto que Antístenes no fue el primero en proclamarse 6@F:@B@8\J0H/ ciudadano del mundo o 6ÒF:@j, pues, tal anuncio –que expresa una atrevida ruptura con las tradicionales costumbres de la B`84H– lo realizó por vez primera Demócrito , mucho años antes que se iniciara la franca debacle del mundo griego. 

No obstante, sí podemos conjeturar que Antístenes, cuando afirma haber conquistado la liber-tad/ ¦8,L2,D\a, al margen de las convenciones sociales –esas que sanciona la ley/<`:@H– sin despreciar su naturaleza social –obedeciendo y escuchando únicamente a su naturaleza/ NbF4H–, siguiendo su «propio camino», el que le dicta su conciencia, su razón, su intelec-to/<@ØH, está dejando otra idea y ejemplo de vida novedosos que sabrán aprovechar y desa-rrollar los seguidores de Zenón, Crisipo, Cleantes, entre tantos filósofos estoicos.

                  Antístenes, cuando entroniza a la razón como el elemento natural y constitutivo del ser humano –dejando las ambigüedades del amado y admirado maestro–, situándola como verdadero piloto y capitán de una vida libre de las enfermedades/BV2@H  que provienen de de la parte animal, demostró en los hechos   que la virtud y la libertad eran un asunto del intelec-to al margen de las condiciones sociales y jurídicas. De esta manera enseñó y demostró que la verdadera libertad puede conseguirla incluso un <`2@H /ilegítimo, un mestizo o bastardo étni-co como él,  quien ni siquiera era ciudadano ni griego a carta cabal .
 “El último paso en este camino se dio cuando –afirma Hans Jonas–, más tarde, los estoicos, propusieran una tesis según la cual esa libertad, el más preciado bien de la ética helénica, es una cualidad puramente interna y no depende de condiciones externas, de manera que la ver-dadera libertad puede encontrarse incluso en un esclavo, siempre que éste sea una persona sa-bia. Ser un buen ciudadano del cosmos, un cosmopolita, constituye la finalidad moral del hombre; y el derecho a esta ciudadanía se obtiene única y exclusivamente con la posesión del lógos o razón, es decir, el principio que lo distingue como hombre y lo sitúa junto al mismo principio que gobierna el universo. El desarrollo máximo de esta ideología cosmopolita se pro-dujo bajo el Imperio romano, si bien todos los elementos esenciales del universalismo del pen-samiento griego estaban ya presentes en los tiempos de Alejandro” .
                Otro sí, cuando Antístenes escucha y obedece a su naturaleza/ NbF4H desoyendo la voz de la  ley/<`:@H, se muestra respetuoso, obediente y religioso para con el único Dios que hay en la naturaleza. “En su escrito titulado Physikos del que disponemos, un texto transmiti-do por Clemente de Alejandría y por Teodoreto –comenta M. Goulet-Cazé–, que supone un serio esfuerzo por parte de Antístenes para depurar la idea de divinidad: «Dios no es conocido a través de una imagen, no es visto con los ojos, no se parece a nadie o a nada». El dios en cuestión es el único acorde con la naturaleza y al que coloca al nivel de unidad y verdad; lo divino acorde con la costumbre lo representan los dioses antropomorfos de la religión popular, a quienes coloca a nivel de la multiplicidad, la tradición y la opinión recibida” .
 Aquí otra vez  nos encontramos con referencias a Jenófanes, Anaxágoras y las especulaciones que harían los estoicos sobre Dios, por ejemplo, en la oración a Zeus compuesta por Cleantes.  Antístenes, por un lado, retoma la tradición filosófica y habría sido fuente de inspiración para los estoicos cuando se refieran a lo divino-misterioso acorde a la naturaleza. Y, por otro lado, Antístenes se nos muestra como un hombre sumamente piadoso-religioso, que, pese a tomar  distancia de las creencias tradicionales, sigue respetando a lo divino-misterioso, como todo filósofo, quien se permite conjeturar cómo es y qué exige al mortal para alcanzar la salvación. 


Sabe y acepta que Dios es irrepresentable, no necesita de imágenes y tampoco templos o cul-tos ; pero sí exige ser obedecido, que en el caso de los humanos, es vivir coherentemente: vivir lo que se escucha «dentro de sí mismo, la voz de nuestra conciencia», que no deja de ser divina en tanto nos une a la naturaleza misteriosa y divina.


              Así el filosofar de Antístenes se muestra eminentemente práctico-religioso y de sal-vación; es un camino de salvación pero una salvación individual, apartada de la actividad polí-tica. Y cuando Antístenes se declara 6@F:@B@8\J0H/ ciudadano del mundo o de la natura-leza al margen de la *Ò>"/ opinión de las mayorías no sólo es un filósofo que opta por la pa-radoja/ par£dozan, sino que también ya está insinuando el carácter religioso del cosmopoli-tismo estoico . 
              El sabio u hombre virtuoso, afirmaba Antístenes, difícilmente perdía esta condición una vez lograda; era digno de amor, impecable, amigo de su semejante, y que no confía nada al azar. El virtuoso estaba al margen y exento de JØN@H/ vanidad, soberbia, altanería super-flua, humo, ilusión y permanecía practicando lo conveniente para su condición de mortal, que es la mesura y prudencia/ ND`<0F4H, más precisamente,  la ¢JØN\"/ modestia, que lo lleva-ría a ser un hombre sin soberbia o modesto/ ¥tufoj. De ahí que aconsejaba, “tener más estima por el justo –según relata el biógrafo de los filósofos– que por el familiar. La virtud del hom-bre y la mujer es la misma. Las buenas acciones son hermosas y las malas vergonzosas. Consi-dera ajenos a todos los vicios” .


                   Así como reconocía virtud en las mujeres semejante a la de los hombres se mostraba ambiguo y contradictorio con respecto a las féminas; sentimiento muy propio de los griegos que veían en ellas un mal necesario . Afirmaba que,“el sabio se casará con el fin de engendrar hijos –relata Diógenes Laercio–, uniéndose a las mujeres de mejor planta. Y conocerá el amor, pues sólo el sabio sabe a quiénes hay que amar” . Sin embargo, él que se caracterizó por ser consecuente con sus palabras, jamás se casó y tampoco tuvo hijos; y, con respecto al amor, recordemos que decía que era una enfermedad, un vicio de la naturaleza que los desgraciados seres humanos atribuyen a la diosa Afrodita. 

A su vez, se mostraba desconfiado para con las mujeres, ya sea por su belleza o porque su compañía traía consigo responsabilidades que tenía que afrontar exclusivamente el hombre. Así cuando alguien le preguntó qué tipo de mujer elegir para esposa, contestó: “Si es hermosa, será tuya y también ajena; y si fea, sólo tuya será la pena” .


           Estas actitudes son muy propias de un pesimista alegre, individualista y trágico que al no tener ningún vínculo con la B`84H se desentendía de todo compromiso con las mujeres, particularmente con las referidas al matrimonio y la tenencia de los hijos, que son los elemen-tos básicos que comprometen con el colectivo cívico; y, en este aspecto también encontramos similitud entre Antístenes y Demócrito, pues el filósofo de Abdera, también se mostró enemi-go del matrimonio y partidario de la soltería sin compromiso social y político, como una expre-sión más de su atrevida y audaz ruptura con las tradicionales costumbres de la B`84H .  
            Antístenes, reconociéndose como prudente, modesto y sabio, se burlaba de Platón, filósofo, por considerarlo henchido de vanidad/ JØN@H y desposeído del verdadero camino que conduce a la felicidad. Cuenta Diógenes Laercio que, “durante un desfile vio a un caballo que piafaba con estruendo y dijo a Platón: «A mí me parece que tú también eres un potro jac-tancioso». Eso es también porque Platón elogiaba de continuo al caballo. En otra ocasión fue a visitarle estando enfermo y, al ver la palangana donde Platón había vomitado dijo: «Aquí veo tu bilis, pero no veo tu vanidad/ P@8¬< :¥< ÒDä ¦<J"Ø2",  JØN@< *¥ @ÛP ÒDä»” . 
              En el año 366 a. de C. después de una larga, fructífera y noble vida de 84 años, An-tístenes, que hizo cuanto pudo –tal como recomienda Constantinos Petros Cavafis, el poeta contemporáneo de pura cepa griega–  por  permanecer en el camino que se trazó, enfermó y 

luego de algunas semanas de padecimientos –que soportaba y superaba con una cierta debili-dad, según refiere Diógenes Laercio, por apego a la vida– , falleció.

                   En esas achacosas circunstancias, ya anciano y finalizando su travesía por este mundo ,  recibió la visita de Diógenes de Sinope, que, como amigo, se ofreció a librarlo de los dolores de la enfermedad mostrándole un cuchillo. El austero e imperturbable filósofo le res-pondió: «De los dolores, dije, pero no de la vida» . Respuesta que sintetiza toda su enseñanza y constituye su lección final; que, como suele suceder, la hacen los auténticos filósofos de cara ante la muerte, aceptándola como algo inevitable y natural. Alguna vez se le preguntó cuál era la mayor dicha entre los humanos, dijo: «El morir feliz» . 
                Y se es feliz cuando uno ha vivido de acuerdo a sus propias convicciones, pues, la vida es hermosa y, aunque efímera y llena de desafíos, es lo mejor que nos ha pasado; vale la pena vivirla con sensatez y sabiduría, evitando el dolor y alcanzando la ¢J"D">\". Ese esta-do de tranquilidad y felicidad consigo mismo, siguiendo su «propio camino» en este cosmos del que se declara ciudadano. Ataraxia/ ¢J"D">\", que, por supuesto, logran pocos: los filó-sofos, en el sentido griego, tradicional y auténtico del término.

El «gozo de vivir» descubierto por los griegos nunca fue un regodeo de tipo profano –nos ad-vierte Mircea Eliade–, y así se expresó claramente en el vivir de Antístenes, en el que se reveló la bienaventuranza de existir, de participar –siquiera sea de manera fugitiva– en la espontanei-dad de la vida y en la majestuosidad del mundo .

                  Los momentos últimos de vida de Antístenes son el epílogo de una vida trágica, griega en su sentir y pensar –sin las ambigüedades del maestro Sócrates–, que confirmaría las palabras del anciano sacerdote egipcio de Sais: “…Solón, Solón, ¡los griegos seréis siempre niños! –relata Platón–, ¡no existe el griego viejo!..(pues), todos,…tenéis almas de jóvenes, sin creencias antiguas transmitidas por una larga tradición y carecéis de conocimientos encaneci-dos por el tiempo” .
                Antístenes, como ha quedado expuesto, vivió en los momentos más aciagos de la cultura griega y en particular de la B`84H ateniense, esos que se advierten en las ciudades, como decía, cuando es imposible distinguir a los malos de los buenos . La antigua cultura griega, estaba muriendo lentamente y pronto aparecería su sepulturero, Alejandro Magno. Él sería el creador del nuevo mundo que nacería en medio de lamentos y alegrías, y que en el fu-turo se conocería como «cultura helenística». 

Este “nuevo mundo afectaba de dos maneras a los hombres. En su mayoría –advierten William Tarn & George Griffith–, se consideraban parte de él, pero sentían que navegaban por mares desconocidos. A éstos, los estoicos les daban una carta de navegación. Pero una minoría sen-tíase oprimida y temerosa, y buscaba un escape; a éstos, Epicuro les señalaba un camino” . Y, yo agregaría, que otros no se sentían parte de él, pero consideraban que transitaban por cami-nos conocidos, descuidados y abandonados. A éstos, Antístenes les ofrecía un nuevo camino, un «camino propio» por el cual transitar como humanos racionales, refugiándose en sí mismos, mientras vivieran sin tener una meta final y trascendente, una vida trágica.

             Y aquí radicaría la diferencia más grande entre el cinismo –que tiene en Antístenes a su precursor–, el hedonismo de Epicuro y el estoicismo de Zenón. 

El filosofar de Antístenes es la expresión lúcida, seria, alegre y consecuente de un hombre que quiere vivir de la mejor manera, es decir, virtuosamente, en un mundo decadente y herido de muerte que en cualquier momento le sobrevendrá de forma definitiva. En cambio, Epicuro les ofrece a los hombres de su época, consuelo y placer –siempre moderado–, en medio de tanto caos y desesperanza.

            Sin embargo, “el estoicismo no es –advierte Jean-Joël Duhot–, una filosofía de con-suelo para una época decadente, sino el pensamiento mayor de un helenismo triunfante que traza un nuevo perfil del mundo y crea un inmenso espacio en el que su cultura, su arte y su pensamiento se ofrecen como modelo universal” . Una filosofía que se ofrece como guía de vida, como una linterna que alumbra el camino seguro hacia la felicidad, un camino que viene y va a Dios. 

“Aceptemos, pues, solícitos y alegres sus órdenes –recomienda Séneca–, sin apartarnos del curso de esta obra bellísima a la cual están vinculados nuestros sufrimientos. Y hablemos a Jupíter, que guía el timón de la gran nave del mundo, con aquellos versos tan expresivos de nuestro Cleantes, que el ejemplo de nuestro elocuentísimo Cicerón nos permite admirar en nuestra lengua…: «Condúceme, oh Padre, oh dominador del soberano cielo,/ dondequiera te plazca: obedeceré sin demora;/ aguardo diligente. Si no quisiese, te seguiría entre quejas,/ y siendo malo, tendría que hacer aquello que el bueno soporta de buen grado./ Los Hados con-ducen al bien dispuesto; pero al que gruñe lo arrastran»” .













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