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Sábado, 20 de abril de 2024

Amonitas

De Enciclopedia Católica

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ORIGEN Y RAZA

Los ammonitas eran una raza muy cercana a los hebreos. Uno de los usos de su nombre en la Biblia manifiesta la antigua creencia hebrea acerca de la cercanía de su relación mutua. Se les llama Bén 'ámmi, o sea, "hijo de mi pueblo", con lo que se quiere decir que se creía que esa raza descendía del pariente más cercano de Israel. Este juego de palabras sobre el nombre ammon no surgió del nombre propiamente dicho, sino de la creencia acerca del parentesco entre Israel y Ammon. Pero el nombre de ammon no puede ser aceptado como prueba de esa creencia, pues es obscuro su origen, probablemente procedente del nombre de una deidad tribal. El lenguaje ammonita, sin embargo, sí constituye una prueba de su origen común. No poseemos ningún vestigio escrito de ese lenguaje, pero los nombres ammonitas que se han preservado hasta hoy pertenecen a un dialecto emparentado con el hebreo. Más aún, la cercana relación de sangre entre Moab y Ammon, admitida por todos, el lenguaje de la piedra moabita, casi hebreo en su forma, es un testigo sólido de la afinidad racial entre Israel y Ammon. Este argumento lingüístico reivindica la creencia de que Israel siempre sostuvo este parentesco con los ammonitas. La creencia ha sido expresada de forma inequívoca en Gn 19, 32-38, donde la paternidad de Ammon y su hermano, Moab, se atribuye a Lot, el sobrino de Abraham. Esta repugnante narración ha sido tradicionalmente considerada como un hecho literal, pero recientemente ha sido interpretada, por estudiosos como el P. Lagrange, O.P., como una narrativa de una enorme ironía por medio de la cual los israelitas expresaban su desprecio por las corruptas costumbres de los moabitas y ammonitas. Pero es dudoso que tal ironía se dirigiera también contra el propio Lot. Otros investigadores ven en la depravación de esos pueblos una prueba de la historicidad del relato bíblico acerca de su origen incestuoso. Los etnólogos, al interpretar ese origen a partir del sobrino de Abraham siguiendo los cánones de autenticidad de su ciencia, sostienen que ello indica que los israelitas eran la tribu de mayor edad y la más poderosa, mientras que los ammonitas y moabitas serían simples retoños de esa raíz original. El carácter del Génesis, que en ocasiones parece más preocupado por preservar las tradiciones populares que por la exactitud etnológica, se toma como confirmación de esa posición. Pero no se niega de modo alguno que la tradición hebrea del parentesco inmediato de Israel, Ammon y Moab sea correcta. Los tres, formando juntos un solo grupo, se clasifican como pertenecientes a la rama aramea de la raza semítica.

SU PAÍS Y CIVILIZACIÓN Los ammonitas se establecieron al este del Río Jordán; su territorio originalmente comprendía de dicho río hasta el desierto, y del Río Jabbok, al sur, hasta el Río Arnon (Jue 11,13-22), que luego cayó en poder de Rubén y Gad. "También éste era considerado país de refaítas; los refaítas habitaron aquí antiguamente; y los ammonitas los llamaban zanzumitas" (Deut 2,20), al que pertenecía Og, Rey de Bazán, quien pereció ante los hijos de Israel en los días de Moisés. Sin embargo, poco antes de la invasión hebrea comandada por Josué, los ammonitas fueron expulsados de ese rico territorio por los amoritas y hubieron de retirarse a las montañas y valles que forman la parte oriental del distrito actualmente conocido como El-Belka. Ellos siempre creyeron que su territorio original les pertenecía por derecho, y en épocas posteriores lo reconquistaron y mantuvieron por un período muy largo. Su tierra, aunque no es muy fértil, disfrutaba de agua abundante y excelentes pastos. Jeremías habla de Ammon, que se gloría en sus valles y confía en sus tesoros (Jer 49). Su ciudad principal era Rabbath, o Rabbath-Ammon, para distinguirla de otra ciudad del mismo nombre en Moab, y yacía en medio de un valle fértil y bien cultivado. Era la ciudad real. En tiempos de David floreció bajo el gobierno de un rey poderoso y estaba bien fortificada, aunque sucumbió ante el ataque de Joab, general de David (II Sam 11-12). Ptolomeo II (Philadelphus) la reconstruyó posteriormente y la bautizó siguiendo su nombre: Philadelphia. Aún conserva algo de su nombre original, aunque actualmente los árabes la conocen como Amman. Sus ruinas, hoy día, son de las más imponentes del otro lado del Jordán, a pesar de las muchas vicisitudes de la ciudad, e iluminan y dan vida a la ya de por sí vibrante narración del ataque de Joab. Los ammonitas tenían muchas otras ciudades además de Rabbath (cfr. Judith 11,33; II Sam 12,31), pero sus nombres han desaparecido. Indican, al menos, un considerable desarrollo de la civilización y muestran que los ammonitas no pueden ser clasificados, como en alguna ocasión se intentó hacer, entre los pueblos nómadas. En lo tocante a religión, eran idolatras y adoraban ídolos comunes a los otros pueblos semíticos que rodeaban a Israel. Su dios se llamaba Milco, lo que lo hace ser otra variación de Moloc. Los hebreos sentían por los ammonitas un desprecio especial, al igual que por los moabitas. Nadie de esos pueblos, ni siquiera luego de convertirse al judaísmo, tenía permitido acercarse al tabernáculo; ni sus hijos o descendencia hasta la décima generación (Deut 23).

AMMON E ISRAEL Este resentimiento acerca de los parientes más cercanos se debía al tratamiento que estos últimos le habían dado a Israel durante su camino a Palestina, cuando Israel apenas se debatía para lograr constituirse en una nación. Los hebreos no tenían pensado arrebatar sus tierras a los descendientes de Lot, ya fuera Moab o Ammon, y se les había indicado específicamente que no lo hicieran. Pero esta amistad y el reconocimiento de su cercanía de sangre no fueron recompensadas por ninguno de los dos pueblos, quienes se negaron a abastecer a los Israelitas, e incluso emplearon a Balaam, un ammonita, para que maldijera a Israel. Claro que, como ya se sabe, Balaam fue obligado a dar una bendición en vez de la maldición (Deut 23,4; Num 22-24). Debido a esta carencia de amor fraterno, los hebreos decidieron cortar sus relaciones con los ammonitas, pero no hicieron ningún intento por arrebatarles sus tierras; al llegar a sus fronteras, simplemente volvieron sobre sus pasos. No obstante, sí le quitaron a los ammonitas, quienes las habían arrebatado anteriormente de manos israelitas, la faja de tierra a lo largo del Jordán a la que ellos se creían merecedores. Se dice que también Moisés había asignado a la tribu de Gad la mitad de la tierra de Ammon (Jos 13,25), pero no existe constancia de que haya habido algún enajenamiento contra los ammonitas, porque hubiera estado en directa contradicción con la orden divina ya mencionada. Más bien parece que se trata de un territorio del cual ellos ya habían sido expulsados. Poco después de la muerte de Josué, cuando los israelitas ya se habían establecido al otro lado del Jordán, los ammonitas se aliaron con los moabitas, en el reinado de Eglon, y atacaron exitosamente a Israel, pero a su vez los moabitas fueron vencidos y se estableció un largo período de paz (Jud 3, 30). Más tarde, durante el juzgado de Jair, los hebreos fueron invadidos simultáneamente por los filisteos del sureste y los ammonitas del este. En especial Gad, cuyo territorio yacía al este del Jordán, hubo de sufrir durante dieciocho años los ataques de los ammonitas, y eventualmente el enemigo victorioso atravesó el Jordán y devastó los países de Judá, de Benjamín y Manasés (Jue 10). Ante esta crisis Israel entró en pánico, pero surgió un salvador en la persona de Jefté, que fue elegido líder. Los ammonitas exigieron que se les cediera el territorio más allá del Jordán, desde el Arnon hasta el Jabbok, del cual habían sido desposeídos, pero Jefté se rehusó ya que 300 años antes los israelitas habían quitado esas tierras a los amoritas, no a los ammonitas. Entró en guerra con estos últimos y los venció totalmente, arrebatándoles veinte ciudades (Jue 11,33). En tiempos de Saúl los ammonitas había crecido de nuevo en forma impresionante y bajo el reinado de Naas (Nahash) habían sitiado a Jabes Galaad. Saúl había sido elegido rey por Samuel un mes antes y su elección no había sido aún ratificada por el pueblo, pero en cuanto supo del sitio convocó un gran ejército y derrotó a los ammonitas, causándoles muchos daños (I Sam 11). Esta victoria lo elevó a la monarquía. Se mencionan sin gran detalle otras acciones de Saúl en contra de los ammonitas (14,47), y también la amabilidad de Naas hacia David (II Sam 10,2), probablemente antes de su ascensión al trono. David marcó el inicio de su gobierno con hazañas militares y se dice que dedicó a Dios el botín capturado a Ammon (8,11). No obstante, no se menciona ninguna guerra, porque cualquier acción bélica habría sido incongruente con la amistad entre David y Hanon, sucesor de Naas (10,2). La oferta de amistad de David hacia Ammon fue rechazada, y sus embajadores fueron maltratados. Se inició la guerra. Los ammonitas fueron apoyados por los sirios, y ambos fueron atacados y vencidos por Joab, el general de David. Al año siguiente Joab invadió el territorio de Amon de nueva cuenta, y persiguiendo a su gente hasta Rabaath, sitió la ciudad real. Fue durante este sitio que sucedió el incidente de David y Betsabé, que culminó cuando David envió al fiel Urías a su muerte en Rabbath, causando con ello la mancha más terrible de su propia historia. Cuando Joab hubo sometido la ciudad envió por David, quien llegó y se quedó con la gloria de la victoria, se colocó en su cabeza la enorme corona del rey, saqueó la ciudad y masacró a sus habitantes, e hizo lo mismo en todas las ciudades ammonitas (10-12). Así se quebró la fuerza de Ammon, y éste se convirtió aparentemente en vasallo de Israel. Posteriormente, a pesar de todo eso, hacia el final del reinado de David, otro hijo del Rey Naas, ya sea por falta de espíritu o por genuina humanidad, se mostró generoso con David cuando el entonces anciano y asediado rey combatía con su hijo Absalón (17). Algunos ammonitas parecen haberse enlistado en el ejército de David. Uno de ellos es mencionado entre los treinta y siete mejores guerreros (23,37). No hay constancia de hostilidades en tiempos de Salomón. Este escogió algunas mujeres ammonitas como esposas, adoró a sus dioses y edificó un altozano en su honor (I Re 11), que fue destruido por Josías (II Re 23,13). Cuando murió Salomón y su reino se dividió, los ammonitas recuperaron su independencia y se aliaron con los sirios, combatiendo a su lado en un ataque a Gilead, con lo que creció su territorio. La bárbara crueldad que mostraron en esa ocasión provocó la denuncia de Amós, quien predijo la caída de Rabbath (Amos 1,13). Durante la invasión asiria, en el reinado de Teglatfalasar, cuando sus vecinos los rubenitas y gaditas fueron llevados a la cautividad, los ammonitas recuperaron parte de su antiguo territorio a lo largo del Jordán (II Re 15,29; Jer 49, 1-6). En tiempos de Josafat, rey de Judá, cuando los israelitas estaban más debilitados, los ammonitas encabezaron una confederación de naciones para subyugarlos. Pero habiendo surgido la sospecha entre los aliados, terminaron destruyéndose unos a otros e Israel escapó milagrosamente (II Cro 20, 23). Cerca de 150 años después, Joatam, rey de Judá, atacó a los ammonitas, los conquistó y los hizo vasallos exigiéndoles un tributo anual (II Cro 27), que sin embargo sólo fue pagado tres años. Ya estaba, sin embargo, cercano el día fatal de la monarquía hebrea, y los ammonitas iban a jugar en ello un papel importante. Nabucodonosor, rey de Babilonia, los empleó, al igual que a otras naciones de la comarca, para destruir el reino de Judá (II Re 24), y cuando llegó finalmente la caída, fue el rey de los amonitas quien envío asesinos a Judá para matar al gobernador quien había reunido a los sobrevivientes de ese país (II Re 25; Jer 40,14). Incluso después del retorno de Israel del exilio en Babilonia, el odio mutuo prevalecía (Neh 4). En tiempos de Judas Macabeo, los ammonitas eran aún una nación fuerte, y el gran líder hubo de pelear muchas batallas antes de conquistarlos (I Mac 5). No se hace ulterior mención de ellos en tiempos bíblicos. San Justino Mártir se refiere a ellos como un pueblo numeroso en su época, pero desaparecieron de la historia en el siglo que siguió.

BIBLIOGRAFÍA

Diccionarios bíblicos de HASTINGS, VIGOUROUX; Jewish Encyclopædia; DELITSCH, DILLMAN, DRIVER, GRAY, Comentarios (Números); LAGRANGE, Historical Method.

Escrito por John Francis Fenlon. Transcrito por WG Kofron. Con agradecimiento a la iglesia de Saint Mary, Akron, Ohio. Traducido por Javier Algara Cossío.