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Martes, 16 de abril de 2024

Diferencia entre revisiones de «Amalec»

De Enciclopedia Católica

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Un pueblo recordado principalmente como los más odiados de todos los enemigos de Israel, y tradicionalmente considerados como los más feroces de las tribus beduinas.  
 
Un pueblo recordado principalmente como los más odiados de todos los enemigos de Israel, y tradicionalmente considerados como los más feroces de las tribus beduinas.  
  
1. ORIGEN  
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===ORIGEN===
  
 
De acuerdo con una interpretación ampliamente aceptada del Génesis 36, 10-12, su descendencia se puede hallar desde Amalec, hijo de Elifaz y nieto de Esaú ,y por consiguiente de Abraham; esta versión es considerada por los más modernos académicos ya que apunta al origen árabe de los amalecitas y a la afinidad racial con los hebreos. El Amalec del Génesis 36,12, sin embargo, no se menciona como el ancestro de los amalecitas, aunque el propósito del texto, que fija el origen de varias de las tribus árabes, respalda ese punto de vista; pero, por otro lado, está la versión más antigua del Génesis 14 que solamente puede ser objetivamente interpretada como una indicación de que los amalecitas, en vez de descender de Abraham, era una tribu perfectamente identificable en su época, cuando fueron derrotados en Cadés por Quedorlaomer, Rey de los Elamitas. Esta evidencia de su antigüedad sería confirmada por la interpretación más probable por parte de aquellos que consideran la dudosa profecía de Balaán, refiriéndose a “Amalec, la primera de las naciones” como una indicación no de su grandeza, sino de su antigüedad con relación a las otras naciones mencionadas en el oráculo. No se puede fijar el origen de los amalecitas en otras fuentes; las tradiciones árabes son muy recientes y no añaden evidencias confiables a los datos bíblicos; y aun cuando casi todos los pasajes de la Escritura relacionados con su origen están sujetos a variadas y a veces contradictorias interpretaciones por parte de académicos muy competentes, hay muy pocas dudas en cuanto a que los amalecitas eran de origen árabe y mucho más antiguos que los israelitas. La creencia en su descendencia árabe está confirmada por sus costumbres y su hábitat.  
 
De acuerdo con una interpretación ampliamente aceptada del Génesis 36, 10-12, su descendencia se puede hallar desde Amalec, hijo de Elifaz y nieto de Esaú ,y por consiguiente de Abraham; esta versión es considerada por los más modernos académicos ya que apunta al origen árabe de los amalecitas y a la afinidad racial con los hebreos. El Amalec del Génesis 36,12, sin embargo, no se menciona como el ancestro de los amalecitas, aunque el propósito del texto, que fija el origen de varias de las tribus árabes, respalda ese punto de vista; pero, por otro lado, está la versión más antigua del Génesis 14 que solamente puede ser objetivamente interpretada como una indicación de que los amalecitas, en vez de descender de Abraham, era una tribu perfectamente identificable en su época, cuando fueron derrotados en Cadés por Quedorlaomer, Rey de los Elamitas. Esta evidencia de su antigüedad sería confirmada por la interpretación más probable por parte de aquellos que consideran la dudosa profecía de Balaán, refiriéndose a “Amalec, la primera de las naciones” como una indicación no de su grandeza, sino de su antigüedad con relación a las otras naciones mencionadas en el oráculo. No se puede fijar el origen de los amalecitas en otras fuentes; las tradiciones árabes son muy recientes y no añaden evidencias confiables a los datos bíblicos; y aun cuando casi todos los pasajes de la Escritura relacionados con su origen están sujetos a variadas y a veces contradictorias interpretaciones por parte de académicos muy competentes, hay muy pocas dudas en cuanto a que los amalecitas eran de origen árabe y mucho más antiguos que los israelitas. La creencia en su descendencia árabe está confirmada por sus costumbres y su hábitat.  
  
2. LOCALIZACIÓN  
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===LOCALIZACIÓN===
  
 
Los amalecitas eran nómadas y guerreros y por lo tanto su nombre está relacionado en la Biblia con diversas regiones. Su lugar de origen, sin embargo, tal como se señala en 1 Samuel 27, 8 estaba en el desierto, al sur y suroeste de Judea, que se extiende hasta el límite con Egipto y en la parte baja del Monte Sinaí y que hoy se llama Et Tih; una región muy árida para la siembra, pero lo suficientemente fértil para proveer pasto excelente. Esta indicación que encontramos en la 1 Samuel 27, 8 está confirmada en otros pasajes. Fue en este desierto, en Cadés, que sufrieron la derrota a manos de Quedorlaomer (Génesis 14); aquí, más hacia el sur, en Refidín, cerca de la parte baja del Monte Sinaí, se enfrentaron a Moisés (Éxodo 17); aquí fueron atacados por Saúl (1 Samuel 15), y aquí el resto de ellos pereció bajo Ezequías. Pero no siempre estuvieron limitados al desierto; ellos siguieron mucho más al norte y durante la época de Moisés al menos algunos de ellos se encuentran dentro de los límites de Palestina y frustraron los intentos de los israelitas para invadir su país por el sur (Num. 13). En dos ocasiones los textos hebreos de nuestros días los sitúan tan al norte como en el territorio de Efraín (Jueces 5, 14; 12, 15); pero en ambos casos pareciera haber una interpretación errónea en los hebreos que nos permite disculpar las especulaciones frecuentes, basadas en estos textos, con relación a las grandes extensiones y diversas fortunas de los amalecitas y sus dudosas posesiones del Monte Efraín. (Véanse los comentarios de Moore y Lagrange sobre el Libro de los Jueces, y el texto hebreo de Moore sobre los Jueces que se encuentra en la Biblia policroma de Paul Haupt.) Los amalecitas, como nómadas y conquistadores de la península del Sinaí, entraron en contacto y, casi inevitablemente, en conflicto con los israelitas.  
 
Los amalecitas eran nómadas y guerreros y por lo tanto su nombre está relacionado en la Biblia con diversas regiones. Su lugar de origen, sin embargo, tal como se señala en 1 Samuel 27, 8 estaba en el desierto, al sur y suroeste de Judea, que se extiende hasta el límite con Egipto y en la parte baja del Monte Sinaí y que hoy se llama Et Tih; una región muy árida para la siembra, pero lo suficientemente fértil para proveer pasto excelente. Esta indicación que encontramos en la 1 Samuel 27, 8 está confirmada en otros pasajes. Fue en este desierto, en Cadés, que sufrieron la derrota a manos de Quedorlaomer (Génesis 14); aquí, más hacia el sur, en Refidín, cerca de la parte baja del Monte Sinaí, se enfrentaron a Moisés (Éxodo 17); aquí fueron atacados por Saúl (1 Samuel 15), y aquí el resto de ellos pereció bajo Ezequías. Pero no siempre estuvieron limitados al desierto; ellos siguieron mucho más al norte y durante la época de Moisés al menos algunos de ellos se encuentran dentro de los límites de Palestina y frustraron los intentos de los israelitas para invadir su país por el sur (Num. 13). En dos ocasiones los textos hebreos de nuestros días los sitúan tan al norte como en el territorio de Efraín (Jueces 5, 14; 12, 15); pero en ambos casos pareciera haber una interpretación errónea en los hebreos que nos permite disculpar las especulaciones frecuentes, basadas en estos textos, con relación a las grandes extensiones y diversas fortunas de los amalecitas y sus dudosas posesiones del Monte Efraín. (Véanse los comentarios de Moore y Lagrange sobre el Libro de los Jueces, y el texto hebreo de Moore sobre los Jueces que se encuentra en la Biblia policroma de Paul Haupt.) Los amalecitas, como nómadas y conquistadores de la península del Sinaí, entraron en contacto y, casi inevitablemente, en conflicto con los israelitas.  
  
3. AMALEC E ISRAEL BAJO MOISÉS  
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===AMALEC E ISRAEL BAJO MOISÉS===
  
 
Su primer encuentro tuvo lugar durante el primer año de su vida nómada, después de que Israel salió de Egipto y fue de tal naturaleza que dio lugar al odio hacia los amalecitas que duró hasta su exterminio bajo el Rey Ezequías muchos siglos después. El primer encuentro fue en Rafidín, donde los israelitas bajo Moisés habían acampado en su viaje hacia el Monte Sinaí; fue en este lugar en el desierto de los amalecitas, donde Moisés, habiendo puesto a Josué al mando, subió hasta la cima de la montaña junto con Aarón y Jur y fue en esta ocasión que la suerte de la batalla fue decidida por “el cayado de Dios” sostenido en las manos de Moisés; Israel vencía mientras Moisés tenía las manos alzadas; pero cuando las bajaba, vencía Amalec. La victoria fue, finalmente para los israelitas (Éxodo17). En este relato del Éxodo hay muy poco que demuestre por qué los amalecitas fueron escogidos para merecer el odio de los israelitas; sin embargo, concluye con la sentencia de Yahvé que borraría por completo la memoria de Amalec de debajo de los cielos y que Su mano se alzaría contra Amalec de generación en generación. Amalec, sin embargo, fue el agresor (ibid., 8); aun cuando debe tomarse en consideración este relato histórico, es necesario recordar que los israelitas habían invadido a los amalecitas. El motivo del odio de Israel, que falta en este relato histórico, puede encontrarse en Deuteronomio 25 donde se comenta que la razón de la ofensa de Amalec se fundamenta en su ataque cruel y traicionero que ignoró las leyes de la hospitalidad beduina que representaba una ofensa a Dios y al hombre. En vez de mostrarse compasivo hacia el ejército israelita, débiles y extenuados, “hambrientos y maltratados”, los echaron al pantano inmisericordemente. Ahora, “de conformidad con las antiguas normas de hospitalidad y por temor de Dios, los amalecitas debían haber perdonado y realmente ayudado a los que se habían quedado rezagados y no aptos para la batalla. Que hicieran lo contrario fue un acto inhumano y bárbaro”. Un comportamiento tal daba lugar a que se considerara la tribu indigna de la vida. De tal forma que el odio hacia los amalecitas hasta su exterminio era considerado por los israelitas como una obligación religiosa. Aparte de esta crueldad, la rivalidad entre las dos tribus resultó inevitable, ya que no se podía esperar que Amalec viera complacientemente la invasión de sus ricos pastizales por parte de los israelitas.  
 
Su primer encuentro tuvo lugar durante el primer año de su vida nómada, después de que Israel salió de Egipto y fue de tal naturaleza que dio lugar al odio hacia los amalecitas que duró hasta su exterminio bajo el Rey Ezequías muchos siglos después. El primer encuentro fue en Rafidín, donde los israelitas bajo Moisés habían acampado en su viaje hacia el Monte Sinaí; fue en este lugar en el desierto de los amalecitas, donde Moisés, habiendo puesto a Josué al mando, subió hasta la cima de la montaña junto con Aarón y Jur y fue en esta ocasión que la suerte de la batalla fue decidida por “el cayado de Dios” sostenido en las manos de Moisés; Israel vencía mientras Moisés tenía las manos alzadas; pero cuando las bajaba, vencía Amalec. La victoria fue, finalmente para los israelitas (Éxodo17). En este relato del Éxodo hay muy poco que demuestre por qué los amalecitas fueron escogidos para merecer el odio de los israelitas; sin embargo, concluye con la sentencia de Yahvé que borraría por completo la memoria de Amalec de debajo de los cielos y que Su mano se alzaría contra Amalec de generación en generación. Amalec, sin embargo, fue el agresor (ibid., 8); aun cuando debe tomarse en consideración este relato histórico, es necesario recordar que los israelitas habían invadido a los amalecitas. El motivo del odio de Israel, que falta en este relato histórico, puede encontrarse en Deuteronomio 25 donde se comenta que la razón de la ofensa de Amalec se fundamenta en su ataque cruel y traicionero que ignoró las leyes de la hospitalidad beduina que representaba una ofensa a Dios y al hombre. En vez de mostrarse compasivo hacia el ejército israelita, débiles y extenuados, “hambrientos y maltratados”, los echaron al pantano inmisericordemente. Ahora, “de conformidad con las antiguas normas de hospitalidad y por temor de Dios, los amalecitas debían haber perdonado y realmente ayudado a los que se habían quedado rezagados y no aptos para la batalla. Que hicieran lo contrario fue un acto inhumano y bárbaro”. Un comportamiento tal daba lugar a que se considerara la tribu indigna de la vida. De tal forma que el odio hacia los amalecitas hasta su exterminio era considerado por los israelitas como una obligación religiosa. Aparte de esta crueldad, la rivalidad entre las dos tribus resultó inevitable, ya que no se podía esperar que Amalec viera complacientemente la invasión de sus ricos pastizales por parte de los israelitas.  
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No se tiene conocimiento de otras persecuciones de los amalecitas durante el viaje de los israelitas hacia el Monte Sinaí, su estadía allí o su marcha hacia Cadés, cerca de la frontera sur con Palestina. Fue desde este lugar que los israelitas intentaron por primera vez entrar a la Tierra Prometida y, nuevamente, aquí se enfrentaron con los amalecitas en el lugar cuyos ancestros habían sido derrotados por Queorlamoer. Los israelitas habían llegado hasta el desierto de Farán y desde allí enviaron espías a Palestina para observar sus gentes, tierras y ciudades. Los amalecitas fueron encontrados en el sur del país y, aparentemente, frente a una confederación de diferentes tribus o naciones, ya que muy pronto iniciaron un esfuerzo combinado para atacar a los israelitas; pero los espías también informaron de gigantes que vivían en esas tierras y “nosotros nos veíamos ante ellos como saltamontes y eso mismo les parecíamos a ellos” (Num. 13, 34). Estos relatos de los gigantes asustó al pueblo y “toda la comunidad se puso a gritar y pasaron toda la noche llorando” y comenzaron a murmurar y desear que hubiesen muerto en Egipto o en el desierto en vez de haber sido sentenciados por Dios a acometer la conquista de la tierra de los gigantes. Moisés, Aarón y Josué trataron de apaciguar la rebelión, pero sólo provocaron su odio; y Dios les condenó a vagar durante cuarenta años por el desierto y que ninguno de ellos entraría en la Tierra Prometida. Esto apenó muchísimo al pueblo y decidieron atacar a los amalecitas y cananeos. Pero Moisés se los prohibió profetizándoles que Dios no estaría con ellos. Sin embargo, ellos decidieron continuar con sus planes aun cuando Moisés no les acompañase. Y la profecía de Moisés se cumplió: los amalecitas y sus aliados los atacaron y los destrozaron hasta llegar a Jormá (Num. 14, 45). La historia subsiguiente de los amalecitas durante el tiempo de Moisés es confusa. Su destrucción es vaticinada por Balaán en su famoso oráculo pronunciado sobre el monte Peor, mientras observaba las naciones a su alrededor: “Y cuando vio a Amalec, tomó la palabra y dijo: ‘Amalec, la primera de las naciones, tu final será tu destrucción'” una profecía (cualquiera que fuese su fecha) que muestra por lo menos que los amalecitas ocuparon un lugar importante durante un tiempo entre las tribus semíticas o naciones que circundaban a Israel (Num. 24). El cumplimiento de esta profecía es pronunciado sobre los israelitas por Moisés en un discurso de despedida como un deber sagrado. “Por eso, cuando Yahvé tu Dios te haya asentado al abrigo de todos tus enemigos de alrededor, en la tierra que Yahvé tu Dios te da en herencia para que la poseas, borrarás el recuerdo de Amalec de debajo de los cielos. ¡No lo olvides!” (Deut. 25, 19) Y si esto nos parece un mandamiento inhumano, recordemos el modo de pensar predominante de que los amalecitas eran “inhumanos y bárbaros”; un pueblo con esas costumbres perversas no es digno de misericordia, ya que es un asunto nacional de vida o muerte. Está claro, sin embargo, que estamos muy lejos del Sermón de la Montaña.  
 
No se tiene conocimiento de otras persecuciones de los amalecitas durante el viaje de los israelitas hacia el Monte Sinaí, su estadía allí o su marcha hacia Cadés, cerca de la frontera sur con Palestina. Fue desde este lugar que los israelitas intentaron por primera vez entrar a la Tierra Prometida y, nuevamente, aquí se enfrentaron con los amalecitas en el lugar cuyos ancestros habían sido derrotados por Queorlamoer. Los israelitas habían llegado hasta el desierto de Farán y desde allí enviaron espías a Palestina para observar sus gentes, tierras y ciudades. Los amalecitas fueron encontrados en el sur del país y, aparentemente, frente a una confederación de diferentes tribus o naciones, ya que muy pronto iniciaron un esfuerzo combinado para atacar a los israelitas; pero los espías también informaron de gigantes que vivían en esas tierras y “nosotros nos veíamos ante ellos como saltamontes y eso mismo les parecíamos a ellos” (Num. 13, 34). Estos relatos de los gigantes asustó al pueblo y “toda la comunidad se puso a gritar y pasaron toda la noche llorando” y comenzaron a murmurar y desear que hubiesen muerto en Egipto o en el desierto en vez de haber sido sentenciados por Dios a acometer la conquista de la tierra de los gigantes. Moisés, Aarón y Josué trataron de apaciguar la rebelión, pero sólo provocaron su odio; y Dios les condenó a vagar durante cuarenta años por el desierto y que ninguno de ellos entraría en la Tierra Prometida. Esto apenó muchísimo al pueblo y decidieron atacar a los amalecitas y cananeos. Pero Moisés se los prohibió profetizándoles que Dios no estaría con ellos. Sin embargo, ellos decidieron continuar con sus planes aun cuando Moisés no les acompañase. Y la profecía de Moisés se cumplió: los amalecitas y sus aliados los atacaron y los destrozaron hasta llegar a Jormá (Num. 14, 45). La historia subsiguiente de los amalecitas durante el tiempo de Moisés es confusa. Su destrucción es vaticinada por Balaán en su famoso oráculo pronunciado sobre el monte Peor, mientras observaba las naciones a su alrededor: “Y cuando vio a Amalec, tomó la palabra y dijo: ‘Amalec, la primera de las naciones, tu final será tu destrucción'” una profecía (cualquiera que fuese su fecha) que muestra por lo menos que los amalecitas ocuparon un lugar importante durante un tiempo entre las tribus semíticas o naciones que circundaban a Israel (Num. 24). El cumplimiento de esta profecía es pronunciado sobre los israelitas por Moisés en un discurso de despedida como un deber sagrado. “Por eso, cuando Yahvé tu Dios te haya asentado al abrigo de todos tus enemigos de alrededor, en la tierra que Yahvé tu Dios te da en herencia para que la poseas, borrarás el recuerdo de Amalec de debajo de los cielos. ¡No lo olvides!” (Deut. 25, 19) Y si esto nos parece un mandamiento inhumano, recordemos el modo de pensar predominante de que los amalecitas eran “inhumanos y bárbaros”; un pueblo con esas costumbres perversas no es digno de misericordia, ya que es un asunto nacional de vida o muerte. Está claro, sin embargo, que estamos muy lejos del Sermón de la Montaña.  
  
4. PERIODO DE LOS JUECES  
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===PERIODO DE LOS JUECES===
  
 
Bajo Josué, Israel entró a Palestina por el este, no se enfrentó con los amalecitas, pero se mantuvo ocupado con otros enemigos, cuyos territorios se esforzaba por ocupar. Sin embargo, tan pronto como se establecieron en Palestina, la vieja enemistad surgió nuevamente. Cuando Eglón, Rey de Moab, invadió Israel, se les aliaron los amalecitas y amonitas y juntos dominaron a los Israelitas; quienes estuvieron dominados durante 14 años hasta que por medio de las artimañas y traición de Ehud, el benjaminita, Eglón, Rey de Moab muere trágicamente (Jueces 3). Durante una buena parte del período de los Jueces hubo incesantes e insignificantes enfrentamientos entre los amalecitas y los israelitas. Para entonces, Israel era un pueblo agrícola, mientras que los amalecitas permanecieron como una tribu beduina incursionando frecuentemente en las tierras de los israelitas, destruyendo sus cosechas y ganado (Jueces 6). En una ocasión, acompañaron a los madianitas en una invasión de Palestina, conformando una hueste numerosa; inesperadamente fueron atacados durante la noche por Gedeón y 300 guerreros escogidos; creando pánico y desconfianza entre los amalecitas quienes volvieron la espada de cada uno contra su compañero por todo el campamento y huyeron mientras Gedeón les perseguía (Jueces 7).  
 
Bajo Josué, Israel entró a Palestina por el este, no se enfrentó con los amalecitas, pero se mantuvo ocupado con otros enemigos, cuyos territorios se esforzaba por ocupar. Sin embargo, tan pronto como se establecieron en Palestina, la vieja enemistad surgió nuevamente. Cuando Eglón, Rey de Moab, invadió Israel, se les aliaron los amalecitas y amonitas y juntos dominaron a los Israelitas; quienes estuvieron dominados durante 14 años hasta que por medio de las artimañas y traición de Ehud, el benjaminita, Eglón, Rey de Moab muere trágicamente (Jueces 3). Durante una buena parte del período de los Jueces hubo incesantes e insignificantes enfrentamientos entre los amalecitas y los israelitas. Para entonces, Israel era un pueblo agrícola, mientras que los amalecitas permanecieron como una tribu beduina incursionando frecuentemente en las tierras de los israelitas, destruyendo sus cosechas y ganado (Jueces 6). En una ocasión, acompañaron a los madianitas en una invasión de Palestina, conformando una hueste numerosa; inesperadamente fueron atacados durante la noche por Gedeón y 300 guerreros escogidos; creando pánico y desconfianza entre los amalecitas quienes volvieron la espada de cada uno contra su compañero por todo el campamento y huyeron mientras Gedeón les perseguía (Jueces 7).  
  
5. SAÚL  
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===SAÚL===
  
 
Esta derrota de los amalecitas los aquietó durante muchos años ya que no se vuelve a tener noticias de ellos hasta los inicios de Saúl. Saúl comenzó su reinado por medio de operaciones militares enérgicas, librando batallas exitosas contra “enemigos por todos lados” entre ellos los amalecitas, quienes habían estado hostigando a los israelitas (1 Samuel 14,48). Entonces vino el profeta Samuel y recordó a Saúl la antigua ofensa de Amalec y el mandato de Dios que fueran exterminados. Las palabras del profeta fueron precisas (1 Samuel 15, 1-3) que ningún enemigo era odiado como Amalec y su exterminio se consideraba como un deber religioso, impuesto por Dios. Todo hombre, mujer, niño y animal, debían ser destruidos e Israel no debía desear ninguno de los despojos de los amalecitas. Saúl procedió a cumplir este mandato y su firmeza como un castigo especial sobre los amalecitas está enfatizado por su misericordia hacia los Quenitas. Saúl invadió el territorio de los amalecitas, al sur de Palestina, y los aniquiló desde Evila, en el extremo oriental, hasta el sur cerca de los límites con Egipto—una campaña de gran magnitud— y pasó a todos por la espada hombres, mujeres y niños excepto el Rey Agag a quien tomó prisionero vivo, y lo mejor de los animales los cuales apartó para ser sacrificados. Por su desobediencia al dejar con vida a Agag y lo mejor de los rebaños, Saúl fue rechazado por Samuel en el nombre de Dios y descuartizó a Agag en su presencia; desde aquel día su suerte cambió y, cuando después de la muerte de Samuel, Saúl consultó su espíritu en la cueva de Endor, se le dijo que había sido rechazado por no haber ejecutado la furia de Dios sobre Amalec (sermón de Newman, “Premeditación del Pecado de Saúl”). Fue un amalecita quien, falsamente, afirmaba haber asestado el golpe mortal al Rey Saúl. Mientras que David estuvo fugitivo de Saúl, David estaba acercando a su final el pueblo predestinado al exterminio. Estaba al servicio de Aquis, rey de Gat, en la tierra de los Filisteos, cerca del territorio de los amalecitas. Con sus propios hombres, y soldados prestados por Aquis, devastó a los amalecitas y no dejaba con vida a nadie (1 Samuel 27). Durante la ausencia de David y Aquis, los amalecitas se vengaron incendiando Sicelag, una ciudad que Aquis había dado a David, matando a todos sus habitantes, incluyendo a dos esposas de David. David persiguió y sorprendió al enemigo en medio de una fiesta recuperó todos los despojos y prisioneros, y masacró a todos los amalecitas excepto 400 hombres jóvenes quienes escaparon en camellos (1 Samuel 30). La matanza resquebrajó el poder de los amalecitas y los hizo regresar al desierto; allí un resto miserable de ellos quedó rezagado hasta los días de Ezequías, décimo sucesor de David, cuando una banda de simeonitas fueron suficientes para exterminar, hasta el último hombre, a los más feroces enemigos de Israel (1 Crónicas 4:42, 43). Así, sobre el Monte Sinaí, se cumplió la maldición hecha sobre ellos por Moisés y Balaán aproximadamente seiscientos años antes. Su nombre no vuelve aparecer excepto en el Salmo 83 (considerado por muchos como del período de los Macabeos) donde su uso no puede tomarse como un hecho histórico, sino más bien poético, referido a los enemigos tradicionales de Israel. Los descubrimientos egipcios y asirios no han aclarado todavía el hecho de que no se mencione a Amalec. La Biblia es nuestro único testigo, y su testimonio, aunque escudriñado y puesto en duda con relación a muchos detalles, especialmente en lo relacionado con las batallas de Rafidín y Cadés, y la maravillosa victoria de Gedeón, ha sido aceptada en lo principal como un recuento confiable.  
 
Esta derrota de los amalecitas los aquietó durante muchos años ya que no se vuelve a tener noticias de ellos hasta los inicios de Saúl. Saúl comenzó su reinado por medio de operaciones militares enérgicas, librando batallas exitosas contra “enemigos por todos lados” entre ellos los amalecitas, quienes habían estado hostigando a los israelitas (1 Samuel 14,48). Entonces vino el profeta Samuel y recordó a Saúl la antigua ofensa de Amalec y el mandato de Dios que fueran exterminados. Las palabras del profeta fueron precisas (1 Samuel 15, 1-3) que ningún enemigo era odiado como Amalec y su exterminio se consideraba como un deber religioso, impuesto por Dios. Todo hombre, mujer, niño y animal, debían ser destruidos e Israel no debía desear ninguno de los despojos de los amalecitas. Saúl procedió a cumplir este mandato y su firmeza como un castigo especial sobre los amalecitas está enfatizado por su misericordia hacia los Quenitas. Saúl invadió el territorio de los amalecitas, al sur de Palestina, y los aniquiló desde Evila, en el extremo oriental, hasta el sur cerca de los límites con Egipto—una campaña de gran magnitud— y pasó a todos por la espada hombres, mujeres y niños excepto el Rey Agag a quien tomó prisionero vivo, y lo mejor de los animales los cuales apartó para ser sacrificados. Por su desobediencia al dejar con vida a Agag y lo mejor de los rebaños, Saúl fue rechazado por Samuel en el nombre de Dios y descuartizó a Agag en su presencia; desde aquel día su suerte cambió y, cuando después de la muerte de Samuel, Saúl consultó su espíritu en la cueva de Endor, se le dijo que había sido rechazado por no haber ejecutado la furia de Dios sobre Amalec (sermón de Newman, “Premeditación del Pecado de Saúl”). Fue un amalecita quien, falsamente, afirmaba haber asestado el golpe mortal al Rey Saúl. Mientras que David estuvo fugitivo de Saúl, David estaba acercando a su final el pueblo predestinado al exterminio. Estaba al servicio de Aquis, rey de Gat, en la tierra de los Filisteos, cerca del territorio de los amalecitas. Con sus propios hombres, y soldados prestados por Aquis, devastó a los amalecitas y no dejaba con vida a nadie (1 Samuel 27). Durante la ausencia de David y Aquis, los amalecitas se vengaron incendiando Sicelag, una ciudad que Aquis había dado a David, matando a todos sus habitantes, incluyendo a dos esposas de David. David persiguió y sorprendió al enemigo en medio de una fiesta recuperó todos los despojos y prisioneros, y masacró a todos los amalecitas excepto 400 hombres jóvenes quienes escaparon en camellos (1 Samuel 30). La matanza resquebrajó el poder de los amalecitas y los hizo regresar al desierto; allí un resto miserable de ellos quedó rezagado hasta los días de Ezequías, décimo sucesor de David, cuando una banda de simeonitas fueron suficientes para exterminar, hasta el último hombre, a los más feroces enemigos de Israel (1 Crónicas 4:42, 43). Así, sobre el Monte Sinaí, se cumplió la maldición hecha sobre ellos por Moisés y Balaán aproximadamente seiscientos años antes. Su nombre no vuelve aparecer excepto en el Salmo 83 (considerado por muchos como del período de los Macabeos) donde su uso no puede tomarse como un hecho histórico, sino más bien poético, referido a los enemigos tradicionales de Israel. Los descubrimientos egipcios y asirios no han aclarado todavía el hecho de que no se mencione a Amalec. La Biblia es nuestro único testigo, y su testimonio, aunque escudriñado y puesto en duda con relación a muchos detalles, especialmente en lo relacionado con las batallas de Rafidín y Cadés, y la maravillosa victoria de Gedeón, ha sido aceptada en lo principal como un recuento confiable.  
 
 
   
 
   
  
Bibliografía  
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'''Bibliografía''': THOMAS in VIG., Dict. de la Bible ; MACPHERSON in Hast., Dict. of the Bible; Jewish Ecylclopedia , s.v. Amalec; Comentarios, DILLMAN AND DELITZSCH sobre el Génesis ; DILLMAN sobre los Num..  
 
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THOMAS in VIG., Dict. de la Bible ; MACPHERSON in Hast., Dict. of the Bible; Jewish Ecylclopedia , s.v. Amalec; Comentarios, DILLMAN AND DELITZSCH sobre el Génesis ; DILLMAN sobre los Num..
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Escrito por John Francis Fenlon.  
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Trascrito por WGKofron.  
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Fuente:  Fenlon, John Francis. "Amalec." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01377c.htm>.
  
 
Traducido por Domingo Latorraca Donato
 
Traducido por Domingo Latorraca Donato

Última revisión de 12:56 26 ene 2009

(Amalecitas en la Versión Douay, o Amalek, Amalecitas)

Un pueblo recordado principalmente como los más odiados de todos los enemigos de Israel, y tradicionalmente considerados como los más feroces de las tribus beduinas.

ORIGEN

De acuerdo con una interpretación ampliamente aceptada del Génesis 36, 10-12, su descendencia se puede hallar desde Amalec, hijo de Elifaz y nieto de Esaú ,y por consiguiente de Abraham; esta versión es considerada por los más modernos académicos ya que apunta al origen árabe de los amalecitas y a la afinidad racial con los hebreos. El Amalec del Génesis 36,12, sin embargo, no se menciona como el ancestro de los amalecitas, aunque el propósito del texto, que fija el origen de varias de las tribus árabes, respalda ese punto de vista; pero, por otro lado, está la versión más antigua del Génesis 14 que solamente puede ser objetivamente interpretada como una indicación de que los amalecitas, en vez de descender de Abraham, era una tribu perfectamente identificable en su época, cuando fueron derrotados en Cadés por Quedorlaomer, Rey de los Elamitas. Esta evidencia de su antigüedad sería confirmada por la interpretación más probable por parte de aquellos que consideran la dudosa profecía de Balaán, refiriéndose a “Amalec, la primera de las naciones” como una indicación no de su grandeza, sino de su antigüedad con relación a las otras naciones mencionadas en el oráculo. No se puede fijar el origen de los amalecitas en otras fuentes; las tradiciones árabes son muy recientes y no añaden evidencias confiables a los datos bíblicos; y aun cuando casi todos los pasajes de la Escritura relacionados con su origen están sujetos a variadas y a veces contradictorias interpretaciones por parte de académicos muy competentes, hay muy pocas dudas en cuanto a que los amalecitas eran de origen árabe y mucho más antiguos que los israelitas. La creencia en su descendencia árabe está confirmada por sus costumbres y su hábitat.

LOCALIZACIÓN

Los amalecitas eran nómadas y guerreros y por lo tanto su nombre está relacionado en la Biblia con diversas regiones. Su lugar de origen, sin embargo, tal como se señala en 1 Samuel 27, 8 estaba en el desierto, al sur y suroeste de Judea, que se extiende hasta el límite con Egipto y en la parte baja del Monte Sinaí y que hoy se llama Et Tih; una región muy árida para la siembra, pero lo suficientemente fértil para proveer pasto excelente. Esta indicación que encontramos en la 1 Samuel 27, 8 está confirmada en otros pasajes. Fue en este desierto, en Cadés, que sufrieron la derrota a manos de Quedorlaomer (Génesis 14); aquí, más hacia el sur, en Refidín, cerca de la parte baja del Monte Sinaí, se enfrentaron a Moisés (Éxodo 17); aquí fueron atacados por Saúl (1 Samuel 15), y aquí el resto de ellos pereció bajo Ezequías. Pero no siempre estuvieron limitados al desierto; ellos siguieron mucho más al norte y durante la época de Moisés al menos algunos de ellos se encuentran dentro de los límites de Palestina y frustraron los intentos de los israelitas para invadir su país por el sur (Num. 13). En dos ocasiones los textos hebreos de nuestros días los sitúan tan al norte como en el territorio de Efraín (Jueces 5, 14; 12, 15); pero en ambos casos pareciera haber una interpretación errónea en los hebreos que nos permite disculpar las especulaciones frecuentes, basadas en estos textos, con relación a las grandes extensiones y diversas fortunas de los amalecitas y sus dudosas posesiones del Monte Efraín. (Véanse los comentarios de Moore y Lagrange sobre el Libro de los Jueces, y el texto hebreo de Moore sobre los Jueces que se encuentra en la Biblia policroma de Paul Haupt.) Los amalecitas, como nómadas y conquistadores de la península del Sinaí, entraron en contacto y, casi inevitablemente, en conflicto con los israelitas.

AMALEC E ISRAEL BAJO MOISÉS

Su primer encuentro tuvo lugar durante el primer año de su vida nómada, después de que Israel salió de Egipto y fue de tal naturaleza que dio lugar al odio hacia los amalecitas que duró hasta su exterminio bajo el Rey Ezequías muchos siglos después. El primer encuentro fue en Rafidín, donde los israelitas bajo Moisés habían acampado en su viaje hacia el Monte Sinaí; fue en este lugar en el desierto de los amalecitas, donde Moisés, habiendo puesto a Josué al mando, subió hasta la cima de la montaña junto con Aarón y Jur y fue en esta ocasión que la suerte de la batalla fue decidida por “el cayado de Dios” sostenido en las manos de Moisés; Israel vencía mientras Moisés tenía las manos alzadas; pero cuando las bajaba, vencía Amalec. La victoria fue, finalmente para los israelitas (Éxodo17). En este relato del Éxodo hay muy poco que demuestre por qué los amalecitas fueron escogidos para merecer el odio de los israelitas; sin embargo, concluye con la sentencia de Yahvé que borraría por completo la memoria de Amalec de debajo de los cielos y que Su mano se alzaría contra Amalec de generación en generación. Amalec, sin embargo, fue el agresor (ibid., 8); aun cuando debe tomarse en consideración este relato histórico, es necesario recordar que los israelitas habían invadido a los amalecitas. El motivo del odio de Israel, que falta en este relato histórico, puede encontrarse en Deuteronomio 25 donde se comenta que la razón de la ofensa de Amalec se fundamenta en su ataque cruel y traicionero que ignoró las leyes de la hospitalidad beduina que representaba una ofensa a Dios y al hombre. En vez de mostrarse compasivo hacia el ejército israelita, débiles y extenuados, “hambrientos y maltratados”, los echaron al pantano inmisericordemente. Ahora, “de conformidad con las antiguas normas de hospitalidad y por temor de Dios, los amalecitas debían haber perdonado y realmente ayudado a los que se habían quedado rezagados y no aptos para la batalla. Que hicieran lo contrario fue un acto inhumano y bárbaro”. Un comportamiento tal daba lugar a que se considerara la tribu indigna de la vida. De tal forma que el odio hacia los amalecitas hasta su exterminio era considerado por los israelitas como una obligación religiosa. Aparte de esta crueldad, la rivalidad entre las dos tribus resultó inevitable, ya que no se podía esperar que Amalec viera complacientemente la invasión de sus ricos pastizales por parte de los israelitas.

No se tiene conocimiento de otras persecuciones de los amalecitas durante el viaje de los israelitas hacia el Monte Sinaí, su estadía allí o su marcha hacia Cadés, cerca de la frontera sur con Palestina. Fue desde este lugar que los israelitas intentaron por primera vez entrar a la Tierra Prometida y, nuevamente, aquí se enfrentaron con los amalecitas en el lugar cuyos ancestros habían sido derrotados por Queorlamoer. Los israelitas habían llegado hasta el desierto de Farán y desde allí enviaron espías a Palestina para observar sus gentes, tierras y ciudades. Los amalecitas fueron encontrados en el sur del país y, aparentemente, frente a una confederación de diferentes tribus o naciones, ya que muy pronto iniciaron un esfuerzo combinado para atacar a los israelitas; pero los espías también informaron de gigantes que vivían en esas tierras y “nosotros nos veíamos ante ellos como saltamontes y eso mismo les parecíamos a ellos” (Num. 13, 34). Estos relatos de los gigantes asustó al pueblo y “toda la comunidad se puso a gritar y pasaron toda la noche llorando” y comenzaron a murmurar y desear que hubiesen muerto en Egipto o en el desierto en vez de haber sido sentenciados por Dios a acometer la conquista de la tierra de los gigantes. Moisés, Aarón y Josué trataron de apaciguar la rebelión, pero sólo provocaron su odio; y Dios les condenó a vagar durante cuarenta años por el desierto y que ninguno de ellos entraría en la Tierra Prometida. Esto apenó muchísimo al pueblo y decidieron atacar a los amalecitas y cananeos. Pero Moisés se los prohibió profetizándoles que Dios no estaría con ellos. Sin embargo, ellos decidieron continuar con sus planes aun cuando Moisés no les acompañase. Y la profecía de Moisés se cumplió: los amalecitas y sus aliados los atacaron y los destrozaron hasta llegar a Jormá (Num. 14, 45). La historia subsiguiente de los amalecitas durante el tiempo de Moisés es confusa. Su destrucción es vaticinada por Balaán en su famoso oráculo pronunciado sobre el monte Peor, mientras observaba las naciones a su alrededor: “Y cuando vio a Amalec, tomó la palabra y dijo: ‘Amalec, la primera de las naciones, tu final será tu destrucción'” una profecía (cualquiera que fuese su fecha) que muestra por lo menos que los amalecitas ocuparon un lugar importante durante un tiempo entre las tribus semíticas o naciones que circundaban a Israel (Num. 24). El cumplimiento de esta profecía es pronunciado sobre los israelitas por Moisés en un discurso de despedida como un deber sagrado. “Por eso, cuando Yahvé tu Dios te haya asentado al abrigo de todos tus enemigos de alrededor, en la tierra que Yahvé tu Dios te da en herencia para que la poseas, borrarás el recuerdo de Amalec de debajo de los cielos. ¡No lo olvides!” (Deut. 25, 19) Y si esto nos parece un mandamiento inhumano, recordemos el modo de pensar predominante de que los amalecitas eran “inhumanos y bárbaros”; un pueblo con esas costumbres perversas no es digno de misericordia, ya que es un asunto nacional de vida o muerte. Está claro, sin embargo, que estamos muy lejos del Sermón de la Montaña.

PERIODO DE LOS JUECES

Bajo Josué, Israel entró a Palestina por el este, no se enfrentó con los amalecitas, pero se mantuvo ocupado con otros enemigos, cuyos territorios se esforzaba por ocupar. Sin embargo, tan pronto como se establecieron en Palestina, la vieja enemistad surgió nuevamente. Cuando Eglón, Rey de Moab, invadió Israel, se les aliaron los amalecitas y amonitas y juntos dominaron a los Israelitas; quienes estuvieron dominados durante 14 años hasta que por medio de las artimañas y traición de Ehud, el benjaminita, Eglón, Rey de Moab muere trágicamente (Jueces 3). Durante una buena parte del período de los Jueces hubo incesantes e insignificantes enfrentamientos entre los amalecitas y los israelitas. Para entonces, Israel era un pueblo agrícola, mientras que los amalecitas permanecieron como una tribu beduina incursionando frecuentemente en las tierras de los israelitas, destruyendo sus cosechas y ganado (Jueces 6). En una ocasión, acompañaron a los madianitas en una invasión de Palestina, conformando una hueste numerosa; inesperadamente fueron atacados durante la noche por Gedeón y 300 guerreros escogidos; creando pánico y desconfianza entre los amalecitas quienes volvieron la espada de cada uno contra su compañero por todo el campamento y huyeron mientras Gedeón les perseguía (Jueces 7).

SAÚL

Esta derrota de los amalecitas los aquietó durante muchos años ya que no se vuelve a tener noticias de ellos hasta los inicios de Saúl. Saúl comenzó su reinado por medio de operaciones militares enérgicas, librando batallas exitosas contra “enemigos por todos lados” entre ellos los amalecitas, quienes habían estado hostigando a los israelitas (1 Samuel 14,48). Entonces vino el profeta Samuel y recordó a Saúl la antigua ofensa de Amalec y el mandato de Dios que fueran exterminados. Las palabras del profeta fueron precisas (1 Samuel 15, 1-3) que ningún enemigo era odiado como Amalec y su exterminio se consideraba como un deber religioso, impuesto por Dios. Todo hombre, mujer, niño y animal, debían ser destruidos e Israel no debía desear ninguno de los despojos de los amalecitas. Saúl procedió a cumplir este mandato y su firmeza como un castigo especial sobre los amalecitas está enfatizado por su misericordia hacia los Quenitas. Saúl invadió el territorio de los amalecitas, al sur de Palestina, y los aniquiló desde Evila, en el extremo oriental, hasta el sur cerca de los límites con Egipto—una campaña de gran magnitud— y pasó a todos por la espada hombres, mujeres y niños excepto el Rey Agag a quien tomó prisionero vivo, y lo mejor de los animales los cuales apartó para ser sacrificados. Por su desobediencia al dejar con vida a Agag y lo mejor de los rebaños, Saúl fue rechazado por Samuel en el nombre de Dios y descuartizó a Agag en su presencia; desde aquel día su suerte cambió y, cuando después de la muerte de Samuel, Saúl consultó su espíritu en la cueva de Endor, se le dijo que había sido rechazado por no haber ejecutado la furia de Dios sobre Amalec (sermón de Newman, “Premeditación del Pecado de Saúl”). Fue un amalecita quien, falsamente, afirmaba haber asestado el golpe mortal al Rey Saúl. Mientras que David estuvo fugitivo de Saúl, David estaba acercando a su final el pueblo predestinado al exterminio. Estaba al servicio de Aquis, rey de Gat, en la tierra de los Filisteos, cerca del territorio de los amalecitas. Con sus propios hombres, y soldados prestados por Aquis, devastó a los amalecitas y no dejaba con vida a nadie (1 Samuel 27). Durante la ausencia de David y Aquis, los amalecitas se vengaron incendiando Sicelag, una ciudad que Aquis había dado a David, matando a todos sus habitantes, incluyendo a dos esposas de David. David persiguió y sorprendió al enemigo en medio de una fiesta recuperó todos los despojos y prisioneros, y masacró a todos los amalecitas excepto 400 hombres jóvenes quienes escaparon en camellos (1 Samuel 30). La matanza resquebrajó el poder de los amalecitas y los hizo regresar al desierto; allí un resto miserable de ellos quedó rezagado hasta los días de Ezequías, décimo sucesor de David, cuando una banda de simeonitas fueron suficientes para exterminar, hasta el último hombre, a los más feroces enemigos de Israel (1 Crónicas 4:42, 43). Así, sobre el Monte Sinaí, se cumplió la maldición hecha sobre ellos por Moisés y Balaán aproximadamente seiscientos años antes. Su nombre no vuelve aparecer excepto en el Salmo 83 (considerado por muchos como del período de los Macabeos) donde su uso no puede tomarse como un hecho histórico, sino más bien poético, referido a los enemigos tradicionales de Israel. Los descubrimientos egipcios y asirios no han aclarado todavía el hecho de que no se mencione a Amalec. La Biblia es nuestro único testigo, y su testimonio, aunque escudriñado y puesto en duda con relación a muchos detalles, especialmente en lo relacionado con las batallas de Rafidín y Cadés, y la maravillosa victoria de Gedeón, ha sido aceptada en lo principal como un recuento confiable.


Bibliografía: THOMAS in VIG., Dict. de la Bible ; MACPHERSON in Hast., Dict. of the Bible; Jewish Ecylclopedia , s.v. Amalec; Comentarios, DILLMAN AND DELITZSCH sobre el Génesis ; DILLMAN sobre los Num..

Fuente: Fenlon, John Francis. "Amalec." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01377c.htm>.

Traducido por Domingo Latorraca Donato