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Jueves, 28 de marzo de 2024

América

De Enciclopedia Católica

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América, llamada también Continente Occidental o Nuevo Mundo, está dividida principalmente en tres: América del Norte, del Centro y del Sur. La primera abarca desde los 70º a los 15º de latitud norte. América Central forma un istmo que se extiende desde el noroeste al sureste, estrechándose en una franja de treinta millas en Panamá; este istmo va de los 15º a los 8º de latitud norte, terminando en los 55º de latitud sur. Por lo tanto, América del Norte comprende unas 3.800 millas inglesas de norte a sur, América del Sur, 4.500, y América Central está constituida por una diagonal entre dos volúmenes mayores, que corre del nordeste al sureste, que mide alrededor de mil millas de longitud.

Como el objetivo de este artículo es recopilar los datos que ayudarán al lector a apreciar el establecimiento de la fe cristiana y de la civilización en América, omitiremos la geografía, geología y otros temas tratados frecuentemente en las enciclopedias generales y nos limitaremos a la etnografía y colonización de las tres zonas del continente americano. Los llamados aborígenes de América del Norte, con excepción de los esquimales, son considerados generalmente como pertenecientes a la misma rama de la familia humana, tanto física como étnicamente. Desde el punto de vista físico, han sido clasificados dentro del tipo llamado mongol, pero como han surgido dudas respecto de la existencia de dicho tipo, es mejor declarar que, antropológicamente, los indios americanos, especialmente los norteamericanos, tienen un parecido mayor con las tribus asiáticas más orientales que con ningún otro grupo de la familia humana. El indio suramericano se encuentra más cercano del indio norteamericano que de ninguna otra raza no americana. En cuanto a los esquimales, su cráneo es decididamente del tipo ártico, correspondiendo, en este aspecto, al tipo asiático, e incluso europeo, que vive dentro del Círculo Ártico. Pero estas generalizaciones podrían tener que ser modificadas por los rápidos avances de la antropología dentro del campo de la investigación detallada y local, por lo cual será aconsejable considerar las características de cada familia lingüística por sí misma (incluidas las subdivisiones), dando lugar a los cambios operados en las condiciones físicas por la diversidad del ambiente, después de una larga residencia.


DISTRIBUCIÓN DE LAS POBLACIONES ABORÍGENES

La distribución de la población americana en tiempos de Colón no se conoce, por supuesto, por observación personal, pero puede reconstruirse aproximadamente a partir de la información reunida cuando América empezó a ser visitada por europeos. Los esquimales se encontraban en la mayor parte del cinturón ártico, mientras que los llamados indios integraban el resto del continente hasta su extremo más austral. La población no alcanzaba el número que antes se había supuesto, incluso en los sitios donde la densidad era mayor, aunque no se tiene material para hacer ni siquiera una estimación aproximada. Las grandes llanuras del norte y del oeste no estaban habitadas aun, aunque existen rastros de viviendas precolombinas permanentes, o al menos algunos asentamientos efectuados durante una traslación lenta a lo largo de los ríos; las tribus que se alimentaban de búfalos erraban por las estepas, acompañados de ese cuadrúpedo. La región noroeste sobre el Pacífico, estaba más densamente habitada por tribus que subsistían con la pesca (del salmón), una agricultura precaria y la caza. Esto acontecía también a lo largo del Mississippi (en ambas orillas), y en la cuenca arbolada de los Alleghenies, sobre el Atlántico desde San Lorenzo a Florida, mientras que Texas del Sur estaba escasamente habitada, en algunas partes sólo temporalmente, mientras el indio seguía al búfalo en sus andanzas hacia el sur. La población aborigen de California no era grande y vivía en parte del pescado. La gran meseta del norte de México, con las montañas a lo largo del Río Grande, era demasiado árida y, por ende, desprovista de medios de subsistencia que permitieran la ocupación permanente ; pero los Pueblos de Nuevo México formaban un grupo de habitantes sedentarios agrupados a lo largo del Río Grande y establecidos en las montañas hasta Arizona, rodeados por todos lados por indios errantes, algunos de los cuales, como los navajos, se habían dedicado a la labranza, a escala modesta. En Arizona puede decirse que habían logrado las mismas condiciones. La parte occidental de México presentaba un aspecto similar, modificado por el clima diferente. Mientras que hubo dentro de los Estados Unidos unas tribus que en el siglo XV desplegaron un grado de cultura mayor que el que los rodeaba (por ejemplo, los Natchez y los Iroqueses, en el desarrollo de las ideas de gobierno y la extensión de dominio de las tierras) la cultura de los indios parece haber alcanzado su grado más elevado en el centro de México y Yucatán, Guatemala y Honduras, y, podemos añadir, Nicaragua. Es como si las andanzas tribales de norte a sur, que a veces toman otras direcciones, hubieran sido detenidas por el estrechamiento del continente en el istmo de Panamá. Mientras la abundancia de recursos naturales invitaban al hombre a quedarse, los rasgos geográficos lo forzaban, así nacieron las comunidades indias que superaban en cultura a los indios de todas las demás partes del continente. Al sur de Panamá, la naturaleza era demasiado exuberante y el territorio demasiado pequeño para favorecer progresos similares; por tanto, los indios, aunque eran todavía bastante hábiles en algunas artes, no podían compararse con sus vecinos del norte. En América del Sur la exuberancia de la vida tropical al norte de las pampas argentinas, era tan poco propicia para el crecimiento cultural como hubiera podido ser la aridez. Por eso la cuenca del Amazonas, Brasil, las Guayanas y Venezuela, así como la ladera este de los Andes en general, estaban escasamente habitadas por las tribus, pocas de las cuales habían superado la condición de salvajes errantes. En la vertiente occidental de los Andes, en Colombia, la población algo más densa y las casas, aunque todavía de madera y cañas, eran más amplias y estaban más sólidamente construidas. Las tribus sedentarias de menor grado de cultura también vivían en el norte de la Argentina, pero eran pocos y estaban dispersos entre grupos salvajes. El mayor desarrollo alcanzado en América del sur antes del descubrimiento se encontraba a lo largo de los Andes desde los 15º norte hasta cerca del Trópico de Capricornio, o 23º sur. Lo mismo acontecía en la costa del Pacífico hasta la latitud de 20º sur, comenzando en 2º sur. En esta región el crecimiento cultural alcanzó un nivel igual en muchos modos, superior en algunos, inferior en otros (por ejemplo en lo que se refiere al trabajo plástico de la piedra), hasta la cultura de las más avanzadas tribus de Yucatán y América Central. Las tribus de Chile eran comparativamente numerosas y bastante avanzadas, entregadas sobre todo a la labranza y la caza; los patagones se encontraban en un nivel inferior, y la gente de la Tierra del Fuego era quizás la más baja en la escala humana en América.


CONDICIONES POLÍTICAS PRECOLOMBINAS


Ni siquiera los indios americanos más avanzados habían alcanzado el concepto de Nación o Estado; su organización era meramente tribal, y sus conquistas y correrías las realizaban, no con el propósito de asimilar a enemigos sometidos sino de obtener botín (incluyendo mujeres y víctimas humanas para el sacrificio) o, en el mejor de los casos, con la intención de imponer tributos y ayuda en la guerra. América era un irregular damero de tribus, independientes y siempre autónomas, incluso cuando estaban aterrorizadas y dominadas por otros. Esas tribus de mayor poder cuando se descubrió América eran:

• en América del Norte, la Liga Iraquesa en lo que es hoy el estado de Nueva York; se habían organizado para el pillaje y la devastación y en ese momento estaban justamente extendiendo sus incursiones destructivas; • en la parte central de México, la confederación de las tribus de México, Tezcuco y Tlacopan. • en Yucatán, los mayas, aunque no parece que éstos se hubieran aglomerado formando ligas, excepto temporarias; • en América del Sur los muiscas y los chibchas del centro de Colombia, y • en el Perú, los incas.

Sin embargo, no ha quedado establecido todavía que los incas tuvieran confederaciones, o si pertenecían a las tribus sedentarias, que dominaron amplias extensiones de territorio, ya fuera solos o con la ayuda de tribus sometidas. Han aparecido unos rastros en las costas peruanas entre los grupos que fueron prácticamente eliminados por los incas menos de un siglo antes del advenimiento de los españoles. De los indios sedentarios que dominaban y sometían una extensión considerable de territorio con su propio esfuerzo, sobresalen varios grupos independientes de Guatemala y los tarascanos en el centro oeste de México. En América del Norte, los Muskogees, los Natchez, los Choctaw, y más al norte, los Dakotas y los Pawnees desplegaron un considerable poder agresivo.


CONDICIONES SOCIALES ABORÍGENES

En todo el continente el sistema de organización social era, en principio, el mismo ; las diferencias, como ocurre en la cultura general, eran de grado pero no de especie. El clan, o gens, constituía la unidad, y la descendencia se consideraba por línea, a veces masculina, a veces femenina. Pero el sistema de clanes no se había desarrollado completamente en todas partes; las tribus de las praderas de Norteamérica, por ejemplo, no estaban todas compuestas por clanes. Se han señalado varias causas a esta excepción, pero aun no se han dado explicaciones satisfactorias. Las características generales de la sociedad indoamericana eran: posesión comunal de las tierras, inexistencia de la propiedad hereditaria, de los títulos y de los cargos, y segregación o exclusión de los diferentes grupos. No existían límites definidos que separaran a un grupo de otro; las zonas deshabitadas o las regiones neutrales participaban en los asentamientos de las tribus. Donde la población era más numerosa, la región era más estrecha, todavía desprovista de poblados. Las administraciones civil y militar estaban fusionadas una en otra, y detrás y por encima de ambas, aunque parcialmente oculto, el poder religioso y las ceremonias determinaban cada acción. Los chamanes o brujos, mediante las sentencias de los oráculos o de la magia, eran los verdaderos líderes. Los llamados sacerdotes también tenían su organización, cuyos principios eran idénticos en toda la América primitiva, igual que lo son hoy. Las sociedades esotéricas, basadas en el conocimiento empírico y su aplicación a las necesidades espirituales y materiales, formaban las divisiones y clasificaciones de los brujos. Quienquiera practicara los ritos y artificios indispensables a los fines religiosos, sin pertenecer a uno u otro de estos grupos de magos oficiales, se exponía a un castigo horrendo. Tales eran y son los rasgos principales de la organización religiosa entre las tribus más avanzadas; cuanto menor es el grado de cultura, más imperfecto es el sistema y menos complicado en detalle.


RELIGIÓN DE LOS ABORÍGENES


El animismo es el principio fundamental de los indios en todas partes, y el fetichismo es su manifestación tangible. En ninguna región indígena existía el monoteísmo, la idea de un Dios personal, creador y soberano. Para ellos el mundo entero estaba impregnado de una esencia espiritual que podía tomar, a voluntad, una forma individual en localidades especiales. El indio se cree rodeado por todas partes por innumerables organismos espirituales, en cuya presencia se siente desvalido, y ante quienes necesita continuamente ofrecer acciones propiciatorias o apaciguadoras. En este temor se basa el sistema de su magia y otorga al mago un dominio insuperable sobre las personas . Por eso, todas sus acciones están precedidas de oraciones y ofrendas, éstas a veces bastante complicadas. Entre sus fetiches, hay poca o ninguna gradación jerárquica de ídolos. Estos fenómenos parecen ejercer una mayor influencia sobre el hombre, y que sean objeto de un culto más elaborado, pero no se espera de ellos que actúen más allá de su esfera de acción. Por lo tanto, no existía el culto al sol, como se cree habitualmente. El sol, como la luna, se consideraban cuerpos celestiales habitados por espíritus poderosos (pero no todopoderosos); en muchas tribus se les prestaba poca atención. También surgían entre ellos muchas deidades como resultado de la creencia en poderosos brujos cuyo espíritu moraba en sus fetiches. Se ofrecían sacrificios a los fetiches a quienes se ofrendaban los más preciosos objetos, las víctimas humanas se consideraban las más convenientes. Hasta la práctica de arrancar el cuero cabelludo estaba basada en una creencia que sostenía que al obtener la parte del cuerpo del enemigo más próxima al cerebro, el captor entraba en posesión de las facultades mentales del muerto, y así acrecentaba su propio poder mental y físico. La antropofagia o canibalismo, tan extensamente diseminado por los trópicos, se fundamentaba en el mismo concepto.


LEYES Y LENGUAS ABORÍGENES


Los indios no tenían leyes escritas. Se regían por la costumbre; las decisiones de los consejos tribales y sentencias de los oráculos determinaban los asuntos por tratar. El consejo era la máxima autoridad en asuntos temporales; los jefes ejecutaban sus decretos, que eran primero sancionados o modificados por los oráculos de los chamanes. No había nada escrito ni conocían las letras, pero algunas tribus avanzadas usaban pictografías mediante las cuales podían, hasta un punto limitado, registrar acontecimientos históricos, preservar los registros del tributo, y representar los calendarios, tanto astronómicos (dicho de manera general) como rituales. Los hilos anudados o quippus) del Perú eran un método más imperfecto, y su uso, en una forma más simple, estaba mucho más extendido de lo que generalmente se piensa. Las lenguas aborígenes de América están divididas por familias, y luego en dialectos. El número de estas familias se reduce gradualmente como resultado del estudio filológico. Existe afinidad entre algunos de estos lenguajes del oeste de Norteamérica y algunos de Asia oriental, pero más allá no existe ningún parecido. Resulta más seguro seguir el ejemplo expuesto por Brinton que subdivide los idiomas americanos en grupos geográficos, y que, cada uno, abarca un cierto número de familias. Sin embargo, no existe objeción a este plan, en el cual, en algunos casos, una familia está diseminada y dispersa en más de una sección geográfica. Por ejemplo, hay indicios que los Shoshones de Oregón, los Pimas, Opatates, Yaquis de Arizona y Sonora,y los mexicanos (aztecas, tezcucanos, etc.) y una parte de los indios de Nicaragua pertenecen a una familia lingüística que está representada en el Pacífico norte y en los grupos centrales.

Dejando aparte a los esquimales cuya lengua puede clasificarse como específicamente ártica, los grupos más importantes son: en la América Británica, los Atapascanos, o Tinné; los Navajos o Dinné, en Arizona y Nuevo México, con sus parientes los apaches o N’dé; los Algonquinos, que van desde Nueva Escocia en el noreste, sobre el Atlántico, hacia la bahía de Nueva York en el sur, y desde el nacimiento del río Missouri al oeste, a través de la cuenca de los Grandes Lagos; de estos indios, los Arapahoes, los Blackfeet, Cheyennes, Chippewas, Delawares, Sacs, Foxes, y Shawnees son los más conocidos. Muchas tribus de este grupo ( como por ejemplo los de Nueva Inglaterra) prácticamente se han extinguido; los Iroqueses del norte de Nueva York, abarcando los Hurones, Eries, Cherokees, etc.; los Muskogees que comprenden las tribus que viven a lo largo de la costa atlántica hasta parte de Florida; los Catawbas, Natchez y algunos indios de Florida y Coahuila en México; los Pawnees, Dakotas y Kiowas, la mayor parte de los cuales vivían en las planicies de la cuenca oeste del Mississippi; en la zona occidental, en la costa del Pacífico, el grupo del Pacífico norte se extiende desde Alaska al sur de California. Los Yumas están diseminados desde la desembocadura del río Colorado a través de algunas regiones de Arizona; y se dice que una rama de estos indígenas vivían en el estado mexicano de Oaxaca. Los Pueblos de Nuevo México y Arizona se consideran como un grupo lingüístico separado. Ya se ha hecho mención del gran grupo Shoshone. México también tiene un número de grupos lingüísticamente inconfundible, como los Taoscanos, Otomis, Totonacos, Zapotecas, Mijos, Mixtecas, Mayas, Zendales, algunos de los cuales han sido agrupados en una sola familia. Por ejemplo, los Mayas, constituyen una de las tribus más altamente desarrolladas de Guatemala, y los Huaxtecos del estado de Veracruz hasta el norte de Yucatán. Cuanto más al sur, más indefinidas se vuelven las clasificaciones lingüísticas, por la razón de que el material disponible no ha sido suficientemente investigado, y porque hay también, especialmente respecto de Suramérica, mucho material por recolectar. De esto se sigue que los lenguajes del Istmo apenas han sido clasificados. Se ha reconocido que algunos están aparentemente relacionados, pero esa relación se entiende sólo imperfectamente. En Suramérica mencionaremos meramente a los chibchas o Muiscas de Colombia; la familia extensa de los Arawak, y los Caribes; los primeros ampliamente repartidos y los últimos limitados a Venezuela, el Orinoco y las Guayanas. Poco se conoce de los lenguajes usados en Ecuador excepto que la lengua quechua del Perú (de las montañas) puede haber suplantado a muchas otras lenguas antes de la conquista española. Al sur de los quechuas, la gran familia de los Aimaras ocupa la meseta central, pero en tiempos primitivos se extendía mucho más al norte. En el Brasil, los Tupíes (Guaraníes) y los Tapuyas eran, en la costa, los lenguajes más difundidos. Podemos mencionar los lenguajes de Chile, que podrían formar una sola familia; las tribus del Gran Chaco (de las cuales los Calchaquíes eran los más adelantados) y los lenguajes no clasificados de la Patagonia y la Tierra del Fuego. Este esbozo de la distribución de las lenguas americanas no puede extenderse aquí en mayores detalles. Los lingüistas americanos están continuamente haciendo avances y mucho de lo que ahora aparece como bien establecido podría descartarse en el futuro.


ORIGEN DE LAS RAZAS ABORÍGENES


La pregunta sobre el origen de los indios continúa siendo materia de conjeturas. Se han observado afinidades con grupos asiáticos de las costas del noroeste y oeste de Norteamérica, y resultan llamativos ciertos parecidos entre los indios de la costa del Perú y las tribus de la Polinesia, pero todavía faltan pruebas decisivas. Las innumerables hipótesis del origen de los americanos primitivos que han colmado la literatura desde los tiempos de Colón, no son de este lugar. Falta investigar la existencia del hombre en América durante la era glacial. Tampoco existe ninguna prueba de la llegada de misioneros cristianos en la época precolombina. Podrá haber indicios, pero, hasta el presente, carecen del soporte de pruebas documentales. No obstante, si consideramos a Groenlandia como una isla perteneciente al continente norteamericano, podemos afirmar que el cristianismo fue introducido en América en el siglo X de nuestra era. El relato del viaje del “Vinland”, atribuido al obispo Jon o John en el siglo XIV, descansa sobre una base muy débil. Se desconoce todo lo relativo a las incursiones de los asiáticos a la costa occidental de América; el cuento del Fu-Sang hace mucho que se sabe que se aplica al archipiélago japonés. Martín Bejaim colocó en su mapa de 1492 una nota según la cual siete obispos portugueses en el siglo IX huyeron de los moros hacia una isla occidental llamada Antilla donde fundaron siete ciudades. Fuera de esto, no hay ninguna certeza en este relato. Finalmente, existe la historia de Atlantis contada por Platón en sus “Timeo” y “Critias”, pero carecen asimismo de fundamento. Aunque fue objeto de mucha especulación, no se ha descubierto ningún rastro de ningún continente sumergido, del cual las Antillas podrían ser un remanente. Los intentos de establecer rastros de la catástrofe de Atlantis en el folclor de las tribus americanas han encontrado poca aceptación.


ORIGEN DEL NOMBRE DADO AL NUEVO MUNDO


El nombre de “América” es el resultado no tanto de un accidente como de un incidente. Durante casi un siglo después de Colón, los españoles que tenían el mayor derecho de bautizar el continente por haber sido sus primeros ocupantes, insistían en llamar a sus vastas posesiones americanas “Indias Occidentales”. Ese nombre se justifica por cuanto el descubrimiento ocurrió cuando buscaban llegar a Asia. La creencia de que América formaba parte de ese continente se desvaneció sólo con el viaje de Balboa a través del istmo en 1513. Sin embargo, seis años antes de esa proeza, el nombre de América había sido aplicado al Nuevo Mundo por unos eruditos alemanes. No hubo ninguna intención de desprestigiar a Colón ni de apoyar las reclamaciones de otros exploradores, sino simplemente se debía a la ignorancia de los hechos. Américo Vespucio, piloto florentino, primero al servicio de España, luego de Portugal, y más tarde otra vez de España, había efectuado al menos dos viajes a los mares occidentales. No es nuestro propósito comentar ahora los viajes que Vespucio alegaba haber realizado a la costa americana, o que se le han atribuido. Para información sobre estas historias un tanto enigmáticas y los documentos relacionados con ellas, ver AMERIGO VESPUCCI. Consideramos suficiente afirmar que algunas de sus cartas fueron publicadas ya en 1504. En una de ellas fecha su primer viaje en 1497 y 1498, y pretende haber llegado al continente americano, lo que le daría prioridad sobre Colón (reclamación que, por otra parte, Vespucio nunca efectuó. Es fácil ver cómo el examen de estos informes pudo inducir a los eruditos que vivían lejos de la Península y de América a atribuirle a él el verdadero descubrimiento del Nuevo Mundo y a sugerir que se le pusiera su nombre. En el siglo VII, de una capilla fundada por san Deodato, surgió un centro de estudios en St. Dié, en los Vosgos. Entre los profesores que enseñaban allí se encontraba Martín Waldseemüller (Hylacomylus) que ocupaba la cátedra de cosmografía. Impresionado por la fecha aducida de 1497 para el primer viaje de Vespucio al nuevo continente, llegó a la conclusión de que que le pertenecía al florentino el honor del descubrimiento, y que el Nuevo Mundo debía llevar su nombre. Cuando en 1507 se estableció una imprenta en St. Dié, y gracias, principalmente, a los esfuerzos del Duque de Lorena, Waldseemuller publicó, junto con Matías Ringmann, profesor de latín, una obra geográfica de pequeña extensión titulada “Cosmographiae Introductio” en la cual insertó un pasaje que afirmaba: “No veo por qué no se permite llamar a esta cuarta parte del mundo Amerige – es decir tierra de Americus—América, por el nombre de Americus, el descubridor, hombre de mente sagaz, ya que tanto Europa como Asia llevan nombres femeninos, nombres de mujeres”.

Esta sugerencia podría no haber tenido más consecuencias si el nombre de América no se hubiera puesto en un mapa publicado por Hylacomylus ese mismo año, no se sabe si para designar a esa parte del descubrimiento que se atribuía a Vespucio o para denominar a todo el continente entonces conocido. Como la “Cosmographiae Introductio” era un tratado de geografía, los cosmógrafos no españoles fueron aceptando gradualmente el nombre, excepto Las Casas que protestó afirmando que era una denominación errónea o una calumnia para Colón. Las naciones extranjeras fueron adoptando con éxito el nombre propuesto por Walseemuller. Incluso España se rindió finalmente, reemplazando por “América” la denominación de “Indias Occidentales” o “Nuevo Mundo”, pero no lo hizo hasta la mitad del siglo XVIII. Se cree que Vespucio mismo no se interesó por el uso del nombre de América. Jamás pretendió haber sido el descubridor del continente, por lo menos hasta la fecha –dudosa- de su primer viaje. Fue amigo personal de Colón mientras vivió y murió en 1512 con la fama de haber sido un hombre útil y honorable. Tampoco se puede acusar a Waldseemuller de haber dado imprudentemente a América el nombre de Vespucio. Mayor culpa por no investigar cuidadosamente el caso, y por seguir ciegamente la sugerencia expuesta por Waldseemuller, se les atribuye a unos estudiantes de cosmografía como Mercator y Ortelius, especialmente éste último, que tuvo en sus manos los documentos españoles originales por haber sido durante un tiempo cosmógrafo real. No ha tenido éxito el intento de atribuir el origen del nombre a una oscura tribu india, que podría haberse llamado Amerique.


COLONIZACIÓN DE AMÉRICA


Las naciones europeas que se asentaron en el continente americano después de su descubrimiento por Colón, y que ejercieron la mayor influencia en la civilización del Nuevo Mundo, fueron, principalmente, cinco. Por orden de fecha son las siguientes: España, Portugal, Francia, Inglaterra y Holanda. Suecia realizó un intento de colonización pero, como la colonia sueca estaba limitada a una pequeña fracción de la región oriental de Norteamérica y no perduró más diecisiete años, no es necesario mencionarla. La colonización rusa de Alaska, y la ocupación danesa de una de las Antillas Menores pueden omitirse dada su poca importancia.

España

España empezó la colonización de las Antillas mayores en 1493. Es asombrosa la rapidez con que exploró y conquistó los territorios descubiertos. Antes de sesenta años después del desembarco de Colón, las colonias españolas estaban diseminadas por el continente, desde México al norte hasta el lejano sur y centro de Chile. No sólo se habían afincado sobre la costa, sino que poblaban México y América Central desde el Atlántico hasta el Pacífico; en Suramérica desde la costa del Pacífico hasta la cresta de los Andes y el Río de la Plata. Vastas zonas desocupadas se interponían entre las colonias en varias secciones., pero éstas podían ser atravesadas, y de hecho lo fueron, de tanto en tanto, para mantener el intercambio comercial. Toda la costa nordeste de América del Sur estaba bajo dominio español; las exploraciones llegaron hasta los 42º de latitud norte a lo largo del Pacífico; en el interior hasta los 40º de latitud sur. Los Estados Unidos habían sido atravesados hasta más allá del Mississippi, y en la costa atlántica se había tomado posesión de Florida, Alabama y Georgia. Toda la costa del Pacífico desde los 42º de latitud hasta el extremo sur de la Tierra del Fuego, ya se conocía, en parte se había conquistado y visitado con frecuencia, mientras que el río Orinoco había sido explorado desde su desembocadura y desde el oeste. Algunas expediciones desde Venezuela penetraron por el Amazonas y exploraron todo su curso desde Ecuador. Estos acontecimientos extraordinarios han sido realizados por una nación que, a comienzos del siglo XVI contaba, de acuerdo con nuestra información, con menos de diez millones de almas.

No podemos negar que una actividad y una energía tan extraordinarias, en muchos casos también sagacidad, era el resultado del carácter y formación de los españoles. En primer lugar, constituyen una raza muy mezclada. Desde la época de la dominación romana, casi toda la gente de cierta significación que dominaba Europa (excluyendo a los hunos y germanos del norte) ocupó, por lo menos por un tiempo, algunas partes del suelo español y dejó en él huellas de su presencia en el lenguaje, las costumbres y, en algunos casos, las leyes y organización (visigodos). Los moros, invasores que llegaron del sur, de África, habían contribuido aun más a la mezcla de razas. La defensa del suelo español, y especialmente la salvación de la fe cristiana, el patrimonio más querido de la gente, contra los conquistadores mahometanos, habían hecho del español, por encima de todo, un pueblo de guerreros. Pero siete siglos de guerra incesante no habían ayudado a componer una raza compasiva ni a enriquecer el país. Antiguamente, España había sido rica en metales preciosos, mas los romanos la empobrecieron agotando las minas. Quedaba aun la tradición, y con la tradición, el ansia del regreso a una edad dorada. Hasta el descubrimiento de América, Europa se volcaba hacia el Extremo Oriente en busca de la riqueza que la naturaleza le negaba. Cuando el descubrimiento de las Antillas reveló la existencia de oro, España abandonó el Oriente y volvió sus ojos hacia el Oeste. La fiebre del oro se apoderó de todo aquel que estuviera en condiciones de emigrar; el deseo de obtener oro y plata se volvió un incentivo poderoso para buscar y conseguir riqueza en el Nuevo Mundo. La sed de oro no era en el siglo XVI ni más ni menos intensa que hoy, pero estaba orientada hacia regiones mucho más vastas. Más aun, los metales preciosos se encontraban entre personas que no les daban valor comercial, ni contribuían a otorgarles un nivel de riqueza. Era más fácil para el español quitarle a los indios el oro y la plata que el maíz cosechado o la comida corriente. Los primeros años de la colonización española se emplearon en intentar establecer un modus vivendi con los aborígenes, que, como tantas veces, resultaron desastrosos para el más débil, es decir, el indio. Pronto se aclararon las dudas sobre si los indios eran o no seres humanos mediante un decreto en el que se afirmaba su naturaleza humana esencial, más lo derechos derivados de ella. Sin embargo, fueron declarados, en justicia, menores de edad que requerían tutela, antes de que estuvieran en condiciones de asumir las obligaciones y derechos de los blancos. Se necesitó mucha experimentación antes de poder llegar prácticamente a esta conclusión, la que por fin determinaría la condición de los indios en la mayoría de las repúblicas suramericanas y parcialmente en Estados Unidos y Canadá.

La condición primitiva de la persona en el Nuevo Mundo era un problema que la cultura europea hace cuatro siglos no se sentía capaz de solucionar. Mientras en España los antiguos derechos comunales de los componentes originales del reino se mantenían desde hacía mucho tiempo, y prevalecía una especie de autonomía provisional, que funcionaba como un freno al absolutismo creciente, Hispanoamérica estuvo desde un principio bajo el mando de la corona.. Los descubrimientos, tanto por tierra como por agua y la colonización, quedaban bajo el exclusivo control del monarca; las exploraciones sólo podían llevarse a cabo con su permiso, lo mismo que el establecimiento de poblaciones. La iniciativa personal se colocaba ostensiblemente bajo un estricto control, a veces impedida desfavorablemente en muchas instancias. Sin embargo esto no fue tan estrictamente así en el primer siglo después del descubrimiento, como en los posteriores. El patronazgo real, indispensable al principio, aseguraba para los intereses españoles una ascendencia injusta respecto de los colonizadores. Se sostiene a menudo, y no impropiamente, que los criollos se encontraban en peor posición que los indios, ya que éstos, como protegidos del gobierno español que eran, gozaban de mayor protección y privilegios que los españoles americanos. Los criollos se quejaban especialmente de la injusticia de asignar todos los cargos lucrativos a los españoles de la península, con exclusión de ellos. Esto aseguraba al gobierno de la metrópoli una posición segura en las colonias, pero también es cierto que con frecuencia se encargaba la administración a personas incapaces para los cargos importantes, carentes del conocimiento práctico del lugar y de sus gentes. Es cierto que el sistema de residencia, que obligaba a rendir cuentas cuando finalizaban en el cargo, y la visita, o investigación que algunas veces tenía facultades discrecionales, eran un freno para los abusos, aunque no suficiente. El código de Leyes de Indias, como España llamó durante mucho tiempo a sus colonias había estado en estudio desde mediados del siglo XVI, pero sólo se hizo efectivo a finales del XVII. Mucha de esta demora se debió a la enorme cantidad de reales decretos en los que se basaba la legislación. Estos decretos siguieron promulgándose según lo requería la ocasión, junto con el código, y dan testimonio de la atención solícita que los monarcas españoles prodigaban a los más mínimos detalles relativos a sus posesiones transoceánicas. Constituía la llamada autocracia paternalista, bien intencionada, pero, al final, muy desfavorable, para el desarrollo del individuo de las colonias en general.

A mediados del siglo XVII, España cerró definitivamente sus colonias al mundo exterior, excepto la madre patria, incluso el comercio con ella estaba severamente controlado. Constituyó una medida suicida, porque de allí en adelante, las colonias americanas comenzaron su declive, con gran detrimento de España misma. Sin embargo, no se debe pasar por alto que dicha disposición, en gran medida, había sido impuesta por los ataques incesantes de otras naciones a sus colonias y su comercio con ellas, tanto en tiempos de paz como de guerra. La instrucción y la educación estaban completamente en manos de la Iglesia Católica. Los institutos seculares de enseñanza surgieron más tarde, aunque los jesuitas habían ya tomado la iniciativa en ese aspecto. Considerando los medios disponibles, se hicieron grandes esfuerzos para el estudio de la geografía del nuevo continente, su historia natural y otras ramas de la ciencia. En el siglo XVIII, se llevaron a cabo exploraciones científicas a gran escala. Antes de esa fecha, la mayor parte de las investigaciones se debían a esfuerzos personales, realizados sobre todo por eclesiásticos. Empero, en el siglo XVIII, Felipe II envió a México a su propio médico Hernández para que estudiara especialmente las plantas medicinales y alimenticias de ese país. Se importaron plantas nutritivas desde Europa y Asia, así como animales domésticos. Se debe a los españoles la plantación y el cultivo de árboles frutales y de sombra en América del Sur. Pero todos estos adelantos no satisficieron las legítimas aspiraciones de los americanos españoles, ya que se realizaban para el provecho de los españoles nativos. A esto hay que añadir la oscilación y el pesado sistema de impuestos que pesaba casi exclusivamente sobre los criollos, los fuertes derechos de aduana, severamente impuestos, y la conducta arbitraria de los funcionarios altos y bajos. No nos sorprende que las colonias aprovecharan la oportunidad que les ofrecía el debilitamiento de España durante el período napoleónico para asegurar su independencia. La explotación de las abundantes minas de metales preciosos empezó a agotarse. Al mismo tiempo, en los grandes centros mineros, los criollos se hicieron tan ricos que el lujo y la corrupción rápidamente se apoderaron de ellos. La parte más importante de la riqueza era enviada a Europa en detrimento de Hispanoamérica. Por lo general, se exagera la afirmación de que los trabajos forzados en las minas redujeron el número de indios. Son innegables los abusos individuales y locales, pero el sistema establecido luego de las tristes experiencias de los primeros colonizadores, demostró ser prudente y saludable cuando se realizaba bien. En general, la política indígena del gobierno español se basaba en la idea de que los indios, con el tiempo, cubrirían las necesidades de trabajo en las colonias; se trataba, pues, de una política de preservación solícita y de una educación lenta y paciente llevada a cabo por la Iglesia Católica.

Portugal

Mientras España estaba asegurando su dominio en el Nuevo Mundo, Portugal rápidamente avanzaba en su ruta de exploración. El resultado fue la rivalidad entre ambas naciones, y disputas respecto de los derechos y límites de los descubrimientos. Ambas coronas, la portuguesa y la española, apelaron al papa, quien aceptó la tarea de árbitro. Su veredicto estableció una línea de demarcación, otorgando el derecho de descubrimiento, de un lado a España, del otro, a Portugal. A partir de 1493, las bulas papales emitidas, de acuerdo con el tiempo, en forma de concesiones de derechos divinos, son, en realidad, arbitrajes. El Papa Alejandro VI, no había buscado, sino solamente aceptado el pedido de las dos partes para que actuara como árbitro; sus decisiones fueron varias veces modificadas antes de que ambos demandantes se mostraran satisfechos. Los métodos de colonización seguidos por los portugueses eran, en principio, parecidos a los españoles, con la diferencia de que los portugueses se inclinaban más hacia el utilitarismo y los fines comerciales. El territorio descubierto y ocupado, el Brasil, tenía dificultades de acceso, porque estaba, en su mayor parte, cubierto por vastas selvas y surcado por corrientes gigantescas, no siempre favorables a la penetración del interior. Por esa causa, los portugueses alcanzaron el interior mucho más lentamente que los españoles, y limitaron sus asentamientos mayormente a la costa. La población indígena, poco diseminada y con un nivel de cultura muy inferior al de los nativos sedentarios, en parte, de Hispanoamérica, era de poca ayuda para la exploración del terreno extensísimo y casi impenetrable. A comienzos del siglo XVII, el Brasil pasó al poder de los españoles, pero poco después cayó en manos de los holandeses. El dominio de éstos dejó poca huella en el país, ya que acabó treinta años más tarde.

Durante los siglos XVII y XVIII, los portugueses fueron los vecinos más peligrosos de las misiones jesuíticas, en la cuenca amazónica y en el Paraguay. Su política de esclavizar a los indios causó la ruina de más de una misión. Sólo con un gran esfuerzo el pequeño estado jesuítico del Paraguay, tan beneficioso para los aborígenes, pudo subsistir. La separación de Brasil de Portugal se debió más a disturbios políticos en este último país que a otras causas. Se creó un imperio con un vástago de la casa de Portugal a la cabeza. Brasil debe mayormente a su último emperador, Pedro II, su desarrollo interior y la emancipación de los esclavos. La República Federal creada entonces ha tenido que lidiar con muchas dificultades.

Francia

Los franceses ocuparon tres regiones del Nuevo Mundo: (1) Canadá Oriental, (2) Luisiana y el Valle del Mississippi, algunas de las antillas Menores y la Guayana en el este de Suramérica. Las Antillas (Haití, Martinica, Guadalupe, etc.), se convirtieron en francesas durante la incesante guerra corsaria llevada a cabo contra España en el siglo XVI. La posesión francesa de la Guayana fue el resultado de guerras y tratados europeos. Ninguna de las dos últimas colonias francesas ha tenido ninguna influencia en la civilización americana. La ocupación francesa de Haití ha tenido consecuencias más serias. El levantamiento de los negros en esa isla tuvo cono consecuencia el establecimiento de una república de negros, fenómeno aislado en los anales de la historia americana. La ocupación francesa de Canadá duró dos siglos, la del Valle del Mississippi algo más de uno, y fue de suma importancia para la exploración del continente norteamericano. Le debemos a los franceses el primer conocimiento de esas regiones. La colonización francesa fue diferente de la española, puesto que se intentó en una escala mucho menor con menor dependencia del gobierno central. Como las colonizaciones española y portuguesa, fue esencialmente católica. Fracasaron todos los intentos de fundar asentamientos franceses hugonotes en Brasil, Florida y Georgia en el siglo XVI. En Brasil a causa de la mala administración; en los otros países, a causa de la conquista española. La colonización francesa empezó en las orillas, cerca de la desembocadura del río San Lorenzo. Los primeros colonizadores eran marinos aventureros quienes luego solicitaron de la corona que les diera autoridad y ayuda y asistencia militar. Fue la iniciativa personal la que estableció la fundación. Aunque parezca extraño, Catalina de Medicis dio más apoyo a las empresas católicas que a las protestantes; las razones políticas, especialmente el deseo de suplantar a España en las posesiones americanas, le dictaron esta política anómala. Los asentamientos franceses siguieron siendo comparativamente pocos, abarcaron las costas del río san Lorenzo, y ocuparon algunos puntos de la cuenca del lago y algunos puestos aislados entre los indígenas y el litoral. La necesidad de protección militar y la inmigración limitada llevaron a una organización gubernamental de la colonia gobernada por la corona, pero que fue apoyada con indiferencia. Los franceses tenían poca confianza en el futuro de un dominio que sólo prometía pieles de animales y maderas, no mostraba indicios de metales preciosos y cuyo clima era tan hostil como los habitantes indígenas. Es probable que debido a la antipatía contra la empresa canadiense que imperaba en la corte, Canadá hubiera sido abandonado, si no fuera que dos importantes razones prevalecieron; una, la secreta esperanza de controlar la influencia creciente de Inglaterra en el nuevo continente y la posibilidad eventual de anexionar las colonias inglesas de Norteamérica; la otra, la labor misionera de los jesuitas. Ambas iban juntas, porque mientras los jesuitas eran fieles a su misión religiosa, eran también franceses patrióticos. Pronto descubrieron que la clave para la situación política y militar estaba en las manos de los indios iroqueses también llamados Seis Naciones y que el poder europeo que favorecía su amistad permanente aseguraría eventualmente el equilibrio del poder. Para inducir a los iroqueses a que se convirtieran al cristianismo y fueran por ello aliados de Francia, los jesuitas no ahorraron sacrificios, ni esfuerzos, ni siquiera el martirio. Si los gobernantes franceses hubieran sido tan sagaces como los españoles en su apreciación de las misiones jesuíticas, y los hubieran apoyado de manera adecuada, el resultado podría haber sido favorable. Pero, mientras ambos países eran igualmente autocráticos, y mientras el gobierno francés carecía de sistema y de vigilancia en Canadá, los españoles administraban cuidadosa y metódicamente sus posesiones americanas. Los pocos gobernadores, como Frontenac, capaces de controlar la situación, estaban tan mal sostenidos por la madre patria, que la ineficacia, muy a menudo, alternaba con la buena administración. Hasta la asistencia militar se daba de mala gana en los períodos más cruciales. Sin embargo, es cierto que la decadencia moral y material de Francia, y sus guerras agotadoras pueden ser la causa de este abandono. La consecuencia fue el establecimiento, en las posesiones francesas, de una población escasa, diseminada por un territorio tan vasto que la comunicación estaba frecuentemente interrumpida. Esa población, con la excepción de de los habitantes de los centros oficiales de Québec y Montreal, donde las condiciones sociales estaban parcialmente modeladas siguiendo el ejemplo de la madre patria, era grosera e ineducada a causa de su aislamiento, aunque individualmente resistente y enérgica y su dispersión por un territorio tan vasto evitaba el esfuerzo mancomunado. Los misioneros estaban tan colmados, atendiendo a las misiones indígenas que no podían atender adecuadamente a las necesidades de los colonizadores, quienes, por otra parte, a causa de la naturaleza de sus ocupaciones, estaban a menudo obligados a llevar una vida casi migratoria. Gracias a los esfuerzos de un comerciante y un jesuita, la conexión entre los lagos y el Mississippi pudo establecerse a finales del siglo XVII. Después del establecimiento de los asentamientos franceses de Luisiana e Illinois, las colonias inglesas estuvieron rodeadas por un semicírculo de posesiones francesas. Lo que La Salle efectuó en la desembocadura del Mississippi y parte de Texas, lo hizo Champlain en la desembocadura del San Lorenzo. La empresa individual empezó a hacer significativos acercamientos a las avanzadas españolas en el norte de México. La conducta de Francia en sus dominios norteamericanos hacia las otras naciones europeas estuvo, ciertamente, guiada, por las condiciones políticas europeas. Los canadienses más de una vez anticiparon el estallido de una guerra internacional. Hasta cierto punto, los franceses imitaron la política indígena de España utilizando los recursos aportados por las tribus indias amigas, pero éstas siempre fueron veleidosas e inestables. En el norte, en las orillas de la zona ártica, el principal elemento de estabilidad, la agricultura, jugó un papel secundario.

Aunque la ocupación de los colonizadores franceses debería haber sido un elemento de fortaleza para los franceses de Canadá, resultó para ellos, al final, una desventaja. Los recursos incomparablemente más abundantes de las latitudes sureñas en un clima húmedo formaban un contraste tal con el dominio frío y nórdico que la tendencia a abandonar ésta se volvió mayor. Cuando Voltaire se pronunció a favor de la colonia de Luisiana, se manifestó en Franica una tendencia marcada a abandonar Canadá. El poder concentrado de las colonias inglesas, asistidas por la supremacía naval de Inglaterra, hizo que el abandono voluntario fuera innecesario.

Inglaterra

Los métodos de la colonización inglesa son tan conocidos y su literatura tan extensa, que los asuntos pueden tratarse con comparativa brevedad. Mientras en los estados de Atlántico sur se hacían los descubrimientos y se instalaban los asentamientos con el consentimiento de la corona, bajo su patronazgo, y en la mayoría de los casos, a cargo de miembros de la nobleza, las secciones del norte, especialmente en Nueva Inglaterra, corrían a cargo de la iniciativa personal. No había ningún deseo de independencia, aunque la autonomía política, y sobre todo, la religiosa, constituían los ideales de los colonizadores puritanos. Esa autonomía religiosa había sido considerada, en términos generales, como sinónimo de libertad religiosa. Pero pasaron muchos años y se hicieron muchos ensayos antes de que aquellos se establecieran en Nueva Inglaterra. El sistema colonial inglés dependía mucho más de la empresa privada que el español; había menos consideración por la autoridad a menos que ésta estuviera representada por la ley. La colonización inglesa era más afín con la portuguesa en sus tendencias comerciales, y superior a la francesa en la facultad de combinarse y organizarse con un propósito dado. La independencia de carácter era, en general, una herencia de su origen del norte, el respeto de la ley es una tradición específicamente inglesa. No hay duda de que la influencia de Nueva Inglaterra ha contribuido grandemente al notable crecimiento de Estados Unidos. La ascensión y expansión sin igual de Estados Unidos se debe principalmente a la iniciativa privada en un comienzo, que luego se sometió voluntariamente a los requerimientos de la organización y a una política religiosa tolerante (más adelante) que abrió el país a todos los elementos extranjeros que pudieran ser beneficiosos. Estos rasgos, sin embargo, no se debían tanto al carácter inglés como al norteamericano que se desarrolló después de que las colonias norteamericanas alcanzaran su independencia, y que los tipos del norte y del sur iniciaran un contacto mayor. Existía un notable contraste entre la posición asumida por la Iglesia Católica hacia los indios y la actitud del protestantismo. La introducción de la prensa en México (alrededor de 1536) se efectuó especialmente para promover la educación de los indígenas. El clero, sobre todo las órdenes regulares (franciscanos, dominicos y otras, y más tarde, a una escala mayor los jesuitas) se convirtieron no sólo en maestros sino en protectores de los nativos. El objetivo de la Iglesia, de cuerdo con la corona, era proteger a los indios y defenderlos de los abusos inevitables de los funcionarios de baja categoría y de los colonos. Por eso en Hispanoamérica, los indios ha perdurado más que en todas las demás regiones y ha pasado a ser un elemento bastante útil. Los intentos de crear comunidades indígenas bajo el control exclusivo de los eclesiástico demostró tener mucho éxito hasta la expulsión de los jesuitas, momento en que todos los resultados benéficos se perdieron irremisiblemente. Los esfuerzos de los protestantes fueron mayormente individuales y recibieron poca o ninguna ayuda del estado. Desde el punto de vista inglés, el indio era y es considerado como un estorbo para la civilización; eliminarlo de manera tajante, mediante la fuerza o cualquier otro medio, ha dictado una política completamente contraria a los principios de paciencia y tolerancia de los que hacen gala a grandes voces. Aunque debemos reconocer que el indio mismo está también en falta. Su extremado conservadurismo al rehusar adoptar un modo de vida de acuerdo con los dictados del progreso, exaspera y provoca las medidas agresivas por parte de los blancos. El motivo de este deseo de conservar sus costumbres descansa principalmente en las ideas religiosas de los indígenas, conocidas imperfectamente hasta el momento actual.

Los Negros

Mucho mejor que los aborígenes americanos, el negro se ha asimilado a las condiciones de vida postcolombinas. Aunque su vida fue deplorable durante siglos, y aunque condenamos severamente cualquier clase de esclavitud, no se puede negar que a través de ella fue introducido en la vida civilizada y adoptó las ideas a las que los indios permanecieron ajenos. Ya hemos hablado de la república negra de Haití.


LA ERA DE LA INDEPENDENCIA AMERICANA

La emancipación de las colonias americanas del control europeo cambió la configuración política del continente, tanto del norte como del sur. De las posesiones británicas de Norteamérica tal como existían hasta 1776, sólo Canadá sigue perteneciendo a la Corona Británica. Las otras colonias se convirtieron en Estados Unidos de América. Hispanoamérica rompió su dependencia de la madre patria y se dividió para formar la República de México; Guatemala, Honduras, San Salvador, Nicaragua, Costa Rica, León y Panamá son las repúblicas centroamericanas; las repúblicas antillanas de Haití, Santo Domingo y Cuba, y en Suramérica se encuentran las repúblicas de Venezuela. Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina y Chile. Jamaica sigue siendo posesión británica; Puerto Rico, posesión de Estados Unidos. Las Antillas menores aun pertenecen a las potencias que las poseían antes de 1776, a saber: Inglaterra, Francia, Holanda, Dinamarca y Suecia. En el continente, Honduras Británica y la Guayana Británica; Holanda, la Guayana Holandesa o Surinam; y Francia, la Guayana Francesa o Cayena. Se supone que unos cambios de esta envergadura hayan tenido una influencia considerable en la situación de la Iglesia Católica que está tan íntimamente relacionada con la historia de la civilización del Nuevo Mundo. No obstante, la independencia de las colonias europeas no afectó mayormente la posición de la Iglesia en América. En Estado Unidos, la Iglesia ha florecido bajo la forma republicana de gobierno. En Hispanoámerica, las nuevas condiciones afectaron a la Iglesia más fuertemente, no siempre en su beneficio. La falta de estabilidad en la política de los estados suramericanos ha influenciado a menudo el comportamiento de los gobiernos hacia la Iglesia, que algunas veces, han desencadenado persecuciones, como fue el caso en México. Los intentos de hacer intervenir a los indígenas en el gobierno, algo para lo que no estaban preparados, ha tenido como resultado, en algunas partes, no sólo el alejamiento de su protectora y maestra, sino que también ha fomentado el deseo de volver a las condiciones de vida primitivas e incivilizadas. Afortunadamente, el desarrollo de muchos de estos países ha contrarrestado esas tendencias, y actualmente, hasta un punto muy considerable, ha conseguido controlarlos. La ruptura con España puso al clero hispanoamericano en relación directa con la Santa Sede, lo que resultó ser muy ventajoso para la religión. Las órdenes regulares, especialmente los jesuitas, han sufrido persecución en algunos países suramericanos. En México han sido suprimidos oficialmente, pero esas medidas extremas duran el tiempo que sus autores permanecen el poder.

No tenemos datos suficientes para calcular la población católica en América. Incluso en Estados Unidos, el número dado generalmente de “alrededor de 14.000.000” es una conjetura más o menos exacta. Los pueblos hispanoamericanos pueden clasificarse, por lo menos oficialmente, como católicos. Lo mismo puede decirse de los indios, aunque el número de aborígenes está comprobado muy imperfectamente. Sin embargo, no nos equivocaremos si decimos que la mitad de la población de América es católica, por lo menos de nombre. Nada más que Estados Unidos solamente tiene catorce arzobispados, ochenta y nueve obispados, y dos vicariatos apostólicos. El resto de América se divide en ciento cincuenta y nueve diócesis, cincuenta y cuatro de las cuales son sede de metropolitanos. Hoy en día (1907), hay dos cardenales americanos: John Gibbons, Arzobispo de Baltimore (creado en 1886) y Joaquim Arcoverde de Albuquerque Cavalcanti, Arzobispo de Río de Janeiro en Brasil (creado en 1905). ( Para saber más sobre los logros de los misioneros católicos famosos y de los exploradores del Nuevo Mundo, ver artículos bajo sus nombres respectivos. El pretendido descubrimiento precolombino también ha sido tratado en forma separada.)


Bibliografía:

En este artículo sólo cabe señalar los estudios generales sobre etnografía y lingüística. La literatura de estos temas expresada en monografías encuentra su lugar en los artículos sobre tribus y lenguajes indígenas y en los artículos bibliográficos. La gran colección de monografías especiales iniciada por el afamado Mayor Powell, bajo los títulos de Informes de la Oficina de Etnografía de Washington comprende unos veinticinco volúmenes; su contenido no está restringido a los temas norteamericanos. Se debería consultar cuidadosamente esta colección. El dominico fray Gregorio García ha publicado en forma de investigación sobre el origen de los indios ,un compendio general de etnografía americana, con referencia a la lingüística, más completo que el de ninguno de sus predecesores. La primera edición del “Origen de los Indios” apareció en Madrid en 1607, una segunda edición muy ampliada vio la luz en una publicación hecha por Barcia en 1729. En el siglo XVI, un cierto número de trabajos sobre cosmografía contienen noticias de las costumbres de los aborígenes americanos, pero la información es pobre y, en su mayor parte, obtenida de segunda mano, excepto lo que se refiere a Hispanoamérica. La compilación de López de Velasco, escrita de 1571 a 1574, “Geografía y Descripción Universal de las Indias” (Madrid, 1816) se hizo sin emplear un juicio crítico y resulta superficial. En el siglo XVII, la gran obra de Cobo, “Historia del Nuevo Mundo” (de 1653, pero sólo editada a finales del siglo pasado) es altamente importante para la etnología suramericana; el libro de Horn “De Originibus Americanis” es sobre todo, una obra de controversia. El libro excepcional del Rabino Manasés ben Israel “De los Aborígenes del Nuevo Continente”, se dedica a establecer la descendencia de los indios de los hebreos, y la “Historia de los Indios americanos” de James Adair (Londres, 1775) va más allá que su predecesor judío, lo mismo que hace Boudinot en su “Investigación del Lenguaje de los Indios americanos” (Trenton, 1816). Dichos libros están dedicados al comentario de una teoría favorita y abarcan un campo mayor de datos dispersos: no se limitan a tribus y regiones específicas. La investigación sistemática de la etnografía americana y la lingüística empezó en el siglo pasado (París, 1724). Pronto se vio que un verdadero adelanto sólo podía lograrse mediante la investigación especial y la división de todo el campo por estudiar. De modo que se separó la lingüística de la etnografía ya a finales del siglo XVIII. Entre 1773 y 1783, Court de Greblin publicó “Essai sur le Rapports des Mots” en nueve volúmenes. Por la misma época, Abbat Hervas escribió « Idea del Universo » (21 volúmenes, 1778-1781); el vigésimo segundo volumen de esta obra (Foligno, 1792) proporcionaba un catálogo de los lenguajes conocidos en la época, disección filológica, vocabulario políglota, aritmética (numerales), etc. El “Mitrídates” de Vater (1809-1817) continuó el trabajo comenzado por Adelung en 1806 bajo el mismo título. En 1815 publicó también “Linguarium Totius Orbis Index Alphabeticum quórum Grammaticam Lexica”, etc (Berlín, 1815), una edición alemana que apareció en 1847, “Literatur der Grammatiken Lexica und Wortersammlungen aller Sprachen der Erde” (segunda edición. Berlín, 1847). En 1826, Adrian Balbi publicó en París “Atlas Ethnographique du Globe” en donde se clasificaban y contabilizaban las lenguas entonces conocidas. Aunque no tan completa como las obras mencionadas, aunque de carácter general es “A View of the American Indians” de Worsley ( Londres, 1828); “Researches “ de McCullah, Jr., (1829); y “Remarks on the Indian Languages of North America! de Pickering (Filadelfia, 1836). Con el rápido incremento de material en tiempos modernos, las obras generales sobre los lenguajes americanos se volvieron cada vez más arduas y el tratamiento monográfico de temas y grupos especiales los está reemplazando. Esto también ocurre con la etnografía americana. El estudio sistemático de esta rama, incluyendo, por supuesto, la lingüística, empezó en Estados Unidos limitándolo a las tribus o grupos. Poco a poco se ha combinado con la observación práctica. Albert Galatin en “Sinopsis of the Indian Tribes in the United States East of the Rocky Mountains and in the British and Russian Possessions of North America” Cambridge, 1836) fue el último en iniciar un estudio sistemático; “Archaeologia” (Worcester, 1820 y Cambridge, 1836) y “Transactions of the American Ethnological Society” (Nueva York, 1845 y 1848) contienen los primeros resultados del método de estudio mejorado. Las obras de Schoolcraft, especialmente “The Historical and Statistical Information respecting the History, Condition and Prospects of the Indian Tribes of the United States” (Filadelfia, 1851-1855) se extendieron en el tema. En México,, la obra de Orozco y Berra “Geografía de la Lengua y Carta Etnográfica de México” (México, 1864) es la obra existente más comprensiva y general. Alcide d’Orbigny en “L’Homme Américain” (París, 1839), ha estudiado a los indios de las vastas regiones suramericanas y sus lenguajes, tanto como fuera posible en su tiempo. La antropología americana ha sido tratada en pocas obras. La “Anthropologie der Naturvolker” de Waite; la “Volkerkunde de Pascal (Leipzig, 1877, 4ª edición; traducción al inglés Londres, 1876 ); y “History of Mankind” (traducción inglesa, Londres, 1896 y 1898); y “Anthropogeographie” de Ratzel (Stuttgart, 1889 y 1891) demuestran la falta de conocimiento práctico de los países y de la gente que describen. El trabajo general reciente más importante sobre los aborígenes americanos son: Morga: “Systems of Consanguinity and Affinity in the Human Family” (Washington, 1871); “Ancient Society” (Nueva Yorrk, 1878); y especialmente Brinton, “The american Race” (Nueva York, 1891). Tanto los estudiantes como el lector en general harán bien, sin embargo, en confrontar estos trabajos compresibles mediante una lectura cuidadosa de la literatura monográfica constantemente en crecimiento de los distintos grupos y tribus de indios americanos

Escrito por Ad. F. Bandelier. Transcripto por Michael Donahue. Traducción de Estela Sánchez Viamonte