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Martes, 23 de abril de 2024

Alba

De Enciclopedia Católica

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Una blanca vestimenta de lino con mangas ajustadas, que llega cerca del suelo y está asegurada alrededor de la cintura por una faja (enrollada). En el pasado ha sido conocida por muchos nombres: linea o tunica linea, por el materia del cual está hecho; poderis, tunica talaris, o simplemente talaris, por el hecho de que llega la los pies (tali, tobillos), camisia, por el parecido de la prenda a una camisa; alba, (blanca), por su color; y finalmente, alba Romana, este último aparentemente en contraposición con la túnicas más cortas que gustaban fuera de Roma (cf. Jaffé-Löwenfeld, "Regesta", 2295). De ellos casi solamente el nombre alba sobrevive. Otro uso de la palabra alba, comúnmente en el plural albæ (vestidos), aparece en escritores medievales. Se refiere a las vestimentas blancas que usan los nuevos bautizados en Sábado Santo y llevan puestas hasta el Segundo Domingo de Pascua (Domingo Inferior), el que consecuentemente es conocido como dominica in albis (deponendis), el domingo de (despojarse de) las vestimentas blancas. Esta túnica, sin embargo, vá a ser más convenientemente tratada bajo el término “Crismal”. Por los usos mencionados, ambos, Domingo Inferior y Domingo de la Trinidad, junto con los días precedentes parece que han sido a veces llamados Albæ. Posiblemente el nombre de nuestro Pequeño Domingo, el Domingo después de los bautismos de Pentecostés, podría derivar de una práctica similar. En este artículo trataremos sobre el orígen, simbolismo, uso, forma, ornamentación, material y color del alba.

Es impopsible hablar con certeza acerca del origen de esta vestimenta. Liturgistas medievales e.g. Ruperto de Deutz, eran favorables a la opinión que las vestimentas Cristianas en general eran derivadas de las del sacerdocio Judío, y que el alba en particular representa el Kethonet, una blanca túnica de lino sobre la cual leemos en el Exodo, xxviii, 39. Pero una túnica blanca también formó parte del atuendo ordinario tanto de Romanos como Griegos bajo el Imperio y la mayoría de las autoridades modernas, e.g. Duchesne y Braun, piensan innecesario buscar más el origen de nuestra alba. Esta opinión es confirmada, primero, por el hecho de que en las escenas Eucarísticas de los frescos de las catacumbas (e.g. aquellos indicado por Monseñor Wilpert en su “Fractio Panis”) la túnica blanca de abajo, no siempre se observa; y, segundo, por el silencio de lo primeros escritores Cristianos bajo circunstancias que nos llevan a esperar alguna alusión a la relación entre las vestimentas Judías y Cristianas, si alguna se hubiera reconocido (cf. Hieron., "Ad Fabiolam" Ep. 64, P.L., XXII, 607). El hecho de que una blanca túnica de lino fuera también una característica común del atavío secular hace difícil determinar la época a la que debemos asignar la introducción de nuestra presente alba como un atuendo distintivamente litúrgico. La palabra alba, en verdad, no nos encuentra infrecuentemente en conexión con las vestimentas eclesiásticas de los primeros siete siglo, pero no podemos argüir con toda seguridad la identidad de la cosa con la identidad del nombre. Por el contrario, cuando encontramos menciones de un alba en la "Expositio Missæ: "de San German de París (f. 576), o en los cánones del Cuarto Sínodo de Toledo (663), parece claro que la vestimenta apuntada era de la naturalea de una dalmática. Por tanto solamente podemos decir que las palabras de llamado Cuarto Sínodo de Cartago (c. 398), "ut diaconus tempore oblationis tantum vel lectionis albâ utatur," se pueden o no referir a una vestimenta semejante a nuestra alba. La escasa evidencia disponible ha sido cuidadosamente discutida por Braun (Priesterlichen Gewänder, 24), y concluye que en los primeros siglos alguna clase de túnica blanca especial, era generalmente usada por los sacerdotes debajo de la casulla, y que con el transcurso del tiempo ella comenzó a ser considerada como litúrgica. Una oración mencionando “la túnica de la castidad”, que es asignada al sacerdote en el Misal Stowe, ayuda a confirmar esta opinión, y una confirmación similar se puede conformar de las figuras de los mosaicos de Ravena, aunque no podemos asegurar que estos últimos nos hayan sido preservados inalterados. Antes del tiempo de Rabano Mauro, quien escribió su "De Clericorum Institutione" en 818, el alba habíase convertido en una parte integra del atuendo sacramental del sacerdote. Rabano la describe exhaustivamente (P. L., CVII, 306). Estaba para ser puesta después del amito. Estaba hecha, dice, de lino blanco, para simbolizar la auto negación y la castidad correspondiente al sacerdote. Colgaba hasta los tobillos, para recordarle que estaba obligado a practicar obras buenas hasta el final de su vida. En la actualidad el sacerdote, al ponerse el alba dice esta oración: “Purifícame, Oh Señor, de toda mancha, y limpia mi corazón, que lavado por la Sangre del Cordero pueda disfrutar los deleites eternos”. El simbolismo ha cambiado, evidentemente poco desde el siglo noveno.

Con relación al uso del alba, la práctica ha variado de época en época. Hasta la mitad del siglo doce, el alba fue la vestimenta que todos los clérigos usaban cuando ejercían sus funciones y Ruperto de Deutz menciona que, en grandes festivales, tanto en su propio monasterio como en Cluny, no solamente aquellos que oficiaban en el santuario, sino que todos los monjes en sus puestos usaban albas. El alba fue también usada en este período en todas las funciones religiosas, e.g. al darle Comunión a los enfernos, o cuando asistían a un sínodo. Sin embargo, desde el siglo doce, la cota o sobrepelliz ha sido gradualmente sustituida por el alba en el caso de todos lo clérigos salvo aquellos en grados mayores, i.e. subdiácono, diácono, sacerdote y obispo. En el presente el alba es poco usada fuera del momento de la Misa. En todas las otras funciones es permitido para los sacerdotes usar el sobrepelliz.


Más allá de algún alargamiento o contracción de sus dimensiones laterales no se ha producido gran cambio en la forma del alba desde el siglo noveno. En las Edades Medias la vestimenta parece haber sido hecha para quedar bastante ajustada a la cintura, pero se amplió abajo de tal modo que el borde inferior, en algunos casos, medía hasta como cinco yardas, o más, de circunferencia. No hay duda de que en la práctica era plisada y hecha colgar tolerablemente cerca de la figura. Hacia fines del siglo dieciseis nuevamente, cuando los atuendos voluminosos estaban en boga en todos lados, San Carlos Borromeo prescribió una circunferencia de por sobre siete yardas para el inferior del alba. Pero su regulación, aunque aprobada, no puede decirse que haya sido una ley para la Iglesia en su totalidad.

Mucha mayor diversidad se ha mostrado en la ornamentación del alba. En los primeros tiempos encontramos el borde inferior decorado con un ribete tanto rico como profundo. Similares bordados adornaban las muñecas y el caputium (apertura de la cabeza), i.e. el cuello. En el siglo trece la moda de los “adornos”, que aparentemente se originaron en el norte de Francia, rápidamente se tornó generalizada. Ellos eran parches oblongos de rico brocado, o bordados, cosidos sobre la parte inferior del alba tanto adelante como atrás. Similares parches eran adjuntados a las muñecas, produciendo casi el efecto de un par de puños. Otro parche se cosía a menudo sobre el pecho o espalda, y a veces en ambos. Muchos nombres les fueron dados a estos adornos. los más comunes fueron paruræ, plagulæ, grammata, gemmata. Esta costumbre, aunque permaneció por siglos, y en Milan sobrevive hasta la actualidad, finalmente se abandona ante la introducción del encaje como ornamentación. El uso del encaje, aunque permitido, nunca perderían el caracter de pura decoración. Las Albas, con encaje llegando encima de las rodillas, no son, hablando estrictamente, en règle, aunque hay un decreto especial del 16 de Junio de 1893, tolerando las albas con encaje debajo del cinturón para los cánones en Misa, en los dias de fiesta solemne. Anteriormente un decreto de la Congregación de Ritos, prohibió cualquier forro de color detrás de las mangas y puños, o encaje con el cual se pudiera ser decorada, por un más reciente decreto (12 de Julio de 1892 sancionó la práctica. En cuanto a su material, el alba debe ser confeccionada de lino (tejido de lino o cáñamo): por tanto el algodón o la lana están prohibidos. El color debe ahora ser blanco. Se ha generado mucha discusión por el frecuente hallazgo en los inventarios de albas, que aparentemente no cumplen con ninguna de estas regulaciones. No solamente leemos sobre albas azules, rojas y hasta de albas negras, sino que son frecuentemente mencionadas albas de seda, terciopelo y tejidos de oro. Ha sido sostenido que en muchos casos tales designaciones deben ser consideradas como referidas a los adornos con los que las albas eran ornamentadas; también las albas de seda, terciopelo, etc. eran probablemente túnicas o dalmáticas. Pero hay un residuo de casos que es imposible explicar satisfactoriamente, y la prevalencia por lo menos de albas azules parece ser comprobado por las miniaturas de antiguos manuscritos. Más aún, el uso de seda y colores en lugar de albas de lino blanco ha permanecido hasta nuestros días en instancias aisladas, tanto en Occidente como en Oriente. Puede agregarse que, como otras vestimentas sacerdotales, el alba necesita ser bendecida antes de usarse.


Escrito por Herbert Thurston.

Transcripto por Wm Stuart French, Jr.

Dedicado a la Hermana Regina Marie, MICM Traducido por Luis Alberto Alvarez Bianchi Bibliografía J. BRAUN, Die priesterlichen Gewänder des Abendlandes (Freiburg, 1897), 16-43. Este es el único tratado satisfactorio que abaca todo el terreno. ROCK, The Church of our Fathers (2d ed., London. 1903), I, 347-73; DUCHESNE, Christian Worship (tr., Londres, 1903), 381; MACALISTER, Ecclesiastical Vestments (Londres, 1894); MARRIOTT, Vestiarium Christianum (Londres, 1868); The Month, September, 1898, 269-77; BARBIER DE MONTAULT, Le costume et les usages ecclésiastiques, II, 231-242 (Paris, 1900); KRAUS, Real-Encyclopädie, s. v. Albe; ROHAULT DE FLEURY, La Messe (Paris, 1889), VII, 11-26; BOCK, Die liturgischen Gewänder des Mittelalters, II, 31-50 (Bonn, 1866); HINZ, Die Schatzkammer der Marienkirche zu Danzig (Danzig, 1870); VON HEFELE, Beiträge, II, 167-174 (Tübingen, 1864); BRAUN, Zeitschrift f. christ. Kunst, art. Vestments of the Castle of St. Elia, XII, 352-55 (1900).