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Jueves, 28 de marzo de 2024

Abraham

De Enciclopedia Católica

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La forma original del nombre, Abram, es aparentemente el término Asirio Abu-ramu. Es dudoso si el significado usualmente atribuido a esa palabra, "padre excelso", es correcto. El significado dado a Abraham en Génesis 17:5 es juego popular de palabras, y el significado real es desconocido. El Asiriólogo Hommel sugiere que en el dialecto Minoico, la letra hebrea Hê("h") se escribe para prolongar la a. Quizás aquí podemos tener la derivación real de la palabra, y Abraham puede ser solamente una forma dialéctica de Abram.

La historia de Abraham está contenida en el Libro del Génesis, 11:26 a 25:18. Primero daremos un breve resumen de la vida del Patriarca, como se relata en esa parte del Génesis, luego discutiremos en secuencia el tema de Abraham desde los puntos de vista del Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, historia profana, y leyenda.

Breve resumen de la vida de Abraham

Téraj tuvo tres hijos, Abram, Najor y Aram. Abram se casó con Sarai. Téraj tomó a Abram y su esposa Sarai, y a Lot, el hijo de Aram, quien había muerto, y dejando Ur de Caldea, vino a Jarán y vivió allí hasta su muerte. Entonces, respondiendo al llamado de Dios, Abram, con su esposa Sarai, y Lot, y el resto de sus posesiones, fueron a la Tierra de Canaán, entre otros lugares a Siquem y Betel, donde construyó altares al Señor. Una hambruna estalló en Canaán, Abram viajó hacia el sur a Egipto, y cuando había entrado al país, temiendo ser asesinado a causa de su esposa, le rogó a esta que dijera que era su hermana. La noticia de la belleza de Sarai llegó hasta el Faraón, y él la condujo a su harén, y brindó honores a Abram en consideración a ella. Después, sin embargo, encontrando que ella era la esposa de Abram, la despachó ilesa, y reprendiendo a Abram por lo que había hecho, lo expulsó de Egipto. De Egipto, Abram vino con Lot hacia Betel, y allí, encontrando que sus rebaños y ganados habían crecido mucho, propuso que se separaran y fueran por sus propios caminos. Así, Lot escogió el país alrededor del Jordán, mientras que Abram vivió en Canaán, y vino y habitó en el valle de Mambré en Hebrón. Ahora, a causa de una sublevación de los reyes de Sodoma y Gomorra y otros reyes contra Codorlahomor, rey de Elam, después de haberle servido durante doce años, éste en el año décimocuarto hizo una guerra contra ellos con sus aliados, Tadal rey de Naciones, Anrafel rey de Senaar, y Arioc rey de Ponto. El rey de Elam salió victorioso, y había ya llegado a Dan con Lot como prisionero, y cargado con el botín, cuando fue alcanzado por Abram. Con 318 hombres, el patriarca lo sorprende, lo ataca y lo derrota, rescata a Lot y el botín y regresa triunfante. En su camino a casa, se encuentra con Melquisedec, rey de Salem quien presenta pan y vino, y lo bendice, y Abram le da diezmos de todo lo que tiene; pero para sí mismo no se reserva nada. Dios promete a Abram que su descendencia será como las estrellas del cielo y que él poseerá la tierra de Canaán. Pero Abram no ve cómo será eso, porque ya se ha vuelto viejo. Entonces la promesa es garantizada por un sacrificio entre Dios y Abram, y por una visión y una intervención sobrenatural durante la noche. Sarai, quien había envejecido y había abandonado la idea de parir hijos, persuadió a Abram a tomar a su criada, Agar. El así lo hace, y Agar estando encinta, desprecia a la estéril Sarai. Sarai la maltrata por esto, así que ella huye al desierto, pero es persuadida a regresar por un ángel que la conforta con promesas de grandeza del hijo que va a dar a luz. Ella retorna y da a luz a Ismael. Trece años más tarde, Dios se aparece a Abram y le promete un hijo de Sarai, y que su posteridad será una gran nación. Como signo, le cambia el nombre de Abram por Abraham, el de Sarai por Sara, y ordena el rito de circuncisión. Un día después, estando sentado Abraham en su tienda, en el valle de Mambré, Yahveh se le aparece con dos ángeles en forma humana. Él les muestra su hospitalidad. Entonces de nuevo le es renovada a Abraham la promesa de un hijo llamado Isaac. La envejecida Sara escucha con incredulidad y se ríe. Entonces se le informa a Abraham sobre la inminente destrucción de Sodoma y Gomorra debido a sus pecados, pero obtiene de Yahveh la promesa de que no las destruirá si encuentra diez justos allí. Luego sigue una descripción de la destrucción de las dos ciudades y el escape de Lot.

La mañana siguiente, Abraham, mirando desde su tienda hacia Sodoma, ve subiendo al cielo el humo de la destrucción. Después de esto, Abraham se desplaza hacia el sur a Gerara, y temiendo nuevamente por su vida dice de su esposa, "ella es mi hermana". El rey de Gerara, Abimelec, envía por ella y la toma, pero conociendo en un sueño que ella es la esposa de Abraham, la regresa sin tocarla, y lo reprende y le da regalos. En su ancianidad Sara da a Abraham un hijo, Isaac, y es circuncidado en el octavo día. Mientras él es todavía joven, Sara está celosa, viendo a Ismael jugando con el pequeño Isaac, así que procura que Agar y su hijo sean arrojados fuera. Entonces, Agar habría dejado a Ismael perecer en el desierto, si un ángel no la hubiese animado hablándole del futuro de su hijo. Abraham está próximo a sostener una disputa con Abimelec acerca de un pozo en Bersabee, la cual termina en un convenio entre ellos. Fue después de esto que tiene lugar la gran prueba de fe de Abraham. Dios le manda sacrificar a su único hijo Isaac. Cuando Abraham tiene su brazo levantado y está en el acto de golpear, un ángel del cielo detiene su mano y le hace la más maravillosa promesa de la grandeza de su posteridad como consecuencia de su completa fe en Dios. Sara muere a la edad de 127 años, y Abraham, habiendo comprado a Efrón el Hitita la cueva en Macpela cerca de Mambré, la sepulta allí. Su propia carrera no está aún enteramente terminada, pues primero que todo toma una esposa para su hijo Isaac, Rebeca de la ciudad de Nacor en Mesopotamia. Luego él se casa con Cetura, vieja como él, y de ella tiene seis hijos. Finalmente, dejando todas sus posesiones a Isaac, muere a la edad de 170 años, y es sepultado por Isaac e Ismael en la cueva de Macpela.

Punto de vista del Antiguo Testamento

Abraham puede ser referido como el punto de arranque o fuente de la religión del Antiguo Testamento. De modo que desde los días de Abraham, los hombres se acostumbraron a hablar de Dios como el Dios de Abraham, mientras que no encontramos a Abraham refiriéndose en la misma forma a cualquiera anterior a él. Así tenemos al criado de Abraham hablando de "el Dios de mi padre Abraham" (Gen. xxiv, 12). Yahveh, en una aparición a Isaac, habla de sí mismo como el Dios de Abraham (Gen. xxvi, 24), y para Jacob El es "el Dios de mi padre Abraham" (Gen. xxxi, 42). Así, también, mostrando que la religión de Israel no comienza con Moisés, Dios dice a Moisés: "Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham" etc. (Ex. iii, 6). La misma expresión se usa en los Salmos (xlvi, 10) y es común en el Antiguo Testamento. Abraham es así escogido como el primer comienzo o fuente de la religión de los hijos de Israel y el origen de su cercana relación con Yahveh, a causa de su fidelidad, fe y obediencia a y en Yahveh, y por la promesa de Yahveh a él y a su descendencia. Así, en Génesis, xv, 6, se dice: "Abram creyó en Dios, y ello le fue reputado en justicia". Esta fe en Dios fue demostrada por él cuando dejó Jarán y viajó con su familia al país desconocido de Canaán. Fue probada fundamentalmente cuando estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo Isaac, en obediencia a un mandato de Dios. Fue en esa ocasión cuando Dios dijo: "Porque tú no has perdonado a tú único hijo engendrado por amor a mí, Yo te bendeciré" etc. (Gen. xxii, 16,17). Es a esta y otras promesas hechas tan a menudo por Dios a Israel, que los escritores del Antiguo Testamento se refieren una y otra vez en confirmación de sus privilegios como el pueblo escogido. Estas promesas, que se registra haber sido hechas no menos de ocho veces, son que Dios dará la tierra de Canaán a Abraham y su descendencia (Gen., xii, 7); que su descendencia se acrecentará y multiplicará como las estrellas del cielo; que él mismo será bendito y que en él "serán benditas todas las naciones de la tierra" (xii, 3). En consecuencia, la opinión tradicional de la vida de Abraham, como se registra en el Génesis, es que es historia en el estricto sentido de la palabra. Así el Padre Hummelauer, S.J., en su comentario sobre el Génesis en el "Cursus Scripture Sacrae" (30), en respuesta a la pregunta sobre de qué autor procedió primero la sección sobre Abraham, replica, de Abraham como la primera fuente. En efecto, él igualmente dice que está todo en un mismo estilo, como una prueba de su origen, y que el Pasaje, xxv, 5-11, concerniente a los bienes, muerte, y sepultura de Abraham viene de Isaac. Debe, sin embargo, añadirse que es dudoso si el Padre Hummelauer se adhiere todavía a estas opiniones, escritas antes de 1895, puesto que él ha modificado mucho su posición en el volumen sobre el Deuteronomio.

Una opinión bastante diferente sobre la sección del Génesis que trata de Abraham, y en efecto de todo el Génesis, es asumida por eruditos críticos modernos. Ellos, casi unánimemente, sostienen que la narración de la vida del patriarca está compuesta prácticamente en su totalidad de tres escrituras o escritores llamados el Javista, el Eloista, y el escritor eclesiástico, y denotados por las letras J, E y P. J y E consistían de colecciones de historias relativas al patriarca, algunas de origen más antiguo, otras más recientes. Quizá las historias de J muestran una mayor antigüedad que las de E. No obstante, los dos autores son muy semejantes y no siempre es fácil distinguir uno del otro en el relato combinado de J y E. A partir de lo que podemos observar, ni el Javista ni el Eloista fue un autor personal. Ambos son más bien escuelas, y representan las colecciones de muchos años. Ambas colecciones fueron cerradas antes del tiempo de los profetas; J en algún momento en el siglo noveno A.C., y E en los comienzos del siglo octavo, el primero probablemente en el Reino Sur, el último en el Norte. Luego, hacia el final del reino, tal vez debido a la inconveniencia de tener dos relatos rivales de las historias de los patriarcas, etc., un redactor R.JE( ?) combinó las dos colecciones en una, conservando en lo posible las palabras de sus fuentes, haciendo tan pocos cambios como fuese posible para ajustarlas una a la otra, y tal vez siguiendo principalmente a J en el relato de Abraham. Entonces, en el siglo quinto, un escritor que evidentemente pertenecía a la casta sacerdotal, puso por escrito nuevamente un relato de la historia primitiva y patriarcal, desde el punto de vista sacerdotal. Le asignó gran importancia a la claridad y la exactitud; sus relatos de cosas son a menudo moldeados en la forma de fórmulas (cf. Génesis, i); es muy peculiar acerca de las genealogías, como también de las notas cronológicas. La vivacidad y el color de las narraciones patriarcales más antiguas, J y E, son deficientes en la última, que en su mayor parte es tan formal como un documento legal, aunque a veces no es carente de dignidad y aún de majestad como es el caso del primer capítulo del Génesis. En fin, la moral que puede sacarse de los diferentes eventos narrados, es más claramente expresada en este tercer escrito y, según los críticos, el punto de vista moral es aquel del siglo quinto A.C. Finalmente, después del tiempo de Esdras, esta última historia, P, fue unificada con la ya combinada narración J.E. por un segundo redactor R.JEP, siendo el resultado la actual historia de Abraham, y en realidad el libro actual del Génesis; aunque con toda probabilidad se hicieron inserciones en una fecha aún posterior.

Punto de vista del Nuevo Testamento

La generación de Jesucristo es rastreada por San Mateo hasta Abraham, y aunque en Genealogía de Nuestro Señor, según San Lucas, él es señalado como descendiente según la carne no solo de Abraham sino también de Adán, no obstante, San Lucas muestra su apreciación de los frutos del linaje de Abraham, atribuyéndole todas las bendiciones de Dios sobre Israel a las promesas hechas a Abraham. Esto hace en el Magnificat, i, 46, y en el Benedictus, i, 68. Más aún, en la medida que el Nuevo Testamento sigue la huella de Jesucristo desde Abraham, así lo hace de todos los Judíos; no obstante, cuando esto hace, está acompañado de una nota de advertencia, no sea que los Judíos se imaginen que tienen derecho a poner su confianza en el hecho de su descendencia carnal de Abraham, sin nada más. Así (Lucas, iii, 8), Juan el Bautista dice: "No comencéis a decir: Tenemos a Abraham por nuestro padre, porque yo os digo que de estas piedras, puede Dios hacer nacer hijos a Abraham". En Lucas, xix, 9 el Salvador llama al pecador Zaqueo un hijo de Abraham, así como de igual forma llama hija de Abraham a una mujer a quien él había sanado (Lucas, xiii,16); pero en este y muchos casos similares, no es simplemente otra manera de llamar a los Judíos e Israelitas, exactamente como a veces se refiere a los Salmos bajo el nombre general de David, sin implicar que David escribió todos los Salmos, y como llama al Pentateuco los Libros de Moisés, sin pretender zanjar la cuestión de la autoría de esa obra. No es a la descendencia carnal de Abraham a lo que se le atribuye importancia; más bien, es a la práctica de las virtudes atribuidas a Abraham en el Génesis. Así en Juan, viii, los Judíos, a quienes Nuestro Señor estaba hablando, alardean (33): "Nosotros somos los hijos de Abraham", y Jesús les replica (39): "Si sois los hijos de Abraham, obrad como Abraham". San Pablo, también muestra que él es hijo de Abraham y se vanagloria en ese hecho como en II Cor. xi, 22, cuando exclama: "Ellos son los hijos de Abraham como lo soy yo". Y de nuevo (Rom., xi, 1): "Yo también soy un Israelita, del linaje de Abraham", y se dirige a los Judíos de Antioquía en Pisidia (Actos, xiii, 26) como "hijos del linaje de Abraham". Pero, siguiendo la enseñanza de Jesucristo, San Pablo no atribuye demasiada importancia a la descendencia carnal de Abraham; pues él dice (Gal., iii, 29): "Si sois de Cristo, entonces sois herederos de Abraham", y de nuevo (Rom., ix, 6): "No todos los que son de Israel son Israelitas; ni todos los que son descendientes de Abraham, sus hijos". Así también podemos observar en todo el Nuevo Testamento la importancia atribuida a las promesas hechas a Abraham. En los Hechos de los Apóstoles, iii, 25, San Pedro recuerda a los Judíos la promesa, "en tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra". Así hace San Esteban en su discurso antes del Concilio (Actos, vii), y San Pablo en la Epístola a los Hebreos, vi, 13. No fue la fe del anciano patriarca inferior a la elevada idea de ella expresada por los escritores del Nuevo Testamento. El pasaje del Génesis más destacado antes de ellos era xv, 6: "Abraham creyó en Dios, y ello le fue reputado en justicia". En Romanos, iv, San Pablo arguye vigorosamente por la supremacía de la fe, de la cual dice que justificó a Abraham, "si Abraham fuese justificado por las obras, tendría de qué gloriarse, pero no delante de Dios". La misma idea es inculcada en la Epístola a los Gálatas, iii, donde se discute la cuestión: "Recibisteis el espíritu por las obras de la ley, o por la obediencia de la fe?" San Pablo decide que es por la fe y dice: "Luego los que tienen fe serán justificados con el fiel Abraham". Es claro que este lenguaje, tomado tal cual, y separadamente de la absoluta necesidad de buenas obras sostenida por San Pablo, es propenso a descarriar y efectivamente ha descarriado a muchos en la historia de la Iglesia. Por consiguiente, a fin de apreciar por completo la doctrina Católica de la fe, debemos suplementar a San Pablo por Santiago. En ii, 17-22, de la Epístola Católica leemos: "Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma. Pero alguien dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras, muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré mi fe por las obras. Tú crees que hay un solo Dios. Haces bien; también lo creen los demonios y se estremecen. Pero quieres saber, ¡oh hombre vano!, que la fe sin obras está muerta? No fue nuestro padre Abraham justificado por sus obras, y por las obras su fe se hizo perfecta?"

En el capítulo séptimo de la Epístola a los Hebreos, San Pablo entra en una larga discusión concerniente al sacerdocio eterno de Jesucristo. El recuerda las palabras del Salmo 109 más de una vez, en el cual se dice: "Tú eres un sacerdote eterno según el orden de Melquisedec". Recuerda el hecho de que Melquisedec es etimológicamente el rey de justicia y también rey de paz; y más aún, que no solamente es rey, sino también sacerdote del Altísimo Dios. Entonces, teniendo en cuenta que no se tiene conocimiento de su padre, madre o genealogía, ni registro alguno de sus herederos, se asemeja a Cristo rey y sacerdote; no Levita ni de acuerdo al orden de Aarón, sino un sacerdote eterno de acuerdo al orden de Melquisedec.

A la luz de la Historia Profana

Uno se inclina a preguntar, cuando considera la luz que la historia profana puede arrojar sobre la vida de Abraham: No es increíble la vida del patriarca? La pregunta puede ser, y es contestada en diferentes formas, de acuerdo al punto de vista del interrogador. Tal vez no carezca de interés citar la respuesta del Profesor Driver, un hábil y representativo exponente de las opiniones críticas moderadas:

Contienen las narraciones patriarcales improbabilidades históricas intrínsecas? O, en otras palabras, hay algo intrínsecamente improbable en las vidas de los distintos patriarcas, y las vicisitudes por las cuales respectivamente pasan? Al considerar este interrogante, debe hacerse una distinción entre las diferentes fuentes de las cuales están compuestas éstas narraciones. Aun cuando detalles particulares en ellas pueden ser improbables, y aunque la representación puede, en algunas partes, estar coloreada por lo religioso y otras asociaciones de la edad en la que fueron escritas, no puede decirse que las biografías de los tres primeros patriarcas, como se exponen en J y E, sean, generalmente hablando, históricamente improbables; los movimientos y vidas generales de Abraham, Isaac y Jacob son, tomadas en su conjunto, creíbles. (Genesis, p. xlvi).

Tal es la opinión moderada; la postura avanzada es algo diferente. "La opinión asumida por la paciente crítica reconstructiva de nuestros días es que, no solo religiosamente, sino aún, en un sentido cualitativo, históricamente también, las narraciones de Abraham merecen nuestra atención" (Cheyne, Encyc. Bib., 26). Volviendo ahora a mirar la luz arrojada por la historia profana sobre los relatos de la vida de Abraham como se dan en el Génesis, tenemos primero que todo, las narraciones de historiadores antiguos, como Nicolás de Damasco, Berosio, Hecateo, y similares. Nicolás de Damasco dice cómo Abraham, cuando salió de Caldea vivió por varios años en Damasco. En efecto, en Josefo se dice haber sido él el cuarto rey de esa ciudad. Pero entonces no hay duda práctica de que este relato se basa en las palabras del Génesis, xiv, 15, en el cual se menciona el pueblo de Damasco. En cuanto al gran hombre al cual se refiere Josefo como mencionado por Berosio, no hay nada para mostrar que ese gran hombre fuese Abraham. En la "Praeparatio Evang." de Eusebio se registran extractos de numerosos escritores antiguos, pero no puede atribuirse a ellos algún valor histórico. En efecto, en cuanto concierne a los historiadores antiguos, podemos decir que todo lo que conocemos de Abraham está contenido en el libro del Génesis. Un asunto mucho más importante e interesante es el valor atribuible a los recientes descubrimientos arqueológicos de exploradores Bíblicos y otros en el Oriente. Arqueólogos como Hommel, y más especialmente Sayce, están dispuestos a asignarles una gran significancia. Ellos dicen, en efecto, que estos descubrimientos arrojan un serio elemento de duda sobre muchas de las conclusiones de los críticos históricos. De otra parte, críticos avanzados como Cheyne al igual que moderados como Driver, no tienen en muy alta estima las deducciones hechas por estos arqueólogos a partir de la evidencia de los monumentos, sino que las consideran como exageraciones. Para dejar el asunto más claro, citamos lo siguiente del Profesor Sayce, para facilitar al lector ver por sí mismo, lo que él piensa (Early Hist. Of the Hebrews, 8): "Se han encontrado tablillas cuneiformes relativas a Codorlahomor y los otros reyes del Oriente mencionados en el capítulo 14 del Génesis, mientras que en la correspondencia de Tel-el-Amarna, el rey de Jerusalén declara que él había sido elevado al trono por el 'brazo' de su Dios, y fue por consiguiente, un Sacerdote-rey como Melquisedec. Pero Cordorlahomor y Melquisedec hacía mucho tiempo habían sido proscritos al campo mítico y la crítica no admitiría que un descubrimiento arqueológico los hubiese restituido a la historia real. Por consiguiente, escritores en complaciente ignorancia de los textos cuneiformes, dijeron a los Asiriólogos que sus traducciones e interpretaciones eran igualmente erróneas". Ese pasaje dejará en claro, qué tanto están en desacuerdo los críticos y los arqueólogos. Pero nadie puede negar que la Asiriología ha arrojado alguna luz sobre las historias de Abraham y los otros patriarcas. Así el nombre de Abraham fue conocido en aquellos tiempos remotos; pues entre otros nombres Cananeos y Amorreos encontrados en escrituras de venta de ese período están los de Abi-ramu, o Abram, Jacob-el (Ya'qub-il), y Josef-el (Yasub-il). Así, también, respecto al capítulo catorce del Génesis, que relata la guerra de Codorlahomor y sus aliados en Palestina, no hace tanto tiempo que la crítica lo relegó a la región de la fábula, bajo la convicción de que Babilonios y Elamitas en Palestina y la tierra circundante era un burdo anacronismo en esa fecha remota. Pero ahora el Profesor Pinches ha descifrado ciertas inscripciones relativas a Babilonia en las que los cuatro reyes, Amrafel Rey de Senaar, Arioc Rey de Ponto, Codorlahomor Rey de los Elamitas, y Tadal Rey de Naciones, son identificados con el Rey Hammurabi de Babilonia, Eri-aku, Kudur-laghghamar, y Tuduchula, hijo de Gaza, y que habla de una campaña de estos monarcas en Palestina. Así que nadie puede seguir asegurando que la guerra de la que se habla en el Génesis, xiv, puede ser solamente un reflejo tardío de las guerras de Senaquerib y otros en los tiempos de los reyes. De las tablillas de Tel-el-Amarna sabemos que la influencia Babilónica era predominante por aquellos días en Palestina. Más aún, tenemos luz, arrojada por las inscripciones cuneiformes, sobre el incidente de Melquisedec. En Génesis, xiv, 18, se dice: "Melquisedec, el Rey de Salem, presentando pan y vino, porque era el sacerdote del Altísimo Dios, lo bendijo". Entre las cartas de Te-el-Amarna hay una de Ebed-Tob, Rey de Jerusalén (la ciudad es Ursalim, i.e. ciudad de Salim, y se habla de ella como Salem). El es sacerdote designado por Salem, el dios de Paz, y es por tanto rey y sacerdote. De la misma manera, Melquisedec es sacerdote y rey, y naturalmente viene a saludar a Abraham que regresa en paz; y por tanto, también Abraham le ofrece a él como sacerdote un diezmo de los botines (Nota del Traductor: botín de guerra). De otra parte, debe decirse que el Profesor Driver no admitirá las deducciones de Sayce a partir de las inscripciones en cuanto a Ebed-Tod, y no reconocerá analogía alguna entre Salem y el Altísimo Dios.

Tomando la arqueología en conjunto, es indudable que no se han logrado resultados definitivos en cuanto a Abraham. Lo que ha salido a la luz es susceptible de diferentes interpretaciones. Pero no hay duda de que la arqueología está poniendo término a la idea de que las leyendas patriarcales son simple mito. Se muestra que ellas son algo más que eso. Un estado de cosas está siendo descubierto en los tiempos patriarcales, muy consistente con mucho de lo que se relata en el Génesis, y a veces, hasta confirmando aparentemente los hechos de la Biblia.

Punto de vista de la Leyenda

Llegamos ahora a la cuestión: Hasta dónde la leyenda juega una parte en la vida de Abraham como se registra en el Génesis. Es una pregunta práctica e importante, porque es muy discutida por críticos modernos y todos ellos creen en ella. Al establecer la opinión crítica sobre el asunto, no se me debe interpretar como que estoy dando mis propias opiniones también.

Hermann Gunkel, en la Introducción a su Comentario sobre el Génesis (3) escribe: "Es innegable que hay leyendas en el Antiguo Testamento, considérese por ejemplo las historias de Sansón y Jonás. Por lo tanto no es asunto de creencia o escepticismo, sino meramente una cuestión de obtener mejor conocimiento, para examinar si las narraciones del Génesis son historia o leyenda." Y de nuevo: "En un pueblo con una facultad poética tan altamente desarrollada como Israel tendría que existir también un lugar para la leyenda. La confusión absurda de 'leyenda' con 'mentira' ha inducido a gente buena a vacilar en admitir que hay leyendas en el Antiguo Testamento. Pero leyendas no son mentiras; por el contrario, son una forma particular de poesía." (Nota del Traductor: la confusión de que habla el autor parece deberse a la similitud sonora de los términos en inglés "legend" y "lying").

Estos pasajes dan una muy buena idea de la posición actual del Criticismo Histórico relativo a las leyendas del Génesis, y de Abraham en particular.

El primer principio enunciado por los críticos es que los relatos de las épocas primitivas y de los tiempos patriarcales se originaron entre la gente que no practicaba el arte de la escritura. Entre todos los pueblos, dicen ellos, la poesía y la leyenda fueron el primer comienzo de la historia; así fue en Grecia y Roma, así fue en Israel. Estas leyendas fueron puestas en circulación y transmitidas por tradición oral, y contenían, no hay duda, un núcleo de verdad. Muy a menudo, donde se usan nombres individuales, estos nombres no se refieren en realidad a individuos, sino a tribus, como en Génesis, x, y los nombres de los doce Patriarcas, cuyas migraciones son las de las tribus que ellos representan. No ha de suponerse, por supuesto, que estas leyendas no son más antiguas que las colecciones J, E y P en las cuales ellas ocurren. Ellas estuvieron en circulación siglos antes y por largos períodos de tiempo, siendo más cortas aquellas de origen más antiguo, más largas aquellas de origen posterior, a menudo más bien cuentos que leyendas, como aquella de José. No todas ellas eran de origen Israelita; algunas eran Babilónicas, algunas Egipcias. En cuanto a cómo surgieron las leyendas, esto sucedió, dicen ellos, en muchas formas. A veces la causa fue etimológica, para explicar el significado de un nombre, como cuando se dice que Isaac recibió su nombre porque su madre reía (cahaq); algunas veces fueron etnológicas, para explicar la posición geográfica, el infortunio o prosperidad de una cierta tribu; algunas veces histórica, algunas veces ceremonial, como el relato que explica el convenio de la circuncisión; de vez en cuando geológica, como la explicación de la apariencia del Mar Muerto y sus alrededores. Leyendas etiológicas de este género forman una clase de aquellas que se encuentran en las vidas de los patriarcas y otras partes en el Génesis. Pero hay otras, además, que no nos interesan aquí.

Cuando tratamos de descubrir la época de la formación de las leyendas patriarcales, nos confrontamos con una cuestión de gran complejidad. Porque no es solamente el asunto de la formación de las simples leyendas separadamente, sino también de la combinación de estas en leyendas más complejas. El criticismo nos enseña que ese período habría terminado alrededor del año 1200 A.C. Luego habría seguido el período de reconstrucción de las leyendas, así que hacia 900 A.C., habrían asumido sustancialmente la forma que ahora tienen. Después de esa fecha, mientras las leyendas conservaron en esencia la forma que habían recibido, fueron modificadas de muchas maneras para colocarlas en conformidad con el patrón moral del día, empero, no tan completamente que las ideas más antiguas y menos convencionales de una época más primitiva no se asomaran de vez en cuando a través de ellas. Al presente, también, muchas colecciones de las leyendas antiguas parecen haber sido hechas casi en la misma forma que, según nos lo dice San Lucas al comienzo de su Evangelio, muchos habían escrito relatos de su propia autoría sobre la vida de Nuestro Salvador. Entre otras colecciones, estaban aquellas de J en el Sur y E en el Norte. Mientras otras perecieron, estas dos sobrevivieron, y fueron suplementadas hacia el final del cautiverio por la colección de P, que se originó en medio de ambientes sacerdotales y fue escrita desde el punto de vista ceremonial. Aquellos que sostienen estas opiniones afirman que es la fusión de estas tres colecciones de leyendas, lo que ha conducido a confusión en algunos acontecimientos de la vida de Abraham como por ejemplo el caso de Sarai en Egipto, donde su edad parece inconsistente con su aventura con el Faraón. Hermann Gunkel escribe (148): "No es extraño que la cronología de P despliegue por todas partes las más absurdas rarezas cuando se introduce en las leyendas antiguas; como un resultado, Sara es todavía a los sesenta años, una hermosa mujer a quien los Egipcios buscan capturar, e Ismael es llevado en hombros de su madre después de que es un joven de diez y seis años."

La colección de P estaba destinada a tomar el lugar de la antigua colección combinada de J y E. Pero la vieja narración tenía un firme arraigo en la imaginación y el corazón del pueblo. Y así, la colección más reciente fue combinada con las otras dos, utilizándose como fundamento de todo, especialmente en la cronología. Es esa narración combinada la que ahora poseemos.

J. A. HOWLETT

Transcrito por Tomas Hancil

Traducido por Daniel Reyes V.

JMGK