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Viernes, 19 de abril de 2024

Abadía de Santos Vicente y Anastasio

De Enciclopedia Católica

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(TRIUM FONTIUM AD AQUAS SALVIAS)

Ubicados cerca de Roma, conectados y perteneciendo al monasterio se encuentran tres santuarios. El primero, la Iglesia de San Pablo de las Tres Fuentes, está erigida sobre el lugar donde San Pablo fue decapitado por orden de Nerón. La leyenda dice que la cabeza, al separarse del cuerpo rebotó, golpeando el suelo en tres lugares diferentes de donde brotaron las fuentes que fluyen en la actualidad y que se encuentran en el propio santuario. El segundo, dedicado originalmente a la Virgen Bendita, bajo el título de “Nuestra Señora de los Mártires”, está construido sobre las reliquias de San Zenón y sus 10,203 legionarios que fueron martirizados allí por orden de Diocleciano en 299. En esta iglesia está el altar “Scala Coeli” del cual la iglesia recibió el nombre actual. En su perímetro, además, está la iglesia y monasterio dedicado a los santos Vicente y Anastasio, construido por el Papa Honorio I en 626 y entregado a los benedictinos, quienes se hicieron cargo de los dos santuarios más antiguos, además de atender su propia iglesia. La abadía fue ricamente dotada, particularmente por Carlomagno, quien le entregó Orbitello y otros once pueblos los que constituían un territorio considerable sobre el que el abad ejercía jurisdicción ordinaria (abbatia nullius).

Hacia la mitad del siglo séptimo la persecución infligida sobre los monjes orientales por los monotelitas obligó a muchos de ellos a buscar amparo en Roma, y para ellos esta abadía fue su refugio. Estos la tuvieron en posesión hasta el siglo X, cuando fue cedida a los cluniacenses. En 1140 el Papa Inocencio II les quitó la abadía y se la confió a San Bernardo, quien fundó una comunidad con monjes de Claraval nombrando a Pedro Bernardo de Paganelli como su primer abad. Pedro Bernardo cinco años después se convertiría en el Papa Eugenio III.

Cuando Inocencio cedió el monasterio a los cistercienses, llevó a cabo reparaciones en la iglesia y de las celdas monásticas para acomodarlas a los usos de la orden. De los catorce abades regulares que gobernaron la abadía, varios, además del Beato Eugenio III, fueron nombrados cardenales, legados u obispos. En 1221, el Papa Honorio III, restauró nuevamente la iglesia de San Vicente y San Anastasio y la consagró personalmente al mismo tiempo que siete cardenales consagraban los siete altares que se encontraban en su interior. El Cardenal Branda (1419) fue el primer abad comendador y después de él este cargo fue frecuentemente ocupado por un cardenal. Los papas Clemente VII y VII, en su etapa de cardenales se cuentan entre los que ocuparon esta posición. León X en 1519 autorizó a los religiosos a elegir a su propio superior regular, un prior claustral independiente del abad comendador, quién a partir de este momento fue siempre un cardenal. Desde 1625, cuando la abadía fue afiliada a la Congregación Cisterciense de San Bernardo en Toscaza, hasta su supresión durante la invasión napoleónica (1812), el superior local fue un abad regular, pero sin perjuicio del abad comendador. El más conocido de esta serie de abades regulares fue el segundo, Don Fernando Ughelli, quién fue uno de los más famosos literatos de su época y el autor de Italia Sacra y de otros trabajos.

Los santuarios estuvieron desiertos desde 1812 hasta que en 1826 León XII los retiró del cuidado nominal de los cistercienses y los transfirió a los Frailes Menores de Observancia Estricta. Sin embargo los deseos del pontífice no se cumplieron; el ambiente estaba tan enrarecido que ninguna comunidad podía sobrevivir. En 1867 Pío IX nombró como Abad Comendador de los Santos Vicente y Anastasio a su sobrino, el Cardenal Milesi-Ferretti, quién se empeñó en rescatar a los abandonados santuarios no solo de la reinante desolación material, sino que también se preocupó por que fueran debidamente atendidos por ministros de Dios. Para lograr su objetivo consiguió que el cuidado de las iglesias le fuera encargado nuevamente a los cistercienses. Una comunidad fue creada allí en 1868 desde La Grande Trappe para instituir la vida regular e intentar al mismo tiempo hacer más saludables esas tierras que de por haber estado tanto tiempo abandonadas habían sido llamadas la tomba (la tumba) de la Campiña Romana. Ayudados por Pío IX, al menos mientras este retuvo el reinado temporal, y por otros amigos, en especial Monseñor de Mérode, los monjes pudieron cubrir sus necesidades básicas. La usurpación de 1870 privó a Pío IX de poder seguir brindándoles ayuda y después, cuándo el gobierno italiano confiscó las propiedades religiosas ellos tuvieron el mismo destino de otras órdenes. Los monjes permanecieron en Tres Fuentes, primero pagando rentas y después (1886) comprándosela de forma definitiva al gobierno, junto con un área de 1234 acres. Ellos inauguraron métodos modernos para eliminar la malaria, enfermedad que había sido un obstáculo para su salud en el pasado para lo que plantaron una enorme cantidad de eucaliptos y otros árboles. Este experimento fue exigido por el gobierno en el contrato de venta. La prueba fue tan exitosa que actualmente el vecindario es casi tan saludable como la mismísima Roma. El abad comendador actual (1912 N. del T.) es el Cardenal Oreglia di S. Stephano, decano del Sacro Colegio y el Administrador es el Muy Reverendo Don Agustín Marre, Abad General de los Cistercienses Reformados.

UGHELLI, Italia Sacra (Venice 1717-21); BACCETI, Septimianae Historiae libri septem (Rome, 1724); BLESER, Guide du voyageur catholique a Rome (Louvain, 1881); MONBET, L'Abbaie des Trois Fontaines situee aux Eaux Salviennes (Lyon, 1869); MANRIQUE Annales Cist. (Lyon, 1642); LE NAIN, Essai sur 1'histoire de l'Ordre de Citeaux (Paris, 1696); JANAUSCHEK, Originum Cisterciensium, I (Vienna, 1878); OBRECHT, The Trappists of the Three Fountains in Messenger of the Sacred Heart (New York, 1894); LISI, Trappa delle Tre Fontane (Rome 1883); GAUME, Les Trois Rome (Paris, 1842); Archives of the Abbey of Tre Fontane.

Escrito por Edmond M. Obrecht.

Transcrito por Joseph E. O'Connor.

Traducido por José Andrés Pérez García