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Jueves, 28 de marzo de 2024

Óleo de enfermos: bendición en el contexto de la Misa crismal

De Enciclopedia Católica

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Contenido

Introducción

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El tejido de la liturgia está entrelazado de muchos elementos. Hay signos litúrgicos de una gran carga evocativa y espiritual (incensar, inclinarse, postrarse, extender las manos); elementos materiales, creados, como el óleo, el agua, el pan y el vino; incluye acciones rituales: unciones, baño de agua, imposición de manos, comida sacramental; hay Palabra, lecturas de la Escritura en las que Dios sigue hablando a los hombres, y Cristo proclama hoy su Evangelio (cf. SC 33); hay canto y música, para orar, alabar, entonar salmos e himnos. Y hay “Palabras litúrgicas”: la eucología –buenas palabras- que pronuncia la Iglesia dirigiéndose a su Señor; esta eucología mueve la inteligencia y la voluntad para orar y para proclamar rectamente los misterios de la fe.

Al elegir este tema y abordar un estudio así, lo hemos hecho movidos por una convicción muy arraigada: la necesidad de una mistagogia desde los mismos ritos de la liturgia y la contemplación sosegada del Misterio mediante la eucología. Cuando ésta es saboreada se abren nuevas perspectivas para la teología y para la espiritualidad, y viceversa: esta misma eucología reclama una profundización remitiendo una y otra vez a las fuentes fundamentales: la Biblia y la patrística, fuentes que siempre fueron la inspiración de la eucología.

Los bellísimos textos litúrgicos encierran las verdades de la fe con el ropaje de la liturgia, solemne, y con su estilo literario tan variado según el genio propio de cada familia litúrgica. Ellos, cuando son recitados con sentido y correcta entonación, cuando son meditados en la oración personal, nos unen al Señor con la plegaria de la Iglesia y nos adentran en los misterios de la fe. La liturgia deviene siempre así en maestra de la vida espiritual. Y alcanzamos otro beneficio: una visión nueva del misterio de la liturgia, en perspectiva teologal y teológica. La eucología es un elemento integrante de la liturgia y favorecedor de la oración y de la reflexión teológica, así como de la comprensión de la fe.

Al principio señalé que el objeto de este estudio lo acometía por una convicción muy arraigada en el valor e importancia de la eucología. Fue un descubrimiento apasionante para mi vida espiritual trabajar y saborear cordialmente la eucología mucho antes de entrar en el Seminario y desde entonces ha sido el método de trabajo interior. Asimismo, a lo largo de los años de ministerio ordenado, he comprobado el valor eficaz de la eucología cuando he abierto sus tesoros mistagógicamente en catequesis de adultos, en retiros y en Ejercicios espirituales, en homilías, en catequesis pre-bautismales y pre-matrimoniales, en preparación inmediata al sacramento de la Confirmación, etc. Quienes recibían esta mistagogia a partir de los textos litúrgicos y de los ritos, percibían la riqueza del sacramento y vivían la liturgia con una participación más plena, consciente, interior, activa, fructuosa (cf. SC 14).

Como consecuencia de lo dicho anteriormente, hemos decidido investigar un importante texto eucológico “mayor” que requiere, en cierto modo, un estudio interdisciplinar: ver el texto en sí, su estilo literario, sus fuentes inspiradoras o las fuentes que el mismo texto inspira, la teología que muestra explícitamente y lo que evoca implícitamente, la historia de su transmisión y de su empleo en la liturgia eclesial, el contexto litúrgico en que se pronuncia, etc. Por lo tanto había que acudir a la historia, a la dogmática, a la teología litúrgica, a las Escrituras, a la patrística, etc., para llegar a una visión completa de la oración litúrgica sin ignorar ninguno de sus aspectos.

Con este ánimo hemos estudiado lo más amplia y extensamente posible, dentro de los límites de una tesina de licenciatura, la plegaria de bendición del óleo de los enfermos en el contexto de la Misa crismal según el Misal romano de Pablo VI en su segunda edición típica.

Es un rito del todo especial, característico de nuestro rito romano, celebrado anualmente con solemnidad y con la participación de todo el pueblo de Dios (obispo, presbíteros, diáconos y fieles), es decir, la Iglesia. Rito impresionante, llamativo en el que participando la Iglesia local está presente la Iglesia Universal, la Católica. Sin embargo, había una primera impresión que luego se fue confirmando: la Misa crismal y su contenido sacramental e incluso los mismos óleos quedaban eclipsados por el aspecto clerical de la renovación de las promesas sacerdotales. En efecto, pocos estudios monográficos se hallan sobre la Misa crismal y las plegarias de bendición que en ella se efectúan. En los manuales de liturgia apenas una página, tal vez dos, para una somerísima presentación de la Misa crismal; tampoco los estudios sobre el año litúrgico amplían mucho más su consideración, salvo las honrosas excepciones de las obras de Righetti y Pascher. Igual suerte corrieron las plegarias de bendición de los óleos; la del santo Crisma es estudiada en algunos artículos especializados, pero la oración “Emitte”, centro de este estudio, o es mencionada de pasada en relación al Crisma, o lo que se ofrece de ella es apenas un comentario espiritual sin detenerse en su origen, fuentes, evolución, estructura, momento en que se recita y teología que encierra. Parecía, pues, un tema de estudio novedoso, en buena medida inédito, convirtiéndose en un reto para elaborar algo que fuera válido y no simple presentación o repetición de lo ya dicho en anteriores estudios.

Entre los pocos estudios que pudieran orientar, han resultado unos referentes claros el de Sorci, un artículo de Russo y otro de Farnés, como aparecen en la bibliografía y son citados numerosas veces a lo largo del estudio. Pero para conocer bien la Misa crismal y la plegaria “Emitte” había que acudir de primera mano a las fuentes litúrgicas y dejar que ellas hablasen sin intermediarios ni síntesis sobre el objeto estudiado: los sacramentarios Gelasiano Vetus, los Gelasianos del s. VIII, Gregoriano y Veronense; luego los Ordines Romani que describiesen la Misa del Crisma en la feria V; a continuación los Pontificales medievales, cada vez más prolijos y, finalmente, el Pontifical de Trento, el Ordo Hebdomadae sanctae de 1955, la edición del Pontifical de 1962, las primeras reformas de la Misa crismal en 1965 hasta llegar a los libros nacidos de la reforma litúrgica: el Misal romano de Pablo VI en su segunda editio typica y el Ordo de bendición de los óleos de 1970.

Con este estudio nos proponíamos alcanzar algunas metas en aquello que parecía menos explorado; primero, conocer la historia de la Misa crismal, su desarrollo en los distintos usos del rito romano (en Roma, en Galia y en Germania), su evolución y síntesis con el Pontifical romano hasta nuestros días. En segundo lugar, mediante los ritos, las lecturas y los textos, ver la teología que subyace en la Misa crismal teniendo presente su ubicación en el año litúrgico y el fin al que mira: la santa Vigilia pascual; en tercer lugar, considerando así el contexto, desgranar la oración “Emitte” en todos sus aspectos como otros estudios y artículos ya habían realizado con la plegaria de consagración del santo Crisma; en cuarto y último lugar, hallar el sentido y las gracias sacramentales de la Unción de enfermos a partir de esta plegaria de bendición del óleo.

El itinerario recorrido comienza por mostrar, en el capítulo I, el sentido de las unciones y su uso en la cultura en general, en el Antiguo y Nuevo Testamento y, finalmente, en la liturgia cristiana. En ésta, los óleos reciben una bendición para su aplicación sacramental, por lo que parecía conveniente ofrecer un elenco de bendiciones del óleo de los enfermos, de distintas épocas y familias litúrgicas, para ubicar luego mejor la oración “Emitte”.

El contexto de la Misa crismal ilumina el sentido y la teología de la plegaria “Emitte”. En el capítulo II, describiremos el origen de la Misa crismal, su evolución histórica hasta la reforma litúrgica emanada del Concilio Vaticano II con los libros litúrgicos actuales, incluyendo una presentación de sus actuales lecturas bíblicas y la eucología de esta Misa. La proximidad de la Misa crismal con la Pascua ofrece una luz nueva para interpretar el significado del óleo y de la santa Unción cuando se considera el valor de novedad de la Pascua, la sacramentalidad que brota de la Humanidad glorificada de Cristo, la creación redimida que ha entrado “ya, pero todavía no”, en el ésjaton definitivo, en el nuevo eón, porque los elementos materiales pueden ser ya instrumentos reales de la redención, portadores de gracia, transfigurados y traspasados por el Espíritu Santo del Kyrios glorioso. Todo ello desemboca, pues, en una preciosa teología, apenas esbozada.

Una vez visto el contexto, que nos orienta y ayuda en su explicación, pasamos a investigar la actual plegaria de bendición, abordando su análisis en el capítulo III. Como cualquier estudio eucológico, primero había que ver las fuentes bíblicas que de manera implícita o explícita conforman la plegaria litúrgica; después su redacción y transmisión en las fuentes litúrgicas: su presencia tanto en el sacramentario Gelasiano como en el Gregoriano (con leves variantes), y su permanencia, tal cual, hasta 1970. Desde entonces, con la promulgación del nuevo Ordo, la oración “Emitte” se enriqueció con algunos retoques, añadiéndosele la invocación a Dios y la parte anamnética. Tras el análisis litúrgico, un punto enriquecedor será su análisis celebrativo, ya que siempre se bendijo el óleo de los enfermos en el Canon, concluyendo con la fórmula “per quem haec omnia”. Práctica inmemorial de la Iglesia era bendecir alimentos y ofrendas en este momento, y en ese dinamismo de bendición se introdujo la bendición del óleo de los enfermos, uniendo creación y redención. Numerosísimos testimonios dan fe de ello brindando un panorama sugerente para la teología y la liturgia.

El capítulo IV se centra en el comentario teológico de la oración “Emitte”, siguiendo el esquema de las grandes plegarias: invocación, memorial y epíclesis-petición, destacando los temas teológicos en ella contenidos y sus raíces en la patrística.

La oración comienza con la invocación a Dios al que se le califica como Padre de todo consuelo y se rememora su acción consoladora mediante Cristo que fue enviado para cargar las dolencias y enfermedades de los hombres. Con estas expresiones se entronca con un lenguaje muy apreciado en la Tradición patrística y litúrgica, la de presentar a Cristo como Médico de los cuerpos y de las almas e incluso interpretar de forma nueva la parábola del buen samaritano refiriéndola a Cristo como sujeto de la acción misericordiosa.

La epíclesis suplica la bendición al Padre derramando desde los cielos el Espíritu Santo Defensor. Esta mínima referencia pneumatológica, sin adjetivos ni frases de relativo que amplíen la actuación del Paráclito, no deja de ser reveladora, pues al llamarlo Defensor apela a la acción del Espíritu que defiende al enfermo del mal de la enfermedad, del mal del dolor, del pecado y la tentación y del Maligno. Se derrama esta bendición sobre el aceite del leño verde, del olivo creado para alivio del hombre: Cristo será el verdadero, verde y fructífero olivo que todo lo unge, haciéndonos participar de su Unción en los distintos momentos y circunstancias de la vida, consagrándonos, santificándonos, dándonos su Espíritu Santo.

La oración prosigue con la petición donde se enumeran los efectos sacramentales que se esperan alcanzar con la santa Unción, efectos unos de tipo corporal y otros de tipo espiritual. Como el hombre es un ser unitario, creado con cuerpo y alma, el sacramento que incide sobre algo en principio corporal, el dolor y la enfermedad, debe tener repercusión sobre la carne del enfermo: así lo atestiguan las fuentes y la plegaria misma de la Iglesia; a la vez, su alma necesita fortaleza, alivio y paz en el sufrimiento y una perspectiva sobrenatural para vivir su fe, que será la de unirse al Señor en su misterio pascual.

Sin duda, la bendición del óleo de enfermos y su contexto, la Misa crismal, es un tema apasionante y novedoso, y a medida en que nos sumergíamos en él, más espacios de investigación y objeto de nuevos estudios, en los que no nos podemos detener en esta tesina (ya que hemos delimitado el objeto de nuestro trabajo) que pueden servir para nuevas investigaciones, como por ejemplo: el estudio de la eucología de la Misa ritual III: En la administración del viático; o las Misas y oraciones por diversas necesidades: Por los enfermos, 32; Por los moribundos, 33; Para pedir la gracia de una buena muerte, 46, etc.


Nos decía el beato Juan Pablo II en la Misa crismal del 8 de abril de 2004: “se trata de una celebración solemne y significativa, durante la cual se bendicen el santo crisma y los óleos de los enfermos y de los catecúmenos. Este rito invita a contemplar a Cristo, que asumió nuestra fragilidad humana y la hizo instrumento de salvación universal. A imagen suya, todos los creyentes, llenos de la unción del Espíritu Santo, son "consagrados" para convertirse en sacrificio agradable a Dios” (Juan Pablo II, Hom. en la Misa crismal, 8-abril-2004).

Es la riqueza de la liturgia actuando “per ritus et preces” (SC 48) la que siempre fascina a quien se acerca, con temblor y temor respetuosamente, a la obra de Dios Uno y Trino.

Capítulo I

Las unciones y bendición de los óleos

La liturgia cristiana, desde el principio, asumió las unciones tal como era práctica común reflejada en las Escrituras. Era un signo adecuado y una expresión clara de la acción de Dios. No tardó mucho en bendecir el óleo o consagrarlo con una plegaria que expresara su significado y el destino al que se emplearía. De esta manera se llega al óleo de los enfermos, al óleo para el exorcismo (o de catecúmenos) y al óleo de consagración (Crisma en Occidente, Myron en Oriente). Así, “los elementos naturales y su significado son asumidos y utilizados para indicar las intervenciones de Dios en la historia salutis... La novedad esencial del simbolismo bíblico se da –por consiguiente- por su carácter histórico-salvífico” [1].

Es conveniente, pues, adentrarse en el simbolismo del mundo bíblico para ser capaz de percibir el simbolismo específico de la liturgia y su alcance real; después, ver el uso del óleo en la liturgia y, finalmente, diversas bendiciones de los óleos en la eucología eclesial.

1. El aceite y sus diversos usos

El aceite y la unción son usados en toda la antigüedad en muchas culturas [2], en particular en la cuenca mediterránea, donde el olivo es muy abundante, árbol típico en su paisaje; se adapta bien a la tierra árida y sedienta, y su tronco retorcido y nudoso muestra su fuerza y longevidad. En esta cultura, el aceite de oliva ocupa un lugar esencial. “Las propiedades del aceite hacen de él en la antigüedad un elemento fundamental sobre todo en ámbitos no religiosos: por ejemplo en la medicina, donde protege, cura y alivia el dolor; en el deporte, por cuanto tonifica el cuerpo y da fuerza a la musculatura; en la cosmética utilizado para purificar la piel y para conferirle esplendor, o bien unidos a las esencias como perfume” [3].

El aceite evoca la abundancia y la prosperidad. Es el alimento esencial con el que Dios sacia a su pueblo fiel (Dt 11,14) y cuya privación es signo de castigo (Mi 6,15; Ha 3,17); expresa la felicidad que conocerá la comunidad de los elegidos en el mundo escatológico (Os 2,24) [4].

El aceite por sus propiedades lenitivas se emplea como remedio (Is 1,6; Jr 8,22; Mc 6, 13; Lc 10,34; St 5,14-15); “era un procedimiento médico o paramédico del que se esperaba la curación o, también, un cierto alivio. Se curaban con óleo las llagas y las heridas” . Formaba parte de la farmacopea de los antiguos. Los rabinos determinaron los casos en los que se podía hacer una unción de aceite y vino en sábado [6] .Incluso es utilizado en la purificación del leproso (Lv 14,15-18. 26-29).

El aceite evoca la luz como combustible que se consume al iluminar (Ez 27,20; Mt 25,3-5) y es empleado en la cocina para condimentar los alimentos (Ex 29,23; Lv 2,4) o para freír (1Cro 9,31; 1Cro 23,39; Lv 2,5) [7].

Perfumado, el óleo da suavidad, belleza, frescura; mantiene tersa la piel y la fortifica. Mezclado con esencias perfumadas, el óleo es símbolo de fiesta y alegría (Prov 27,9; Sal 132,2; Is 61,3; Am 6,6). Pero privarse de él, unido al ayuno, va unido a la tristeza o al duelo (Dn 10,3; 2S 12,20; Mi 6,15).

Es dispensado como gesto honorífico al huésped a quien se acoge; así se le brinda un signo de honor (Sal 22,5; Mt 26,6-13; Lc 7,38).

Otra aplicación de la unción, “es preparar a los difuntos por una unción a la vida en el otro mundo” .[8]. Al asear el cadáver, “el uso de aceites perfumados se impuso en los países de Oriente... En el momento en que se generaliza la fe en la resurrección de los muertos, el óleo perfumado tuvo que ponerse en relación con el óleo paradisíaco que devolverá la vida a los elegidos” [9] Dos alusiones hallamos en el evangelio a esta aplicación sobre el cuerpo de Jesús: una premonitoria, en Betania (Jn 12,7), y otra cuando en la mañana del domingo las mujeres miróforas van al sepulcro a ungir el cadáver (Mc 16,1; Lc 24,1).

El aceite es derramado para consagrar algo al Señor, dedicarlo en exclusiva a Él, como memorial de su acción salvífica: por ejemplo, Jacob en Betel (Gn 28,18; 35,14) o Moisés en la Tienda del encuentro y el altar de los holocaustos (Ex 40,9-10). Se emplea en los ritos consecratorios, marcando el paso del mundo profano al mundo sagrado. Así, la unción real expresa el poder de la elección divina (1S 10,1; 16,13; 2R 9,6; 1R 1,39) y así queda coronado el rey. También en la consagración del sacerdote se derrama el óleo [11]. Sumemos también la unción de los profetas (1R 19,16; Is 61,1) [12].

El Nuevo Testamento habla también de manera simbólica de la unción del cristiano para designar el don del Espíritu (2Co 1,21; 1Jn 2,20. 27) ; “aunque sin excluir una referencia al bautismo, aquí se trataría sobre todo del Espíritu Santo” [14].

Cabe recordar asimismo la utilización del aceite por los luchadores que se embadurnaban de él para resbalar fácilmente entre las manos del contrincante, y su empleo por los deportistas en los masajes. Da fuerza y agilidad a los músculos antes y después de las luchas y actividades.

Pero un uso nuevo es la unción a los enfermos que hallamos en Mc 6,7.13 y en St 5,14; “no tiene solamente un fin médico; es también salvífico” [15]. Consideremos con algo más de detenimiento este uso ya que es el objeto central de nuestro estudio. Según el contexto, Jesús les dio expresamente el poder de curar con el óleo (Mc 6,7) [16]. Si los apóstoles ungieron a los enfermos es porque “pensaron que ésta [la unción] se hallaba incluida en el mandato misional de Cristo” [17], y, “aunque el relato no afirma que Jesús encargara a los Doce ungir con aceite, tal unción se ajusta, sin duda, a sus designios, de forma que podemos equipararla a las acciones simbólicas del mismo Jesús” [18].En la carta del apóstol Santiago, se da una primacía de la oración sobre la acción de ungir [19]evitando una acción mágica o supersticiosa: su virtud curativa se da en función de la oración de fe. “La unción, el óleo, entonces, acompañada por la plegaria de la fe, hace presente la acción salvífica del Señor Jesús, que curó a tantos enfermos y ahora está sentado glorioso en el cielo” [20]salvando al enfermo, sea en su cuerpo, sea en su alma. Con mucha naturalidad se recomienda esta unción con la plegaria, lo cual hace suponer que se basa en una praxis vigente en esa región (tradiciones judías y esenias) [21], sin inventar rito alguno [22]; de esta forma, el uso medicinal habitual en las culturas antiguas es acogido y recibe un nuevo significado en Mc 6 y St 5,13 [23].

El aceite en la liturgia cristiana

Era una prolongación natural que el aceite, usado en la vida de Israel y mostrado en la Escritura, se integrara en la liturgia cristiana como elemento creado puesto al servicio del orden de la Gracia. Tan sólo una visión panorámica, sin entrar en detalles ni en el desarrollo histórico, nos puede orientar en los distintos óleos y sus usos litúrgicos.

El óleo es la materia central del sacramento de la Unción de enfermos. El rito romano incluye la oración del sacerdote, la imposición de manos al enfermo y la unción con una fórmula sacramental. En otros ritos, este sacramento es celebrado de forma más solemne y desarrollada: “entre los Sirios, su duración es de alrededor de tres horas. En todos los ritos requiere, a ser posible, la participación de varios sacerdotes” [24], y entre los bizantinos, “el Oficio del Óleo santo está confiado a siete sacerdotes que hacen cada uno de ellos una unción. Y cada una de ellas va acompañada de una doble lectura, epístola y evangelio” [25].

Tras el bautismo un óleo diferente, el de acción de gracias, era administrado por los presbíteros y a continuación el Obispo crismaba a los neófitos [26]. En los ritos de la iniciación cristiana, el óleo comunicaba el don del Espíritu Santo. Se unge con Crisma al párvulo recién bautizado y es el signo sacramental de la Confirmación. En Oriente, sin embargo, el párvulo es crismado por el sacerdote en el bautismo y recibe también la Eucaristía [27]. En el rito hispano-mozárabe, tras el bautismo, se crismaba al neófito en la frente haciendo la señal de la cruz y el Obispo le imponía las manos recitando una plegaria, tanto a los niños como a los adultos [28].

Con la unción con el santo Crisma, la configuración del cristiano con Cristo es plena mediante el Espíritu Santo. Remite, así pues, a “la realidad constitutiva del cristiano” junto al subrayado de su “consagración cristológica” [29]; se confiere el don del Espíritu Santo “que renueva en el crismado la experiencia de Pentecostés, según la tradición bíblica y la tradición litúrgica de las iglesias de Oriente y Occidente”, es símbolo del don permanente del Espíritu que es llamado “Sello”, tiene “valencia cristológica” y, finalmente, por ser óleo perfumado, se significa “la misión que el Espíritu asigna de difundir el buen perfume de Cristo” .[30].

El santo Crisma se emplea, no como materia sacramental, en el sacramento del Orden para los obispos y presbíteros en el rito romano, aquéllos ungidos en la cabeza, éstos en las manos [31]. La unción con el Crisma es un uso romano, desconocido en Oriente; sólo aquellas Iglesias que han recibido un influjo latino en su liturgia la han incorporado, como la liturgia maronita y la liturgia armenia [32]. Incluso en el rito hispano, la vinculación que tiene el obispo con el Espíritu Santo, llevó a que en las exequias del obispo uno de los ritos fuese derramar Crisma en la boca del difunto epíscopo: “et aperiens ei os, mittit crismam in ore” [33] ; y aunque las fuentes nada dicen de la crismación en el rito de ordenación, hay quien piensa que este gesto de verter Crisma sobre el obispo difunto es un recordatorio de su unción en el rito de ordenación [34].

El ritual de la dedicación de iglesias y consagración del altar incluye la unción con el Crisma del altar y de los pilares, cuatro o doce [35]. En nuestro rito hispano-mozárabe tenemos un vestigio de esa práctica: un canto con su antífona “ad oleandum altare” . Los ritos orientales practican igualmente la unción del altar con el Myron, en Siria a mediados del siglo IV, en Bizancio en el siglo VI [37]. Entre los Caldeos y los Coptos, el único rito para dedicar una iglesia “es la unción del altar recién erigido con el myron o con un aceite solemnemente consagrado para tal fin” [38] por el obispo en el transcurso de la misma celebración [39].Se da, además, un paralelismo evidente entre la iniciación sacramental del cristiano (baño, unción, vestidura, cirio, comunión eucarística) y la dedicación de la iglesia (aspersión, unción, vestición del altar, iluminación del templo, celebración eucarística) [40].

Uso hermoso y significativo es verter el Crisma durante la plegaria de bendición del agua bautismal. En el rito hispano-mozárabe, después de exorcizar las aguas, se derrama el óleo; “Ildefonso ve en esta mezcla del óleo con las aguas la presencia del Espíritu Santo” [41]. Los ritos orientales, por su parte, incorporaron la infusión del Myron durante la plegaria de bendición del agua bautismal [42].La infusión del Crisma y el óleo de los catecúmenos en la bendición del agua bautismal duró en el rito romano hasta el Misal de 1970, que simplificó los ritos durante esta plegaria [43]. Esto hace que el rito romano en la actualidad sea uno de los pocos cuya bendición del agua bautismal no emplea el signo de la infusión del santo Crisma.

Finalmente, un tercer óleo, llamado algunas veces “óleo de exorcismo” y comúnmente ahora “óleo de los catecúmenos”. Es ésta una unción de combatiente; fortifica al catecúmeno para la lucha suprema contra las potencias del mal, disponiéndolo a la renuncia a Satanás, a la profesión de fe cristiana y a sumergirse en las aguas bautismales. Antes de bendecir el agua bautismal, los catecúmenos reciben una unción pre-bautismal en las familias litúrgicas orientales, con el óleo de los catecúmenos al que llaman “óleo de alegría” [44]. En el rito hispano-mozárabe, los catecúmenos, durante el oficio matutino del Domingo de Ramos, serán ungidos con el óleo trazando el signo de la cruz en las orejas y en la boca mientras el Obispo recita la fórmula Epheta [45]. En el rito romano, los catecúmenos son ungidos durante el catecumenado en distintos momentos y los párvulos también antes de la bendición del agua bautismal.

Las bendiciones de los óleos

La práctica de bendecir el óleo es antiquísima. Los textos litúrgicos hacen alusión a ello y ya en los siglos V-VI se empieza a reservar a una Misa solemne o a una liturgia especial, según las distintas familias litúrgicas. La Misa crismal, cuya historia veremos en el siguiente capítulo, es un ejemplo significativo.

Cada óleo recibe su bendición: el óleo de catecúmenos, el santo Crisma y el óleo de los enfermos; son bendiciones que expresan la teología contenida en cada unción y de las que tenemos una gran cantidad de formularios a lo largo de la historia de la liturgia.

Referente al óleo para la Unción de enfermos, objeto de nuestro estudio, la tradición litúrgica nos ha legado bastantes piezas eucológicas que, sin alcanzar la solemnidad y el desarrollo literario de la consagración del Crisma, ofrecen en su formulario una visión de los efectos que se esperan alcanzar al ungir al enfermo. La variedad de formularios para bendecir el óleo revela que “el acento se desplazó muy pronto de la oración por el enfermo a la oración sobre el óleo... El efecto de la acción que se efectúa con el enfermo se atribuye casi siempre al aceite, el cual recibe su virtud del Espíritu Santo, a quien se invoca en la epíclesis” [46]. De hecho, las oraciones más antiguas que se conservan no son oraciones sobre el enfermo sino de bendición del óleo ; “tal bendición realizada por el obispo desde el principio constituye el gesto considerado como fundamental. En efecto, la bendición es considerada “sacramento” y no la acción misma de la unción” [48].

Ofrecemos, a modo de elenco, algunas de estas bendiciones sin entrar en su análisis detallado [49].

El documento litúrgico más antiguo que poseemos, referente al óleo de enfermos, es la Traditio Apostolica atribuida a Hipólito. Contiene una fórmula de bendición después del Canon –junto a la bendición del queso, uvas, etc.- dando gracias sobre el óleo:

“Si alguno ofrece óleo, que [el obispo] dé gracias, a la manera como se hizo la oblación del pan y del vino; no con las mismas palabras, sino con el mismo sentido, diciendo: Así como, santificando este aceite, tú concedes, oh Dios, la salud (santidad), a quienes son ungidos con él (se sirven de él) y lo reciben, te pedimos que este óleo, con el cual has ungido a los reyes, sacerdotes y profetas, procure del mismo modo refrigerio a quienes lo gustan y la salud a quienes lo utilizan” (n. 5) [50].

Las Constituciones Apostólicas, en el libro VIII, ofrece una bendición del óleo y del agua en cuyos efectos se enumera la curación y el exorcismo. Es un texto del siglo IV en la provincia de Siria muy difundido:

“Oh Señor de los ejércitos, Dios todopoderoso, creador de las aguas y dador del óleo, misericordioso y amigo de los hombres. Tú has dado el agua como bebida y como purificación y el óleo que hace brillar el rostro en el gozo y la alegría: santifica ahora tú mismo por Cristo esta agua y este óleo, a favor de aquél o de aquélla que lo han traído, y concédeles la fuerza de producir la salud, de expulsar las enfermedades, de poner en fuga a los demonios, de proteger la casa y de destruir todas las insidias, por Cristo nuestra esperanza; en Él a ti la gloria, el honor y la veneración en el Espíritu Santo por los siglos. Amén” [51].

El Eucologio del obispo Serapión, del siglo IV en el Bajo Egipto, nos ofrece “la más rica de las oraciones primitivas para la bendición del óleo de enfermos” [52]. Presenta una oración para el óleo de los enfermos o para el pan o para el agua, que incluye un exorcismo; es terapéutica y alude a la causa última de la enfermedad que es el pecado; pide a Dios que conceda fuerza curativa al aceite:

“Concede la fuerza de la salud a estas criaturas, de modo que se aleje toda fiebre, todo demonio, toda enfermedad, y su recepción se convierta en remedio para la salud y en remedio para la integridad en el nombre de tu Unigénito Jesucristo.

Te rogamos a ti, que posees toda fuerza y poder, salvador de todos los hombres, Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo: te suplicamos que el poder de curación se difunda sobre este óleo desde el cielo de tu Hijo único; que los que reciban la unción o participen de estos elementos sean librados de todo mal y de toda enfermedad para vencer toda potencia satánica, alejar todo espíritu impuro, expulsar todo espíritu malo, extirpar toda fiebre, temblor y debilidad, conceder la gracia y la remisión de los pecados, recibir el remedio de la vida y de la salvación, procurar la salud y la integridad del alma, del cuerpo y del espíritu y la plenitud de la fuerza, para que sea glorificado el nombre de Jesucristo que por nosotros fue crucificado y resucitó, llevó nuestras enfermedades y flaquezas y que volverá a juzgar a los vivos y a los muertos” [53].

La Iglesia Ambrosiana de Milán, a finales del siglo XI o principios del XII incorpora el ritual romano de la bendición del óleo de enfermos y desde entonces, como en Roma, este óleo se bendijo en la Misa del Jueves Santo con la fórmula Emitte. Pero antes, esta bendición la realizaba el presbítero en el momento de la Unción y mediante diferentes fórmulas que los manuscritos milaneses nos han conservado y algunas, además, se recogen en el Pontifical romano-germánico.

Una de estas fórmulas ambrosianas es la oración “Domine sancte, gloriose...” con parentesco con la fórmula romana “Emitte”:

“Señor santo, Dios glorioso, eterno, omnipotente: te suplicamos insistentemente tu sublime clemencia; que te dignes bendecir y santificar esta criatura del aceite y envíes a tu Espíritu Paráclito, que llenó el orbe terrestre, sobre este aceite que mandaste fluir del verde leño, para que, si alguno fuere untado con ella o la gustare, le sirva para fortaleza del alma y del cuerpo. Expulse la mala salud, sacuda las tentaciones del diablo, aparte los ardores crecientes de la fiebre y la causa de cualquier dolor, para que, robustecido en la fe santa, te dé gracias eternamente, Dios Padre omnipotente” .

Y una segunda oración ambrosiana es la “Domine qui studio”, destacando una economía salvífica mediante las criaturas para la salud de las almas y de los cuerpos:

“Señor, que por el deseo de la salvación del hombre comunicaste a tus criaturas la fuerza de bendición para que también por medio de las criaturas temporales se concediera la salud en nuestros tiempos para utilidad de la santificación de las almas, infunde tu santificación a este aceite, para que de aquellos cuyos miembros fueren ungidos ahuyente las insidias del poder adverso con la recepción del presente aceite, y expulse la debilidad con la gracia saludable del Espíritu Santo, y confiera plena salvación, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” .

La liturgia mozárabe y la galicana ofrecen fórmulas muy desarrolladas en la bendición del óleo, como es su estilo eucológico, prolijo, detallado.

Una primera fórmula es la oración “In tuo nomine” que pide a Dios, único médico, que comunique al óleo la fuerza de curar.

“En tu nombre, Dios todopoderoso, y en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, y por el poder del Espíritu Santo, exorcizamos y santificamos este óleo, puesto que el Señor en su bondad se ha dignado decir por boca de los Apóstoles: “si alguno de entre vosotros está enfermo, llame a los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre él, ungiéndolo con óleo en el nombre del Señor y la oración de fe salvará al enfermo, y si estuviera con pecados, se le perdonarán”; has enseñado incluso: “todo es posible a quienes creen”. Y para salvar al mundo entero en tu esplendor has dicho: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán”. Por esto, Señor, conociendo tu bondad inefable, rogándote humildemente, y poniendo nuestra fe sólo en ti, date prisa en librarnos de toda clase de males; a ti, verdadero médico, imploramos abras las puertas del cielo y hagas descender rápidamente tu Espíritu Santo a fin de comunicar con valentía la medicina de tu poder a este óleo.

Que descienda sobre este óleo el don de tu potencia, el esplendor y el origen de las virtudes, la suavidad y pureza de la salud. Que el óleo sea exorcizado por el signo de la cruz. Que sea bendecido por tu mano soberana. Que sea poderoso por la palabra de tu Hijo, nuestro Señor y nuestro Redentor. Que se hagan presentes aquí los ángeles, los arcángeles y todo el ejército celestial. Que se haga presente la oración de los apóstoles, de los mártires y de los sacerdotes, dignos servidores de los fieles. Cuando en su presencia nosotros apliquemos en tu nombre este ungüento, en forma de unción o bebida, a fin de aliviar las enfermedades en sus cuerpos, que salgan inmediatamente de su carne todas las violencias del dolor.

Sea útil a las fiebres y a la disentería de los que trabajan; aproveche a los paralíticos, mudos, ciegos y también a los vejados [vexatis].

Fiebres cuartanas, tercianas y cotidianas las expulse enfriándolas; despegue la boca de los mudos; restablezca los miembros secos; revoque por la ciencia la demencia de la mente; expulse el dolor de cabeza, la enfermedad de los ojos, manos, pies, brazos, pecho así como de los intestinos y de todos los miembros tanto externos como internos, y el dolor de la médula; infunda un sueño sereno y confiera la salud de la sanidad.

Si se generasen tumores malignos o venenosos en los cuerpos de cualquiera, el contacto de este ungüento seque de raíz todos los brotes de ellos.

Alivie los dolores por la mordedura de animales, la rabia de los perros, de los escorpiones, de las serpientes, de las víboras y de todos los monstruos, y recobrada la salud, apacigüe las cicatrices de las heridas.

Manda, Señor, por la invocación de tu nombre, que sean expulsados del cuerpo de tus fieles los ataques de los demonios, o los asaltos de los espíritus inmundos, también las persecuciones de las legiones malignas, las tinieblas, los ataques y maleficios de los magos, los encantos de los adivinos y todas las fechorías sin distinción del espíritu inmundo, de las potencias nefastas y de las prácticas diabólicas. Que el enemigo sea echado fuera del cuerpo de tus siervos abatidos y probados, que él no deje mancha alguna en ellos. Que sea encadenado por tus ángeles y echado en el infierno, como lo exige un juicio justo, al fuego de la gehenna y que él no pueda más hacer mal a tus siervos; salvados de todos estos males, rindan en tu honor alabanzas eternas y que ellos sepan que tú eres Dios, Trinidad indivisible, que reinas por los siglos ahora y siempre y por siglos eternos. Amén”.

Otra hermosa plegaria de la liturgia hispana es la “Domine Iesu Christe”, del Liber Ordinum Sacerdotale, que subraya la curación del hombre entero y detalla los efectos de la aplicación del óleo. En opinión de Ramis, “nos inclinamos a pensar que, por el examen interno del mismo texto litúrgico, la bendición del óleo del LOS [Liber Ordinum sacerdotale] sería la correspondiente a la del óleo de los enfermos. Es el único texto, excepto el exorcismo, que no es polivalente, y que demuestra que el óleo que se bendice es para la unción de enfermos” [57].

Dice la plegaria:

“Señor Jesucristo, tú has dicho por boca de tus apóstoles: ‘si alguno de entre vosotros está enfermo, llame a los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre él, ungiéndolo con óleo en el nombre del Señor y la oración de fe salvará al enfermo, y si estuviera con pecados, se le perdonarán’.

Sea, pues, lo que tú has instituido. Santifica así este óleo, tú para quien nada es imposible, con esta potencia que no sólo puede curar las enfermedades, sino también resucitar los muertos. Comunica a esta tu criatura la potencia de tu Espíritu Santo, en el que se halla la plenitud de tu poder. Que por la invocación de tu nombre sean infundidos por el Espíritu el poder de curar la enfermedad y la gracia de la salud. Amén.

Sean ungidos con él los miembros de los débiles, se curen las úlceras de los pobres. Amén.

Disminuyan los dolores de los miembros artríticos, se sanen las enfermedades de los indefensos. Amén.

Esta unción salvadora por ti se enfrente a todas las enfermedades, a todas las causas internas y externas. Amén.

Ninguna enfermedad ni ninguna peste interior y exterior les afecte, sino que mueran todos los virus letales. Amén.

Limpie, expulse, evacue y venza, porque en tu nombre se bendice, y por él se salve toda criatura. Amén.

Porque nada existe bajo el cielo que pueda curarnos, sino Tú, nuestro Salvador y nuestro Redentor, bueno y justo, munificiente y generoso, Dios y hombre. Por eso te rogamos de manera especial a ti, fuente de piedad y de bondad, a ti que has cargado con nuestras enfermedades y que has curado tú mismo las enfermedades de los hombres indignos y pecadores a fin que a estas llagas, a estos males, a estas enfermedades, que tú has infligido a tu pueblo por sus pecados, concedas tú este ungüento que cura. Y así como los pecadores temen tu juicio, confíen también en ti. Amén” [58].

Otra plegaria que nos ha llegado es de origen galicano, en el Misal de Bobbio, perteneciente al siglo VII. Comienza con un exorcismo sobre el aceite para proceder luego a su bendición:

“Te exorcizo, espíritu inmundísimo, por Dios, Padre omnipotente, y por Jesucristo, su Hijo, Señor nuestro, para que se desarraigue y huya de esta criatura del aceite toda fuerza del adversario, todos los ejércitos del diablo y todo fantasma; y que aquel a quien aconteciere ser tocado con esta criatura del aceite, dondequiera que en sus miembros fuese tocado o ungido, perciba, con el auxilio de Dios, la bendición y merezca percibir la vida eterna.

Oh Señor Dios, Rey de la gloria de tu majestad, bendice esta criatura del aceite y santifícala. Infunde en ella, por el rocío celeste, el espíritu de santidad, para que quienquiera cuyo cuerpo o miembro fuese ungido o rociado, merezca conseguir la gracia de salud, y el perdón de los pecados, y la salud celestial. Por Jesucristo nuestro Señor.

Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios, suba nuestra oración hasta la sede de tu majestad y descienda tu bendición sobre nosotros y sobre esta criatura del óleo, para que todos los que sean ungidos con él o lo tomen bebido, tomen para sí la salud de los cuerpos y la protección del alma, sanos el intelecto y el sentido. Te mando a ti criatura del óleo en nombre de Jesucristo nazareno... que seas santificación y purgación de los hombres, porque quienes sean ungidos contigo o te beban, son los que Dios se ha dignado llamar a su gracia por nuestro Señor” [59].

La liturgia bizantina, como las demás familias orientales, bendice el óleo de enfermos en el transcurso del rito de la Unción de enfermos, cada vez que ha de emplearse. “La materia del sacramento es de aceite de oliva puro. Se bendice inmediatamente antes de la ceremonia por los siete sacerdotes. Después de usarlo, lo que sobra se quema en una lámpara o en un incensario o bien, si el enfermo fallece, se vierte en su tumba” [60].

Después de cantos, preces y antífonas, el primero de los sacerdotes pronuncia la siguiente fórmula en voz alta mientras que los otros sacerdotes la dicen en voz baja ya que concelebran:

“Señor, que en tu misericordia y compasión, curas los tormentos de nuestras almas y de nuestros cuerpos, Tú mismo, Maestro, santifica este óleo para que se convierta en un remedio para aquellos que sean ungidos con él y que él haga cesar todo sufrimiento, toda mancha carnal o espiritual, y todo mal. Para que en esto sea igualmente glorificado tu santísimo nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora, y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén”. Mientras, se cantan diversos troparios [61].

Cuando comienza la primera de las unciones, se reza una plegaria sobre el óleo antes de proceder a la unción, que posee un carácter epiclético:

“Así pues, Tú eres el Dios grande y admirable que conservas tu Testamento y tu piedad para aquellos que te aman; Tú que concedes la liberación del pecado por tu santo hijo Jesucristo; Tú que nos regeneras del pecado con un segundo nacimiento; Tú que iluminas a los ciegos y levantas a los que han caído, que amas a los justos y tienes piedad de los pecadores; Tú que nos renuevas y nos arrancas de las tinieblas y de la sombra de la muerte, diciendo a los que están encadenados: “Salid”, y a aquellos que están en las tinieblas: “Abríos a la luz”.

En efecto, la luz del conocimiento de tu rostro ha brillado en nuestros corazones desde que, para nosotros, Tú te has mostrado en la tierra, y has habitado entre los hombres. A aquellos que te recibieron, les has dado el poder de ser hijos de Dios, concediéndonos, por el baño de la regeneración, la gracia de la filiación divina y librándonos de la tiranía diabólica.

Como no has querido purificarnos mediante la sangre, has querido darnos el óleo santo como figura de tu cruz, para que seamos el rebaño de Cristo, sacerdocio real, pueblo santo, porque Tú nos has purificado en el agua y santificado en tu Espíritu Santo. Tú, Maestro y Señor, danos la gracia de servirte, como lo concediste a tu siervo Moisés, a tu querido Samuel, a Juan tu elegido, y a todos aquellos que, de generación en generación, han agradado a tu Majestad. Haz que nosotros también seamos ministros de tu nuevo Testamento, ministros de este óleo que has hecho tuyo por tu preciosa sangre, para que, despojados de los deseos del mundo, muramos al pecado y vivamos para la justicia, habiendo revestido a nuestro Señor Jesucristo por la unción santificante de este óleo que vamos a emplear.

Haz, Señor, que este óleo sea un óleo de alegría, un óleo de santificación, una vestidura real, una coraza de fuerza; haz que rechace toda acción diabólica, que sea un sello seguro, una alegría para el corazón, un regocijo eterno, a fin de que, aquellos que sean ungidos con este óleo de la regeneración sean temibles a sus adversarios, luzcan entre el brillo de tus santos, y que, no teniendo ya ni arruga ni mancha, sean admitidos en tu descanso eterno, y reciban el premio de la vocación celestial” .

Conclusiones del capítulo I

Las propiedades del aceite y su textura hicieron que su uso, en la cuenca mediterránea, fuera muy extendido convirtiéndose en un elemento básico, signo de abundancia y felicidad. Se empleó, y sigue su uso adaptado en nuestros días, como perfume al mezclarlo con esencias, como lenitivo por sus propiedades terapéuticas para heridas y enfermedades, como tonificante muscular para la agilidad en el combate y en competiciones deportivas, como condimento para la comida, combustible doméstico para las lámparas. Estos usos, por así decir, profanos, asumen un significado religioso y espiritual como atestiguan las Escrituras: consagración de personas y elementos materiales a Dios, unción a los enfermos, etc.

La liturgia cristiana con toda naturalidad asumió la práctica de Israel respecto al óleo. Veía en él un signo adecuado, elocuente, significativo, de la acción del Espíritu Santo y del poder del Señor, Jesucristo, y una manera sacramental de participar de la unción del Ungido.

El uso litúrgico acabó diferenciando tres óleos para tres usos distintos en el recorrido sacramental del cristiano a lo largo de su vida. Por este orden sacramental, el primero sería el óleo de catecúmenos, llamado también óleo de exorcismo, aplicado durante el catecumenado y en la Vigilia pascual, para fortalecerlos en su lucha contra el pecado, su conformación progresiva con el Evangelio y su capacidad para renunciar al pecado. El segundo óleo es el santo Crisma, mezclado con perfumes, para la consagración del neófito y la comunicación del Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación, así como en toda consagración de especial relieve (sacramento del Orden en el grado de presbíteros y Obispo, consagración del altar y dedicación de iglesias, bendición de las aguas bautismales). El tercer óleo es el óleo de los enfermos, materia sacramental de la santa Unción de enfermos, acompañado de la oración de fe. En la utilización de estos tres óleos coinciden todas las familias litúrgicas orientales y occidentales, variando la frecuencia de uso y la solemnidad con que se desarrollan los diferentes ritos de unción.

La tradición eclesial, y es otra práctica común en todas las familias litúrgicas, desde muy antiguo, como aparecen en testimonios del siglo III –como la Traditio Apostolica ya citada-, bendijo el óleo ofrecido con una plegaria. Esta fórmula de bendición invocaba a Dios dando gracias por el óleo, suplicaba la gracia del Espíritu Santo y su efusión sobre el óleo señalando, después, los efectos espirituales que se deseaban alcanzar a quienes fuesen ungidos. El mayor o menor desarrollo de la fórmula de bendición no sólo dependía del mayor o menor desarrollo del estadio evolutivo de la liturgia, sino de la importancia de cada óleo. Así, en general, la plegaria de consagración del Crisma es más completa, en razón de la dignidad del Crisma, que la del óleo de catecúmenos. Las fórmulas de bendición del óleo de enfermos, de las que conservamos un buen número, sin ser excesivamente largas (exceptuando las del rito hispano), sí son sumamente expresivas esperando la salud corporal y espiritual del enfermo. Es más, la bendición del óleo de enfermos se consideraba ya “sacramento” y con mayor importancia que su misma aplicación, de la que apenas poseemos las fórmulas; de ahí la importancia de ver una variedad importante de fórmulas de bendición enmarcando así la fórmula romana “Emitte” –centro de nuestro estudio- en el conjunto de las otras bendiciones.

Cuándo y cómo bendecir estos óleos es otra cuestión. Algunas familias litúrgicas bendicen el óleo de enfermos inmediatamente antes de su aplicación así como el óleo de catecúmenos; y el Crisma, de una manera más elaborada o más simple, es consagrado en la cercanía de la Pascua, en la Semana Santa. El uso romano-franco realizará un oficio propio, la Misa crismal, en la mañana de la feria V, para consagrar conjuntamente los tres óleos en una misma celebración. A ello dedicaremos el siguiente capítulo.


Capítulo II

La Misa crismal

Historia de la Misa crismal

La Misa crismal recibe su nombre del solemne rito de bendición de los óleos y de la consagración del santo Crisma; en ella, el obispo rodeado de su presbiterio y con todo el pueblo santo, bendice el óleo de los enfermos y el de los catecúmenos, y consagra el santo Crisma con la mezcla del bálsamo, la insuflatio y la plegaria solemne. Esta Misa encuentra su lugar propio en la mañana del Jueves Santo, por tanto el último día de la Cuaresma, pero puede adelantarse a algún día próximo (Cf. OBO 1, 9-10).

Vayamos a su origen para descubrir mejor su sentido, su valor y su interpretación teológica.

Génesis de la Misa crismal

Para bendecir el santo Crisma, el óleo de los catecúmenos y el de enfermos, se creó poco a poco una celebración propia cercana a la Pascua; como iremos exponiendo después, se inicia esta celebración en vistas a la consagración del Crisma pero luego, por atracción normal, se introducen el óleo de los catecúmenos y el de enfermos en esta Misa. Imita la bendición habitual que, con frecuencia, se realizaba del óleo de enfermos antes de la doxología del Canon [63] .

La razón de situar una Misa en la quinta feria, el Jueves Santo, es la de ser la última Eucaristía de Cuaresma (que acaba con la hora de Nona del Jueves Santo) previa al triduo pascual (que comienza con la Misa vespertina in Coena Domini) en función de la noche santa de la Pascua en que habrá de usarse el óleo santo del Crisma, “la dernière Eucharistie célébrée avant le baptême et la confirmation de la nuit pascale” [64]. Esta celebración, hoy llamada Misa crismal, surge por un motivo eminentemente práctico: eran necesarios los óleos para la celebración solemne de la Iniciación cristiana en la Vigilia pascual. Así lo explican varios autores [65] quedando ya como una razón evidente para todos.

Una visión panorámica de la historia y desarrollo de la Misa crismal podría ser muy bien la que nos ofrece Russo en un artículo, y a partir de ella, ir paso a paso. Explica este autor:

“La historia nos muestra cómo la celebración eucarística del Jueves Santo, ha sufrido un claro desarrollo, dentro de la tradición de la liturgia romana. De las tres misas, según la fuente más antigua que disponemos: GeV, “Reconciliación de los penitentes”, “Consagración de los óleos”, e “In cena Domini” – que en el siglo VII se celebraban en la mañana, al mediodía y por la tarde respectivamente-, se llegó al formulario de una única Misa.Esta única celebración eucarística matutina, era la misa “In cena Domini”, en la cual se hacía memoria de la institución de la Eucaristía. En la catedral, a esta celebración presidida por el obispo, se le adjuntó la “consagración del crisma” y la “bendición de los óleos”. Así la encontramos descrita en los sacramentarios gregorianos del tipo I. En el transcurso de la Edad Media al final de esta celebración eucarística se le agregaron aún la “Processio Calicis cum Sacramento” y la “denudatio Altaris”. Así lo documentan el Pontifical y Misal romanos que surgen de la reforma litúrgica del concilio de Trento. Este formulario permaneció intacto hasta la reforma de la Semana Santa llevada a cabo por Pío XII. El OHS de 1955 restableció la tradición de la “Missa chrismatis”, tal como aparece en el Sacramentario Gelasiano, en su horario matutino, tomando el mismo formulario. Con esta reforma, al constituirse un formulario propio para la Misa crismal, se logró no sólo descargar la misa vespertina “In cena Domini” sino revalorizar la liturgia de la bendición de los óleos”[66].

Primeros testimonios: Vida de S. Silvestre I (anónima)

Hallamos un primer testimonio [66] en una anónima Vida del papa San Silvestre I (PL 8, 801), cuyo pontificado se ejerció entre 314 y 335: “[Constantinus] donavit... patenam argenteam chrismalem auro clausam, pensantem libras quinque”. Se afirma la donación por parte del emperador Constantino al papa de una “patena”, un recipiente o vasija de plata con cierre de oro, para el Crisma, de cinco libras de peso [67] . Existe pues un óleo llamado Crisma a principios del siglo IV, cuya consagración se reserva al obispo; el peso del recipiente da a entender una gran cantidad de Crisma que habría que distribuir luego a los tituli, ya que es mucha cantidad para un uso exclusivo del Obispo en una sola celebración en su propia sede.

Además, otro dato nos proporciona este documento; el papa Silvestre “constituit et chrisma ab episcopo confici. Et privilegium episcopis contulit, ut baptizatum consignent...” (PL 8, 802A). Este papa es el que instituye –según este documento- que el obispo confeccione el Crisma y amplió este privilegio para que pudiesen consignar (crismar, sellar) al bautizado. Aquí se pone en evidencia un rito litúrgico para cada Iglesia local ya que cada obispo debe confeccionar el Crisma y así poder signar a los bautizados. Sobre el papa Silvestre I encontramos este relato de su vida con valor para la liturgia de la Misa Crismal:

“Estableció que el día quinto fuese honrado casi como el domingo. Lo que san Eufrosino recordaba recibido de los apóstoles. En cambio, los griegos le exigían que el sábado fuese más celebrado que el quinto día… En este día el sacrificio del sagrado cuerpo y sangre del Señor tomó el inicio de su celebración por el mismo Señor. En este día en todo el orbe se confecciona el santo crisma, en este día se auxilia a los penitentes por el perdón” [68].

Estos testimonios antiguos sitúan la bendición del Crisma bien pronto, a principios del siglo IV, con una Misa especial y con vasos litúrgicos dedicados expresamente a este fin.

Sacramentarios

El Sacramentario Gelasiano (GeV)

Parece ser, según Nocent, que en Galia, hasta finales del s. VII, la bendición de estos santos Óleos se realizaba durante la Cuaresma. Será a finales del siglo VII aproximadamente, cuando aparece en el Sacramentario GeV situada en el Jueves Santo, pero el texto del sacramentario es de la parte redactada en Galia si bien con eucología de siglos anteriores según afirman la mayor parte de los autores. “No obstante, el origen de la bendición de los santos Óleos y del Crisma es romano, a pesar de una evidente galicanización” [69].

“Es difícil precisar en qué momento de la historia se comenzó a bendecir conjuntamente los tres óleos litúrgicos y a celebrar este rito el Jueves Santo. Las primeras informaciones las hallamos en el Sacramentario Gelasiano. En este sacramentario hallamos tres misas para el Jueves Santo. La primera, era celebrada para la reconciliación de los penitentes; la segunda, llamada missa chrismalis, por la consagración de los óleos; la tercera, ad vesperum, en memoria de la Última Cena y la institución de la Eucaristía” .[70]

El formulario para la misa crismal lo hallamos completo por primera vez en el sacramentario GeV, como segunda misa para la feria quinta, entre la misa de la reconciliación de los penitentes y la misa vespertina en la Cena del Señor. El formulario presenta una clara impronta bautismal [71]. El ordo de esta misa queda fijado de la siguiente manera: la bendición del óleo de enfermos antes de la doxología del Canon; inmediatamente después de la fracción del pan y antes de la comunión, se procedía a la bendición del óleo de los catecúmenos seguida por la consagración del Crisma.

En opinión de Jounel, “las tres misas romanas correspondían a una situación particular con la yuxtaposición de la liturgia estacional o papal y la de las iglesias titulares: Letrán tenía una sola misa, la misa crismal, los títulos tenían dos, una por la mañana y otra por la tarde. El sacramentario gelasiano fue a codificar este uso, tan flexible al principio, y constituir un conjunto orgánico con las tres misas del jueves santo, la primera vinculada a la reconciliación de los penitentes, la segunda a la consagración de los santos Óleos, la tercera en recuerdo de la Cena” [72].

Fuera de Roma, el Jueves Santo recibió pronto una gran solemnidad. Consideremos sólo la liturgia romana tal como se celebraba en la Galia, o dicho en otros términos, la liturgia galicana romanizada por los sacramentarios gelasianos del s. VIII.

Tal vez el uso de Roma se halle más fielmente en el sacramentario Gregoriano-Adrianeo, para uso episcopal, junto al sacramentario pre-adrianeo paduense. Según Schmidt [73] , Roma no conoció una Misa crismal tal cual, como fuera de Roma se celebraba, sino que, sencillamente, en la misa vespertina se intercaló la consagración del Crisma y la bendición de los óleos [74].

En el Gregoriano encontramos, pues, la bendición de los óleos pero en la misa In Coena Domini, que es la única que ofrece este sacramentario para el Jueves Santo.

Los textos de la Misa crismal perdurarán hasta la reforma de 1970; esto ya nos revela el valor de estos textos, de qué modo la Iglesia los recitó respetando su carácter venerable. Tenemos la eucología de la Misa (colecta, otra oración, super oblata, prefacio, postcommunio y Hanc igitur del Canon) en GeV 375-379 así como las plegarias de bendición del óleo de enfermos (GeV 382), óleo de catecúmenos y Crisma (GeV 384-388).

El óleo de enfermos se bendice con la plegaria “Emitte” al final del Canon, antes de pronunciar “per quem haec omnia” (GeV 381-382); en los siguientes capítulos nos detendremos en el análisis pormenorizado de esta fórmula eucológica. El Crisma y el óleo de los catecúmenos antes de la comunión del Obispo, clero y fieles (GeV 383) pronunciando las plegarias solemnes (GeV 384-388), la del Crisma en forma de prefacio.

El GeV pasa a su confección mezclando “balsamum cum oleo” y luego sigue con un exorcismo (GeV 389). Este exorcismo sobre el aceite es ya una adición de la liturgia franca que tendrá éxito en los posteriores libros litúrgicos, con variaciones en su texto y la bendición del bálsamo. La Misa prosigue por la comunión (GeV 390).

El Sacramentario Gregoriano (Gr)

El Gr ofrece una sola Misa en la feria V, la Misa in Coena Domini, en la que se incluyen ya las bendiciones de los óleos y la consagración del Crisma en una liturgia única. Los textos del propio de la Misa difieren del oficio que el GeV marcaba, si bien las plegarias de bendición son las mismas. La eucología de la Misa ofrece la colecta “Deus a quo et Iudas” (Gr 257), super oblata (Gr 258), “Communicantes” (Gr 259), “Hanc igitur” (Gr 260), embolismo para la consagración “Qui pridie” (Gr 261) y oración “ad complendum”: “Refecti vitalibus alimentis” (Gr 267).

Este Sacramentario señala exactamente igual que el GeV el momento de la bendición del óleo de los enfermos, quedando como un rasgo característico de la Misa crismal durante siglos; antes de decir “Per quem haec omnia Domine semper bona creas”, se llevan las ampollas que ofreció el pueblo, y las bendigan tanto el papa como todos los presbíteros. Y, a renglón seguido, se ofrece la oración “Emitte Domine Spiritum sanctum...” (Gr 263). Sin más rúbricas ni indicaciones, el Gr prosigue con la consagración del Crisma: “incipit benedictio chrismae principalis”. La plegaria de bendición es la misma que nos ofrecía GeV 385-388. A continuación, se bendeciría el óleo exorcizado o también óleo de los catecúmenos. Lo encabeza el título “exorcismus olei” y únicamente nos ofrece el exorcismo sobre el óleo. El texto (Gr 266) es el de GeV 384 como “exorcismus olei”.

La eucología del Gr para este oficio destaca el concepto “traditio” en las distintas piezas eucológicas. Se puede expresar “el tema dominante del jueves santo por la fórmula latina de traditio en su doble significado... de ‘traición’ y de ‘don de sí’ ” .

Ordines

Algunos de los Ordines romani nos ofrecen la descripción ritual, en ocasiones muy somera, de la Misa crismal. Las rúbricas señalan siempre una hora de inicio matutina en la feria quinta, que varía en los distintos Ordines, y la bendición de los óleos y consagración del Crisma en distintos momentos de la celebración, siempre con las mismas fórmulas eucológicas de las que sólo se nos ofrece el incipit. Poco a poco se observa un mayor desarrollo y complejidad en los distintos Ordines, según su fecha de elaboración. Veamos ahora los ordines que detallan la celebración de la Misa crismal.

Los ordines XXIII y XXIV parecen mostrar un estadio más primitivo y sencillo de la misa crismal. Jounel ve en ella la misa crismal romana antigua .

Ordo XXIII

El Ordo XXIII, a juicio del editor Andrieu, del siglo VIII, parece de un eclesiástico franco en Roma que consigna lo que ve . En su brevedad, sólo enuncia la bendición del Crisma: “cuando se ha fraccionado toda la oblación, comulga solo el Papa y así bendice el Crisma y manda de él o bien al “oblationario” del año pasado o bien “sub ambe” distribuirlo por los títulos y por otras iglesias” (n. 7).

Ordo XXIV

El Ordo XXIV, exactamente igual al Ordo XXVII, nn. 21-34, es localizado por Andrieu en la segunda mitad del siglo VIII, en Italia o en Francia . Antes de iniciarse la liturgia, en la sacristía, “se preparan las ampollas con óleo, de las cuales el mejor se le lleva al pontífice para que, recibido el bálsamo y mezclado con el óleo, la llene por su mano; entonces la otra ampolla la sostienen llena” (n. 9). Después de que el pontífice haya comulgado, los acólitos traen las ampollas con el Crisma envueltas en velos. El diácono ante el altar sostiene la ampolla del Crisma (n. 17); el obispo insufla y sopla tres veces en la ampolla y luego la bendice (nn. 18-19). Inmediatamente se vuelve a cubrir por reverencia al Crisma y, teniéndola el diácono, “todos la saludan por orden” (n. 20). Prosigue la misa con la comunión de los fieles.

Ordo XXVIII

Muy semejante es el Ordo XXVIII, 11-24, identificado por Andrieu como procedente del ámbito franco, sobre el año 800 . En la sacristía el obispo mezcla el bálsamo y el óleo (n. 12). La Misa prosigue de costumbre hasta el final del Canon: “Antes de que diga: Per quem haec omnia, bendice el óleo para los enfermos que el pueblo ofrece [nota 15,4 de Andrieu: Emitte, domine, spiritum sanctum tuum...] y a continuación prosigue la misa por su orden” (n. 15). Después de la comunión del obispo, dos acólitos llevan las ampollas envueltas en velo de seda blanco (n. 18) y el obispo la bendecirá (n. 20) después de soplar tres veces en la ampolla (n. 21). Luego bendice la ampolla del óleo y exhala también sobre ella (n. 22). El Crisma es saludado por el obispo y los diáconos, luego se recubre inmediatamente con el velo y todos la saludan por orden (n. 23).

Vamos comprobando cómo algunos elementos rituales y eucológicos se repiten . Esta práctica, atestiguada por el Ordo XXVIII que acabamos de leer, se recoge también en el Ordo XXX B, que veremos a continuación.

Así mismo, vemos que se ha introducido la salutación reverente al Crisma una vez consagrado. En el Ordo XXIV sólo se indica que se cubre la ampolla para que nadie lo vea descubierto; pero ya en el Ordo XXVIII hallamos que, descubierta, la saludan el obispo y los diáconos, luego se recubre y todos la saludan por orden. Esta ceremonia progresivamente se irá enriqueciendo como tendremos ocasión de comprobar con los siguientes Ordines y los Pontificales.

Ordo XXX B

El Ordo XXX B, datado por Andrieu a finales del s. VIII, describe con más detalle y con nuevas aportaciones la Misa crismal de la feria V. Al final del Canon y antes del “per quem haec omnia”, los diáconos toman algunas de las ampollas con óleo que ofrecieron los fieles, y que están en las balaustradas, y las llevan al altar para que el obispo bendiga el óleo para los enfermos; las restantes se quedan en las balaustradas y obispos y presbíteros se acercan para bendecirlas (n. 11). Se emplea la plegaria “Emitte” (n. 13). Tras la comunión del pontífice, se traen envueltas en velos la ampolla del Crisma y del óleo (n. 17); el obispo sopla tres veces sobre la ampolla del Crisma y lo consagra con su plegaria (nn. 19-21) y después bendice el óleo con su plegaria después de haber soplado tres veces sobre la vasija (nn. 22-23). Se devuelven las ampollas a la sacristía y se prosigue la misa por la comunión del clero y del pueblo (n. 21. 24).

Nos encontramos, así pues, con un Ordo que contiene una descripción más detallada de la Missa chrismatis y con un ceremonial más elaborado [82].

Ordo XXXI

El Ordo XXXI, 16-28, describe también la Misa crismal; un Ordo datado, por su parecido con el Ordo XXIX, en la región de Corbie, en el norte o noreste de Francia . En la sacristía el obispo mezcla el bálsamo con el óleo (n. 17). La Misa comienza y se desarrolla como de costumbre hasta el final del Canon, entonces “antes de que [diga el obispo] Per quem haec omnia, domine, semper bona creas, se llevan las ampollas que ofreció el pueblo y las bendiga tanto el pontífice como todos los presbíteros” (n. 20). Después de la comunión del obispo, son traídas las ampollas del Crisma y del óleo envueltas en lienzos de seda blanca (n. 23); el diácono toma la del Crisma y la sostiene ante el obispo, quien al pronunciar las palabras “Te igitur deprecamur” sopla tres veces sobre la ampolla y prosigue con la consagración del Crisma (n. 25). Igualmente sopla tres veces sobre la ampolla del óleo y la bendice en silencio (n. 26). El obispo y los diáconos saludan al Crisma descubierto, luego se recubre y “todos por orden la saludan cubierta” (n. 27). Prosigue la misa por la comunión del clero y del pueblo (n. 28).

El Ordo L

Por último, el Ordo L, más tardío, de finales del s. X, con relaciones mutuas con el Pontifical romano-germánico. En opinión de Andrieu, “le Pontifical romano-germanique, dont l´Ordo L est un des chapitres, apparaît en des copies italiennes avant la fin du Xº siècle, ce qui s´explique aisément si ce livre, composé à Mayence aux environs de l´an 950, avait passé les Alpes avec les prélats germaniques dont se fit accompagner Otton Ier durant ses longs séjours en Italie, en 951-952, 961-965 ou 966-972” . [84].

Así pues, la descripción de este Ordo L, en el cap. XXV, es idéntica (salvando algunos detalles rituales y la grafía latina) a la que después encontraremos en el Pontifical romano-germánico del s. X. En la sacristía se preparan tres ampollas una con cada óleo, la mayor para el Crisma recubierta con seda blanca y las otras con velos de seda de otro color (n. 21) más el frasco del bálsamo. Comienza la misa que transcurre solemnemente.

El Ordo L mantiene las plegarias de consagración del Crisma y de bendición de los óleos que ya aparecían en los Sacramentarios GeV y Gr; es decir, para bendecir el óleo de enfermos, la oración “Emitte, domine, spiritum tuum” (n. 72); para la consagración del Crisma el prefacio “Deus, qui in principio, inter caetera bonitatis” (n. 92) y para el óleo de catecúmenos, la fórmula “Deus incrementorum et profectuum” (n. 96). Idénticos a los otros ordines son los momentos en que se bendicen los óleos: el óleo de enfermos al terminar el Canon y antes de pronunciar el “Per quem haec omnia” (n. 70); el Crisma y el óleo de los catecúmenos tras la comunión del obispo (n. 77) y antes de la comunión del clero y de los fieles (nn. 98. 101). Se mantiene la costumbre de que el pueblo ofrezca el aceite para que sea el óleo de los enfermos bendecido (nn. 67. 70).

Pero, como el contemporáneo Pontifical romano-germánico del s. X, ofrece novedades en el desarrollo eucológico y ritual de la Missa chrismatis haciendo que vaya adquiriendo mayor volumen. Veamos el texto del Ordo L. Antes de ser bendecido el óleo de enfermos recibe un exorcismo (nn. 70-71). Después de que el pontífice haya comulgado, va a la sede y espera la procesión de las ampollas del Crisma y del óleo. Van doce presbíteros y otros clérigos revestidos (n. 79); las ampollas envueltas en velos de seda, van acompañadas por cirios encendidos, dos cruces y en medio de ellas el óleo crismal, después dos incensarios y en medio el óleo de catecúmenos (n. 81), el evangelio y doce presbíteros “testigos y colaboradores del misterio del sacrosanto crisma” (n. 81), los pueri cantores entonando el himno “Audi iudex mortuorum”.

En el presbiterio se ordenan los diáconos tras el obispo y los presbíteros a derecha e izquierda. Se hace el sermón sobre la confección del Crisma (n. 86) y ésta es la primera mención que tenemos de un sermón. Luego el obispo mezcla el bálsamo con el óleo con una fórmula de conmixtión (n. 88), lo mezcla (n. 89), sopla sobre la ampolla tres veces y hace el exorcismo sobre el Crisma (n. 91). Por último, lo bendice (n. 92). El obispo saluda el Crisma descubierto y el acólito, una vez cubierta, la lleva a todos para que la saluden por orden (n. 93). El óleo de catecúmenos recibe el soplo del obispo por tres veces, luego el exorcismo (n. 95) y finalmente la plegaria de bendición (n. 96). Luego es también saludada por todos la ampolla, y se devuelven ambas a la sacristía. La misa prosigue por la fracción de las hostias y la comunión (nn. 99-101), la oración “ad complendum” y la “super populum”. Ya en la sacristía, el obispo exhorta a los presbíteros. “Entonces el crisma nuevo se mezcla con el antiguo [misceatur cum veteri], si quedase algún resto. Igualmente también el óleo, y así se distribuye entre los presbíteros” (n. 104). También es la primera vez que se hace una anotación sobre estas palabras del obispo, el uso del Crisma antiguo y la distribución del nuevo.

El Ordo L es mucho más detallado y explícito al describir la Missa chrismatis, incorporando elementos desconocidos de los anteriores ordines, en línea con el Pontifical romano-germánico, y que van a ser asumidos por la tradición litúrgica siguiente. La descripción será aún más minuciosa, si cabe, en los Pontificales medievales.

En el desarrollo de lo específico del oficio crismal, se observa cómo se amplía el desarrollo ceremonial de la bendición de los óleos y de la consagración del Crisma. Aparece un elemento nuevo en el rito, a saber, el exorcismo del aceite antes de proceder a su bendición. Además de los tres exorcismos introducidos, se añaden algunas fórmulas: la conmixtión que hace el pontífice con el bálsamo y el óleo es bendecida (n. 88) y cuando se va a realizar la mixtión, que hasta ahora hemos hallado en silencio y sin ninguna particularidad especial, el obispo pronuncia otra fórmula: “Haec commixtio liquorum” (n. 89).

El desarrollo ritual queda solemnizado por las procesiones en las que las ampollas se traen al altar y luego, ya bendecidas, se devuelven a la sacristía: número de presbíteros, cirios, incensarios, cruces, evangelio y schola cantorum. Esta solemnidad viene realzada por el himno que se entona, que tendrá una feliz fortuna de ahora en adelante, ya que lo hallaremos en todos los libros litúrgicos hasta el Ordo de 1970: “Audi iudex mortuorum”.

Recapitulemos. En Roma pronto se desvela una doble evolución. Por una parte la misa matinal, la de los penitentes, cae en desuso en los títulos; por otra parte, la misa papal recibe un formulario de liturgia de la Palabra, y este formulario pasó a la misa presbiteral de la tarde [85]. La descripción más completa del rito la hallamos por vez primera en el Ordo romano XXXI compilado en país franco a finales del siglo VIII [87]. Los óleos se bendicen durante la misa in Coena Domini; el de los enfermos al per quem haec omnia como en los Sacramentarios GeV y Gr, el Crisma y el óleo de los catecúmenos tras la comunión del Obispo y antes de la del clero y el pueblo.

La reforma carolingia dejó su impronta en el proceso de formación y fijación de la Misa crismal: muchos de los Ordines, como hemos ido señalando, muestran no sólo la liturgia de Roma, sino los usos romanos galicanizados en el período carolingio más las costumbres germánicas en el siglo X, con sus peculiares características: se multiplican las oraciones y los exorcismos, se tiende a la dramatización, gusto por las procesiones con cirios e incienso, nuevas composiciones poéticas en forma de himnos, secuencias y cantos, etc. [87], como hemos tenido ocasión de ver al describir los elementos añadidos en el Ordo L para la Missa chrismatis.

Los Pontificales hasta 1955

Un nuevo libro surge en la etapa carolingia: el Pontifical, que es un “desmembramiento de la parte del Sacramentario que contenía lo que necesita el obispo fuera de la misa” [88]. Los Pontificales son una fuente preciosa y necesaria para conocer el desarrollo y la progresiva solemnización ritual de la Misa crismal. En el arco de tiempo que va entre el Pontifical romano-germánico del s. X y el Pontifical de Guillermo Durando, la Misa crismal se desarrolla con nuevas ceremonias que destacan la importancia del Crisma y la solemnidad del pontifical celebrado. El esquema fijado es la bendición del óleo de enfermos antes de la doxología del Canon, y tras la comunión del Obispo la consagración del Crisma y luego el óleo de catecúmenos.

El Pontifical romano-germánico

El Pontifical romano-germánico del siglo X se compuso en el monasterio de San Albano de Maguncia, junto a la Corte imperial otoniana, entre 950 y 963, recogiendo muchos elementos litúrgicos carolingios e influirá en todas las liturgias de Occidente, incluyendo Roma [89].

Este Pontifical describe la realización de la Missa chrismatis, con toda la eucología, incluido el Canon completo. La Misa solemne se desarrolla como de costumbre y con la eucología que ya hemos visto en anteriores Sacramentarios y Ordines. Al terminar el Canon, se le llevan al pontífice las ampollas con óleo que ofrecieron los fieles; exorciza el óleo, lo bendice con la plegaria “Emitte” y concluye el Canon “per quem haec omnia” (n. 259).

Tras la comunión del obispo, éste va a su sede y se trae en procesión las ampollas con el Crisma y el óleo de los catecúmenos envueltas con velos; dos cruces y en medio el óleo crismal, dos incensarios y en medio el óleo de catecúmenos, cirios, el evangelio y doce presbíteros así como la schola (n. 268) entonando el himno “Audi iudex mortuorum” (n. 269).

Situados alrededor del obispo y los doce presbíteros a su derecha e izquierda, se procede aquí al sermón sobre la confección del Crisma (n. 271). Primero mezcla el bálsamo con óleo y lo bendice (n. 272), luego al mezclarlo pronuncia la fórmula “Haec commixtio” (n. 273), reza el exorcismo del óleo crismal y pronuncia la plegaria de consagración (nn. 274-275). Tras lo cual el obispo saluda al Crisma y un acólito, cubriendo con el velo la ampolla, la lleva a todos para que la saluden. A continuación la bendición del óleo de catecúmenos: sopla tres veces sobre la ampolla, reza el exorcismo (n. 278) y la bendice con la plegaria “Deus incrementorum” (n. 279). Entonces se procede a saludar la ampolla del óleo y vuelven ambas ampollas a la sacristía con todo “orden y decoro” (n. 280). Vuelto el obispo al altar, fracciona las hostias y continúa la misa por la comunión del clero y del pueblo. En la sacristía el obispo exhorta a los presbíteros y se mezcla el Crisma antiguo con el nuevo si quedaba algo; lo mismo se hace con el óleo de los catecúmenos y, por último, se les distribuye a los presbíteros (n. 283).

Recapitulemos lo visto en este Pontifical romano-germánico y en los Ordines, antes de pasar a ver los siguientes Pontificales medievales, para observar así la evolución que reflejan.

Comprobamos una tradición consolidada, ya presente en los Ordines, en cuanto a los textos eucológicos de la Missa. Igualmente consolidada es la tradición de los diferentes momentos para la bendición: el óleo de los enfermos al final del Canon antes de pronunciar “Per quem haec omnia”, el Crisma y después del óleo de catecúmenos tras la comunión del obispo y antes de la comunión del clero y del pueblo.

El ritual se va ampliando y casi complicando como vimos en su paralelo, el Ordo L. Un primer elemento es la procesión en que se trae el Crisma y el óleo con mayor solemnidad, con acólitos, incienso, el evangelio, los doce presbíteros [90]. Con el mismo orden y decoro, son devueltas al sacrarium.

Otro elemento nuevo de este período franco-germánico, ya visto en su contemporáneo Ordo L, y conservado en la liturgia durante siglos, es el himno “O redemptor” acompañando la procesión del Crisma y del óleo después de la comunión del obispo, para ser bendecidos. Además, en una época en que se van multiplicando las apologías, se señalan oraciones del pontífice a la hora de mezclar bálsamo y óleo.

Este esquema ritual permanecerá vigente durante siglos, con más añadidos.

Las oraciones de bendición de los óleos y consagración del Crisma son las mismas que vimos en los Sacramentarios; incluyen el exorcismo sobre el aceite siguiendo el Ordo L. Tras el exorcismo, el obispo pronunciaba la bendición del óleo de los enfermos y así, igualmente, con el Crisma y con el óleo de catecúmenos, respetando siempre la estructura tradicional de la Misa y los momentos clásicos de bendecir los óleos y consagrar el Crisma.

Recordemos que “la consagración propiamente dicha, se cumple ya, según Hipólito, por una acción de gracias. Dado el contraste que se establece entre el crisma, como “óleo de acción de gracias” y el óleo de los catecúmenos, como “óleo de exorcismo”, resulta sorprendente y seguro no es originario que a la oración eucarística consagratoria se le anteponga un exorcismo sobre el óleo, aun cuando en el antiguo Gelasiano era aún aquélla una oración de exorcismo. Esta última es, en lo esencial, la fórmula que se daba en el Gregoriano de Adriano I para el óleo de los catecúmenos. Hay aquí, a lo que parece, una vieja mala inteligencia del Gelasiano. Ahora bien, la mala inteligencia se ha reforzado aún entre nosotros, desde el pontifical romano-alemán, por el hecho de que se antepone al canon un verdadero exorcismo, que se dirige en alocución directa a la creatura olei, a la criatura del aceite. La fórmula es antigua. Se halla en el antiguo Gelasiano, lo mismo que la “benedictio olei exorcitati”; se destinaba, pues, antiguamente también a la confección del óleo de los catecúmenos” [92].

Los Pontificales de la Edad Media se van enriqueciendo en el aspecto ceremonial. Este Pontifical de la curia será adoptado por varios obispos. Más adelante entrará en concurrencia con el que Guillermo Durando, obispo de Mende, preparará para su Iglesia (1292-1295) y sin duda para un uso más amplio [93].

Pontifical romano (siglo XII)

El primer pontifical romano será el del siglo XII, cuya característica principal se podría calificar de “sobriedad” en relación con el pontifical romano-germánico y a los que luego aparecerán. En el capítulo XXX C de este pontifical, se detalla la Misa crismal de la feria V y se precia este pontifical de reflejar los usos del papa y de la curia, repitiendo que así es la costumbre de la iglesia romana y que en otros lugares existen otros usos rituales (cf. nn. 5. 8. 19. 20), sin valorarlos, sino reconociendo su existencia.

Los preparativos para la Misa son idénticos a los ya vistos: tres ampollas con sus velos de seda, la mayor para el Crisma con seda blanca (n. 2); antes de iniciarse la Misa, el pontífice mezcla el bálsamo con el óleo (n. 4), y comienza la solemne celebración. Todo prosigue como es habitual (nn. 5-6).

Terminada la oración secreta se organiza la procesión al sacrarium para traer con reverencia las ampollas mientras el pontífice prosigue con el prefacio y el Canon. Esta procesión va adquiriendo una fisonomía concreta y fija que va a perdurar: cruz, incienso y cirios, los diáconos y los subdiáconos mientras se entona el “Audi iudex mortuorum”, como en el pontifical romano-germánico, aunque “según la costumbre de la iglesia romana, proceden en silencio” (n. 7). La bendición del óleo de enfermos se realiza al final del Canon, antes de pronunciar la conclusión “Per quem haec omnia”. Se realiza el exorcismo sobre el aceite y luego se bendice con la plegaria “Emitte” (nn. 7-9).

Tras la comunión del pontífice, éste va a la sede que se le ha preparado y allí se realiza la bendición de los restantes óleos. El diácono le lleva la ampolla del Crisma, sopla tres veces el obispo y con doce presbíteros realiza primero el exorcismo (n. 12) y luego la plegaria de bendición “Qui in principio” (n. 13). A continuación el óleo de los catecúmenos: sopla tres veces el obispo, recita el exorcismo y la plegaria “Deus incrementorum” (nn. 14-16). Se saludan ambos óleos, con una novedad ritual; antes, en los Ordines y en el pontifical romano-germánico sólo se indicaba que se saludaba, ahora se especifica el modo: besando las ampollas, y, para el Crisma, diciendo cada uno “Ave sanctum chrisma” (n. 17). La Misa continúa con la comunión del clero y del pueblo una vez que las ampollas han sido devueltas al sacrarium igual que se trajeron.

Para los óleos, los textos litúrgicos empleados prosiguen con la tradición, sólo que traen el incipit; el exorcismo del óleo de enfermos: “Exorcizo te” y la plegaria “Emitte” (nn. 8-9); para el Crisma, ya mezclado con el bálsamo (sin ninguna fórmula para la conmixtión), el exorcismo “Exorcizo te, creatura olei” y el prefacio “Qui in principio” (nn. 12-13); por último, para el óleo de catecúmenos, el exorcismo “Exorcizo te, creatura olei” y la plegaria “Deus incrementorum” (nn. 15-16).

Pontifical de la Curia (siglo XIII)

El siguiente pontifical que nos ha llegado es el Pontifical de la curia del siglo XIII, en cuyo capítulo XLII describe la Missa chrismatis. Este pontifical, minucioso en su reglamentación litúrgica, contribuye a dar mayor volumen a la Misa crismal. La sobriedad deviene solemnización.

Todo un protocolo se desarrolla en torno al papa antes de la Misa; una vez que los sacristanes han preparado todo lo necesario, es decir, tres ampollas con aceite purísimo, la mayor para el Crisma envuelta en un paño de seda blanco y las otras con otro paño de seda (n. 2). Estando preparados, el obispo sentado mezcla el bálsamo con el óleo, removiéndolo en la ampolla con el báculo en la mano (n. 7). La Misa hasta la conclusión del Canon prosigue como habitualmente. Al iniciar el papa el Canon, se organiza la procesión para ir a por las ampollas. Esta procesión está revestida de solemnidad y coincide con el uso del pontifical del siglo XII (n. 7): cruz, incienso y los ministros necesarios, trasladándolas con veneración (n. 10).

Terminado el Canon, antes de la conclusión “Per quem haec omnia”, se bendice el óleo de los enfermos. Para ello, en este pontifical, se le prepara una sede de madera al papa delante del altar y allí lo exorciza y después lo bendice (nn. 11-14), terminando el Canon “per quem haec omnia”. El óleo de los enfermos se devuelve a la sacristía.

Cuando ha comulgado el pontífice, entonces comienza la consagración del Crisma que en este pontifical aumenta su volumen ritual: no solamente el papa sopla por tres veces en el ánfora del Crisma y luego en la ampolla del óleo de catecúmenos, sino que soplan igualmente tres veces los obispos y presbíteros cardenales y luego todos los demás obispos presentes en ambas ampollas (n. 20). Sigue el exorcismo del Crisma y la bendición (nn. 21-22). Luego todos la veneran. Inmediatamente se acerca la ampolla del óleo de catecúmenos, todos soplan por tres veces, exorcismo y plegaria de bendición “Deus incrementorum” (nn. 23-25).

La veneración a los óleos ya consagrados recibe un mayor desarrollo; no solamente el Crisma, sino también el óleo de los catecúmenos es ofrecido a la veneración del papa y los presentes: inclinación de cabeza, repetición del saludo a cada una por tres veces y luego el beso al ánfora (nn. 26-27). Tras la veneración se llevan las ampollas al sacrarium tal y como se trajeron con reverencia (n. 28) y prosigue la misa dando el pontífice la comunión en su sede a quienes quieran comulgar.

Pontifical de Guillermo Durando

El Pontifical de Guillermo Durando [94], obispo de Mende, será el pontifical de referencia para muchos otros obispos y la Iglesia de Roma lo irá asumiendo como suyo. Según Sorci, “la dramatización del rito se acrecentó ulteriormente en el Pontifical de Guillermo Durando (+1296), del que a través del Liber Pontificalis publicado por Agostino Patrizi Piccolomini y Giovanni Burkhard en 1485 por voluntad de Inocencio VIII, se incluyó en el Pontifical Romano de Clemente VIII utilizado hasta la mitad del siglo XX” [95]. De esta manera, el pontifical de Guillermo Durando dejó una impronta secular en la liturgia episcopal y, por tanto, en la Misa crismal.

Aquí, en este pontifical, libro II, nn. 45-97, la Missa chrismalis alcanza el mayor volumen de desarrollo hasta ahora, solemnización y ritos más complejos y bellos.

Como hasta ahora han citado los anteriores pontificales, en el sacrarium los sacristanes han preparado lo necesario para la Misa crismal: tres ampollas llenas de óleo purísimo: una para el óleo de los enfermos; la segunda para el óleo de los catecúmenos; la tercera, que debe ser la mayor, para el Crisma. Y ésta debe recubrirse con un paño de seda blanco. Las otras ampollas en cambio estarán recubiertas con paños de seda de otro color, además del bálsamo (n. 46). Se prescribe un número concreto de ministros junto al pontífice: 7 presbíteros, 7 diáconos y 7 subdiáconos. Y comienza la procesión para la misa, celebrándose ésta según es habitual.

Antes de acabar el Canon se procede a la bendición del óleo de enfermos, según la costumbre (n. 52). Los elementos rituales se enriquecen: el obispo va a una sede mirando al altar, delante hay una mesa con manteles y se disponen en círculo los ministros (n. 53); dispuestos así, se pide “Óleo de los enfermos” y se trae en procesión desde el sacrarium. El archidiácono presenta la ampolla al obispo, la coloca en la mesa y procede el obispo al exorcismo y luego a la plegaria “Emitte” (nn. 57-58).

Entonces se devuelve al sacrarium tal como se trajo. Sigue la misa hasta la comunión del obispo, tras lo cual se dirige a la sede y es rodeado por doce presbíteros. Un archidiácono anuncia la venida de estos óleos diciendo por tres veces en voz alta: “Oleum ad sanctum crisma” e igualmente después “Oleum cathecuminorum” (n. 66). Y comienza la procesión al sacrarium. Los diáconos traerán envueltas las ampollas con los velos, sosteniéndolas en el brazo izquierdo. La procesión desarrolla un ritual solemne, acorde con la importancia que la Iglesia le da a los óleos: dos acólitos con cirios, cruz e incensario; bajo palio los archidiáconos con las ampollas, dos ceroferarios; cruz, turíbulo, diácono con el evangelio, los pueri cantores (cantando “O redemptor”), subdiáconos y doce presbíteros (nn. 67-69).

Forman una corona los presbíteros alrededor del obispo “en cuanto que son testigos y ministros cooperadores del sagrado crisma” (n. 70) y detrás del obispo los diáconos, y después, ordenados en las gradas se sitúan los subdiáconos. El obispo bendice el bálsamo; después confecciona sobre la patena o sobre otro pequeño vaso la conmixtión del bálsamo con un poco de óleo tomado de la ampolla y dice la oración “Deus nostrum omnipotentem, que incomprehensibilem” (n. 77) y al mezclarlos en la ampolla, dice: “Hec conmixtio liquorum” (n. 78). Siguen los ritos habituales: soplar tres veces en la ampolla, tanto el obispo como los sacerdotes, el exorcismo y la fórmula de consagración (nn. 79-81). Tras lo cual la veneración del Crisma: tres veces, inclinándose ante él, se dice “Ave sanctum crisma” y lo besa (n. 82).

Entonces se le acerca al obispo la ampolla cubierta con el óleo de los catecúmenos soplando tres veces en ella y a continuación, igualmente, todos los presbíteros. Colocada la ampolla en la mesa, el obispo reza el exorcismo “Exorcizo te, creatura olei” (n. 84) e inmediatamente con voz lenta [plane] entona la bendición “Deus incrementorum” (n 85). El óleo de los catecúmenos es venerado tal y como se hizo con el santo Crisma (n. 86). Entonces, igual que se trajeron, se devuelven de manera idéntica al sacrarium, entonando los pueri cantores los versos que omitieron del O redemptor. Prosigue la Misa con la comunión del clero y del pueblo (n. 89).

En lo referente al uso, conservación y cuidado de los óleos, Guillermo Durando establece algunas instrucciones en su Pontifical; en cuanto a los óleos sobrantes del año pasado: “El antiguo crisma y el óleo de los catecúmenos, pónganse en las lámparas de la iglesia y se quemen [sirvan de combustible]” (n. 88). En cuanto a los nuevos, recién consagrados, el obispo exhorta a los presbíteros a custodiarlos con diligencia (n. 95) y se les distribuye (n. 96).

Referente a la eucología sobre los óleos, se mantienen todas las plegarias tanto de exorcismo como de bendición, sumándoseles la bendición del bálsamo, la de la mezcla del bálsamo y óleo en una patena y la fórmula para la conmixtión del bálsamo en la ampolla del Crisma.

Pontifical Romano de 1595-1596

El Pontifical Romano de 1595-1596, fruto de la reforma litúrgica del concilio de Trento, codificará la Misa crismal hasta el OHS de 1955. Recibirá este pontifical los usos y formas del Pontifical de Guillermo Durando, como ya dijimos, siendo este pontifical el resultado de toda la evolución de la Misa crismal y su mayor volumen de solemnización [96].

En esa mañana se preparan en la sacristía todo lo necesario para la bendición de los óleos y la confección del crisma, como ya conocemos en los otros pontificales: en esto no hay novedad: (p. 569). Entonces se comienza la procesión de entrada. La Misa prosigue como es habitual hasta el final del Canon (p. 571). Antes de las palabras “per quem haec omnia” se dirige el obispo a su sede y el archidiácono proclama “Oleum infirmorum”. Entonces se organiza la procesión para traerlo, y lo hará un subdiácono con dos acólitos. El archidiácono la recibe diciendo: “Oleum infirmorum”, la coloca en la mesa y el obispo recita el exorcismo y luego la plegaria “Emitte” (p. 573). Después se devuelve la ampolla a la sacristía y sigue la misa hasta que el obispo haya comulgado.

Llegando otra vez el obispo a su sede, el archidiácono pide: “Oleum ad sanctum chrisma” y a continuación en el mismo tono: “Oleum Catechumenorum”. Se organiza la procesión a la sacristía en ese momento y traen las ampollas así: turiferario, cruz con dos cirios, dos cantores, dos subdiáconos y dos diáconos, un diácono el vaso de bálsamo, dos diáconos con las dos ampollas de óleo cubiertas por un velo, y luego doce sacerdotes más los restantes diáconos y subdiáconos (pp. 574-575).

Llegan al presbiterio y se distribuyen con orden, los presbíteros en semicírculo en torno al obispo y detrás de éste los diáconos y subdiáconos. Entonces, el obispo bendice el bálsamo (p. 578). Luego mezcla sobre la patena o en otro pequeño vaso el bálsamo con un poco de óleo crismal sacado de la ampolla rezando una oración (p. 579). El obispo sopla tres veces en forma de cruz (dato ritual éste que es novedoso) sobre la ampolla del Crisma y luego los doce sacerdotes igualmente; tras lo cual, el obispo reza el exorcismo del Crisma (p. 580) y la solemne plegaria de consagración del Crisma “Qui in principio” (p. 582). Después mezcla la mixtura de bálsamo y óleo en la ampolla del Crisma diciendo “Haec conmixtio liquorum” (p. 589).

La veneración del Crisma se ha solemnizado más aún: el Pontífice, con la cabeza inclinada, saluda al Crisma cantando: “Ave sanctum Chrisma”, por tres veces subiendo el tono cada vez (semper altius dicendo), y besa el borde de la ampolla (p. 590). Hecho esto, cada uno de los doce sacerdotes ya mencionados se acercan sucesivamente por orden, “por tres veces a distinta distancia hacen genuflexión ante la ampolla, diciendo cada vez siempre más alto en el tono dicho antes: Ave sanctum Chrisma” (p. 590). Dicho lo cual, besan el borde de la ampolla reverentemente.

Concluido el rito, se procede a la bendición del óleo de catecúmenos; se sopla sobre la vasija como se hizo con el Crisma; luego el exorcismo del óleo y por último la plegaria “Deus incrementorum” (p. 591). Tras lo cual, a semejanza del Crisma, se venera este Óleo, sin genuflexión diciendo tres veces “Ave sanctum Oleum” y besan el borde de la ampolla, como antes se hizo con la del Crisma. Completado esto, “ambas ampollas son devueltas procesionalmente al sacrarium o sacristía por los dos diáconos con orden y decoro. Mientras se devuelven, dos cantores cantan estos versos: Ut novetur...” (p. 592).

El antiguo Crisma y el óleo de los catecúmenos y el de enfermos, si aún permanecen en las ampollas, se ponen en las lámparas de la Iglesia ante el Sacramento para que ardan. Si queda alguno que esté en las píxides, o en los vasos con algodón, échese al fuego; y después el nuevo se pone con nuevo algodón en las píxides o en los vasos.

Con este Pontifical se contempla una estructura acabada, fijada, de la Misa crismal, heredera de las tradiciones precedentes. Igualmente ha quedado fijado desde hace siglos el momento de la bendición del Crisma y del óleo de catecúmenos tras la comunión del Pontífice, traídos en procesión y luego devueltos del mismo modo, reverentemente. La eucología para la bendición de los óleos y la de la Misa es la conservada por la tradición, como en los anteriores pontificales.

El ceremonial es amplio y solemne como se muestra en las distintas procesiones con las ampollas de óleo. El palio para trasladar el Crisma, que prescribía el Pontifical de Guillermo Durando, no tuvo continuidad en los siguientes pontificales como tampoco las dos cruces y el evangelio como elementos de dicha procesión. En este sentido se podría decir que tiene mayor simplicidad esta procesión que la que describe el Pontifical del obispo de Mende.

La consagración del Crisma fue aumentando su complejidad, añadiendo distintos elementos rituales para su confección junto a oraciones para cada momento. Ya no es únicamente mezclar el bálsamo dentro de la ampolla y remover; el ritual se fue agrandando hasta quedar así: primero, la bendición del bálsamo con la fórmula “Deus, mysteriorum caelestium” (p. 578); luego la mezcla de bálsamo con un poco de óleo de la ampolla en una patena u otro vaso pequeño con una oración (p. 579); a continuación el soplo por tres veces en forma de cruz sobre la ampolla (tanto el Obispo como los doce sacerdotes); después el exorcismo al óleo crismal y el prefacio de consagración del Crisma; finalmente la mezcla en la ampolla de la mixtura de bálsamo y óleo que estaba en la patena con la fórmula “Haec conmixtio” (p. 589).

La forma más primitiva y sencilla de la consagración del Crisma pertenece a la corriente romano-franca; se limitaba a mezclar el bálsamo en la ampolla antes de iniciar la Misa, en el sacrarium como hemos ido viendo en OR XXIV, n. 9; OR XXVIII, n. 12; OR XXXI, n. 17, en el Pontifical del siglo XII, cap. XXX C, n. 4 y en el Pontifical de la Curia del siglo XIII, c. LXII, n. 7. Era el obispo quien “de su mano” rellenaba la ampolla del Crisma con el bálsamo; terminado esto se iniciaba la procesión de entrada.

Sin embargo, en el área germánica el rito de confección del Crisma transcurrirá dentro de la Misa. Al obispo se le presenta el bálsamo y lo bendice; luego lo mezcla con un poco de óleo en una patena u otro vaso con otra oración; luego realiza la insuflatio, el exorcismo del óleo crismal, su bendición solemne y, por último, realiza la mixtión en la ampolla del bálsamo con óleo de la patena, al tiempo que pronuncia una fórmula. Este rito complejo aparece por vez primera en el Ordo L (nn. 87-89), en el Pontifical romano-germánico del s. X (n. 271-273) y se mantiene en el Pontifical de Guillermo Durando (lib. III, cap. II, nn. 75-82). Será este proceso más complejo en la elaboración del Crisma el que se prescriba en el Pontifical de Trento perdurando hasta la reforma de 1970.

La veneración del Crisma es un rito solemne: si en los Ordines y en el pontifical romano-germánico únicamente se expresaba mediante el beso a la ampolla, llevada por el diácono (o el acólito) al Obispo y a cada sacerdote, con los pontificales medievales se amplía y llega así hasta este Pontifical de Trento: la veneración se realiza cantando por tres veces “Ave sanctum Chrisma”; además en todos los otros Pontificales la ampolla es llevada a cada uno para que la venere, mientras que en este Pontifical de Trento se han de ir acercando a la mesa donde se consagró el Crisma, haciendo tres genuflexiones cada presbítero a medida que se acerca a la ampolla, y luego besándola. Lo mismo, pero sin genuflexión, se prescribe para el óleo de catecúmenos.

El Ordo Hebdomadae sanctae de 1955 y la restauración de la Misa crismal

El desplazamiento de la Misa in Coena Domini desde la tarde a la mañana del Jueves Santo y por tanto la fusión con la Missa Chrismatis durará hasta la reforma litúrgica de Pío XII y la promulgación del nuevo Ordo de la Semana Santa de 1955 . “La Missa chrismatis desapareció y la consagración de los óleos fue incorporada a la única misa del jueves santo, que retuvo el formulario de la misa in Coena Domini. Repuesta ésta, en 1955, a las horas vespertinas, fue necesario rehacer el formulario de la Missa chrismatis” [98].

Se procede entonces a una reforma de la Misa crismal y simplificación de los ritos de bendición. Hubo un largo íter que desembocó en el Ordo de 1955 [99]. Este OHS se presenta como una reforma, aunque mejor sería considerarla “instauración” [100] . Poseía esta reforma unas líneas de fuerza, teológicas, litúrgicas y pastorales [102].

Este Ordo, con fecha 30 de noviembre de 1955, se aplicaba por vez primera en la Semana Santa de 1956. Para ello la editora de la Santa Sede produjo el correspondiente fascículo con todos los ritos completos para uso de las catedrales, parroquias e iglesias [102].

Fue un éxito sonado en el pueblo cristiano poder celebrar según el nuevo Ordo. Uno de los objetivos fundamentales era implicar al pueblo, para que asistiera y participara tomando parte en los solemnes ritos [103] . Se superó así la ausencia clamorosa del pueblo cristiano y la asistencia pasiva, evidente, que muchos lamentaban [104].

El OHS de 1955 determinaba para el Jueves Santo: “Feria V in Cena Domini, Missa chrismatis celebratur post Tertiam. Missa autem in Cena Domini celebranda est vespere, hora magis opportuna, non autem horam quintam post meridiem, nec post horam octavam” . Así pues, por tanto, la misa In Coena Domini recuperó su carácter vespertino dejando la mañana del Jueves Santo liberada para poder celebrar la Misa crismal. Hubo de componerse de nuevo la Misa que recuperaba –según Jounel- la tradición romana o galicana, según los distintos Sacramentarios Gelasianos del siglo VIII, y daba, asimismo, un lugar demasiado destacado al óleo de los enfermos . Los ritos, no obstante, permanecieron idénticos, a tenor de lo que indica la rúbrica .

6. El Pontifical Romano (1962)

Siguiendo el Pontifical romano, en su última edición de 1962, vemos el desarrollo ritual de la Missa chrismatis .

Todo se prepara y transcurre como en el anterior Pontifical. La Misa se celebra del modo acostumbrado “hasta el momento del Canon en que se dice: Per quem haec omnia, Domine, semper bona creas, exclusive” (p. 221). Entonces, el obispo va a la sede que se le ha preparado rodeándole los sacerdotes y demás ministros. “Entonces el Archidiácono estando junto al Pontífice dice en voz alta en tono de lectura: Oleum infirmorum” (p. 221).

El óleo es traído envuelto en un velo por un subdiácono con dos acólitos; lo entrega al Archidiácono diciendo “Oleum infirmorum” y éste lo coloca en la mesa preparada. El Obispo primero recita el exorcismo “Exorcizo te, immundissime spiritus” y a continuación la plegaria “Emitte, quaesumus, Domine, Spiritum Sanctum tuum” (p. 222). Una vez bendecida, se devuelve a la sacristía tal como se trajo la ampolla; el Obispo sube y pronuncia la conclusión del Canon: “Per quem haec omnia” y la Misa prosigue como de costumbre, comulgando solo el Pontífice. En este momento, todos se disponen en su lugar para el rito de bendición de los óleos.

El Archidiácono, estando de pie junto al Pontífice, dice en voz alta, en tono de lección: “Oleum ad sanctum Chrisma” y a continuación en el mismo tono: “Oleum Catechumenorum”.

Se organiza la procesión a la sacristía en ese momento en el mismo orden y manera que en el Pontifical anterior: incensario, cruz con dos cirios, dos cantores, subdiáconos y diáconos; un subdiácono con el vaso de bálsamo, dos diáconos con las ampollas de Crisma y óleo envueltas en sus paños, doce sacerdotes, los diáconos y subdiáconos, mientras se canta “O redemptor sume” (cf. pp. 222-223).

Entonces, situados todos en sus lugares, rodeando al Obispo los doce sacerdotes, y detrás los diáconos y después los subdiáconos, el Obispo recibe el bálsamo y lo bendice; después mezcla en una patena o un vaso el bálsamo con un poco de óleo tomado de la ampolla crismal, y lo bendice (p. 224). Tras lo cual sopla tres veces en forma de cruz en la ampolla, y luego los doce sacerdotes uno a uno soplan tres veces; entonces recita el exorcismo y el prefacio “Qui in principio” (p. 226). Por último, mezcla el bálsamo con óleo de la patena en la ampolla, diciendo: “Haec commixtio liquorum”.

La veneración del Crisma se realiza como en la primera edición del Pontifical romano de Trento, que ya describimos; es idéntico también al Pontifical de Trento el modo de bendecir el óleo de los catecúmenos con el exorcismo “Exorcizo te, creatura olei”, la plegaria “Deus incrementorum omnium et profectuum spiritualium” (p. 229) y la veneración de la ampolla (p. 230).

Terminado estos ritos, se devuelven las ampollas a la sacristía en el orden y con el decoro con que se trajeron (p. 230), continuando con el himno que se interrumpió por los versículos “Ut novetur”. Sigue la Misa y, al terminarla, en la sede que se le preparó, el Obispo “manda a los Presbíteros atentamente, según la tradición canónica, que custodien el Crisma y los óleos fielmente” (p. 231).

Como se ve, son las mismas rúbricas en las ediciones distintas del mismo Pontifical; en cuanto a la parte ritual, la Misa crismal no sufre cambio alguno con la reforma piana de 1955.

La recuperación de la Misa crismal por el OHS de 1955 marca un punto de inflexión: ahora la Misa crismal posee su oficio propio celebrado en la mañana del Jueves Santo y la Misa In Coena Domini se sitúa en su horario vespertino tradicional; aunque presenta algunos problemas o contradicciones en las rúbricas [109].

Nada de lo anterior empaña la importancia del OHS de 1955 y la restauración de la Misa crismal. Suscitó un interés grande y se fue consolidando en la vida litúrgica de la diócesis, especialmente del obispo junto con su presbiterio, con un aspecto de novedad que despertó algunas iniciativas pastorales tales como enviar los óleos a las parroquias y allí ser recibidos en la Misa vespertina in Coena Domini [110]. Se procuró solemnizar esta Misa crismal en aquellos años con gran interés [111] .

Hay que reconocer, sin embargo, el escaso entusiasmo popular ante la Misa crismal [112] . Restaurada en 1955, sí fue un acontecimiento gozoso para el Obispo con su clero, pero el pueblo después de siglos sin asistir, sin vivir y sin conocer esta liturgia crismal, se mantuvo indiferente. No es fácil la educación litúrgica del pueblo fiel e inculcar algo “nuevo” que estuvo ausente durante siglos, entremezclado con la Misa vespertina celebrada por la mañana (para mayor contradicción). “Al restaurar una misa crismal distinta de la misa in Cena Domini [sic.], los autores del Ordo de 1955, ¿esperaban instituir un rito que valorase la Iglesia particular reunida con el presbytérium alrededor de su obispo? Si tuvieron esta esperanza, sólo pueden estar decepcionados: el pueblo no vino y el rito grandioso se desarrolló en una catedral que estaría vacía, si algunas religiosas no estuvieran allí. La misa crismal no se convertirá realmente en la manifestación más solemne y más elocuente de la Iglesia diocesana más que a condición de que se restaure en ella la concelebración eucarística, que se autorice la comunión del pueblo y que se simplifiquen los ritos de la bendición de los santos Óleos” [113].

La eucología de esta Missa en el OHS 1955 fue elaborada y revisada para dotarla de un oficio propio distinto del de la Misa vespertina In Coena Domini . Las oraciones están tomadas del Gelasiano antiguo para la Missa chrismatis y la postcommunio es la oratio ad populum de la misa vespertina de dicho sacramentario; el prefacio está formado por una parte de la venerable plegaria de consagración del Crisma . [115]


El Ordo de 1970 y la reforma de la Misa crismal

La reforma litúrgica emprendida por mandato del Concilio Vaticano II en la historia de la Misa crismal deja su huella mediante la restauración de la concelebración en 1965, algunas variaciones en la Misa crismal [116] , que luego señalaremos, y el Ordo benedicendi oleum catechumenorum et infirmorum et conficiendi chrisma, publicado por la Congregación para el Culto divino en 1970. Tres pasos sucesivos, así pues, hasta la configuración de la actual Misa crismal en el Misal de Pablo VI: concelebración, algunas variaciones en la Misa crismal y por último el nuevo Ordo benedicendi.

Restauración de la concelebración

En 1965 se produjo la restauración de la concelebración [118]. La concelebración, en modo alguno innovación, sino restauración de una praxis inmemorial, fue revisada y preparada por el Consilium encargado aplicar las directrices de la Constitución Sacrosanctum Concilium [118] . Este rito de la concelebración modificaba la forma celebrativa de la Misa crismal en aquel Jueves Santo de 1965 y que era uno de los momentos previstos por el decreto para poder concelebrar [119]. Se recibió el rito con deseo y esperanza de éxito. Había de desenvolverse todo con orden y decoro, con la conveniente instrucción catequética, con la deseada preparación ritual [120] .

Modificación de algunos elementos de la Misa crismal

Tras la reforma operada por el OHS 1955, ahora, en 1965, recibe una primera revisión. Con un decreto de la Congregación de ritos, en 1965, “los textos de la misa crismal de 1955, que daban un espacio muy grande al óleo de los enfermos, fueron modificados y los ritos simplificados, mientras que se destacaba la concelebración del presbyterium alrededor del obispo” y conseguirán darle “una fisonomía y perspectiva totalmente nuevas, comparada con el “propio” vigente hasta ese momento: el Ordo Hebdomadae Sanctae de 1955, que fue incluido en la editio typica del MR 1962” [122]. El decreto de 1965 señalaba que “ha parecido además oportuno, revisar en algún punto el texto de la Misa, para que responda mejor al fin de esta Misa, y simplificar el rito de la bendición de los Óleos, para que se acomode mejor a la celebración de este día y resulte más fácil la activa participación de los fieles” [124].

Junto a la concelebración, se modificaron las lecturas que el OHS 1955 fijó para la nueva Missa chrismatis; el canto “O Redemptor” pasó al ofertorio y el verso ofertorial Diligis iustitiam pasó a la comunión, ligeramente cambiado su texto ya que antes era el gradual. “Para la bendición de los óleos y la consagración del crisma continuaron en vigor los ritos y textos del pontifical romano. Sólo se hacían algunas indicaciones para el desarrollo de la celebración, con las adiciones exigidas por la concelebración” ; además se modificó la forma y momento de traer los óleos así como la veneración del Crisma.

Los óleos se traen con solemnidad, junto al pan y al vino, en el ofertorio y son presentados al Obispo por el diácono: “Óleo para el santo Crisma”, “Óleo de los catecúmenos”, y “Óleo de los enfermos”. El pan y el vino, ofrecidos al Pontífice, son depositados por el diácono sobre el altar. Luego sigue la Misa, como está en el rito de concelebración, hasta el Nobis quoque inclusive. En ese momento el diácono sube la ampolla del óleo de enfermos hasta el altar, el obispo se retira un poco al lado izquierdo, pronuncia el exorcismo y luego la plegaria “Emitte”, concluyendo con el “per quem haec omnia”. Todo prosigue hasta la comunión del obispo, clero y fieles.

Entonces baja el obispo, rodeado de todos sus presbíteros. Bendice el bálsamo, luego lo mezcla con un poco del óleo de la ampolla del Crisma, sopla una vez sobre la ampolla y luego los presbíteros desde el lugar en que estén; pronuncia el exorcismo y el prefacio. Después mezcla el bálsamo con el Crisma con la fórmula ritual. Por último la veneración del Crisma, ya simplificada: el obispo inclinando la cabeza dice “Ave, sanctum Chrisma” y lo mismo hacen los presbíteros desde sus sitios respectivos y, por último, todos los demás ministros y fieles.

Se procede luego a la bendición del Óleo de los catecúmenos. El Pontífice sopla igualmente, en forma de cruz, sobre la ampolla del Óleo; a continuación los presbíteros concelebrantes soplando igualmente hacia la ampolla, permaneciendo en sus lugares. Entonces sólo el Pontífice exorciza y bendice el Óleo. No hay veneración de este óleo.

Termina la Misa y en la sacristía el Obispo advierte a los presbíteros que custodien el Crisma.

En estas variaciones realizadas en 1965, hay aspectos que preparan el Ordo definitivo de 1970; estos aspectos son, especialmente, la idea del sacerdocio por la concelebración; la consagración de los Óleos y el sentido de la renovación (pascual y de todas las cosas, que serán objeto de estudio en un apartado más adelante).

a) La concelebración expresa muy adecuadamente la idea del sacerdocio, formando el presbiterio una comunión en torno a su Obispo, venidos de todas las regiones o arciprestazgos de la diócesis.

b) El segundo aspecto es el específico de esta Misa, a saber, la consagración de los Óleos que en esta Misa, gracias a las variaciones del rito de 1965, se hace más explícito por la presentación, como ofrendas, de las ampollas en el altar al Pontífice junto con la materia eucarística.

c) El sentido de renovación es muy acusado en esta Misa crismal, mirando al misterio de la Pascua. Conecta este sentido de renovación muy acertadamente con el inicio del Triduo pascual que comenzará por la tarde, con la Misa in Coena Domini. En la celebración pascual se conmemora el misterio pascual de Cristo que es el centro y fuente de toda la Redención.

El Ordo de 1970

La comprensión del acontecimiento salvífico, transmitido por las distintas unciones, se iba a destacar más en el nuevo formulario de la Missa y su Ordo en 1970. “No se trataba solamente de revisar su formulario, sino de reflexionar sobre la teología de la unción crismal... El Ordo benedicendi Oleum catechumenorum et infirmorum et conficiendi Chrisma promulgado el 3 de diciembre de 1970 por la Congregación para el culto divino es el fruto de estos estudios” . [125]

La Misa crismal fue provista de unas lecturas nuevas así como la revisión de los textos eucológicos del propio de la Misa, algunos de nueva factura; las plegarias de bendición fueron revisadas, se compuso una nueva para el óleo de los catecúmenos y una segunda plegaria ad libitum para el santo Crisma, omitiendo los exorcismos. Las rúbricas señalan el momento de bendición del óleo de enfermos (antes de la doxología del Canon), y después de la comunión invierte el orden, bendiciendo primero el óleo de catecúmenos y el santo Crisma al final; pero también se permite bendecir los tres óleos después de la homilía. Se incorpora un elemento nuevo que es la renovación de las promesas sacerdotales por parte de los presbíteros ante su Obispo, cabeza del presbiterio, después de la homilía. Finalmente, la Misa crismal se celebra la mañana del Jueves Santo o un día próximo.

La intención del grupo de peritos encargado de esta revisión en el Consilium fue la de mostrar la centralidad de los óleos mirando al Salvador, Ungido por el Espíritu, y renovar las promesas sacerdotales asociados al Sacerdocio de Cristo y a la institución del sacerdocio en el Jueves Santo aprovechando la presencia de la mayor parte del clero en torno al Obispo. En lo referente a la eucología de la Misa, se tuvieron presentes las distintas realidades sacramentales y teológicas que se entrecruzan en ella [126].

Pero se añadió un elemento nuevo, sin precedentes en la tradición litúrgica y ajeno a la primitiva Missa chrismatis, como fue el de la renovación de las promesas sacerdotales. La Sgda. Congregación para el Clero, en una carta circular con fecha 4 de noviembre de 1969, veía conveniente y alentaba que en la Misa crismal del Jueves Santo cada sacerdote renovase ante su Obispo su oficio sacerdotal, la observancia del celibato y la obediencia . De esta manera, y con este ambiente sacerdotal impulsado en esos años, la Sagrada Congregación para el Culto divino emitió un comunicado sobre “Algunos textos complementarios de la liturgia de la “Missa Chrismatis” de Jueves Santo en febrero de 1970 [128]. En este comunicado se indicaba que al fin de la homilía, el obispo debe exhortar a sus sacerdotes a la fidelidad en su ministerio, e invitarles a renovar públicamente las promesas sacerdotes”. A continuación incluye el formulario de la renovación de las promesas que luego pasará definitivamente a la Misa crismal en el Misal y ofrece también el Prefacio para dicha Misa. La valoración de Bugnini es altamente positiva de este acto sacerdotal [129].

Hablando en general, la reforma definitiva de los ritos de la Semana Santa con el Misal Romano en 1970 se acogió favorablemente, aun sin despertar los entusiasmos de las reformas pianas de la Vigilia pascual en 1951, del OHS de 1955 y los diversos retoques posteriores. “Comparado con el impacto de 1951 y de 1956, el impacto “reformista” del Misal de Pablo VI por lo que se refiere a los retoques de la Semana Santa fue mucho menor. Y con razón, por otra parte. Aunque algunas aportaciones del Misal de Pablo VI, especialmente en la parte del leccionario, sean a mi juicio de notable importancia” [130].


8. La Misa crismal en el Misal de Pablo VI (2ª editio Typica)

La Misa crismal hoy en vigor, según el Misal de Pablo VI en su segunda editio typica, presenta formularios completos y muchos de ellos nuevos, tanto para las lecturas como para la eucología de la Misa. El desarrollo ritual se ha visto, asimismo, retocado, buscando mayor simplicidad y, en cierto modo, un desarrollo más lineal y simétrico.

Análisis de los textos bíblicos y antífonas

El nuevo formulario de la Misa presenta algunos textos nuevos que le otorgan una fisonomía nueva.

Es nueva la selección de perícopas bíblicas para la Liturgia de la Palabra.

La primera lectura, Is 61, 1-3a. 6a. 8b-9, con el título “El Señor me ha ungido para derramar sobre ellos perfumes de fiesta; me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren”.

El salmo responsorial (Sal 88, 21-22. 25. 27), con la respuesta “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”.

La introducción de una segunda lectura, tomada de Ap 1, 5-8, “Cristo nos ha convertido en un reino, nos ha hecho sacerdotes de Dios, su Padre”.

El versículo para antes del evangelio (Is 61,1): “El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres”.

La perícopa evangélica (Lc 4, 16-21), como cumplimiento de la primera lectura: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido”.

También los cánticos introducidos son nuevos en este oficio eucarístico:

Antífona de entrada: Ap 1, 6, “Jesucristo nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre...”

Antífona de comunión: Sal 88, 2, “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades”.

Las lecturas proclamadas centran el misterio en la Unción mesiánica de Jesucristo, por el Espíritu Santo. Él es el Mesías, el Ungido por excelencia no por una unción material, sino espiritual, reposando en Él el Espíritu Santo.

Y lo prometido mesiánicamente en el profeta Isaías, se cumple en el “hoy” del Evangelio: “hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Jesús revela así en la sinagoga de Nazaret cómo en Él lo vaticinado es realidad, la promesa pasa a ser cumplimiento. Jesús muestra su ser “Cristo” al inicio de su vida pública porque en Él se concentra todo el Antiguo Testamento. A Él se le ha dado el Espíritu sin medida siendo el Ungido por excelencia y, desde ese momento, Fuente de toda Unción. Esta participación de los cristianos en Cristo (y de ahí ese nombre glorioso participado, “ser cristianos-ser ungidos”) se pone de relieve con la proclamación de la segunda lectura, del libro de Apocalipsis: Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes; el pueblo de los bautizados es un pueblo de ungidos, sacerdotes para Dios.

La Palabra proclamada en la Misa crismal se centra, entonces, en el Misterio de la Unción espiritual del Salvador y la participación de los fieles en esa Unción, omitiendo los usos particulares o concretos de los diferentes óleos. Las lecturas proclamadas centran el misterio celebrado en la Unción de Jesús. Él es constituido Señor y Mesías por su Unción espiritual y se actualiza el Misterio en el Hodie de la liturgia, tanto en la Palabra proclamada como en la acción sacramental [132].

En cuanto a la eucología, nueva es la oración colecta, el prefacio y la postcomunión, permaneciendo la super oblata de la anterior Misa del OHS de 1955. La eucología es el reverso de la Palabra proclamada en una unidad, los textos bíblicos inspiran la plegaria y se hacen oración. “Es cierto que en los textos del “propio” de la Misa crismal, resuenen los eventos salvíficos proclamados y celebrados en la Palabra” [132].

Análisis bíblico de la eucología

Describamos brevemente eucología de la Misa y su fundamento bíblico.

El primer texto eucológico es la colecta que reza así:

Deus, qui unigenitum Filium tuum unxisti Spiritu Sancto Christumque Dominum constituisti, concede propitius, ut, eiusdem consecrationis participes effecti, testes Redemptionis inveniamur in mundo.

Su traducción oficial en castellano:

Oh Dios, que por la unción del Espíritu Santo constituiste a tu Hijo Mesías y Señor, y a nosotros, miembros de su cuerpo, nos haces partícipes de su misma unción; ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres.

La oración colecta, mira a Cristo denominándolo “unigenitum Filium tuum” como en Io 3,16: “Filium suum unigenitum daret” o “Filium suum unigenitum misit Deus in mundum” (1Io 4,9); Él su Hijo Unigénito, el Logos que se ha hecho carne, y en su carne ha sido ungido por el Espíritu Santo. Es el kerygma anunciado por Pedro (Hch 10,38), lo que recoge la oración colecta. Jesús es el ungido por el Espíritu Santo, como Él mismo se autoreconoce en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18). Al Salvador, ungido por el Espíritu, Dios lo ha constituido “Cristo y Señor”, “Mesías y Señor”; de fondo, sigue resonando el canto de los ángeles en el nacimiento de Jesús (Lc 2,11) y el anuncio del apóstol Pedro (Hch 2, 36): Dios lo constituyó Señor y Mesías.

La oración colecta, tras evocar la acción de Dios en su Hijo, prosigue suplicando por aquellos que han sido hechos partícipes de su Unción; en efecto, la primera carta de san Juan, en la que se inspira esta frase de la colecta, dice: “en cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo” (1Jn 2,20) de manera que su unción permanece (cf. 1Jn 2,27). Dios mismo nos ha hecho partícipes de la consagración de su Hijo porque nos ha ungido y nos ha sellado: “nos ungió, nos selló” (2Co 1,22).

La traducción castellana oficial añade una aposición que no se encuentra en la versión latina: “a nosotros, miembros de su cuerpo, nos haces partícipes...” “Miembros de su cuerpo” es la síntesis lograda para evocar la teología paulina del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuya Cabeza es el Señor y cada uno un miembro vivo de este Cuerpo; juntos forman el “Cristo total” (1Co 12,12). Es más: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1Co 12,27) porque todo lo dio a la Iglesia como Cabeza, “ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos” (Ef 1,23); “un solo Cuerpo y un solo Espíritu” (Ef 4,4), edificándose el Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,12).

“Ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres”, o en la versión latina: “ut, eiusdem consecrationis participes effecti, testes Redemptionis inveniamur in mundo”. Esta versión original es más concisa: “nos convirtamos en el mundo en testigos de la Redención”. “Vos autem estis testes horum” (Lc 24,48): eso son los apóstoles, “testes”, testigos de lo que han visto y oído, de lo que han experimentado. Es lo que el Señor les confía: “seréis mis testigos” (Hch 1,8) y ellos, asumiendo el encargo de ser testigos, se presentan así ante todos (Hch 2,32; 3,15).

En el mundo son situados los apóstoles como testigos; al mundo son enviados (Mc 16, 15), en el mundo van a ser sal y “lux mundi” (Mt 5,14). Están en el mundo pero no son del mundo (Jn 17,11), por ello el mundo los odiará, porque su testimonio pone en evidencia las tinieblas (Jn 15,19).

La oración sobre las ofrendas:

Huius sacrificii potentia, Domine, quaesumus, et vetustatem nostram clementer abstergat, et novitatem nobis augeat et salutem.

Que traducida en la edición castellana del Misal dice:

Te pedimos, Señor, que la eficacia de este sacrificio nos purifique del antiguo pecado, acreciente en nosotros la vida nueva y nos otorgue la plena salvación.

Sobre una idea fundamental se construye esta super oblata clásica: del hombre viejo al hombre nuevo, de la vetustez del pecado a la novedad de vida. El hombre viejo ha sido crucificado con Cristo y de esta manera el pecado ha sido aniquilado para dar lugar al hombre nuevo (Rm 6,6). De esta forma caminemos en novedad de vida. El hombre viejo es dejado, abandonado (Ef 4,22; Col 3,9).

Ante esta realidad, el hombre nuevo es tarea de la gracia de Dios en el alma, si se colabora con la acción divina. El hombre viejo es despojado para revestirse del hombre nuevo (Ef 4,23-24); se renueva según la imagen del Hijo, el verdadero Hombre nuevo (Col 3,10).

Es, entonces, la vida nueva por medio de los sacramentos que comunica Aquel que todo lo hace nuevo: “Ecce nova facio omnia” (Ap 21,5).

El prefacio, nuevo en su redacción:

Qui Unigenitum tuum Sancti Spiritus unctione novi et aeterni testamenti constituisti Pontificem, et ineffabili dignatus es dispositione sancire, ut unicum eius sacerdotium in Ecclesia servaretur. Ipse enim non solum regali sacerdotio populum acquisitionis exornat, sed etiam fraterna homines eligit bonitate, ut sacri sui ministerii fiant manuum impositione participes. Qui sacrificium renovent, eius nomine, redemptionis humanae, tuis apparantes filiis paschale convivium, et plebem tuam sanctam caritate praeveniant, verbo nutriant, reficiant sacramentis. Qui, vitam pro te fratrumque salute tradentes, ad ipsius Christi nitantur imaginem conformari, et constantes tibi fidem amoremque testentur. Unde et nos, Domine, cum Angelis et Sanctis universis tibi confitemur, in exsultatione dicentes.

Es decir:

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Que constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.

Él no sólo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión.

Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos.

Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor.

Por eso, nosotros, Señor, con los ángeles y los santos cantamos tu gloria diciendo:

Un prefacio claramente sacerdotal-ministerial en el contexto de la Misa crismal: “el solemne embolismo del prefacio es un texto de nueva composición en el que se comenta el carácter específico del sacerdocio ministerial respecto al sacerdocio real de los fieles, proponiendo su función, indicando su sentido y formulando la orientación del modelo ideal de vida sacerdotal que se deriva de la participación en el sacerdocio de Cristo (Operari sequitur esse)” [133].

El texto del prefacio [134] se divide en las siguientes partes, declarando “entre otros, los siguientes aspectos el sacerdocio ministerial-sacramental, en cuanto participación en la consagración sacerdotal de Cristo” : [135]

1) el misterio del único Sacerdocio de Cristo, 2) la perpetuidad del mismo en la Iglesia, tanto por el Sacerdocio regio del Pueblo santo de Dios (“regale sacerdotium”), como por el sacerdocio ministerial, de los miembros del pueblo de bautizados, elegidos por Cristo y que participan de su misión por la imposición de las manos, 3) la naturaleza específica del ministerio sacerdotal a través de las acciones ministeriales enumeradas, 4) y la exigencia sacramental de la configuración con Cristo.

Jesús es el Unigénito Hijo de Dios y Primogénito de todas las cosas; a este Unigénito Dios lo ha enviado al mundo para dar vida al mundo (Jn 3,16), constituido Pontífice de la nueva y eterna alianza, Pontífice de los bienes eternos y definitivos (Hb 9,11). El sacerdocio de Cristo, reza el prefacio, se continúa en la Iglesia de dos modos: mediante el sacerdocio real de los bautizados y además, entre éstos, el ministerio sacerdotal. Jesucristo ha hecho de los bautizados un pueblo de reyes y sacerdotes; el libro de Apocalipsis canta a Dios agradecido por haber sido constituido como un pueblo sacerdotal (Ap 1,6). El contenido de este sacerdocio santo es ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios (1P 2,5). La expresión “populum acquisitionis exornat” del prefacio está tomado de otro versículo de la carta primera de san Pedro (2,9).

Cristo, con fraterna bondad (fraterna homines eligit bonitate), comunica su sacerdocio de una forma peculiar mediante el sacramento del Orden; la imposición de manos es su signo sacramental más elocuente y expresivo: “manuum impositione participes”.

El prefacio prosigue, con lenguaje más dogmático que bíblico, a exponer la vida y misión de los sacerdotes: congregar a los hijos de Dios, presidir al pueblo santo, alimentarlo con la palabra, santificarlo con los sacramentos, entregar la vida por Él y por sus hermanos dando testimonio constante de fe y de amor.

En resumen, “el Praefatio canta la excelencia y las funciones del ministerio sacerdotal, su naturaleza de servicio, y su inserción en el contexto de Cristo y del sacerdocio común de los fieles” [137]. Ahora bien, es de justicia reconocer que, en el contexto más amplio de toda la Misa crismal, el prefacio se focaliza demasiado llamativamente en el ministerio ordenado.

Por último, la oración de postcomunión:

Supplices te rogamus, omnipotens Deus, ut, quos tuis reficis sacramentis, Christi bonus odor effici mereantur.

“Concédenos, Dios todopoderoso, que quienes han participado en tus sacramentos, sean en el mundo buen olor de Cristo.”

La traducción castellana amplía el original latino; “tuis reficis sacramentis”, que sería “alimentados” o “saciados” por tus sacramentos, ha pasado a traducirse por “participado en tus sacramentos”; la expresión “Christi bonus odor effici mereantur” se traduce por “sean en el mundo buen olor de Cristo”, añadiendo la palabra “mundo”, cuando una traducción más literal sería “merezcan ser (convertirse) en buen olor de Cristo”.

Breve y concisa, como suelen ser todas las oraciones de postcomunión, este texto se inspira únicamente en dos versículos, 2Co 2,15-16, en los que leemos: “Quia Christi bonus odor sumus Deo...”. Somos el buen olor de Cristo, preciosa metáfora para expresar la participación en una Unción única, que recibimos mediante las distintas unciones sacramentales. Así la Misa crismal, en su última oración, enlaza los sacramentos celebrados y el rito de la bendición y consagración de los óleos con el misterio sacramental, con la realidad teológica: participar del buen olor de Cristo y, por tanto, difundirlo.

Incorporación de las promesas sacerdotales en la Misa crismal

Un elemento completamente nuevo fue la incorporación de la renovación de las promesas sacerdotales que se realiza tras la homilía. Tras las promesas, se realiza la procesión de las ofrendas omitiendo tanto el Credo como la oración de los fieles propiamente dicha. Sí es verdad que el pueblo ora por los sacerdotes y por el propio Obispo a la invitación de éste: “Y ahora vosotros, hijos muy queridos, orad por vuestros presbíteros... Y rezad también por mí...”, y a las dos invitaciones el pueblo responde: “Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos”.

Es extraña la omisión de esta oración de los fieles, en sentido propio, que siempre prescribe el Misal Romano; por ejemplo en la 2ª editio typica, la IGMR dice: “Conviene que esta oración se haga normalmente en las Misas a las que asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo” (n. 45). Es más, incluso el CE, para esta Misa crismal, prescribe: “El Obispo deja el báculo y la mitra y se levanta. No se dice el Credo. Se hace la oración universal en la cual se invita a los fieles a orar por sus pastores, como se indica en el Misal” (n. 281).

Sin embargo, el Ordo de bendición de los Óleos omite la oración de los fieles y la simplifica con las dos breves súplicas al final de la renovación de las promesas sacerdotales orando sólo por los presbíteros y por el Obispo: “La oración de los fieles, que tiene formulario propio, está unida a la renovación de las promesas sacerdotales” (OBO 16). Difícilmente se puede considerar que estas dos intercesiones sean universales al reducirse sólo a la petición por los ministros ordenados sin rogar por la Iglesia entera, el gobierno de las naciones, los que sufren y la asamblea celebrante.

El formulario para la renovación de las promesas sacerdotales se inspira en los textos del Vaticano II; unión con Cristo y deberes del ministerio (PO 2. 12), configuración con Cristo y santidad (PO 12. 18), la renuncia a uno mismo (PO 13. 15), dispensación de los misterios de Dios (PO 2. 5. 22) a imagen y en persona de Cristo, Cabeza y Pastor (PO 4. 6) con desprendimiento y espíritu de pobreza (PO 17. 21).

Esta renovación es un elemento nuevo en la Misal Crismal que merece ser valorado por su influencia y su buena acogida; “esta renovación de las promesas sacerdotales ofrece la ocasión de expresar una teología renovada del ministerio sacerdotal” .[138]

El formulario, muy logrado en algunos puntos, ofrece a su vez algunas carencias. Este formulario de la renovación, junto con el prefacio, son los dos textos del “propio de la Misa” en que se valora y se ensalza al máximo el ministerio sacerdotal. “En cuanto al contenido, extraña que en la primera pregunta no aparece lo que constituye la idea central de la teología del presbiterado del Vaticano II: ‘cooperator ordinis episcoporum’ [138]. La segunda pregunta, si bien resalta la configuración del ministro ordenado a Cristo, lo hace trasluciendo una visión ascética negativa. La tercera pregunta se refiere específicamente a las funciones ministeriales. Pero, no recoge satisfactoriamente el pluralismo de las mismas, como lo había redescubierto el concilio Vaticano II superando la visión reduccionista que casi únicamente contemplaba en los ministros ordenados sus tareas cultuales-sacerdotales” [139].

Se le ha otorgado una nueva fisonomía a esta Misa, resaltando con claridad sus principales líneas, añadiendo otros aspectos, velando algunos otros. En el último apartado nos detendremos a considerar la teología que muestra esta Misa crismal ya que la lex orandi es la expresión (y fuente en muchos casos) de la lex credendi.

El desarrollo ritual

La Misa crismal ha visto afectado su desarrollo celebrativo buscando una noble sencillez ante la complejidad ritual que poco a poco fue adquiriendo, como vimos al estudiar su historia.

Con el rito de concelebración y en el Misal romano en su edición de 1970, son invitados a concelebrar todos los miembros del presbiterio diocesano junto con su Cabeza, el Obispo, los diáconos y la participación de todo el pueblo cristiano. Se insiste en la asistencia de sacerdotes de todas las partes del territorio diocesano (OBO 13) porque participan de la sagrada misión del Obispo, “así se manifiesta claramente la unidad del sacerdocio y del sacrificio de Cristo, que se perpetúa en la Iglesia” (CE 274).

La Misa crismal se convierte, de esta manera, en una manifestación plena de toda la Iglesia local (OBO 1) y en una manifestación especialísima de la unión de los presbíteros entre sí y con su Obispo (CE 274). En vistas a favorecer la asistencia tanto del clero como de los fieles, se permite, por primera vez en la historia de esta Misa, adelantar la Misa a un día cercano al Jueves Santo (cf. OBO 11).

En la sacristía, además de lo necesario para la Misa, hay que preparar: las vasijas de los óleos; aromas para hacer el Crisma, si es que el Obispo quiere hacer la mezcla dentro de la acción litúrgica; pan, vino y agua para la misa, que son llevados juntamente con los óleos antes de la preparación de los dones. Ya no se prescriben los distintos velos para las ampollas.

La Misa transcurre como de costumbre, cantando el Gloria, hasta terminada la homilía. La rúbrica prescribe que “en la homilía el Obispo, sentado en la cátedra con mitra y báculo, a no ser que a él le parezca de otra manera, exhorta a los presbíteros a permanecer fieles en su ministerio, y los invita a renovar públicamente sus promesas sacerdotales” (CE 280).

Terminada la homilía, el Obispo sigue sentado en la sede con mitra y báculo y, puestos los presbíteros de pie (CE 280), procede a la renovación de las promesas sacerdotales (CE 281).

Se organiza entonces la procesión de presentación de las ofrendas que sigue lo establecido en las modificaciones de 1965 respecto a esta Misa, ordenándose así: “en primer lugar, el ministro que lleva el recipiente con los aromas, si es que el Obispo quiere hacer él mismo la mezcla del Crisma; después, otro ministro con la vasija del óleo de los catecúmenos; seguidamente, otro con la vasija del óleo de los enfermos. El óleo para el Crisma es llevado en último lugar por un diácono o un presbítero. A ellos les siguen los ministros que llevan el pan, el vino y el agua para la celebración eucarística”.

La procesión ordenada posee mayor sencillez que en anteriores Pontificales: ni incienso ni cruz, ni cirios ni paños de hombros para los diáconos, ni un número significativo de sacerdotes acompañando en reverencia al Crisma. En una sola procesión, la de ofrendas, se incluyen las vasijas de los tres óleos. Mientras tanto se canta el himno “O Redemptor” “u otro canto apropiado”.

Al llegar al altar se mantiene el rito de presentación de cada Óleo al Obispo. “El diácono que lleva la vasija para el santo Crisma, se la presenta al Obispo, diciendo en voz alta: Óleo para el santo Crisma; el Obispo la recibe y se la entrega a uno de los diáconos que le ayudan, el cual la coloca sobre la mesa que se ha preparado. Lo mismo hacen los que llevan las vasijas para el óleo de los enfermos y el de los catecúmenos. El primero dice: Óleo de los enfermos; el otro: Óleo de los catecúmenos. El Obispo recibe ambas vasijas y los ministros las colocan sobre la mesa que se ha preparado”.

Un cambio singular en el ordo de esta Missa chrismatis es la posibilidad, enteramente nueva, de poder bendecir en este momento los tres óleos en lugar de sus momentos tradicionales. Primero se afirma, y por tanto así se destaca que es la opción típica que se ha de salvaguardar siempre que sea posible, los momentos previstos para bendecir los óleos, según la tradición litúrgica romana (OBO 11). Esta es la forma típica por tanto y ha de ser hoy la habitual; excepcionalmente y con un argumento muy elástico, se dice también: “pero por razones pastorales se puede hacer también el rito de la bendición después de la liturgia de la palabra” (OBO 12). En la praxis pastoral, por lo que se puede constatar, en casi todas las catedrales se ha preferido bendecirlos todos tras la liturgia de la Palabra, ignorando la forma típica (antes de la conclusión del Canon y después de la comunión).

La Misa prosigue como de costumbre hasta el Canon romano inclusive. Si se sigue el modo tradicional, antes de que el Obispo recite la conclusión: “Por Cristo Señor nuestro, por quien sigues creando todos los bienes”, la clásica “Per quem haec omnia” (si se utiliza otra anáfora, antes de la doxología “Por Cristo, con él y en él”), el que llevó la vasija del óleo de los enfermos, “la lleva cerca del altar y la sostiene delante del Obispo, quien, mientras bendice el óleo de los enfermos, dice esta oración: Señor Dios, Padre de todo consuelo”.

La conclusión de la plegaria “Él, que vive y reina” se omite en este lugar; sólo se pronuncia si se recita la bendición tras la liturgia de la Palabra porque la conclusión normal es la conclusión propia del Canon, “per quem haec omnia”. Terminada la bendición, “la vasija del óleo de los enfermos se lleva de nuevo a su lugar, y la misa prosigue hasta después de la comunión” .

Una vez recitada la postcommunio, “los ministros colocan las vasijas con los óleos que se han de bendecir sobre una mesa que se ha dispuesto oportunamente en medio del presbiterio. El Obispo, teniendo a ambos lados suyos a los presbíteros concelebrantes, que forman un semicírculo, y a los otros ministros detrás de él, procede a la bendición del óleo de los catecúmenos y a la consagración del crisma”.

Cuando todo está dispuesto, el Obispo de pie y de cara al pueblo, con las manos extendidas dice la oración de bendición del Óleo de los catecúmenos, “Señor Dios, fuerza y defensa de tu pueblo”, sin exorcismo ni gesto alguno.

A continuación se realiza la consagración del Crisma.

El Obispo –si no lo hizo antes en la sacristía- prepara ahora muy oportunamente el Crisma mezclando los aromas en silencio y sin ninguna oración secreta. Se mezclan directamente en la vasija del Crisma. El Ceremonial indica que el Obispo realiza la conmixtio sentado (CE 289). En ningún momento se afirma que se desvista la casulla y que emplee el gremial. Una vez mezclados los aromas con el aceite en la misma vasija el Obispo “se levanta y, de pie y sin mitra” (CE 290) pronuncia una invitación a orar.

Después, “el Obispo, oportunamente, sopla sobre la boca de la vasija del Crisma, y con las manos extendidas dice una de las siguientes oraciones de consagración”. “Oportunamente” es la expresión del OBO en castellano, “si lo cree oportuno” en el CE (n. 290; cf. CE 291) con lo cual un rito tan antiguo y expresivo se ha convertido en facultativo. Además, si el Obispo decide realizarlo, el rito de la insuflatio ha sido reducido definitivamente: ahora es sólo el Obispo el que sopla en la boca de la vasija, una sola vez, pues no se señala el número, y tampoco la forma in modum crucis.

La participación de los presbíteros como “testigos y cooperadores del ministerio del santo crisma” se va a visibilizar con un gesto obligatorio de tipo epiclético: todos extienden la mano derecha hacia el Crisma a partir de las palabras “A la vista de tantas maravillas, te pedimos, Señor”, o si se emplea el segundo formulario, a partir de “Por tanto, te pedimos, Señor, que mediante el poder de tu gracia”. No existe signo alguno de veneración al Crisma ni por parte del Obispo ni de los presbíteros, como era tradicional.

Una vez completada la consagración del santo Crisma, si es en la Liturgia de la Palabra, se continúa la Misa con la preparación de las ofrendas en el altar y la super oblata; si es en su lugar clásico, después de la postcommunio, el Obispo imparte la bendición como de costumbre.

Termina el OBO recordando que “en la sacristía, el Obispo, oportunamente, puede advertir a los presbíteros cómo hay que tratar y venerar los óleos, y también cómo hay que conservarlos cuidadosamente”.

Completada la descripción ritual, hagamos una valoración y comentario de lo ya estudiado.

El desarrollo ritual de la Misa crismal, cuyo esquema básico estaba fijado desde hace siglos, ha sido modificado, así como la forma de realizarlo:

las vasijas con los óleos ya no se recubren con velos de distinto color en la sacristía,

al terminar la homilía se incluye un nuevo rito: el de la renovación de las promesas sacerdotales,

las ampollas de óleo son llevadas al altar juntas en la procesión de ofrendas junto al pan y al vino y al agua, sin incienso, ni cirios, ni paños de hombros, en lugar de traerlas en procesión más solemne en el momento de ser bendecidas,

se ofrece la posibilidad de bendecir los óleos y consagrar el Crisma, uno tras otro, al término de la liturgia de la Palabra en vez de señalar la obligatoriedad de bendecirlos en los momentos asignados por la tradición litúrgica,

se invierte el orden tradicional después de la comunión: ahora se bendice primero el óleo de los catecúmenos y después el Crisma [141], de manera que se pasa del rito más sencillo al más solemne como colofón [142], el rito de bendición se ha simplificado: se suprimen los exorcismos sobre los respectivos óleos; la insuflatio sólo se hace sobre el Crisma, únicamente el Obispo, una sola vez sin trazar la señal de la cruz; además, la conmixtio de aromas con el Crisma se puede dejar ya preparada en la sacristía omitiendo que el Obispo la haga solemnemente antes de consagrarlo,

los presbíteros ya no realizan la insuflatio desde sus respectivos lugares ni van en procesión –al menos doce según la costumbre- a la sacristía a traer el Óleo de los catecúmenos y el Óleo crismal, únicamente, y esto es nuevo, extienden la mano derecha durante la epíclesis de consagración del Crisma, a) ha desaparecido cualquier gesto ritual de veneración del santo Crisma (ni beso al ánfora, ni genuflexión, ni las palabras de saludo), b) y los Óleos son devueltos a la sacristía en la procesión de salida de todos los ministros, precedidos de incensario y cruz.

Son muchas las modificaciones de la Misa crismal en el Misal de Pablo VI de 1970 que merecen, al menos, una valoración somera y un comentario; modificaciones en el propio de la Misa y modificaciones en las secuencias rituales.

Tanto las lecturas bíblicas y cánticos como la eucología de la Misa resaltan de manera clara cómo la Unción de Jesús es el núcleo del Misterio y cómo de esta Unción espiritual participarán quienes reciban las distintas unciones sacramentales mediante los óleos que se van a bendecir. Es el reflejo de una teología hermosa sobre la Iglesia en cuanto comunidad sacerdotal, un pueblo de sacerdotes, ungidos por el Señor [143].

Sin embargo el conjunto recibe una nueva impronta clerical con la acentuación tan destacada de la renovación de las promesas sacerdotales y el texto del prefacio, consiguiendo en buena medida que la Misa crismal se convierta en una “Misa clerical” –permítase la expresión- y los óleos pasen a un segundo plano [144].

Contemplando el evento salvífico que conmemora y actualiza la Misa crismal, tal como lo proclaman las perícopas bíblicas, las plegarias eucológicas y el mismo rito al bendecir los óleos, parece destacar demasiado y ocupar un primer plano la dimensión del ministerio sacerdotal ordenado, velando en buena medida el objeto central de esta liturgia de la feria V [145]. Además habría que valorar el sentido de la renovación de las promesas sacerdotales; se introdujo cuando la Missa chrismatis se celebraba el mismo Jueves Santo, día de la institución del sacerdocio, pero con la posibilidad actual –que es la que se realiza en la inmensa mayoría de diócesis- de adelantarla a un día cercano, se pierde la conexión de renovar las promesas sacerdotales en el día mismo de la institución del sacerdocio [146].

Las rúbricas de la actual Misa crismal ofrecen una variación en el momento de la bendición de los óleos: se puede realizar en sus momentos tradicionales o hacerlo uno tras otro después de la renovación de las promesas sacerdotales. Esta opción tiene la ventaja de dar una estructura común a toda la liturgia de manera que todos los actos sacramentales se realicen después de la liturgia de la Palabra y antes de la liturgia eucarística: la liturgia bautismal, la crismación en la Confirmación, la ordenación, etc. Pero esta ventaja presenta un grave inconveniente: alterar los momentos tradicionales de bendición de cada óleo y su razón teológica [147].

Los tres óleos han recibido trato distinto en la liturgia según su propia importancia, ya que no es igual el santo Crisma, empleado para las unciones que configuran con Cristo, que el óleo de catecúmenos; ni éste tiene el mismo valor que el óleo de los enfermos, que es materia sacramental. Bendecirlos uno tras otro parece equipararlos en honor y trato, cuando la misma liturgia separó los momentos en que se bendecían y recibían incluso su veneración propia expresada en gestos (beso a la ampolla del Crisma) y palabras (Ave, sanctum Chrisma). La tradición litúrgica en los distintos ritos, tanto de Oriente y Occidente, otorgan distinto trato a los tres óleos y los bendice en distintos momentos. Aunque solamente fuera desde el punto de vista histórico, en la tradición litúrgica, debería respetarse la distinción de los momentos para bendecir cada óleo.

Como veremos en el siguiente capítulo, era costumbre inmemorial de la Iglesia que los dones ofrecidos (miel, queso, uvas, aceite) fueran bendecidos en la plegaria eucarística, antes de “per quem haec omnia”. De aquella bendición de los alimentos ofrendados, hoy sólo nos ha quedado esta bendición del óleo de enfermos en la Misa crismal. La santificación de todas las cosas y de todos los elementos creados –también del óleo sacramental- procede Cristo en el sacrificio de la Cruz, y de este sacrificio también brota la eficacia sacramental del óleo.

El óleo de los catecúmenos y el Crisma encontraban su lugar tras la comunión. Entonces, con solemnidad, eran bendecidos y venerados. Su lugar, al término de la Missa chrismatis, señalaba el uso futuro para la próxima Eucaristía, ya pascual; apuntaba de esta forma que la Misa crismal estaba orientada hacia el futuro, hacia la Vigilia pascual, “al margen de la gran plegaria cristiana, siempre en relación con la cercana celebración del bautismo en la noche pascual” [148]. Es el ámbito de futuro, la proyección de la Misa crismal en la próxima Pascua, por lo que la consagración del Crisma enlazaba su Misa con la Vigilia pascual que era la siguiente Misa que se celebraba, generando una espera de futuro.

Otra de las razones es distinguir el diferente uso de los Óleos: el de los enfermos se destina para los que ya son fieles cristianos; el óleo de catecúmenos, como su nombre indica, no para que los que son fieles sino que están en proceso de serlo, y el Crisma para configurar a los neófitos. Lo que se refiere a los fieles se incluye dentro de la anáfora, propia de los fieles que pueden ofrecer la Oblación de Cristo; lo que se refiere a los que aún son catecúmenos, se bendice fuera del Canon porque aún no se destina a los fieles. El Crisma y el óleo de catecúmenos se desvincula del lugar de los fieles (el Canon) porque está destinado a los que más adelante con su unción pasarán a ser fieles (bautismo) o lo serán con mayor plenitud (confirmación).

Las líneas teológicas de la Misa crismal

El contexto de las bendiciones de los óleos muestra la vida sacramental de la Iglesia y su importancia. Podría afirmarse que la Misa crismal es la gran expresión de la sacramentalidad en la Iglesia indicando de dónde brotan los sacramentos y el ser mismo de la Iglesia, pueblo santo [149]. La Misa crismal ofrece perspectivas teológicas sobre los sacramentos y sobre la acción del mismo Cristo, el Ungido, a la luz de la Pascua.

Estas perspectivas teológicas hallan su razón de ser cuando recordamos cómo la Misa crismal está en función de la Vigilia pascual para poder utilizar en ésta los óleos nuevos, y cómo el Misterio de la Pascua se anticipa y pregusta en la liturgia de la Misa crismal, tanto en sus textos litúrgicos como en el modo celebrativo (canto del Gloria, vestiduras blancas). Así pues, la teología de la Pascua no sólo se entiende aplicada a la Vigilia pascual, sino que se verifica igualmente en la Misa crismal como su preparación, teñida ya de sabor pascual.

En Jesucristo todo se hace nuevo

Los óleos son nuevos cada año, como fruto de la Misa crismal, porque en la Pascua comienza la novedad cristiana. Jesucristo se presenta como quien todo lo hace nuevo. “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Y la Pascua misma es celebrada “no con levadura vieja... sino con los panes ácimos de la sinceridad y de la verdad” (1Co 5,8). El mundo entero, el cosmos, es renovado por la Pascua del Señor que introduce un principio de novedad, de vida y de gracia; el hombre viejo es sepultado con Cristo en el Bautismo y surge el Hombre nuevo del sepulcro. Ésta es la perspectiva de la inmediata Vigilia pascual que proyecta su luz sobre la Misa crismal y que explica cómo ésta mira a la Vigilia pascual como a su fin.

Lo hace todo nuevo porque ha resucitado, es el Viviente; de manera que la escatología ha comenzado con su santa Pascua renovando el universo entero. La Vigilia pascual posee matices escatológicos muy acusados; pensemos, por ejemplo, en su carácter nocturno y las lámparas encendidas, que recuerdan la espera de las vírgenes aguardando a que su Señor vuelva de la boda (cf. Mt 25,1-13). “Los primeros cristianos, igual que los judíos, esperaban la venida o vuelta del Mesías en la noche, en la noche pascual (1Pe 2,9; Mt 24, 32-50; Rm 13,11; 1Tes 5,2; Ap 3,3; 16,15; Lc 17,20). Cada Pascua esperaban la venida de Jesús. Al no acaecer ésta, se unían a Él por la Eucaristía... una prenda de la parusía” [150]. El carácter y la tonalidad de la Vigilia pascual son escatológicos, a la espera de la parusía, en la contemplación del Kyrios que viene y que todo lo hace nuevo. Todo encuentra en Él su plenificante realización; con la resurrección del Señor se inaugura el tiempo nuevo y pleno, un kairós de gracia permanente que constantemente se comunica: “el nuevo eón ha irrumpido en la historia” [151]. Esto es lo que va a celebrar –y poner de relieve- la santa Vigilia pascual [152].

La Resurrección de Jesucristo es el comienzo de la Parusía, de la eterna novedad, [153] iniciándose una nueva humanidad. Con Cristo, todo es nuevo y la novedad de vida es la modalidad que desencadena el Señor y afecta a todo lo creado para ser transformado [154]. Esta novedad –que es vida resucitada- en la liturgia se expresa –se celebra- adecuadamente en el Triduo pascual. Nueva es la Pascua celebrada en la novedad de la primavera con la primera luna llena, cuando todo nace de nuevo; la Eucaristía es nueva, consagrada solemnemente en la Vigilia pascual, nuevo el cirio pascual, nuevo el fuego del que se ha encendido, nueva el agua del Bautismo bendecida esa noche, nuevo el Gloria y el Aleluya mudo desde el miércoles de Ceniza... y nuevos son los santos Óleos y el Crisma santo [155]que unirá a los neófitos a la Pascua del Señor. Para preparar y expresar adecuadamente esta novedad de la Pascua, los óleos son bendecidos y el Crisma consagrado en los días previos. Ellos mismos van a comunicar la novedad de la Pascua del Señor en los sacramentos.



El Señor Resucitado es la fuente de todos los sacramentos

Su humanidad glorificada es ahora fuente de salvación, y ésta se comunica mediante los signos sacramentales. Él, el Viviente, se constituye como principio de vida, y así los sacramentos son los instrumentos eficaces de su vida resucitada para sus hermanos como afirma el Catecismo (n. 1116) [156]. La victoria de Cristo por su Pascua es comunicada por los óleos que en la Misa crismal se bendicen.

Jesucristo, lleno del Espíritu Santo, derramando de su seno las fuentes de agua viva del Espíritu, por medio de su humanidad glorificada, santifica nuestra propia humanidad por los sacramentos y el Espíritu. La actuación hoy del Señor se produce por medio de su Espíritu Santo y de los sacramentos. Los óleos y sus unciones sacramentales respectivas son fruto de la Pascua del Señor [157] para que la potencia de Cristo, fruto de la Pascua, se difunda. La Misa crismal mira ya a la potencia salvífica de Cristo en la cercana Pascua.

Los sacramentos son la actuación visible de lo invisible de Cristo, que es la modalidad propia de la encarnación y de la Pascua: mediante lo visible a lo invisible, de la materia al Espíritu, de lo humano a lo divino. Y la Iglesia, asociada al Redentor, es la portadora del Espíritu, en ella florece el Espíritu y toda gracia, por ella es comunicado y transmitido el Espíritu mediante los humildes y preciosos sacramentos. En la Misa crismal, muy expresivamente, la Iglesia aparece como pneumatófora –en virtud y casi como anticipo de la próxima Pascua-: “La liturgia de la misa crismal es el lugar donde esta dimensión radical espiritual se pone en evidencia con mayor intensidad. O debería ponerse. Nos referimos a la pneumatófora de toda la Iglesia” [158]. En efecto, la Misa crismal pone de relieve “que todos los sacramentos brotan de la humanidad vivificada y vivificante de Cristo, el ungido del Señor, que ha hecho partícipe de su consagración al pueblo santo” [159] orientando así para la celebración de los sacramentos pascuales [160]. Y esta dimensión pascual se refleja ya en la misa crismal, celebrada aún en Cuaresma, pero anticipando lo que va a ocurrir y las realidades sacramentales que van a brotar de la Pascua de Cristo, porque “el carácter festivo de la celebración revela también la intención de relacionar los sacramentos con el Misterio pascual de Jesucristo” [161].

Junto a la sacramentalidad que brota de Cristo, tanto la Vigilia pascual como la Misa crismal manifiestan la sacramentalidad de la Iglesia [162]. Ella es sacramento –en sentido amplio- y signo de la íntima unión con Dios y de los hombres entre sí; vive de los sacramentos, dispensa la economía sacramental. La Iglesia necesita vivir y celebrar los sacramentos para ser ella misma y para cumplir la misión que Cristo le ha encomendado.

La sacramentalidad de la Iglesia, tanto su naturaleza como su misión y desarrollo por medio de los sacramentos [163], es expresada visiblemente en la Misa crismal, con el obispo rodeado de su presbiterio, los diáconos y todo el pueblo cristiano. Esta Misa crismal, así vivida y entendida, es una anual epifanía de la Iglesia, pueblo sacerdotal. La Misa crismal visibiliza la unidad de la Iglesia y su naturaleza comunional, como una ocasión especial y privilegiada, única en el año litúrgico.

La Pascua –el mismo Señor resucitado- es la fuente de los sacramentos: “la gracia divina... emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder” (SC 81). La Misa crismal el signo expresivo de esta sacramentalidad: en ella convergen distintos sacramentos en virtud de la bendición de los óleos y del rito mismo.

Por último la misma Misa crismal; es el ámbito natural del rito romano en que se bendicen los óleos de enfermos y el de catecúmenos, se consagra el santo Crisma y se renuevan las promesas sacerdotales –memoria del sacramento del Orden- es la Eucaristía. Ésta es sacramento pascual [164], el gran sacramento, y la Misa crismal, en su celebración, anticipa en cierto modo la alegría de la Pascua.

Importancia de lo creado en el signo sacramental: el óleo

Una tercera reflexión, desde la interpretación pascual, va referida al aceite mismo en cuanto materia creada, elemento de la creación, y requiere ver cómo la creación y la liturgia se unen en el proyecto salvífico de Dios, cómo la liturgia emplea los elementos creados al servicio de la gracia y de su comunicación.

La resurrección de Jesús desencadena una corriente de vida y de gracia venciendo la muerte y la destrucción del hombre, de la materia y de lo creado, vivificándolo todo, con enormes consecuencias. A partir de este centro es como se pueden entender el cielo nuevo y la tierra nueva, la creación renovada, la integración de la materia en el proyecto salvador de Dios y el uso de elementos materiales en la liturgia como vehículos de la gracia y de la transformación del hombre en Cristo; realidades que son celebradas anualmente en la Vigilia pascual y preparadas en la Misa crismal.

Los elementos materiales pueden ser ahora –en este tiempo- portadores de la gracia y del Espíritu porque la creación entera ha sido liberada de la esclavitud, comenzando ya una nueva creación por la Pascua nueva. Éste es el sentido de la proclamación del relato de la creación del Génesis en la Vigilia pascual, interpretado por el salmo 103 [165] e interpretado, asimismo, por la oración que pone en relación creación y redención [166]. En la Pascua del Señor, se manifiesta cómo la creación es para la salvación, que todo lo creado será salvado, y que encuentra su plenitud en la escatología inaugurada por la Resurrección. Es este mundo, esta creación, el que será transformado por el poder del que era y es y viene [167].

La nueva creación anticipada en vida sacramental de la Iglesia

Los elementos del mundo creado se disponen ahora a dar gloria a Dios y ser vehículos de su gracia, al servicio de esa misma gloria de Dios manifestada en Cristo. “La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo” (CAT 1149). La Misa crismal es una expresión clara de esta realidad. Escribe Nocent a este respecto: “A partir de esta muerte y resurrección, esos elementos creados pueden comunicarnos la gracia del Espíritu que Cristo subido a los cielos no cesa de enviarnos... No sólo nosotros; toda la creación se halla así en estado de reconstrucción, de la que estos santos Óleos prueban su progreso” [168].

La creación deviene instrumento de la acción santificadora de Cristo. Y así como la materia, la carne de Cristo, ha sido traspasada por el Espíritu en la resurrección anunciando lo que está por venir, anticipando la nueva creación de los cielos nuevos y la tierra nueva, así la materia es traspasada por el Espíritu, porque la creación, la Pascua y la nueva creación, revelan la acción pneumatológica. Esta potencia del Señor es comunicada por su Espíritu a los signos y materias creadas de la liturgia. La liturgia continúa recordándonos esto: la luz, el agua, el trigo, el aceite, se refieren a la creación en Cristo de todas las cosas, que obedecen a Él y a Él sirven [169]. La materia creada y bendecida o consagrada se convierte en un elemento de la nueva creación, es ahora portadora de la Gracia por el Espíritu. “La materia sacramental, sobre la que se ha recitado la bendición, ha sido introducida ya en este estado y lo anticipa... La materia sacramental es, por tanto, la presencia anticipada de la creación glorificada” [171]

Del cielo nuevo y de la tierra nueva, plenificada por el Espíritu, tenemos la materia sacramental que de un modo u otro es transformada, traspasada por el Espíritu Santo, alcanzando la verdad de su ser; por ejemplo, el ejemplo máximo, “en la eucaristía logra el Creador dar tal fluidez a la estructura creada finita, sin quebrarla ni violentarla (“nadie me arrebata la vida”: Jn 10, 18), que se torna portadora y sujeto de la vida trinitaria” [171].

El mayor ejemplo es la materia eucarística donde incluso cambia su sustancia. Son por el Espíritu, Presencia del Señor, materias ya del cielo nuevo, pneumatizadas [172] . El Señor resucitado “asume en su cuerpo el pan y el vino, a fin de aparecer en la visibilidad de este mundo” [173] y la Eucaristía deviene en absoluta transparencia del misterio pascual en las realidades de este mundo, en la vitrina de la escatología en la vida terrena de la Iglesia. Es más: se podría afirmar una “divinización” de la creación: “La Eucaristía tiene también un valor cósmico, pues la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo constituye el principio de divinización de la misma creación”, en palabras del papa Benedicto XVI [175].

A partir del misterio eucarístico, y como una gradación, con menor densidad [175] , los demás elementos sacramentales, son tomados por la potencia del Espíritu para ser signos y vehículos de la gracia, materias nuevas de la nueva creación. Así, por la Pascua, la materia es transformada y “espiritualizada”. Nada queda destruido ni aniquilado en la nueva creación, sino que lo existente es elevado y transfigurado en Cristo.

Lo afirmado anteriormente sobre la materia, su transformación, su escatologización, es visible en los óleos bendecidos [176]. El aceite bendecido, y sobre todo el consagrado como el santo Crisma, sin variar su sustancia, se aproximan mucho a ser esos elementos ya transfigurados de la nueva creación en los que el Espíritu Santo actúa y, en cierta manera, reposa en ellos. El óleo recibe la santificación en orden a ser partícipe de la nueva creación, transmitiendo las gracias necesarias del Espíritu Santo. Para ello, antes de ser bendecido, se introdujo el exorcismo de cada aceite –como tuvimos ocasión de ver- de forma que, separado del uso profano, se reservara para el Bien sacramental y luego fuera bendecido [177]

Objeto central de la Misa crismal

El Objeto central de la Misa crismal, tal como destacábamos al analizar la eucología, es la Unción de Jesucristo de la cual participan los cristianos de manera sacramental. Toda la teología de la Unción espiritual en la carne del Verbo y, como prolongación hoy, la de los miembros de su Cuerpo místico, halla su lugar adecuado en la Misa crismal.

El Verbo va recibiendo la Unción del Espíritu Santo en distintos momentos, desde su Encarnación hasta su gloriosa Resurrección [178] . La unción de la carne de Jesús remite a su filiación y a las especiales relaciones intratrinitarias [179]. Y esto es así porque “el Espíritu Santo ha designado a los dos con el apelativo de ‘Dios’: al Hijo que es ungido y a aquel que lo unge, que es el Padre” [180]... y el Espíritu mismo es la Unción.

Es Cristo el Ungido quien convoca y centra la atención de la Misa crismal. Él se apropió y vio cumplida en Él la profecía de Isaías, leída en la sinagoga de Nazaret (Is 61,1, citado en Lc 4,18). El Espíritu descendió sobre María en la Encarnación del Verbo, ungiendo la carne del Hijo de Dios.

El Bautista dio testimonio de que el Espíritu Santo se posó sobre Él y permaneció con Él (cf. Jn 1, 32-34) así como en el Bautismo del Jordán, convirtiéndose en manifestación de su mesianidad y unción de nuestra propia humanidad y a favor de nuestra carne.

Pedro habló de Jesús como de aquél que fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo y pasó haciendo el bien (cf. Hch 10,38). “La unción del Espíritu y el título de Mesías se llaman recíprocamente... La efusión de pentecostés [sic] es la prueba de que Dios ha entronizado a Jesús en su función de Rey-Mesías” [181]. Pedro lo acredita en el discurso de Pentecostés afirmando que aquél a quien habían crucificado Dios lo ha constituido Señor y Mesías (cf. Hch 2,36).

Como fruto y don del Misterio Pascual, Cristo entregó el Espíritu de su costado abierto (cf. Jn 19,30) y soplando sobre ellos, les entregó el Espíritu al aparecerse glorioso y resucitado en el Cenáculo (cf. Jn 20,1ss): es la manera de entrar plenamente en el pleno ejercicio de su función como Kyrios.

La Unción de Jesús lo convierte en fuente del Espíritu, en Mediador entre Dios y los hombres, en el Santificador, en Aquél que eleva la creación llevándola a plenitud [182] , en Cabeza del Cuerpo místico al que serán agregados los que participen de su Unción. Las diferentes unciones de Cristo por el Espíritu están al servicio de nuestra propia humanidad para santificarla y redimirla. El Espíritu que ungió la carne de Jesús, la resucitó y la santificó, realiza la misma operación hoy en su Cuerpo místico, la Iglesia [183].

Sabemos que la unción de su Espíritu ha sido entregada a todos los fieles en la iniciación cristiana, convirtiéndose en sacerdocio real, nación santa, pueblo de su propiedad (cf. 1P 2,9). Y la primera carta de san Juan mostrará cómo los cristianos participan de la Unción de Jesús (cf. 1Jn 2,20). “El conocimiento que otorga [el Espíritu] es cordial; produce una certeza íntima contra la cual no vale ningún argumento del mundo o de la razón” [184]. Reciben así los cristianos una enseñanza o iluminación interior constante sin que nadie tenga que enseñarles, porque ya conocen al Verdadero.

Los cristianos son tales porque participan de la Unción del Verdadero, Jesucristo, y reciben de Él el Espíritu Santo con el despliegue multiforme de su actividad interior. “La Unción espiritual es el mismo Espíritu Santo, cuyo signo es la unción visible” , y permanece en nosotros: “es el misterio de la Unción; su efecto invisible, la Unción invisible, es el Espíritu Santo; la Unción invisible es aquella caridad que, esté en quien esté, será para él como una raíz, que no puede secarse, aunque caliente el sol” . [186]

La unción de la que participan los cristianos es una gracia cristológica –ya que une y configura con Cristo- y una gracia pneumatológica –porque es el Espíritu Santo quien se da-. El Espíritu Santo continúa así y prolonga la acción del Señor resucitado en la historia y en la vida de la Iglesia [187]. El Espíritu Santo diviniza ungiendo. La carne de Jesús es ungida, no para perfeccionar al Logos, sino en beneficio nuestro, de nuestra santificación; en Él, en su carne, hemos sido ungidos y de esa manera, por Cristo somos ungidos y participamos de su Unción. La Unción de Cristo es participada por sus miembros mediante las unciones sacramentales que consagran y santifican.

“Las unciones visibles son uno de los medios más elocuentes que tiene la Iglesia para significar y comunicar eficazmente a los creyentes la unción de Cristo” [188]. Tres óleos, para tres unciones con distinto significado y fin, se bendicen en la Misa crismal y así puedan los fieles participar de la Unción de Cristo en distintas circunstancias y momentos sacramentales de su vida.

Así con el óleo de los catecúmenos, éstos recibirán “la unción que dará fuerza al luchador contra el maligno y sus engaños” para que “sean valientes en la batalla –que hoy seguramente más que nunca- tendrán que librar contra el demonio y sus engaños”, “explicita el significado de liberación y de fuerza en la lucha contra el poder del mal” [189]. La unción que corona la Iniciación cristiana se realiza con el santo Crisma para que así los neófitos “durante toda su vida cristiana, con la fuerza del Espíritu que los ungirá, irradien la santidad que tiene su origen en el mismo Dios santo y alcancen la fortaleza de vivir con integridad la vocación cristiana” [190], es una verdadera consagración cristológica.

Con el óleo de los enfermos, se comunica la fuerza, el consuelo y el alivio de Dios al enfermo, y la unción misma expresa adecuadamente esta transmisión del Espíritu Santo al enfermo.

La Eucaristía fuente y cima de toda la vida cristiana

La Eucaristía es el gran Sacramento que, en cierto modo, los contiene a todos y todos convergen en el sacramento eucarístico. El Catecismo, uniendo diversos textos del Concilio Vaticano II, recuerda esta centralidad de la Eucaristía: “La Eucaristía es ‘fuente y cima de toda la vida cristiana’ (LG 11). ‘Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua’ (PO 5)” (CAT 1324).

De la Eucaristía brota toda gracia porque en ella se actualiza la obra salvadora de Cristo, haciendo presente el sacrificio pascual del Salvador. Todo converge en la Eucaristía, el gran sacramento pascual, y todo brota de ella; “de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente” (SC 10).

Es una interesante teología unir la bendición de los óleos a la Eucaristía señalando cómo todos los sacramentos dependen de la Eucaristía y convergen en ella, aunque éste no sea el motivo determinante de la Misa crismal, que se situaba en una mera razón de tipo práctico. La Misa crismal revela la unión de todos los sacramentos con el gran Sacramento eucarístico. Esta Misa era la última antes de la santa Pascua por eso, como afirma Jounel, “siguiendo a Isidoro de Sevilla, a los autores medievales les complacía subrayar la conveniencia de este día [el Jueves Santo], toda la economía sacramental culminando en la Eucaristía” [191].

De la Eucaristía brotan todos los sacramentos, y éstos tienden a ella como a su plenitud. “De algún modo puede decirse que la eucaristía está en todos los sacramentos, en cuanto que todos tienden a la eucaristía, y que todos los sacramentos están en la eucaristía, en cuanto todos encuentran en ella su celebración más ideal” [192]. La Misa crismal está orientada a la Vigilia pascual porque en ésta se vivirán los sacramentos pascuales del Bautismo y de la Confirmación; tanto por eso como el momento de su celebración y su mismo desarrollo, la Misa crismal muestra cómo toda la vida sacramental de la Iglesia converge en la Eucaristía: “El desarrollo mismo del rito pone de relieve la orientación de los sacramentos a la Eucaristía, y a la vez cómo ésta es la fuente de la gracia que se otorga en todos ellos” [193].

La Eucaristía es la cumbre del organismo sacramentario, el Santísimo Sacramento del septenario sacramentario, y así, “todos los otros sacramentos están ordenados a la Eucaristía como a su fin”, como afirma Santo Tomás [194] y recoge el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1211). Todos los sacramentos “dependen, en su explicación, del sacramento último y de la plenitud, de la eucaristía reveladora del sentido que tienen” [195].

La Eucaristía concentra todos los sacramentos al contener el Misterio Pascual o Historia de la Salvación y de ahí brotan los demás sacramentos como explicitaciones de su densidad. En el lenguaje teológico clásico, habría que decir que todos los sacramentos confieren la gracia, pero la Eucaristía contiene al mismo Autor de la gracia [196].

Conclusión del capítilo II

Concluyendo este amplio capítulo, se podrían destacar tres rasgos que han sido constantes en la historia de la Misa crismal. Primero, la existencia de tres óleos con significados sacramentales muy diversos. Segundo, el hecho de que el óleo de los enfermos se bendiga en el interior de la plegaria eucarística, inmediatamente antes de la doxología. Tercero, la constancia de que la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del Crisma aparezcan propiamente desligados de la celebración de la misa del Jueves Santo y situados en un ámbito bautismal, próximo a la preparación de la Noche pascual [197].

Poco a poco se desarrolla un proceso que marcó la Misa crismal; primero los usos diferentes: en unos lugares hay una doble Misa, la de los óleos por la mañana, la de la Cena del Señor por la tarde, pero en otros lugares, como en Roma, sólo existía la Missa chrismatis matutina; después, la prohibición de celebrar la Misa después del mediodía, con el consiguiente adelanto, el Jueves Santo, de la Misa vespertina In Coena Domini a la mañana, uniéndose los ritos de la consagración del Crisma y bendición de los óleos al formulario de la Misa In Coena Domini, además de celebrar el Mandatum (o lavatorio de los pies) y el traslado del Santísimo a la Reserva eucarística. Los textos eucológicos serán los de la Misa In Coena Domini, conservándose intactos los exorcismos sobre los óleos y las plegarias de bendición.

Un gran paso fue el Ordo de 1955 restableciendo la Misa crismal separada de la Misa in Coena Domini y la composición de la Misa con la eucología de los antiguos Sacramentarios. Más adelante, entre 1965-1970, se le sumó una simplificación de los ritos, la concelebración y la renovación de las promesas sacerdotales.

La reforma de la Misa crismal en el Misal romano de 1970 simplificó los ritos, tal vez en exceso, añadiendo el nuevo elemento de la renovación de las promesas sacerdotales. Así tanto las lecturas bíblicas, como la eucología de la Misa y las oraciones de bendición y consagración de los óleos, a lo que hay que añadirle la fecha de la Misa crismal y sus ritos litúrgicos, exponen una teología que es interesante conocer: la novedad de Cristo resucitado, la nueva creación a la luz de la Pascua, la sacramentalidad de Cristo y de la Iglesia expresada en los sacramentos, la centralidad del Sacramento Eucarístico en el que convergen todos los sacramentos y la Unción de Cristo participada por los cristianos con las unciones sacramentales que comunican el Espíritu Santo.

La Misa crismal, que generalmente pasa desapercibida en la vida diocesana y reducida al presbiterio con su obispo, es una celebración rica en sus signos sacramentales, en su teología celebrada y en su eucología rezada. Acercarse a ella es descubrir todas las implicaciones de la Unción de Cristo ungiendo a sus hermanos mediante los sacramentos.

Capítulo II

Historia de la Misa crismal

La Misa crismal recibe su nombre del solemne rito de bendición de los óleos y de la consagración del santo Crisma; en ella, el obispo rodeado de su presbiterio y con todo el pueblo santo, bendice el óleo de los enfermos y el de los catecúmenos, y consagra el santo Crisma con la mezcla del bálsamo, la insuflatio y la plegaria solemne. Esta Misa encuentra su lugar propio en la mañana del Jueves Santo, por tanto el último día de la Cuaresma, pero puede adelantarse a algún día próximo (Cf. OBO 1, 9-10).

Vayamos a su origen para descubrir mejor su sentido, su valor y su interpretación teológica.

Génesis de la Misa crismal

Para bendecir el santo Crisma, el óleo de los catecúmenos y el de enfermos, se creó poco a poco una celebración propia cercana a la Pascua; como iremos exponiendo después, se inicia esta celebración en vistas a la consagración del Crisma pero luego, por atracción normal, se introducen el óleo de los catecúmenos y el de enfermos en esta Misa. Imita la bendición habitual que, con frecuencia, se realizaba del óleo de enfermos antes de la doxología del Canon[63] .

La razón de situar una Misa en la quinta feria, el Jueves Santo, es la de ser la última Eucaristía de Cuaresma (que acaba con la hora de Nona del Jueves Santo) previa al triduo pascual (que comienza con la Misa vespertina in Coena Domini) en función de la noche santa de la Pascua en que habrá de usarse el óleo santo del Crisma, “la dernière Eucharistie célébrée avant le baptême et la confirmation de la nuit pascale” [64]. Esta celebración, hoy llamada Misa crismal, surge por un motivo eminentemente práctico: eran necesarios los óleos para la celebración solemne de la Iniciación cristiana en la Vigilia pascual. Así lo explican varios autores [65] , quedando ya como una razón evidente para todos.

Una visión panorámica de la historia y desarrollo de la Misa crismal podría ser muy bien la que nos ofrece Russo en un artículo, y a partir de ella, ir paso a paso. Explica este autor:

“La historia nos muestra cómo la celebración eucarística del Jueves Santo, ha sufrido un claro desarrollo, dentro de la tradición de la liturgia romana. De las tres misas, según la fuente más antigua que disponemos: GeV, “Reconciliación de los penitentes”, “Consagración de los óleos”, e “In cena Domini” – que en el siglo VII se celebraban en la mañana, al mediodía y por la tarde respectivamente-, se llegó al formulario de una única Misa. Esta única celebración eucarística matutina, era la misa “In cena Domini”, en la cual se hacía memoria de la institución de la Eucaristía. En la catedral, a esta celebración presidida por el obispo, se le adjuntó la “consagración del crisma” y la “bendición de los óleos”. Así la encontramos descrita en los sacramentarios gregorianos del tipo I. En el transcurso de la Edad Media al final de esta celebración eucarística se le agregaron aún la “Processio Calicis cum Sacramento” y la “denudatio Altaris”. Así lo documentan el Pontifical y Misal romanos que surgen de la reforma litúrgica del concilio de Trento. Este formulario permaneció intacto hasta la reforma de la Semana Santa llevada a cabo por Pío XII. El OHS de 1955 restableció la tradición de la “Missa chrismatis”, tal como aparece en el Sacramentario Gelasiano, en su horario matutino, tomando el mismo formulario. Con esta reforma, al constituirse un formulario propio para la Misa crismal, se logró no sólo descargar la misa vespertina “In cena Domini” sino revalorizar la liturgia de la bendición de los óleos” [66].

Primeros testimonios: Vida de S. Silvestre I (anónima)

Hallamos un primer testimonio [67] en una anónima Vida del papa San Silvestre I (PL 8, 801), cuyo pontificado se ejerció entre 314 y 335: “[Constantinus] donavit... patenam argenteam chrismalem auro clausam, pensantem libras quinque”. Se afirma la donación por parte del emperador Constantino al papa de una “patena”, un recipiente o vasija de plata con cierre de oro, para el Crisma, de cinco libras de peso [68] . Existe pues un óleo llamado Crisma a principios del siglo IV, cuya consagración se reserva al obispo; el peso del recipiente da a entender una gran cantidad de Crisma que habría que distribuir luego a los tituli, ya que es mucha cantidad para un uso exclusivo del Obispo en una sola celebración en su propia sede.

Además, otro dato nos proporciona este documento; el papa Silvestre “constituit et chrisma ab episcopo confici. Et privilegium episcopis contulit, ut baptizatum consignent...” (PL 8, 802A). Este papa es el que instituye –según este documento- que el obispo confeccione el Crisma y amplió este privilegio para que pudiesen consignar (crismar, sellar) al bautizado. Aquí se pone en evidencia un rito litúrgico para cada Iglesia local ya que cada obispo debe confeccionar el Crisma y así poder signar a los bautizados. Sobre el papa Silvestre I encontramos este relato de su vida con valor para la liturgia de la Misa Crismal:

“Estableció que el día quinto fuese honrado casi como el domingo. Lo que san Eufrosino recordaba recibido de los apóstoles. En cambio, los griegos le exigían que el sábado fuese más celebrado que el quinto día… En este día el sacrificio del sagrado cuerpo y sangre del Señor tomó el inicio de su celebración por el mismo Señor. En este día en todo el orbe se confecciona el santo crisma, en este día se auxilia a los penitentes por el perdón” [69].

Estos testimonios antiguos sitúan la bendición del Crisma bien pronto, a principios del siglo IV, con una Misa especial y con vasos litúrgicos dedicados expresamente a este fin.

Sacramentarios

El Sacramentario Gelasiano (GeV)

Parece ser, según Nocent, que en Galia, hasta finales del s. VII, la bendición de estos santos Óleos se realizaba durante la Cuaresma. Será a finales del siglo VII aproximadamente, cuando aparece en el Sacramentario GeV situada en el Jueves Santo, pero el texto del sacramentario es de la parte redactada en Galia si bien con eucología de siglos anteriores según afirman la mayor parte de los autores. “No obstante, el origen de la bendición de los santos Óleos y del Crisma es romano, a pesar de una evidente galicanización” [70].

“Es difícil precisar en qué momento de la historia se comenzó a bendecir conjuntamente los tres óleos litúrgicos y a celebrar este rito el Jueves Santo. Las primeras informaciones las hallamos en el Sacramentario Gelasiano. En este sacramentario hallamos tres misas para el Jueves Santo. La primera, era celebrada para la reconciliación de los penitentes; la segunda, llamada missa chrismalis, por la consagración de los óleos; la tercera, ad vesperum, en memoria de la Última Cena y la institución de la Eucaristía” [71].

El formulario para la misa crismal lo hallamos completo por primera vez en el sacramentario GeV, como segunda misa para la feria quinta, entre la misa de la reconciliación de los penitentes y la misa vespertina en la Cena del Señor. El formulario presenta una clara impronta bautismal [72] . El ordo de esta misa queda fijado de la siguiente manera: la bendición del óleo de enfermos antes de la doxología del Canon; inmediatamente después de la fracción del pan y antes de la comunión, se procedía a la bendición del óleo de los catecúmenos seguida por la consagración del Crisma.

En opinión de Jounel, “las tres misas romanas correspondían a una situación particular con la yuxtaposición de la liturgia estacional o papal y la de las iglesias titulares: Letrán tenía una sola misa, la misa crismal, los títulos tenían dos, una por la mañana y otra por la tarde. El sacramentario gelasiano fue a codificar este uso, tan flexible al principio, y constituir un conjunto orgánico con las tres misas del jueves santo, la primera vinculada a la reconciliación de los penitentes, la segunda a la consagración de los santos Óleos, la tercera en recuerdo de la Cena” [73].

Fuera de Roma, el Jueves Santo recibió pronto una gran solemnidad. Consideremos sólo la liturgia romana tal como se celebraba en la Galia, o dicho en otros términos, la liturgia galicana romanizada por los sacramentarios gelasianos del s. VIII.

Tal vez el uso de Roma se halle más fielmente en el sacramentario Gregoriano-Adrianeo, para uso episcopal, junto al sacramentario pre-adrianeo paduense. Según Schmidt [74], Roma no conoció una Misa crismal tal cual, como fuera de Roma se celebraba, sino que, sencillamente, en la misa vespertina se intercaló la consagración del Crisma y la bendición de los óleos [75].

En el Gregoriano encontramos, pues, la bendición de los óleos pero en la misa In Coena Domini, que es la única que ofrece este sacramentario para el Jueves Santo.

Los textos de la Misa crismal perdurarán hasta la reforma de 1970; esto ya nos revela el valor de estos textos, de qué modo la Iglesia los recitó respetando su carácter venerable. Tenemos la eucología de la Misa (colecta, otra oración, super oblata, prefacio, postcommunio y Hanc igitur del Canon) en GeV 375-379 así como las plegarias de bendición del óleo de enfermos (GeV 382), óleo de catecúmenos y Crisma (GeV 384-388).

El óleo de enfermos se bendice con la plegaria “Emitte” al final del Canon, antes de pronunciar “per quem haec omnia” (GeV 381-382); en los siguientes capítulos nos detendremos en el análisis pormenorizado de esta fórmula eucológica. El Crisma y el óleo de los catecúmenos antes de la comunión del Obispo, clero y fieles (GeV 383) pronunciando las plegarias solemnes (GeV 384-388), la del Crisma en forma de prefacio.

El GeV pasa a su confección mezclando “balsamum cum oleo” y luego sigue con un exorcismo (GeV 389). Este exorcismo sobre el aceite es ya una adición de la liturgia franca [76] que tendrá éxito en los posteriores libros litúrgicos, con variaciones en su texto y la bendición del bálsamo. La Misa prosigue por la comunión (GeV 390).

El Sacramentario Gregoriano (Gr)

El Gr ofrece una sola Misa en la feria V, la Misa in Coena Domini, en la que se incluyen ya las bendiciones de los óleos y la consagración del Crisma en una liturgia única. Los textos del propio de la Misa difieren del oficio que el GeV marcaba, si bien las plegarias de bendición son las mismas. La eucología de la Misa ofrece la colecta “Deus a quo et Iudas” (Gr 257), super oblata (Gr 258), “Communicantes” (Gr 259), “Hanc igitur” (Gr 260), embolismo para la consagración “Qui pridie” (Gr 261) y oración “ad complendum”: “Refecti vitalibus alimentis” (Gr 267).

Este Sacramentario señala exactamente igual que el GeV el momento de la bendición del óleo de los enfermos, quedando como un rasgo característico de la Misa crismal durante siglos; antes de decir “Per quem haec omnia Domine semper bona creas”, se llevan las ampollas que ofreció el pueblo, y las bendigan tanto el papa como todos los presbíteros. Y, a renglón seguido, se ofrece la oración “Emitte Domine Spiritum sanctum...” (Gr 263). Sin más rúbricas ni indicaciones, el Gr prosigue con la consagración del Crisma: “incipit benedictio chrismae principalis”. La plegaria de bendición es la misma que nos ofrecía GeV 385-388. A continuación, se bendeciría el óleo exorcizado o también óleo de los catecúmenos. Lo encabeza el título “exorcismus olei” y únicamente nos ofrece el exorcismo sobre el óleo. El texto (Gr 266) es el de GeV 384 como “exorcismus olei”.

La eucología del Gr para este oficio destaca el concepto “traditio” en las distintas piezas eucológicas. Se puede expresar “el tema dominante del jueves santo por la fórmula latina de traditio en su doble significado... de ‘traición’ y de ‘don de sí’ ” .

Ordines

Algunos de los Ordines romani nos ofrecen la descripción ritual, en ocasiones muy somera, de la Misa crismal. Las rúbricas señalan siempre una hora de inicio matutina en la feria quinta, que varía en los distintos Ordines, y la bendición de los óleos y consagración del Crisma en distintos momentos de la celebración, siempre con las mismas fórmulas eucológicas de las que sólo se nos ofrece el incipit. Poco a poco se observa un mayor desarrollo y complejidad en los distintos Ordines, según su fecha de elaboración. Veamos ahora los ordines que detallan la celebración de la Misa crismal.

Los ordines XXIII y XXIV parecen mostrar un estadio más primitivo y sencillo de la misa crismal. Jounel ve en ella la misa crismal romana antigua [78].

Ordo XXIII

El Ordo XXIII, a juicio del editor Andrieu, del siglo VIII, parece de un eclesiástico franco en Roma que consigna lo que ve [79] . En su brevedad, sólo enuncia la bendición del Crisma: “cuando se ha fraccionado toda la oblación, comulga solo el Papa y así bendice el Crisma y manda de él o bien al “oblationario” del año pasado o bien “sub ambe” distribuirlo por los títulos y por otras iglesias” (n. 7).

Ordo XXIV

El Ordo XXIV, exactamente igual al Ordo XXVII, nn. 21-34, es localizado por Andrieu en la segunda mitad del siglo VIII, en Italia o en Francia [80] . Antes de iniciarse la liturgia, en la sacristía, “se preparan las ampollas con óleo, de las cuales el mejor se le lleva al pontífice para que, recibido el bálsamo y mezclado con el óleo, la llene por su mano; entonces la otra ampolla la sostienen llena” (n. 9). Después de que el pontífice haya comulgado, los acólitos traen las ampollas con el Crisma envueltas en velos. El diácono ante el altar sostiene la ampolla del Crisma (n. 17); el obispo insufla y sopla tres veces en la ampolla y luego la bendice (nn. 18-19). Inmediatamente se vuelve a cubrir por reverencia al Crisma y, teniéndola el diácono, “todos la saludan por orden” (n. 20). Prosigue la misa con la comunión de los fieles.

Ordo XXVIII

Muy semejante es el Ordo XXVIII, 11-24, identificado por Andrieu como procedente del ámbito franco, sobre el año 800 [81] . En la sacristía el obispo mezcla el bálsamo y el óleo (n. 12). La Misa prosigue de costumbre hasta el final del Canon: “Antes de que diga: Per quem haec omnia, bendice el óleo para los enfermos que el pueblo ofrece [nota 15,4 de Andrieu: Emitte, domine, spiritum sanctum tuum...] y a continuación prosigue la misa por su orden” (n. 15). Después de la comunión del obispo, dos acólitos llevan las ampollas envueltas en velo de seda blanco (n. 18) y el obispo la bendecirá (n. 20) después de soplar tres veces en la ampolla (n. 21). Luego bendice la ampolla del óleo y exhala también sobre ella (n. 22). El Crisma es saludado por el obispo y los diáconos, luego se recubre inmediatamente con el velo y todos la saludan por orden (n. 23).

Vamos comprobando cómo algunos elementos rituales y eucológicos se repiten [82] . Esta práctica, atestiguada por el Ordo XXVIII que acabamos de leer, se recoge también en el Ordo XXX B, que veremos a continuación.

Así mismo, vemos que se ha introducido la salutación reverente al Crisma una vez consagrado. En el Ordo XXIV sólo se indica que se cubre la ampolla para que nadie lo vea descubierto; pero ya en el Ordo XXVIII hallamos que, descubierta, la saludan el obispo y los diáconos, luego se recubre y todos la saludan por orden. Esta ceremonia progresivamente se irá enriqueciendo como tendremos ocasión de comprobar con los siguientes Ordines y los Pontificales.

Ordo XXX B

El Ordo XXX B, datado por Andrieu a finales del s. VIII, describe con más detalle y con nuevas aportaciones la Misa crismal de la feria V. Al final del Canon y antes del “per quem haec omnia”, los diáconos toman algunas de las ampollas con óleo que ofrecieron los fieles, y que están en las balaustradas, y las llevan al altar para que el obispo bendiga el óleo para los enfermos; las restantes se quedan en las balaustradas y obispos y presbíteros se acercan para bendecirlas (n. 11). Se emplea la plegaria “Emitte” (n. 13). Tras la comunión del pontífice, se traen envueltas en velos la ampolla del Crisma y del óleo (n. 17); el obispo sopla tres veces sobre la ampolla del Crisma y lo consagra con su plegaria (nn. 19-21) y después bendice el óleo con su plegaria después de haber soplado tres veces sobre la vasija (nn. 22-23). Se devuelven las ampollas a la sacristía y se prosigue la misa por la comunión del clero y del pueblo (n. 21. 24).

Nos encontramos, así pues, con un Ordo que contiene una descripción más detallada de la Missa chrismatis y con un ceremonial más elaborado [83].

Ordo XXXI

El Ordo XXXI, 16-28, describe también la Misa crismal; un Ordo datado, por su parecido con el Ordo XXIX, en la región de Corbie, en el norte o noreste de Francia . En la sacristía el obispo mezcla el bálsamo con el óleo (n. 17). La Misa comienza y se desarrolla como de costumbre hasta el final del Canon, entonces “antes de que [diga el obispo] Per quem haec omnia, domine, semper bona creas, se llevan las ampollas que ofreció el pueblo y las bendiga tanto el pontífice como todos los presbíteros” (n. 20). Después de la comunión del obispo, son traídas las ampollas del Crisma y del óleo envueltas en lienzos de seda blanca (n. 23); el diácono toma la del Crisma y la sostiene ante el obispo, quien al pronunciar las palabras “Te igitur deprecamur” sopla tres veces sobre la ampolla y prosigue con la consagración del Crisma (n. 25). Igualmente sopla tres veces sobre la ampolla del óleo y la bendice en silencio (n. 26). El obispo y los diáconos saludan al Crisma descubierto, luego se recubre y “todos por orden la saludan cubierta” (n. 27). Prosigue la misa por la comunión del clero y del pueblo (n. 28).

El Ordo L

Por último, el Ordo L, más tardío, de finales del s. X, con relaciones mutuas con el Pontifical romano-germánico. En opinión de Andrieu, “le Pontifical romano-germanique, dont l´Ordo L est un des chapitres, apparaît en des copies italiennes avant la fin du Xº siècle, ce qui s´explique aisément si ce livre, composé à Mayence aux environs de l´an 950, avait passé les Alpes avec les prélats germaniques dont se fit accompagner Otton Ier durant ses longs séjours en Italie, en 951-952, 961-965 ou 966-972” [85].

Así pues, la descripción de este Ordo L, en el cap. XXV, es idéntica (salvando algunos detalles rituales y la grafía latina) a la que después encontraremos en el Pontifical romano-germánico del s. X. En la sacristía se preparan tres ampollas una con cada óleo, la mayor para el Crisma recubierta con seda blanca y las otras con velos de seda de otro color (n. 21) más el frasco del bálsamo. Comienza la misa que transcurre solemnemente.

El Ordo L mantiene las plegarias de consagración del Crisma y de bendición de los óleos que ya aparecían en los Sacramentarios GeV y Gr; es decir, para bendecir el óleo de enfermos, la oración “Emitte, domine, spiritum tuum” (n. 72); para la consagración del Crisma el prefacio “Deus, qui in principio, inter caetera bonitatis” (n. 92) y para el óleo de catecúmenos, la fórmula “Deus incrementorum et profectuum” (n. 96). Idénticos a los otros ordines son los momentos en que se bendicen los óleos: el óleo de enfermos al terminar el Canon y antes de pronunciar el “Per quem haec omnia” (n. 70); el Crisma y el óleo de los catecúmenos tras la comunión del obispo (n. 77) y antes de la comunión del clero y de los fieles (nn. 98. 101). Se mantiene la costumbre de que el pueblo ofrezca el aceite para que sea el óleo de los enfermos bendecido (nn. 67. 70).

Pero, como el contemporáneo Pontifical romano-germánico del s. X, ofrece novedades en el desarrollo eucológico y ritual de la Missa chrismatis haciendo que vaya adquiriendo mayor volumen. Veamos el texto del Ordo L. Antes de ser bendecido el óleo de enfermos recibe un exorcismo (nn. 70-71). Después de que el pontífice haya comulgado, va a la sede y espera la procesión de las ampollas del Crisma y del óleo. Van doce presbíteros y otros clérigos revestidos (n. 79); las ampollas envueltas en velos de seda, van acompañadas por cirios encendidos, dos cruces y en medio de ellas el óleo crismal, después dos incensarios y en medio el óleo de catecúmenos (n. 81), el evangelio y doce presbíteros “testigos y colaboradores del misterio del sacrosanto crisma” (n. 81), los pueri cantores entonando el himno “Audi iudex mortuorum”.

En el presbiterio se ordenan los diáconos tras el obispo y los presbíteros a derecha e izquierda. Se hace el sermón sobre la confección del Crisma (n. 86) y ésta es la primera mención que tenemos de un sermón. Luego el obispo mezcla el bálsamo con el óleo con una fórmula de conmixtión (n. 88), lo mezcla (n. 89), sopla sobre la ampolla tres veces y hace el exorcismo sobre el Crisma (n. 91). Por último, lo bendice (n. 92). El obispo saluda el Crisma descubierto y el acólito, una vez cubierta, la lleva a todos para que la saluden por orden (n. 93). El óleo de catecúmenos recibe el soplo del obispo por tres veces, luego el exorcismo (n. 95) y finalmente la plegaria de bendición (n. 96). Luego es también saludada por todos la ampolla, y se devuelven ambas a la sacristía. La misa prosigue por la fracción de las hostias y la comunión (nn. 99-101), la oración “ad complendum” y la “super populum”. Ya en la sacristía, el obispo exhorta a los presbíteros. “Entonces el crisma nuevo se mezcla con el antiguo [misceatur cum veteri], si quedase algún resto. Igualmente también el óleo, y así se distribuye entre los presbíteros” (n. 104). También es la primera vez que se hace una anotación sobre estas palabras del obispo, el uso del Crisma antiguo y la distribución del nuevo.

El Ordo L es mucho más detallado y explícito al describir la Missa chrismatis, incorporando elementos desconocidos de los anteriores ordines, en línea con el Pontifical romano-germánico, y que van a ser asumidos por la tradición litúrgica siguiente. La descripción será aún más minuciosa, si cabe, en los Pontificales medievales.

En el desarrollo de lo específico del oficio crismal, se observa cómo se amplía el desarrollo ceremonial de la bendición de los óleos y de la consagración del Crisma. Aparece un elemento nuevo en el rito, a saber, el exorcismo del aceite antes de proceder a su bendición. Además de los tres exorcismos introducidos, se añaden algunas fórmulas: la conmixtión que hace el pontífice con el bálsamo y el óleo es bendecida (n. 88) y cuando se va a realizar la mixtión, que hasta ahora hemos hallado en silencio y sin ninguna particularidad especial, el obispo pronuncia otra fórmula: “Haec commixtio liquorum” (n. 89).

El desarrollo ritual queda solemnizado por las procesiones en las que las ampollas se traen al altar y luego, ya bendecidas, se devuelven a la sacristía: número de presbíteros, cirios, incensarios, cruces, evangelio y schola cantorum. Esta solemnidad viene realzada por el himno que se entona, que tendrá una feliz fortuna de ahora en adelante, ya que lo hallaremos en todos los libros litúrgicos hasta el Ordo de 1970: “Audi iudex mortuorum”.

Recapitulemos. En Roma pronto se desvela una doble evolución. Por una parte la misa matinal, la de los penitentes, cae en desuso en los títulos; por otra parte, la misa papal recibe un formulario de liturgia de la Palabra, y este formulario pasó a la misa presbiteral de la tarde[86] . La descripción más completa del rito la hallamos por vez primera en el Ordo romano XXXI compilado en país franco a finales del siglo VIII . Los óleos se bendicen durante la misa in Coena Domini; el de los enfermos al per quem haec omnia como en los Sacramentarios GeV y Gr, el Crisma y el óleo de los catecúmenos tras la comunión del Obispo y antes de la del clero y el pueblo.

La reforma carolingia dejó su impronta en el proceso de formación y fijación de la Misa crismal: muchos de los Ordines, como hemos ido señalando, muestran no sólo la liturgia de Roma, sino los usos romanos galicanizados en el período carolingio más las costumbres germánicas en el siglo X, con sus peculiares características: se multiplican las oraciones y los exorcismos, se tiende a la dramatización, gusto por las procesiones con cirios e incienso, nuevas composiciones poéticas en forma de himnos, secuencias y cantos, etc. , como hemos tenido ocasión de ver al describir los elementos añadidos en el Ordo L para la Missa chrismatis.

Los Pontificales hasta 1955

Un nuevo libro surge en la etapa carolingia: el Pontifical, que es un “desmembramiento de la parte del Sacramentario que contenía lo que necesita el obispo fuera de la misa” [89]. Los Pontificales son una fuente preciosa y necesaria para conocer el desarrollo y la progresiva solemnización ritual de la Misa crismal. En el arco de tiempo que va entre el Pontifical romano-germánico del s. X y el Pontifical de Guillermo Durando, la Misa crismal se desarrolla con nuevas ceremonias que destacan la importancia del Crisma y la solemnidad del pontifical celebrado. El esquema fijado es la bendición del óleo de enfermos antes de la doxología del Canon, y tras la comunión del Obispo la consagración del Crisma y luego el óleo de catecúmenos.

El Pontifical romano-germánico

El Pontifical romano-germánico del siglo X se compuso en el monasterio de San Albano de Maguncia, junto a la Corte imperial otoniana, entre 950 y 963, recogiendo muchos elementos litúrgicos carolingios e influirá en todas las liturgias de Occidente, incluyendo Roma [90].

Este Pontifical describe la realización de la Missa chrismatis, con toda la eucología, incluido el Canon completo. La Misa solemne se desarrolla como de costumbre y con la eucología que ya hemos visto en anteriores Sacramentarios y Ordines. Al terminar el Canon, se le llevan al pontífice las ampollas con óleo que ofrecieron los fieles; exorciza el óleo, lo bendice con la plegaria “Emitte” y concluye el Canon “per quem haec omnia” (n. 259).

Tras la comunión del obispo, éste va a su sede y se trae en procesión las ampollas con el Crisma y el óleo de los catecúmenos envueltas con velos; dos cruces y en medio el óleo crismal, dos incensarios y en medio el óleo de catecúmenos, cirios, el evangelio y doce presbíteros así como la schola (n. 268) entonando el himno “Audi iudex mortuorum” (n. 269).

Situados alrededor del obispo y los doce presbíteros a su derecha e izquierda, se procede aquí al sermón sobre la confección del Crisma (n. 271). Primero mezcla el bálsamo con óleo y lo bendice (n. 272), luego al mezclarlo pronuncia la fórmula “Haec commixtio” (n. 273), reza el exorcismo del óleo crismal y pronuncia la plegaria de consagración (nn. 274-275). Tras lo cual el obispo saluda al Crisma y un acólito, cubriendo con el velo la ampolla, la lleva a todos para que la saluden. A continuación la bendición del óleo de catecúmenos: sopla tres veces sobre la ampolla, reza el exorcismo (n. 278) y la bendice con la plegaria “Deus incrementorum” (n. 279). Entonces se procede a saludar la ampolla del óleo y vuelven ambas ampollas a la sacristía con todo “orden y decoro” (n. 280). Vuelto el obispo al altar, fracciona las hostias y continúa la misa por la comunión del clero y del pueblo. En la sacristía el obispo exhorta a los presbíteros y se mezcla el Crisma antiguo con el nuevo si quedaba algo; lo mismo se hace con el óleo de los catecúmenos y, por último, se les distribuye a los presbíteros (n. 283).

Recapitulemos lo visto en este Pontifical romano-germánico y en los Ordines, antes de pasar a ver los siguientes Pontificales medievales, para observar así la evolución que reflejan.

Comprobamos una tradición consolidada, ya presente en los Ordines, en cuanto a los textos eucológicos de la Missa. Igualmente consolidada es la tradición de los diferentes momentos para la bendición: el óleo de los enfermos al final del Canon antes de pronunciar “Per quem haec omnia”, el Crisma y después del óleo de catecúmenos tras la comunión del obispo y antes de la comunión del clero y del pueblo.

El ritual se va ampliando y casi complicando como vimos en su paralelo, el Ordo L. Un primer elemento es la procesión en que se trae el Crisma y el óleo con mayor solemnidad, con acólitos, incienso, el evangelio, los doce presbíteros[91] . Con el mismo orden y decoro, son devueltas al sacrarium.

Otro elemento nuevo de este período franco-germánico, ya visto en su contemporáneo Ordo L, y conservado en la liturgia durante siglos, es el himno “O redemptor” acompañando la procesión del Crisma y del óleo después de la comunión del obispo, para ser bendecidos. Además, en una época en que se van multiplicando las apologías, se señalan oraciones del pontífice a la hora de mezclar bálsamo y óleo.

Este esquema ritual permanecerá vigente durante siglos, con más añadidos.

Las oraciones de bendición de los óleos y consagración del Crisma son las mismas que vimos en los Sacramentarios; incluyen el exorcismo sobre el aceite siguiendo el Ordo L. Tras el exorcismo, el obispo pronunciaba la bendición del óleo de los enfermos y así, igualmente, con el Crisma y con el óleo de catecúmenos, respetando siempre la estructura tradicional de la Misa y los momentos clásicos de bendecir los óleos y consagrar el Crisma.

Recordemos que “la consagración propiamente dicha, se cumple ya, según Hipólito, por una acción de gracias. Dado el contraste que se establece entre el crisma, como “óleo de acción de gracias” y el óleo de los catecúmenos, como “óleo de exorcismo”, resulta sorprendente y seguro no es originario que a la oración eucarística consagratoria se le anteponga un exorcismo sobre el óleo, aun cuando en el antiguo Gelasiano era aún aquélla una oración de exorcismo. Esta última es, en lo esencial, la fórmula que se daba en el Gregoriano de Adriano I para el óleo de los catecúmenos. Hay aquí, a lo que parece, una vieja mala inteligencia del Gelasiano. Ahora bien, la mala inteligencia se ha reforzado aún entre nosotros, desde el pontifical romano-alemán, por el hecho de que se antepone al canon un verdadero exorcismo, que se dirige en alocución directa a la creatura olei, a la criatura del aceite. La fórmula es antigua. Se halla en el antiguo Gelasiano, lo mismo que la “benedictio olei exorcitati”; se destinaba, pues, antiguamente también a la confección del óleo de los catecúmenos” [93].

Los Pontificales de la Edad Media se van enriqueciendo en el aspecto ceremonial. Este Pontifical de la curia será adoptado por varios obispos. Más adelante entrará en concurrencia con el que Guillermo Durando, obispo de Mende, preparará para su Iglesia (1292-1295) y sin duda para un uso más amplio [94].

Pontifical romano (siglo XII)

El primer pontifical romano será el del siglo XII, cuya característica principal se podría calificar de “sobriedad” en relación con el pontifical romano-germánico y a los que luego aparecerán. En el capítulo XXX C de este pontifical, se detalla la Misa crismal de la feria V y se precia este pontifical de reflejar los usos del papa y de la curia, repitiendo que así es la costumbre de la iglesia romana y que en otros lugares existen otros usos rituales (cf. nn. 5. 8. 19. 20), sin valorarlos, sino reconociendo su existencia.

Los preparativos para la Misa son idénticos a los ya vistos: tres ampollas con sus velos de seda, la mayor para el Crisma con seda blanca (n. 2); antes de iniciarse la Misa, el pontífice mezcla el bálsamo con el óleo (n. 4), y comienza la solemne celebración. Todo prosigue como es habitual (nn. 5-6).

Terminada la oración secreta se organiza la procesión al sacrarium para traer con reverencia las ampollas mientras el pontífice prosigue con el prefacio y el Canon. Esta procesión va adquiriendo una fisonomía concreta y fija que va a perdurar: cruz, incienso y cirios, los diáconos y los subdiáconos mientras se entona el “Audi iudex mortuorum”, como en el pontifical romano-germánico, aunque “según la costumbre de la iglesia romana, proceden en silencio” (n. 7). La bendición del óleo de enfermos se realiza al final del Canon, antes de pronunciar la conclusión “Per quem haec omnia”. Se realiza el exorcismo sobre el aceite y luego se bendice con la plegaria “Emitte” (nn. 7-9).

Tras la comunión del pontífice, éste va a la sede que se le ha preparado y allí se realiza la bendición de los restantes óleos. El diácono le lleva la ampolla del Crisma, sopla tres veces el obispo y con doce presbíteros realiza primero el exorcismo (n. 12) y luego la plegaria de bendición “Qui in principio” (n. 13). A continuación el óleo de los catecúmenos: sopla tres veces el obispo, recita el exorcismo y la plegaria “Deus incrementorum” (nn. 14-16). Se saludan ambos óleos, con una novedad ritual; antes, en los Ordines y en el pontifical romano-germánico sólo se indicaba que se saludaba, ahora se especifica el modo: besando las ampollas, y, para el Crisma, diciendo cada uno “Ave sanctum chrisma” (n. 17). La Misa continúa con la comunión del clero y del pueblo una vez que las ampollas han sido devueltas al sacrarium igual que se trajeron.

Para los óleos, los textos litúrgicos empleados prosiguen con la tradición, sólo que traen el incipit; el exorcismo del óleo de enfermos: “Exorcizo te” y la plegaria “Emitte” (nn. 8-9); para el Crisma, ya mezclado con el bálsamo (sin ninguna fórmula para la conmixtión), el exorcismo “Exorcizo te, creatura olei” y el prefacio “Qui in principio” (nn. 12-13); por último, para el óleo de catecúmenos, el exorcismo “Exorcizo te, creatura olei” y la plegaria “Deus incrementorum” (nn. 15-16).

Pontifical de la Curia (siglo XIII)

El siguiente pontifical que nos ha llegado es el Pontifical de la curia del siglo XIII, en cuyo capítulo XLII describe la Missa chrismatis. Este pontifical, minucioso en su reglamentación litúrgica, contribuye a dar mayor volumen a la Misa crismal. La sobriedad deviene solemnización.

Todo un protocolo se desarrolla en torno al papa antes de la Misa; una vez que los sacristanes han preparado todo lo necesario, es decir, tres ampollas con aceite purísimo, la mayor para el Crisma envuelta en un paño de seda blanco y las otras con otro paño de seda (n. 2). Estando preparados, el obispo sentado mezcla el bálsamo con el óleo, removiéndolo en la ampolla con el báculo en la mano (n. 7). La Misa hasta la conclusión del Canon prosigue como habitualmente. Al iniciar el papa el Canon, se organiza la procesión para ir a por las ampollas. Esta procesión está revestida de solemnidad y coincide con el uso del pontifical del siglo XII (n. 7): cruz, incienso y los ministros necesarios, trasladándolas con veneración (n. 10).

Terminado el Canon, antes de la conclusión “Per quem haec omnia”, se bendice el óleo de los enfermos. Para ello, en este pontifical, se le prepara una sede de madera al papa delante del altar y allí lo exorciza y después lo bendice (nn. 11-14), terminando el Canon “per quem haec omnia”. El óleo de los enfermos se devuelve a la sacristía.

Cuando ha comulgado el pontífice, entonces comienza la consagración del Crisma que en este pontifical aumenta su volumen ritual: no solamente el papa sopla por tres veces en el ánfora del Crisma y luego en la ampolla del óleo de catecúmenos, sino que soplan igualmente tres veces los obispos y presbíteros cardenales y luego todos los demás obispos presentes en ambas ampollas (n. 20). Sigue el exorcismo del Crisma y la bendición (nn. 21-22). Luego todos la veneran. Inmediatamente se acerca la ampolla del óleo de catecúmenos, todos soplan por tres veces, exorcismo y plegaria de bendición “Deus incrementorum” (nn. 23-25).

La veneración a los óleos ya consagrados recibe un mayor desarrollo; no solamente el Crisma, sino también el óleo de los catecúmenos es ofrecido a la veneración del papa y los presentes: inclinación de cabeza, repetición del saludo a cada una por tres veces y luego el beso al ánfora (nn. 26-27). Tras la veneración se llevan las ampollas al sacrarium tal y como se trajeron con reverencia (n. 28) y prosigue la misa dando el pontífice la comunión en su sede a quienes quieran comulgar.

Pontifical de Guillermo Durando

El Pontifical de Guillermo Durando [95] , obispo de Mende, será el pontifical de referencia para muchos otros obispos y la Iglesia de Roma lo irá asumiendo como suyo. Según Sorci, “la dramatización del rito se acrecentó ulteriormente en el Pontifical de Guillermo Durando (+1296), del que a través del Liber Pontificalis publicado por Agostino Patrizi Piccolomini y Giovanni Burkhard en 1485 por voluntad de Inocencio VIII, se incluyó en el Pontifical Romano de Clemente VIII utilizado hasta la mitad del siglo XX” [96]. De esta manera, el pontifical de Guillermo Durando dejó una impronta secular en la liturgia episcopal y, por tanto, en la Misa crismal.

Aquí, en este pontifical, libro II, nn. 45-97, la Missa chrismalis alcanza el mayor volumen de desarrollo hasta ahora, solemnización y ritos más complejos y bellos.

Como hasta ahora han citado los anteriores pontificales, en el sacrarium los sacristanes han preparado lo necesario para la Misa crismal: tres ampollas llenas de óleo purísimo: una para el óleo de los enfermos; la segunda para el óleo de los catecúmenos; la tercera, que debe ser la mayor, para el Crisma. Y ésta debe recubrirse con un paño de seda blanco. Las otras ampollas en cambio estarán recubiertas con paños de seda de otro color, además del bálsamo (n. 46). Se prescribe un número concreto de ministros junto al pontífice: 7 presbíteros, 7 diáconos y 7 subdiáconos. Y comienza la procesión para la misa, celebrándose ésta según es habitual.

Antes de acabar el Canon se procede a la bendición del óleo de enfermos, según la costumbre (n. 52). Los elementos rituales se enriquecen: el obispo va a una sede mirando al altar, delante hay una mesa con manteles y se disponen en círculo los ministros (n. 53); dispuestos así, se pide “Óleo de los enfermos” y se trae en procesión desde el sacrarium. El archidiácono presenta la ampolla al obispo, la coloca en la mesa y procede el obispo al exorcismo y luego a la plegaria “Emitte” (nn. 57-58).

Entonces se devuelve al sacrarium tal como se trajo. Sigue la misa hasta la comunión del obispo, tras lo cual se dirige a la sede y es rodeado por doce presbíteros. Un archidiácono anuncia la venida de estos óleos diciendo por tres veces en voz alta: “Oleum ad sanctum crisma” e igualmente después “Oleum cathecuminorum” (n. 66). Y comienza la procesión al sacrarium. Los diáconos traerán envueltas las ampollas con los velos, sosteniéndolas en el brazo izquierdo. La procesión desarrolla un ritual solemne, acorde con la importancia que la Iglesia le da a los óleos: dos acólitos con cirios, cruz e incensario; bajo palio los archidiáconos con las ampollas, dos ceroferarios; cruz, turíbulo, diácono con el evangelio, los pueri cantores (cantando “O redemptor”), subdiáconos y doce presbíteros (nn. 67-69).

Forman una corona los presbíteros alrededor del obispo “en cuanto que son testigos y ministros cooperadores del sagrado crisma” (n. 70) y detrás del obispo los diáconos, y después, ordenados en las gradas se sitúan los subdiáconos. El obispo bendice el bálsamo; después confecciona sobre la patena o sobre otro pequeño vaso la conmixtión del bálsamo con un poco de óleo tomado de la ampolla y dice la oración “Deus nostrum omnipotentem, que incomprehensibilem” (n. 77) y al mezclarlos en la ampolla, dice: “Hec conmixtio liquorum” (n. 78). Siguen los ritos habituales: soplar tres veces en la ampolla, tanto el obispo como los sacerdotes, el exorcismo y la fórmula de consagración (nn. 79-81). Tras lo cual la veneración del Crisma: tres veces, inclinándose ante él, se dice “Ave sanctum crisma” y lo besa (n. 82).

Entonces se le acerca al obispo la ampolla cubierta con el óleo de los catecúmenos soplando tres veces en ella y a continuación, igualmente, todos los presbíteros. Colocada la ampolla en la mesa, el obispo reza el exorcismo “Exorcizo te, creatura olei” (n. 84) e inmediatamente con voz lenta [plane] entona la bendición “Deus incrementorum” (n 85). El óleo de los catecúmenos es venerado tal y como se hizo con el santo Crisma (n. 86). Entonces, igual que se trajeron, se devuelven de manera idéntica al sacrarium, entonando los pueri cantores los versos que omitieron del O redemptor. Prosigue la Misa con la comunión del clero y del pueblo (n. 89).

En lo referente al uso, conservación y cuidado de los óleos, Guillermo Durando establece algunas instrucciones en su Pontifical; en cuanto a los óleos sobrantes del año pasado: “El antiguo crisma y el óleo de los catecúmenos, pónganse en las lámparas de la iglesia y se quemen [sirvan de combustible]” (n. 88). En cuanto a los nuevos, recién consagrados, el obispo exhorta a los presbíteros a custodiarlos con diligencia (n. 95) y se les distribuye (n. 96).

Referente a la eucología sobre los óleos, se mantienen todas las plegarias tanto de exorcismo como de bendición, sumándoseles la bendición del bálsamo, la de la mezcla del bálsamo y óleo en una patena y la fórmula para la conmixtión del bálsamo en la ampolla del Crisma.

Pontifical Romano de 1595-1596

El Pontifical Romano de 1595-1596, fruto de la reforma litúrgica del concilio de Trento, codificará la Misa crismal hasta el OHS de 1955. Recibirá este pontifical los usos y formas del Pontifical de Guillermo Durando, como ya dijimos, siendo este pontifical el resultado de toda la evolución de la Misa crismal y su mayor volumen de solemnización [97].

En esa mañana se preparan en la sacristía todo lo necesario para la bendición de los óleos y la confección del crisma, como ya conocemos en los otros pontificales: en esto no hay novedad: (p. 569). Entonces se comienza la procesión de entrada. La Misa prosigue como es habitual hasta el final del Canon (p. 571). Antes de las palabras “per quem haec omnia” se dirige el obispo a su sede y el archidiácono proclama “Oleum infirmorum”. Entonces se organiza la procesión para traerlo, y lo hará un subdiácono con dos acólitos. El archidiácono la recibe diciendo: “Oleum infirmorum”, la coloca en la mesa y el obispo recita el exorcismo y luego la plegaria “Emitte” (p. 573). Después se devuelve la ampolla a la sacristía y sigue la misa hasta que el obispo haya comulgado.

Llegando otra vez el obispo a su sede, el archidiácono pide: “Oleum ad sanctum chrisma” y a continuación en el mismo tono: “Oleum Catechumenorum”. Se organiza la procesión a la sacristía en ese momento y traen las ampollas así: turiferario, cruz con dos cirios, dos cantores, dos subdiáconos y dos diáconos, un diácono el vaso de bálsamo, dos diáconos con las dos ampollas de óleo cubiertas por un velo, y luego doce sacerdotes más los restantes diáconos y subdiáconos (pp. 574-575).

Llegan al presbiterio y se distribuyen con orden, los presbíteros en semicírculo en torno al obispo y detrás de éste los diáconos y subdiáconos. Entonces, el obispo bendice el bálsamo (p. 578). Luego mezcla sobre la patena o en otro pequeño vaso el bálsamo con un poco de óleo crismal sacado de la ampolla rezando una oración (p. 579). El obispo sopla tres veces en forma de cruz (dato ritual éste que es novedoso) sobre la ampolla del Crisma y luego los doce sacerdotes igualmente; tras lo cual, el obispo reza el exorcismo del Crisma (p. 580) y la solemne plegaria de consagración del Crisma “Qui in principio” (p. 582). Después mezcla la mixtura de bálsamo y óleo en la ampolla del Crisma diciendo “Haec conmixtio liquorum” (p. 589).

La veneración del Crisma se ha solemnizado más aún: el Pontífice, con la cabeza inclinada, saluda al Crisma cantando: “Ave sanctum Chrisma”, por tres veces subiendo el tono cada vez (semper altius dicendo), y besa el borde de la ampolla (p. 590). Hecho esto, cada uno de los doce sacerdotes ya mencionados se acercan sucesivamente por orden, “por tres veces a distinta distancia hacen genuflexión ante la ampolla, diciendo cada vez siempre más alto en el tono dicho antes: Ave sanctum Chrisma” (p. 590). Dicho lo cual, besan el borde de la ampolla reverentemente.

Concluido el rito, se procede a la bendición del óleo de catecúmenos; se sopla sobre la vasija como se hizo con el Crisma; luego el exorcismo del óleo y por último la plegaria “Deus incrementorum” (p. 591). Tras lo cual, a semejanza del Crisma, se venera este Óleo, sin genuflexión diciendo tres veces “Ave sanctum Oleum” y besan el borde de la ampolla, como antes se hizo con la del Crisma. Completado esto, “ambas ampollas son devueltas procesionalmente al sacrarium o sacristía por los dos diáconos con orden y decoro. Mientras se devuelven, dos cantores cantan estos versos: Ut novetur...” (p. 592).

El antiguo Crisma y el óleo de los catecúmenos y el de enfermos, si aún permanecen en las ampollas, se ponen en las lámparas de la Iglesia ante el Sacramento para que ardan. Si queda alguno que esté en las píxides, o en los vasos con algodón, échese al fuego; y después el nuevo se pone con nuevo algodón en las píxides o en los vasos.

Con este Pontifical se contempla una estructura acabada, fijada, de la Misa crismal, heredera de las tradiciones precedentes. Igualmente ha quedado fijado desde hace siglos el momento de la bendición del Crisma y del óleo de catecúmenos tras la comunión del Pontífice, traídos en procesión y luego devueltos del mismo modo, reverentemente. La eucología para la bendición de los óleos y la de la Misa es la conservada por la tradición, como en los anteriores pontificales.

El ceremonial es amplio y solemne como se muestra en las distintas procesiones con las ampollas de óleo. El palio para trasladar el Crisma, que prescribía el Pontifical de Guillermo Durando, no tuvo continuidad en los siguientes pontificales como tampoco las dos cruces y el evangelio como elementos de dicha procesión. En este sentido se podría decir que tiene mayor simplicidad esta procesión que la que describe el Pontifical del obispo de Mende.

La consagración del Crisma fue aumentando su complejidad, añadiendo distintos elementos rituales para su confección junto a oraciones para cada momento. Ya no es únicamente mezclar el bálsamo dentro de la ampolla y remover; el ritual se fue agrandando hasta quedar así: primero, la bendición del bálsamo con la fórmula “Deus, mysteriorum caelestium” (p. 578); luego la mezcla de bálsamo con un poco de óleo de la ampolla en una patena u otro vaso pequeño con una oración (p. 579); a continuación el soplo por tres veces en forma de cruz sobre la ampolla (tanto el Obispo como los doce sacerdotes); después el exorcismo al óleo crismal y el prefacio de consagración del Crisma; finalmente la mezcla en la ampolla de la mixtura de bálsamo y óleo que estaba en la patena con la fórmula “Haec conmixtio” (p. 589).

La forma más primitiva y sencilla de la consagración del Crisma pertenece a la corriente romano-franca; se limitaba a mezclar el bálsamo en la ampolla antes de iniciar la Misa, en el sacrarium como hemos ido viendo en OR XXIV, n. 9; OR XXVIII, n. 12; OR XXXI, n. 17, en el Pontifical del siglo XII, cap. XXX C, n. 4 y en el Pontifical de la Curia del siglo XIII, c. LXII, n. 7. Era el obispo quien “de su mano” rellenaba la ampolla del Crisma con el bálsamo; terminado esto se iniciaba la procesión de entrada.

Sin embargo, en el área germánica el rito de confección del Crisma transcurrirá dentro de la Misa. Al obispo se le presenta el bálsamo y lo bendice; luego lo mezcla con un poco de óleo en una patena u otro vaso con otra oración; luego realiza la insuflatio, el exorcismo del óleo crismal, su bendición solemne y, por último, realiza la mixtión en la ampolla del bálsamo con óleo de la patena, al tiempo que pronuncia una fórmula. Este rito complejo aparece por vez primera en el Ordo L (nn. 87-89), en el Pontifical romano-germánico del s. X (n. 271-273) y se mantiene en el Pontifical de Guillermo Durando (lib. III, cap. II, nn. 75-82). Será este proceso más complejo en la elaboración del Crisma el que se prescriba en el Pontifical de Trento perdurando hasta la reforma de 1970.

La veneración del Crisma es un rito solemne: si en los Ordines y en el pontifical romano-germánico únicamente se expresaba mediante el beso a la ampolla, llevada por el diácono (o el acólito) al Obispo y a cada sacerdote, con los pontificales medievales se amplía y llega así hasta este Pontifical de Trento: la veneración se realiza cantando por tres veces “Ave sanctum Chrisma”; además en todos los otros Pontificales la ampolla es llevada a cada uno para que la venere, mientras que en este Pontifical de Trento se han de ir acercando a la mesa donde se consagró el Crisma, haciendo tres genuflexiones cada presbítero a medida que se acerca a la ampolla, y luego besándola. Lo mismo, pero sin genuflexión, se prescribe para el óleo de catecúmenos.

El Ordo Hebdomadae sanctae de 1955 y la restauración de la Misa crismal

El desplazamiento de la Misa in Coena Domini desde la tarde a la mañana del Jueves Santo y por tanto la fusión con la Missa Chrismatis durará hasta la reforma litúrgica de Pío XII y la promulgación del nuevo Ordo de la Semana Santa de 1955 . “La Missa chrismatis desapareció y la consagración de los óleos fue incorporada a la única misa del jueves santo, que retuvo el formulario de la misa in Coena Domini. Repuesta ésta, en 1955, a las horas vespertinas, fue necesario rehacer el formulario de la Missa chrismatis” [99].

Se procede entonces a una reforma de la Misa crismal y simplificación de los ritos de bendición. Hubo un largo íter que desembocó en el Ordo de 1955 [100] . Este OHS se presenta como una reforma, aunque mejor sería considerarla “instauración” [101] . Poseía esta reforma unas líneas de fuerza, teológicas, litúrgicas y pastorales [102] .

Este Ordo, con fecha 30 de noviembre de 1955, se aplicaba por vez primera en la Semana Santa de 1956. Para ello la editora de la Santa Sede produjo el correspondiente fascículo con todos los ritos completos para uso de las catedrales, parroquias e iglesias [103]. Fue un éxito sonado en el pueblo cristiano poder celebrar según el nuevo Ordo. Uno de los objetivos fundamentales era implicar al pueblo, para que asistiera y participara tomando parte en los solemnes ritos [104] . Se superó así la ausencia clamorosa del pueblo cristiano y la asistencia pasiva, evidente, que muchos lamentaban .

El OHS de 1955 determinaba para el Jueves Santo: “Feria V in Cena Domini, Missa chrismatis celebratur post Tertiam. Missa autem in Cena Domini celebranda est vespere, hora magis opportuna, non autem horam quintam post meridiem, nec post horam octavam” [106]. Así pues, por tanto, la misa In Coena Domini recuperó su carácter vespertino dejando la mañana del Jueves Santo liberada para poder celebrar la Misa crismal. Hubo de componerse de nuevo la Misa que recuperaba –según Jounel- la tradición romana o galicana, según los distintos Sacramentarios Gelasianos del siglo VIII, y daba, asimismo, un lugar demasiado destacado al óleo de los enfermos [107] . Los ritos, no obstante, permanecieron idénticos, a tenor de lo que indica la rúbrica [108].

El Pontifical Romano (1962)

Siguiendo el Pontifical romano, en su última edición de 1962, vemos el desarrollo ritual de la Missa chrismatis [109].

Todo se prepara y transcurre como en el anterior Pontifical. La Misa se celebra del modo acostumbrado “hasta el momento del Canon en que se dice: Per quem haec omnia, Domine, semper bona creas, exclusive” (p. 221). Entonces, el obispo va a la sede que se le ha preparado rodeándole los sacerdotes y demás ministros. “Entonces el Archidiácono estando junto al Pontífice dice en voz alta en tono de lectura: Oleum infirmorum” (p. 221).

El óleo es traído envuelto en un velo por un subdiácono con dos acólitos; lo entrega al Archidiácono diciendo “Oleum infirmorum” y éste lo coloca en la mesa preparada. El Obispo primero recita el exorcismo “Exorcizo te, immundissime spiritus” y a continuación la plegaria “Emitte, quaesumus, Domine, Spiritum Sanctum tuum” (p. 222). Una vez bendecida, se devuelve a la sacristía tal como se trajo la ampolla; el Obispo sube y pronuncia la conclusión del Canon: “Per quem haec omnia” y la Misa prosigue como de costumbre, comulgando solo el Pontífice. En este momento, todos se disponen en su lugar para el rito de bendición de los óleos.

El Archidiácono, estando de pie junto al Pontífice, dice en voz alta, en tono de lección: “Oleum ad sanctum Chrisma” y a continuación en el mismo tono: “Oleum Catechumenorum”.

Se organiza la procesión a la sacristía en ese momento en el mismo orden y manera que en el Pontifical anterior: incensario, cruz con dos cirios, dos cantores, subdiáconos y diáconos; un subdiácono con el vaso de bálsamo, dos diáconos con las ampollas de Crisma y óleo envueltas en sus paños, doce sacerdotes, los diáconos y subdiáconos, mientras se canta “O redemptor sume” (cf. pp. 222-223).

Entonces, situados todos en sus lugares, rodeando al Obispo los doce sacerdotes, y detrás los diáconos y después los subdiáconos, el Obispo recibe el bálsamo y lo bendice; después mezcla en una patena o un vaso el bálsamo con un poco de óleo tomado de la ampolla crismal, y lo bendice (p. 224). Tras lo cual sopla tres veces en forma de cruz en la ampolla, y luego los doce sacerdotes uno a uno soplan tres veces; entonces recita el exorcismo y el prefacio “Qui in principio” (p. 226). Por último, mezcla el bálsamo con óleo de la patena en la ampolla, diciendo: “Haec commixtio liquorum”.

La veneración del Crisma se realiza como en la primera edición del Pontifical romano de Trento, que ya describimos; es idéntico también al Pontifical de Trento el modo de bendecir el óleo de los catecúmenos con el exorcismo “Exorcizo te, creatura olei”, la plegaria “Deus incrementorum omnium et profectuum spiritualium” (p. 229) y la veneración de la ampolla (p. 230).

Terminado estos ritos, se devuelven las ampollas a la sacristía en el orden y con el decoro con que se trajeron (p. 230), continuando con el himno que se interrumpió por los versículos “Ut novetur”. Sigue la Misa y, al terminarla, en la sede que se le preparó, el Obispo “manda a los Presbíteros atentamente, según la tradición canónica, que custodien el Crisma y los óleos fielmente” (p. 231).

Como se ve, son las mismas rúbricas en las ediciones distintas del mismo Pontifical; en cuanto a la parte ritual, la Misa crismal no sufre cambio alguno con la reforma piana de 1955.

La recuperación de la Misa crismal por el OHS de 1955 marca un punto de inflexión: ahora la Misa crismal posee su oficio propio celebrado en la mañana del Jueves Santo y la Misa In Coena Domini se sitúa en su horario vespertino tradicional; aunque presenta algunos problemas o contradicciones en las rúbricas[110] .

Nada de lo anterior empaña la importancia del OHS de 1955 y la restauración de la Misa crismal. Suscitó un interés grande y se fue consolidando en la vida litúrgica de la diócesis, especialmente del obispo junto con su presbiterio, con un aspecto de novedad que despertó algunas iniciativas pastorales tales como enviar los óleos a las parroquias y allí ser recibidos en la Misa vespertina in Coena Domini[111] . Se procuró solemnizar esta Misa crismal en aquellos años con gran interés[112] .

Hay que reconocer, sin embargo, el escaso entusiasmo popular ante la Misa crismal[113] . Restaurada en 1955, sí fue un acontecimiento gozoso para el Obispo con su clero, pero el pueblo después de siglos sin asistir, sin vivir y sin conocer esta liturgia crismal, se mantuvo indiferente. No es fácil la educación litúrgica del pueblo fiel e inculcar algo “nuevo” que estuvo ausente durante siglos, entremezclado con la Misa vespertina celebrada por la mañana (para mayor contradicción). “Al restaurar una misa crismal distinta de la misa in Cena Domini [sic.], los autores del Ordo de 1955, ¿esperaban instituir un rito que valorase la Iglesia particular reunida con el presbytérium alrededor de su obispo? Si tuvieron esta esperanza, sólo pueden estar decepcionados: el pueblo no vino y el rito grandioso se desarrolló en una catedral que estaría vacía, si algunas religiosas no estuvieran allí. La misa crismal no se convertirá realmente en la manifestación más solemne y más elocuente de la Iglesia diocesana más que a condición de que se restaure en ella la concelebración eucarística, que se autorice la comunión del pueblo y que se simplifiquen los ritos de la bendición de los santos Óleos” [114].

La eucología de esta Missa en el OHS 1955 fue elaborada y revisada para dotarla de un oficio propio distinto del de la Misa vespertina In Coena Domini . Las oraciones están tomadas del Gelasiano antiguo para la Missa chrismatis y la postcommunio es la oratio ad populum de la misa vespertina de dicho sacramentario; el prefacio está formado por una parte de la venerable plegaria de consagración del Crisma . [116]


El Ordo de 1970 y la reforma de la Misa crismal

La reforma litúrgica emprendida por mandato del Concilio Vaticano II en la historia de la Misa crismal deja su huella mediante la restauración de la concelebración en 1965, algunas variaciones en la Misa crismal [117] , que luego señalaremos, y el Ordo benedicendi oleum catechumenorum et infirmorum et conficiendi chrisma, publicado por la Congregación para el Culto divino en 1970. Tres pasos sucesivos, así pues, hasta la configuración de la actual Misa crismal en el Misal de Pablo VI: concelebración, algunas variaciones en la Misa crismal y por último el nuevo Ordo benedicendi.

Restauración de la concelebración

En 1965 se produjo la restauración de la concelebración [118] . La concelebración, en modo alguno innovación, sino restauración de una praxis inmemorial, fue revisada y preparada por el Consilium encargado aplicar las directrices de la Constitución Sacrosanctum Concilium [119] . Este rito de la concelebración modificaba la forma celebrativa de la Misa crismal en aquel Jueves Santo de 1965 y que era uno de los momentos previstos por el decreto para poder concelebrar [120] . Se recibió el rito con deseo y esperanza de éxito. Había de desenvolverse todo con orden y decoro, con la conveniente instrucción catequética, con la deseada preparación ritual [121].

Modificación de algunos elementos de la Misa crismal

Tras la reforma operada por el OHS 1955, ahora, en 1965, recibe una primera revisión. Con un decreto de la Congregación de ritos, en 1965, “los textos de la misa crismal de 1955, que daban un espacio muy grande al óleo de los enfermos, fueron modificados y los ritos simplificados, mientras que se destacaba la concelebración del presbyterium alrededor del obispo” [122] y conseguirán darle “una fisonomía y perspectiva totalmente nuevas, comparada con el “propio” vigente hasta ese momento: el Ordo Hebdomadae Sanctae de 1955, que fue incluido en la editio typica del MR 1962” [123]. El decreto de 1965 señalaba que “ha parecido además oportuno, revisar en algún punto el texto de la Misa, para que responda mejor al fin de esta Misa, y simplificar el rito de la bendición de los Óleos, para que se acomode mejor a la celebración de este día y resulte más fácil la activa participación de los fieles” [124].

Junto a la concelebración, se modificaron las lecturas que el OHS 1955 fijó para la nueva Missa chrismatis; el canto “O Redemptor” pasó al ofertorio y el verso ofertorial Diligis iustitiam pasó a la comunión, ligeramente cambiado su texto ya que antes era el gradual. “Para la bendición de los óleos y la consagración del crisma continuaron en vigor los ritos y textos del pontifical romano. Sólo se hacían algunas indicaciones para el desarrollo de la celebración, con las adiciones exigidas por la concelebración” [125]; además se modificó la forma y momento de traer los óleos así como la veneración del Crisma.

Los óleos se traen con solemnidad, junto al pan y al vino, en el ofertorio y son presentados al Obispo por el diácono: “Óleo para el santo Crisma”, “Óleo de los catecúmenos”, y “Óleo de los enfermos”. El pan y el vino, ofrecidos al Pontífice, son depositados por el diácono sobre el altar. Luego sigue la Misa, como está en el rito de concelebración, hasta el Nobis quoque inclusive. En ese momento el diácono sube la ampolla del óleo de enfermos hasta el altar, el obispo se retira un poco al lado izquierdo, pronuncia el exorcismo y luego la plegaria “Emitte”, concluyendo con el “per quem haec omnia”. Todo prosigue hasta la comunión del obispo, clero y fieles.

Entonces baja el obispo, rodeado de todos sus presbíteros. Bendice el bálsamo, luego lo mezcla con un poco del óleo de la ampolla del Crisma, sopla una vez sobre la ampolla y luego los presbíteros desde el lugar en que estén; pronuncia el exorcismo y el prefacio. Después mezcla el bálsamo con el Crisma con la fórmula ritual. Por último la veneración del Crisma, ya simplificada: el obispo inclinando la cabeza dice “Ave, sanctum Chrisma” y lo mismo hacen los presbíteros desde sus sitios respectivos y, por último, todos los demás ministros y fieles.

Se procede luego a la bendición del Óleo de los catecúmenos. El Pontífice sopla igualmente, en forma de cruz, sobre la ampolla del Óleo; a continuación los presbíteros concelebrantes soplando igualmente hacia la ampolla, permaneciendo en sus lugares. Entonces sólo el Pontífice exorciza y bendice el Óleo. No hay veneración de este óleo.

Termina la Misa y en la sacristía el Obispo advierte a los presbíteros que custodien el Crisma.

En estas variaciones realizadas en 1965, hay aspectos que preparan el Ordo definitivo de 1970; estos aspectos son, especialmente, la idea del sacerdocio por la concelebración; la consagración de los Óleos y el sentido de la renovación (pascual y de todas las cosas, que serán objeto de estudio en un apartado más adelante).

a) La concelebración expresa muy adecuadamente la idea del sacerdocio, formando el presbiterio una comunión en torno a su Obispo, venidos de todas las regiones o arciprestazgos de la diócesis.

b) El segundo aspecto es el específico de esta Misa, a saber, la consagración de los Óleos que en esta Misa, gracias a las variaciones del rito de 1965, se hace más explícito por la presentación, como ofrendas, de las ampollas en el altar al Pontífice junto con la materia eucarística.

c) El sentido de renovación es muy acusado en esta Misa crismal, mirando al misterio de la Pascua. Conecta este sentido de renovación muy acertadamente con el inicio del Triduo pascual que comenzará por la tarde, con la Misa in Coena Domini. En la celebración pascual se conmemora el misterio pascual de Cristo que es el centro y fuente de toda la Redención.

El Ordo de 1970

La comprensión del acontecimiento salvífico, transmitido por las distintas unciones, se iba a destacar más en el nuevo formulario de la Missa y su Ordo en 1970. “No se trataba solamente de revisar su formulario, sino de reflexionar sobre la teología de la unción crismal... El Ordo benedicendi Oleum catechumenorum et infirmorum et conficiendi Chrisma promulgado el 3 de diciembre de 1970 por la Congregación para el culto divino es el fruto de estos estudios” [126].

La Misa crismal fue provista de unas lecturas nuevas así como la revisión de los textos eucológicos del propio de la Misa, algunos de nueva factura; las plegarias de bendición fueron revisadas, se compuso una nueva para el óleo de los catecúmenos y una segunda plegaria ad libitum para el santo Crisma, omitiendo los exorcismos. Las rúbricas señalan el momento de bendición del óleo de enfermos (antes de la doxología del Canon), y después de la comunión invierte el orden, bendiciendo primero el óleo de catecúmenos y el santo Crisma al final; pero también se permite bendecir los tres óleos después de la homilía. Se incorpora un elemento nuevo que es la renovación de las promesas sacerdotales por parte de los presbíteros ante su Obispo, cabeza del presbiterio, después de la homilía. Finalmente, la Misa crismal se celebra la mañana del Jueves Santo o un día próximo.

La intención del grupo de peritos encargado de esta revisión en el Consilium fue la de mostrar la centralidad de los óleos mirando al Salvador, Ungido por el Espíritu, y renovar las promesas sacerdotales asociados al Sacerdocio de Cristo y a la institución del sacerdocio en el Jueves Santo aprovechando la presencia de la mayor parte del clero en torno al Obispo. En lo referente a la eucología de la Misa, se tuvieron presentes las distintas realidades sacramentales y teológicas que se entrecruzan en ella [127] .

Pero se añadió un elemento nuevo, sin precedentes en la tradición litúrgica y ajeno a la primitiva Missa chrismatis, como fue el de la renovación de las promesas sacerdotales. La Sgda. Congregación para el Clero, en una carta circular con fecha 4 de noviembre de 1969, veía conveniente y alentaba que en la Misa crismal del Jueves Santo cada sacerdote renovase ante su Obispo su oficio sacerdotal, la observancia del celibato y la obediencia [128] . De esta manera, y con este ambiente sacerdotal impulsado en esos años, la Sagrada Congregación para el Culto divino emitió un comunicado sobre “Algunos textos complementarios de la liturgia de la “Missa Chrismatis” de Jueves Santo en febrero de 1970 [129] . En este comunicado se indicaba que al fin de la homilía, el obispo debe exhortar a sus sacerdotes a la fidelidad en su ministerio, e invitarles a renovar públicamente las promesas sacerdotes”. A continuación incluye el formulario de la renovación de las promesas que luego pasará definitivamente a la Misa crismal en el Misal y ofrece también el Prefacio para dicha Misa. La valoración de Bugnini es altamente positiva de este acto sacerdotal [130] .

Hablando en general, la reforma definitiva de los ritos de la Semana Santa con el Misal Romano en 1970 se acogió favorablemente, aun sin despertar los entusiasmos de las reformas pianas de la Vigilia pascual en 1951, del OHS de 1955 y los diversos retoques posteriores. “Comparado con el impacto de 1951 y de 1956, el impacto “reformista” del Misal de Pablo VI por lo que se refiere a los retoques de la Semana Santa fue mucho menor. Y con razón, por otra parte. Aunque algunas aportaciones del Misal de Pablo VI, especialmente en la parte del leccionario, sean a mi juicio de notable importancia” [131].


La Misa crismal en el Misal de Pablo VI (2ª editio Typica)

La Misa crismal hoy en vigor, según el Misal de Pablo VI en su segunda editio typica, presenta formularios completos y muchos de ellos nuevos, tanto para las lecturas como para la eucología de la Misa. El desarrollo ritual se ha visto, asimismo, retocado, buscando mayor simplicidad y, en cierto modo, un desarrollo más lineal y simétrico.

==Análisis de los textos bíblicos y antífonas==

El nuevo formulario de la Misa presenta algunos textos nuevos que le otorgan una fisonomía nueva.

Es nueva la selección de perícopas bíblicas para la Liturgia de la Palabra.

-La primera lectura, Is 61, 1-3a. 6a. 8b-9, con el título “El Señor me ha ungido para derramar sobre ellos perfumes de fiesta; me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren”.

-El salmo responsorial (Sal 88, 21-22. 25. 27), con la respuesta “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”.

-La introducción de una segunda lectura, tomada de Ap 1, 5-8, “Cristo nos ha convertido en un reino, nos ha hecho sacerdotes de Dios, su Padre”.

-El versículo para antes del evangelio (Is 61,1): “El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres”.

-La perícopa evangélica (Lc 4, 16-21), como cumplimiento de la primera lectura: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido”.

También los cánticos introducidos son nuevos en este oficio eucarístico:

-Antífona de entrada: Ap 1, 6, “Jesucristo nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre...”

-Antífona de comunión: Sal 88, 2, “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades”.

Las lecturas proclamadas centran el misterio en la Unción mesiánica de Jesucristo, por el Espíritu Santo. Él es el Mesías, el Ungido por excelencia no por una unción material, sino espiritual, reposando en Él el Espíritu Santo.

Y lo prometido mesiánicamente en el profeta Isaías, se cumple en el “hoy” del Evangelio: “hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Jesús revela así en la sinagoga de Nazaret cómo en Él lo vaticinado es realidad, la promesa pasa a ser cumplimiento. Jesús muestra su ser “Cristo” al inicio de su vida pública porque en Él se concentra todo el Antiguo Testamento. A Él se le ha dado el Espíritu sin medida siendo el Ungido por excelencia y, desde ese momento, Fuente de toda Unción. Esta participación de los cristianos en Cristo (y de ahí ese nombre glorioso participado, “ser cristianos-ser ungidos”) se pone de relieve con la proclamación de la segunda lectura, del libro de Apocalipsis: Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes; el pueblo de los bautizados es un pueblo de ungidos, sacerdotes para Dios.

La Palabra proclamada en la Misa crismal se centra, entonces, en el Misterio de la Unción espiritual del Salvador y la participación de los fieles en esa Unción, omitiendo los usos particulares o concretos de los diferentes óleos. Las lecturas proclamadas centran el misterio celebrado en la Unción de Jesús. Él es constituido Señor y Mesías por su Unción espiritual y se actualiza el Misterio en el Hodie de la liturgia, tanto en la Palabra proclamada como en la acción sacramental [132] .

En cuanto a la eucología, nueva es la oración colecta, el prefacio y la postcomunión, permaneciendo la super oblata de la anterior Misa del OHS de 1955. La eucología es el reverso de la Palabra proclamada en una unidad, los textos bíblicos inspiran la plegaria y se hacen oración. “Es cierto que en los textos del “propio” de la Misa crismal, resuenen los eventos salvíficos proclamados y celebrados en la Palabra” [133].

Análisis bíblico de la eucología

Describamos brevemente eucología de la Misa y su fundamento bíblico.

El primer texto eucológico es la colecta que reza así:

Deus, qui unigenitum Filium tuum unxisti Spiritu Sancto Christumque Dominum constituisti, concede propitius, ut, eiusdem consecrationis participes effecti, testes Redemptionis inveniamur in mundo.

Su traducción oficial en castellano:

Oh Dios, que por la unción del Espíritu Santo constituiste a tu Hijo Mesías y Señor, y a nosotros, miembros de su cuerpo, nos haces partícipes de su misma unción; ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres.

La oración colecta, mira a Cristo denominándolo “unigenitum Filium tuum” como en Io 3,16: “Filium suum unigenitum daret” o “Filium suum unigenitum misit Deus in mundum” (1Io 4,9); Él su Hijo Unigénito, el Logos que se ha hecho carne, y en su carne ha sido ungido por el Espíritu Santo. Es el kerygma anunciado por Pedro (Hch 10,38), lo que recoge la oración colecta. Jesús es el ungido por el Espíritu Santo, como Él mismo se autoreconoce en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18). Al Salvador, ungido por el Espíritu, Dios lo ha constituido “Cristo y Señor”, “Mesías y Señor”; de fondo, sigue resonando el canto de los ángeles en el nacimiento de Jesús (Lc 2,11) y el anuncio del apóstol Pedro (Hch 2, 36): Dios lo constituyó Señor y Mesías.

La oración colecta, tras evocar la acción de Dios en su Hijo, prosigue suplicando por aquellos que han sido hechos partícipes de su Unción; en efecto, la primera carta de san Juan, en la que se inspira esta frase de la colecta, dice: “en cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo” (1Jn 2,20) de manera que su unción permanece (cf. 1Jn 2,27). Dios mismo nos ha hecho partícipes de la consagración de su Hijo porque nos ha ungido y nos ha sellado: “nos ungió, nos selló” (2Co 1,22).

La traducción castellana oficial añade una aposición que no se encuentra en la versión latina: “a nosotros, miembros de su cuerpo, nos haces partícipes...” “Miembros de su cuerpo” es la síntesis lograda para evocar la teología paulina del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuya Cabeza es el Señor y cada uno un miembro vivo de este Cuerpo; juntos forman el “Cristo total” (1Co 12,12). Es más: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1Co 12,27) porque todo lo dio a la Iglesia como Cabeza, “ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos” (Ef 1,23); “un solo Cuerpo y un solo Espíritu” (Ef 4,4), edificándose el Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,12).

“Ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres”, o en la versión latina: “ut, eiusdem consecrationis participes effecti, testes Redemptionis inveniamur in mundo”. Esta versión original es más concisa: “nos convirtamos en el mundo en testigos de la Redención”. “Vos autem estis testes horum” (Lc 24,48): eso son los apóstoles, “testes”, testigos de lo que han visto y oído, de lo que han experimentado. Es lo que el Señor les confía: “seréis mis testigos” (Hch 1,8) y ellos, asumiendo el encargo de ser testigos, se presentan así ante todos (Hch 2,32; 3,15).

En el mundo son situados los apóstoles como testigos; al mundo son enviados (Mc 16, 15), en el mundo van a ser sal y “lux mundi” (Mt 5,14). Están en el mundo pero no son del mundo (Jn 17,11), por ello el mundo los odiará, porque su testimonio pone en evidencia las tinieblas (Jn 15,19).

La oración sobre las ofrendas:

Huius sacrificii potentia, Domine, quaesumus, et vetustatem nostram clementer abstergat, et novitatem nobis augeat et salutem.

Que traducida en la edición castellana del Misal dice:

Te pedimos, Señor, que la eficacia de este sacrificio nos purifique del antiguo pecado, acreciente en nosotros la vida nueva y nos otorgue la plena salvación.

Sobre una idea fundamental se construye esta super oblata clásica: del hombre viejo al hombre nuevo, de la vetustez del pecado a la novedad de vida. El hombre viejo ha sido crucificado con Cristo y de esta manera el pecado ha sido aniquilado para dar lugar al hombre nuevo (Rm 6,6). De esta forma caminemos en novedad de vida. El hombre viejo es dejado, abandonado (Ef 4,22; Col 3,9).

Ante esta realidad, el hombre nuevo es tarea de la gracia de Dios en el alma, si se colabora con la acción divina. El hombre viejo es despojado para revestirse del hombre nuevo (Ef 4,23-24); se renueva según la imagen del Hijo, el verdadero Hombre nuevo (Col 3,10).

Es, entonces, la vida nueva por medio de los sacramentos que comunica Aquel que todo lo hace nuevo: “Ecce nova facio omnia” (Ap 21,5).

El prefacio, nuevo en su redacción:

Qui Unigenitum tuum Sancti Spiritus unctione novi et aeterni testamenti constituisti Pontificem, et ineffabili dignatus es dispositione sancire, ut unicum eius sacerdotium in Ecclesia servaretur. Ipse enim non solum regali sacerdotio populum acquisitionis exornat, sed etiam fraterna homines eligit bonitate, ut sacri sui ministerii fiant manuum impositione participes. Qui sacrificium renovent, eius nomine, redemptionis humanae, tuis apparantes filiis paschale convivium, et plebem tuam sanctam caritate praeveniant, verbo nutriant, reficiant sacramentis. Qui, vitam pro te fratrumque salute tradentes, ad ipsius Christi nitantur imaginem conformari, et constantes tibi fidem amoremque testentur. Unde et nos, Domine, cum Angelis et Sanctis universis tibi confitemur, in exsultatione dicentes.

Es decir:

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Que constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.

Él no sólo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión.

Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos.

Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor.

Por eso, nosotros, Señor, con los ángeles y los santos cantamos tu gloria diciendo:

Un prefacio claramente sacerdotal-ministerial en el contexto de la Misa crismal: “el solemne embolismo del prefacio es un texto de nueva composición en el que se comenta el carácter específico del sacerdocio ministerial respecto al sacerdocio real de los fieles, proponiendo su función, indicando su sentido y formulando la orientación del modelo ideal de vida sacerdotal que se deriva de la participación en el sacerdocio de Cristo (Operari sequitur esse)” [134].

El texto del prefacio [135] se divide en las siguientes partes, declarando “entre otros, los siguientes aspectos el sacerdocio ministerial-sacramental, en cuanto participación en la consagración sacerdotal de Cristo” [136]:

1) el misterio del único Sacerdocio de Cristo, 2) la perpetuidad del mismo en la Iglesia, tanto por el Sacerdocio regio del Pueblo santo de Dios (“regale sacerdotium”), como por el sacerdocio ministerial, de los miembros del pueblo de bautizados, elegidos por Cristo y que participan de su misión por la imposición de las manos, 3) la naturaleza específica del ministerio sacerdotal a través de las acciones ministeriales enumeradas, 4) y la exigencia sacramental de la configuración con Cristo.

Jesús es el Unigénito Hijo de Dios y Primogénito de todas las cosas; a este Unigénito Dios lo ha enviado al mundo para dar vida al mundo (Jn 3,16), constituido Pontífice de la nueva y eterna alianza, Pontífice de los bienes eternos y definitivos (Hb 9,11). El sacerdocio de Cristo, reza el prefacio, se continúa en la Iglesia de dos modos: mediante el sacerdocio real de los bautizados y además, entre éstos, el ministerio sacerdotal. Jesucristo ha hecho de los bautizados un pueblo de reyes y sacerdotes; el libro de Apocalipsis canta a Dios agradecido por haber sido constituido como un pueblo sacerdotal (Ap 1,6). El contenido de este sacerdocio santo es ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios (1P 2,5). La expresión “populum acquisitionis exornat” del prefacio está tomado de otro versículo de la carta primera de san Pedro (2,9).

Cristo, con fraterna bondad (fraterna homines eligit bonitate), comunica su sacerdocio de una forma peculiar mediante el sacramento del Orden; la imposición de manos es su signo sacramental más elocuente y expresivo: “manuum impositione participes”.

El prefacio prosigue, con lenguaje más dogmático que bíblico, a exponer la vida y misión de los sacerdotes: congregar a los hijos de Dios, presidir al pueblo santo, alimentarlo con la palabra, santificarlo con los sacramentos, entregar la vida por Él y por sus hermanos dando testimonio constante de fe y de amor.

En resumen, “el Praefatio canta la excelencia y las funciones del ministerio sacerdotal, su naturaleza de servicio, y su inserción en el contexto de Cristo y del sacerdocio común de los fieles” [137]. Ahora bien, es de justicia reconocer que, en el contexto más amplio de toda la Misa crismal, el prefacio se focaliza demasiado llamativamente en el ministerio ordenado.

Por último, la oración de postcomunión:

Supplices te rogamus, omnipotens Deus, ut, quos tuis reficis sacramentis, Christi bonus odor effici mereantur.

“Concédenos, Dios todopoderoso, que quienes han participado en tus sacramentos, sean en el mundo buen olor de Cristo.”

La traducción castellana amplía el original latino; “tuis reficis sacramentis”, que sería “alimentados” o “saciados” por tus sacramentos, ha pasado a traducirse por “participado en tus sacramentos”; la expresión “Christi bonus odor effici mereantur” se traduce por “sean en el mundo buen olor de Cristo”, añadiendo la palabra “mundo”, cuando una traducción más literal sería “merezcan ser (convertirse) en buen olor de Cristo”.

Breve y concisa, como suelen ser todas las oraciones de postcomunión, este texto se inspira únicamente en dos versículos, 2Co 2,15-16, en los que leemos: “Quia Christi bonus odor sumus Deo...”. Somos el buen olor de Cristo, preciosa metáfora para expresar la participación en una Unción única, que recibimos mediante las distintas unciones sacramentales. Así la Misa crismal, en su última oración, enlaza los sacramentos celebrados y el rito de la bendición y consagración de los óleos con el misterio sacramental, con la realidad teológica: participar del buen olor de Cristo y, por tanto, difundirlo.

Incorporación de las promesas sacerdotales en la Misa crismal

Un elemento completamente nuevo fue la incorporación de la renovación de las promesas sacerdotales que se realiza tras la homilía. Tras las promesas, se realiza la procesión de las ofrendas omitiendo tanto el Credo como la oración de los fieles propiamente dicha. Sí es verdad que el pueblo ora por los sacerdotes y por el propio Obispo a la invitación de éste: “Y ahora vosotros, hijos muy queridos, orad por vuestros presbíteros... Y rezad también por mí...”, y a las dos invitaciones el pueblo responde: “Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos”.

Es extraña la omisión de esta oración de los fieles, en sentido propio, que siempre prescribe el Misal Romano; por ejemplo en la 2ª editio typica, la IGMR dice: “Conviene que esta oración se haga normalmente en las Misas a las que asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo” (n. 45). Es más, incluso el CE, para esta Misa crismal, prescribe: “El Obispo deja el báculo y la mitra y se levanta. No se dice el Credo. Se hace la oración universal en la cual se invita a los fieles a orar por sus pastores, como se indica en el Misal” (n. 281).

Sin embargo, el Ordo de bendición de los Óleos omite la oración de los fieles y la simplifica con las dos breves súplicas al final de la renovación de las promesas sacerdotales orando sólo por los presbíteros y por el Obispo: “La oración de los fieles, que tiene formulario propio, está unida a la renovación de las promesas sacerdotales” (OBO 16). Difícilmente se puede considerar que estas dos intercesiones sean universales al reducirse sólo a la petición por los ministros ordenados sin rogar por la Iglesia entera, el gobierno de las naciones, los que sufren y la asamblea celebrante.

El formulario para la renovación de las promesas sacerdotales se inspira en los textos del Vaticano II; unión con Cristo y deberes del ministerio (PO 2. 12), configuración con Cristo y santidad (PO 12. 18), la renuncia a uno mismo (PO 13. 15), dispensación de los misterios de Dios (PO 2. 5. 22) a imagen y en persona de Cristo, Cabeza y Pastor (PO 4. 6) con desprendimiento y espíritu de pobreza (PO 17. 21).

Esta renovación es un elemento nuevo en la Misal Crismal que merece ser valorado por su influencia y su buena acogida; “esta renovación de las promesas sacerdotales ofrece la ocasión de expresar una teología renovada del ministerio sacerdotal” [138].

El formulario, muy logrado en algunos puntos, ofrece a su vez algunas carencias. Este formulario de la renovación, junto con el prefacio, son los dos textos del “propio de la Misa” en que se valora y se ensalza al máximo el ministerio sacerdotal. “En cuanto al contenido, extraña que en la primera pregunta no aparece lo que constituye la idea central de la teología del presbiterado del Vaticano II: ‘cooperator ordinis episcoporum’ [139]. La segunda pregunta, si bien resalta la configuración del ministro ordenado a Cristo, lo hace trasluciendo una visión ascética negativa. La tercera pregunta se refiere específicamente a las funciones ministeriales. Pero, no recoge satisfactoriamente el pluralismo de las mismas, como lo había redescubierto el concilio Vaticano II superando la visión reduccionista que casi únicamente contemplaba en los ministros ordenados sus tareas cultuales-sacerdotales” [140].

Se le ha otorgado una nueva fisonomía a esta Misa, resaltando con claridad sus principales líneas, añadiendo otros aspectos, velando algunos otros. En el último apartado nos detendremos a considerar la teología que muestra esta Misa crismal ya que la lex orandi es la expresión (y fuente en muchos casos) de la lex credendi.

El desarrollo ritual

La Misa crismal ha visto afectado su desarrollo celebrativo buscando una noble sencillez ante la complejidad ritual que poco a poco fue adquiriendo, como vimos al estudiar su historia.

Con el rito de concelebración y en el Misal romano en su edición de 1970, son invitados a concelebrar todos los miembros del presbiterio diocesano junto con su Cabeza, el Obispo, los diáconos y la participación de todo el pueblo cristiano. Se insiste en la asistencia de sacerdotes de todas las partes del territorio diocesano (OBO 13) porque participan de la sagrada misión del Obispo, “así se manifiesta claramente la unidad del sacerdocio y del sacrificio de Cristo, que se perpetúa en la Iglesia” (CE 274).

La Misa crismal se convierte, de esta manera, en una manifestación plena de toda la Iglesia local (OBO 1) y en una manifestación especialísima de la unión de los presbíteros entre sí y con su Obispo (CE 274). En vistas a favorecer la asistencia tanto del clero como de los fieles, se permite, por primera vez en la historia de esta Misa, adelantar la Misa a un día cercano al Jueves Santo (cf. OBO 11).

En la sacristía, además de lo necesario para la Misa, hay que preparar: las vasijas de los óleos; aromas para hacer el Crisma, si es que el Obispo quiere hacer la mezcla dentro de la acción litúrgica; pan, vino y agua para la misa, que son llevados juntamente con los óleos antes de la preparación de los dones. Ya no se prescriben los distintos velos para las ampollas.

La Misa transcurre como de costumbre, cantando el Gloria, hasta terminada la homilía. La rúbrica prescribe que “en la homilía el Obispo, sentado en la cátedra con mitra y báculo, a no ser que a él le parezca de otra manera, exhorta a los presbíteros a permanecer fieles en su ministerio, y los invita a renovar públicamente sus promesas sacerdotales” (CE 280).

Terminada la homilía, el Obispo sigue sentado en la sede con mitra y báculo y, puestos los presbíteros de pie (CE 280), procede a la renovación de las promesas sacerdotales (CE 281).

Se organiza entonces la procesión de presentación de las ofrendas que sigue lo establecido en las modificaciones de 1965 respecto a esta Misa, ordenándose así: “en primer lugar, el ministro que lleva el recipiente con los aromas, si es que el Obispo quiere hacer él mismo la mezcla del Crisma; después, otro ministro con la vasija del óleo de los catecúmenos; seguidamente, otro con la vasija del óleo de los enfermos. El óleo para el Crisma es llevado en último lugar por un diácono o un presbítero. A ellos les siguen los ministros que llevan el pan, el vino y el agua para la celebración eucarística”.

La procesión ordenada posee mayor sencillez que en anteriores Pontificales: ni incienso ni cruz, ni cirios ni paños de hombros para los diáconos, ni un número significativo de sacerdotes acompañando en reverencia al Crisma. En una sola procesión, la de ofrendas, se incluyen las vasijas de los tres óleos. Mientras tanto se canta el himno “O Redemptor” “u otro canto apropiado”.

Al llegar al altar se mantiene el rito de presentación de cada Óleo al Obispo. “El diácono que lleva la vasija para el santo Crisma, se la presenta al Obispo, diciendo en voz alta: Óleo para el santo Crisma; el Obispo la recibe y se la entrega a uno de los diáconos que le ayudan, el cual la coloca sobre la mesa que se ha preparado. Lo mismo hacen los que llevan las vasijas para el óleo de los enfermos y el de los catecúmenos. El primero dice: Óleo de los enfermos; el otro: Óleo de los catecúmenos. El Obispo recibe ambas vasijas y los ministros las colocan sobre la mesa que se ha preparado”.

Un cambio singular en el ordo de esta Missa chrismatis es la posibilidad, enteramente nueva, de poder bendecir en este momento los tres óleos en lugar de sus momentos tradicionales. Primero se afirma, y por tanto así se destaca que es la opción típica que se ha de salvaguardar siempre que sea posible, los momentos previstos para bendecir los óleos, según la tradición litúrgica romana (OBO 11). Esta es la forma típica por tanto y ha de ser hoy la habitual; excepcionalmente y con un argumento muy elástico, se dice también: “pero por razones pastorales se puede hacer también el rito de la bendición después de la liturgia de la palabra” (OBO 12). En la praxis pastoral, por lo que se puede constatar, en casi todas las catedrales se ha preferido bendecirlos todos tras la liturgia de la Palabra, ignorando la forma típica (antes de la conclusión del Canon y después de la comunión).

La Misa prosigue como de costumbre hasta el Canon romano inclusive. Si se sigue el modo tradicional, antes de que el Obispo recite la conclusión: “Por Cristo Señor nuestro, por quien sigues creando todos los bienes”, la clásica “Per quem haec omnia” (si se utiliza otra anáfora, antes de la doxología “Por Cristo, con él y en él”), el que llevó la vasija del óleo de los enfermos, “la lleva cerca del altar y la sostiene delante del Obispo, quien, mientras bendice el óleo de los enfermos, dice esta oración: Señor Dios, Padre de todo consuelo”.

La conclusión de la plegaria “Él, que vive y reina” se omite en este lugar; sólo se pronuncia si se recita la bendición tras la liturgia de la Palabra porque la conclusión normal es la conclusión propia del Canon, “per quem haec omnia”. Terminada la bendición, “la vasija del óleo de los enfermos se lleva de nuevo a su lugar, y la misa prosigue hasta después de la comunión” .

Una vez recitada la postcommunio, “los ministros colocan las vasijas con los óleos que se han de bendecir sobre una mesa que se ha dispuesto oportunamente en medio del presbiterio. El Obispo, teniendo a ambos lados suyos a los presbíteros concelebrantes, que forman un semicírculo, y a los otros ministros detrás de él, procede a la bendición del óleo de los catecúmenos y a la consagración del crisma”.

Cuando todo está dispuesto, el Obispo de pie y de cara al pueblo, con las manos extendidas dice la oración de bendición del Óleo de los catecúmenos, “Señor Dios, fuerza y defensa de tu pueblo”, sin exorcismo ni gesto alguno.

A continuación se realiza la consagración del Crisma.

El Obispo –si no lo hizo antes en la sacristía- prepara ahora muy oportunamente el Crisma mezclando los aromas en silencio y sin ninguna oración secreta. Se mezclan directamente en la vasija del Crisma. El Ceremonial indica que el Obispo realiza la conmixtio sentado (CE 289). En ningún momento se afirma que se desvista la casulla y que emplee el gremial. Una vez mezclados los aromas con el aceite en la misma vasija el Obispo “se levanta y, de pie y sin mitra” (CE 290) pronuncia una invitación a orar.

Después, “el Obispo, oportunamente, sopla sobre la boca de la vasija del Crisma, y con las manos extendidas dice una de las siguientes oraciones de consagración”. “Oportunamente” es la expresión del OBO en castellano, “si lo cree oportuno” en el CE (n. 290; cf. CE 291) con lo cual un rito tan antiguo y expresivo se ha convertido en facultativo. Además, si el Obispo decide realizarlo, el rito de la insuflatio ha sido reducido definitivamente: ahora es sólo el Obispo el que sopla en la boca de la vasija, una sola vez, pues no se señala el número, y tampoco la forma in modum crucis.

La participación de los presbíteros como “testigos y cooperadores del ministerio del santo crisma” se va a visibilizar con un gesto obligatorio de tipo epiclético: todos extienden la mano derecha hacia el Crisma a partir de las palabras “A la vista de tantas maravillas, te pedimos, Señor”, o si se emplea el segundo formulario, a partir de “Por tanto, te pedimos, Señor, que mediante el poder de tu gracia”. No existe signo alguno de veneración al Crisma ni por parte del Obispo ni de los presbíteros, como era tradicional.

Una vez completada la consagración del santo Crisma, si es en la Liturgia de la Palabra, se continúa la Misa con la preparación de las ofrendas en el altar y la super oblata; si es en su lugar clásico, después de la postcommunio, el Obispo imparte la bendición como de costumbre.

Termina el OBO recordando que “en la sacristía, el Obispo, oportunamente, puede advertir a los presbíteros cómo hay que tratar y venerar los óleos, y también cómo hay que conservarlos cuidadosamente”.

Completada la descripción ritual, hagamos una valoración y comentario de lo ya estudiado.

El desarrollo ritual de la Misa crismal, cuyo esquema básico estaba fijado desde hace siglos, ha sido modificado, así como la forma de realizarlo:

-las vasijas con los óleos ya no se recubren con velos de distinto color en la sacristía, -al terminar la homilía se incluye un nuevo rito: el de la renovación de las promesas sacerdotales, -las ampollas de óleo son llevadas al altar juntas en la procesión de ofrendas junto al pan y al vino y al agua, sin incienso, ni cirios, ni paños de hombros, en lugar de traerlas en procesión más solemne en el momento de ser bendecidas, -se ofrece la posibilidad de bendecir los óleos y consagrar el Crisma, uno tras otro, al término de la liturgia de la Palabra en vez de señalar la obligatoriedad de bendecirlos en los momentos asignados por la tradición litúrgica, -se invierte el orden tradicional después de la comunión: ahora se bendice primero el óleo de los catecúmenos y después el Crisma [142] , de manera que se pasa del rito más sencillo al más solemne como colofón [143] , -el rito de bendición se ha simplificado: se suprimen los exorcismos sobre los respectivos óleos; la insuflatio sólo se hace sobre el Crisma, únicamente el Obispo, una sola vez sin trazar la señal de la cruz; además, la conmixtio de aromas con el Crisma se puede dejar ya preparada en la sacristía omitiendo que el Obispo la haga solemnemente antes de consagrarlo, -los presbíteros ya no realizan la insuflatio desde sus respectivos lugares ni van en procesión –al menos doce según la costumbre- a la sacristía a traer el Óleo de los catecúmenos y el Óleo crismal, únicamente, y esto es nuevo, extienden la mano derecha durante la epíclesis de consagración del Crisma, -ha desaparecido cualquier gesto ritual de veneración del santo Crisma (ni beso al ánfora, ni genuflexión, ni las palabras de saludo), -y los Óleos son devueltos a la sacristía en la procesión de salida de todos los ministros, precedidos de incensario y cruz.

-Son muchas las modificaciones de la Misa crismal en el Misal de Pablo VI de 1970 que merecen, al menos, una valoración somera y un comentario; modificaciones en el propio de la Misa y modificaciones en las secuencias rituales.

Tanto las lecturas bíblicas y cánticos como la eucología de la Misa resaltan de manera clara cómo la Unción de Jesús es el núcleo del Misterio y cómo de esta Unción espiritual participarán quienes reciban las distintas unciones sacramentales mediante los óleos que se van a bendecir. Es el reflejo de una teología hermosa sobre la Iglesia en cuanto comunidad sacerdotal, un pueblo de sacerdotes, ungidos por el Señor [144] .

Sin embargo el conjunto recibe una nueva impronta clerical con la acentuación tan destacada de la renovación de las promesas sacerdotales y el texto del prefacio, consiguiendo en buena medida que la Misa crismal se convierta en una “Misa clerical” –permítase la expresión- y los óleos pasen a un segundo plano [145] .

Contemplando el evento salvífico que conmemora y actualiza la Misa crismal, tal como lo proclaman las perícopas bíblicas, las plegarias eucológicas y el mismo rito al bendecir los óleos, parece destacar demasiado y ocupar un primer plano la dimensión del ministerio sacerdotal ordenado, velando en buena medida el objeto central de esta liturgia de la feria V . Además habría que valorar el sentido de la renovación de las promesas sacerdotales; se introdujo cuando la Missa chrismatis se celebraba el mismo Jueves Santo, día de la institución del sacerdocio, pero con la posibilidad actual –que es la que se realiza en la inmensa mayoría de diócesis- de adelantarla a un día cercano, se pierde la conexión de renovar las promesas sacerdotales en el día mismo de la institución del sacerdocio[147] .

Las rúbricas de la actual Misa crismal ofrecen una variación en el momento de la bendición de los óleos: se puede realizar en sus momentos tradicionales o hacerlo uno tras otro después de la renovación de las promesas sacerdotales. Esta opción tiene la ventaja de dar una estructura común a toda la liturgia de manera que todos los actos sacramentales se realicen después de la liturgia de la Palabra y antes de la liturgia eucarística: la liturgia bautismal, la crismación en la Confirmación, la ordenación, etc. Pero esta ventaja presenta un grave inconveniente: alterar los momentos tradicionales de bendición de cada óleo y su razón teológica [148] .

Los tres óleos han recibido trato distinto en la liturgia según su propia importancia, ya que no es igual el santo Crisma, empleado para las unciones que configuran con Cristo, que el óleo de catecúmenos; ni éste tiene el mismo valor que el óleo de los enfermos, que es materia sacramental. Bendecirlos uno tras otro parece equipararlos en honor y trato, cuando la misma liturgia separó los momentos en que se bendecían y recibían incluso su veneración propia expresada en gestos (beso a la ampolla del Crisma) y palabras (Ave, sanctum Chrisma). La tradición litúrgica en los distintos ritos, tanto de Oriente y Occidente, otorgan distinto trato a los tres óleos y los bendice en distintos momentos. Aunque solamente fuera desde el punto de vista histórico, en la tradición litúrgica, debería respetarse la distinción de los momentos para bendecir cada óleo.

Como veremos en el siguiente capítulo, era costumbre inmemorial de la Iglesia que los dones ofrecidos (miel, queso, uvas, aceite) fueran bendecidos en la plegaria eucarística, antes de “per quem haec omnia”. De aquella bendición de los alimentos ofrendados, hoy sólo nos ha quedado esta bendición del óleo de enfermos en la Misa crismal. La santificación de todas las cosas y de todos los elementos creados –también del óleo sacramental- procede Cristo en el sacrificio de la Cruz, y de este sacrificio también brota la eficacia sacramental del óleo.

El óleo de los catecúmenos y el Crisma encontraban su lugar tras la comunión. Entonces, con solemnidad, eran bendecidos y venerados. Su lugar, al término de la Missa chrismatis, señalaba el uso futuro para la próxima Eucaristía, ya pascual; apuntaba de esta forma que la Misa crismal estaba orientada hacia el futuro, hacia la Vigilia pascual, “al margen de la gran plegaria cristiana, siempre en relación con la cercana celebración del bautismo en la noche pascual” [149]. Es el ámbito de futuro, la proyección de la Misa crismal en la próxima Pascua, por lo que la consagración del Crisma enlazaba su Misa con la Vigilia pascual que era la siguiente Misa que se celebraba, generando una espera de futuro.

Otra de las razones es distinguir el diferente uso de los Óleos: el de los enfermos se destina para los que ya son fieles cristianos; el óleo de catecúmenos, como su nombre indica, no para que los que son fieles sino que están en proceso de serlo, y el Crisma para configurar a los neófitos. Lo que se refiere a los fieles se incluye dentro de la anáfora, propia de los fieles que pueden ofrecer la Oblación de Cristo; lo que se refiere a los que aún son catecúmenos, se bendice fuera del Canon porque aún no se destina a los fieles. El Crisma y el óleo de catecúmenos se desvincula del lugar de los fieles (el Canon) porque está destinado a los que más adelante con su unción pasarán a ser fieles (bautismo) o lo serán con mayor plenitud (confirmación).

Las líneas teológicas de la Misa crismal

El contexto de las bendiciones de los óleos muestra la vida sacramental de la Iglesia y su importancia. Podría afirmarse que la Misa crismal es la gran expresión de la sacramentalidad en la Iglesia indicando de dónde brotan los sacramentos y el ser mismo de la Iglesia, pueblo santo[150] . La Misa crismal ofrece perspectivas teológicas sobre los sacramentos y sobre la acción del mismo Cristo, el Ungido, a la luz de la Pascua.

Estas perspectivas teológicas hallan su razón de ser cuando recordamos cómo la Misa crismal está en función de la Vigilia pascual para poder utilizar en ésta los óleos nuevos, y cómo el Misterio de la Pascua se anticipa y pregusta en la liturgia de la Misa crismal, tanto en sus textos litúrgicos como en el modo celebrativo (canto del Gloria, vestiduras blancas). Así pues, la teología de la Pascua no sólo se entiende aplicada a la Vigilia pascual, sino que se verifica igualmente en la Misa crismal como su preparación, teñida ya de sabor pascual.

En Jesucristo todo se hace nuevo

Los óleos son nuevos cada año, como fruto de la Misa crismal, porque en la Pascua comienza la novedad cristiana. Jesucristo se presenta como quien todo lo hace nuevo. “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Y la Pascua misma es celebrada “no con levadura vieja... sino con los panes ácimos de la sinceridad y de la verdad” (1Co 5,8). El mundo entero, el cosmos, es renovado por la Pascua del Señor que introduce un principio de novedad, de vida y de gracia; el hombre viejo es sepultado con Cristo en el Bautismo y surge el Hombre nuevo del sepulcro. Ésta es la perspectiva de la inmediata Vigilia pascual que proyecta su luz sobre la Misa crismal y que explica cómo ésta mira a la Vigilia pascual como a su fin.

Lo hace todo nuevo porque ha resucitado, es el Viviente; de manera que la escatología ha comenzado con su santa Pascua renovando el universo entero. La Vigilia pascual posee matices escatológicos muy acusados; pensemos, por ejemplo, en su carácter nocturno y las lámparas encendidas, que recuerdan la espera de las vírgenes aguardando a que su Señor vuelva de la boda (cf. Mt 25,1-13). “Los primeros cristianos, igual que los judíos, esperaban la venida o vuelta del Mesías en la noche, en la noche pascual (1Pe 2,9; Mt 24, 32-50; Rm 13,11; 1Tes 5,2; Ap 3,3; 16,15; Lc 17,20). Cada Pascua esperaban la venida de Jesús. Al no acaecer ésta, se unían a Él por la Eucaristía... una prenda de la parusía” [151]. El carácter y la tonalidad de la Vigilia pascual son escatológicos, a la espera de la parusía, en la contemplación del Kyrios que viene y que todo lo hace nuevo. Todo encuentra en Él su plenificante realización; con la resurrección del Señor se inaugura el tiempo nuevo y pleno, un kairós de gracia permanente que constantemente se comunica: “el nuevo eón ha irrumpido en la historia” . [152] Esto es lo que va a celebrar –y poner de relieve- la santa Vigilia pascual [153].

La Resurrección de Jesucristo es el comienzo de la Parusía, de la eterna novedad, [154] iniciándose una nueva humanidad. Con Cristo, todo es nuevo y la novedad de vida es la modalidad que desencadena el Señor y afecta a todo lo creado para ser transformado [155] . Esta novedad –que es vida resucitada- en la liturgia se expresa –se celebra- adecuadamente en el Triduo pascual. Nueva es la Pascua celebrada en la novedad de la primavera con la primera luna llena, cuando todo nace de nuevo; la Eucaristía es nueva, consagrada solemnemente en la Vigilia pascual, nuevo el cirio pascual, nuevo el fuego del que se ha encendido, nueva el agua del Bautismo bendecida esa noche, nuevo el Gloria y el Aleluya mudo desde el miércoles de Ceniza... y nuevos son los santos Óleos y el Crisma santo [156] que unirá a los neófitos a la Pascua del Señor. Para preparar y expresar adecuadamente esta novedad de la Pascua, los óleos son bendecidos y el Crisma consagrado en los días previos. Ellos mismos van a comunicar la novedad de la Pascua del Señor en los sacramentos.


El Señor Resucitado es la fuente de todos los sacramentos

Su humanidad glorificada es ahora fuente de salvación, y ésta se comunica mediante los signos sacramentales. Él, el Viviente, se constituye como principio de vida, y así los sacramentos son los instrumentos eficaces de su vida resucitada para sus hermanos como afirma el Catecismo (n. 1116) [157] . La victoria de Cristo por su Pascua es comunicada por los óleos que en la Misa crismal se bendicen.

Jesucristo, lleno del Espíritu Santo, derramando de su seno las fuentes de agua viva del Espíritu, por medio de su humanidad glorificada, santifica nuestra propia humanidad por los sacramentos y el Espíritu. La actuación hoy del Señor se produce por medio de su Espíritu Santo y de los sacramentos. Los óleos y sus unciones sacramentales respectivas son fruto de la Pascua del Señor [158] para que la potencia de Cristo, fruto de la Pascua, se difunda. La Misa crismal mira ya a la potencia salvífica de Cristo en la cercana Pascua.

Los sacramentos son la actuación visible de lo invisible de Cristo, que es la modalidad propia de la encarnación y de la Pascua: mediante lo visible a lo invisible, de la materia al Espíritu, de lo humano a lo divino. Y la Iglesia, asociada al Redentor, es la portadora del Espíritu, en ella florece el Espíritu y toda gracia, por ella es comunicado y transmitido el Espíritu mediante los humildes y preciosos sacramentos. En la Misa crismal, muy expresivamente, la Iglesia aparece como pneumatófora –en virtud y casi como anticipo de la próxima Pascua-: “La liturgia de la misa crismal es el lugar donde esta dimensión radical espiritual se pone en evidencia con mayor intensidad. O debería ponerse. Nos referimos a la pneumatófora de toda la Iglesia” [159]. En efecto, la Misa crismal pone de relieve “que todos los sacramentos brotan de la humanidad vivificada y vivificante de Cristo, el ungido del Señor, que ha hecho partícipe de su consagración al pueblo santo” [160] orientando así para la celebración de los sacramentos pascuales . Y esta dimensión pascual se refleja ya en la misa crismal, celebrada aún en Cuaresma, pero anticipando lo que va a ocurrir y las realidades sacramentales que van a brotar de la Pascua de Cristo, porque “el carácter festivo de la celebración revela también la intención de relacionar los sacramentos con el Misterio pascual de Jesucristo” [162].

Junto a la sacramentalidad que brota de Cristo, tanto la Vigilia pascual como la Misa crismal manifiestan la sacramentalidad de la Iglesia [163]. Ella es sacramento –en sentido amplio- y signo de la íntima unión con Dios y de los hombres entre sí; vive de los sacramentos, dispensa la economía sacramental. La Iglesia necesita vivir y celebrar los sacramentos para ser ella misma y para cumplir la misión que Cristo le ha encomendado.

La sacramentalidad de la Iglesia, tanto su naturaleza como su misión y desarrollo por medio de los sacramentos [164] , es expresada visiblemente en la Misa crismal, con el obispo rodeado de su presbiterio, los diáconos y todo el pueblo cristiano. Esta Misa crismal, así vivida y entendida, es una anual epifanía de la Iglesia, pueblo sacerdotal. La Misa crismal visibiliza la unidad de la Iglesia y su naturaleza comunional, como una ocasión especial y privilegiada, única en el año litúrgico.

La Pascua –el mismo Señor resucitado- es la fuente de los sacramentos: “la gracia divina... emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder” (SC 81). La Misa crismal el signo expresivo de esta sacramentalidad: en ella convergen distintos sacramentos en virtud de la bendición de los óleos y del rito mismo.

Por último la misma Misa crismal; es el ámbito natural del rito romano en que se bendicen los óleos de enfermos y el de catecúmenos, se consagra el santo Crisma y se renuevan las promesas sacerdotales –memoria del sacramento del Orden- es la Eucaristía. Ésta es sacramento pascual [165] , el gran sacramento, y la Misa crismal, en su celebración, anticipa en cierto modo la alegría de la Pascua.

Importancia de lo creado en el signo sacramental: el óleo

Una tercera reflexión, desde la interpretación pascual, va referida al aceite mismo en cuanto materia creada, elemento de la creación, y requiere ver cómo la creación y la liturgia se unen en el proyecto salvífico de Dios, cómo la liturgia emplea los elementos creados al servicio de la gracia y de su comunicación.

La resurrección de Jesús desencadena una corriente de vida y de gracia venciendo la muerte y la destrucción del hombre, de la materia y de lo creado, vivificándolo todo, con enormes consecuencias. A partir de este centro es como se pueden entender el cielo nuevo y la tierra nueva, la creación renovada, la integración de la materia en el proyecto salvador de Dios y el uso de elementos materiales en la liturgia como vehículos de la gracia y de la transformación del hombre en Cristo; realidades que son celebradas anualmente en la Vigilia pascual y preparadas en la Misa crismal.

Los elementos materiales pueden ser ahora –en este tiempo- portadores de la gracia y del Espíritu porque la creación entera ha sido liberada de la esclavitud, comenzando ya una nueva creación por la Pascua nueva. Éste es el sentido de la proclamación del relato de la creación del Génesis en la Vigilia pascual, interpretado por el salmo 103 [166] e interpretado, asimismo, por la oración que pone en relación creación y redención [167] . En la Pascua del Señor, se manifiesta cómo la creación es para la salvación, que todo lo creado será salvado, y que encuentra su plenitud en la escatología inaugurada por la Resurrección. Es este mundo, esta creación, el que será transformado por el poder del que era y es y viene [168] .

La nueva creación anticipada en vida sacramental de la Iglesia

Los elementos del mundo creado se disponen ahora a dar gloria a Dios y ser vehículos de su gracia, al servicio de esa misma gloria de Dios manifestada en Cristo. “La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo” (CAT 1149). La Misa crismal es una expresión clara de esta realidad. Escribe Nocent a este respecto: “A partir de esta muerte y resurrección, esos elementos creados pueden comunicarnos la gracia del Espíritu que Cristo subido a los cielos no cesa de enviarnos... No sólo nosotros; toda la creación se halla así en estado de reconstrucción, de la que estos santos Óleos prueban su progreso” [169].

La creación deviene instrumento de la acción santificadora de Cristo. Y así como la materia, la carne de Cristo, ha sido traspasada por el Espíritu en la resurrección anunciando lo que está por venir, anticipando la nueva creación de los cielos nuevos y la tierra nueva, así la materia es traspasada por el Espíritu, porque la creación, la Pascua y la nueva creación, revelan la acción pneumatológica. Esta potencia del Señor es comunicada por su Espíritu a los signos y materias creadas de la liturgia. La liturgia continúa recordándonos esto: la luz, el agua, el trigo, el aceite, se refieren a la creación en Cristo de todas las cosas, que obedecen a Él y a Él sirven [170]. La materia creada y bendecida o consagrada se convierte en un elemento de la nueva creación, es ahora portadora de la Gracia por el Espíritu. “La materia sacramental, sobre la que se ha recitado la bendición, ha sido introducida ya en este estado y lo anticipa... La materia sacramental es, por tanto, la presencia anticipada de la creación glorificada” [171].

Del cielo nuevo y de la tierra nueva, plenificada por el Espíritu, tenemos la materia sacramental que de un modo u otro es transformada, traspasada por el Espíritu Santo, alcanzando la verdad de su ser; por ejemplo, el ejemplo máximo, “en la eucaristía logra el Creador dar tal fluidez a la estructura creada finita, sin quebrarla ni violentarla (“nadie me arrebata la vida”: Jn 10, 18), que se torna portadora y sujeto de la vida trinitaria” [172].

El mayor ejemplo es la materia eucarística donde incluso cambia su sustancia. Son por el Espíritu, Presencia del Señor, materias ya del cielo nuevo, pneumatizadas [173] . El Señor resucitado “asume en su cuerpo el pan y el vino, a fin de aparecer en la visibilidad de este mundo” [174] y la Eucaristía deviene en absoluta transparencia del misterio pascual en las realidades de este mundo, en la vitrina de la escatología en la vida terrena de la Iglesia. Es más: se podría afirmar una “divinización” de la creación: “La Eucaristía tiene también un valor cósmico, pues la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo constituye el principio de divinización de la misma creación”, en palabras del papa Benedicto XVI [175] .

A partir del misterio eucarístico, y como una gradación, con menor densidad [176] , los demás elementos sacramentales, son tomados por la potencia del Espíritu para ser signos y vehículos de la gracia, materias nuevas de la nueva creación. Así, por la Pascua, la materia es transformada y “espiritualizada”. Nada queda destruido ni aniquilado en la nueva creación, sino que lo existente es elevado y transfigurado en Cristo.

Lo afirmado anteriormente sobre la materia, su transformación, su escatologización, es visible en los óleos bendecidos [177] . El aceite bendecido, y sobre todo el consagrado como el santo Crisma, sin variar su sustancia, se aproximan mucho a ser esos elementos ya transfigurados de la nueva creación en los que el Espíritu Santo actúa y, en cierta manera, reposa en ellos. El óleo recibe la santificación en orden a ser partícipe de la nueva creación, transmitiendo las gracias necesarias del Espíritu Santo. Para ello, antes de ser bendecido, se introdujo el exorcismo de cada aceite –como tuvimos ocasión de ver- de forma que, separado del uso profano, se reservara para el Bien sacramental y luego fuera bendecido [178] .

Objeto central de la Misa crismal

El Objeto central de la Misa crismal, tal como destacábamos al analizar la eucología, es la Unción de Jesucristo de la cual participan los cristianos de manera sacramental. Toda la teología de la Unción espiritual en la carne del Verbo y, como prolongación hoy, la de los miembros de su Cuerpo místico, halla su lugar adecuado en la Misa crismal.

El Verbo va recibiendo la Unción del Espíritu Santo en distintos momentos, desde su Encarnación hasta su gloriosa Resurrección [179] . La unción de la carne de Jesús remite a su filiación y a las especiales relaciones intratrinitarias [180] . Y esto es así porque “el Espíritu Santo ha designado a los dos con el apelativo de ‘Dios’: al Hijo que es ungido y a aquel que lo unge, que es el Padre” [181]... y el Espíritu mismo es la Unción.

Es Cristo el Ungido quien convoca y centra la atención de la Misa crismal. Él se apropió y vio cumplida en Él la profecía de Isaías, leída en la sinagoga de Nazaret (Is 61,1, citado en Lc 4,18). El Espíritu descendió sobre María en la Encarnación del Verbo, ungiendo la carne del Hijo de Dios.

El Bautista dio testimonio de que el Espíritu Santo se posó sobre Él y permaneció con Él (cf. Jn 1, 32-34) así como en el Bautismo del Jordán, convirtiéndose en manifestación de su mesianidad y unción de nuestra propia humanidad y a favor de nuestra carne.

Pedro habló de Jesús como de aquél que fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo y pasó haciendo el bien (cf. Hch 10,38). “La unción del Espíritu y el título de Mesías se llaman recíprocamente... La efusión de pentecostés [sic] es la prueba de que Dios ha entronizado a Jesús en su función de Rey-Mesías” . Pedro lo acredita en el discurso de Pentecostés afirmando que aquél a quien habían crucificado Dios lo ha constituido Señor y Mesías (cf. Hch 2,36).

Como fruto y don del Misterio Pascual, Cristo entregó el Espíritu de su costado abierto (cf. Jn 19,30) y soplando sobre ellos, les entregó el Espíritu al aparecerse glorioso y resucitado en el Cenáculo (cf. Jn 20,1ss): es la manera de entrar plenamente en el pleno ejercicio de su función como Kyrios.

La Unción de Jesús lo convierte en fuente del Espíritu, en Mediador entre Dios y los hombres, en el Santificador, en Aquél que eleva la creación llevándola a plenitud , en Cabeza del Cuerpo místico al que serán agregados los que participen de su Unción. Las diferentes unciones de Cristo por el Espíritu están al servicio de nuestra propia humanidad para santificarla y redimirla. El Espíritu que ungió la carne de Jesús, la resucitó y la santificó, realiza la misma operación hoy en su Cuerpo místico, la Iglesia [184].

Sabemos que la unción de su Espíritu ha sido entregada a todos los fieles en la iniciación cristiana, convirtiéndose en sacerdocio real, nación santa, pueblo de su propiedad (cf. 1P 2,9). Y la primera carta de san Juan mostrará cómo los cristianos participan de la Unción de Jesús (cf. 1Jn 2,20). “El conocimiento que otorga [el Espíritu] es cordial; produce una certeza íntima contra la cual no vale ningún argumento del mundo o de la razón” [185].Reciben así los cristianos una enseñanza o iluminación interior constante sin que nadie tenga que enseñarles, porque ya conocen al Verdadero.

Los cristianos son tales porque participan de la Unción del Verdadero, Jesucristo, y reciben de Él el Espíritu Santo con el despliegue multiforme de su actividad interior. “La Unción espiritual es el mismo Espíritu Santo, cuyo signo es la unción visible” [186], y permanece en nosotros: “es el misterio de la Unción; su efecto invisible, la Unción invisible, es el Espíritu Santo; la Unción invisible es aquella caridad que, esté en quien esté, será para él como una raíz, que no puede secarse, aunque caliente el sol” [187].

La unción de la que participan los cristianos es una gracia cristológica –ya que une y configura con Cristo- y una gracia pneumatológica –porque es el Espíritu Santo quien se da-. El Espíritu Santo continúa así y prolonga la acción del Señor resucitado en la historia y en la vida de la Iglesia . El Espíritu Santo diviniza ungiendo. La carne de Jesús es ungida, no para perfeccionar al Logos, sino en beneficio nuestro, de nuestra santificación; en Él, en su carne, hemos sido ungidos y de esa manera, por Cristo somos ungidos y participamos de su Unción. La Unción de Cristo es participada por sus miembros mediante las unciones sacramentales que consagran y santifican.

“Las unciones visibles son uno de los medios más elocuentes que tiene la Iglesia para significar y comunicar eficazmente a los creyentes la unción de Cristo” [189]. Tres óleos, para tres unciones con distinto significado y fin, se bendicen en la Misa crismal y así puedan los fieles participar de la Unción de Cristo en distintas circunstancias y momentos sacramentales de su vida.

Así con el óleo de los catecúmenos, éstos recibirán “la unción que dará fuerza al luchador contra el maligno y sus engaños” para que “sean valientes en la batalla –que hoy seguramente más que nunca- tendrán que librar contra el demonio y sus engaños”, “explicita el significado de liberación y de fuerza en la lucha contra el poder del mal” [190]. La unción que corona la Iniciación cristiana se realiza con el santo Crisma para que así los neófitos “durante toda su vida cristiana, con la fuerza del Espíritu que los ungirá, irradien la santidad que tiene su origen en el mismo Dios santo y alcancen la fortaleza de vivir con integridad la vocación cristiana” [191], es una verdadera consagración cristológica.

Con el óleo de los enfermos, se comunica la fuerza, el consuelo y el alivio de Dios al enfermo, y la unción misma expresa adecuadamente esta transmisión del Espíritu Santo al enfermo.

La Eucaristía fuente y cima de toda la vida cristiana

La Eucaristía es el gran Sacramento que, en cierto modo, los contiene a todos y todos convergen en el sacramento eucarístico. El Catecismo, uniendo diversos textos del Concilio Vaticano II, recuerda esta centralidad de la Eucaristía: “La Eucaristía es ‘fuente y cima de toda la vida cristiana’ (LG 11). ‘Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua’ (PO 5)” (CAT 1324).

De la Eucaristía brota toda gracia porque en ella se actualiza la obra salvadora de Cristo, haciendo presente el sacrificio pascual del Salvador. Todo converge en la Eucaristía, el gran sacramento pascual, y todo brota de ella; “de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente” (SC 10).

Es una interesante teología unir la bendición de los óleos a la Eucaristía señalando cómo todos los sacramentos dependen de la Eucaristía y convergen en ella, aunque éste no sea el motivo determinante de la Misa crismal, que se situaba en una mera razón de tipo práctico. La Misa crismal revela la unión de todos los sacramentos con el gran Sacramento eucarístico. Esta Misa era la última antes de la santa Pascua por eso, como afirma Jounel, “siguiendo a Isidoro de Sevilla, a los autores medievales les complacía subrayar la conveniencia de este día [el Jueves Santo], toda la economía sacramental culminando en la Eucaristía” .[192].

De la Eucaristía brotan todos los sacramentos, y éstos tienden a ella como a su plenitud. “De algún modo puede decirse que la eucaristía está en todos los sacramentos, en cuanto que todos tienden a la eucaristía, y que todos los sacramentos están en la eucaristía, en cuanto todos encuentran en ella su celebración más ideal” [193]. La Misa crismal está orientada a la Vigilia pascual porque en ésta se vivirán los sacramentos pascuales del Bautismo y de la Confirmación; tanto por eso como el momento de su celebración y su mismo desarrollo, la Misa crismal muestra cómo toda la vida sacramental de la Iglesia converge en la Eucaristía: “El desarrollo mismo del rito pone de relieve la orientación de los sacramentos a la Eucaristía, y a la vez cómo ésta es la fuente de la gracia que se otorga en todos ellos” [194].

La Eucaristía es la cumbre del organismo sacramentario, el Santísimo Sacramento del septenario sacramentario, y así, “todos los otros sacramentos están ordenados a la Eucaristía como a su fin”, como afirma Santo Tomás [195] y recoge el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1211). Todos los sacramentos “dependen, en su explicación, del sacramento último y de la plenitud, de la eucaristía reveladora del sentido que tienen” [196].

La Eucaristía concentra todos los sacramentos al contener el Misterio Pascual o Historia de la Salvación y de ahí brotan los demás sacramentos como explicitaciones de su densidad. En el lenguaje teológico clásico, habría que decir que todos los sacramentos confieren la gracia, pero la Eucaristía contiene al mismo Autor de la gracia [197] .

Concluyendo este amplio capítulo, se podrían destacar tres rasgos que han sido constantes en la historia de la Misa crismal. Primero, la existencia de tres óleos con significados sacramentales muy diversos. Segundo, el hecho de que el óleo de los enfermos se bendiga en el interior de la plegaria eucarística, inmediatamente antes de la doxología. Tercero, la constancia de que la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del Crisma aparezcan propiamente desligados de la celebración de la misa del Jueves Santo y situados en un ámbito bautismal, próximo a la preparación de la Noche pascual [198] .

Poco a poco se desarrolla un proceso que marcó la Misa crismal; primero los usos diferentes: en unos lugares hay una doble Misa, la de los óleos por la mañana, la de la Cena del Señor por la tarde, pero en otros lugares, como en Roma, sólo existía la Missa chrismatis matutina; después, la prohibición de celebrar la Misa después del mediodía, con el consiguiente adelanto, el Jueves Santo, de la Misa vespertina In Coena Domini a la mañana, uniéndose los ritos de la consagración del Crisma y bendición de los óleos al formulario de la Misa In Coena Domini, además de celebrar el Mandatum (o lavatorio de los pies) y el traslado del Santísimo a la Reserva eucarística. Los textos eucológicos serán los de la Misa In Coena Domini, conservándose intactos los exorcismos sobre los óleos y las plegarias de bendición.

Un gran paso fue el Ordo de 1955 restableciendo la Misa crismal separada de la Misa in Coena Domini y la composición de la Misa con la eucología de los antiguos Sacramentarios. Más adelante, entre 1965-1970, se le sumó una simplificación de los ritos, la concelebración y la renovación de las promesas sacerdotales.

La reforma de la Misa crismal en el Misal romano de 1970 simplificó los ritos, tal vez en exceso, añadiendo el nuevo elemento de la renovación de las promesas sacerdotales. Así tanto las lecturas bíblicas, como la eucología de la Misa y las oraciones de bendición y consagración de los óleos, a lo que hay que añadirle la fecha de la Misa crismal y sus ritos litúrgicos, exponen una teología que es interesante conocer: la novedad de Cristo resucitado, la nueva creación a la luz de la Pascua, la sacramentalidad de Cristo y de la Iglesia expresada en los sacramentos, la centralidad del Sacramento Eucarístico en el que convergen todos los sacramentos y la Unción de Cristo participada por los cristianos con las unciones sacramentales que comunican el Espíritu Santo.

La Misa crismal, que generalmente pasa desapercibida en la vida diocesana y reducida al presbiterio con su obispo, es una celebración rica en sus signos sacramentales, en su teología celebrada y en su eucología rezada. Acercarse a ella es descubrir todas las implicaciones de la Unción de Cristo ungiendo a sus hermanos mediante los sacramentos.




























Javier Sánchez Martínez, Pbro.





Notas

[1] C. ROCCHETTA, “Fondamenti biblici del simbolismo liturgico”: RPL 138 (1986), 18.

[2] Cf. CL. ORTEMANN, Le sacrement des malades, Ed. du Chalet, Paris 1997, 89-90; S. CIPRIANI, “Unción de los enfermos”, en: NDTB, 1911; G. P. DE SANTIS, Il simbolismo dell´olio nei sacramenti dell´iniziazione cristiana, Viverein, Roma 2008, 39; B. REICKE, “L´Onction des malades d´après saint Jacques”: LMD 113 (1973), 52-53; N. PEDERZINI, L´Unzione degli infermi. Il sacramento per la salute dell´anima e del corpo, Edizioni Studio Domenicano, Itinerari della fede – 12, Bologna 1999, 38; S. ROSSO, “Elementos naturales”, en: NDL, 647-649; E. KAPELLARI, Signos sagrados, Herder, Barcelona 1990, 57-60.

[3] F. TRUDU, “Le unzioni”: RPL 276 (2009), 34. Hay que subrayar también su contemporaneidad con los usos que hoy tiene: “prácticas como el masaje, la cosmética o las medicinas alternativas han un amplio uso de bálsamos y ungüentos que encuentran en el óleo su elemento originario. Esta transposición contemporánea del gesto antiguo de la unción constituye un fundamento importante para la revalorización del gesto antiguo”, cf., ibíd., 34.

[4] Cf. B. REICKE, L´Onction des malades..., 55.

[5] N. PEDERZINI, L´Unzione degli infermi..., 12; cf. R. ZANCHETTA, Malattia. Salute. Salvezza. Il rito come terapia, Edizioni Messaggero, Padova 2004, 215.

[6] Cf. E. COTHENET, “La guérison comme signe du Royaume et l´onction des malades (Jc 5,13-16)”, en: AA.VV., La maladie et la mort du chrétien dans la liturgie. Conférences Saint-Serge XXIe semaine d´études liturgiques, Paris-1974, CLV-Edizioni Liturgiche, Roma 1975, 113.

[7] Cf. A. SACCHI, “Comida”, en: NDTB, 297.

[8] B. REICKE, L´Onction des malades..., 52.

[9] E. COTHENET, “La guérison comme signe...”, 122.

[10]Cf. A. KNIAZEFF, “Les rites d´intronisation royale et impériale”, en: AA.VV., Les bénédictions et les sacramentaux dans la liturgie. Conférences Saint-Serge XXXIVe Semaine d´Etudes Liturgiques, Paris-1987, CLV-Edizioni Liturgiche, Roma 1988, 129-130.

[11] Cf. B. REICKE, L´Onction des malades..., 52.

[12] F. TRUDU, “Le unzioni...”, 35.

[13] Cf. I. DE LA POTTERIE, “L´Onction du chrétien par la foi”: Biblica 40 (1959), 12-69.

[14] S. CIPRIANI, “Unción de los enfermos...”, 1911.

[15] A. VERHEUL, “Le caractère pascal du sacrement des malades, l´exégèse de Jacques 5,14-15 et le nouveau rituel du sacrement des malades” en: AA.VV., La maladie et la mort du chrétien dans la liturgie. Conférences Saint-Serge XXIe semaine d´études liturgiques, Paris-1974, CLV-Edizioni Liturgiche, Roma 1975, 367-368.

[16] Cf. N. PEDERZINI, L´Unzione degli infermi..., p. 22.

[17] [J. AUER, Los sacramentos de la Iglesia. Curso de teología dogmática, t. VII, Herder, Barcelona 1989 (3ª), 253.

[18] J. FEINER, “Enfermedad y sacramento de la Unción”, en AA.VV., Mysterium Salutis, Vol. V, El cristiano en el tiempo y la consumación escatológica, Cristiandad, Madrid 1992 (2ª), 473.

[19] J. FEINER, “Enfermedad y sacramento...”, 476.

[20] G. P. DE SANTIS, Il simbolismo dell´olio..., 71-72.

[21] B. REICKE, L´Onction des malades..., 54.

[22] Cf. E. COTHENET, “La guérison comme signe...”, 110.

[23] “Es verdad que, en el pensamiento cristiano, a lo largo de los siglos, se vinculó con agrado nuestro sacramento con Mc 6,13 y el concilio de Trento no se privó de citar este texto que, de hecho, sugiere bien la continuidad material de la medicina antigua con nuestro rito de la unción”, J.CH. DIDIER, “L´Onction des malades dans la théologie contemporaine”: LMD 113 (1973), 62.

[24] P. JOUNEL, “La Biblia en la liturgia”, en: AA.VV., La inspiración bíblica de la liturgia, CPh 176, CPL, Barcelona 2008, 22.

[25] Ibíd., 22-23.

[26] Cf. M. GARRIDO BONAÑO, Curso de liturgia romana, BAC, Madrid 1961, 385. En la Traditio, “después de haber sido bautizado un catecúmeno, un sacerdote le unge con óleo que ha sido santificado. Una vez que ha entrado en la iglesia el neófito, el obispo le impone las manos y recita una invocación para impetrar sobre el neófito la gracia, y luego le unge la cabeza con óleo santificado y le da el beso de la paz”, ib., 388.

[27] I-H. DALMAIS, Las Liturgias Orientales, Desclée de Brouwer, Bilbao 1991, 86-87.

[28] Cf. G. RAMIS, La iniciación cristiana en la liturgia hispánica, Grafite ediciones, Bilbao 2001, 91; J. M. HORMAECHE BASAURI, La pastoral de la iniciación cristiana en la España visigoda, Estudio Teológico de San Ildefonso-Seminario Conciliar, Toledo 1983, 124-125.

[29] F. TRUDU, “Le unzioni...”, 36.

[30] Ibíd., 37.

[31] Cf. M. GARRIDO BONAÑO, Curso de liturgia romana.., 406; P. JOUNEL, “Las ordenaciones”, en: A. G. MARTIMORT (ed.), La Iglesia en oración, Herder, Barcelona 1986 (3ª), 730ss; I. OÑATIBIA, “Ministerios eclesiales: Orden”, en: D. BOROBIO (dir.), La celebración en la Iglesia, vol. II, Sacramentos, Sígueme, Salamanca 1990 (2ª), 609-610.

[32] Cf. I.-H. DALMAIS, Las Liturgias Orientales..., 138. 141. 142.


[33] LO, col. 143. Explica dom Férotin: “Su significado místico no es menos conmovedor y elevado que allí [en el día de la ordenación]... El óleo santo vertido sobre sus labios es un homenaje supremo a esta boca que ha sido el órgano del Espíritu Santo, que ha predicado, consagrado, santificado”, ibíd. Cf. J. LLOPIS, “Exequias”, en: D. BOROBIO (dir.), La celebración en la Iglesia, Vol. II, Sacramentos..., 760.

[34]“Se habla [en el Liber Ordinum] de derramar crisma sobre la boca del obispo difunto antes de su sepultura, lo que también haría referencia a una crismación en el momento de la ordenación episcopal”, J. M. SIERRA, “Los sacramentos en el rito hispano-mozárabe”, en: J. M. FERRER GRESNECHE (dir.), Curso de Liturgia hispano-mozárabe, Estudio Teológico de San Ildefonso-Seminario Conciliar, Toledo 1995, 79.

[35] Cf. M. GARRIDO BONAÑO, Curso de liturgia romana..., 429; P. JOUNEL, “La dedicación de las iglesias”, en: A. G. MARTIMORT (ed.), La Iglesia en oración..., 240s; A. LARA, “La dedicación de iglesias y altares”, en: D. BOROBIO (dir.), La celebración en la Iglesia, vol. III, Ritmos y tiempos de la celebración, Sígueme, Salamanca 1990, 554-556.

[36] LMS, cols. 891-892, en uno de los suplementos añadidos por dom Férotin.

[37] P. JOUNEL, “La dedicación de las iglesias...”, 243.

[38] I.-H. DALMAIS, Las Liturgias Orientales..., 194.

[39] Cf. F. YAKAN, “La consécration de l´huile pour la sanctification de l´autel”, en: AA.VV., Les bénédictions et les sacramentaux dans la liturgie..., 309-324.

[40] M. GARRIDO BONAÑO, Curso de liturgia romana..., 429; cf. J. SANCHO ANDREU, “La Iglesia en el Ritual de la dedicación de iglesias y altares”, en: ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE PROFESORES DE LITURGIA, La liturgia, epifanía de la Iglesia, Culmen et Fons 6, CPL, Barcelona 2010, 77.

[41] J. M. HORMAECHE BASAURI, La pastoral de la iniciación cristiana..., 111.

[42] I.-H. DALMAIS, Las Liturgias Orientales..., 82.

[43] Cf. J. GIBERT, “Los formularios de la bendición del agua en el “Ordo baptismi parvulorum” y en el “ordo initationis christianae adultorum””: EL 88 (1974), 308-309; R. AMIET, La Veillée pascale dans l´Église latine – I. Le rite romain, Du Cerf, Paris 1999, 343-347; J. PASCHER, El año litúrgico, BAC, Madrid 1965, 184; H. A. P. SCHMIDT, Hebdomada sancta, Vol. II, Herder, Romae-Friburgi Brisg.-Barcinone 1957, 860-861.

[44] Cf. I.-H. DALMAIS, Las Liturgias Orientales..., 80.

[45] Cf. G. RAMIS, La iniciación cristiana..., 69; J. M. HORMAECHE BASAURI, La pastoral de la iniciación cristiana..., 90. El rito, después de la bendición del óleo, las lecturas y los exorcismos, prosigue por la signación a los catecúmenos hecha por el obispo y los presbíteros, la unción con el óleo bendito y repetida tres veces, imposición de manos acompañada de tres oraciones y sermón.

[46] J. FEINER, “Enfermedad y sacramento de la Unción...”, 485.

[47] Cf. Ib., 507.

[48] B. TESTA, “Il ministro dell´unzione degli infermi”, en: AA.VV., L´Unzione degli infermi. Sacramento di guarigione e di vita, Massimo, Milano 2007, 90s.

[49] Textos eucológicos en: A. CHAVASSE, Étude sur l'onction des infirmes dans I'Église latine du IIIe au XIe siècle, Tomo I, Du III siècle à la réforme carolingienne, Librairie du Sacré-Coeur, Lyon 1942, 28-86; M. NICOLAU, La Unción de los enfermos. Estudio histórico-dogmático, BAC, Madrid 1975, 28-76; P. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Unción de los enfermos. Teología, liturgia, pastoral, San Esteban, Salamanca 2008, 32-46.

[50] P. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Unción de los enfermos..., 33.

[51] Ibíd., 34.

[52] J. FEINER, “Enfermedad y sacramento de la Unción...”, 482.

[53] Ibíd., 34-35.

[54] A. CHAVASSE, Étude sur l'onction des infirmes..., 54-55.

[55] Aparece también en el Pontifical romano-germánico, Ordo XCIX, n. 297.

[56] P. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Unción de los enfermos..., 37-38. Aparece recogida también en el Pontifical romano-germánico, Ordo XCIX, n. 296. J. Feiner subraya cómo esta fórmula consecratoria, del siglo VII-VIII da a entender que el óleo se emplea como bebida o para la unción y ruega que ese óleo mitigue todos los sufrimientos corporales protegiendo de los ataques del demonio; cf. Ib., “Enfermedad y sacramento de la Unción...”, 484. “Se trata de una fórmula muy extensa que se puede dividir en cinco partes: la primera parte es una invocación a la Santísima Trinidad para que por Cristo y la fuerza del Espíritu Santo exorcize y bendiga el óleo; la segunda parte, estructurada en forma litánica, se pide directamente a Cristo que bendiga el óleo; en la tercera parte se enumeran los efectos positivos del óleo sobre las diversas enfermedades; en la cuarta parte se presenta el óleo como remedio contra las mordeduras y picaduras de los animales; finalmente, en la quinta parte se pone de relieve el efecto

[57] G. RAMIS, La unción de los enfermos..., 39.

[58] LOS, cols. 23-24; P. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Unción de los enfermos..., 39.

[59] A. CHAVASSE, Étude sur l'onction des infirmes..., 76-77.

[60] F. MERCENIER-F. PARIS, La prière des Églises de rite byzantin, t. I, Prieuré d´Amay-sur-Meuse, (Belgique) 1937, 408.

[61] Ib., 418.

[62] Ib., 421-423.

[63]Según Pascher, “la bendición del óleo o aceite en la misa, después del canon, está prevista en la ordenación de Hipólito. El rito romano preveía la bendición de alimentos y, por ende, también de aceite en el canon antes de la oración “todos estos dones”. El haber unido con la eucaristía el “óleo de la acción de gracias” y el “óleo del exorcismo” (el crisma y el óleo de los catecúmenos) pudo ser obra de uniformación”, en: ib., El año litúrgico, BAC, Madrid 1965, 143; cf. P. FARNÉS, “Significado espiritual y realización expresiva de la Misa crismal”: LyE 1995/3, 101; P. SORCI, “La benedizione dell´olio degli infermi nel contesto della Messa crismale. “Sit oleum tuum sanctum Domine, nobis a te benedictum...”” en: A. GRILLO-E. SAPORI, (eds.), Celebrare il sacramento dell´unzione degli infermi. Atti della XXXI Settimana dell´Associazione Profesori di Liturgia, Valdragone (San Marino), 24-29 agosto 2003, Subsidia CLV 130, Edizioni liturgiche, Roma 2005, 180.

[64] P. JOUNEL, “La consécration du chrême et la bénédiction des saintes huiles”: LMD 112 (1972), 72.

[65]Cf. A. NOCENT, El año litúrgico. Celebrar a Jesucristo, Vol. III, Cuaresma, Sal Terrae, Santander 1985 (3ª), 214. La misma opinión, y casi con idénticas palabras, sostiene BERGAMINI en el NDL: “El haberla fijado en este día no se debe al hecho de que el jueves santo sea el día de la institución de la eucaristía, sino sobre todo a una razón práctica: poder disponer de los santos óleos, sobre todo del óleo de los catecúmenos y del santo Crisma, para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la vigilia pascual. Sin embargo, no se debe olvidar que este motivo de utilidad no resta nada a la teología de los sacramentos, que los ve a todos unidos a la eucaristía”, en “Cuaresma”: NDL, 500; cf. A. ASTIGARRAGA, “La Misa Crismal”: LyE 2009/3, 133; J. PASCHER, El año litúrgico..., 143; P. JOUNEL, “Le jeudi saint. II: La tradition de l´Eglise”: LMD 68 (1961), 18; F. MORLOT, “Le jeudi saint. III: Orientations”: LMD 68 (1961), 35; H. A. SCHMIDT, “Esprit et histoire du jeudi saint”: LMD 37 (1954), 77.

[66] R. RUSSO, “La Misa crismal: un “Propio” que exige grandes cambios”: Ecclesia Orans 10 (1993), nota nº 78, 219.

[67] Es la afirmación de SORCI: “La messe è attestata, verso la metà del secolo V, dall´anonima vita di papa Silvestre che esercitò il pontificato tra el 314-335”, “La benedizione dell´olio degli infermi...”, 179. No obstante, Sorci deja sin corroborar esta afirmación omitiendo las fuentes.

[68] La medida de una libra romana es 327,453 g., por lo que la vasija crismal superaría los 1.500 g. Cf. AA.VV., Diccionario ilustrado Latino-español, Español-Latino, Vox, Barcelona 1987 (19ª), 379.

[69] B. MOMBRITIUS, Sanctuarium seu Vitae Sanctorum. Novam hanc editionem curaverunt duo monachi Solesmenses. Parisiis 1910. II, 509-510, citado en: H. A. P. SCHMIDT, Hebdomada sancta, vol. II., Fontes Historici. Commentarius historicus, Herder, Romae-Friburgi Brisg.-Barcinone, 1957, 714-715. La misma fuente, MOMBRITIUS, Sanctuarium..., es la citada por Andrieu para identificar este texto en el Pontifical romano del siglo XII, en la nota b al parágrafo 1, 228.

[70] A. NOCENT, El año litúrgico..., 214.

[71] A. ASTIGARRAGA, “La Misa Crismal”, 133.

[72] P. SORCI, “La benedizione dell´olio...”, 180.

[73] P. JOUNEL, “Le jeudi saint. II: la tradition...”, 19.

[74] Cf. H. A. SCHIMDT, “Esprit et histoire du jeudi saint...”, 79-80.

[75] Así plantea Schmidt esta hipótesis: “A mon avis, il est impossible de prouver par les documents que la liturgie urbaine de Rome a connu une messe chrismale spéciale comme on la trouve hors de Rome. Quand on a placé ce rite au jeudi saint, on l´a simplement intercalé dans la messe du soir; quelques documents parlent en effet de l´heure tardive de cette cérémonie. Cette intercalation est vraisemblablement la raison du mélange actuel [1955] de gravité, de tristesse, d´allégresse et de joie”, Cf., ibíd., 81.

[76] “Autre addition, effectuée dans le codex de Chelles, vers 750. Ces deux pièces, non romaines, sont de fabrication franque”, A. CHAVASSE (ed.), Textes liturgiques de l´Église de Rome. Le cycle liturgique romaine annuel selon le sacramentaire du Vaticanus Reginensis 316, Du Cerf, Paris 1997, 202.

[77] A. H. SCHMIDT, “Esprit et histoire...”, 75.

[78] P. JOUNEL, “Le jeudi saint. II: La tradition...”, 16-17.

[79] M. ANDRIEU, Vol. III, 267.

[80] Ib., 282.

[81] “Les nombreux points de contact avec le Sacramentaire de Gellone et l´emploi de l´Ordo XXX A suffisent à indiquer que l´Ordo XXVIII a été rédigé en pays franc. L´auteur en est vraisemblablement l´annonyme auquel nous devons l´arrangement de la Collection d´Ordines que j´ai nommée Collection gallicanisée ou Collection B. La date des divers manuscrits de ce recuil induit à faire remonter près de l´an 800 la composition de l´archétype”, M. ANDRIEU, Vol. III, 387.

[82] Cf. J. PASCHER, El año litúrgico..., 144s.