Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Jueves, 28 de marzo de 2024

Santa Rosa de Lima: Impugnación a las objeciones a su esclarecida santidad hechas, desde la Teoría de la doconstrucción y la Teoría de género

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar
lef
10309057 660070587376082 5391257298368223453 n.jpg
10367596 660070090709465 7316253409721703891 n.jpg

La santidad no se “deconstruye y reconstruye”. El postestructuralismo de Derrida estará muy de moda, pero no se puede aplicar a categorías religiosas (mucho menos católicas) sin desvirtuar su esencia. Y la filosofía católica, al contrario de los “deconstruccionistas” cree en las esencias y en los universales. La santidad es santidad y punto: es la imitación de Jesucristo, camino, verdad y vida. La imitación de Jesucristo ha asumido históricamente muchas formas: la de los romanos que vivían su fe en medio de las instituciones del Imperio, la de los mártires, la de los anacoretas, la de los cenobitas, la de los cristianos comunes, la de las santas mujeres, la de las penitentes, la de las vírgenes consagradas, la de las viudas, la de las mujeres emparedadas, la de los clérigos seculares, la de los clérigos regulares (según multitud de carismas), la de los contemplativos, la de los de apostolado activo, la de los redentores de cautivos, la de los reyes, la de los sirvientes, la de los seglares que se santifican en medio del mundo, la de los pobres… y un largo etcétera. Que no entendamos hoy en día la forma de santidad de, por ejemplo, los estilitas, no significa que no fueran santos o que su opción de vida no fuera válida. Los monjes del monte Athos profesan y practican un radical monaquismo y nadie dudará que los santos que haya habido entre ellos no hayan seguido a Jesucristo.

La mortificación no fue una “obsesión” en la vida de santa Rosa: fue una elección para conformarse mejor a la Pasión de Jesucristo, según la ascética de esa época, muy influenciada por la “devotio moderna”, que insistía en el culto a la santa Humanidad de Jesucristo, preferentemente en su aspecto sufriente como fuente de nuestra Redención. Además, Rosa de Lima nunca se sometió a penitencia alguna sin el consentimiento o, por lo menos, el conocimiento de su confesor. Su director espiritual y primer biógrafo, fray Pedro de Loaysa, admirado de sus mortificaciones, escribió que, probablemente no había en penitencia santa más grande en el cielo. La penitencia (que empieza por un cambio de mentalidad o metánoia, es decir, substituir la mentalidad mundana por la mentalidad del seguimiento radical de Cristo y la conformidad con su Pasión) es cosa que siempre ha existido en la Iglesia. Por otra parte, no se olvide que Jesucristo mismo dijo: “Si no hiciereis penitencia todos pereceréis”. Los ayunos y largas vigilias del Señor, los sufrimientos de su Pasión (libremente aceptados, cuando hubiera sido suficiente un solo acto de amor suyo al Padre para redimirnos) ciertamente no podrían ser reputados como una obsesión. Ni se diga que detrás de esto hay una perversión masoquista, porque ni santa Rosa, ni ningún verdadero santo dado a la mortificación, buscaban sacar placer sexual del sufrimiento.

Se reprocha que, siendo una laica consagrada que vivía en su casa, se la representara a santa Rosa casi desde el principio con el hábito religioso. Pero es que no usó otra indumentaria desde que quiso ser monja clarisa y después se hizo terciaria dominica hasta su muerte. Ella amaba conducirse como religiosa porque fue su profunda vocación, pero se lo estorbó el tener que ayudar a su madre en casa. Además, los terciarios seculares de una orden o congregación pertenecen realmente a la misma, aunque estén en el mundo (santa Catalina de Siena, santa Mariana de Jesús Paredes, la beata Ana María Taigi y santa Gema Galgani son otros ejemplos de terciarias que vivieron more cœnobitico (con el hábito de su respectiva orden y siguiendo su regla y disciplina adaptadas a su condición) retiradas en sus casas y ayudando y edificando a sus circunstantes. Las mujeres nunca han tenido que ser gentes de claustro para ser reconocidas como santas. Desde la más remota antigüedad ha habido mujeres santas que no han sido religiosas: María Magdalena, Marta, Salomé, María de Cleofás, Prisca, Susana, Práxedes, Pudenciana, Cecilia, Inés, Martina, Prisca, Águeda, Lucía, Anastasia, Rufina, Felicidad, Elena augusta, Pulqueria Augusta, Clotilde, Olga, Cunegunda, Juana de Arco, muchas santas reinas, princesas y nobles, Zita, Catalina Tekakwitha, Margarita Plantagenet y un largo etcétera. En todo caso, el hacerse monja –en la Edad Media principalmente– permitía a las mujeres acceder a una alta educación (Hildegarda de Bingen) y gozar de más libertad que sujetas a un marido o a un padre y no tiene por qué ser visto como algo negativo o clericalizante. Jesucristo ciertamente nos redimió con su único sacrificio (actualizado sacramental e incruentamente en el de la misa), pero Él mismo dijo que si alguien lo amaba y quería ser su discípulo debía tomar su propia cruz y seguirlo. Y san Pablo, hablaba de todos sus trabajos y penalidades y decía que completaba en él lo que faltaba a la Pasión de Cristo. Los mártires se gozaban en las torturas que les infligían sus verdugos porque ello los configuraba con Cristo. Cuando la Iglesia fue libre y se expandió en masa, para evitar el peligro de hacerse una religión cómoda, Pablo y Antonio de Egipto renunciaron a sus cómodas vidas y dejaron las ciudades por el eremo, donde iniciaron el movimiento del anacoretismo, que pobló de hombres en extremo penitentes el desierto de la Tebaida. El ejemplo cundió mucho más allá y san Pacomio, san Basilio y san Benito fundaron el cenobitismo para sortear las dificultades de la vida de absoluta soledad. La Iglesia primitiva y del primer milenio (y más tarde aún) era muy exigente con el perdón de los pecados e imponía penitencias muy severas y públicas a los pecadores. Los grandes santos fueron también grandes penitentes, pues para ellos la mortificación aceptada libremente era meritoria unida a la Pasión de Cristo. San Francisco de Asis, uno de los más grandes del Catolicismo, fue un gran penitente y nadie podría decir que era un obseso.

El espíritu de contemplación, mortificación y renuncia no es contradictorio con el ejercicio del amor al prójimo al que se puede ayudar ejerciendo las catorce obras de misericordia (las siete espirituales y las siete corporales). Santa Rosa, concretamente, a la par que se entregaba a una exigentísima ascética, era una cristiana generosa y apostólica: atendía a los enfermos en el Hospital del Espíritu Santo, contribuía al sostenimiento de su casa, catequizaba a los indios, socorría a los pobres, etc. Reducir la religión a sólo darse a los demás sin considerar todo el trasfondo sobrenatural que hay detrás, es sociologizar el Cristianismo y reducirlo a una acción puramente filantrópica, de la que ya se ocupan (muy eficazmente, por cierto) muchas organizaciones no gubernamentales.

Rodolfo Vargas Rubio

Universidad Nacional Mayor de San Marcos