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Viernes, 19 de abril de 2024

Crónica de la Orden de la Merced en América: Los religiosos mercedarios predicaron los primeros el Evangelio en Lima y en la provincias del reino del Perú y su virreinato

De Enciclopedia Católica

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Párrafo IX

Los religiosos mercedarios predicaron los primeros el santo Evangelio en Lima, y en las provincias del reino del Perú y su virreinato

Don Francisco Pizarro, honor de España y gloria de Extremadura, pasó al Nuevo Mundo con deseo de servir a su rey, como lo había ejecutado en las islas de Barlovento, en La Española, en La Florida y en Tierra Firme. Hizo primero viaje a España, informó que, a costa de su sangre, salud y hacienda, había empezado a descubrir y conquistar éstas tierras. Y habiendo capitulado con la reina nuestra señora, doña Juana, madre del señor emperador Carlos Quinto, y con los gobernadores del reino las condiciones que no son de nuestro propósito y las refiere el licenciado Francisco Caro de Torres (1), con orden de Su Majestad y licencia de nuestro maestro general fray Benedicto Zafont, trajo consigo a los padres fray Sebastián de Trujillo y Castañeda, a quien eligió por su confesor, al venerable padre maestro fray Miguel de Orenes, al padre fray Martín de Victoria, al padre presentado fray Juan de Vargas, al padre fray Antonio Bravo, y [al] padre fray Diego Martínez, llamado el beato por su ejemplar virtud. Pasaron de Panamá a Castilla del Oro don Francisco Pizarro con sus hermanos y don Diego Almagro con los suyos, entre los cuales había por entonces una muy amigable compañía, con española resolución y celo cristiano de dilatar la fe, y engrandecer a su rey con extendidos dominios y millones de vasallos. Con ciento y catorce hombres, desembarcando en Tumbes, el año de mil quinientos y veinte y cinco, se dio principios a la conquista del Perú, hasta el año de quinientos treinta y dos.

Este verdadero extremeño, don Francisco Pizarro, dio a su príncipe tierras de mil y ochenta leguas castellanas de largo, tan ricas de oro y plata que no hay guarismo que sume sus millones; conquistó, en fin, el valle de Rímac, llamado así por el hermoso río que le baña o, como dicen otros autores, por un ídolo, simulacro del demonio, que en articuladas voces daba respuestas a esos miserables idólatras, por que esta voz, Rímac, en idioma indio significa en castellano el que habla; y de haber los primeros españoles corrompido el vocablo Rímac, se llamó Lima esta Ciudad de los Reyes, capital de los reinos.

Cuando don Francisco Pizarro salió de Panamá para Tumbes y, de aquí a Cajamarca, donde prendió al inca Atahualpa y sucedió lo demás que refieren en las historias, se ha de advertir que el venerable padre fray Miguel de Orenes, con nuestro apostólicos misioneros, se quedó en Panamá; pero se halló en su compañía cuando don Francisco Pizarro conquistó el valle del Rímac, en donde dicho venerable padre fray Miguel de Orenes, caudillo superior de la milicia eclesiástica, fue el primero que enarboló el estandarte de la fe, enmudeció hasta ahora el ídolo Rímac, destruyó las aras del gran Pachacamac dedicada al Sol, y el simulacro de oro fino lo derribó de su templo, en que se interesó un soldado que, de la noche a la mañana lo perdió al juego, antes que el sol saliese. Empezó con celo fervoroso acompañado de los demás religiosos, a convertir estos infieles, a quienes catequizados e instruidos en los principales artículos de la fe, bautizaban con las aguas cogidas de su río que, si no fueran inanimadas, pudieron con gloriosa emulación no haber cedido a las aguas del Jordán por que, si allí fue bautizado Cristo, con éstas de Rímac o Lima los indios de este valle, depuestos los errores de su antigua gentilidad, se consepultaban con Cristo haciéndose miembros suyos y nuevos hombres por la gracia bautismal. El padre fray Antonio Bravo, llamado entre lo indios prodigio y entre los españoles apóstol, parece que, como los doce para la conquista del mundo, este nuevo apóstol de las Indias tuvo don de lenguas; porque penetró tan vivamente su idioma, su trato, vida y conversación en orden a convertir los idólatras, como que hubiera nacido entre ellos: este es el omnibus omnia factu del apóstol de las gentes San Pablo. Este religioso, fray Antonio Bravo, fue elegido de la soberana dignación de la beatísima Trinidad para celebrar en Lima la primera misa, en el lugar que ahora es nuestra portería principal. Así lo publica desde entonces a la posteridad el rótulo allí puesto.

¿Qué gloria sería para el Cielo ésta primera misa y sacrificio? Ser adorado el verdadero Dios, el sacratísimo cuerpo y preciosa sangre de Cristo Señor Nuestro Dios y hombre verdadero, donde por tantos siglos se adoraba el demonio! Ver exaltado su real y verdadero cuerpo y sangre en esta tierra donde estuvo por tantos siglos su fe oculta, y enterrada su noticia!, Verdaderamente, con éste primero sacrificio y con los demás sacerdotes mercedarios que Cristo trajo a sí todos aquellos indios infieles. Poderosa exaltación y gran servicio de éste sacerdote hecho a toda la corte celestial; inefable júbilo sería el de los ángeles tutelares de estos dichosos gentiles, en cuya voluntad y entendimientos imprimirían eficaces inspiraciones para que, con la gracia, saliesen de la oscura noche de sus gentílicios errores al claro día de la ley de gracia, haciéndose cristianos.

Así dieron principio a su misión y conquista los religiosos mercedarios en el valle de Lima, no habiendo en él por entonces otros sacerdotes: porque algunos clérigos que vinieron de Tierra Firme, como el padre Juan de Sosa, vicario del ejército, y el padre Morales, que enterró al inca en Cajamarca, iban en dicho ejército con los conquistadores españoles; el venerable padre fray Vicente de Valverde, del sagrado orden de Santo Domingo, que bautizó al inca Atahualpa en Cajamarca, de allí, se volvió a tierra y pasó a España, donde el señor emperador Carlos Quinto le presentó por segundo obispo de estas Indias, habiendo muerto sin consagración don Fernando Luque, primero obispo, natural de Olvera, en Andalucía, maestre escuela, del Darién, cura vicario de Panamá, señor de Taboga; y dicho venerable padre fray Vicente de Valverde, consagrado obispo del Perú, después de cinco años, volvió a estas partes, removió la catedral de Tumbes y la puso en la ciudad del Cuzco, de donde bajó a la ciudad de Lima, el año de mil quinientos cuarenta y uno. Y viendo en armas y en gran confusión por la muerte que alevosamente dieron al marqués don Francisco Pizarro los chiles, se retiró a Tumbes y puso su silla en la Puná, llena de indios bárbaros idólatras y belicosos; y porque a éstos les predicaba y enseñaba la ley de Cristo conspirados contra el Evangelio, le acometieron y, con sus crueles chontas y macana, le quitaron la vida, para que, por permisión de Dios, la sangre de este ilustre prelado y misionero ennobleciese las primeras piedras del fundamento de la metropolitana de Lima.

Aumentábase con gran felicidad la conquista espiritual y era crecidísima la mies que estos pocos operarios cultivaban. Y así nuestros religiosos edificaron una capilla y, después, iglesia, cuyo título es San Miguel Arcángel, nombre del venerable padre Orenes; y quizás, porque como este arcángel, glorioso general de los ejércitos y milicias celestiales, es protector de la Iglesia católica, como lo fue de la sinagoga, también lo fuese de esta nueva iglesia, para unirla a la católica, apostólica y romana. En esta capilla oyen misa y la palabra de Dios los españoles; allí se confesaban; en ella se bautizaban los indios que se convertían a nuestra fe y los hijos que nacían de estos neófitos; de esta iglesia se llevaba el viático a los enfermos; y en ella se enterraban los que morían verdad que, fuera de fundarse en millones de testigos que la oyeron entonces referir a los mismos bautizados y es ahora tradición inmemorial, se aprueba por el tiempo de la fundación de Lima: porque su conquista fue el año de mil quinientos treinta y dos y su fundación el año el año de quinientos treinta y cinco, en que no habían llegado otros misioneros. No falta quien diga lo contrario, pero esta es la verdad histórica, como consta del libro tercero de la Historia de Antonio de Herrera, década 5, capítulo 1, donde dice: “caminando, pues, Hernando Pizarro por los llanos, entendió que se quería hacer una fundación en la Ciudad de los Reyes. Avisó con diligencia a su hermano que le hiciese placer de entretener la fundación; y así lo hizo”. Antes de su llegada, el padre fray Miguel de Orenes, comendador de la Merced, fundó un monasterio y el obispo de Tierra Firme trató de que se señalase bastante lugar para una iglesia catedral y, poco a poco se iba a componer las repúblicas espiritual y temporal; de cuyas palabras se infiere que, si antes que en Lima se tratase de señalar sitio para la iglesia catedral, estando presente su obispo y teniendo ya los padres redentores edificado monasterio, que ellos fueron los primeros; y que es cierta la antigua tradición de ser nuestra Iglesia la primera que sirvió de parroquia.

Es propio aquí decir el fundamento que tuvieron los primitivos religiosos de todos los órdenes sagrados de introducirse a los curatos y doctrinas, fuera de las fundaciones que hicieron de conventos regulares. El sólido fundamento y origen fue un indulto apostólico de la santidad de León Décimo, su fecha en Roma, a veinte y cinco de abril de mil quinientos veinte y uno, llamado la Omnimoda, en que se concedió a los religiosos que fuesen a convertir infieles, general administración de los sacramentos, dándoles para mayor honor facultad para que, en la provincia donde no hubiese obispo, pudiesen confirmar y ordenar de corona y grados, bendecir cálices y aras, todo ornamento sacerdotal, conmutar votos y dispensar en tales grados de parentesco, conceder las indulgencias y dar las absoluciones que pueden los señores obispos y sentenciar causas matrimoniales. El año de mil quinientos veinte y dos, la santidad de Adriano Sexto, ayo del señor emperador Carlos Quinto, a su instancia, confirmó la referida bula en Zaragoza, el primer año de su Pontificado. Los que cita nuestro Salmerón y traduce en castellano el padre fray Diego de Córdova Salinas, en su Crónica (2). Con este indulto apostólico, con ésta gracia ex motu proprio ex certa scientia de plenitudine potestatis, con este germinado incontestable rescripto, proyecto y arbitrio inopinado del Cielo, y con éste honorífico favor, política de Dios y gobierno de Cristo, la Santa Sede habilitó y alentó el espíritu y deseo fervoroso de los regulares para que, saliendo de la amada sociedad y retiro de las celdas, fuesen, en el salobre, tempestuoso e inmenso océano de la gentilidad, pobres pescadores de almas de la humilde barquilla de sus religiones. El referido favor de Su Santidad, solicitado del celo incomparable de su Majestad Cesárea, fue desde entonces y lo será siempre un estímulo de sagrada emulación a los venerables más antiguos y primeros pescadores de la barquilla de San Pedro, príncipe de la Iglesia.

Los regulares, en la captura de almas, son coadjutores de los apostólicos varones del real sacerdocio, del venerable clero. Saben los religiosos la veneración que se les debe y saben que Cristo Señor Nuestro, Divino Misionero enviado de su Eterno Padre y Soberana Cabeza de la Iglesia Militante que, embarcado Su Majestad en la nave de San Pedro, en el lago de Jenezareth, mandó se arrojasen las redes; ejecutólo San Pedro en nombre del Señor, después de haberle representado que en toda una noche de trabajo no había prendido pez alguno, y fue la multitud de ellos tan copiosa que se rompía la red, siéndoles preciso a los pescadores de la nave de San Pedro llamar por señas a los que estaban en otra barquilla para que viniesen a ayudarles; vinieron con puntual obediencia y fue tan copiosa la multitud de peces con que se llenaron las barquillas que casi naufragaban en el golfo.

Débese permitir reflexionar sobre ésta sagrada y canónica historia: que en el lago de Jenezareth ayudaron y fueron coadjutores de la barquilla de San Pedro, en su copiosa multitud de peces, los pescadores de la otra barquilla; y estos son los religiosos, como así lo funda con rara circunspección de ingenio el señor don fray Gaspar de Villarroel (3). Reflexiónese ahora: que en el dilatadísimo mar de ésta gentilidad, los religiosos humildes y pobres pescadores de la otra barquilla, de ninguna manera tan autorizada como la de San Pedro, ha hecho, sin más auxilio que el del Cielo, pesca de millones de almas, como lo dice el padre Antonio Daza: que hubo religiosos que bautizaron más gentes que los apóstoles San Pedro y San Pablo. Y así lo dijo un general de su orden al sumo pontífice Clemente Octavo. Y de nuestros religiosos lo que puede asegurar Nuestro reverendísimo padre general, de las universales conquistas de sus religiosos, desde las islas de Barlovento y española, del reino de México y de estos reinos del Perú.

Nótese ahora que los primitivos y principales pescadores espirituales de estas almas fueron los religiosos y los que vinieron después a ayudar han sido los señores eclesiásticos del venerable clero; no por que los regulares se hubiesen cansado de manejar el remo y extender la red a todas partes por muchos y dilatados años, trabajando los días y las noches, caminando a pie por montes quebradas y laderas sin caminos ni sendas, angustiados, menesterosos en todo y expuestos a la muerte natural en climas tan nocivos o la muerte violenta entre bárbaros gentiles que, como voraces brutos, se alimentaban de carne humana. Estos pasos y éstas miserias fueron alhajas propias de los propios misioneros de estas partes, a quienes no les ha faltado ni les faltarán jamás fuerza y valor de espíritu, ni menos les faltará suficiencia en el arte piscatoria de nuevas capturas de almas todas las veces que nuestro soberano las disponga según su voluntad y leyes reales, siendo verdad innegable que todos por la gracia de Dios, universalmente y por el único gobernalle y timón de nuestra fe católica, apostólica, romana, caminamos en la barca de San Pedro, con la esperanza de llegar en ella al deseado puerto de la gloria.

El favor pontificio fue referido fue impulsivo y aliciente para animar los regulares con aquella honra que, siendo de Su Santidad, se puede apellidar humana bienaventuranza; fue prevenirles la corona antes de correr en el estadio, para que animosos pisasen sin embarazo y con valor, espinas y abrojos y despreciasen la fiereza de estos gentiles, de algunos españoles, como dice el señor Montenegro, reputados por bestias. Este fue serio e ingenioso sentir de la discreta elocuencia de San Pedro Crisólogo: léanse sus palabras latinas del margen (4).

Este favor lo adelantó la Sede Apostólica, instruida de la relación verdadera de los inmensos trabajos y fatigas de los regulares propuestos a Su Santidad por el emperador Carlos Quinto. Y así, con privilegio remuneratorio, San Pío Quinto, pontífice máximo, dispuso y concedió a los regulares que pudiesen ser curas y administrar los santos sacramentos a sus feligreses, por bula, dada, a veinte y cuatro de marzo de mil quinientos sesenta y dos, dispensando en dicha bula, cum plenitudine potestatis, en el decreto del sacrasonato Concilio Tridentino cerca de que los religiosos no curas. En aquellos tiempos y principios, las doctrinas que fundaban y conversiones que hacían los regulares eran de grandísima complacencia y agrado a los señores obispos que, celo pastoral, deseaban el bien común y descargo de sus conciencias. Y alegres de ver a millares los convertidos y bautizados de su grey, ayudaron a los religiosos y los pedían con súplicas a Su Majestad. Así nos lo advierte a nosotros nuestro maestro general fray Marcos Salmerón, en sus Recuerdos históricos, folio 303, para que nuestra debida gratitud rinda las gracias a dichos señores obispos, por su fervoroso celo y por el agrado con que atendían y premiaban nuestros sudores y trabajos, dándonos ocasiones de mayor mérito en nuestro apostolado y misiones.

Pero con el transcurso del tiempo, se ha intentado novedad cerca de la ocupación y ministerio de curas que ejercitan los regulares, cuya posesión tiene actuada doscientos veinte y nueve años, desde la primera concesión de nuestro santísimo padre León Décimo; y desde la confesión remuneratoria de la santidad del señor Pío Quinto, después del sacrosanto Concilio Tridentino, ciento y ochenta y ocho, por presentación de Su Majestad como patrón y con canónica institución y colación del beneficio, cuya naturaleza es perpetua, como son los rescriptos remuneratorios de los soberanos por su decoro y munificencia real. Y así, porque ha sido enseñado la experiencia, como se puede ver en el Solórzano, que los señores obispos quieren despojar de las doctrinas a los religiosos que las fundaron e introducir en ella clérigos seculares; por eso, éste buen deseo lo tiene prohibido el señor Felipe Segundo y la señora princesa en su nombre, por cédula, en Valladolid, a treinta de mayo de mil quinientos cincuenta y siete y en otra carta más apretante, en Madrid, a nueve de agosto de mil quinientos sesenta y uno, en que manda: que donde quiera que haya religiosos por doctrinantes, no pongan los señores obispos clérigos que donde quiera que haya religiosos para cosa alguna. Y Felipe Cuarto, nuestro señor, puso por ley lo referido, que es la segunda, del título nono del sumario de la Recopilación. Estas expresiones no son mías, sino del celo de nuestro maestro general fray Marcos Salmerón, proferidas con grave y religioso sentimiento y con la exacta verdad con que dio a público sus Recuerdos históricos.


Paleografía: Fernando Armas Medina

Transcripción: José Gálvez Krüger

Fotografías: Alejandro Camones Canazza.

La Enciclopedia Católica tiene deuda de gratitud con el Padre Prior del convento de la Merced de Lima. Su generosidad y benevolencia nos ha permitido enriquecer esta crónica.