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Sábado, 20 de abril de 2024

Amós -- Profeta del Antiguo Testamento

De Enciclopedia Católica

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I. NOMBRE

El tercero de los Profetas Menores del Antiguo Testamento es llamado en el Texto Hebreo, “Ams”. La pronunciación de su nombre es diferente de la del nombre del padre de Isaías, Amoç; de ahí que la tradición cristiana haya distinguido correctamente, en su mayor parte, entre los dos. El nombre del profeta, Amós, se ha explicado diversamente, y su significación exacta es aún objeto de conjeturas.

II. VIDA Y ÉPOCA

Según el encabezamiento de su libro (1, 1), Amós era un pastor de Thecua, una aldea del Reino del Sur, a doce millas al sur de Jerusalén. Aparte de esta humilde ocupación, también se dice en 7, 14 que es un cultivador de sicómoros. De ahí que, por lo que sabemos, no haya base suficiente para la opinión de muchos intérpretes judíos de que Amós era un hombre rico. Thecua era aparentemente un pueblo de pastores, y fue mientras seguía a su rebaño en el desierto de Judá, durante los reinados de Ozías y Jeroboam, cuando Dios le llamó para una misión especial: “Ve a profetizar a mi pueblo, Israel”(7, 15). A los ojos del humilde pastor esto debe haber parecido una misión muy difícil. En el momento en que le llegó la llamada, no era “un profeta, ni el hijo de un profeta” (7, 14), lo que implica que no había ingresado aún en la función profética, y que ni siquiera había asistido a las escuelas en las que los jóvenes que se formaban para la carrera de profeta llevaban el nombre de “hijos de profeta”.

Otras razones podían provocar que Amós temiera aceptar la misión divina. A él, un sureño, se le ordenaba ir al Reino del Norte, Israel, y llevar a su pueblo y a sus dirigentes un mensaje de juicio que, por sus circunstancias históricas, estaban mal preparados para escuchar. Su gobernante, Jeroboam II (ca. 781-741 antes de Cristo), había conquistado rápidamente Siria, Moab y Ammon, y extendido por tanto sus dominios desde las fuentes del Orontes por el norte hasta el Mar Muerto por el sur. Todo el imperio septentrional de Salomón prácticamente así restaurado había disfrutado un largo periodo de paz y seguridad marcado por un asombroso renacimiento de desarrollo comercial y artístico. Samaría, su capital, se había adornado con sólidos y espléndidos edificios; se habían acumulado riquezas en abundancia; la comodidad y el lujo habían alcanzado su nivel más alto; así que el Reino del Norte había alcanzado una prosperidad material sin precedentes desde la quiebra del imperio de Salomón. Externamente, la religión estaba también en una situación muy floreciente. El culto de los sacrificios al Dios de Israel se llevaba a cabo con gran pompa y general fidelidad, y el largo disfrute de la prosperidad nacional era considerado como señal indudable del favor de Dios a su pueblo. Es verdad que la moralidad pública se había infectado gradualmente de los vicios que el éxito continuado y la abundancia demasiado a menudo traen consigo. La corrupción social y la opresión de los pobres y desvalidos eran muy frecuentes. Pero estos y similares signos de degeneración pública podían ser fácilmente excusadas con el argumento de que eran el acompañamiento necesario de un alto grado de civilización oriental. Además, la religión se había degradado de varias formas. Muchos de los israelitas estaban satisfechos con el mero ofrecimiento de víctimas, sin consideración a las disposiciones internas requeridas para su presentación ante el Dios tres veces santo. Otros se aprovechaban de las multitudes que acudían a los festivales sagrados para entregarse a un disfrute inmoderado y una diversión tumultuosa. Otros también, arrastrados por la asociación más libre con los pueblos paganos resultante de la conquista o del intercambio comercial, llegaron incluso tan lejos como para fusionar el culto del Señor con el de deidades paganas. Debido a la tendencia natural de los hombres a satisfacerse con la realización mecánica de sus obligaciones religiosas, y más particularmente debido a la gran propensión que tenían desde antiguo los hebreos a adoptar los ritos sensuales de cultos extranjeros hasta el punto de renunciar al culto de su propio Dios, estas irregularidades en cuestiones de religión no parecían objetables a los israelitas, tanto más cuanto que el Señor no les castigaba por su conducta. Así fue a este pueblo muy próspero, completamente convencido de que Dios estaba complacido con ellos, al que Amós fue enviado a pronunciar una dura reprimenda por todas sus fechorías, y a anunciar en nombre de Dios su próxima ruina y cautividad (7, 17).

La misión de Amós en Israel fue sólo temporal. Se extendió aparentemente desde dos años antes hasta pocos años después de un terremoto, cuya fecha exacta es desconocida (1, 1). Se enfrentó con una fuerte oposición, especialmente por parte de Amasías, el sumo sacerdote del santuario real de Bethel. (7, 10-13). Cómo acabó no se sabe; pues sólo leyendas tardías e indignas de confianza hablan del martirio de Amós por los malos tratos de Amasías y su hijo. Es más probable que, obedeciendo la amenazadora orden de Amasías (7, 12), el profeta huyera a Judá, donde ordenó con tiempo sus oráculos en su bien planificada disposición.

III. ANÁLISIS DEL ESCRITO PROFÉTICO

El libro de Amós puede dividirse naturalmente en tres partes. La primera se inicia con un título general de la obra, que da el nombre del autor y la fecha genérica de su ministerio (1,1), y un texto o lema en cuatro líneas poéticas (1, 2) que describe con una bella imagen el poder del Señor sobre Palestina. Esta parte comprende los dos primeros capítulos, y está compuesta de una serie de oráculos contra Damasco, Gaza, Tiro, Edom, Ammon, Moab, Judá, y finalmente, Israel. Cada oráculo comienza con la misma fórmula numérica: “Por tres crímenes de Damasco [o Gaza, o Tiro, etc, según sea el caso], y por cuatro, no revocaré el juicio”, a continuación explica la acusación principal; y finalmente pronuncia la pena. Las naciones paganas son condenadas no por su ignorancia del verdadero Dios, sino por sus infracciones de las leyes elementales no escritas de humanidad natural y buena fe. En lo que respecta a Judá e Israel, comparten el mismo juicio porque, aunque fueron cuidadas especialmente por el Señor que las sacó de Egipto, conquistó para ellas la tierra de Canaán, y les dio profetas y nazarenos, aun así han cometido los mismos crímenes que sus vecinos paganos. Israel es reprendida con más extensión que Judá, y su absoluta destrucción se describe vívidamente.

La segunda parte (caps. 3-6) consiste en una serie de discursos que desarrollan la acusación y sentencia contra Israel expuesta en 2, 6-16. La acusación de Amós se refiere a (1) los desórdenes sociales frecuentes en las clases altas; (2) el lujo inhumano y los excesos de las damas ricas de Samaría; (3) a la confianza demasiado grande de los israelitas en general en el mero cumplimiento externo de sus obligaciones religiosas que de ninguna manera pueden asegurarles contra el juicio que se aproxima. La sentencia misma asume la forma de una endecha sobre la cautividad que espera a los transgresores que no se arrepienten, y la completa rendición del país al enemigo exterior.

La tercera parte del libro (caps. 7-9, 8b.), aparte del relato histórico de la oposición de Amasías a Amós (7, 10-17), y de un discurso (7, 4-14) similar en tono e importancia a los discursos contenidos en la segunda parte de la profecía, está enteramente compuesto de visiones de juicio contra Israel. En las dos primeras visiones –la de las langostas devoradoras y la del fuego que consume—la destrucción predicha es detenida por interposición divina; pero en la tercera visión, la de una plomada, se permite que la destrucción sea completa. La cuarta visión, como la precedente, es simbólica; un cesto de fruta de verano indica la rápida decadencia de Israel; mientras que en la quinta y última el profeta contempla al Señor de pie junto al altar y amenazando al Reino del Norte con un castigo del que no hay escapatoria. El libro concluye con la solemne promesa de Dios de la gloriosa restauración de la Casa de David, y de la maravillosa prosperidad de la nación purificada (9, 8c-15).

IV. CARACTERÍSTICAS LITERARIAS DEL LIBRO

Se admite universalmente en la actualidad que estos contenidos están expuestos en un estilo de “mérito literario superior”. Esta excelencia literaria podría, en realidad, parecer a primera vista en extraño contraste con el oscuro nacimiento y humilde vida de pastor de Amós. Un estudio más detallado, sin embargo, del escrito del profeta y de las circunstancias reales de su composición elimina ese contraste aparente. Antes de la época de Amós el idioma hebreo había pasado gradualmente por varios estadios de desarrollo, y había sido cultivado por varios escritores capaces. Además, no hay que suponer que las profecías de Amós fueron pronunciadas exactamente como se han registrado. A lo largo de todo el libro los temas se tratan poéticamente, y muchas de sus características literarias se justifican mejor admitiendo que el profeta no escatimó tiempo ni esfuerzo en revestir sus pronunciamientos orales con su forma actual elaborada. Finalmente, asociar una cultura inferior con la simplicidad y relativa pobreza de la vida pastoril sería entender totalmente mal las condiciones de la sociedad oriental, antigua y moderna. Pues entre los antiguos hebreos, como entre los árabes de hoy, la cantidad de enseñanza mediante libros era necesariamente pequeña, y la pericia en el conocimiento y la oratoria no dependía principalmente de una educación profesional, sino de una aguda observación de las personas y cosas, una memoria retentiva de la ciencia tradicional, y la facultad de pensamiento original.

V. AUTORÍA Y FECHA

Aparte de unos pocos críticos recientes, todos los estudiosos mantienen el acierto de la opinión tradicional que refiere el libro de Amós al profeta judío de ese nombre. Piensan correctamente que los juicios, sermones y visiones que constituyen el escrito sagrado se centran en un gran mensaje de condena a Israel. El contenido se lee como una solemne denuncia de la incurable perversidad del Reino del Norte, como una directa predicción de su ruina inminente. Los mismos estudiosos consideran de forma parecida el estilo general del libro, con su forma poética, su chocante simplicidad, brusquedad, etc., como prueba de que la obra es una unidad literaria, cuyas diversas partes pueden atribuirse a una sola y la misma mente, al único y santo profeta, cuyo nombre y periodo de actividad se dan en el título de la profecía, y cuya autoría se afirma repetidamente en el cuerpo del libro (cf. 7, 1,2,4,5,8; 8, 1,2; 9, 1, etc.) Para confirmar la opinión tradicional de judíos y cristianos respecto a la autoría y fecha, se han sacado a relucir los dos hechos siguientes: · primero, como era de esperar de un pastor como Amós, el autor de la profecía utiliza por todas partes una imaginería sacada principalmente de la vida rural (la carreta cargada de gavillas, el joven león en su madriguera gruñendo sobre su presa, la red levantándose y atrapando al pájaro, los restos de la oveja recobrados por el pastor de la boca del león, la conduccíón del ganado, etc.); · en segundo lugar, hay una estrecha concordancia entre el estado del Reino del Norte bajo Jeroboam II, tal como se describe por Amós, y el de ese mismo reino tal como se nos da a conocer en el Libro cuarto de los Reyes y la profecía de Oseas que son comúnmente asignados al mismo siglo (el octavo antes de Cristo).

Es cierto que la autoría de numerosos pasajes de Amós, y notablemente de 9, 8c-15, se ha cuestionado y aún lo es seriamente por algunos críticos destacados. Pero con respecto a la mayoría, si no de hecho a todos esos pasajes, puede afirmarse con seguridad que los argumentos contra la autoría no son estrictamente concluyentes. Aparte, aunque se aceptara el origen tardío de todos esos pasajes, la opinión tradicional sobre la autoría y fecha del libro en su conjunto no se perjudicaría.

VI. ENSEÑANZAS RELIGIOSAS DE AMÓS

Dos hechos contribuyen a dar una especial importancia a la doctrina religiosa de Amós. Por un lado, sus profecías son casi universalmente consideradas como auténticas, y por el otro, su obra es probablemente el escrito profético más antiguo que ha llegado hasta nosotros. Así que el libro de Amós nos proporciona información muy valiosa relativa a las creencias del Siglo VIII antes de Cristo, y de hecho, referente a las de algún tiempo anterior, puesto que, al comunicar el mensaje divino a sus contemporáneos, el profeta siempre da por supuesto que están familiarizados con las verdades a las que apela. Amós enseña un monoteísmo muy puro. En todo su libro no hay tanta referencia a otras deidades como al Dios de Israel. A menudo habla del “Señor de los Ejércitos”, queriendo decir con ello que Dios tiene incontables fuerzas y poderes a sus órdenes, en otras palabras, que es omnipotente. Su descripción de los atributos divinos muestra que según su concepción Dios es el Creador y Gobernante de todas las cosas en el cielo y en la tierra; gobierna las naciones en general, tanto como los cuerpos celestiales y los elementos de la naturaleza; es un Dios personal y justo que castiga los crímenes de todos los hombres, tanto si pertenecen a las naciones paganas como al pueblo escogido. El profeta condena repetidamente las falsas nociones que tienen sus contemporáneos de la relación de Dios con Israel. No niega que el Señor es su Dios de una manera especial. Pero arguye que sus beneficios a ellos en el pasado, en vez de ser una razón para que se entreguen con seguridad a pecados odiosos a la santidad de Dios, en realidad aumentan su culpa y deben hacerles temer un castigo más severo. No niega que se puedan ofrecer sacrificios a la Majestad Divina; pero declara muy enfáticamente que su mero ofrecimiento exterior no complace a Dios y no puedo aplacar su ira. El día del Señor, que es el día de la retribución, a los israelitas que sean encontrados culpables de los mismos crímenes que las naciones paganas les será tenido en cuenta severamente. Es cierto que Amós discute con sus contemporáneos de una manera concreta, y que por consiguiente no formula principios abstractos. Sin embargo, su libro está repleto de verdades que no llegarán a ser nunca superfluas u obsoletas.

Finalmente, cualquiera que sea la opinión que pueda tenerse de la autoría de la parte final del libro de Amós (9, 8c-15), la referencia mesiánica del pasaje será fácilmente admitida por todos los que creen en la existencia de lo sobrenatural. Puede añadirse también que esta profecía mesiánica se formula de una manera que no presenta objeciones insuperables a la opinión tradicional que considera a Amós como su autor. Para una referencia a las Introducciones al Antiguo Testamento, ver la Bibliografía de AGEO; Comentarios recientes sobre Amós por TROCHON (1886); KNABENBAUER (1886); ORELLI ( tr.ing., 1893); FILLION (1896); DRIVER (1898); SMITH (1896); MITCHELL (2ª ed., 1900); NOWACK (2ª ed., 1903); MARTI (1903); HORTON (1904).

F.E. GIGOT Transcrito por Thomas J. Bress Traducido por Francisco Vázquez