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Jueves, 28 de marzo de 2024

Regla de San Benito

De Enciclopedia Católica

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Esta obra ocupa el primer puesto entre los códigos legislativos monásticos, y fue con mucho el factor fundamental en la organización y difusión del monacato en Occidente. En este artículo se tratará los siguientes apartados:

El texto de la Regla

No se sabe ni el año ni el lugar exacto en los que San Benito escribió su Regla, ni siquiera puede determinarse si la Regla tal y como hoy la conocemos, fue redactada como un conjunto orgánico o si fue tomando forma gradualmente en función de las necesidades de sus monjes. Sin embargo, puede considerarse como fecha aproximada el año 530 y en Montecasino con más probabilidades que en Subiaco, ya que la Regla es, con certeza, el reflejo de la madurez monástica y sabiduría espiritual de San Benito.

Los primeros cronistas señalan que cuando Montecasino fue destruido por los lombardos en el 581, los monjes huyeron a Roma llevando consigo, entre otros tesoros, una copia de la Regla "que el santo Padre había escrito". A mediados del siglo VIII había en la Biblioteca del Papa una copia que se tenía por el autógrafo de San Benito. Muchos eruditos o estudiosos aceptan que esta era la copia que se trajo desde Montecasino pero, a pesar de ser bastante probable, no existe certeza absoluta. De acuerdo con esta teoría, esto posible, este manuscrito de la Regla fue donado por el Papa Zacarías a Montecasino a mediados del siglo VIII, poco tiempo después de la reconstrucción del monasterio. Carlomagno la encontró allí cuando visitó Montecasino a finales del siglo IX, y a petición suya se le hizo una copia muy cuidada, y se repartió un ejemplar con el texto a todos los monasterios del imperio. Muchas copias de la Regla se hicieron a partir de ella, una de las cuales ha sobrevivido hasta nuestros días. Por tanto, no cabe duda que el actual Códice 914 de la Biblioteca de Saint Gall fue copiado directamente de la copia de Carlomagno de la Abadía de Reichenau. Una reimpresión paleográfica exacta (no en facsímil) de este códice fue editada en Montecasino en 1900, de tal manera que el texto de este manuscrito, con certeza el mejor texto individual de la Regla existente, puede ser estudiado sin dificultad. Algunos otros manuscritos se remontan al manuscrito de Carlomagno o a su original de Montecasino, que resultó destruido por el fuego en 896, y de esta forma, el texto del denominado autógrafo puede ser reconstruido mediante métodos críticos probados con desacostumbrada certeza, y si pudiéramos estar seguros de que realmente fuera el autógrafo, entonces no habría más que hablar.

Pero como señalamos con anterioridad, no está bastante claro que este sea el autógrafo de San Benito, y la cuestión se complica por que existe en este campo otro tipo de texto, representado por el manuscrito más antiguo conocido, el manuscrito Oxford Hatton 42, y por otras autoridades muy tempranas, que con certeza se trata del texto más ampliamente difundido en los siglos VII y VIII. Si este texto era la primera redacción y el "autógrafo" su ultima revisión, o si la primera es una versión corrupta de la última, es una cuestión que se discute todavía aunque la mayoría de los críticos se inclinan por la segunda alternativa. Sin embargo, en cualquier caso, el texto "autógrafo" es el que debe ser seleccionado. Los manuscritos, desde el siglo X en adelante, y las ediciones impresas corrientes, dan los textos mezclados, elaborados a partir de de los dos primeros tipos. De esta forma el texto normal en uso es, desde el punto de vista crítico, deficiente pero muy pocas de las lecturas establecen alguna diferencia sustancial.

La Regla fue escrita en la lingua vulgaris o latín vulgar de la época, y gran parte de su sintaxis y de su ortografía no están en consonancia con los modelos clásicos. No hay todavía una edición de la Regla que satisfaga las exigencias de la crítica moderna a pesar de que hay una en proceso de preparación dentro del Corpus Scriptores Christianorum Latinorum ( n del t., CSEL, ver bibliografía ) de Viena. Una buena edición manual fue publicada por Dom Edmund Schmidt de Metten, en Ratisbona en 1892, que presenta el texto del manuscrito de Saint Gall con la eliminación del elemento del latín vulgar.

El número de comentaristas de la Regla es inmenso. Calmet da una lista de ciento treinta comentaristas, y Ziebelbauer aporta otra relación similar. Los comentarios más antiguos, por orden cronológico, son los que se han sido atribuidos diversamente a Pablo Warnefrido (monje de Montecasino hacia 780-799), Hildemaro, Rutardo de Hirsau, y otros. Hildemaro, monje galo, traído a Italia por Angeleberto, Arzobispo de Milán, que reformó el monasterio de San Faustino y Jovita en Brescia y que murió en el 840. Marlene, que consideraba este comentario como el mejor que se había hecho, mantenía que su verdadero autor era Hildemaro pero críticos modernos lo atribuyen a Pablo Warnefrido. De entre los restantes comentaristas merecen desatacarse los siguientes: San Hildegardo (m. en 1178), fundador y primer Abad de Monte san Ruperto, cerca de Bingen en el Rin, que mantuvo que la prohibición de San Benito de comer carne fresca no incluía la de los pájaros; Bernardo, Abad de Montecassino, anteriormente de Lerins y luego Cardenal (m. en 1282); el dominico Torquemada (1468); Tritemio, Abad de Sponheim (1516); Pérez, arzobispo de Tarragona y Superior General de la Congregación de Valladolid; Haeften, Prior de Afflighem (1648); Stengel, Abad de Anhausen (1663); Mége (1691) y Marténe (1793), ambos Mauristas; Calmet, Abad de Senones (1757), y Mabillon (1707), que trató por extenso muchas partes de la Regla en sus Prefacios a los diversos volúmenes de "Acta Sanctorum O.S.B."

Es imposible calibrar el valor de estos y otros comentarios porque los sucesivos autores analizan la Regla desde diferentes puntos de vista. El de Calmet es quizás el más literal y exhaustivo en muchos aspectos fundamentales. Los de Marténe y Haeften constituyen una verdadera mina de información respecto a la tradición monástica. Pérez y Mége son prácticos y devotos a pesar de que este último ha sido considerado como relajado en muchas de sus opiniones mantenidas; la de Torquemada es útil al enfocar la Regla desde el punto de vista de la teología moral; y otros dan una interpretación mística de sus contenidos. Puede señalarse que, al estudiar la Regla como un código práctico de legislación monástica, es necesario para facilitar la uniformidad de observancia, cada congregación de la orden tiene sus propias constituciones aprobadas por la Santa Sede, por medio de la cual son reguladas muchas cuestiones de detalle que no son tratadas por la propia Regla.

Las formas más antiguas de monacato cristiano estaban caracterizadas por su extrema austeridad y por su carácter más o menos eremítico. En Egipto, los discípulos de San Antonio eran puramente eremitas, mientras que aquellos que seguían la Regla de San Pacomio, a pesar de ser más cercanos al ideal cenobítico, carecían todavía del elemento de estabilidad en el que insistirá después San Benito, "la vida comunitaria" y el espíritu familiar. Bajo el régimen de Antonio las austeridades de los monjes se dejaban por completo a su propia discreción; los Pacomitas, a pesar de que se acercaban más a la idea cenobítica, los monjes quedaban libres para añadir otras prácticas ascéticas que ellos mismos eligieran. Y en ambos casos, la idea predominante fue la de que eran atletas espirituales, y como tales rivalizaban entre sí en austeridad. El monacato sirio y el estrictamente Oriental no es necesario tratarlos aquí porque no ejercieron una influencia directa sobre el de Europa. Cuando San Basilio (siglo IV) organizó el monacato griego, él mismo se pronunció contra la vida eremítica e insistió en la vida comunitaria, con comida, trabajo y oración, todo en comunidad. Con él, la práctica de la austeridad, a diferencia de los egipcios, iba a estar sujeta al control del superior, porque consideraba que deteriorar el cuerpo con mortificaciones hasta incapacitarlo para el trabajo, era una interpretación errónea del precepto de la Escritura sobre la penitencia y la mortificación. Su concepción de la vida monástica era el resultado del contacto de ideas primitivas, como las existentes en Egipto y en el Oriente, con la cultura y formas de pensamiento europeas.

El monacato llegó a Europa Occidental desde Egipto. En Italia, y también en la Galia, su carácter fue principalmente Antoniano, a pesar de que las dos reglas de San Basilio y San Pacomio fueron traducidas al latín e indudablemente dejaron sentir su influencia. Por lo que sabemos, cada monasterio tenía en la práctica su propia regla, y tenemos ejemplos de esta forma irresponsable de vida monástica en la comunidad a la que San Benito fue llamado para gobernar desde su cueva, y en los Giróvagos y Sarabaítas a los que menciona de forma condenatoria en el primer capítulo de su Regla. Una prueba de que el espíritu difundido en el monacato italiano era el egipcio se encuentra en el hecho de que cuando San Benito decidió renunciar al mundo para convertirse en monje, adoptó, casi como algo normal, la vida de ermitaño en una cueva. Su familiaridad con las reglas y otros documentos relacionados con la vida de los monjes egipcios queda claro en su legislativa sobre la lectura diaria de "Las Conferencias" de Casiano, y por su recomendación (cap. 73) de las "instituciones" y las "Vidas" de los padres y la Regla de San Basilio.

Por consiguiente, cuando San Benito se puso a escribir su propia Regla para los monasterios que había fundado, introdujo en ella el resultado de su propia experiencia madura y observación. Él mismo había llevado la vida de un ermitaño según el modelo egipcio más extremo, y en sus primeras comunidades había probado completamente sin duda el tipo predominante de regla monástica. Por tanto, siendo plenamente conocedor de lo inadecuado para los tiempos y las circunstancias en las que vivía de gran parte del sistema egipcio, avanzó a partir de aquí en una nueva dirección, y en lugar de tratar de vivificar las viejas formas de ascetismo, consolidó la vida cenobítica, acentuó el espíritu familiar, y desaprobó todas las aventuras personales en materia de penitencias. De esta manera, su Regla se basa en la combinación prudente y deliberada de viejas y nuevas ideas; la competencia en austeridad fue eliminada y se produjo a partir de este momento la absorción de lo individual en la comunidad. Al adaptar un sistema esencialmente Oriental a las condiciones de Occidente, San Benito le proporcionó coherencia, estabilidad y organización, y el veredicto de la historia es unánime en alabar los resultados de dicha adaptación.

Análisis de la Regla

De los 73 capítulos que componen la Regla, 9 tratan de los deberes del Abad, 13 regulan el culto a Dios, 29 se refieren a la disciplina y al código penal, 10 a la administración interna del monasterio, y los restantes 12 consisten en regulaciones de tema vario.

La regla comienza con un prólogo o prefacio exhortatorio en el que San Benito expone los principios fundamentales de la vida religiosa: la renuncia a la propia voluntad y el alistarse bajo el estandarte de Cristo. Propone establecer una "escuela" en la que se enseñe la ciencia de la salvación de tal forma que sus discípulos, perseverando en ella hasta la muerte, "merezcan llegar a ser partícipes del Reino de Cristo".

En el Capítulo 1 se definen las cuatro clases de monjes: (1) Cenobitas, que son los que viven en un monasterio bajo la autoridad de un abad; (2) Anacoretas, o ermitaños, que después de una larga prueba en el monasterio viven una vida solitaria; (3) Sarabaítas, que agrupados de dos en dos o de tres en tres, viven sin estar sometidos a ninguna Regla establecida o algún superior legítimo, (4) Giróvagos, una clase de monjes errantes cuya vida se la pasan viajando de un monasterio a otro, sin más beneficio que el descrédito de la profesión monástica. La Regla fue escrita para la clase de los cenobitas, el género más estable.

El Capítulo 2 describe las condiciones necesarias que debe tener el abad y le prohíbe hacer en el monasterio discriminación de personas con la excepción de los méritos de cada cual, advirtiéndole al mismo tiempo, que deberá responder de la salvación de las almas que ha tenido bajo su cuidado.

El Capítulo 3 establece la convocatoria de los hermanos a consejo para tratar todos los asuntos de importancia para la comunidad.

El Capítulo 4 resume las obligaciones de la vida cristiana en 72 preceptos a los que se denomina "instrumentos de las buenas obras", y que están basados principalmente en la Escritura, bien de forma espiritual o literal.

El Capítulo 5 prescribe la obediencia pronta, alegre, y absoluta al superior en todas las cosas legítimas, y la define como el primer grado de la humildad.

El Capítulo 6 trata del silencio, recomendando moderación en el uso de la palabra pero esto no significa que se prohíban las conversaciones saludables o necesarias.

El Capítulo 7 trata sobre la humildad, virtud que es dividida en doce grados o escalones en la escala que conduce hacia el cielo. Son los siguientes: (1) temor de Dios; (2) represión propia de la voluntad; (3) sometimiento de la voluntad al superior; (4) obediencia en las dificultades y en las mayores contrariedades; (5) la confesión de las faltas; (6) conocimiento de la propia indignidad; (7) preferir a los demás antes que a uno mismo; (8) evitar rarezas; (9) no hablar a destiempo, (10) evitar la risa indecorosa; (11) represión del orgullo; (12) humildad en el porte externo.

Los Capítulos 8-18 se ocupan de la regulación del Oficio Divino, el Opus Dei u Horas Canónicas, a lo que "nada debe anteponerse", siete diurnas y una nocturna. Un orden detallado referido al número de Salmos, etc., para recitar en invierno y en verano, los Domingos, los días laborables, los días festivos, y en otros tiempos.

El Capítulo 19 destaca la reverencia que hay que tener en presencia de Dios.

El Capítulo 20 señala que la oración comunitaria debe ser breve.

El Capítulo 21 estipula la elección de decanos por cada diez monjes, y prescribe la forma en que serán elegidos.

El Capítulo 22 regula todo lo relacionado con el dormitorio como, por ejemplo, que cada monje tiene que tener su propio lecho y que dormirá con hábito, con el fin de que estén dispuestos a levantarse sin dilación, y que una lámpara deberá arder continuamente en la estancia durante toda la noche.

Los Capítulos 23-30 se ocupan de las infracciones contra Regla y establecen un sistema graduado de faltas: en primer lugar, amonestación privada; luego, reprensión pública; después, exclusión de la comunidad durante la comida y en todas partes; después, azotes y finalmente, expulsión; sin embargo, a esta última no se debe recurrir hasta que hayan fallado todos los intentos de remisión del culpable. Incluso en este último caso, el proscrito debe ser admitido de nuevo si así lo desea, pero tras la tercera expulsión, al fin, se le denegará toda posibilidad de retorno al monasterio.

Los Capítulos 31 y 32 mandan el nombramiento del mayordomo del monasterio y otros cargos que se encargarán de los bienes del monasterio, que deben ser tratados con la misma consideración que los vasos sagrados del altar.

El Capítulo 33 prohíbe poseer nada en propiedad sin autorización del abad, quien, sin embargo, está obligado a proporcionar todo lo necesario.

El Capítulo 34 establece una justa distribución de lo anterior.

El Capítulo 35 ordena el servicio de las cocinas del que ningún monje queda dispensado.

Los Capítulos 36 y 37 decretan el cuidado de los enfermos, los viejos, y los niños. Se tendrá con ellos una cierta atenuación del rigor de la Regla, ante todo en materia de alimentación.

El Capítulo 38 prescribe la lectura en voz alta durante las comidas, obligación que será llevada a cabo por los hermanos cada semana, realizándose con edificación para el resto. Para cualquier cosa que se necesite durante las comidas se usarán signos, de tal manera que ninguna voz interrumpa la del lector. El lector comerá con los servidores después que la comunidad haya terminado pero le esta permitido tomar antes un refrigerio para disminuir el cansancio de la lectura.

Los Capítulos 39 y 40 regulan la cantidad y calidad de la comida. Se permiten dos comidas diarias, con dos platos de comida guisada, cada una. Cada monje recibe una libra de pan y una hemina (n. del t, medida que equivaldría aproximadamente a medio litro de vino) de vino por día. La carne queda prohibida excepto para los enfermos y los débiles, y el abad tiene potestad para incrementar la asignación diaria cuando lo considere conveniente.

El Capítulo 41 establece las horas de las comidas, que variaran según la época del año.

El Capítulo 42 manda la lectura de las "Conferencias" de Casiano o algún otro libro edificante al atardecer antes del oficio de completas y ordena que después de esta, se observe el más estricto silencio hasta la mañana siguiente.

Los Capítulos 43-46 cuentan las faltas menores como el llegar tarde a rezar o a las comidas y se establecen varias sanciones para estas infracciones.

El Capítulo 47 impone la obligación del abad de llamar a la comunidad a la "obra de Dios" en el coro, y la designación de los que van a cantar o leer.

El Capítulo 48 recalca la importancia del trabajo manual y ordena el tiempo que se le ha de dedicar a diario. Este varía con la estación pero claramente nunca debe ser inferior a 5 horas diarias. El horario en el que se debe rezar las menores de las "horas del día" (Prima, Tercia, Sexta y nona), rige en parte las horas de trabajo, y el abad está preparado no solamente para revisar todo el trabajo sino también para que los oficios se encuentren adaptados a la respectiva capacidad de cada uno.

El Capítulo 49 trata de la observancia de la Cuaresma, y recomienda algún tipo de renuncia personal voluntaria para este período, con la aprobación del abad.

Los Capítulos 50 y 51 contiene normas para los monjes que están trabajando en el campo o de viaje. Tratarán de unirse espiritualmente, lo mejor que puedan, con sus hermanos del monasterio en las horas prescritas de oración.

El Capítulo 52 ordena que el oratorio sea utilizado únicamente para fines devotos.

El Capítulo 53 se refiere al tratamiento de los huéspedes, a los que ha de acogérseles como "al propio Cristo". La hospitalidad benedictina es un rasgo que a lo largo de todas las épocas ha sido característica de la orden. Los huéspedes serán recibidos por el abad o su delegado, y durante su permanencia estarán bajo la protección especial de un monje designado para este fin, pero no se reunirán con el resto de la comunidad salvo con una autorización especial.

El Capítulo 54 prohíbe a los monjes recibir cartas o presentes sin autorización del abad.

El Capítulo 55 regula la vestimenta de los monjes. Será suficiente en cantidad y calidad y estará adaptada a las condiciones del clima del lugar, de acuerdo a la discreción del abad, pero al mismo tiempo debe ser tan sencilla y barata como conforme con la propia economía. Cada monje tendrá un vestido de recambio que le permita el lavado y cuando salgan de viaje recibirán ropas de mejor calidad. Las ropas viejas se destinarán para los pobres.

El Capítulo 56 señala que el abad comerá siempre con los huéspedes.

El Capítulo 57 prescribe la humildad de los artesanos del monasterio, y si sus productos son para vender será mejor un poco más barato que su precio normal de mercado.

El Capítulo 58 impone las normas para la admisión de nuevos miembros, que no deben ser demasiado fáciles. Esta materia había sido regulada por la Iglesia desde hacia tiempo, pero en lo principal el esbozo de San Benito se adhiere a ella. El postulante pasa primero un corto tiempo como huésped; después es admitido al noviciado, donde bajo el cuidado del maestro de novicios, su vocación será puesta a prueba; durante este tiempo será siempre libre de marcharse. Si pasados los doce meses de probación, aún persevera, podrá ser admitido a los votos de Perseverancia, Conversión de costumbres y Obediencia, mediante los cuales el mismo se vincula de por vida al monasterio en el que profesa.

El Capítulo 59 permite la admisión de niños en el monasterio bajo ciertas condiciones.

El Capítulo 60 regula el lugar de los sacerdotes que puedan desear incorporarse a la comunidad. Tienen mandado dar a todos un ejemplo de humildad, y únicamente pueden ejercer sus funciones sacerdotales con el permiso del abad.

El Capítulo 61 estipula la recepción de monjes forasteros como huéspedes, y su admisión si desean incorporarse a la comunidad.

El Capítulo 62 establece que la preeminencia en la comunidad estará determinada por la fecha de entrada, el mérito de vida o por nombramiento del abad.

El Capítulo 64 ordena que el abad sea elegido por los monjes y que lo sea por su caridad, celo y discreción.

El Capítulo 65 autoriza, si es necesario, el nombramiento de un prepósito o prior, pero advierte que este está totalmente subordinado al abad y podría ser amonestado, depuesto o incluso expulsado en caso de mala conducta.

El Capítulo 66 estipula la designación de un portero, y recomienda que cada monasterio sea, en la medida de lo posible, autosuficiente, para evitar la necesidad de intercambio con el mundo exterior.

El Capítulo 67 da las instrucciones sobre el comportamiento de los monjes que sean enviados de viaje.

El Capítulo 68 manda que todos procurarán cumplir alegremente todo lo que se les ordene por muy difícil que pueda parecer.

El Capítulo 69 prohíbe a los monjes defender uno a otro.

El Capítulo 70 les prohíbe pegar a otro.

El Capítulo 71 anima a la comunidad a ser obedientes no solo con el abad y sus prepósitos sino también unos con otros.

El Capítulo 72 es una breve exhortación al buen celo y a la caridad fraterna.

El Capítulo 73 es un epílogo en el que se declara que esta Regla no se ofrece como un ideal de perfección, sino como simplemente como un medio hacia la piedad y está dirigida principalmente a los que se inician en la vida espiritual.

Características de la Regla

Al considerar las características básicas de esta Santa Regla, lo primero que impresiona al lector es su maravillosa discreción y moderación, su extrema sensatez y su certera visión tanto de las capacidades como de las debilidades de la naturaleza humana. No hay en ella ningún exceso, ni ascetismos extraordinarios, ni estrecheces mentales sino más bien una serie de regulaciones sensatas basadas en un sano sentido común. Vemos estas características expuestas en la eliminación intencionada de austeridades y en concesiones realizadas en los que para los monjes egipcios habría sido un lujo. Algunas pocas comparaciones entre las costumbres de estos últimos y las prescripciones de la Regla de San Benito servirán para resaltar más claramente la profundidad de los cambios en esta dirección.

Con respecto a la alimentación, la ascética egipcia reducía esta al mínimo, muchos de ellos solamente comían dos o tres veces por semana, mientras que Casiano describe como una "comida suntuosa" (Coll. Vii, 1) una comida que consistía en guisantes tostados con sal y aceite, tres aceitunas, dos ciruelas y un higo. San Benito, por otra parte, a pesar de que restringía el uso de la carne a los enfermos, establecía una libra diaria de pan y dos platos de alimentos cocidos en cada comida, que eran dos en verano y uno en invierno. También permitía una asignación de vino, a pesar de admitir que no debería ser una bebida apropiada para los monjes (Capítulo 40). Con relación al vestido, la provisión de San Benito de que el hábito fuera apropiado, lo suficientemente cálido y no demasiado viejo, marcaba un gran contraste con los monjes egipcios, cuyos vestidos, según estableció el abad Pambo, deberían ser tan pobres que si se abandonarán en el camino nadie querría recogerlos (Apophthegmata, en P.G. LXV, 369). Con respecto al sueño, mientras que los ermitaños egipcios lo consideraban como una de sus favoritas formas de austeridad, San Benito estableció de seis a ocho horas de sueño continuado, con el añadido de una siesta en verano. Además, a menudo los monjes egipcios dormían sobre el duro suelo, con piedras o esteras como almohadas, y con frecuencia, simplemente sentados o recostados, como manda la Regla Pacomiana, mientras que el abad Juan era incapaz de mencionar sin vergüenza el hallazgo de una manta en la celda de un ermitaño (Casiano, Coll. xix, 6). Por el contrario, San Benito permitía además de una manta, una colcha, un colchón y una almohadilla por cada monje. Esta relativa liberalidad con respecto a las necesidades de la vida, aunque clara y quizá pobre, si la examinamos con el concepto actual de comfort, era mucho mayor que entre los italianos pobres del siglo VI o incluso entre muchos campesinos europeos de nuestros días. El propósito de San Benito parece haber sido el mantener el cuerpo de los monjes en unas condiciones saludables a través de la oportuna vestimenta, la suficiente alimentación y el abundante sueño, de tal manera que pudieran así estar mejor dispuestos para la celebración conveniente del Oficio Divino y quedar liberados de toda competencia ascética perturbadora, que ya se ha sido comentada. Sin embargo, no hubo deseo de rebajar el ideal o de minimizar el autosacrificio que supone la adopción de la vida monástica, sino más bien el propósito de adaptarla a las cambiantes circunstancias del ambiente de Occidente, que necesariamente eran muy distintas a las de Egipto y a las de Oriente. La sabiduría y pericia con la que lo consiguió se hace evidente en cualquier página de la Regla, tanto es así que Bossuet fue capaz de denominarla "un resumen del Cristianismo, un compendio erudito y misterioso de toda las doctrinas del Evangelio, de todas las instituciones de los Padres, y de todos los Consejos de Perfección".

San Benito se dio cuenta de la necesidad de una regla de gobierno permanente y uniforme en lugar de la elección arbitraria y variable de modelos obtenidos a partir de las vidas y máximas de los Padres del Desierto. Y así tenemos la característica de colectivismo, demostrada con su insistencia en la vida comunitaria, en oposición al individualismo de los monjes Egipcios. Uno de los objetivos que tenía a la vista al escribir su Regla fue el de la extirpación de los Sarabitas y Girovagos, a los que condena con fuerza en el primer capítulo y de cuya mala vida probablemente habría tenido experiencias desagradables durante sus primero años en Subiaco. Para este propósito introdujo el voto de Estabilidad, que se convirtió en garantía de triunfo y perseverancia. Esto es solamente otro ejemplo de la idea de familia que impregna la Regla entera, a través de la cual los miembros de la comunidad se ataban con un vínculo de familia, y cada uno tomaba sobre sí la obligación de perseverar en el monasterio hasta su muerte, a menos que se le enviase a otro lugar por sus superiores. Esto asegura a la comunidad en conjunto, y todos sus miembros individualmente, una participación en todos los frutos que puedan surgir del trabajo de cada monje, y esto da a cada uno de ellos esa fuerza y vitalidad que necesariamente resulta de formar parte de una familia unida, todos unidos de la misma manera y persiguiendo los mismos fines. De esta manera, haga lo que haga el monje, no lo hace como individuo independiente sino como parte de una organización superior y así la propia comunidad se convierte en un conjunto unido más que una mera yuxtaposición de miembros independientes. El voto de Conversión de vida alude al esfuerzo personal tras la perfección que debe ser el objetivo de todo monje benedictino. Toda la legislación de la Regla, la constante represión de uno mismo, el conformar cualquier acción personal a un norma definitiva, y la prolongación de esta forma de vida hasta el final de la vida de uno, esta dirigida hacia "el desprenderse del hombre viejo y el revestirse del hombre nuevo" , y así realizar la conversio morum que es inseparable de la larga vida de perseverancia bajo los postulados de la Regla. La práctica de la obediencia es una característica necesaria en el concepto de la vida religiosa de San Benito, si no efectivamente su esencia básica. No solamente hay un capítulo especial dedicada a ella en la visión de la vida religiosa de San Benito, sino que de forma reiterada se refiere a ella como el principio que debe guiar la vida del monje; es tan esencial que es objeto de un voto especial en toda institución religiosa, sean los benedictinos o no u otros. Según la visión de San Benito, esta constituye uno de los trabajos positivos en los que el monje debe someterse a si mismo, por eso lo denominó labor obedientiae (Prólogo). Esta debe ser alegre, sin condiciones, y pronta; sobre todo hacia el abad, que debe ser obedecido como si ocupara el lugar de Cristo, y también hacia todos los hermanos de acuerdo con los dictados de la caridad fraterna, al ser "el camino que nos lleva a Dios (Capítulo 71). Igualmente esta se aplica a las cosas difíciles e incluso a las imposibles, en este ultimo caso se intentarán con toda humildad. En conexión con el tema de la obediencia hay una nueva cuestión como es la del sistema de gobierno contenido en la Regla. La vida de la comunidad gira alrededor del abad (considerado) como padre de familia. Mucha libertad con vista a los detalles se le dejaba a su "discreción y juicio", pero esta autoridad, lejos de ser absoluta o ilimitada, quedaba salvaguardada por la obligación que recaía sobre el, de consultar a la comunidad acerca de todos los asuntos que afectarán a su bienestar, bien a los mayores solamente o a toda la comunidad. Y por otra parte, dondequiera que parece que hay una cierta libertad concedida a los propios monjes, esta, a su vez, esta protegida contra imprudencias por la reiterada insistencia en la necesidad de la sanción y aprobación del abad. Los votos de pobreza y castidad, pese a no ser mencionados de forma expresa por San Benito, como en las reglas de otras órdenes, se encuentran, sin embargo, enraizados tan claramente como para formar parte esencial e indisputable de la vida de los que el legisla. De esta forma, por medio de los votos y de la práctica de las variadas virtudes necesarias para su propia observancia, se comprobará que la regla de San Benito consta no solo de una serie de norma que regulan los detalles externos de la vida monástica sino también todos los principios de perfección de acuerdo a los Consejos Evangélicos.

Con respecto a la obligación o poder vinculante de la Regla, debemos de distinguir entre estatutos o preceptos y los consejos. Las primeras serían aquellas leyes que ni mandan ni prohíben de forma absoluta, y con las últimas, aquellas que son únicamente recomendaciones. Por lo general, los comentaristas sostienen que los preceptos de la Regla obligan solamente bajo la pena de pecado venial, y los consejos ni siquiera. En realidad transgresiones de gravedad contra los votos podrían, por otra parte, caer dentro de la categoría de pecado mortal. Debe recordarse, sin embargo, que en todos estos temas los principios de teología moral, las leyes canónicas, las decisiones de la Iglesia, y las regulaciones de las diferentes congregaciones deben ser tomadas en consideración al juzgar cualquier caso particular.

Labor práctica de la Regla

No se puede aducir un testimonio mayor acerca de las excelencias inherentes a la Regla que los resultados que ha obtenido en Europa Occidental y en otros lugares; y ninguna cualidad llama tanto la atención como su adaptabilidad a las necesidades siempre cambiantes de tiempo y lugar desde los días de San Bernardo. Su carácter duradero es el más alto testimonio de su sabiduría. Durante catorce siglos ha sido la luz que ha guiado a una numerosa familia de religiosos, hombres y mujeres, y es un código vivo en el momento presente tal y como lo era hace mil años. A pesar de modificaciones y adaptaciones, de tiempo en tiempo, para adaptarse a las necesidades peculiares y condiciones de diferentes épocas y países, en virtud de la maravillosa elasticidad de sus principios todavía permanece idéntica, y ha constituido la base fundamental de una gran variedad de cuerpos religiosos. Ha merecido los elogios de concilios, papas, y glosadores, y su vitalidad es tan vigorosa en el momento actual como lo había sido en las épocas de fe. Pese a que no formaba parte de los designios de San Benito que sus herederos espirituales fueran figuras en el mundo como escritores u hombres de estado, como conservadores de la literatura pagana, como reanimadores de la agricultura, o como constructores de castillos y catedrales, sin embargo las circunstancias los condujeron hacia todos esos ámbitos. Su única idea fue la del entrenamiento moral y espiritual de sus discípulos, y sin embargo, al realizar esto hizo del claustro una escuela de trabajadores útiles, un refugio real para la sociedad, y un sólido baluarte de la Iglesia (Dudden, Gregory the Great, II, ix). La Regla, en lugar de limitar al monje a una forma particular de trabajo, le capacitaba para hacer casi cualquier tipo de trabajo, y de esta manera lo espiritualizaba y elevaba por encima del mero artesano seglar. En esto reside uno de los secretos de su éxito.

Los resultados de la realización o cumplimiento de los preceptos de la Regla son abundantemente manifiestos o evidentes en la historia. El del trabajo manual, por ejemplo, que San Benito estableció como absolutamente esencial para sus monjes, produjo muchos de los logros arquitectónicos que constituyen la gloria del mundo cristiano. Muchas catedrales (especialmente en Inglaterra), abadías, e iglesias, esparcidas a lo largo y ancho de Europa Occidental, fueron obra de constructores y arquitectos benedictinos. El cultivo de la tierra, que estimuló San Benito, fue otra forma de trabajo a la que sus seguidores se entregaron sin reserva y con visible éxito, lo que hace que muchas regiones deban gran parte de su prosperidad agrícola a la experta labranza de los hijos de San Benito. Las horas establecidas por la Regla para dedicarse diariamente a la lectura sistemática y al estudio, han proporcionado al mundo muchos de los primeros eruditos y escritores, de tal forma que la expresión "erudición Benedictina" ha sido durante siglos un dicho que expresa el estudio e investigación laboriosa estimulada desde los claustros benedictinos. Las normas respecto a la recepción y educación de niños, constituyeron, por otra parte, el germen a partir del cual surgieron un gran número de escuelas monásticas y universidades que florecieron en la Edad Media.

Es cierto que como las comunidades llegaron a enriquecerse y por consiguiente, menos dependientes de su propio trabajo para su mantenimiento, disminuyó el fervor primitivo por la Regla, y por esta causa han sido hechas cargos de corrupción y absoluto alejamiento contra los monjes de los ideales monásticos. A pesar de que es imposible negar que las numerosas reformas que se iniciaron parecen dar la razón a este punto de vista, no se puede negar que la Institución benedictina, en conjunto, nunca llegó a estar realmente degenerada o decayó profundamente del ideal establecido por su legislador. Ciertamente hubo fallos individuales tanto como de relajación de la regla de tiempo en tiempo, pero la pérdida de fervor de un monasterio particular no compromete más a todos los monasterios del mismo país que las faltas de un monje desacreditan necesariamente al resto de la comunidad a la que pertenece. Así mientras que admitiendo que el rigor de la Regla ha variado en diferentes épocas y en distintos países, debemos, por otra parte, recordar que investigaciones históricas actuales han absuelto del todo al cuerpo monástico en conjunto del cargo de una desviación de los principios de la Regla y de una amplia corrupción del ideal o la práctica. A menudo, las circunstancias han concedido atenuaciones necesarias pero siempre han sido introducidas como tales y no como mejores o nuevas interpretaciones de la propia Regla. El hecho de que los benedictinos todavía se gloríen de su Regla, la guarden celosamente y la señalen como el modelo según el cual se esfuerzan en modelar sus propias vidas, es en sí mismo, la prueba más profunda de que todavía están imbuidos de su espíritu a pesar de reconocer su laxitud de aplicación y su adaptabilidad a situaciones variadas.

Bibliografía

MONTALAMBERT, Monks of the West (Tr., London, 1896), IV; TOSTI, St. Benedict , tr. Woods (London, 1896); DOYLE, The Teaching of St. Benedict (London,1887); DUDDEN , Gregory the Great (London, 1905); BUTLER Lausiac History of Palladius , Introd., XIX in Cambridge Texts and Studies (Cambridge, 1898); IDEM, The Text of St. Benedict's Rule , in Downside Review , XVII, 223; and in Journal of Theol. Studies , III, 458; BESSE, Le Moine Bénédictine (Ligué], 1898); HAEFTEN, Disquisitiones Monasticae (Antwerp, 1644); SCHMIDT, Regula Scti. Benedicit (Rtatisbon, 1880, 1892); WOELFFLIN, Benedicti Regula Monachorum (Leipzig, 1895); TRAUBE, Textgeschicte der Regula S. Benedicti (Munich 1898). COMENTARIOS: WARNEFRID (Monte Cassino, 1880); MÈGE (Paris, 1687); MARTÈNE (Paris, 1690); también en P.L. LXVI; CALMET (Paris, 1734); MABILLON, Prefaces to Acta Sanctorum O.S.B. (Venice, 1733). TRADUCCIONES INGLESAS DE LA REGLA: ANONYMOUS (Ramsgate, 1872; Rome, 1895); DOYLE, ed. (London, 1875); VERHEYEN (Atchison, Kansas, 1906); HUNTER-BLAIR (Fort Augustus, Scotland, 1906).

TRADUCCION ESPAÑOLA DE LA REGLA: Garcia M. Colombas, L. Sansegundo y O. Cunill, San Benito, su vida y su Regla (BAC, Madrid, 1968) Garcia M. Colombas e I. Aranguren, La Regla de San Benito ( BAC, Madrid, 1979).

BIBLIOGRAFÍA ACTUALIZADA: G. Mª. Colombas, El monacato primitivo (BAC, Madrid, 1975); Hanslik, R.: Benedicto Regula (CSEL, Viena, 1960); Schuster, L. Saint Benoit et son temps (París, 1950); Vogüé, A de: La communauté et l abbé dans la Régle de Saint Benoît (París, 1961); Vogüé, A. de: La Régle de Saint Benoît (SC, París, 1972); Vogüé, A de: La Régle du Maître (SC, París, 1964);

Escrito por G. CYPRIAN ALSTON Trascrito por Robert Gordon Traducido por Daniel Gutiérrez Carreras


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Selección de imágenes y enlaces: José Gálvez Krüger


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