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Jueves, 28 de marzo de 2024

La Ciudad de los Reyes y su Plaza Mayor, como jeroglífico de la Pasión de Cristo

De Enciclopedia Católica

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NOTA DEL DIRECTOR: TEXTO EN PROCESO DE verificación Y PENDIENTE DE CENSURA ECLESIÁSTICA

Sabemos que debemos a los jesuitas el perfeccionamiento del Teatro moralizante, didáctico y propagandístico, que fue usado tanto en sus centros de enseñanza como en las zonas de Misión. Los hijos de Loyola bien pueden ser considerados como los pioneros de los métodos de enseñanza audivisual, teatral y musical, y antecesores de algunas técnicas cinematográficas modernas. La Cardiomorfosis apunta a la transformación del Corazón de limeño, pero igualmente de la ciudad y del Imperio al que pertenecía. Surge, entonces la pregunta ¿cómo se transformaba el corazón de la Ciudad? La conversión de la ciudad a Cristo comenzaba con las prácticas cardiomórficas de todos y cada uno de sus habitantes, de manera votiva, activa y purgativa. La cardiomorfosis votiva se practicaba en la casa y la activa en la plaza; en tanto que que la purgativa y penitencial en el corazón de todos. Prueba de ello son los numeorso humilladeros en forma de “Cruz de los improperios” que, pesar del tiempo, se conservan en Lima.

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En la cardiomorfosis votiva el creyente común, aconsejado por el confesor y vigilado por el director espiritual elegía una o dos consideraciones de los sufrimientos del Sagrado Corazón de Jesús, con el deseo de únirse a Él, para así sufrir con El, morir con él y resucitar con El; para pagar así amor con amor. Todo a partir de modelos bien determinados en los los diversos libros de emblemas de Amor divino, por lo general de autoria jesuita. La cardiomorfosis votiva comienza con el vencimiento de si mismo; se sostenía, se fortalecía y progresaba gradualmente. Estaba voluntariamente sujeto a una cadena libradora que la ataba a los corazones modélicos de San José, la Virgen María y Jesucristo y al Sagrado Corazón. Estando atados a la Verdad Misma, al Maestro y a los custodios de la Verdad alcanzaban la Libertad plena, porque la Verdad libera. La libertad del alma se obtenia en el instante mismo de la muerte corporal, cuando le “llegaba la hora”. Se vivía meditando sobre la muerte y se deseaba estar preparado para la llegada de Cristo en Gloria, y el final de los tiempos, del que sólo se sabía y se sabe que llegara, sin día ni hora conocidos.

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El Triunfo de la Verdad

La consideración de los sufrimientos del Sagrado Corazón eran motivo de atención de los creyentes todos los meses del año, todos los días del mes y todas las horas del día como lo prueban los relojes y las agendas de progreso espiritual. Todo era motivo y pretexto para un santo ejercicio de la memoria, campo en el que los jesuitas solían recurrir a la quirología, como dándonos a entender que tenemos la salvación al alcance de la mano. En este sentido debe entenderse la mano mnemotécnica del Examen de Conciencia de los Ejercicios Espirituales, la mano menemotécnica de la Santa Familia intercesora (mano poderosa) y la incontable iconografía de los santos tocándose el corazón u ofreciéndoselo, en amores inflamado a Cristo.

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En otras palabras, era un <<estar en tensión hacia>> . La cardiomorfosis pública, se hacía manifiesta y patente en las calles de Lima, y en torno del corazón de la ciudad que está al medio de la Plaza Mayor , concretamente en su célebre fuente de bronce, que -como consta por iconografía- era jeroglíficio del Sagrado Corazón de Jesús y de la Exaltación de la Eucaristía . Dicho en otras palabras, se pasa de la asociación domestica, individual al Vía Crucis en privado, a la asoción urbana, colectiva y pública al Camino de la Cruz.

Si el penitente doméstico- mediante la composición de lugar- se ponía en presencia de Cristo y participaba de su Pasión, merced al recurso teatral jesuita se permitía a todos los habitantes de la ciudad ver con los ojos del cuerpo, lo que a lo largo del año habían percibido individualmente “con los ojos del corazón”, que son los “ojos del alma.”

Mediante el tetro y el recurso al jeroglifo, la Plaza Mayor de Lima sintetiza los santos lugares y convierte a sus calles la Vía dolorosa . El puente de piedra y el arco ceremonial nos abre la puerta a dos interpretaciones del espacio urbano virreinal limeño, primero como escenario de la Pasión y luego como reflejo de la Mística Ciudad de Dios, como Christianópolis, Baluarte de la fe, Real del Sagrada Eucaristía y Puerto de asalvación. Estos conceptos los abordaremos posteriotmente con las debidas fundamentaciones.


El puente de piedra y el arco ceremonial funcionan como separador espacial y temporal. Es como una tramoya teatral ingeniosa que cambia las luces y los telones de fondo de un escenario que permanece inalterable, pero en el que varían las circunstancia. En el primer acto del Teatro de la Pasión, es Cristo quien se dirige desde las huertas hacia la Ciudad Santa; transita por el puente, montado en mansísima bestia y pasa en glloria por la Puerta dorada. En la noche de su Pasión, Cristo es prendido en las huertas, amarrado, arrastrado y arrojado del puente, como si Él fuese una bestia feroz a la que es menester restarle bríos. Las ubicación de todos los edificios públicos en la Plaza Mayor de Lima, ayudaban a la composción de un lugar lejano y desconocido, pero cuyos escenarios debido a la fluidez de los relatos de la Pasión parecen no estar muy distantes unos de los otros; idea que sería reforzada por los grabados, que en segundos planos y con notas indicativas señalan las casas de los Sacerdotes Anás y Caifas, el Palacio de Herodes, el Palacio de Pilatos y el Calvario. La vecindad de San Francisco, la hace un creíble esecenario del cenáculo en el Teatro de la Pasión, porque en un solo edificio podemos encontrar, con solo cambiar de ambientes, una gigantesca y detallada pintura de la escena en el refectorio –que precede a la pasión - y el despliegue de los improperios de Cristo sobre la gigantesca escalera, a la manera de un mapa que nos señala qué camino se debe seguir para encontarar a Cristo en la calle (Via dolorosa) y acompañarlo en cada paso de su Pasión. Después de la Instituía la Cena Eucarística, Cristo se retiró, con los que amaba a la huerta de Getsemani. Es prendido, maniatado y arrastrado como una bestia –como ya dijimos- a la casa de los sacerdotes. Quiero que se entienda bien: los Santos Cristos procesionales, no juegan el rol de las fichas en el tablero del Gran Juego de la Oca. No se trata tampoco de títeres que se manipulan en un escenario de cartón, al antojo de un artista ambulante. Son simplemente manifestaciones de piedad y exteriorización de devociones a determinadas estaciones del Via Crucis. No son celebraciones litúrgicas, tampoco son actuaciones teatrales de la Pasión mediante maniquíes; son, en realidad, marchas penitenciales. Cuando hablamos de Teatro de la Pasión nos referimos a que los ciudadanos de Lima de entonces podían ver como-en-un-teatro, todos los actos del Drama de la Pasión de Cristo. La Feliz coincidencia de concurrir en un solo lugar los edificios del poder Real, Episcopal, Municipal, y además el patíbulo, la Iglesia Catedral, su parroquia “El Sagrario” y el cementerio, permitía unir la visión de lo Temporal y la Visión de lo Eterno con una sola mirda. Además, el Tiempo Litúrgico que se atravesaba y la Celbración de los Sagrados Misterios convertía y convierte – sobrenaturalmente- en realidad, en el Pan Eucarístico, lo que poco antes eran sólo figuras, alegorías y representaciones artísticas, propuestas al creyente con el fin de erfervorizar su corazón y hacerlo digno de recibir la Sagrada Comunión. Dicho esto, a partir de aquí. no usaremos el condicicional sino el afirmativo, debido a que hay antecedentes en la pintura virreinal que nos permiten esa licencia, tal como es el “Ingreso a San Agustin a Hipona”, teniendo como telón de fondo el arzobispado, el Sagrario y la Catedral de Lima. Esta licencia artística, es un artitificio pedagógico muy frecuente en el Barroco, que permite superponer en un solo espacio lugares y momentos distintos, con la sola condición de que haya un relato central común y se admita para ambos casos doble o triple analogía.

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Entregado Cristo, por Judas. a los viles sayones, es conducido a la presencia de los Sacerdotes. El Palacio arzobispal es jeroglífico de la casa de los sinedritas donde se urdió la manera de hacerle caer y prenderle; y en donde, una vez prendido, es vejado y maltratado por los sirvientes de los príncipes de los sacerdotes.


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Siguiendo el razonamiento anterior, el Palacio del Virrey es jerogífico del Palacio de Herodes. El ayuntamiento es el Pretorio en cuya la cárcel Cristo fue azotado, burlado, coronado de espinas y antepuesto a un asesino, y , finalmente, condenado a muerte. Llegados a este punto conviene recordar el Ceremonial de la República del Peú en las celebraciones de Semana Santa, heredada de los tiempos virreinales, en el que se percibe cómo el Jefe de Estado asume ceremonialmente la potestad que tuvo Pilatos de salvar o condenar a Cristo en el Litóstrotos: al final de la Misa de Jueves Santo, una vez reservado el Santísimo Sacramento del Altar, en el Monumento, el Señor Presidente de la República recibía del Señor Arzobispo de Lima, la llave del tabernáculo - hecha en metal fino- y se la colgaba al cuello con una cadena de oro, significando que Cristo estaba prisionero por el consorcio del poder del templo y del pretorio. Si ceremonialmente una persona asume en el “presente” las atribuciones de un funcionario del pasado, no repugna a la lógica, ni al sentido común ni a la coherencia del discurso, que los edificios contemporános sean jeroglíficio de los antiguos. El Señor Presidente de la República vestido de Gran Gala, volvía al día siguiente a la Catedral, a la que entraba bajo palio, y devolvía la llave que abría la Puerta de Jesús cautivo, significando que Cristo moría por voluntad y sentencia de Pilatos.

Siguiendo la línea de los razonamientos anteriores, la Catedral es jeroglífico del Templo cuyo velo se rasgó al expirar el Señor, el rollo público es la Cruz clavada en el Gólgota, y la Iglesia del Sagrario, es el Santo Sepulcro.

Una cosa es la Celebración Sacramental del Misterio, y otra la manifestación de congoja general por el deicidio. Es el momento en que las Ordenes religiosas con sus Hermandades y Cofradías convierten las calles en una vía dolorosa, por la que transitan los Cristos de palo.

Elevado en tronos procesionales, Cristo, a la manera del “cuadro por cuadro cinematográfico” desfila ante los conmovidos files, bien besado por Judas, o azotado en la columna, o coronado por los soldados, o elevado en la cruz, o dialogando con los ladrones o yacente en una litera sepulcral. Las multitudes sienten que el mismo Cristo los mira, atravesándoles el alma de vergüenza, dolor y ansias de expiación.

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La ciudad en cardiomorfosios, muere al pecado unida al madero de la Cruz y mediante la Resurrección de Cristo renace a la vida de la Gracia, con conciencia del pecado perdonado, con horror del pecado cometido, deseando morir antes que volver a pecar, y odiando de todo corazón a quien introdujo el pecado en el mundo. En tanto que individuo, el limeño edifica un “castillo interior, según el modelo de Santa Teresa y en tanto que comunidad de creyentes levanta murallas y plazas fuertes para proteger la civitas terrena spitualis, y su mayor tesoro, que es la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, la Pureza de la Fe y el vínculo de la Caridad que une a los ciudadanos: la morada interior defiende de las tentaciones del demonio; la muralla cívica defiende la ciudad de las obras de los agentes del demonio, que son la herejía (personificada en los piratas), porque que niega la Pura y Limpia Concepción de María, y es un gusano que apolilla la Doctrina, y a la vez, un pirata que roba la Salvación. Esta ciudad arranca de su seno- cuando los descubre- a moros y judíos porque niegan la divinidad de Cristo Salvador. La Cardiomorfosis de los jesuitas, en verdad es una excelente sistematización de las lecciónes que da San Agustín en “De Magistro”, respecto del uso de los símbolos en la educación. La cardiomorfosis bien predicada y bien practicada, permitía la santificación de la Ciudad; la vida en Gracia de la mayoría de sus ciudadanos era campo fértil para la doctrina de la Ciudad de Dios de San Agustín. Por eso, no nos extrañe que la Ciudad de los Reyes haya exaltado arquitectonicamente, por sobre cualquier otro santo, al Obispo de Hipona, y menos aún nos sorprenda que la Gran Procesión de semana Santa, con toda la Pasión de Cristo, incluida la estatua de la Muerte, saliera de su Iglesia titular.

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José Gálvez Krüger