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Martes, 16 de abril de 2024

Intercesión

De Enciclopedia Católica

Revisión de 07:26 26 nov 2009 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Página creada con '('''Mediación''') ==Definición== Interceder es ir o venir entre dos partes, suplicar ante una de ellas a favor de la otra. En el Nuevo Testamento se usa como equivalent…')

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(Mediación)

Definición

Interceder es ir o venir entre dos partes, suplicar ante una de ellas a favor de la otra. En el Nuevo Testamento se usa como equivalente de entygchanein (Vulgata interpellare, en Hebreos 7,25). “Mediación” significa ponerse en medio de dos partes (contendientes), con el propósito de reconciliarlos (cf. mediator, mesites, 1 Tim. 2,5).

En el uso eclesiástico ambas palabras se toman en el sentido de la intervención principalmente de Jesucristo y segundo de la Bendita Virgen María y los ángeles y santos, a favor del ser humano. Sin embargo, sería mejor restringir la palabra mediación para la acción de Cristo, e intercesión para la acción de la Virgen María, los ángeles y los santos. En este artículo se tratará brevemente con: I. La mediación de Cristo; y más en detalle II. la intercesión de los santos.

La Mediación de Cristo

Al considerar la mediación de Cristo debemos distinguir entre su posición y su oficio. Como Hombre-Dios Él está en medio de Dios y el hombre participando de las naturalezas de ambos, y por lo tanto, por ese mismo hecho, apto para actuar como mediador entre ellos. Él es, ciertamente, el Mediador en el sentido absoluto de la palabra, de un modo que nadie más puede serlo. “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también” (1 Tim. 2,5). Está unido a ambos: “La cabeza de todo hombre es Cristo… la cabeza de Cristo es Dios” (1 Cor. 11,3). Su oficio de Mediador le pertenece a Él como hombre, su naturaleza humana es el principium quo, pero el valor de su acción se deriva del hecho que es una Persona Divina la que actúa. Esto lo consigue primero por el mérito de gracia y remisión del pecado, por medio del culto y satisfacción ofrecidos a Dios por y a través de Cristo. Pero, además de acercar el hombre a Dios, Cristo trae a Dios cerca del hombre, al revelarle al hombre las verdades y Mandamientos de Dios---Él es el apóstol enviado por Dios y el sumo sacerdote que nos lleva a Dios (Heb. 3,1).

Incluso en el orden físico el mero hecho de la existencia de Cristo es en sí misma una mediación entre Dios y el hombre. Al unir nuestra humanidad a su Divinidad Él nos unió a Dios y Dios a nosotros. Como dijo San Atanasio, “Cristo se hizo hombre para que los hombres se pudieran convertir en dioses” (Sobre la Encarnación 54; cf. San Agustín, “serm. De Nativitate Dom.”; Santo Tomás, III.1.2). Y por esto Cristo oró: “Que todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti…. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno”. (Juan 17,21-23). El tema de la mediación de Cristo pertenece propiamente a los artículos expiación, Jesucristo, redención, Cristo como Mediador. Vea también Santo Tomás, III.26, y los tratados sobre la Encarnación.

Intercesión e Invocación

Hablaremos aquí no sólo de intercesión, sino también de la invocación a los santos. La una ciertamente implica la otra, no clamaríamos ayuda de los santos a menos que ellos pudieran ayudarnos. El fundamento de ambas descansa en la doctrina de la Comunión de los Santos. En el artículo sobre ese tema se ha demostrado que los fieles en el cielo, en la tierra y en el purgatorio son un cuerpo místico, con Cristo como su cabeza. Todo lo que es de interés para una parte lo es para el resto, y cada uno ayuda a los demás: nosotros en la tierra al honrar e invocar a los santos y al orar por las almas en el purgatorio, y los santos en el cielo al interceder por nosotros. El Concilio de Trento estableció la doctrina católica de intercesión e invocación, la cual enseña que

“los santos, que reinan junto con Cristo, ofrecen a Dios sus propias oraciones por los hombres. Es bueno y útil invocarlos humildemente, y recurrir a sus oraciones y ayuda para obtener beneficios de Dios, a través de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor, quien es nuestro único Redentor y Salvador. Hay personas que piensan impíamente, y niegan que se deba invocar a los santos, los cuales disfrutan de felicidad eterna en el cielo; o quienes afirman que ellos no oran por los hombres, o que nuestra petición por sus oraciones es idolatría, o que es repugnante a la palabra de Dios, y es opuesto al honor del único Mediador entre Dios y el hombre, Jesucristo” (Ses. XXV).

Esto ya había sido explicado por Santo Tomás: “La oración se ofrece a una persona de dos maneras: una es como si él mismo la fuese a conceder, y la otra es a ser obtenida a través de él. De la primera forma le oramos a Dios solamente, porque todas nuestras oraciones deben ir dirigidas a obtener gracia y gloria que sólo Dios puede conceder, según las palabras del Salmo [84(83),12]: ‘Porque Yahveh Dios … da gracia y gloria’. Pero de la segunda forma le oramos a los santos ángeles y a los hombres, no para que Dios conozca nuestras oraciones a través de ellos, sino para que por sus oraciones y méritos nuestras oraciones sean más eficaces. Por lo cual se dice en Apocalipsis (8,4): ‘Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos.’” (Suma Teol. II-II, Q. LXXXIII,a.4).

La sensatez de la enseñanza y práctica católicas no pueden ser mejor establecidas que en las palabras de San Jerónimo:

“Si los Apóstoles y los mártires, mientras están todavía en el cuerpo, pueden orar por otros, en un tiempo cuando deben estar todavía ansiosos por sí mismos, ¡mucho más luego de que ganan sus coronas, victorias y triunfos! Un hombre, Moisés obtuvo de Dios el perdón para seis mil hombres armados, y San Esteban, el imitador del Señor y primer mártir en Cristo, pidió perdón para sus perseguidores, ¿será menor su poder después de haber comenzado su vida con Cristo? El apóstol San Pablo declara que doscientos setenta y seis almas que navegaban con él le fueron dadas libremente, y después que él desaparece y comienza a estar con Cristo, ¿cerrará su boca y no será capaz de emitir una palabra a favor de aquellos que a través del mundo entero creyeron en su predicación del Evangelio? ¿Y puede ser mejor el perro vivo Vigilancio que el león muerto? (“Contra Vigilant.”, n. 6, en P.L., XXIII, 344).

Las principales objeciones elevadas contra la intercesión e invocación de los santos son que estas doctrinas son opuestas a la fe y confianza que debemos tener sólo en Dios; que son una negación de los méritos completamente suficientes de Cristo; y que las mismas no pueden ser probadas en la Escritura y los Padres. Así el Artículo 22 de la Iglesia Anglicana dice: “La doctrina romana respecto a la invocación de los santos es una cosa indulgente vanamente inventada, y sin base ni garantía en la Escritura, sino más bien repugnante a la palabra de Dios.”

(1) En el artículo adoración se ha demostrado claramente que el honor rendido a los ángeles y santos es completamente diferente al supremo honor debido sólo a Dios, y solamente se les tributa como sus siervos y amigos. “El honrar a los santos que se han dormido en el Señor, el invocar su intercesión y venerar sus reliquias y cenizas, está muy lejos de disminuir la gloria de Dios, sino que más bien la aumenta, en la medida en que la esperanza del hombre se excita y confirma más, se les alienta a la imitación de los santos” (Cat. Del Concilio de Trento, pt. III, c. II, q. 11). Podemos, por supuesto, dirigir nuestras oraciones directamente a Dios, y Él puede oírnos sin la intervención de ninguna criatura. Pero esto no impide que podamos pedir la ayuda de nuestros hermanos que pueden ser más agradables a Dios que lo que somos nosotros mismos. No es porque nuestra fe y confianza sean débiles, ni porque su bondad y misericordia para nosotros sea menor, sino es porque sus preceptos nos alientan a acercárnosle a veces a través de sus siervos, como vemos al presente. Como señala Santo Tomás, invocamos a los ángeles y santos en un lenguaje muy diferente al que nos dirigimos a Dios. Le pedimos a Él que tenga misericordia de nosotros y que nos conceda lo que le pedimos, mientras que le pedimos a los santos que oren por nosotros, es decir, que unan sus peticiones a las nuestras.

Sin embargo, debemos tener en mente las palabras de Belarmino: “Cuando decimos que no se le debe pedir nada a los santos, excepto sus oraciones por nosotros, la cuestión no es sobre las palabras, sino sobre el sentido de las palabras. Pues en cuanto a las palabras se refiere, es legítimo decir ‘San Pedro, ten piedad de mí, sálvame, abre para mí las puertas del cielo’; también, “Dame salud física, paciencia, fortaleza’ etc., siempre que denotemos ‘sálvame y tenme piedad a través de tus oraciones’; ‘concédeme esto o aquello por tus oraciones y méritos’. Pues así habla San Gregorio Nacianceno (Orat. XVIII---según otros, XXIV---"De S. Cypriano" en P.G., XXXV, 1193; "Orat. de S. Athan.: En Laud. S. Athanas.", Orat. XXI, en P.G., XXXV, 1128); en "De Sanct. Beatif.", I, 17. El acto supremo de impetración, sacrificio nunca se ofrece a ninguna criatura. “Aunque la Iglesia se ha acostumbrado a veces a celebrar ciertas Misas en honor y memoria de los santos, no se deduce que ella enseñe que el sacrificio es ofrecido a ellos, sino sólo a Dios, quien los coronó; de donde el sacerdote no diría ‘Te ofrezco el sacrificio a ti, oh Pedro o Pablo’, sino que dando gracias a Dios por sus victorias, implora su patrocinio, que ellos se dignen interceder por nosotros en el cielo, cuya memoria celebramos en la tierra.” (Concilio de Trento, Ses. XXII, c. III). Las coliridianas, o filomarianitas, le ofrecían pequeñas tortas en sacrificio a la Madre de Dios; pero estas prácticas fueron condenadas por San Epifanio (Hær., LXXIX, en P.G., XLI, 740); Leoncio Bizancio, ("Contra Nest. et Eutych.", III, 6, en P.G., LXXXVI, 1364); y por San Juan Damasceno (Hær., LXXIX, en P.G., XCIV, 728).

(2) La doctrina de un Mediador, Cristo, de ningún modo excluye la invocación e intercesión de los [Comunión de los Santos|santos]]. Ciertamente todo mérito viene de Él; pero esto no hace ilegal pedir a nuestros hermanos, ya estén en la tierra o en el cielo, que nos ayuden con sus oraciones. El mismo apóstol que insiste tan fuertemente en la sola mediación de Cristo, sinceramente pide las oraciones de sus hermanos: “Pero os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones rogando a Dios por mí” (Rom. 15,30); y él mismo ora por ellos: “Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros…” (Fil. 1,3-4). Si las oraciones de los hermanos en la tierra no merman la gloria y dignidad del Mediador, Cristo, así tampoco las oraciones de los santos en el cielo.

(3) En cuanto a la prueba en la Sagrada Escritura y los Padres, podemos mostrar que el principio y la práctica de invocar la ayuda de nuestros semejantes están claramente establecidos en ambos. Que los ángeles tienen un especial interés en el bienestar del hombre es claro a partir de las palabras de Cristo: “se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lucas 15,10). En el versículo 7 simplemente dice: “habrá más alegría en el cielo” Cf. Mateo 18,10; Hebreos 1,14. Que los ángeles oran por los hombres está claro por la visión del profeta Zacarías: “Oh, Yahveh Sebaot, ¿hasta cuándo seguirás sin apiadarte de Jerusalén… y Yahveh respondió al ángel… palabras buenas, palabras de consuelo” (Zac. 1,12-13). Y el arcángel San Rafael dice: “Y cuando tú hacías oraciones con lágrimas… yo ofrecía tus oraciones al Señor” (Tobías 12,12).

La combinación de las oraciones tanto de los ángeles como de los santos se ve en la visión de San Juan: “Otro ángel vino y se puso ante el altar, con un incensario de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono. Y por mano del ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos.” (Apoc. 8,3-4). Dios mismo le ordenó a Abimélek que recurriera a la intercesión de Abraham: “…él rogará por ti para que vivas… Abraham rogó a Dios, y Dios curó a Abimélek” (Génesis 20,7.17). Así también en el caso de los amigos de Job Él dijo: “…id donde mi siervo Job, y ofrecer por vosotros un holocausto. Mi siervo Job intercederá por vosotros y, en atención a él, no os castigaré” (Job 42,8). Ciertamente la intercesión es prominente en varios pasajes del mismo Libro de Job: “¡Llama pues! ¿Habrá quién te responda? ¿a cuál de los santos vas a dirigirte?” (5,1); “Si hay entonces junto a él un Ángel, un Mediador escogido entre mil, que declare al hombre su deber que de él se apiade y diga: Líbrale de bajar a la fosa” (33,23). “Ellos (los ángeles) aparecen ante Dios como intercesores por los hombres, llevando ante Él sus necesidades, intercediendo a su favor. Esta obra está fácilmente conectada con su oficio general de laboral por el bien del hombre” (Dillman sobre Job, p. 44).

Constantemente se habla de Moisés como “mediador”: “yo estaba entre Yahveh y vosotros” (Deut. 5,5; cf. Gál. 3,19-20). Es cierto que en ninguno de los pasajes del Antiguo Testamento se hace mención de la oración a los santos, es decir; los hombres sabios departían de esta vida, pero esto estaba de acuerdo con el conocimiento imperfecto del estado de los muertos, quienes estaban todavía en el Limbo. El principio general de intercesión e invocación a los semejantes, sin embargo, está establecido en términos que no admiten negación; y este principio a su debido tiempo sería aplicado a los santos tan pronto se definió su posición. En el Nuevo Testamento el número de los santos ya idos sería comparativamente pequeño en esos tiempos primitivos.


Bibliografía: DENZINGER, Enchiridion (10ma ed., Friburgo im Br., 1908), n.984; Catechism of the Council of Trent, tr. DONOVAN (Dublín, 1867); ST. THOMAS, II-II, Q. LXXXIII, a. 4; y Suppl., Q. LXXII, a. 2; SUAREZ, De Incarnatione (Venecia, 1740-51), disp. LII; PETAVIO, De Incarnatione (Bar-le-Duc, 1864-70), XV, c. V, VI; BELLARMINE, De Controversiis Christian Fidei, II (París, 1608), Controv. quarta, I, XV ss.; WATERWORTH, Faith of Catholics, III (Nueva York, 1885); MILNER, End of Religious Controversy, ed. RIVINGTON (Londres, 1896); GIBBONS, Faith of our Fathers (Baltimore, 1890), XIII, XIV; MÖHLER, Symbolism tr. ROBERTSON, II (Londres, 1847), 140 ss.

Fuente: Scannell, Thomas. "Intercession (Mediation)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/08070a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina