Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Jueves, 28 de marzo de 2024

Devociones Populares

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

En el lenguaje de los escritores ascéticos el término devoción denota un cierto fervor o afecto por las cosas de Dios, e incluso sin ningún prefijo calificativo generalmente implica que este fervor es de un carácter sensible. Por otro lado, por el término "devociones" en plural, o "devociones populares", comúnmente entendemos aquellas prácticas externas de piedad mediante las cuales la devoción de los fieles encuentra vida y expresión. La eficacia de estas prácticas en despertar de sentimientos de devoción se deriva de cuatro fuentes principales, ya sea (1) por la fuerte apelación que hacen a los instintos emocionales del hombre, o (2) por la simplicidad de forma que los pone al alcance de todos, o (3) por el estímulo de asociación con muchos otros en la misma buena obra, o (4) por su derivación del ejemplo de personas piadosas que son veneradas por su santidad. Sin duda, se pueden encontrar otras razones aparte de éstas de por qué este o aquel ejercicio trae consigo una cierta unción espiritual que estimula y consuela al alma en la práctica de la virtud, pero los puntos que acabamos de mencionar son los más notables, y todas estas cuatro influencias se encontrarán unidas en nuestras devociones populares más familiares.

Históricamente hablando, nuestras devociones más conocidas casi todas se originaron de la imitación de alguna práctica peculiar de las órdenes religiosas o de una clase especialmente privilegiada y, por consiguiente, deben la mayor parte de su auge a la cuarta de las influencias que acabamos de mencionar. Por ejemplo, todos admiten que el Rosario en su forma más temprana fue conocido como "El Salterio de Nuestra Señora". En un momento en que la recitación de los ciento cincuenta Salmos era una práctica inculcada sobre las órdenes religiosas y sobre personas de educación, la gente más simple, incapaz de leer, o deseando el ocio necesario, recitaban en lugar de los Salmos ciento cincuenta Padrenuestros o en su lugar, más rápidamente aún, por ciento cincuenta Avemarías dichas como salutaciones a Nuestra Señora. Así, el Rosario es un Salterio en miniatura.

Asimismo, en un momento en que los deseos más ardientes de la cristiandad se centraban en Tierra Santa, y cuando los amantes del Crucificado se enfrentaban gustosamente a las dificultades en el intento de visitar las escenas de la Pasión del Salvador, aquellos que no podían llevar a cabo tal viaje se esforzaban por encontrar un equivalente siguiendo los pasos de Cristo al Calvario al menos en espíritu. El ejercicio de las Estaciones de la Cruz formó así una peregrinación en pequeño. Del mismo modo, el uso de un escapulario o de un cinturón era una forma de investidura para las personas que vivían en el mundo, con lo cual podían ponerse la librea de un instituto religioso en particular; en otras palabras, era un hábito en miniatura. O también, aquellos que deseaban los méritos de la recitación de las horas diurnas y nocturnas del clero y de los monjes, suplieron su lugar a través de diversos oficios de devoción en miniatura, de los cuales los más familiares eran el Pequeño Oficio de Nuestra Señora y las Horas de la Pasión.

Incluso las devociones que a primera vista no sugieren nada de imitación, en un escrutinio más minucioso prueban que son ilustraciones del mismo principio. El triple Avemaría del Ángelus probablemente debe su forma actual a las Tres preces que las órdenes monásticas recitaban en prima y completas desde el siglo XI; mientras que nuestra conocida Bendición del Santísimo Sacramento casi ciertamente se desarrolló a partir de una imitación de la representación musical de las antífonas de Nuestra Señora, notablemente la Salve Regina, que para el gusto popular era la característica más atractiva del oficio monástico.

No es fácil clasificar estas prácticas de piedad, y especialmente esas que conciernen a la observancia de tiempos y estaciones especiales, por ejemplo, la consagración del mes de mayo a Nuestra Señora, o del mes de junio al Sagrado Corazón; pues el ingenio piadoso de los fieles es fértil en nuevos artificios, y es difícil decidir qué grado de aceptación nos garantiza respecto a una nueva devoción como legítimamente establecida. La dedicación de mayo y junio que se acaba de mencionar, y la de noviembre a las Benditas Almas, es reconocida en todas partes, pero hay mucha menos unanimidad sobre la consagración de octubre, por ejemplo, al honor de los Ángeles de la Guarda. Esta devoción sin duda se indica en muchos libros de oración, pero ha sido en una medida oscurecida por la recomendación papal especial del Rosario en octubre, mientras también se conceden indulgencias para la novena y otros ejercicios en honor a San Francisco de Asís durante el mismo mes. Podemos notar que la consagración de marzo a San José, de septiembre a los Siete Dolores, y menos directamente la de julio a la Preciosa Sangre, también son reconocidas mediante la concesión de indulgencias.

Además, hay otras devociones cuya popularidad se ha limitado a ciertos períodos o ciertas localidades. Por ejemplo, casi no se oye al presente sobre los diversos conjuntos de "Pequeños Oficios" (por ejemplo, de la Pasión o de la Santísima Trinidad), que ocupan tanto espacio en las horas y compendios impresos de principios del siglo XVI. Los Siete Derramamientos de Sangre o las Siete Caídas de Nuestro Bendito Señor, una vez tan honrados, han desaparecido del recuerdo. Del mismo modo, el ejercicio del Salterio de Jesús, que era increíblemente querido por nuestros antepasados en los viejos días penales, parece que nunca se ha extendido más allá de los países angloparlantes y nunca ha sido indulgenciado. Por otra parte, la prevalencia de la Comunión más frecuente desde el siglo XVI ha introducido muchas nuevas prácticas de devoción desconocidas en la Edad Media. En diversos grados, son autorizados y familiares los seis domingos de San Luis, los cinco domingos de los estigmas de San Francisco, los siete domingos de la Inmaculada Concepción, los siete domingos de San José, los diez domingos de San Francisco Xavier, los diez domingos de San Ignacio de Loyola , y especialmente los nueve viernes en honor al Sagrado Corazón.

Y, como sugieren estos últimos ejemplos, hay en todas partes una tendencia a multiplicar las imitaciones. No tenemos ahora un Rosario, sino muchos rosarios o sartas (de los cuales quizás el más conocido es el Rosario de los Siete Dolores), no un escapulario sino muchos escapularios, no una "Medalla Milagrosa" sino varias. Tampoco debemos esperar siempre encontrar consistencia. En los siglos XIII y XIV, los Siete Dolores y las Siete Alegrías de Nuestra Señora eran comúnmente Cinco Dolores y Cinco Alegrías (véase Analecta Bollandiana, 1893, p.333), mientras que este último cálculo probablemente se debió mucho a la gran popularidad de la Devoción a las Cinco Llagas. Por otro lado, las indulgencias, que pueden encontrarse en la Raccolta, se han concedido a ciertas oraciones en honor de los Siete Dolores y Siete Alegrías de San José.

Sin embargo, no se debe suponer que se permite que las extravagancias devocionales se multipliquen sin control. Aunque por regla general la Santa Sede se abstiene de intervenir, salvo cuando se le denuncian directamente los abusos (en tales asuntos la práctica es dejar la represión de lo impropio o fantástico al ordinario local), todavía, de vez en cuando, donde de trata de un principio teológico, una de las Congregaciones Romanas actúa y prohíbe alguna práctica censurable. No hace mucho tiempo, por ejemplo, se prohibió la propagación de una forma particular de oración en relación con el llamado "Breve de San Antonio". La historia del lento reconocimiento por parte de la Iglesia de la devoción al Sagrado Corazón podría muy bien servir como una ilustración de la cautela con la que la Santa Sede procede en asuntos donde hay cuestión de cualquier principio teológico. El número exacto de derramamientos de sangre de Cristo, o de las alegrías de María, la moda o el color de los escapularios, medallas o insignias, la veneración a Nuestra Señora bajo una invocación particular en lugar de otra, son obviamente asuntos de importancia subordinada en los que puede resultar gran daño si se permite alguna medida de libertad a la piadosa imaginación de los fieles.

No serviría a ningún buen propósito el intentar un catálogo de devociones católicas aprobadas. Puede ser suficiente señalar que la lista de oraciones y prácticas indulgentes que se ofrecen en la Raccolta o en las obras mayores de Beringer y Mocchegiani proporcionan una indicación práctica suficiente de la medida en que tales prácticas son reconocidas y recomendadas por la Iglesia. La mayor parte de las devociones principales se tratan por separado en LA ENCICLOPEDIA CATÓLICA, ya sea que consideremos diferentes objetos y motivos de devoción —como el Santísimo Sacramento (Vea Eucaristía), la Pasión, las Cinco Heridas, el Sagrado Corazón, los Siete Dolores y, en una palabra, los principales misterios y festivales — o, además, las prácticas devocionales —por ejemplo, el Ángelus, la Bendición del Santísimo Sacramento, el Rosario, las Estaciones de la Cruz — o las confraternidades y asociaciones identificadas con formas particulares de devoción —por ejemplo, la Confraternidad de la Buena Muerte o la de la Sagrada Familia.


Bibliografía: No parece haber ninguna obra general autorizada sobre las devociones populares, pero para las indulgencies y algunos detalles históricos relacionados con ellas vea MOCCHEGIANI, Collectio Indulgentiarum (Quaracchi, 1897); BERINGER, Die Ablässe (muchas ediciones y una traducción al francés e italiano); LÉPICIER, Indulgences, tr. (Londres, 1906). Muchas de las devociones populares más familiares han sido tratadas históricamente por el presente escritor en “The Month” (1900 y 1901).

Fuente: Thurston, Herbert. "Popular Devotions." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12, pp. 275-276. New York: Robert Appleton Company, 1911. 27 Aug. 2017 <http://www.newadvent.org/cathen/12275b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina