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Viernes, 29 de marzo de 2024

Desesperanza

De Enciclopedia Católica

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La desesperanza (Latín, desperare, estar sin esperanza) considerada éticamente, es el abandono voluntario y completo de toda esperanza de salvar el alma y de disponer de los medios necesarios para ese fin. No es un estado mental pasivo; al contrario, implica un acto positivo de la voluntad mediante el cual una persona renuncia deliberadamente a cualquier expectativa de alcanzar la vida eterna. Se presupone una intervención del intelecto en virtud de la cual se llega a decidir definitivamente que la salvación es imposible. Esto último está motivado por la persuasión de que los pecados del individuo son demasiado grandes para ser perdonados o que es demasiado difícil para la naturaleza humana cooperar con la gracia de Dios o que Dios Todopoderoso no está dispuesto a ayudar a la debilidad o perdonar las ofensas de sus criaturas, etc.

Es obvio que una mera ansiedad, por aguda que sea, en cuanto al más allá no se identifica con la desesperación. Este miedo excesivo suele ser una condición negativa del alma y adecuadamente discernible de los elementos positivos que marcan claramente el vicio que llamamos desesperación. La persona pusilánime no ha renunciado tanto a la confianza en Dios pues está indebidamente aterrorizada ante el espectáculo de sus propios defectos de incapacidad. El pecado de desesperación puede a veces, aunque no necesariamente, contener la malicia adicional de la herejía en la medida en que implica un asentimiento a una proposición que está en contra de la fe, por ejemplo, que Dios no tiene la intención de suplirnos lo necesario para la salvación.

La desesperación como tal, y a diferencia de una cierta falta de confianza en sí mismo, el hundimiento del corazón o el temor arrogante es siempre un pecado mortal. La razón es que contraviene con una franqueza especial ciertos atributos del Dios Todopoderoso, como su bondad, misericordia y fidelidad. Sin duda, la desesperación no es el peor pecado concebible; el odio directo y explícito a Dios tiene la primacía del mal; tampoco es tan grande como los pecados contra la fe como la herejía formal o la apostasía. Sin embargo, su poder para causar daño en el alma humana es fundamentalmente mucho mayor que otros pecados en la medida en que corta la vía de escape y aquellos que caen bajo su hechizo se encuentran con frecuencia, de hecho, que se entregan sin reservas a toda clase de indulgencia pecaminosa.


Bibliografía: Nolkin, Summa Theologiae Moralis (Innsbruck, 1904); Rickaby, Aquinas Ethicus (London, 1896); Genicot, Theologiae Moralis Institutiones (Louvain, 1898).

Fuente: Delany, Joseph. "Despair." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4, pág. 755. New York: Robert Appleton Company, 1908. 8 sept. 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/04755a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina