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Viernes, 29 de marzo de 2024

Candeleros

De Enciclopedia Católica

Revisión de 21:22 20 feb 2012 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Página creada con '['''Nota de la Trad.''': Para mayor comprensión del presente artículo daré las definiciones dadas por la Real Academia para los términos “candelero” y “candelabro”....')

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[Nota de la Trad.: Para mayor comprensión del presente artículo daré las definiciones dadas por la Real Academia para los términos “candelero” y “candelabro”. (1) candelero: Utensilio que sirve para mantener derecha la vela o candela, y consiste en un cilindro hueco unido a un pie por una barreta o columnilla. (2) candelabro: Candelero de dos o más brazos, que se sustenta sobre su pie o sujeto en la pared. O sea, que si tiene espacio para una sola vela se llama candelero, y si tiene dos o más brazos, se llama candelabro.] Vea también los artículos velas, velas de altar, candeleros de altar, candelabro de siete brazos.

Sabemos muy poco sobre las primeras formas de candeleros usados en las iglesias cristianas. A partir de las descripciones en los registros que poseemos sobre los regalos magníficos hechos por Constantino a la basílica de Letrán y San Pedro, parecen referirse principalmente a los veladores y candelabros colgantes destinados a lámparas. Oímos también de dos conjuntos de siete candelabros de bronce, cada uno de diez pies de altura, colocados delante de los altares, pero no podemos asumir que estos candelabra aurichalca fuesen utilizados necesariamente para velas de cera (Duchesne, Liber Pontificalis, I, 173-176). Algunos de estos grandes fari deben haber sido magníficas piezas de metalistería, hechas de oro y plata con 50, 80 ó 120 "delfines", es decir, pequeños brazos hechos en esa forma y cada uno de ellos sostenía una o más lámparas. Esta extraordinaria profusión de luces, indirectamente corroborada por Prudencio (Migne, PL LIX, 820, 829) y San Paulino de Nola (Migne, PL LXI, 467 y 535) era tal que Rohault de Fleury (La Messe, VI, 5 ) estima en 8,730 el número de luces que Constantino destinó a la Basílica de Letrán. Esta práctica de proporcionar una inmensa coronœ colgante para ser encendida en las grandes fiestas parece haber durado toda la Edad Media y haberse extendido a todas las partes de la cristiandad, tanto en Oriente como en Occidente (cf. Fortunato, Migne, LXXXVIII, 127). En estos días de brillante luz artificial brillante, no podemos darnos cuenta fácilmente de cuan insólito esplendor tales despliegues impartían al culto en una época comparativamente ruda y bárbara. A estos magníficos candelabros se les daban varios nombres en el Liber Pontificalis, por ejemplo, cantharus, corona, stantareum, pharus, cicindele, etc. Estas obras de arte eran presentadas a menudo por los emperadores o personajes reales a las basílicas de Roma, y aunque de este período no sobreviven muestras de gran tamaño, se han encontrado diversos objetos más pequeños: una araña de bronce que representa una basílica y la cual tiene cabida para una docena de luces (Leclereq, Manuel d'Archéologie, II, 561), que dan una idea suficiente de su construcción.

Además de éstos, candeleros simples (cereostata) también estuvieron indudablemente en uso en una fecha muy temprana. La referencia en el Apocalipsis (1,12 ss.) a los siete candeleros de las Iglesias de Asia se derivó probablemente de alguna característica ya familiar en el culto cristiano. En el artículo VELAS se hace mención de las luces que se llevaban delante de ciertos funcionarios romanos y del candelero y vela del acólito mencionados en el llamado Cuarto Concilio de Cartago. La muy conocida medalla de Gaudenciano del siglo V o VI aparentemente muestra velas encendidas en un copón sobre el altar. Menos abiertos a discusión son los candeleros que se observan en varios mosaicos y sarcófagos tallados del mismo período. Los tallos largos están hechos, evidentemente, de la alternancia de ejes y nudos, apoyados sobre una base de tres garras de forma sencilla. Tenía una punta en la parte superior sobre la que se hincaba la vela, y así San Paulino habla de los candeleros "que llevan velas pintadas en sus puntas que sobresalen" ( Depictas exstante gerunt qu0e cuspide ceras).

De los candelabros merovingios y carolingios no existen ejemplos dignos de confianza, sino que leemos sobre la mano de obra exquisita prodigada sobre tales objetos en el tiempo de San Benito de Aniane (750-821), quien presentó un conjunto de siete a la iglesia que gobernaba. Un notable candelero de bronce aún se conserva en Kremsmünster, y algunos creen que es coetáneo con el cáliz de Tassilo (c. 810) perteneciente al mismo tesoro; pero otras autoridades asignan el candelero a una fecha por lo menos dos siglos posterior. El diseño muestra una buena dosis de audacia y gracia, pero la ejecución de metalistería no es de un orden muy elevado.

De los siglos XII y principios del XI se conservan diversos candeleros de tipo bizantino, en formas achaparradas y grotescas, que, si estaban destinados a propósitos eclesiásticos en absoluto, parecen haber sido hechos más bien para permanecer sobre la superficie del altar que para ser transportados por acólitos o colocados sobre el suelo. Hay también otras razones, derivadas en parte de las miniaturas de los manuscritos, las cuales sugieren que el uso de velas encendidas sobre el altar mismo se remonta a este período. Mucho más notable, sin embargo, son los restos de una magnífica metalistería en una escala más vasta. El gran candelabro de Reims fue conservado hasta la Revolución Francesa. Fue construido por instrucciones del tesorero Wido entre 1076 y 1097, e indudablemente estaba destinado a permanecer ante el altar mayor a imitación del gran candelabro de siete brazos del Templo de Jerusalén. Su altura era de más de dieciocho pies y su anchura de quince. En la actualidad tenemos que juzgar su mano de obra a partir de una pequeña porción del pedestal, que es lo único que ha escapado de la destrucción y se conserva ahora en la biblioteca pública de Reims.

No menos maravilloso y felizmente aún completo es el gran candelabro de Milán, conocido comúnmente como "el árbol de la Virgen". Esta chef-d'œuvre del arte del siglo XII es también un candelabro de siete brazos, y más de dieciocho pies de altura. Si el efecto general, debido a la naturaleza del tema, es más bien delgado y desparramado, la belleza del detalle en la base esculpida y los nudos que adornan el tallo difícilmente pueden ser superados. Con tan grandes candelabros de pie como como los de Reims y Milán, ninguno de los cuales se podría describir como precisamente con propósitos litúrgicos, podemos asociar ciertas grandes arañas que aún se conservan de los siglos XI, XII y XIII. Los de Reims y Toul perecieron en la Revolución Francesa. Sin embargo, en Hildesheim tenemos una corona circular de cobre dorado suspendida del techo, que data de alrededor de 1050, de veinte pies de circunferencia y que lleva setenta y dos velas. La de Aquisgrán, el regalo de Federico I (Barbarroja), cuyo nombre está inscrito en ella, es aún mayor y aún más notable por la belleza artística de sus detalles, especialmente los medallones que representan escenas de la vida de Cristo, grabados sobre cobre y pintados.

Más estrictamente destinados al servicio del altar son unos pocos ejemplares sobrevivientes de candeleros del siglo XII, el más famoso de los cuales está ahora en el Museo de South Kensington, Londres, y, como muestra la siguiente inscripción, se hizo originalmente para la Abadía de Gloucester, en la época del abad Pedro (1104-1112):

Abbatis Petri gregis et devotio mitis
Me dedit Ecclesie Sci Petri Gloecestre.

La gracia y la elaboración de los grotescos entrelazados son muy características de la época. Casi un siglo más antiguo, pero menos artísticos, son los dos candeleros de San Bernward ahora en Hildesheim; mientras que como una muestra de la obra medieval posterior será suficiente mencionar dos hermosos candeleros, de unos cinco pies de altura, conservados en la actualidad en la Catedral de Gante, pero que se cree que pertenecían antes de la Reforma a la catedral de San Pablo, en Londres.

La práctica de mantener seis candeleros grandes de forma permanente en el altar mayor parece datar sólo del siglo XVI. En una época un poco más temprana, leemos ocasionalmente de cinco, siete o nueve, según el grado de la fiesta. Sin embargo, desde la publicación del "Caeremoniale Episcoporum" en el año 1600, la presencia de tres de estos candeleros a cada lado del crucifijo central es una cuestión de derecho de rúbricas. El "Caeremoniale" también ordena que deben corresponder con el crucifijo en el patrón y deben ser de alturas graduadas, el más alto junto al crucifijo. Esta última instrucción, sin embargo, se puede considerar que ha caído en desuso.


Bibliografía: Además de las obras ya mencionadas en el artículo velas y los manuales arqueológicos de OTTE, BERGNER y REUSENS, el lector puede consultar D'ALLEMAGNE, Histoire du luminaire (Par+is, 1891); DIDRON, Annales archéologiques, especialmente vols. XII. XIII y XXI; CORBLET, Les chandeliers de l'église au moyenâge, in Revue de l'art chrétien, III; BARBIER DE MONTAULT, traité pratique de l'ameublement des églises, I, lb. III, and II, bk. XII; MARTIN Y CAHER, Mélanges d'archéologie (París, 1856), I, 93-104; III, 1-62; IV, 276-281; y más particularmente ROHAULT DE FLEURY,La Messe, VI, 1-56, y laminas correspondientes que proveen la mejor ilustración pictórica disponible sobre el tema.

Fuente: Thurston, Herbert. "Candlesticks." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. 20 Feb. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/03248a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.