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Jueves, 28 de marzo de 2024

Beethoven: Las Sinfonías de la Libertad

De Enciclopedia Católica

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Las Sinfonías de Ludwig van Beethoven han sido muchas veces consideradas como una ruptura con el pasado, con la tradición formal que adquiere en el clasicismo su máxima expresión. Sin embargo esto no es del todo cierto. La forma sonata y su aplicación a la sinfonía, que proviene de los hijos de Bach y la escuela de Mannheim hacia 1760, y llega con Wolfgang Amadeus Mozart y Franz Joseph Haydn a un gran esplendor, no va a ser quebrada por Beethoven que lo que hace más bien es explotar las grandes posibilidades de la forma, manteniendo en lo esencial sus principios: exposición desarrollo y re exposición de ideas contrastadas o complementarias. La novedad en Beethoven es el sentido dramático abstracto, con una narrativa que es más sugerente y poderosa.

Beethoven representa notablemente bien el espíritu revolucionario de la segunda mitad del siglo XVIII, que configura la Independencia Americana (Estados Unidos e Iberoamérica), y sobre todo la Revolución Francesa. Sus ideas revolucionarias buscan un ideal “Que la amistad, junto con el bien, crezcan como la sombra de la noche hasta que se apague el sol de la vida”; no lo llevan al radicalismo jacobino y a la inestabilidad de la era del terror, sino más bien al concepto del orden y de bien. Beethoven es un republicano que cree en un momento que Napoleón va a imponer en el mundo un orden nuevo que realice los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Es un revolucionario que vive rodeado de condes y príncipes, algunos que desde la aristocracia comparten algunos de los ideales libertarios en boga entre las mentes ilustradas.

Es muy cierto que su música traduce este espíritu de época, pero también lo hace la de muchos contemporáneos suyos que, sin embargo, no alcanzaron las cumbres a las que Beethoven llegó. No existe ningún compositor que haya retratado de modo tan original por un lado, como vívido por otro, el romanticismo heroico de los años de Napoleón Bonaparte y de la independencia americana, que son precisamente los mismos en los cuales compone sus nueve sinfonías. Sin embargo, la gran revolución de Beethoven se dio en el ámbito de la música y sus raíces son fundamentalmente musicales. El espíritu de conflicto y lucha está también en Mozart, aunque se expresa de otra manera: Mozart ve la oscuridad desde la luz. Beethoven por regla general ve la luz desde la oscuridad. Busca la luz, dominando su destino “Me apoderaré del destino agarrrándolo por el cuello. No me dominará”.

Desde joven Beethoven abandona el estilo galante que lo constriñe; necesita de la libertad para crear. Afirma: “La libertad y el progreso son el objeto, tanto del arte, como de la vida en general”. No obstante, en Beethoven la libertad creadora no es un fin, sino algo simplemente necesario. El fin es la creación misma.

El personaje Beethoven se presenta irrespetuoso, irreverente y hasta malcriado e irascible. La Revolución había producido una moda, especialmente entre los artistas: una manera de vestir, de hablar, de comportamiento irrespetuoso. Pero más allá de la moda y del carácter propio sin duda explosivo e irascible, el terrible Beethoven fue en gran medida construido por la sociedad vienesa, Schubert antes de conocerlo tenía pavor de tratarlo y se encontró con un hombre sencillo, tierno. Al respecto Beethoven habrá de señalar: “Los que piensan o dicen que soy malévolo, obstinado o misántropo, cuánto se equivocan acerca de mí”. Su música sin embargo representa al “mal educado”, poco pulcra o galante, brusca en sus sonoridades, con sforzati imprevistos. Pero esto responde también a un concepto propio del arte y del genio: “Todavía no se han levantado las vallas que le digan al talento: De aquí no pasarás”.

Es interesante una observación hecha por Haydn en la corta época en que fuera maestro de Beethoven, que pone de manifiesto el espíritu indómito y la originalidad del genio de Bonn: “Usted tendrá un rendimiento mayor del que hasta ahora ha tenido nadie, pues posee pensamientos que nadie ha poseído todavía. Jamás sacrificará usted un bello pensamiento a una regla tiránica, y hará bien en ello. Pero debe sacrificar sus caprichos a las reglas, pues tengo la impresión de que usted tiene varias cabezas y varios corazones. En sus obras se encontrará siempre algo fuera de lo corriente, cosas bellas, pero también algo singular y oscuro, porque usted mismo es un poco tenebroso y singular."

En muchas obras de Beethoven hay materiales musicales provenientes de la música revolucionaria francesa; se sabe sin embargo que en su biblioteca no había literatura francesa del siglo XVIII. No obstante, con materiales del acervo revolucionario no produce Beethoven una obra ideologizada. A fines del siglo XVIII cobra un gran predominio la música militar; esto ya se observa en Mozart y en Haydn, con la percusión turca y las fanfarrias. En la música eclesiástica y en la música sinfónica lo militar se sacraliza como símbolo del triunfo de la cristiandad contra el Gran Turco, consolidado en el siglo XVIII, y esto en Viena, acosada por los turcos en 1529 y en 1683, adquiere mayor importancia. Pero en la época de la revolución y en la napoleónica la música militar se convierte en moda.

La presencia de lo militar en Beethoven es propia de la moda, pero cobra otro sentido. En sus sinfonías especialmente, con un mayor predominio de los instrumentos de viento y sonoridades militares vigorosas, no se conmemoran triunfos militares o políticos; lo que se celebra es la humanidad, como protagonista de una lucha; pero es el héroe, el mediador, el que ha de luchar por la humanidad. Fue Napoleón en principio, pero particularmente fue Beethoven mismo este héroe. Con sus luchas, con su dialéctica del sufrimiento y la alegría Beethoven intenta redimir a la humanidad. Los temas militares de moda cambian de sentido, se hacen transcendentes en Beethoven, escapan a la simple moda, a la ideología revolucionaria.

La creación artística trasciende a la historia en la cual surge. Pero esta lucha no está al margen de la composición, la obra de arte no lo la evoca simplemente. La obra es fruto de la lucha. La alegría no se conquista o se crea, es la creación misma. Y esta alegría está y se da en la vida misma, se manifiesta en contextos reales. Beethoven dirá “Nosotros seres limitados de espíritu limitado hemos nacido solo para el sufrimiento y la alegría, y casi se podría decir que los más eminentes se apropian de la alegría a través del sufrimiento”. Esta peculiar dialéctica no sitúa a la alegría y al dolor como dos fuerzas antagónicas, el dolor, la lucha, es el camino a la alegría.

Se sabe que cuando Beethoven llegó a Viena ya tenía el proyecto de ponerle música a la oda a la alegría de Schiller. La relación heroica entre el dolor y la alegría ya era su tema; aunque a lo largo de los años, su propio drama personal irá formando en él este sentido de la alegría como conquista dolorosa.

Beethoven consideraba que la música constituye una revelación más alta que ninguna filosofía. Sus sinfonías son antes que nada una filosofía expuesta en música. Por alguien que dice además: “Hay momentos en que me parece que el lenguaje no sirve todavía absolutamente para nada”, y que piensa que hay cosas que solo puede decir con el piano o con la orquesta.

Si bien la temática musical cambia de sinfonía en sinfonía, a diferencia de lo que ocurrirá en Mahler, y no son muchos los casos en los que melodías o motivos pasan de una a otra sinfonía, se puede afirmar que hay un trasfondo común a todas, que permite concebirlas como una sola gran obra.

Las Sinfonías de la Libertad como bien podríamos denominar a las nueve de Beethoven fueron estrenadas entre el año de la Batalla de Marengo (1800), que marcó el auge de Napoleón y el de la Batalla de Ayacucho, que selló la independencia de Sudamérica[1]; años en los que se creía que la libertad era fruto de la osadía y el valor de grandes héroes armados de espadas y bayonetas. Beethoven sin embargo creía al parecer en otro héroe: en él mismo.

[1] La novena sinfonía se estrena seis meses antes de la Batalla de Ayacucho y tres años después de la muerte de Napoleón en Santa Elena, en 1821, el mismo año de la declaración de la independencia del Perú por San Martín.

José Quezada Macchiavello

Lima Triumphante