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Jueves, 28 de marzo de 2024

Diferencia entre revisiones de «Adivinación»

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Desde un punto de vista [[teología dogmática | teológico]] la adivinación supone la [[esencia y existencia | existencia]] de [[demonio]]s que tienen grandes poderes naturales y que, accionados por [[celos]] hacia el [[hombre]] y por [[odio]] hacia [[Dios]], siempre tratan de disminuir su [[gloria]] y de atraer al hombre a la perdición, o al menos hacerle daño corporal, mental y espiritualmente.  La adivinación no es, como hemos visto, predecir lo que viene de la [[necesidad]] o lo que suele ocurrir, o predecir lo que Dios revela o lo que puede ser descubierto por el esfuerzo humano, sino la usurpación del [[conocimiento]] del futuro, es decir, llegar a él por medios insuficientes o impropios.  Este conocimiento es una prerrogativa de la divinidad y así se dice que el usurpador ''adivina''.  Este conocimiento no puede ser solicitado a los [[mal]]os [[espíritu]]s, salvo raras veces en los [[exorcismo]]s.  Sin embargo, cada adivinación viene de ellos, ya sea porque se les invoca expresamente o porque ellos mismos se mezclan en estas búsquedas del futuro para poder enredar a los hombres en sus trampas.  Se invoca tácitamente al [[diablo]] cuando alguien trata de adquirir información a través de medios que él sabe que son inadecuados, y los medios son insuficientes cuando ni por su propia [[naturaleza]] ni por ninguna [[promesas divinas | promesa divina]] son capaces de producir el efecto deseado.  Puesto que el conocimiento del porvenir le pertenece sólo a Dios, pedirlo directa o indirectamente a los demonios es atribuirles una perfección divina, y pedir su ayuda es ofrecerles una especie de culto; esto es [[superstición]] y una rebelión contra la [[Divina Providencia]], que sabiamente nos ha escondido muchas cosas. 
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En los tiempos [[paganismo | paganos]], el ofrecimiento de [[sacrificio]]s adivinatorios era [[idolatría]], e incluso ahora la adivinación es una especie de demonolatría o [[culto al diablo]] (d'Annibale.) Toda participación en esos intentos de alcanzar el conocimiento menoscaba la dignidad de un [[cristianismo | cristiano]], se opone al [[amor]] y [[confianza]] en la Providencia, y milita contra la extensión del [[Reino de Dios]].  Cualquier método de adivinación con la invocación directa de los espíritus es gravemente pecaminoso, y peor aún si aparece esa intervención; la adivinación con invocación tácita es en sí misma un [[pecado]] grave, aunque en la práctica, la [[ignorancia]], la sencillez, o la falta de [[creencia]] pueden hacerla venial.  Si, sin embargo, a pesar de la incredulidad del cliente, el adivinador actúa en serio, el cliente no puede ser fácilmente excusado de la cooperación gravemente pecaminosa.  Si en métodos aparentemente inofensivos surge la fuerte sospecha de una intervención maligna, sería pecaminoso continuar; si sólo surge una [[duda]] sobre el [[carácter]] natural o diabólico del efecto, se debe protestar contra la intervención de los espíritus; en caso de duda acerca de si proviene de Dios o de [[Satanás]], excepto que se busque un acto [[milagro]]so (lo cual sería muy raro), debe interrumpirse bajo pena de pecado.  Es inútil una protesta de no desear la interferencia diabólica en los modos de adivinación en el que se espera expresa o tácitamente, ya que las acciones hablan más que las palabras.  Un investigador [[ciencia y la Iglesia | científico]] en duda sobre la suficiencia de los medios puede experimentar para ver si tal intervención sobrehumana es un hecho, pero debe expresar claramente su oposición a toda ayuda diabólica.  La varita adivinadora, si se utiliza sólo para los metales de agua, quizás pueda explicarse naturalmente; si se utiliza para detectar a las [[persona]]s culpables, o cosas perdidas o [[robo | robadas]] como tal (que pueden ser metales), sin duda es un método tácito.  Creer en la mayoría de las señales populares es simplemente la [[ignorancia]] o debilidad de la [[mente]] (ver [[superstición]]).
  
 
==La adivinación en la Biblia==
 
==La adivinación en la Biblia==

Revisión de 22:35 15 may 2010

Definición

Se entiende por adivinación la búsqueda del conocimiento de cosas futuras o escondidas por medios inadecuados. Al ser los medios insuficientes, por lo tanto, deben completarse con algún poder que se ha representado a través de la historia como proveniente de dioses o malos espíritus. Por lo tanto la palabra adivinación tiene un significado siniestro. Según la profecía es el conocimiento legítimo del futuro, la adivinación, su homólogo supersticioso, es el ilegal. Según el objetivo de la magia es hacer, el de la adivinación es conocer. La adivinación es casi tan antigua como la raza humana. Se encuentra en todas las épocas y países, entre los egipcios, caldeos, hindúes, romanos y griegos; las tribus del norte de Asia tenían sus chamanes, los habitantes de África sus mgangas, las naciones celtas sus druidas, los aborígenes de América sus curanderos---todos adivinos y magos reconocidos. La adivinación floreció en todas partes y en ningún lugar, incluso hoy día, ha sido completamente dejada de lado.

Las palabras de Cicerón fueron, y al parecer siempre serán, es cierto, que no hay nación, civilizada o bárbara, que no crea que hay indicios del futuro y personas que los puedan interpretar. Cicerón dividía la adivinación en natural y artificial. La natural (no enseñada, que no requiere habilidad) incluía los sueños y los oráculos en el que el adivinador era un sujeto pasivo de la inspiración, y la predicción venía de un supuesto poder que estaba allí y dentro de él. La artificial (enseñada, estudiada) incluía todo vaticinio proveniente de signos encontrados en la naturaleza o producidos por el hombre. Aquí el adivinador estaba activo, y la adivinación venía al parecer de su propia habilidad y observación. Esta división es casi la misma que la dada por Santo Tomás con respecto a la invocación de los demonios, la adivinación con invocación expresa de los espíritus, aceptación de sueños, portentos o prodigios, y la nigromancia; y la adivinación con la invocación tácita a través de signos y de los movimientos observados en los objetos en la naturaleza, tales como estrellas, pájaros, figuras, etc., o por medio de signos y acuerdos producidos por el hombre, tales como plomo fundido vertido en el agua, echar suertes, etc. Sueños aquí significa los expresamente preparados y orados con la esperanza de relacionarse con los dioses o los muertos. Los portentos o prodigios son inusuales y vistas maravillosas que vienen del mundo inferior. Aquí estamos considerando la adivinación artificial.

Métodos

La variedad de métodos adivinatorios es muy grande. Apenas un objeto o movimiento en el cielo, en la tierra, en el aire o el agua dejó de ser transformado en un mensaje de futuro. Añádase a éstas las invenciones del hombre, y hay una visión de la inmensa maraña de supersticiones en las que los pueblos paganos buscaron a tientas su camino. Sin embargo, pueden agruparse en tres clases, como se ve en la división de Santo Tomás. Cicerón, Clemente de Alejandría en su "Stromata" y otros de los Padres dieron una lista detallada.

(a) Bajo la primera clase, la invocación expresa, caen la oniromancia o adivinación por los sueños; la nigromancia, por las llamadas apariciones de los muertos o el espiritismo, las apariciones de diversos tipos, que pueden ser externas o en la imaginación, como Cayetano observa; el pitonismo o por personas poseídas, como la pitonisa de Delfos; la hidromancia, por signos en el agua; la aeromancia, por signos en el aire; la geomancia, por signos en substancias terrestres (geomancia tiene también otro significado); arúspices, por signos en las entrañas de las víctimas, etc.

(b) La segunda clase, la invocación tácita y signos encontrados ya hechos en la naturaleza, abarca la astrología judiciaria o genetliaca, que pretende predecir el futuro a través de las estrellas; augurios, a través de las notas de las aves, y más tarde cubría la predicción a través de su modo de actuar, de alimentarse, de volar y también por los relinchos de los caballos y los estornudos de los hombres, etc.---para nosotros abarca toda clase de predicción mediante signos; por presagios, cuando palabras al azar se convierten en signos; la quiromancia, lectura de las líneas de la mano; y muchos modos similares.

(c) La tercera clase, la invocación tácita y signos preparados por el hombre, incluye la geomancia a partir de puntos o líneas en papel o guijarros arrojados al azar; dibujo de pajas; tirada de dados; el corte de las cartas; dejar caer una vara o medirla con los dedos diciendo: “lo haré o no lo haré”; abrir un libro al azar, llamado Sortes Virgiliance, los romanos usaron mucho la Eneida de esta manera, etc. Este último trasladado a la Biblia sigue siendo común en Alemania y en otros lugares. El hipnotismo es también usado para propósitos de adivinación.

Historia

Intentar rastrear el origen de la adivinación es una pérdida de tiempo, puesto que, al igual que la religión, es universal y autóctona en una forma u otra. Algunas naciones la cultivaron en grados más altos que otras, y su influencia hizo que algunos modos de adivinación se propagaran. Mediante su práctica ganaron una gran reputación por su poder oculto. Tienen preeminencia en la historia los caldeos como videntes y astrólogos, pero los antiguos egipcios y los chinos también fueron grandes adeptos a la elaboración de ritos misteriosos. Todavía es una cuestión abierta cuál de ellos tuvo prioridad, aunque la mayor parte en el desarrollo de la adivinación, sobre todo en relación con los fenómenos celestes, se atribuye a los caldeos, un término vago que abarca aquí tanto a babilonios como a asirios. En Grecia hubo adivinos desde los primeros tiempos históricos, algunos de cuyos métodos vinieron de Asia y de los etruscos, un pueblo famoso por el arte. Aunque los romanos tuvieron su modalidad propia, sus relaciones con Grecia introdujeron nuevas formas, y principalmente a través de estas dos naciones se difundieron en el sur y oeste de Europa.

Antes del cristianismo la adivinación se practicaba en todas partes de acuerdo a ritos nativos y extranjeros. En los primeros días el sacerdote y el adivino eran uno, y su poder era muy grande. En Egipto, el faraón era generalmente un sacerdote; de hecho, tuvo que ser iniciado en los secretos de la clase sacerdotal, y en Babilonia y Asiria casi todos los movimientos del monarca y sus cortesanos estaban regulados por las previsiones de los adivinos y los astrólogos oficiales. Las inscripciones cuneiformes y los papiros están llenos de fórmulas mágicas. Son testigos dos tratados, uno sobre fenómenos terrestres y el otro sobre fenómenos celestiales, compilados por Sargón varios siglos antes de nuestra era. En Grecia, donde se prestó más atención a las señales etéreas, los adivinos eran tenidos en gran estima y asistían a las asambleas públicas. Los romanos, que confiaban más en la adivinación por medio de sacrificios, tenían colegios oficiales de augures y arúspices que por una palabra adversa podían posponer el negocio más importante. No se comenzaba la guerra, ni se enviaba fuera ninguna colonia sin consultar a los dioses, y en momentos críticos la ocurrencia más insignificante, un estornudo o tos, estaba dotada de significado.

Junto a toda esta adivinación oficial, existía la práctica de ritos secretos por toda clase de hechiceros, magos, sabios y brujas. Adivinos caldeos y sibilas ambulantes se dispersaban por todas partes diciendo la buenaventura con ánimo de lucro. Entre los regulares e irregulares había un sentimiento muy amargo, y dado que estos últimos invocaban a menudo a dioses o demonios considerados como hostiles a los dioses del país, se les consideraba como ilícitos y peligrosos, y a menudo se les castigaba y se les prohibía el ejercicio de su arte. De tiempo en tiempo en varios países disminuyeron el número y la influencia de los adivinos regulares debido a su orgullo y opresión, y sin duda a veces a su vez pueden haber mitigado hábilmente la tiranía de los gobernantes. Al aumentar el conocimiento, disminuyeron el miedo y respeto que las personas ilustradas les tenían a sus misteriosos poderes, al punto que su autoridad sufrió mucho y se convirtieron en objetos de desprecio y sátira. La "De Divinatione" de Cicerón no es tanto una descripción de sus diversas formas como una refutación de las mismas; Horacio y Juvenal lanzaron más de una flecha aguda contra adivinos y sus engañados; y es bien conocido el dicho de Cato, que se sorprendía de cómo dos augures podían encontrarse sin reírse uno del otro. Los gobernantes, sin embargo, los conservaron y los honraban públicamente, a lo mejor para mantener al pueblo en sujeción, y fuera de las tierras históricas, los hacedores de magia todavía campaban por su respeto.

Dondequiera que llegó el cristianismo la adivinación perdió la mayor parte de su poder de antaño, y una forma, la natural, cesó casi por completo. La nueva religión prohibía todas sus formas, y después de algunos siglos desapareció como sistema oficial aunque continuó teniendo muchos adeptos. Los Padres de la Iglesia fueron sus oponentes vigorosos. Los principios del gnosticismo les dio algo de fuerza, y el [[neoplatonismo] les ganó muchos seguidores. Dentro de la Iglesia misma resultó tan fuerte y atractiva para sus nuevos conversos que los sínodos la prohibieron y los concilios legislaron contra ella. El Concilio de Ancira (c. XXIV.) (314) decretó cinco años de penitencia a los consultores de adivinos, y el de Laodicea (c. XXXVI), (c. 360) prohibió a los clérigos convertirse en magos o hacer amuletos, y los que los usaran serían expulsados de la Iglesia. Un canon (XXXVI), de Orleans (511) excomulgó a los que practicaban la adivinación, augurios, o las suertes falsamente llamadas Sortes Sanctorum (Bibliorum), que decidían la conducta futura de uno por el primer pasaje encontrado al abrir una Biblia. Este método fue, evidentemente, un gran favorito, pues un sínodo de Vannes (c. XVI), (461) lo prohibió a los clérigos bajo pena de excomunión, y el de Agde (c. XLII) (506) lo condenó por ir contra la piedad y la fe. Los Papas Sixto IV y Sixto V y el Quinto Concilio de Letrán asimismo condenaron la adivinación.

Los gobiernos a veces han actuado con gran severidad. Constancio decretó la pena de muerte para los adivinos. Las autoridades debieron haber temido que algunos supuestos profetas tratasen de hacer cumplir por la fuerza sus predicciones sobre la muerte de los soberanos. Cuando las razas del Norte, que se abatieron sobre el antiguo Imperio Romano, entraron a la Iglesia, era de esperarse que sobreviviesen algunas de sus supersticiones menores. Durante todos los primeros años de la Edad Media las llamadas artes adivinatorias lograron vivir en secreto, pero después de las Cruzadas continuaron de forma más abierta. En la época del Renacimiento y de nuevo antes de la Revolución Francesa, hubo un marcado crecimiento en los métodos nocivos. La última parte del siglo XIX fue testigo de un renacimiento extraño, especialmente en los Estados Unidos e Inglaterra, de todo tipo de superstición, yendo a la cabeza la nigromancia o espiritismo. Hoy en día el número de personas que creen en los signos y tratan de conocer el futuro es mucho mayor de lo que aparece en la superficie. Abundan en las comunidades donde el cristianismo dogmático es débil.

La causa natural del ascenso de la adivinación no es difícil de descubrir. El hombre tiene una curiosidad natural por conocer el futuro, y junto a esto está el deseo de ganancia o ventaja personal; por lo tanto, en todas las épocas algunos han intentado levantar el velo, al menos parcialmente. Estos intentos han producido a veces resultados que no se pueden explicar sobre motivos meramente naturales, pues son muy desproporcionados o extraños a los medios empleados. No pueden ser considerados como la obra directa de Dios, ni como el efecto de una causa puramente material; por lo tanto deben atribuirse a los espíritus creados, y puesto que son inconsistentes con lo que sabemos de Dios, los espíritus que los causan deben ser malos. Para formular la pregunta directamente: ¿puede el hombre conocer los eventos futuros?

Dejemos que Santo Tomás conteste en substancia: las cosas futuras puede ser conocidas en sus causas o en sí mismas.

  • Algunas de las causas siempre y necesariamente producen sus efectos, y estos efectos pueden ser predichos con certeza, como los astrónomos anuncian los eclipses.
  • Otras causas producen sus efectos no siempre y necesariamente, pero en general lo hacen, y estos pueden preverse como conjeturas bien fundadas o inferencias sensatas, como el diagnóstico de un médico o una predicción de lluvia de un observador meteorológico.
  • Finalmente hay una tercera clase de causas cuyos efectos dependen de lo que llamamos azar o del libre albedrío del hombre, y éstas no pueden ser predichas a partir de sus causas. Sólo podemos verlas en sí mismas cuando están realmente presentes a nuestros ojos. Sólo Dios, ante quien todas las cosas están presentes en su eternidad, puede verlas antes de que ocurran. De ahí que leemos en Isaías (41,23), "Indicadnos las señales del porvenir, y sabremos que sois dioses.”

Los espíritus pueden conocer mejor que los hombres los efectos que vienen de la segunda clase de causas, porque su conocimiento es más amplio, más profundo y más universal, y conocen muchos poderes ocultos de la naturaleza. En consecuencia, pueden predecir más eventos y más precisamente, como un médico que ve más claramente las causas puede diagnosticar mejor sobre la restauración de la salud. La diferencia, de hecho, entre la primera y segunda clase de causas se debe a las limitaciones de nuestro conocimiento. La multiplicidad y complejidad de causa nos impiden seguir sus efectos.

Los espíritus no pueden conocer con certeza las cosas futuras contingentes, los efectos de la tercera clase, a menos que Dios se las revele, aunque pueden sabiamente conjeturar sobre ellas debido a su conocimiento más amplio de la naturaleza humana, su larga experiencia y sus juicios basados en nuestros pensamientos según se los revelan nuestras palabras, semblante o actos. A menos que queramos negar el valor del testimonio humano, no cabe duda de que los adivinos predijeron correctamente algunas cosas contingentes y los magos produjeron en ocasiones efectos sobrehumanos. La supervivencia misma de la adivinación por tantos siglos sería de otro modo inexplicable y su papel en la historia, un problema insoluble. Decir, sobre fundamentos religiosos, que la adivinación y las artes afines eran completos engaños sería contradecir la Escritura. En ella leemos las leyes que prohíben la magia, tenemos hechos como las hazañas de Janes y Mambres ante el faraón, y tenemos una declaración de Dios que muestra que es posible que un falso profeta prediga una señal o prodigio y que suceda ( Deut. 13,1-12). Pero, excepto cuando Dios les dio conocimiento, su ignorancia del futuro dio lugar a la bien conocida ambigüedad de los oráculos.

Los intentos de dar a la adivinación artificial una base puramente natural no han tenido éxito. Crisipo (De Divinatione, II, 63) habló de un poder en el hombre para reconocer e interpretar signos, y Plutarco (De Oraculis) escribió sobre las cualificaciones especiales que debe tener un buen augur y la naturaleza de los signos, pero al final se reconocía una influencia preternatural. Algunos modos pueden haber sido naturales en su origen, especialmente cuando se trataba de causas necesarias, y más de una predicción se hacía sin intervención de lo oculto, pero éstas deben haber sido relativamente raras, pues el cliente, si no siempre el vidente, generalmente creía en la ayuda sobrenatural. Realmente se podría aceptar alguna analogía entre un águila y una victoria, un búho y la tristeza---aunque para los atenienses un presagio de bienvenida--- y que perder un diente era perder un amigo; pero tratar de relacionar éstos con eventos futuros contingentes sería razonar malamente a partir de una analogía muy leve; así como apuñalar a una imagen sería perjudicar a la persona que representa, sería confundir una conexión ideal con una real. El instinto humano exigía una base más sólida y la encontró en la creencia en una intervención de algún agente sobrenatural. La razón exige lo mismo. Un signo corpóreo es o un efecto de la causa misma de la que es un signo, como el humo del fuego, o procede de la misma causa como el efecto que significa, como el descenso en el barómetro pronostica lluvia, es decir, el cambio en el instrumento y el cambio en el tiempo proceden de la misma causa. Las acciones futuras del hombre y los signos en la naturaleza no están en tal relación. El signo no es un efecto de su acción futura, ni tampoco el signo y su acto proceden de la misma causa. El otro tipo de signos de los seres vivos pueden ser pasados por alto por casi el mismo razonamiento. Se podía esperar una creencia en presagios y augurios de todas clases de aquellos que creían en el fatalismo, o el panteísmo, o que el hombre, los dioses y la naturaleza estaban todos en estrecha comunión, o que los animales y las plantas eran divinidades (véase animismo). En todas partes, como cuestión de hecho, la adivinación y el sacrificio estaban tan estrechamente conectadas que prácticamente no se podía trazar una línea estricta entre la adivinación con y sin la invocación expresa de los dioses o demonios. El cliente venía a ofrecer el sacrificio, y el sacerdote, el adivinador, trataba de responder a todas sus preguntas, mientras que los magos privados presumían de sus "espíritus familiares".

Aspecto Teológico

Desde un punto de vista teológico la adivinación supone la existencia de demonios que tienen grandes poderes naturales y que, accionados por celos hacia el hombre y por odio hacia Dios, siempre tratan de disminuir su gloria y de atraer al hombre a la perdición, o al menos hacerle daño corporal, mental y espiritualmente. La adivinación no es, como hemos visto, predecir lo que viene de la necesidad o lo que suele ocurrir, o predecir lo que Dios revela o lo que puede ser descubierto por el esfuerzo humano, sino la usurpación del conocimiento del futuro, es decir, llegar a él por medios insuficientes o impropios. Este conocimiento es una prerrogativa de la divinidad y así se dice que el usurpador adivina. Este conocimiento no puede ser solicitado a los malos espíritus, salvo raras veces en los exorcismos. Sin embargo, cada adivinación viene de ellos, ya sea porque se les invoca expresamente o porque ellos mismos se mezclan en estas búsquedas del futuro para poder enredar a los hombres en sus trampas. Se invoca tácitamente al diablo cuando alguien trata de adquirir información a través de medios que él sabe que son inadecuados, y los medios son insuficientes cuando ni por su propia naturaleza ni por ninguna promesa divina son capaces de producir el efecto deseado. Puesto que el conocimiento del porvenir le pertenece sólo a Dios, pedirlo directa o indirectamente a los demonios es atribuirles una perfección divina, y pedir su ayuda es ofrecerles una especie de culto; esto es superstición y una rebelión contra la Divina Providencia, que sabiamente nos ha escondido muchas cosas.

En los tiempos paganos, el ofrecimiento de sacrificios adivinatorios era idolatría, e incluso ahora la adivinación es una especie de demonolatría o culto al diablo (d'Annibale.) Toda participación en esos intentos de alcanzar el conocimiento menoscaba la dignidad de un cristiano, se opone al amor y confianza en la Providencia, y milita contra la extensión del Reino de Dios. Cualquier método de adivinación con la invocación directa de los espíritus es gravemente pecaminoso, y peor aún si aparece esa intervención; la adivinación con invocación tácita es en sí misma un pecado grave, aunque en la práctica, la ignorancia, la sencillez, o la falta de creencia pueden hacerla venial. Si, sin embargo, a pesar de la incredulidad del cliente, el adivinador actúa en serio, el cliente no puede ser fácilmente excusado de la cooperación gravemente pecaminosa. Si en métodos aparentemente inofensivos surge la fuerte sospecha de una intervención maligna, sería pecaminoso continuar; si sólo surge una duda sobre el carácter natural o diabólico del efecto, se debe protestar contra la intervención de los espíritus; en caso de duda acerca de si proviene de Dios o de Satanás, excepto que se busque un acto milagroso (lo cual sería muy raro), debe interrumpirse bajo pena de pecado. Es inútil una protesta de no desear la interferencia diabólica en los modos de adivinación en el que se espera expresa o tácitamente, ya que las acciones hablan más que las palabras. Un investigador científico en duda sobre la suficiencia de los medios puede experimentar para ver si tal intervención sobrehumana es un hecho, pero debe expresar claramente su oposición a toda ayuda diabólica. La varita adivinadora, si se utiliza sólo para los metales de agua, quizás pueda explicarse naturalmente; si se utiliza para detectar a las personas culpables, o cosas perdidas o robadas como tal (que pueden ser metales), sin duda es un método tácito. Creer en la mayoría de las señales populares es simplemente la ignorancia o debilidad de la mente (ver superstición).

La adivinación en la Biblia

Fuente: Graham, Edward. "Divination." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/05048b.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina