Mártires españoles
De Enciclopedia Católica
En la tradición de la Iglesia los elementos que componen la esencia del concepto de martirio cristiano han sido siempre dos: el testimonio público a favor de Cristo y la muerte, aceptada voluntariamente para confirmarlo. San Agustín afirma que no es la pena de la muerte repentina, sino su causa la que hace mártir a la persona del cristiano. Si no fuera así, las minas, por ejemplo, donde se realizan trabajos forzados, estarían llenas de mártires.
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Raíz de las persecuciones
¿Pero cuál es la raíz de las persecuciones contra la Iglesia, sobre todo a partir de la Ilustración? Es el intento de arrancar la fe de la vida del pueblo, que en la época moderna y contemporánea va de la mano de la pretensión por parte del Estado de erigirse en criterio único de moralidad. En este contexto la Iglesia ha demostrado ser la única realidad que ha defendido la persona y la libertad del hombre y de la sociedad frente a cualquier sistema totalitario. Aunque las circunstancias cambien, siempre encontramos, en el fondo de todas las situaciones de persecución anticristiana, una concepción idolátrica, globalizadora e inmanente del Estado. En este contexto se inserta la persecución contra el catolicismo en España, proyectada expresamente como descatolización de un país que por muchas razones se consideraba el corazón del catolicismo. En ella, es curioso, confluyen tres elementos: la masonería, el anarquismo y el marxismo.
Obispos, sacerdotes y obreros
¿Quiénes eran los mártires españoles, sobre todo los asesinados entre 1931 y 1939? Las cifras lo dicen claramente. El historiador Antonio Montero realizó el estudio más conocido y completo. De acuerdo con los datos por él recogidos, se han comprobado al menos 6.832 casos de martirio, de los que 4.184 pertenecían al clero secular, incluyendo trece obispos, 2.365 eran religiosos y 283 religiosas. He seguido varias de estas causas y la última me ha impresionado mucho. Se trata del martirio de monseñor Florentino Asensio Barroso, obispo de Barbastro, que había comenzado su ministerio apenas seis meses antes en una pequeña diócesis del norte de España. El obispo había entrado medio clandestinamente en su diócesis, que estaba totalmente en manos de la masonería y los anarquistas; se había dedicado sobre todo a preparar a sus sacerdotes para el martirio que, como había previsto, llegó con extremada crueldad. Vio cómo caía en primer lugar su vicario general y asistió al arresto de casi todos sus sacerdotes. En esa pequeña diócesis del Pirineo había 131 sacerdotes, de los que 113 murieron mártires. Sufrieron el martirio 50 misioneros claretianos, algunos estudiantes de teología, un monasterio entero de 19 benedictinos y 9 padres escolapios que tenían en esa zona un convento y un colegio. También el obispo fue martirizado y, como los demás, murió bendiciendo a sus asesinos y perdonándolos. En el pueblo donde yo nací se verificó otro caso al que no quiero dejar de referirme: un párroco fue sacrificado sobre el altar de su iglesia, y antes que él, esa misma noche, sufrieron la misma suerte tres mineros; no eran sacerdotes, eran obreros, pero fieles a Cristo. Fueron los marxistas los que los mataron. Nos encontramos ante un párroco en profunda comunión con tres obreros, que quizá no conocían muy bien el catecismo, pero prefirieron adherirse a Cristo antes que a un partido con el que, en aquel momento, tenían todas las de ganar.
Una Constitución jacobina
Con la proclamación de la II República en España en 1931, que se prolongaría hasta el mes de marzo del 39, se inaugura una persecución anticatólica que pasaría por diversas fases. Buena parte de los diputados en las “Cortes Constituyentes” formaban parte de las corrientes republicanas más radicales y muchos eran cercanos al laicismo anticlerical y a la masonería. En muchos aspectos se aprobó una Constitución con una fuerte vena jacobina. Para los grupos radicales y laicistas había que decapitar a la Iglesia eliminando a sus sacerdotes y a todo lo que recordara a Cristo. Los mártires españoles pertenecen a todas las categorías del pueblo de Dios. En el caso de los sacerdotes, casi todos eran sacerdotes del pueblo, que murieron entre su gente gritando: «¡Viva Cristo Rey!». Sus cuerpos martirizados fueron casi siempre recogidos entre gestos de devoción y veneración. Pío XI comparó la persecución española a las primeras persecuciones contra los cristianos, que fueron las más duras. Saqueo e incendio de iglesias y conventos, violencia contra obispos, sacerdotes y religiosos, expropiación de los bienes eclesiásticos, reclusión de todas las actividades religiosas dentro de las iglesias, limitación y control total de las órdenes religiosas, de sus actividades y de cualquier manifestación pública de la fe católica. «España ha dejado de ser católica», proclamó uno de los primeros Presidentes en el Parlamento, Manuel Azaña (diario de las Cortes del 13 de octubre de 1931). Una República que nació masónica, a la que se sumaron poco después los socialistas-comunistas y los anarquistas. En octubre de 1934 tuvo lugar el primer ensayo de revolución bolchevique-marxista en la zona industrial y minera de Asturias, que duró 14 días de sangre y violencia, durante los cuales fueron masacrados 10 sacerdotes, 5 religiosos, 8 hermanos de las Escuelas Cristianas y 6 seminaristas de teología, La persecución continuó y se hizo violentísima contra sacerdotes y religiosos tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 y el estallido de la guerra civil en el mes de julio. Cuando se llevaba preso a un sacerdote o a un religioso, se le torturaba o simplemente se le eliminaba, sin proceso ninguno. Salvador de Madariaga, uno de los más conocidos historiadores liberales, que apoyó la República, escribió: «Nadie que tenga a la vez buena fe y buena información puede negar los horrores de esta persecución», concluyendo que, aparte del número de víctimas, lo que interesa subrayar es el hecho del odio extremo contra todo lo que significara catolicismo. En estos últimos años he tenido la oportunidad de estudiar, como consultor histórico y teológico de la Congregación de los Santos, diferentes causas de estos mártires. ¿Qué es lo que más me ha impresionado en todos estos procesos? Ante todo he constatado la existencia de un odio teológico hacia Cristo y su Iglesia. Este odio se hace más satánico en los casos en los que los asesinos están bautizados, por tratarse de cristianos que reniegan de Cristo. Otro dato que me ha llamado la atención ha sido el odio encarnizado contra los sacerdotes. Había sobre todo dos aspectos de éstos que les hacían enloquecer: su relación con los Sacramentos, en particular con la Eucaristía, y el celibato o la virginidad consagrada.
Ni una sola deserción
Durante la persecución no hubo deserciones de sacerdotes, religiosos y religiosas. Recuerdo a los dos obispos de Guadix y de Almería. Les unía una profunda amistad. Durante la persecución, el de Guadix, don Manuel Medina Olmos (Rafael de Haro Serrano, Testigo de su fe. Biografía de Manuel Medina Olmos, BAC), fue a buscar a su viejo amigo de Almería; quería vivir con él esos momentos de dificultad. Se negaron a escapar cuando el capitán de un barco inglés anclado en el puerto les ofreció asilo. «Los pastores deben permanecer con sus ovejas hasta la muerte», dijeron. Murieron juntos, fusilados, por orden de la masonería local. Otro obispo mártir fue el padre Anselmo Polanco, agustino y obispo de Teruel. Murió tras estar encarcelado durante trece meses junto a su vicario general, Felipe Ripoll, que no quiso abandonar a su obispo. El gobierno republicano quería que hiciera una declaración o que firmara contra sus hermanos en el episcopado; le ofrecieron a cambio la libertad, honores e incluso “promoverlo” a la diócesis de Barcelona. Pero para él el único honor era la fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Por eso se le apartó y se le fusiló, en febrero de 1939, junto a su fiel vicario general. Este capítulo de la historia de los mártires españoles constituye un testimonio y un reclamo para nosotros, los sacerdotes de hoy –y para todos los bautizados– para vivir la vocación en lo que es fundamental: mirar y seguir a Cristo, amar y servir a la Iglesia hasta la muerte y amar entrañable y gratuitamente al hombre por su destino.
Fidel González Fernández
Fuente:Fusiles apuntados contra la fe de un pueblo.